Marek Halter, escritor francés, escribió en 2021 un libro “Un monde sans prophètes”. En su obra postula recuperar el profetismo porque nos ayuda a actuar positivamente en este histórico período que hasta se muestra carente de puntos de referencia éticos.
Y es que se necesitan figuras que despierten a los hombres, que los devuelvan al camino correcto de la belleza, del bien, de la verdad, de…, que les recuerden el sentido de la justicia. Cuando estas personas no están, no sólo falta justicia sino que también faltan políticos capaces de responder a las preguntas del presente. La palabra “profeta”, “nabi” en hebreo, proviene del término acadio “nabû”, que significa “grito”: son hombres que “gritan”, informan, denuncian,…
En el año 1030 a.C., el último de los jueces, Samuel, tuvo que darle un rey al pueblo judío, el primer rey de Israel, Saúl. De hecho, los judíos querían ser como todos los pueblos “modernos“, tener un rey. Entonces el juez se lo dio. Al hacerlo, sin embargo, quería explicar que nunca existirá un poder verdaderamente justo. Un hombre con poder, observó, no celebrará referéndums todos los días, no siempre preguntará a la gente lo que piensa, pero tomará decisiones, por ejemplo, decidirá ir a la guerra, y muchos jóvenes morirán en una conflicto que ellos no eligieron, el pueblo será aplastado por los impuestos porque un rey necesita dinero… pero a pesar de estas advertencias los judíos siguieron queriendo un rey, como todos los demás. Cuando lo tuvieron, el juez Samuel dijo que sería necesario, en ese momento, limitar el poder totalitario del rey, crear un contrapoder, y así dio origen a la primera escuela de profetas, de la que ambos hombres y las mujeres eran parte. Les enseñó cómo atraer la atención de la gente – en ese momento no había radio, televisión, internet – estos informantes tenían que despertar sus mentes para no aceptar lo inaceptable. Así nació el concepto de profetas.
Los profetas en la antigüedad jugaban un papel esencial, eran quienes recordaban al rey que debía cumplir sus promesas y deberes; la mayoría de ellos fueron asesinados por ello. No era fácil ser profeta, transmitir la moralidad al pueblo, no era fácil ser una persona justa.
En cierto momento, la antigüedad llegó a su fin y comenzó otra época en la que la religión, el clero, tomó todo en sus manos. En Europa, primero fue la religión cristiana y, después, el Islam, retomaron el concepto de profetas. Imagino que no ha habido época sin profetas. Ciertamente no todos los profetas en la historia han sido personalidades religiosas, creyentes en Dios, pero sí han creído en la Humanidad.
El profeta es una persona carismática, que no tiene nada que ganar, que no tiene intereses políticos ni económicos, que sólo tiene una preocupación, la justicia. Por eso, por ejemplo, el profeta no quiere ser agradecido ni aplaudido. Eso no es lo que le interesa. Ésta es la fuerza del profeta y de su autoridad y credibilidad.
Hoy ¿qué profetas y qué profetismo puede despertarnos, darnos esperanza, una esperanza colectiva? ¿Hay alguien que pueda darnos esperanza? Nos asustaría que no hubiera nadie… ¿Seremos los adultos capaces de ofrecer una aventura y un sueño de esperanza a los jóvenes? ¿Serán las ideologías? ¿Serán las iglesias y las religiones las que puedan cumplir su papel de dar esperanza? ¿Habrá un rayo de esperanza como, por ejemplo, el de Juan Pablo II, cuando ante la multitud en la plaza de San Pedro, el 22 de octubre de 1978, hizo un llamamiento: “¡No tengáis miedo!”? ¿Qué instancias y referencias de profetismo y de esperanza tenemos?
Los judíos, se suele decir, tienen una salida a esto: los justos, que son una mujer como tú o un hombre como yo. No son santos, pero han hecho más bien que mal. Ellos han “reinventado” este término, ‘justos’ – puesto que ya estaba en la Biblia – para agradecer a los no judíos que salvaron a los judíos durante la guerra, se les llama “Justos de las Naciones”. Y cuando se pregunta a algunos de los que salvaron qué les impulsó a hacerlo, miran sorprendidos, “es normal“, suelen decir. Esto es lo extraordinario. En los “Jardines de los Justos” se realiza algo magnífico; en esos lugares se honra a hombres y mujeres “normales“, pero lamentablemente este tipo de normalidad hoy no se difunde por la televisión y los medios de comunicación. Sólo nos muestran violencia, maldad, muerte, es terrible… Vemos falsos profetas.
Puede ser verdad que en tantos países laicos o secularizados ya no se puede hablar de religión en las escuelas. Y, sin embargo, las religiones son parte de nuestras civilizaciones; por ejemplo, no podemos hablar de civilización judeocristiana o griega sin hablar de la Biblia, de Homero, de la Odisea… porque forma parte de nuestra historia y porque debemos educar a generaciones que no se sorprendan al ver un mundo diferente o cambiante, alternativo, contra-cultural, nuevo. Necesitamos entender que este momento de la historia puede ser un momento de profetismo sea creyente, o agnóstico, o ateo,…
La del profeta es una mirada que la Biblia llama “esperanzada”. El profeta no es quien anuncia el futuro sino quien mira el mundo y la historia con los ojos de Dios sabiendo que quien se compromete a sembrar vida pasará por el tamiz de la desilusión. Pero eso no significa que se dé por vencido.
El profeta a veces cede, duda,… ¡Dios le pone tantas veces a la prueba! Tantas veces sus decepciones de multiplican. Sin embargo, es fácil imaginar que el profeta trata de superar la adversidad; que, para asegurar la victoria de tal pasión profética, es necesario hacer frente, resistir, luchar contra el desaliento. La vida encuentra la manera de expresarse con frutos sorprendentes, a menudo precisamente donde nunca lo hubiéramos esperado. El profeta es el que adelanta y prepara la primavera de los nuevos cielos y la nueva tierra. Los ojos y las manos del profeta trazan el camino del futuro y el compromiso en el presente.
Se necesita mucho coraje para no retirarse a la desolación del tiempo. Sintiendo y viendo la emoción de la vida bajo el polvo, sabiendo que en este aparente invierno se prepara una primavera. Sin embargo, para quien intenta la aventura de ser profeta, no hay otra historia que la de, testarudo y convencido, querer “plantar esperanza” incluso obstinadamente obligando a nacer el amanecer a pesar de todo.
“Al menos sabrán que hay un profeta entre ellos“: esta frase, que abre el libro -y la vocación- de Ezequiel, nos puede acompañar a lo largo de este Adviento y a las puertas del Jubileo de la Esperanza. Porque estoy convencido de que nuestro tiempo necesita urgentemente profecía, necesita miradas, palabras y gestos que puedan indicar un horizonte posible de un buen futuro y así infundir esperanza, ayudándonos a no escapar del hoy, a no desperdiciar energías y tiempo en debates estériles y controversias interminables, mientras el mundo corre y no espera.
Necesitamos la profecía para entender algo sobre nuestro tiempo, sus cambios y sus fracturas, sus recursos y sus límites. Necesitamos hombres y mujeres que, con coraje y parresía, arriesguen una palabra incómoda pero generativa y fructífera, al menos en intuición, pensamiento, provocación, sueño.
Queremos creer que todavía hay profetas, por supuesto, y sin embargo, parece que su escucha es más limitada, menos abierta, menos acogida, porque hoy nos cuesta dar espacio a una palabra que nos molesta en nuestras certezas y hábitos. Evidentemente, lo sabemos, siempre ha sido así, desde los tiempos de Israel, pero hoy, tal vez, en una desorientación general, se está extendiendo nuevamente la sed de profecía verdadera y humana; tal vez sentimos la necesidad de profecía, pero con demasiada frecuencia no sabemos de dónde sacarla.
El tiempo de Adviento es también propicio para la profecía, porque la Palabra nos empuja hacia la Navidad invitándonos a escuchar a los profetas que se han movido e indicado caminos viables para una humanidad en camino; es un tiempo necesario para evitar quedar sumergidos, cada año más, en la religión del consumo y la controversia, mientras los acontecimientos actuales golpean indomables con su pesado olor, asfixiando lo bueno que queda.
Necesitamos tiempos de silencio y de reflexión, de oración y de inmersión en uno mismo, de docilidad al Espíritu y de “ayuno” de demasiadas charlas vacías. Necesitamos tiempos para superar las resistencias, para reconstruir la confianza, para revivir el seguimiento apasionado. Necesitamos maestros y discípulos, esencialidad y sustancia de la vida, desestimando, en la medida de lo posible, lo que aturde y pesa. Puede que sea el momento que dirija un “kairos” hacia la Navidad para redescubrir la sed de profecía. El tiempo de Adviento nos guía, a través de la Palabra, a entrenar nuestro oído y nuestra vista, nuestro corazón y nuestra razón, para ver destellos de profecía que puedan, paso tras otro, ayudarnos a vivir el hoy y a gestar y alumbrar el mañana.
Deteniéndonos en lo esencial, tendiendo hacia el futuro en la fe de un Espíritu que salvaguarda, también hoy, nuestro camino, como humanidad entera y como comunidad cristiana. Atreverse a tener el coraje de escuchar, de conmoverse, a partir de la Palabra y de quienes, creyentes o no, ofrecen una declinación de ella para el siglo XXI, superando las inercias que inmovilizan, paralizan y alimentan los miedos.
“La fe, la verdadera, está enteramente hecha para conducirnos desde el tiempo, para hacernos vivir del tiempo hacia la eternidad, en la vida eterna. Pero no podemos acceder a la vida eterna mediante la fe más que en el tiempo y para el tiempo, ya que la fe misma es temporal”: escribió en 1961 una mujer profética como Madeleine Delbrêl.
Tenemos sed de profetas que nos ayuden a vivir la fe en los tiempos de hoy. Que esta gracia del profetismo nos sea dada a todos.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF (Remitido por el autor)
Espiritualidad
Adviento, Iglesia, Jesús, Profetas, Profetismo
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