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“La bendición de las parejas homosexuales”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Jueves, 5 de diciembre de 2024

matrimoniogay1Varias Iglesias protestantes europeas han expresado posiciones oficiales que ya tienen implicaciones litúrgicas y pastorales. Se han formulado liturgias de bendición y fórmulas de acogida. En varias Iglesias regionales alemanas, es posible celebrar el culto con una bendición de unión. Lo mismo ocurre en los Países Bajos, en Gran Bretaña y en Suiza, en los cantones de San Gall y Zúrich.

Sin embargo, las Iglesias quieren mantener la distinción entre el matrimonio y la bendición de unión, temerosas todavía de admitir que la familia, tal como la hemos conocido hasta ahora, se ha transformado y se ha abierto a nuevas soluciones y nuevos modelos. Todo esto ocurre en Iglesias que desde hace muchas décadas reconocen el ministerio de la mujer como parte integrante del ministerio de la Iglesia. Al mismo tiempo, las Iglesias protestantes nunca han considerado la orientación sexual como un impedimento para la consagración al ministerio pastoral. Esto ha dado lugar a que las mujeres y las personas homosexuales estén plenamente incluidas en los distintos grados del ministerio y, por tanto, sean parte proactiva del debate sobre la bendición de las parejas homosexuales.

Las Iglesias protestantes se han pronunciado en repetidas ocasiones contra toda forma de discriminación sexual y a favor de los derechos civiles. Por ello, en ocasiones han apoyado propuestas legislativas para el reconocimiento de las parejas de hecho y las uniones homosexuales. Son conscientes de que sólo un cambio legislativo de este tipo garantizaría elementos de justicia económica y reconocimiento social para las personas unidas por fuertes lazos de amor y vida compartida. El proceso de debate teológico en curso, como siempre con la verificación del consenso por parte de las comunidades locales, se ha centrado en la posibilidad de formas de bendición para las uniones reconocidas civilmente.

Pero, ¿qué significa dar o recibir una bendición? Ciertamente, hay un aspecto social que no se puede ignorar, que expresa el reconocimiento litúrgico de la vida en pareja del mismo sexo. En el matrimonio heterosexual, la promesa que se transmite en la liturgia es la de un vínculo duradero (deseando que sea para toda la vida) que tiene una apertura fecunda. En una bendición matrimonial, esto implica la posibilidad de procreación. ¿Debe entenderse entonces que la bendición de Dios excluye a toda aquella parte de la humanidad que no tiene hijos e hijas? Por supuesto, la fecundidad de la pareja no puede limitarse a la procreación, sino que es apertura al mundo y creación de un espacio social. La bendición de Dios es un elemento estructurador de la identidad de toda persona humana, una identidad relacional que va más allá de la diferenciación sexual.

Incluso la Iglesia luterana sancionó la posibilidad de hacer bendiciones de uniones de vida, subrayando el hecho de que en el campo de las relaciones humanas existe una multiplicidad de comuniones de vida, incluidas las homosexuales, vividas responsablemente y basadas en la voluntariedad, la continuidad y la confianza, hacia las cuales la Iglesia tiene responsabilidades pastorales que no puede eludir.

En las Iglesias valdense y metodista, el tema hizo su aparición como parte de un discurso global sobre la sexualidad. Sólo después volvió a tratarse oficialmente, pero entretanto habían surgido grupos de creyentes homosexuales en muchas ciudades, acogidos y apoyados por las Iglesias protestantes y sus pastores. Por ello, en 1994, un grupo de pastores y diáconos dio su opinión favorable a la declaración del Parlamento Europeo en la que se recomendaba a los Estados miembros que adoptaran una legislación adecuada para superar todas las formas de discriminación contra los homosexuales. La declaración del Parlamento Europeo fue duramente atacada por la Iglesia Católica y las Iglesias Evangélicas Pentecostales.

En 2007, las Iglesias bautista, metodista y valdense abordaron de nuevo la cuestión de la acogida de los homosexuales, pidiendo que se les acoja sin discriminación y que se apoyen iniciativas para el reconocimiento de sus derechos civiles.

La bendición a lo largo de la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, se configura como la promesa de la cercanía amorosa y solidaria de Dios pronunciada en una situación concreta de la vida de las personas. Es una palabra de gracia, que va unida, por un lado, al compromiso de la comunidad que bendice de orar para apoyar a la persona o personas bendecidas en su proyecto concreto de vida y, por otro, a la confesión de fe de la persona o personas que, al pedir una bendición, manifiestan su necesidad de la ayuda de Dios en su existencia y su confianza en el Señor. Las parejas homosexuales, al igual que las heterosexuales, desean compartir su vida con la persona amada, a todos los niveles, desde el espiritual hasta el material, desde el afectivo hasta el erótico-sexual. El deseo de ser reconocidos como pareja a nivel eclesial y social, además de manifestar un deseo de continuidad en el proyecto de vida, produce la expansión del amor en el mundo, al igual que las parejas heterosexuales.

La Iglesia valdense, abordando la cuestión, decidió así abrir la posibilidad de que las bendiciones de las parejas del mismo sexo se celebren en las Iglesias, incluso en ausencia de una legislación civil sobre las parejas civiles, como signo de protesta y profecía. De esta manera se trataba de mostrar expresamente que las palabras y la praxis de Jesús, tal como nos las testimonian los Evangelios, no pueden sino llamarnos a acoger toda experiencia y toda elección marcada por el amor como un don de Dios, vivido y elegido libre y conscientemente.

Hay que recordar que, en la teología protestante, el matrimonio no es un sacramento, sino un signo de que Dios nos acompaña en los grandes momentos de la vida. Por eso, la posibilidad de celebrar la bendición de una pareja homosexual no es sino una forma diferente de proclamar la gracia múltiple de Dios a todo ser humano.

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Al acercarnos a los textos bíblicos, en esta cuestión como en otras, no podemos tener una actitud ingenua o literalista. Las Escrituras no son para los protestantes un manual que da respuestas a las complejas cuestiones en las que nos debatimos como Iglesias y como creyentes. Al contrario, las Escrituras preguntan, inquietan, no pierden el norte: ¿estamos viviendo la libertad que se nos ha dado? ¿Qué uso hacemos de los dones y recursos que la bendición de Dios ha derramado sobre nuestras vidas? ¿Son las comunidades de creyentes lugares reconocibles por el amor y la acogida que en ellas se respiran?

Estamos llamados a vivir en plenitud, y reconocer y bendecir las alianzas, los pactos de amor entre las personas permite ampliar los espacios de paz, armonía y reconciliación en el mundo. Las Iglesias pueden realizar estos actos como acciones proféticas, para reconocer la justicia en un mundo en el que se ejerce una grave discriminación hacia personas gays y lesbianas. Al realizarlos, en cada caso, las propias Iglesias se evangelizan y transforman.

Por último, la identidad de género no puede fundamentarse ontológicamente. Toda reflexión apasionada sobre cuestiones de identidad de género es un laboratorio que nos permite tener más herramientas para construir con solidez nuestra capacidad de relación. Estamos llamados a ser plenamente humanos, a responder cara a cara de nuestra existencia ante Dios, pero el itinerario personal de cada persona, incluyendo la orientación sexual y los encuentros que nos permiten vivir el amor con profundidad, es una experiencia a descubrir a lo largo de toda la vida. Jesús no nos pide que nos quedemos dentro de una norma, sino que viene a buscarnos y nos sale al encuentro, a veces incluso de la manera más insospechada, en los lugares mismos de nuestro andar itinerante y peregrino.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF
(Remitido por el autor)

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