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“El cristianismo que avanza hacia la minoridad“, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Sábado, 30 de noviembre de 2024

IMG_8607Ya no hay religión, se habría dicho alguna vez. Y nunca esta afirmación ha sido tan pertinente como hoy, al menos en Europa. En 2023, en la Suecia luterana, la Iglesia nacional ha anunciado la venta de 1.500 edificios religiosos. ¿El motivo? “Ya no viene nadie”, admite con franqueza la obispa Eva Brunne. Es para pararse a pensar. En el país que durante siglos hizo del protestantismo una cuestión de Estado, hoy apenas el 2% de la población acude a la Iglesia los domingos.

Pero no creamos que se trata sólo de un problema protestante. En París, la ciudad de Santa Genoveva y San Luis, ya hay seguramente más musulmanes practicantes que católicos en 2024. Así lo indicaba un estudio de la Sorbona que hizo temblar a la cúpula de la Iglesia francesa. “Es como si asistiéramos al fin del mundo”, comentaba amargamente el cardenal Jean-Marc Aveline, arzobispo de Marsella.

Los números, ya se sabe, no suelen mentir. Y los relativos a la práctica religiosa en Europa son elocuentes. Según el Pew Research Center, en 1970, el 90% de los europeos se declaraba cristiano. En 2024, hemos bajado al 63%, y la curva sigue descendiendo. Pero la cifra más impresionante es otra: entre los jóvenes menores de 30 años, sólo el 25% se declara creyente. “Es la primera generación poscristiana de la historia europea”, argumenta la socióloga de la religión Grace Davie, de la Universidad de Exeter.

En Alemania, cuna de la Reforma protestante, las Iglesias se vacían a un ritmo asombroso. En 2023, 500.000 alemanes abandonaron formalmente sus Iglesias para evitar pagar el impuesto religioso. “Es un éxodo silencioso pero imparable”, comenta el teólogo Thomas Schirrmacher. En Múnich, donde antaño las procesiones del Corpus Christi paralizaban la ciudad, hoy el 45% de la población se declara «sin religión».

Conocemos los números y las proyecciones en España. Así que no me detengo en ello.

Hay quien lo llama “un cristianismo sin práctica”. Y aunque los bautizados siguen siendo un tanto por ciento hasta elevado con respecto a otros países de la Europa cristiana, ¿quién va a misa todos los domingos? ¿quiénes lo hacen? Nos hemos convertido en una nación de católicos no practicantes. Como si dijéramos que guardamos el carnet del club pero nunca vamos.

El fenómeno tiene raíces profundas, explicaba el profesor Philippe Portier, de la École Pratique des Hautes Études de París. No se trata sólo de secularización, sino de un cambio de paradigma. El europeo medio ha sustituido la trascendencia por la inmanencia, Dios por la autorrealización. Un diagnóstico que se confirma en las palabras del Papa Francisco: «Europa ha traicionado sus raíces no por modernidad, sino por cansancio espiritual».

Y aquí viene lo sorprendente, según se mire. Mientras las Iglesias se vacían, las mezquitas se llenan. En Londres, donde las iglesias anglicanas se están convirtiendo en pubs y restaurantes -76 fueron desacralizadas en 2023-, las mezquitas ya no bastan para albergar a los fieles de los viernes. «Es como si el islam llenara el vacío dejado por el cristianismo», observaba el historiador Niall Ferguson.

En Holanda, cuna de Erasmo de Rotterdam, hoy el 43% de los jóvenes menores de 25 años se declaran ateos, el 31% agnósticos y sólo el 26% creyentes en alguna forma de religión. «Es el fin de una era milenaria», comentaba el teólogo protestante Jurjen Zeilstra. Holanda se ha convertido en el primer país postcristiano de Europa.

Pero, ¿está todo realmente perdido? No según el filósofo canadiense Charles Taylor, que en su último ensayo «El futuro de la fe» propone una lectura más matizada: «No estamos asistiendo a la muerte de la religión, sino a su transformación. Los europeos no han dejado de buscar lo sagrado, sólo han dejado de buscarlo en las formas tradicionales».

Una tesis de la que se hace eco el Gran Rabino de Francia, Haïm Korsia: «Europa no se ha vuelto atea, sino espiritualmente anárquica. Busca a Dios en los cristales de la Nueva Era, en el mindfulness, en las prácticas orientales. Es como si hubiera perdido la brújula de la trascendencia».

Los datos más recientes del Eurobarómetro (2024) muestran que el 67% de los europeos sigue creyendo en «algo superior», pero sólo el 28% lo identifica con el Dios cristiano. «Es el triunfo del ‘hágalo usted mismo’ espiritual», comenta el cardenal Walter Kasper. «Cada uno se construye su dios a medida».

Las consecuencias de este terremoto espiritual ya son visibles en el tejido social europeo. En 2023, por primera vez en la historia, se celebraron en Francia más matrimonios civiles que religiosos. En España el 60% de los niños nacen fuera del matrimonio. En Irlanda, donde hasta hace treinta años el aborto era un delito, hoy el 70% de los jóvenes se declaran «no religiosos».

«Es como si Europa estuviera viviendo una segunda Reforma», afirma el teólogo Timothy Radcliffe, antiguo maestro general de los dominicos y recientemente creado cardenal por el Papa Francisco. «Pero esta vez no se trata de una escisión dentro del cristianismo, sino de un desapego del propio cristianismo».

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¿Y el futuro? Las proyecciones demográficas del Instituto de Demografía de Viena son no menos elocuentes: en 2050, si se mantienen las tendencias actuales, los cristianos practicantes en Europa caerán por debajo del 15% de la población. «Seremos una minoría», admite con realismo el cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo. «Pero quizá sea eso lo que necesitamos para redescubrir la esencia de nuestra fe».

El que viva, verá, como suele decirse. De momento, sólo podemos constatar que Europa, el continente de las raíces cristianas, que encarnó la cristiandad y que envió misioneros a todo el mundo, se ha convertido ahora ella misma en tierra de misión. Como escribió recientemente el historiador Tom Holland: «El cristianismo no está muriendo en Europa. Ya está muerto. Lo que estamos viendo es sólo el funeral».

¿Una conclusión demasiado pesimista? Tal vez. Pero como solía decir un viejo profesor de historia de las religiones: «Las civilizaciones son como los glaciares: se mueven lentamente, pero cuando cambian de dirección no hay fuerza humana que pueda detenerlas». Y Europa, nos guste o no, parece que ha cambiado ¿definitivamente? de dirección.

Fuente: Remitido por el autor.

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