San Andrés, Apóstol.
Andrés, que ya era discípulo de Juan el Bautista, se puso a seguir a Jesús cuando el precursor le seńaló como ‘Cordero de Dios’ (cf. Jn 1,35-40). Le comunicó a Pedro, su hermano, que había descubierto al Mesías (cf. Jn l,41ss). Ambos fueron llamados por Jesús a orillas del lago de Genesaret para ser ‘pescadores de hombres’ (Mt 4,18ss). Fue Andrés el que, en la multiplicación de los panes, indicó a Jesús al nińo que tenía los cinco panes y los dos peces (Jn ó,8ss). Junto con Felipe, Andrés le dijo al Nazareno que algunos griegos querían verle (Jn 12,20ss). Según la tradición, Andrés murió crucificado en Patras; por eso se venera su memoria de un modo absolutamente especial en la Iglesia griega.
En aquel tiempo, paseando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos: Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, que estaban echando la red en el lago, pues eran pescadores.
Les dijo:
+ Venid detrás de mí y os haré pescadores de hombres.
Ellos dejaron al instante las redes y lo siguieron.
Más adelante vio a otros dos hermanos: Santiago, el de Zebedeo, y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo, reparando las redes. Los llamó también, y ellos, dejando al punto la barca y a su padre, lo siguieron.
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Mateo 4,18-22
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Jesús se apresura, al comienzo de su ministerio público, a reunir a su alrededor algunos discípulos, a los que dirige una enseńanza completamente particular, porque quiere que sean sus seguidores y sus testigos. A su tiempo, después de la resurrección de Jesús, serán enviados a todo el mundo, a fin de que el Evangelio pueda seguir su curso hasta el final. Los Doce, de pescadores de peces, se convertirán en pescadores de hombres.
No se trata de un simple juego de palabras, sino de lo que el mismo Jesús les dice: ‘Ellos dejaron al instante las redes y lo siguieron’ (v. 19). Andrés, junto con su hermano Simón, fue uno de los primeros que escuchó la llamada de Jesús y le siguió con prontitud. Mateo otorga un relieve particular a la prontitud con la que Pedro y Andrés respondieron a la llamada de Jesús: ‘Y ellos, dejando al punto la barca y a su padre, lo siguieron’ (v. 20).
Un poco más adelante (v. 22), el mismo evangelista Mateo afirma que, en realidad, los primeros discípulos de Jesús no dejaron sólo las redes, la barca y su profesión, sino también a su padre. El seguimiento de Jesús, el auténtico que transforma la vida, no deja lugar a tergiversaciones ni concede descuento alguno: es, por propia naturaleza, radical y totalitario.
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ORACIÓN
¿Por qué, Señor, son tan pocos los que prestan hoy oído a tu voz? ¿Por qué disminuye cada vez más el número de los que están dispuestos a seguirte por el camino de la radicalidad evangélica? ¿Acaso se ha apagado tu voz entre nosotros? ¿O tal vez es menos perceptible tu presencia entre los jóvenes de hoy? żAcaso estás tan escondido que es casi imposible reconocerte presente y cercano a cada uno de nosotros?
Sin embargo, oh Señor, tú estás en medio de nosotros, vives a nuestro lado, nos acompańas de una manera discreta, pero real, por los caminos que recorremos.
Haz, oh Señor, que tu Palabra resuene más eficaz que nunca hoy para todos nosotros. Haz, oh Seńor, que tu presencia sea advertida y reconocida hoy más que nunca, sobre todo por los jóvenes. De este modo, el espinoso problema de la falta de vocaciones dejará de angustiarnos, porque todos nos abandonaremos a tu solicitud de pastor bueno.
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Ponerse en camino significa exteriorizarse, romper la costra del egoísmo, que intenta encerrarnos en nuestro propio ‘yo’.
Ponerse en camino significa dejar de girar sobre uno mismo como si fuéramos el ombligo del mundo y de la vida.
Ponerse en camino significa no dejarse encerrar en el círculo de problemas del pequeńo mundo al que pertenecemos. Por muy importantes que sean, la humanidad es más grande y es precisamente a esta humanidad a la que servimos.
Ponerse en camino no significa devorar kilómetros, atravesar océanos o alcanzar la velocidad supersónica. Significa, ante todo, abrirse a los demás, descubrirles, encontrarse con ellos
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Dom Helder Cámara
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En el hombre actúan múltiples fuerzas: conociéndolas, puede abarcar todas las cosas que hay a su alrededor -estrellas y montańas, mares y ríos, plantas y animales, y toda la humanidad que está cerca de él, y de este modo puede enriquecer su mundo interior. Puede amarlas, puede odiarlas y rechazarlas; puede ponerse contra ellas o bien tender a ellas y atraerlas hacia sí.
Puede actuar sobre el mundo que le rodea y modificarlo según su propia voluntad. Un variado fluctuar de alegría y de codicia, de aflicción y de amor, de calma y de excitación acompańa el ritmo del corazón.
Sin embargo, su fuerza más noble es ésta: reconocer que hay algo más elevado por encima de él, venerar este algo más elevado e insertarse en él. El hombre puede conocer a Dios por encima de él, puede adorarle y puede ofrecerse a sí mismo ‘a fin de que Dios sea glorificado’. Ésta es la ofrenda: que la sublimidad de Dios brille en el espíritu; que el hombre adore esta sublimidad; que no se detenga de una manera egoísta en sus propias posesiones, sino que las trascienda, que se comprometa a sí mismo a fin de que sea glorificado el excelso Dios. La fuerza más profunda del alma es su capacidad de ofrenda. Es en lo íntimo del hombre donde tienen su sede la calma y la limpidez de donde sube la ofrenda a Dios.
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Romano Guardini)
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