“Nuestro Dios en incómodo. Meditación ante Cristo Rey”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF.
Para que nos sirva, esta tarde, para meditar en este fin de año litúrgico.
Nuestro Dios es incómodo
Cerramos el año litúrgico con la página evangélica que parece poner fin a la experiencia terrena de Jesús. Sabemos bien que no es así, pero la percepción que tienen los líderes del pueblo es la de haberse liberado finalmente de un personaje inconveniente. Ignoran que, en realidad, será precisamente esa cruz la que iniciará todo, la que manifestará la potencia del amor de Dios e inaugurará el tiempo de esperanza eterna para cada hombre.
Sin embargo, Jesús sigue siendo un personaje incómodo, tanto ayer como hoy. El hecho de que en la Solemnidad de Cristo Rey del Universo se nos presente un Jesús sufriente y moribundo que nada tiene que ver con la pomposidad de la solemnidad de hoy, nos hace comprender qué tipo de cristianismo estamos llamados a profesar cada uno de nosotros. No una fe hecha de glorias, de exterioridad y de primeros lugares, sino una fe que hace capaz de donarse, de sacrificarse, de tener compasión, de saber perdonar y acoger. Vivir así la fe, dejarse interpelar por Jesús y su Evangelio es incómodo, y siempre lo será porque no tenemos un Dios cómodo ni acomodaticio, sino uno que prefirió la incomodidad de una cruz al consuelo de un trono. Y lo hizo por una sola razón: Amor.
El mayor poder del Rey del Universo es el Amor. Un Amor que Jesús nos enseñó llevando la corona de espinas en la cabeza y sentándose en el trono de la cruz. Es este Amor, más fuerte que la muerte, el que da sentido a nuestros días y que encontraremos esperándonos en el atardecer de la vida. Es este Amor el que continúa haciendo girar al mundo a pesar de nuestro egoísmo y codicia. Un Amor tan grande que nuestro pobre corazón por sí solo no puede sostenerlo. Por eso Amor es compartir, relación, encuentro con los demás. Si este inmenso amor de Dios no nos perturba en nuestras costumbres, en nuestro estilo de vida, no cambia nuestro modo de relacionarnos con la creación y con los demás, entonces seremos como el pueblo del Evangelio de hoy que “se quedó quieto” pasivamente.
Cuántas veces también los cristianos nos quedamos quietos y miramos, callamos ante las pequeñas o grandes injusticias de este mundo. Permanecemos impasibles ante la decadencia de la creación o ante las numerosas cruces de nuestra época, esperando que otros intervengan, resuelvan, se ocupen. Al contrario, con demasiada frecuencia somos los primeros en elogiar a la persona poderosa en cuestión, aquella de la que podemos beneficiarnos o que puede favorecernos de alguna manera, incluso en detrimento de los demás. Pero Dios siempre nos da una nueva oportunidad en la vida, siempre y hasta el final. Es significativo que el Evangelio nos informa que el primer santo que habitó el paraíso fue un ladrón. Hasta el final, Jesús nos enseña que no vino para los sanos sino para los enfermos, para aquellos que tienen la íntima conciencia de necesitar la misericordia del Padre.
También el hombre de hoy, por diversos motivos, está crucificado pero, precisamente a través de la cruz, tiene la posibilidad de encontrar a Jesús, igualmente crucificado. La cruz, entonces, se convierte en un instrumento para encontrar la mirada de Jesús, para poder sentirnos acogidos por esos brazos abiertos, incluso en el último momento de la vida. Todos nos vemos en el llamado “buen ladrón” y podemos, por tanto, hacer nuestra su oración: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino“. Sólo hay una manera de ser recordado por Jesús: amar. En varios pasajes del Evangelio, Jesús pronuncia una frase terrible hacia quienes quisieran entrar en su Reino pero no tienen derecho: “No os conozco“. Dios quiera o seguramente este no es el caso para nosotros. Al final de un año litúrgico estamos llamados a sacar conclusiones entre el Amor recibido y el Amor dado, a reflexionar si realmente hemos perdonado las deudas de nuestros deudores para merecer que el Padre las perdone igualmente a nosotros.
Nos preparamos para el Adviento. Hoy dejamos a un Jesús Rey del Universo y nos preparamos para la venida de un Niño Jesús, que no estará cómodo ni en el pesebre. Dejémonos perturbar por este Dios al que no le gusta la comodidad, para que podamos participar, cómodamente, en el banquete de su Reino.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
(Remitido por el autor)
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