“… La palabra de Jesús siempre se hace carne, en este caso en la persona de una viuda que se acerca, y aun siendo su situación histórica, religiosa y social parecida a la nuestra, ella sin dudar, sin pestañear, da todo. Realmente exagerado (..)
(…) Y Jesús la admira. Ellos dos no se conocían. Ella no es discípula, ni cristiana… ella es una mujer de pies a cabeza, que fiel a su conciencia, da todo al Templo cuyo Dios la excluye de casi todo por ser mujer, pero que suponemos, ella sabe, como Jesús, en el fondo de su entraña, que Dios no es como dicen aquellos que oprimen y aparentan…sino como dicen los profetas y los salmos…y se confía totalmente (…)
(…) Jesús, de nuevo nos pone a una mujer, pobre e insignificante, como modelo de discípulo. Mira que le gusta el tema, pero no se da cuenta de que esto no mola y que posiblemente va a acabar mal… pues sí, pero no se calla, porque hay tan poca gente que dice la verdad, que a los que la dicen les quitan de en medio. Caramba, que raro es el evangelio. ¿Y si lo contáramos así? No sé, tú, impresiona un poco. Me lo pensaré. Tal vez a los niños y jóvenes les gustaría saber como fue en realidad Jesús. Tendremos que buscar a algunas de esas “viudas” para que se lo cuente y les contagie de ese reino.”
En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo:
– “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.”
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a los discípulos, les dijo:
– “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.”
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Marcos 12, 38-44
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Dios es absolutamente más rico que nadie, porque es absolutamente el más pobre. No tiene nunca nada para sí, sino siempre para el otro. El Padre para el Hijo, el Hijo para el Padre, el Padre y el Hijo para el Espíritu Santo común. Pero tampoco el Espíritu tiene nada para sí, sino todo para el Padre y para el Hijo. Esto no es tampoco un egoísmo a dos o a tres, puesto que en Dios cada uno piensa verdaderamente sólo en el otro y quiere enriquecer al otro. Y toda la riqueza de Dios consiste en este darse y recibir el Tú.
La pobre viuda, que ha dado todos sus haberes, está muy cerca de este Dios. ¿Acaso no se puede decir que Dios ha echado todos sus haberes en el cepillo de las ofrendas del mundo, cuando nos dio a aquel hombre sin apariencia, escondido, apenas localizable en la historia del mundo, llamado Jesús de Nazaret?
¿No se puede decir que en este casi nada nos ha entregado Dios más que con el rico y gigantesco universo, puesto que así nos ofreció «todo lo que necesitaba para vivir», a fin de que nosotros, aunque él muriera, pudiéramos vivir de su vida eterna?.
*
H. U. von Balthasar, Tú coronas el año con tu gracia,
Encuentro, Madrid 1997.
En teoría, los pobres son para la Iglesia lo que fueron para Jesús: los preferidos, los primeros que han de atraer nuestra atención e interés. Pero es solo en teoría, pues de hecho no ocurre así. Y no es cuestión de ideas, sino de sensibilidad ante el sufrimiento de los débiles. En teoría, todo cristiano dirá que está de parte de los pobres. La cuestión es saber qué lugar ocupan realmente en la vida de la Iglesia y de los cristianos.
Es verdad –y hay que decirlo en voz alta– que en la Iglesia hay muchas, muchísimas personas, grupos, organismos, congregaciones, misioneros, voluntarios laicos, que no solo se preocupan de los pobres, sino que, impulsados por el mismo espíritu de Jesús, dedican su vida entera y hasta la arriesgan por defender la dignidad y los derechos de los más desvalidos, pero ¿cuál es nuestra actitud generalizada en las comunidades cristianas de los países ricos?
Mientras solo se trata de aportar alguna ayuda o de dar un donativo no hay problema especial. Las limosnas nos tranquilizan para seguir viviendo con buena conciencia. Los pobres empiezan a inquietarnos cuando nos obligan a plantearnos qué nivel de vida nos podemos permitir, sabiendo que cada día mueren de hambre en el mundo no menos de setenta mil personas.
Por lo general, entre nosotros no son tan visibles el hambre y la miseria. Lo más patente es la vida injustamente marginada y poco digna de los pobres. En la práctica, los pobres de nuestra sociedad carecen de los derechos que tenemos los demás; no merecen el respeto que merece toda persona normal; no representan nada importante para casi nadie. Encontrarnos con ellos nos desazona. Los pobres desenmascaran nuestros grandes discursos sobre el progreso y ponen al descubierto la mezquindad de nuestra caridad. No nos dejan vivir con buena conciencia.
El episodio evangélico en el que Jesús alaba a la viuda pobre nos deja avergonzados a quienes vivimos satisfechos en nuestro bienestar. Nosotros tal vez damos algo de lo que nos sobra, pero esta mujer que «pasa necesidad» sabe dar «todo lo que tiene para vivir». Cuántas veces son los pobres los que mejor nos enseñan a vivir de manera digna y con corazón grande y generoso.
1Reyes 17, 10-16: La viuda hizo un panecillo y lo llevó a Elías. Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor. Hebreos 9, 24-28: Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. Marcos 12, 38-44: Esa pobre viuda ha echado más que nadie.
La primera lectura tomada de 1Re nos presenta el caso de una viuda que comparte lo poco y único que tiene con el profeta Elías. El pasaje está ambientado en una sequía que el mismo profeta había pedido a Yavé para Israel. Ante una situación tan extrema, todo el mundo evita gastar lo poco que tiene como una forma de mantenerse aferrado a la vida. Eso es lo que ha hecho esta viuda. Sin embargo se ve «obligada» por el profeta a compartir con él aquello que solamente le proporcionará unas horas más de vida. Este gesto de la viuda tiene un final feliz: no faltó harina en la tinaja ni aceite en la jarra. Significa esto que cuando se comparte con generosidad lo poco que se tiene, parece que se multiplicara, y esa es una de las características principales del pobre. Donde más disponibilidad hay para compartir, donde más desprendimiento uno encuentra es entre los pobres; con toda razón se puede decir que los pobres nos evangelizan. Con razón están ellos en primer lugar en el corazón de Dios, no sólo porque es Él lo único que a ellos les queda, sino porque entre ellos, los signos de la presencia de Dios son más visibles; son ellos por medio de los cuales Dios se hace ver con mayor claridad en el mundo; ellos son el sacramento de Dios en el mundo y el testimonio permanente de cuán lejos estamos del proyecto de solidaridad y de la igualdad querido por Dios.
Nos encontramos en el reino del Norte. El país está pasando por una de las etapas más difíciles de su historia: la dinastía de Omrí ha ido dejando el país en la miseria; el último de los monarcas de esa monarquía, Ahab, gobierna veintidós años (nunca un largo gobierno es benéfico para ninguna institución, más frecuentemente termina por arruinarla), y también él ha hecho su aporte al desastre nacional: se casó con una extranjera: Jezabel, hija de Et-Baal, rey de Sidón, y acabó por adorar y rendir culto a Baal (1Re 16,29-31). Es fácil entonces imaginar el ambiente del reino en todos sus ámbitos: político, económico, social y religioso. El autor bíblico lo simboliza en una sequía que el profeta hace venir sobre Israel. En esa situación de extrema urgencia, el profeta hará ver que sólo Yavé es la salvación para el pueblo, y que esa salvación de la que está urgido el pueblo Dios la realizará con y desde los desheredados, con los pobres. En el Segundo Testamento vamos a encontrar esta misma realidad: Dios actuado en medio de los pobres, y con los pobres llama a la construcción de un orden de cosas distinto en donde los pobres parece que fueran los únicos capaces de aportar.
El evangelio de hoy nos presenta dos perícopas: la primera, todavía en conexión con la del domingo anterior sobre la declaración del mandamiento más importante o, mejor, los dos mandamientos más importantes. Jesús previene a sus discípulos para que no repitan el modo de ser de los escribas que se las dan de mucho cuando en su interior no existe ni amor a Dios ni al prójimo, sólo amor a sí mismos.
La segunda perícopa está más en consonancia con la primera lectura del primer libro de los Reyes. El dar implica renuncia, desprenderse no de lo que abunda y sobra, sino desde la misma escasez.
A Jesús, que observa cómo los fieles van pasando a depositar su ofrenda para el tesoro del templo, no lo ha impresionado, como al común de los observadores, la cantidad que cada rico ha depositado en el cofre de las ofrendas; sus criterios y parámetros de juicio son completamente diferentes a los criterios mercantilistas y economicistas que se basan en la cantidad, en el binomio inversión ganancia (costo beneficio se diría hoy).
A partir de esta imagen Jesús instruye a sus discípulos y en definitiva alecciona hoy a las iglesias. Esa viuda que a duras penas sobrevive, objeto de la caridad y del recibir, se mete a pesar de todo en la fila para dar, no desde lo que le sobra, y sin intención alguna de aparentar, todo lo contrario lo haría con cierto disimulo para que nadie viera la «cantidad» que depositó. Aún si pensáramos que ella también deposita lo que tiene con el fin de ser retribuida, y lo más seguro es que así fue porque ya la falsa religión había alienado su conciencia, aún admitiendo eso, no deja ser un caso aleccionador que Jesús no deja pasar por alto. Mientras los demás teniendo ya suficiente para vivir desean tener mucho más, para lo cual realizan la inversión que sea, esta mujer echa lo único que tiene y seguro lo ha hecho con amor, con toda seguridad no se atreve a pedirle a Dios le multiplique esa mínima cantidad, tal vez su único «interés» es que Dios no le falte con aquello con lo cual sobrevive.
Desde la óptica de Jesús, esta pobre viuda, representación de lo más pobre entre los pobres, salió del templo justificada; fue quien recibió un mayor don a cambio de su desprendimiento: la gracia divina, mas desde la óptica de un donante rico, esta mujer tendría muy poca, casi ninguna recompensa.
El reino que Jesús proclama no puede regirse por los mismos criterios de personas como los dirigentes de Israel; el reino se construye desde los criterios de la calidad y disponibilidad para aportar desde una genuina generosidad, desde las propias carencias, no desde lo superfluo.
Se necesita discernir continuamente nuestro comportamiento y actitudes con aquellas personas que dan generosas ofrendas a nuestros centros religiosos comparado con aquellos que ofrecen poco o definitivamente no tienen nada qué ofrecer, ¿quiénes son los de mayor objeto de nuestra «consideración» y aprecio? Seamos sinceros en esto y reconozcamos con humildad que las más de las veces nos sentimos muy a gusto con aquellos que dan más, que tienen más y mejores medios; y el evangelio… ¿dónde está?
La viuda del evangelio que hoy escuchamos simboliza aquella porción del Israel empobrecido, que entró en la dinámica de Jesús, que está dispuesto a dar, a darse, a entregarse con lo que tiene a la causa del reino del Padre. Esos que dedican tiempo desinteresadamente en nuestras obras nos evangelizan con su generosidad, y especialmente ellas que no escatiman nada para que la obra del reino continúe su marcha, ¿captan esas personas nuestra atención como aquella viuda a Jesús, y nos dejamos interpelar realmente por ellas? Leer más…
Jesús polemiza contra escribas de ley (que viven a costa de las viudas) y ricos de templo, que dan lo sobrante para dominar sobre el pueblo y defiende a una viuda , que no puede dar dinero pues no tiene, pero entrega su vida al servicio de los oros. Ella es, para Jesús, el verdadero sacerdote de la religión de Dios, que es la vida humana
| X. Pikaza
La perícopa anterior (Mc 12, 35-37) trataba de la relación entre el Mesías y el Hijo de David, una cuestión que interesaba a los escribas, quizá porque en su fondo había un tema de poder: si el Mesías era Hijo de David debía ser poderoso, y ellos, los escribas del rey mesiánico, participarían de su poder y prestigio, apareciendo como funcionarios regios.
Ese tema de poder emerge aquí de nuevo en el centro de la discusión: Los escribas (jueces, gobernantes, funcionarios de templo) no quieren el bien de los demás, sino el dominio propio. Ellos son representantes de un poder que lleva a la opresión de los más débiles (12, 38-40) y a la exclusión de una viuda, que entrega todo lo que tiene, para quedar así sin nada (corriendo el riesgo de morir) en las manos del Dios, en quien confía su existencia (12, 41-44).
Entre estos dos polos (los escribas hipócritas, ansiosos de dinero, y la viuda pobre que regala todo lo que tiene) sitúa Jesús a sus discípulos.
38 En su enseñanza decía también:
(a. Escribas y viuda) Tened cuidado con los escribas, a quienes gusta pasear con largos vestidos y ser saludados en las plazas 39 Buscan las primeras cátedras en las sinagogas y los primeros asientos en los banquetes. 40 Estos, que devoran las casas de las viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso.
(b. Ricos y viuda) 41 Y estando sentado frente al gazofilacio (=al lugar de las ofrendas), observaba cómo la gente iba echando dinero en el gazofilacio. Muchos ricos depositaban en cantidad. 42 Pero llegó una viuda pobre, que echó dos moneditas (leptá), que son dos cuartos. 43 Jesús llamó entonces a sus discípulos y les dijo: Os aseguro que esa viuda pobre ha echado en el gazofilacio más que todos los demás. 44 Pues todos han echado de lo que les sobraba; ella, en cambio, ha echado de su carencia, toda su vida [1].
Ésta es una discusión de Jesús con los “escribas de fuera” (representantes de un judaísmo de ley y dinero), pero también contra un un cristianismo que quieren edificar su propio templo en claves de poder, como muestran estos dos pasajes, que se encuentran entrelazados.
(a) El primero (12, 38-40), construido en forma de advertencia general, es una diatriba contra los escribas, que pretenden ser representantes del mesianismo de David pero que sólo buscan sus ventajas y su poder de grupo; no dan su vida, sino que viven del aplauso de los otros y devoran la casa de las viudas.
(b) El segundo (12, 41-44), que empieza con un gesto de limosna de una viuda, se expande como alabanza de esa viuda, que aparece como el signo más perfecto de Jesús a quien el texto anterior ha llamado señor de David (cf. 12, 37).
Jesús no es Señor porque tiene poder para imponerse (como el mesías que quieren los escribas) sino, al contrario, porque entrega todo lo que tiene, como esta pobre viuda generosa. En ambos pasajes el tema de fondo es la riqueza-honor y la palabra que los vincula es precisamente viuda (khera): los escribas «comen las casas de las viudas» (12, 40), mientras éstas (algunas viudas) ponen todo lo que tienen al servicio del templo (10, 42).
Diatriba contra los escribas
38 Tened cuidado con los escribas, a quienes gusta pasear con largos vestidos y ser saludados en las plazas 39 Buscan las primeras cátedras en las sinagogas y los primeros asientos en los banquetes. 40 Estos, que devoran las casas de las viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso.
Su signo distintivo es el deseo de prestigio, interpretado como poderío. Precisamente ellos, hombres del libro, han convertido su saber (leen la Escritura, interpretan la Ley) en fuente de dominio sobre los demás (en la línea del Hijo de David). Así aparecen como representantes de la imposición sagrada y expresan la patología de lo religioso, propia de un grupo que utiliza su prestigio sacral en beneficio propio. Su poder no es de tipo militar (no brota de las armas), económico (no proviene directamente del dinero) o administrativo, sino que deriva de su pretendida sabiduría (conocen el Libro) y de su apariencia religiosa, pues “oran” (dicen tener relación con Dios) para provecho propio [2].
Los escribas, un riesgo. Ellos forman uno de los centros de autoridad del nuevo judaísmo que va a nacer (aunque es muy posible que Marcos esté criticando también a unos escribas cristianos). Ellos son profesionales del libro, es decir, aquellos que debían estudiar bien la palabra para interpretarla en favor de los más pobres. A su lado se encuentran, formando el sanedrín o gran Consejo, los sacerdotes (profesionales del culto) y los ancianos (representantes de las grandes familias, especialmente los propietarios de la tierra).
En este momento, en el final de su gran enseñanza en el templo, Jesús se dirige a los escribas de Jerusalén, y de esa forma a todos los que tienden a convertir la ley (libro-religión) en principio de poder sobre los otros. Éstos son sus signos distintivos:
− Largos vestidos (stolais: 12, 38).No son nada en sí, no se sienten seguros por dentro y por eso necesitan crear una apariencia. Viven de fachada, enmascarados detrás de unas telas y adornos que sirven para distinguirse de los otros e imponerles su dominio. En ellos critica Jesús la mentira de un tipo de vestiduras que la Ley israelita (y las costumbres rituales de muchas iglesias, incluidas las cristianas) ha preceptuado para sacerdotes y ministros religiosos (no sólo cuando ofician en el culto, sino en la vida diaria). Jesús la condena como expresión de poder falso (en la línea de 7, 3-5).
− Saludos en las plazas (12, 38). La religión les convierte en funcionarios y así ellos, por oficio, la pervierten, haciéndola principio de autoridad pública: utilizan el Libro para representar su teatro de prestigios. Quieren ser superiores (y hacerse honrar) sobre las bases de un conocimiento religioso que utilizan para así imponerse sobre los demás. Es evidente que no viven para crear comunidad sino al contrario, para elevarse sobre ella.
− Las primeras cátedras (prôtokakhedrias) en las sinagogas (12, 39). Pasamos de la calle a la casa, de la plaza al recinto donde se reúnen los creyentes. También en ese espacio imponen su dominio los escribas, convirtiendo el lugar y tiempo comunitario de estudio y plegaria en medio para imponerse sobre los demás. Así buscan las primeras cátedras (que aquí son de enseñanza, pero que podrían ser y serán pronto de “episcopado”)para controlar o dirigir desde allí a los menos dignos o sometidos, imponiéndoles su ley.
− Los primeros asientos (prôtoklisias) en los banquetes (12, 39). Jesús invitaba a comer a los demás, en grupos fraternos, ofreciéndoles los panes y los peces de su grupo. En contra de eso, los escribas se aprovechan de su religión (su dominio del Libro) para comer a costa de los otros. No forman iglesia, no crean verdadera comunión, sino que emplean su pretendida superioridad para vivir a costa de los demás.
Estos signos desembocan en un mismo final: «¡Devoran las casas de las viudas con pretexto de largas oraciones!» (12, 40). El teatro de apariencias (vestidos, saludos, privilegios en sinagogas y mesas) se ha vuelto umbral de muerte para los pobres. Quien empieza aparentando como los escribas acaba destruyendo (matando) a los demás (poniéndolos a su servicio). Ésta es la iniquidad que 3, 29 interpretaba como blasfemia contra el Espíritu Santo (impedir la curación de los posesos) y 9, 42-47 como escándalo contra los pequeños (aprovecharse de ellos) [3].
Una religión al servicio de la muerte. De esa manera, los escribas de Dios, profesionales de la Escritura y de la oración, que debían ser fuente y principio de vida para los demás, se han vuelto buscadores de sí mismos y portadores de muerte para los “pobres”. Marcos había vinculado la oración con la misión salvadora (1, 35-39), la expulsión de los demonios (9, 29) y el perdón interhumano (11, 25).
En esos casos, el encuentro con Dios se explicitaba en forma de comunicación, creando una familia acogedora y abierta a los expulsados del sistema. En contra de eso, los escribas judíos (y quizá los cristianos que Marcos está criticando) utilizan la oración para servicio propio, se aprovechan de Dios para imponerse a los demás: devoran las casas de las viudas. Han pervertido la religión, son cueva de bandidos (cf. 11, 17) [4].
Hemos llegado al culmen de la anti-religión, al lugar donde el cultivo técnico y profesional de lo que parece divino (conocimiento del libro sagrado y manejo legal de la palabra) convierte a sus representantes en un tipo de locos perversos y peligrosos. Estos representantes de la religión son locos porque han construido su mundo a base de inversiones, de necesidades de apariencia: piensan que son (valen) únicamente en la medida en que lo muestran hacia fuera (vestidos), y por eso necesitan recibir la confirmación externa de su valía (saludos públicos). No son nada por dentro, carecen de verdad personal; lógicamente, para demostrar su aparente realidad, deben andar llamando la atención, buscando de esa forma el reconocimiento de los otros [5]. Leer más…
El evangelio del domingo anterior nos dejó en el templo de Jerusalén. Por delante de Jesús han ido desfilando autoridades religiosas, fariseos, saduceos, y un escriba que le preguntó por el mandamiento principal y terminó recibiendo un gran elogio de Jesús. Al parecer, ya no queda nadie importante a quien presentar. Sin embargo, falta el personaje más desconcertante: una viuda que no se interesa por Jesús. La primera lectura, tomada de la historia del profeta Elías, ayuda a entender y valorar la actitud de esta viuda.
Una viuda generosa y con mucha fe (1 Reyes 17,10-16)
En aquellos días, el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta, y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una viuda, que recogía leña. La llamo y le dijo: «Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.»
Mientras iba a buscarla, le grito: «Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.» Respondió ella: «Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda solo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.»
Respondió Elías: «No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: “La orza de harina no se vaciara, la alcuza de aceite no se agotara, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra.
Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.
Se trata de un relato muy sencillo, que recuerda a las leyendas sobre San Francisco de Asís (las “Florecillas”). Lo importante no es su valor histórico sino su mensaje. Destaco algunos detalles.
La pobreza de los protagonistas. En el mundo antiguo, las personas con mayor peligro de marginación y miseria eran las viudas y los huérfanos de padre, al carecer de un varón que las protegiese. En nuestro relato, esta situación se ve agravada por la sequía, hasta el punto de la mujer está segura de que ni ella ni su hijo podrán sobrevivir.
La fe y la obediencia de la mujer. Muchas veces, comentando este texto, se habla de su generosidad, ya que está dispuesta a dar al profeta lo poco que le queda. Pero lo que el autor del relato subraya es su fe en lo que ha dicho el Señor a propósito de la harina y el aceite, y su obediencia a lo que le manda Elías.
La categoría excepcional de Elías, al que Dios comunica su palabra y a través del cual realiza un gran milagro.
Teólogos presumidos y una viuda generosa (evangelio)
El relato tiene dos partes: la primera denuncia a los escribas; la segunda alaba a una viuda. Lo que las relaciona es la actitud tan contraria de los protagonistas: los escribas “devoran los bienes de las viudas”, la viuda echa en el arca “todo lo que tenía para vivir”.
¡Cuidado con los escribas!
En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo:
– «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.»
Los escribas eran especialistas en cuestiones religiosas, dedicados desde niños al estudio de la Torá. Tenían gran autoridad y gozaban de enorme respeto entre los judíos. Pero Jesús no se fija en su ciencia, sino en su apariencia externa y sus pretensiones. La descripción que ofrece de ellos no puede ser más irónica, incluso cruel. Forma de vestir (amplios ropajes), presunción (les gustan las reverencias en la calle), vanidad (buscan los primeros puestos en la sinagoga y en los banquetes), codicia (devoran los bienes de las viudas), hipocresía (con pretexto de largos rezos). Todo esto es completamente contrario al estilo de vida de Jesús y a lo que él desea de sus discípulos. Por eso los amonesta severamente: «¡Cuidado con los escribas!».
No es preciso añadir que los discípulos le hicieron poco caso y terminaron vistiendo como los escribas, exigiendo reverencias y besos de anillos, ocupando primeros puestos, y devorando bienes de viudas, viudos y casados. Por desgracia, de este evangelio no se puede decir: «Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia», aunque debemos reconocer que la situación ha mejorado bastante.
Elogio de la viuda
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echo dos leptas, que equivale a un cuadrante. Llamando a sus discípulos, les dijo:
– «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»
En la 1ª lectura y en esta segunda parte del evangelio tenemos personajes parecidos: una viuda y un profeta (Elías-Jesús). Pero la relación entre ellos se presenta de manera muy distinta. Basta fijarse en los siguientes detalles:
¿De qué hablan la viuda y el profeta? Elías y la viuda mantienen un diálogo, mientras que Jesús no dirige ni una palabra a la viuda. Cuando ve lo que ha hecho, no la llama para dialogar con ella, sino que llama a sus discípulos para darles una enseñanza. (La imagen inicial resulta engañosa porque coloca frente a frente a Jesús y a la viuda).
¿Qué hace la viuda por el profeta? La viuda entrega todo lo que tiene a Elías y trabaja para él; la viuda del evangelio no hace nada por Jesús.
¿Qué hace el profeta por la viuda? Elías hace un gran milagro para resolver el problema económico de la viuda; Jesús no le da ni un céntimo.
La enseñanza silenciosa de la viuda
Los relatos anteriores de Marcos (que no se han leído en las misas del domingo) hablan de una serie de personas y grupos que se presentan ante Jesús para discutir con él las cuestiones más diversas: de dónde procede su autoridad, si hay pagar tributo al César, si hay resurrección de los muertos, cuál es el mandamiento principal, etc. Al final aparece esta viuda, que no se preocupa de cuestiones teóricas ni teológicas, ni siquiera se interesa por Jesús; sólo le preocupa saber que hay gente pobre a la que ella puede ayudar con lo poco que tiene.
La viuda es un símbolo magnífico de tantas personas de hoy día que no tienen relación con Jesús, pero que se preocupan por la gente necesitada e intentan ayudarlas, sin considerarse ni ser cristianos. Pero es importante advertir que la preocupación de la viuda no es de boquilla, entrega todo lo que tiene.
Jesús, que no llama a la viuda para dialogar con ella ni pedirle que pase a formar parte del grupo de sus discípulos, nos puede servir de ejemplo para la actitud que debemos adoptar ante esas personas. No hay que intentar convertirlas a toda costa.
En el contexto de las desgracias provocadas por la DANA en Valencia, muchos voluntarios y voluntarias, que quizás no pisan ningún domingo la iglesia, nos han dado un magnífico ejemplo de preocupación por los más necesitados, como la viuda del evangelio.
“-¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos.”
Y es así, todas tenemos el gen “letrado”. El evangelio no deja de prevenirnos acerca de lo que ocurre cuando nos dejamos llevar por él. Marcos es especialmente insistente y nos dice de una manera muy clara que ni siquiera el hecho de ser de los colaboradores más próximos a Jesús nos evita el peligro.
Nos advierte que los primeros discípulos, e incluso el mismísimo Pedro,tuvieron grandes dificultades para comprender a Jesús y seguir su camino.
Pero al mismo tiempo salpica todo su evangelio de pequeñas chispas de esperanza, cada vez que nos dice que los discípulos no entienden, o cuando nos cuenta un episodio como el de Santiago y Juan y su deseo de ser los primeros. También nos va mostrando otros personajes secundarios que son capaces, en su debilidad, de encarnar las verdaderas actitudes del discipulado.
Hace unas semanas teníamos a Bartimeo, hoy nos presenta a una viuda pobre. Pero su pobreza no le impide ser generosa.
Se acerca al Templo no con lo que tiene, sino “con TODO lo que tiene para vivir”. De hecho, para algunas personas, más que generosa puede resultar exagerada, inconsciente. Dejando en la ofrenda del Templo esas dos monedillas de escaso valor no enriquece al Templo y sin embargo ella se queda en una completa indigencia.
Ciertamente es una actitud que se escapa de toda lógica humana. No es una actitud razonada ni razonable. Nada tiene que ver con los esquemas mentales. Es una realidad, pertenece al ámbito del amor.
Esa viuda pobre hace un gesto de entrega total muy parecido al del propio Jesús. Quizá por eso Jesús se siente profundamente vinculado con esa mujer anónima. Por eso la observa y le cuenta a sus discípulos lo que ha hecho.
La entrega de Jesús, su muerte en cruz, es tan paradójica como la gestión de estas dos monedillas. Ante nuestra razón su muerte podría haberse evitado. Sin embargo, esa muerte es el más bello gesto de amor. El más sublime y gratuito.
Oración
Ayúdanos, Trinidad Santa, a entrar en la lógica del Amor que es entrega y generosidad sin límites, sin razón.
Nos encontramos en los últimos versículos del c. 12. Jesús una vez más, enseña. A pesar de que el episodio que hemos leído se reduce a cuatro versículos, tiene una profundidad enorme. Es el mejor resumen que se puede hacer del evangelio. La parafernalia religiosa no tiene ningún valor espiritual; lo que importa es el interior de cada persona. Seguramente el relato fue en su origen una parábola que se convirtió en relato real.
Este simple relato deja clara la crítica de Jesús a la religión de su tiempo. Señala la diferencia entre religión y espiritualidad; entre cumplimiento y vivencia; entre rito y experiencia de Dios. Hoy seguimos dando más importancia a lo externo que a una actitud interior. A la religión sigue interesándole más que seamos fieles a doctrina, ritos y normas. Seguimos estando más pendientes de lo que hacemos que de nuestra actitud vital.
Queda claro el talante de Jesús. Hoy le hubiéramos dicho a la viuda: no seas tonta; no des esas monedas a los sacerdotes; tienen más que tú. Utilízalas para comer. Pero Jesús, que acaba de criticar los trapicheos del templo, descubre la riqueza espiritual que manifiesta la viuda y reconoce que a ella sí le sirve ese modo de actuar, porque es reflejo de su actitud con Dios. Alejada de todo cálculo, se deja llevar por el sentimiento religioso más genuino.
Muchos ricos echaban cantidad. Las monedas se depositaban en una especie de embudos enormes en forma de bocina, colocados a lo largo del muro. La amplia boca de las bocinas de bronce permitía lanzar las monedas desde una distancia considerable. Los ricos podían oír con orgullo el sonido de sus monedas al chocar con el metal. Lo que echó la viuda fueron dos monedas del más bajo valor. Hoy serían dos céntimos, cantidad ridícula.
Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. El comienzo “en verdad os digo” indica que lo que sigue es muy importante. La idea de que Dios mira más el corazón que las apariencias no es nueva en la religiosidad judía; se encuentra en muchos comentarios del AT. Jesús profundiza en la idea y se la propone a los discípulos como ejemplo de auténtica actitud religiosa. Esta es la originalidad de la propuesta.
Dio todo lo que tenía para vivir. Para captar la fuerza de esta frase final, debemos tener en cuenta que en griego “bios” significa no sólo vida, sino también, modo de vida, recursos, sustento; sería el conjunto de bienes imprescindibles para la subsistencia. Hoy nosotros podíamos emplear otros términos: “víveres” o “sustento”. Dio todo lo que constituía su posibilidad de vivir. Equivaldría a poner su vida en manos de Dios.
Jesús ya había llevado a cabo la “purificación del templo”. Sabemos su opinión sobre la manera como se gestionaba el culto y su crítica al expolio de los pobres en nombre de Dios para que los sacerdotes vivieran como reyes. El templo era el centro económico de todo el país, basada en la obligación de ofrecer sacrificios y de dar al templo el diezmo de todo lo que cosechaban, además de proponer encarecidamente donativos voluntarios. También era el lugar donde todos los judíos, incluso de la diáspora, guardaban sus bienes más preciados.
En contra de lo que solemos pensar, el evangelio nos está diciendo que el principal valor de la limosna no es socorrer una necesidad perentoria de otra persona, sino mostrar una verdadera actitud religiosa. La limosna de la viuda, a pesar de su insignificancia, demuestra una actitud de total confianza en Dios y de total disponibilidad. En nuestra relación con Dios no sirven de nada las apariencias. La sinceridad es la única base para que la religiosidad sea efectiva. No podemos engañar a Dios ni debemos engañarnos con acciones calculadas.
No se trata directamente de generosidad, sino de desprendimiento. Lo que el evangelio deja claro es que el egoísmo y el amor son dos platillos de la misma balanza, no puede subir uno si el otro no baja. Nuestro error consiste en creer que podemos ser generosos sin dejar de ser egoístas. Lo que Jesús descubre en la viuda pobre es que, al dar todo lo que tenía, el platillo del ego bajó a cero; con lo que, el platillo del amor había subido hasta el infinito. Si mi limosna no disminuye mi egoísmo, no tiene valor espiritual.
El evangelio de hoy, ni cuestiona ni entra a valorar la limosna desde el punto de vista del necesitado, porque lo que la viuda echó en el cepillo no iba a solucionar ninguna necesidad. Se trata de valorar la limosna desde el punto de vista del que la hace. Es una perspectiva que solemos olvidar, por eso nuestros donativos terminan valorándose según la repercusión bienhechora que tengan en los destinatarios de la limosna. Es un error.
La limosna de la que hoy se habla no es la que salva al que la recibe, sino la que salva al que la da. La diferencia es tan sutil que corremos el riesgo de hablar hoy de tanta necesidad acuciante y, por tanto, de la necesidad de hacer limosna para remediar esas necesidades. Hoy se trata de dilucidar si ponemos nuestra confianza en la seguridad que dan las posesiones o en Dios, que no nos va a dar ninguna seguridad.
La motivación de la limosna no debe ser remediar la necesidad de otro sino el manifestar el desapego de las cosas materiales y afianzar nuestra confianza en lo que vale de verdad. La cuantía de la limosna en sí no tiene ninguna importancia; solo tendrá valor espiritual si el hacerla, supone privarme de algo. Dar de lo que nos sobra, puede aliviar la carencia de otro, pero no tiene ningún valor religioso para mí. Mi limosna valdrá solo cuando me duela.
El que recibe una limosna puede estar necesitado de lo que recibe; en ese caso, la limosna ha cumplido un objetivo social. Ese objetivo no es lo esencial. El que recibe una limosna, puede aceptarla sin descubrir la calidad humana del que se la ha dado. O puede darse cuenta de que la actitud del otro le está invitando a ser también él más humano. Si esto segundo no sucede, es que la limosna como acto religioso ha fallado para el que la recibe.
El que la da, puede dar de lo que le sobra; o puede ser que se prive de algo que necesita. En el primer caso podía demostrar la renuncia al afán de acaparar y buscar en las riquezas la única seguridad que me tranquiliza. En el segundo, entramos en una dinámica de desprendimiento que expresa auténtica religiosidad. Un necesitado podría dar una limosna al que no la necesita. En ese caso, el objetivo religioso, del que la da, se cumple. A veces no damos limosna, porque pensamos que no va a utilizarse para remediar una necesidad.
Solo cuando das lo último que te queda, demuestras que confías absolutamente. El primer céntimo no indica nada; el último lo expresa todo, decía S. Ambrosio: Dios no se fija tanto en lo que damos, cuanto en lo que reservamos para nosotros. Un famoso escritor actual dijo en una ocasión: solo se gana lo que se da; lo que se guarda se pierde. La viuda, al renunciar a toda seguridad, pone de manifiesto la verdadera pobreza.
Imaginemos el inmenso Templo abarrotado de gente. Los sacerdotes paseando en grupos de dos o tres embutidos en sus magníficas vestimentas. Los doctores de la Ley luciendo sus ostentosas túnicas a franjas. Los ricos saduceos echando con estruendo sus monedas de plata en el arca del tesoro. El mármol del Templo brillando esplendoroso bajo los rayos del sol. Sus cientos de columnas de cedro sosteniendo los pórticos interminables y proyectando su sombra sobre los suelos enlosados del mejor mosaico… Todo rezuma grandeza y esplendor.
Y allí en medio, en claro contraste con el resto, hay una pobre viuda insignificante que pasa desapercibida de todos… menos de Jesús: «¿Veis aquella mujer?»… Nadie se había fijado en ella porque a los ojos del mundo era sin duda la última, pero a los ojos de Jesús era la primera… porque en el Reino todo es al revés.
Para el mundo el más importante es el que más tiene; para el Reino el más importante es el que más sirve. Para el mundo el primero es el más dotado; para el Reino el primero es el más necesitado. El Reino no se impone como los reinos del mundo, el Reino se siembra, y cuando cae en buena tierra da el ciento por uno. El Reino se construye de dentro a fuera; crece por la fuerza interior de la Palabra… desde dentro, por conversión, no por imposición; desde abajo, desde el servicio, no desde el poder.
El objeto primero del mensaje de Jesús es el Reino, o lo que es lo mismo, el reinado de los criterios de Abbá en el mundo; unos criterios de locos si los comparamos con los criterios que nos propone el mundo. Veamos:
Bienaventurados los pobres, los humildes, los misericordiosos, los que lloran, los que trabajan por la paz, los limpios de corazón, los perseguidos por defender la justicia… Antes de orar ve a reconciliarte con tu hermano… Si te abofetean la mejilla derecha, ofréceles la otra… Da a quien te pida… Perdona hasta setenta veces siete… Quien aspire a ser grande sea vuestro servidor, y quien quiera ser el primero sea vuestro esclavo… Haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os atormentan… No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, perdonad y se os perdonará, dad y se os dará… Todo cuanto quisiereis que hicieren con vosotros los hombres, hacedlo también vosotros con ellos…
…Y todo esto por construir; no somos así.
Como decía Ruiz de Galarreta: «El Reino no es huir de la realidad humana, sino dar pleno sentido a toda realidad humana. Por eso, el Reino no es esencialmente renunciar a nada, sino dirigirlo todo hacia ese fin. Ninguna dimensión humana está fuera de esta categoría esencial: medios para construir el Reino»…
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
El Evangelio de este domingo es un discurso de enseñanzas de Jesús en continuidad con diversas discusiones que ha mantenido previamente con la “gente de bien” del templo, con los “expertos en Dios”: fariseos y herodianos (12,13-17), saduceos (12,18-27), escribas (12,28-34). En este contexto se ubica la denuncia de Jesús contra quienes utilizan y manipulan la religión al servicio de su ego, sus intereses personales o corporativos y se aprovechan de las viudas.
No olvidemos que en una sociedad tan patriarcal como la de Jesús, las viudas representan uno de los colectivos más empobrecidos y excluidos de Israel por su doble condición: por ser mujeres y por carecer de un varón que las legitime socialmente, las proteja y mantenga. Teniendo en cuenta este dato podemos imaginar la fuerza de la denuncia de Jesús sobre la hipocresía y la corrupción de los escribas y el escándalo que supondría ante el satus quo del templo.
El texto presenta dos tipos de personas: unos hombres prestigiosos que se aprovechan de su situación de privilegio ignorando el sufrimiento de las viudas (escribas) y las mujeres pobres (viudas). Jesús no solo va a condenar a los primeros por sus prácticas manipulativas y corruptas, sino que va a ensalzar y poner como ejemplo ante los ojos de Dios y de los hombres la autenticidad y generosidad de la viuda pobre al compartir y no reservarse lo poco que tiene.
Pero antes de adentrarnos en el significado de este gesto es importante resaltar un detalle que se nos puede pasar desapercibido y que resulta enormemente significativo. Jesús pudo percibir la limosna de la viuda porque su lugar en el templo no era un lugar de privilegio, sino que se ubicó próximo al atrio de las mujeres, un lugar marginal. Este dato es muy importante ya que nos recuerda que donde y como nos situemos en la realidad nos permitirá descubrirla de una manera u otra. Desde los lugares de poder o privilegio, la realidad se percibe de forma muy diferente a como se descubre desde el lugar de la debilidad, la pobreza o la marginación.
Volviendo de nuevo al gesto de la viuda pobre que conmovió a Jesús, ella es símbolo de la entrega en totalidad, de la solidaridad no desde lo que sobra, sino desde lo que se necesita para vivir, de la autenticidad religiosa que es inseparable de la projimidad y de la generosidad con la vida, del compartir y compartir-se en totalidad, como huella de verificación de la experiencia creyente.
También como comunidades cristianas, Jesús nos invita hoy a interrogarnos sobre los lugares desde donde contemplamos la realidad, si son los del poder o los de la debilidad. Nos invita a hacernos conscientes de nuestros privilegios, de cómo los hemos conseguido y de qué hacemos con ellos. En definitiva si nuestra fe se parece más a la del escriba o a la de la viuda pobre del Evangelio. Nos recuerda que la cercanía y la amistad con quienes menos cuentan hoy en nuestra sociedad nos abre también no sólo a su carencia, que reclama justicia, sino a la solidaridad y la generosidad sumergida que habita también el mundo de los empobrecidos y empobrecidas.
En cada uno de nosotros vive un letrado, al que le encantan las reverencias, y una viuda pobre, a la vez vulnerable -una viuda pobre era el ser más desvalido en la Palestina del siglo I- y sumamente generosa. Y me parece que no será posible un crecimiento armonioso hasta que no reconozcamos a ambos habitando nuestro interior. El olvido de cualquiera de ellos distorsiona y confunde.
Si olvidamos a la viuda, viviremos seguramente en la impostura de la imagen, en una carrera interminable por lograr reconocimientos de todo tipo, que jamás lograrán saciar nuestra hambre, dado que la necesidad que late tras aquella búsqueda insaciable es como una cuba sin fondo: todo lo que recibe se termina escapando. Habremos olvidado nuestra vulnerabilidad y nuestra generosidad.
Ahora bien, por una parte, ignorar la propia vulnerabilidad nos lleva a vivir en la mentira, porque estamos desconociendo una dimensión inseparable de la condición humana. Solo quien se conoce y se acepta vulnerable puede abrirse a su verdad y ser capaz de compasión. Y, por otra parte, ignorar la generosidad -entendida como bondad- nos hace vivir desconectados de nuestro fondo, que es amor y entrega.
Me parece importante caer en la cuenta de que la ignorancia de esa doble realidad es consecuencia del miedo: tememos la vulnerabilidad y tememos entregarnos. En ambos casos, tememos “perdernos”.
Si, en el otro extremo, olvidamos al letrado, terminaremos igualmente en la impostura, alimentando tal vez una imagen ideal, que ignora necesidades y tendencias egoicas que anidan en todo psiquismo humano.
La sabiduría -de cuya mano vienen la paz, la alegría y el amor- requiere abrazar esas dos figuras en nuestro interior: por un lado, los movimientos egoicos que rompen nuestra imagen ideal; por otro, la bondad humilde y gratuita que constituye nuestra identidad.
Las dos lecturas de hoy están centradas en dos mujeres viudas pobres y débiles, pero de buen corazón y generosas.
01. – El relato de la generosidad.
Esta pobre mujer viuda del evangelio nos vuelve a recordar y situar en el espíritu de Jesús: una actitud bondadosa, humilde, generosa.
Dios Padre y Jesús aman a los pobres y débiles, sienten una profunda alergia al orgullo y prepotencia: Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos… (Lucas 2, 48.53: Magnificat).
02.- Mujer, viuda y pobre.
Llama la atención que Jesús ponga como modelo de comportamiento a una mujer, a una mujer pobre y a una mujer viuda.
En tiempos de Jesús, en aquel pueblo judío la mujer era prácticamente decir: “nadie”; porque una mujer pobre y viuda era el prototipo de la carencia de recursos y del desvalimiento. Una viuda en aquel tiempo, además de no tener nada, no era ni sujeto de derechos.
Esta mujer viuda echa en el cepillo del templo unos céntimos, una cantidad pequeña, pero echa todo lo que tenía para vivir. Los demás damos de lo que nos sobra. Esta mujer tiene un corazón grande: una generosidad sin límite…
03.- Algunas consideraciones:
Se podría decir que este relato de la viuda pobre es la “última palabra” de Jesús (unida al mandamiento del amor) en cuestión moral. Es como el “testamento moral” de Jesús. Y estas últimas palabras las pronuncia Jesús en el Templo, en el sancta sanctorum de Israel.
La conclusión que Jesús nos viene a decir es que el encuentro con Dios no pasa a través del poder cultual o institucional, sino a través del corazón pobre y sencillo, es decir del corazón generoso y abierto a Dios, como el de aquella pobre viuda.
Dios y Jesús acogen un corazón sencillo y humillado.
La moralidad cristiana no se mide por la cantidad, por el brillo o el éxito social, sino por el buen corazón, por la generosidad y el amor hacia todos, pero sobre todo hacia los humildes: “viudas, huérfanos y emigrantes”, además de los pobres, enfermos, etc.
Generosidad y cantidad no coinciden.
Al comienzo de su actividad pública Jesús había atacado duramente el mercado y tráfico comercial en el que había caído la religión, el templo y los sacerdotes. Jesús había desaprobado y criticado duramente la fanfarronería y prepotencia de los dirigentes, del clero y había criticado igualmente la mentira e hipocresía como “tono vital” en la que vivían los fariseos y la clase alta: los saduceos. Jesús ha intentado que los suyos desistan de sus pretensiones de ocupar los primeros puestos y de querer ser los más importantes. Ahora pone como ejemplo de cristianismo a esta pobre mujer viuda
Hace unos días terminaba en Roma el sínodo que había despertado tantas expectativas. Llama mucho la atención – que al finalizar el sínodo se diga que la cuestión de la mujer en la Iglesia -entre otras cosas- “no está madura”.
La pobre viuda, Magdalena, las mujeres que acompañaban a Jesús, Marta y María, la Virgen María vivieron hace dos mil años… ¿Cuánto tiempo se necesita para caer en cuenta de estas cosas? ¿O ya en la Iglesia no leemos en Nuevo Testamento? ¿O quizás en la Iglesia tenemos miedo al Evangelio? ¿O tal vez, tenemos miedo a las ideologías y grupos de poder que pululan en el seno de la Iglesia?
04.- Hoy también hay generosidad.
Gracias a Dios, también hoy en día hay personas que, parten el pan con el hambriento, que acogen, sirven, dan limosna, trabajo a un emigrante, etc.
La solidaridad con los damnificados de la catástrofe del Mediterráneo de estas semanas es un buen ejemplo de ello.
También hoy hay personas e instituciones que trabajan con una mentalidad más solidaria y menos consumista.
05.- Nosotros.
Revisemos un poco nuestra vida y analicemos cuál es nuestra actitud respecto de los bienes. ¿Qué uso hacemos del dinero? Somos generosos y desprendidos para con necesidades de todo tipo que hay en nuestro mundo, quizás en nuestra propia familia, enfermedades, paro, pobreza, misiones, etc…
Procuremos ser buenos y buenos cristianos, pero no tanto legal y cultualmente, sino más bien en la vida: seamos generosos en lo que somos y tenemos…
Comentario al evangelio del domingo XXXII del Tiempo Ordinario 10-11-2024
Jesús presenta el contraste entre dos personajes: los escribas y una viuda pobre
El “honor”, tan importante para los escribas en la sociedad judía, no cabe entre los valores del reino
Jesús hace una denuncia del comportamiento de los escribas: devoran los bienes de las viudas, mientras que una viuda pobre echa todo lo que tiene para vivir
El discipulado va en la línea de aquella viuda pobre que da lo que tiene para vivir porque su amor es efectivo, su solidaridad entrañable.
+ Guárdense de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa.
Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro; muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo:
+ Les digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuando poseía, todo lo que tenía para vivir.
(Marcos 12, 38-44)
Jesús enseña los valores del reino y lo hace con ejemplos fáciles de entender y que se evidencian en su entorno. En el caso del evangelio de hoy, Jesús presenta el contraste entre dos personajes: los escribas y una viuda pobre. De los primeros, hace una crítica fuerte: se pasean con amplio ropaje, quieren ser saludados en las plazas y ocupar los primeros puestos. Todas estas actitudes son las que garantizan el honor en la sociedad del tiempo de Jesús y, salvadas las distancias del contexto, siguen siendo actitudes que garantizan la importancia de las personas en la sociedad actual. Jesús mira todo eso con recelo. El “honor”, tan importante para la sociedad judía, no cabe entre los valores del reino. El valor importante es el de “servir” como Jesús se lo ha dicho a sus discípulos de tantas maneras. Además, Jesús hace una denuncia del comportamiento de los escribas: devoran los bienes de las viudas so capa de largas oraciones. No es ajena esta actitud tampoco en el tiempo de hoy frente a tantas estafas que, en nombre de Dios, hacen algunos predicadores y negociadores de la fe.
Pero volvamos al texto. Jesús después de reprochar esa conducta de los escribas, se sienta frente al arca del Tesoro del templo y hace un juicio crítico sobre lo que pasa allí: ciertamente, muchos ricos van y echan mucho dinero. Pero la viuda pobre(podría pensarse que es una de estas viudas estafadas por los escribas o las mujeres viudas que quedaban totalmente indefensas al morir su marido) echa todo lo que tiene para vivir. Jesús se refiere a la moneda de menor valor en aquella época y es esta la que mujer deposita en el arca. Con este contraste Jesús muestra el verdadero significado del compartir de bienes que en nuestro contexto podríamos interpretar cómo dar de lo que sobra o dar de lo poco que se tiene. En el primer caso, no hay una solidaridad efectiva. Si le sobraba es porque estaba acaparando algo que no le pertenecía o viviendo la dependencia del acumular y del tener, convencido que en ello está la felicidad. La verdadera solidaridad es la de la viuda que saber dar y darse, repartir y compartir. La solidaridad no se mide por el exceso de bienes dados sino por la capacidad de sentir con el otro su situación y hacerse solidario con ella.
Ahora bien, estos ejemplos no se refieren a temas a considerar sino a actitudes que han de vivir los discípulos de Jesús. A ellos se dirige al final del texto y les muestra con hechos reales en que consiste el verdadero discipulado. Ni honores, ni prestigio, sino servicio, en el caso de los escribas. Ni vanagloria por las muchas riquezas valiéndose, también de ellas, para ser alabado, en el caso de los ricos. El discipulado va en la línea de aquella viuda pobre que da lo que tiene para vivir porque su amor es efectivo, su solidaridad entrañable.
Si el domingo pasado el evangelio nos mostró que el escriba que dialoga con Jesús sabía que el primer mandamiento era amar a Dios y al prójimo, en este nos muestra que es la viuda la que no “sabe”, sino que “hace” y, en esto, consiste el verdadero discipulado. Las obras son las que dan testimonio de lo que somos, las que muestran que nuestro seguimiento sí está guiado por los valores del reino.
(Foto tomada de: https://www.dominicaslerma.es/home-2/rincon-para-orar/1797-el-obolo-de-la-viuda.html)
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