“Si las palabras crean mundos, las palabras de mierda crean un mundo de mierda”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
A propósito de las elecciones presidenciales en USA y del artículo de Juan José Tamayo -“El racismo en Estados Unidos, una enfermedad crónica”-.
Escribo esta reflexión a propósito, no tanto del interesante artículo de Juan José Tamayo titulado “El racismo en Estados Unidos, una enfermedad crónica”, sino más propiamente del tema del racismo en los Estados Unidos de América. Hace unos días publiqué en otra página web un artículo titulado “El fascismo eterno”. Recomiendo su lectura aunque sea un artículo mío.
Desafortunadamente, y como nos enseñan la lingüística y la neurociencia, las palabras no describen el mundo sino que lo crean. Es más, el relato del Génesis bíblico nos muestra que Dios llama al hombre a poner nombre al mundo y a lo que en él habita. Cuando dices algo, esa cosa “es“, “está“, es traída al mundo. Decir “criminal” o decir “animales” nombra un mundo y lo crean. Hablar de “trabajo forzado” y “pudrirse en prisión” hace que estas expresiones existan al presentarlas como realidades mundanas y posibles, de hecho, ya existentes.
La transgresión que se convierte en regla; el coro de voces cantando para cantar fuera del coro; la seguridad que se persigue a través del aumento de las armas en circulación y la incitación a su uso; salvar vidas humanas se convierte en un crimen; el victimismo como discurso de poder (según la moderna enseñanza de Donald Trump): todas estas, y más, son articulaciones homólogas a la anti libertad de los partidarios de la libertad.
La paradoja que, en lugar de negarlo, se alía con el sentido común es la paradoja que anula las laboriosas conquistas y las costosas adquisiciones de la especie humana y devuelve a sus individuos, uno a uno, a clichés ya obsoletos, a creencias enterradas, a orígenes ancestrales: el miedo al hombre negro; la segregación de los diferentes; el actual confinamiento de los colectivos LGTBQ; la responsabilidad de los poderes ocultos por cada dolencia; la defensa armada de espacios cerrados; la justicia sumaria y ejemplar en sujetos identificados por estereotipos; la deuda para la reestructuración del balance; la meritocracia de quienes no tienen curriculum; la inocencia de lo inerte. Además del conformismo de que “te jodan”, existe el conformismo de la paradoja. La lista de sus manifestaciones se puede hacer incluso más larga.
Quiero decir que seamos realistas: las palabras de mierda crean un mundo de mierda. Es el título de esta reflexión.
En un país civilizado, en una democracia auténtica y no sólo formal, en una modernidad racional e ilustrada, esto ciertamente no habría sucedido: ‘santificar un golpista como Donald Trump’. Y en cambio es hasta lo que ocurrió tras el ataque que sufrió. Porque la retórica dominante ha eliminado el hecho de que Trump era (y sigue siendo) un golpista, un antidemócrata radical, un soberanista y un racista, y no sólo en la propaganda de la espectacular verborrea electoral, sino esencialmente un fascista, pero con detrás de él, según las encuestas, hasta el 52% de los estadounidenses que evidentemente comparten su ideología.
En realidad, Estados Unidos no es (nunca lo ha sido realmente, excepto en la guerra contra el nazifascismo y en los movimientos juveniles contra la guerra en Vietnam o en favor de los derechos civiles) un país racional, ilustrado y liberal (bastaría con recordar a los asesinos de dos Kennedy y a Martin Luther King).
Sobre todo, nunca han sido un país verdaderamente democrático, incluso si quieren hacer creer a la gente que lo son, que son efectivamente la mejor democracia del mundo, un modelo y un faro para toda la humanidad. En nombre de su exportación, su modelo de democracia ha provocado los peores desastres de su y de nuestra historia reciente, desde la ex Yugoslavia hasta Irak, pasando por Libia y hoy apoyando militarmente el genocidio -o como queramos llamarlo- y el colonialismo israelí en Palestina, sancionado por la Internacional Tribunal de Justicia por ser contrario al Derecho Internacional, sin olvidar el apoyo estadounidense al golpe del fascista Pinochet en Chile en 1973).
Más bien -y no digo nada nuevo, pero tal vez sea útil recordarlo- es un país gobernado por las oligarquías del dinero y de la industria, por el complejo militar-industrial (el presidente Eisenhower ya lo había entendido en 1961), hoy por Silicon Valley, con el contorno de los fundamentalismos religiosos de una América donde incluso la fe se ha convertido en una industria para consumidores de bienes religiosos.
Un país imperialista -¿cómo podemos negarlo, con más de 800 bases militares repartidas por todo el mundo y el deseo, ahora, de crear efectivamente una OTAN global-, ciertamente no para defender la democracia, en todo caso para defender sus intereses y los de su economía? Un modelo que produce también de este modo siempre nuevos enemigos contra los cuales luchar.
Una vez que Donald Trump fue primero santificado, después resulto coronado como candidato en las próximas e inmediatas elecciones presidenciales por un partido republicano ahora indecorosamente arrasado por el fascismo/trumpismo, siendo Donald Trump el último oligarca en la larga historia oligárquica de Estados Unidos. “Tenía a Dios de mi lado”, dijo Donald Trump, describiendo cómo sobrevivió a un disparo en el oído. Y si fuera cierto habría que pensar que Dios también tiene algunos problemas si apoya y defiende a Donald Trump, demostrando así que ya no sabe distinguir el bien del mal, el bien del mal. Por supuesto, estoy ironizando. El asesinato siempre debe ser condenado y estoy feliz de Donald Trump siga vivo; pero lo digo para recordar que poner en tela de juicio a Dios es una antigua práctica de poder (del peor poder), y a Dios siempre se le echa mano cuando sirve también, por ejemplo, para su propia santificación: como precisamente para Donald Trump – y si el 52% de los estadounidenses se reconocen en él, significa que Dios siempre trabaja muy bien para la máquina de propaganda-.
En su discurso en la Convención Republicana también dijo, y lo ha repetido en diferentes ocasiones, que quería ser una figura unificadora -él que ha hecho de la violencia verbal y física su ideología- y que se postula “para ser el presidente de toda América, no de la mitad de América“, añadiendo que Estados Unidos debe ser “salvado de un gobierno fallido e incompetente“, porque “bajo la administración Biden, Estados Unidos se ha convertido en una nación en decadencia“. Olvidando que la decadencia ha durado mucho más y que se vuelve cada vez peor cuanto más crece la arrogancia del poder estadounidense y su incapacidad (por egocentrismo y narcisismo de identidad y por el deseo mesiánico de omnipotencia como verdadero y único pueblo elegido) para entender que el mundo ha cambiado. El candidato republicano se presenta como quien puede hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande cuando en realidad hasta puede ser sólo la expresión de la última etapa de este declive.
El oligarca Donald Trump está obviamente al servicio de la oligarquía económica y financiera, incluida la fósil, para la cual, como dicen, es más fácil imaginar el fin del mundo -y el nuestro- que el fin del capitalismo. Es decir, Donald Trump es una mezcla mortal -para la democracia y para la biosfera- de soberanismo, negacionismo climático, neoliberalismo, racismo, anarcocapitalismo, egoísmo/solipsismo del pueblo elegido, teocracia, oligarquía y no democracia (ni siquiera formal), soberbia y soberbia, belicista siempre y en cualquier caso – en fin (llamemos las cosas por su nombre) del fascismo.
Si esta es la América trumpiana (también muskiana) que nos espera, tal vez deberíamos abandonarla a su decadencia para salvarnos, es decir, evitando convertirnos en aliados de su arrogancia -la decadencia puede ser muy arrogante, la arrogancia de la voluntad de poder que se opone a su propia decadencia. Sabiendo, sin embargo, que si Donald Trump es un oligarca temporal, la de Musk y Silicon Valley es una oligarquía -y recordemos que la oligarquía, desde la antigua Grecia, siempre está en contra de la democracia; y por tanto la democracia, si quiere ser democracia, debe ser siempre antioligárquico- que ahora parece consolidado y aceptado por muchos. Es fascismo tecnológico. Mucho más peligroso que el fascismo político, que sin embargo siempre ha estado y está al servicio del capital y hoy del tecnocapitalismo.
Por lo tanto, tal vez deberíamos -como Europa- dejar a Estados Unidos a su suerte y participar en la construcción de un mundo diferente y, sobre todo, mejor. El problema es que nosotros, los europeos, también somos americanos.
Fuente: remitido por el autor
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