La vida futura es el opio del pueblo, es una mistificación que hace esperar del futuro un cambio que no se habría producido o por lo menos no se ha preparado en el presente.
La verdadera fe cristiana no es la fe en una vida futura, sino en la vida eterna, y si es eterna, sólo se necesita un momento de reflexión para comprender que ya se ha iniciado. Vivimos ahora, o no viviremos nunca.
*
Luis Evely, “Ese hombre eres tú” (1957), p. 58
***
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”
*
Mateo 5,1-12a
***
La meditación del bautismo de Jesús (Lc 3,21 ss) supuso para mí un intento de hacerme consciente del amor de Dios. Jesús baja al Jordán, al agua cargada con la culpa de las muchas personas que iban al Jordán a que Juan las bautizara. Mientras baja, se abren sobre él los cielos y Dios le promete: «Tú eres mi hijo amado, en ti me he complacido». También esta frase –que somos hijos e hijas amados de Dios- la escuchamos hoy de una manera suficiente en los discursos espirituales, pero lo más frecuente es que estas palabras nos resbalen. Son justas, pero no provocan nada. Siempre será un don el hecho de que estas palabras alcancen nuestro corazón de modo que se sienta realmente amado, sanado y cambiado por el amor […].
Experimenté en la meditación la realidad de este amor cuando referí la frase: «Eres mi hijo amado», precisamente en mi miedo, en mi oscuridad, en mi rechazo, en mi mediocridad, en las mentiras de mi vida. Sólo cuando referí a mi vida concreta la palabra que me dice que soy un hijo amado, me tocó en lo más profundo de mi ser y me proporcionó paz interior. Todos los discursos sobre el amor de Dios nos resbalarán si no llegan a tocar las experiencias de nuestra vida de cada día.
*
Anselm Grün, Abitare nella casa dell’amore,
Brescia 2000, pp. 50ss, passim).
Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua
Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: “No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios.” Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.
Después esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: “¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo: “Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén.”
Y uno de los ancianos me dijo: “Ésos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?” Yo le respondí: “Señor mío, tú lo sabrás.” Él me respondió: “Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.”
***
Salmo responsorial: 23, 1-2. 3-4ab. 5-6
Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R.
***
SEGUNDA LECTURA
1Juan 3,1-3
Veremos a Dios tal cual es
Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él, se purifica a sí mismo, como él es puro.
***
EVANGELIO
Mateo 5,1-12a
Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”
Yo he querido venir con mucha devoción, con mucho cariño, a esta celebración que se está realizando en la Iglesia de El Paisnal. Fue una invitación, una invitación, una iniciativa, de las queridas religiosas oblatas al Sagrado Corazón que, en colaboración convalientes catequistas y asesoradas por la pastoral de la Arquidiócesis, están manteniendo esta llama de la fe, en este difícil ambiente de Aguilares, de El Paisnal y de todos los cantones.Mi presencia aquí, quiere ser entonces, un apoyo a esta pastoral, a esta hora heroica, de quienes no se avergüenzan de la Iglesia en estas horas de prueba, como acaba de decir al Apocalipsis, “la gran tribulación”.
PALABRA DE ÁNIMO
Quiero ser mi presencia de pastor, junto a las religiosas y a ustedes, queridos catequistas, casi como la presencia del Padre Grande aquí muerto entre dos campesinos: Manuel y Nelson Rutilio. Aunque el Padre Grande, don Manuel y Nelson ya terminaron su faena, y ahora se unen a esa turba de los santos en el cielo, para que nosotros contemplemos -pastor y fieles miremos a través de estas tumbas, no sólo el Día de Difuntos, que se celebrará mañana, sino a los santos del cielo, la gran muchedumbre venida de la gran tribulación por los caminos de las Bienaventuranzas, que se acaban de proclamar en el evangelio. Para decirles, también, no sólo a las hermanas y a los catequistas, sino a los fieles, sobre todo aquellos que se encuentran un poco acobardados, miedosos, huyendo: que no tengan miedo, que vale la pena seguir estos caminos que no terminan en una tumba sino que se abren al horizonte del cielo.
Y vengo, queridos hermanos, para decirles en este ambiente donde la persecución, el atropello, la grosería de unos hombres contra otros hombres ha marcado de sangre y de humillación, a decirles el lenguaje claro de la Iglesia. Que no se confunda este lenguaje, este mensaje de esperanza y de fe de la Iglesia, con el lenguaje subversivo, con el lenguaje político de la mala ley, de los que pelean por el poder, de los que disputan las riquezas de la tierra, de los que hablan de liberaciones únicamente a ras de tierra, olvidando las esperanzas del cielo, de los que han puesto sus ilusiones en sus haciendas, en sus haberes, en sus capitales, en su poder; para decirles a todos, hermanos, que el lenguaje de la Iglesia no hay que confundirlo con esas idolatrías; y que los idólatras y los que le sirven a los idólatras no tienen por qué temer este lenguaje nítido, limpio de corazón, claro que la Iglesia predica. Leer más…
En esta fiesta cristiana de «Todos los Santos», quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.
Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.
Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.
Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.
No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.
Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.
Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua. Salmo responsorial: 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor. 1Juan 3,1-3Veremos a Dios tal cual es. Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que los «santos» en ella celebrados no se redujeran sólo a los del “mundo católico”, los santos de nuestro pequeño mundo, de la Iglesia Católica, sino a «todos los santos del mundo», a los santos de un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el todo, referido al todo), o sea, «universal». ¿No queremos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, según esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a los santos particulares de nuestra Iglesia, en ese libro? ¿Será que quienes figuran oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos»… o tal vez serán sólo una insignificante minoría entre todos ellos?
Es decir: pocas fiestas como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que fueron santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»… a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos ateos», a los que el pasaje de Mt 25,31ss pone en evidencia («cada vez que lo hicieron con alguno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron»).
Una fiesta, pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: sobre la santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene…?), y sobre el «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan -sin querer, desde luego- en «un Dios muy católico». Para algunos Dios sería incluso «católico, apostólico… y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho. Pudiera ser que, también… un poco… hecho «a imagen y semejanza» nuestra.
La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo con nuestros intereses… Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el Dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico» pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio (Hch 10).
Hoy nos parece todo esto tan natural, pero hace apenas 50 años que estamos pensando de esta manera -los años que hace que se celebró el Concilio Vaticano II-. En las vísperas de aquel Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange (avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía, con la mentalidad que era común en el ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay una diferencia infinita entre la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne et contemplation, Paris 1923, p. 64). Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75). Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi… sólo podrían considerarse héroes, no santos. No quedarían incluidos hoy en esta fiesta, según la visión católico-romana de aquellos tiempos preconciliares, porque «santos», sólo podrían serlo los buenos cristianos, ¡y católicos! Ésta es una de las tantas «rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.
La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»… En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba a las religiones, porque se consideraba que cada pueblo-raza-nación tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los judeocristianos, sino a «todos los pueblos», lo que equivale a decir: a todas las religiones.
Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos-. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.
Las bienaventuranzas comparten esta misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», de una religión, no es «religiosamente tribal». No exige ningún ritual de ninguna religión. Sino el «rito» de la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino… Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico»…
Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la santidad universal (y supra-religional, simple y profundamente humana); en y con las Bienaventuranzas como carta de navegación para nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida según el querer de Dios.
En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero –finalmente reconocido como «mártir» por Roma–; a la mística santa Teresa con el incomparable Ibn Arabí; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!»)… La manera de cambiar la vieja mentalidad «tribal», que también nos ha afectado en la concepción de la santidad, es practicar, conversar, manifestar la nueva mentalidad macroecuménica.
Dentro de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos como la mejor referencia el capítulo V de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, sobre el “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se solía pensar que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, que se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares, como que se les consideraba de alguna manera dispensados de tener que tender a la santidad. Leer más…
Según la tradición romana, Cristo ha redimido a todos los hombres, llevándolos sobre sus hombros del infierno al cielo, como muestra el Tragóforo de la Catacumba de Santa Priscila, en la línea del “símbolo romano” o de los apóstoles.
Tragos es el “macho cabrío”, representado por mitos y fiestas, condenas desde la India al País Vasco. En Israel están los machos cabríos del Yom Kippur de los que hablé con el otro día en RD y FB, interpretando la guerra judía. En el Pais Vasco está el Akarra danzante de los aquelarres (Akerra dantzan,astoa tamboliñe joten…). En Grecia está el Tragos de la tragedia, y pensamiento de occidente. En Roma destaca el Cristo Tragóforo (portador de cabras, salvador universal ) de la Catacumba de Priscilla.
Ésta es la mejor representación que conozco de la fiesta de Todos los Santos, representados por la cabra que Cristo lleva en hombros . Feliz fiesta a todos
| Xabier Pikaza
Este Cristo Tragóforo
de un lóculo del Arenario, de la Catacumba de Priscila (Roma, siglo III dC) ofrece el testimonio más hondo de salvación universal que conozco: Cristo no salva a la oveja para condenar a las cabras sino que acoge a ovejas y cabras, llevando a la “cabra” a cuestas, es decir, a toda la humanidad.
Cristo lleva en sus hombros a la “cabra perdida” (no a la oveja, cf. Lc 15, 4-7; cf. Mt 18, 12-14), esto es, a todos los seres humanos. Esta imagen transforma (en línea de salvación/religión universal) la sentencia de salvación/condena de Mt 25, 31-46.
Según esta imagen (que recoge la primera gran teología romana) todos los hombres se salvan (=son vivificados en Cristo: 1 Cor 15, 22.28), abriendo un camino de esperanza universal de cielo parala humanidad reconciliada. Esta imagen de tipo “gnóstico-ortodoxo” interpreta a la “cabra-caída” (perdida) como humanidad que Jesús ha tomado en sus hombros, para resucitar con ella, como afirma la liturgia cristiana de Pascua, de forma que en vez de un Cristo con la cruz a cuestas tenemos a un Cristo de amor y perdón con la cabra a cuestas
Introducción
Este Tragóforo, que lleva en sus hombros y salva a la oveja/cabra perdida,en el centro del conjunto ornamental más importante del Arenario de Priscila, ofrece un testimonio clave para entender el cristianismo.
— no sacrifica al animal que lleva en sus hombros (como el moscóforo griego, que lleva a la oveja al templo para sacrificarla al dios de turno),
— no sacrifica ni expulsa y condena al chivo expiatorio ni emisario del judaísmo de Lev 16), — sino que vive (y muere) al servicio de la cabra-oveja,– abriendo así un espacio de salvación para todos, ovejas y cabras.
– Ese Tragóforo, con su zurrón pastoril, tiene a su lado a las ovejas y cabras de Mt 25, 31-46, todas buenas, a la derecha e izquierda: — Ovejas y cabras se inscriben en el círculo sagrado de la Vida (paraíso), con los árboles crecidos de mostaza (Reino de Dios), donde anidan las aves del cielo (Espíritu Santo),en signo de salvación universal.
Nunca, que yo sepa, había presentado la iconografía una imagen más honda de salvación universal, una experiencia y tarea de liberación dirigida a todos; una tarea que deben asumir y realizar todos los cristianos. Por eso, los seguidores de Jesús han de ser igualmente “tragóforos”, portadores de la cabra, creando un espacio en el que puedan convivir (transformadas) ovejas y cabras, haciendo que este mundo sea un paraíso, es decir, un camino de transformación salvadora universal…
Éste es un signo cristiano, pero puede y debe presentarse, al mismo tiempo, como signo religioso universal (pues no tiene nada confesionalmente cristiano en sentido exclusivista, como mostré en mi tesis sobre los Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños. Mt 25, 31-46 (Sígueme, Salamanca 1985). 1. Jesús moskóforo y crióforo
Esta imagen del Cristo tragóforo es una imitación y transformación del moskóforo griego que acude al templo de Atenea o de otro dios, llevando en sus hombros el novillo para el sacrificio (moskos). Ese signo se ha universalizado en la forma de crióforo, portador de una oveja (o de una cabra) para el mismo sacrificio.
Así aparece desde tiempo muy antiguo, en Mesopotamia y en otras culturas de oriente, para desembocar en Grecia y Roma: Un devoto del Dios lleva en sus hombres una oveja, para ofrecerla en sacrificio. El animal (novillo, oveja) tiene que morir, para que los beneficios de Dios (de la Vida) se concedan en el templo al oferente.
Parece un animal feliz, pero le llevan al matadero religioso, para derramar y ofrecer su sangre al Dios, para que los devotos coman de su carne y así reciban su fuerza. Esa una imagen del devoto que lleva en hombros a la víctima para el sacrificio se encuentra en el fondo de muchas representaciones antiguas, donde el animal recibe un carácter sagrado, para ser sacrificado. Es una imagen piadosa, pero de piedad sacrificial y de violencia.
Pues bien, en contra de la visión pagana, el Cristo de las catacumbas no lleva novillo o al cordero para la muerte, sino todo lo contrario: Paro salvarlo de la muerte, para introducirlo en la gloria de Dios, es decir, en la Vida.
2. Cristo Orfeo
Del chivo emisario/expiatorio de la guerra judía (Lev 16) hablé el otro. Del aquelarre vasco o pirineo de Goya hablaré quizá otro. Aquí puedo aludir al chivo sacrificial de griegos o romanos, hasta la actualidad
En contra de lo que he dicho (matar animales para Dios) en la religiosidad del helenismo tardío, y de un modo especial a partir de los bucólicos (como Teócrito), el oferente no lleva al animal para matarlo en sacrificio, sino para salvarlo. Estamos ante el signo del hombre que ayuda a los animales (recordemos el motivo de Orfeo que toca la lira reuniendo en torno a sí a todos los animales).
En nuestro caso cristiano, el Cristo tragóforo de Santa Priscia aparece como Buen Orfeo, que no utiliza a los animales, no los mata para Dios (para sí mismo), sino que les libera de su mala animalidad, para integrarlos en la armonía cósmica de la Vida. Éste es el Cristo pastor bueno (de Jn 10) que da la vida por sus ovejas, que las lleva consigo, en sus hombros, a los pastos buenos, conforme al poderoso salmo del buen pastor (Sal 23 o 22).
3. Ni moskóforo, ni crióforo:
Jesús Tragóforo (bucóforo)lleva en sus hombros al macho cabrío La novedad de la Catacumba de Santa Priscila está en que Jesús, buen Pastor, vestido de patricio romano, no lleva en sus hombres un novillo (no es moscóforo), ni una oveja (no es crióforo), sino una cabra o, quizá mejor, un macho cabrío, de manera que podemos llamarle “bucóforo” o, quizá mejor, “tragóforo”, conforme a la imagen poderosa de Lev 16.
Lev 16 ha popularizado en el judaísmo y en la cultura moderna la imagen universal de los dos “chivos”. Uno es el “chivo expiatorio” al que el “buen” sacerdote debe matar, para limpiar con su sangre los pecados de todos los hombres y mujeres del pueblo. El otro es el “chivo emisario”, sobre cuya cabeza ha de cargar el sacerdote todos los pecados del pueblo, mandándolo al desierto de Azazel, en las “tinieblas exteriores”, condenándolo de así al exilio y a la muerte.
Pues bien, este Jesús de Santa Priscila no ha venido a matar a un chivo, ni a expulsar al otro, sino a cargar con todos los chivos (bucos, machos cabríos) del mundo, llevándolos en sus hombros, para salvarlos, porque su Dios es Dios de salvación, de transformación universal, de vida.
Parábola del Buen Pastor (Lc 15, 4-7; cf. Jn 10)
Desde ese fondo se entiende la parábola del Buen Pastor de Lc 15, 4-7 (que aparece también en Mt 18, 12-14, desarrollada por Jn 10). Ésta es una primera “lectura” de la imagen de la Catacumba de Santa Priscila. El mismo Jesús, Noble Romano (de la buena Roma), representante de Dios, ha venido a mundo para tomar en sus hombros y salvar a la oveja perdida. Pero la imagen dice más. Este Jesús tragóforo no ha tomado y puesto en su espalda a una oveja cualquiera (un cordero), sino que ha venido a buscar a la “cabra perdida”, identificándose de algún modo con ella. Ésta es la imagen suprema del “Dios que desciende” (o sube), introduciéndose en el centro de una realidad (humanidad) que corre el riesgo de perderse, no simplemente por ignorancia, sino incluso por maldad.
Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:
En la Fiesta de Todos los Santos, la lectura del evangelio recoge las bienaventuranzas. Es una forma de indicarnos el camino que llevó a tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia a la santidad. Resulta imposible comentar cada una de ellas en poco espacio. Me limito a indicar algunos detalles fundamentales para entenderlas.
Las bienaventuranzas no son una carrera de obstáculos
Muchos cristianos conciben las bienaventuranzas como una carrera de obstáculos, hasta que conseguimos llegar a la meta del Reino de Dios. Y la carrera se hace difícil, tropezamos continuamente, nos sentimos tentados a abandonar cuando vemos tantas vallas derribadas. «No soy pobre material ni espiritualmente; no soy sufrido, soy violento; no soy misericordioso; no trabajo por la paz… No hace falta que un juez me descalifique, me descalifico yo mismo.» Las bienaventuranzas se convierten en lo que no son: un código de conducta.
Las bienaventuranzas son ocho puertas para entrar en el Reino de Dios
El arquitecto de la basílica de las bienaventuranzas la concibió con ocho grandes ventanas que permiten ver el hermoso paisaje del lago de Galilea. Prefiero concebir las bienaventuranzas no como ocho ventanas, sino como ocho puertas que permiten entrar al palacio del Reino de Dios. Para entenderlas rectamente hay que advertir donde las sitúa Mateo: al comienzo del primer gran discurso de Jesús, el Sermón del Monte, en el que expone su programa e indica la actitud que debe distinguir a un cristiano de un escriba, de un fariseo y de un pagano.
A diferencia de los políticos, capaces de mentir con tal de ganarse a los votantes, Jesús dice claramente desde el principio que su programa no va a agradar a todos. Los interesados en seguirlo, en formar parte de la comunidad cristiana (eso significa aquí el «Reino de los cielos»), son las personas que menos podríamos imaginar: las que se sienten pobres ante Dios, como el publicano de la parábola; los partidarios de la no violencia en medio de un mundo violento, capaces de morir perdonando al que los crucifica; los que lloran por cualquier tipo de desgracia propia o ajena; los que tienen hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, como Jesús, que decía que su alimento era cumplir la voluntad del Padre; los misericordiosos, los que se compadecen ante el sufrimiento ajeno, en vez de cerrar sus entrañas al que sufre; los limpios de corazón, que no se dejan manchar con los ídolos de la riqueza, el poder, el prestigio, la ambición; los que trabajan por la paz; los perseguidos por querer ser fieles a Dios.
Pero las bienaventuranzas son ocho puertas distintas, no hay que entrar por todas ellas. Cada cual puede elegir la que mejor le vaya con su forma de ser y sus circunstancias.
Evitar dos errores
En conclusión, las bienaventuranzas no dicen: «Sufre, para poder entrar en el Reino de Dios». Lo que dicen es: «Si sufres, no pienses que tu sufrimiento es absurdo; te permite entender el evangelio y seguir a Jesús».
No dicen: «Procura que te desposean de tus bienes para actuar de forma no violenta». Dicen: «Si respondes a la violencia con la no violencia, no pienses que eres estúpido, considérate dichoso porque actúas igual que Jesús».
No dicen: «Procura que te persigan por ser fiel a Dios». Dicen: «Si te persiguen por ser fiel a Dios, dichoso tú, porque estás dentro del Reino de Dios».
Pero, al tratarse de los valores que estima Jesús, las bienaventuranzas se convierten también en un modelo de vida que debemos esforzarnos por imitar. Después de lo que dice Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante actitudes como la de prestar ayuda, no violencia, trabajo por la paz, lucha por la justicia, etc. El cristiano debe fomentar esa conducta. Y el resto del Sermón del Monte le enseñará a hacerlo en distintas circunstancias.
Las puertas y el palacio
Finalmente, no olvidemos que estas ocho puertas nos permiten entrar en el palacio y sentarnos en el auditorio en el que Jesús expondrá su programa a propósito de la interpretación de la ley religiosa, de las obras de piedad, del dinero y la providencia, de la actitud con el prójimo… Este gran discurso es lo que llamamos el Sermón del Monte. Limitarse a las bienaventuranzas es como comprar la entrada del cine y quedarse en la calle.
La muerte no es un cuento, ni una leyenda. Es una realidad con la que tarde o temprano tenemos que lidiar. Un día moriremos, eso seguro. Pero además mueren también nuestro seres queridos y cuando eso ocurre no sabemos qué hacer con su ausencia, no sabemos vivir el duelo, nadie nos ha enseñado a convivir con la muerte…
Por eso hoy os dejamos con esta oración de San Agustín, cada una puede leerla como si la hubiera escrito esa persona amada que falleció y que estos días tenemos presente.
No llores si me amas
No llores si me amas,
si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo.
Si pudieras oír el cántico de los ángeles
y verme en medio de ellos.
Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos; los horizontes, los campos
y los nuevos senderos que atravieso.
Si por un instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante la cual las bellezas palidecen.
¿Tú me has visto,
me has amado en el país de las sombras
y no te resignas a verme y
amarme en el país de las inmutables realidades?
Créeme.
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras
como ha roto las que a mí me encadenaban,
cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme,
sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón
con todas sus ternuras purificadas.
Volverás a verme trasfigurado, en éxtasis, feliz.
ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por
senderos nuevos de Luz…y de Vida…
¡Enjuga tu llanto y no llores si me amas! *
(San Agustín)
Esta fiesta puede tener un profundo sentido si la entendemos como invitación a la unidad de todos en Dios. No recordamos a cada uno de los humanos como individuos. Celebramos la Santidad (Dios), que se da en cada uno. No se trata de segregar a buenos de malos, sino de tomar conciencia de lo que hay de Dios en todos. El hombre perfecto no solo no existe, sino que no puede existir. El concepto de santo que arrastramos desde hace siglos tiene que ser superado. No refleja el mensaje de Jesús sobre lo que es Dios y soy yo mismo.
¿Cómo hemos llegado a ese concepto? El cristianismo se tropezó con la cultura griega y los ‘Santos Padres’ emprendieron la tarea de inculturación que trastocó el mensaje de Jesús. La razón griega trituró el mensaje que era vitalista. El Logos griego engulló el mito judío. Hoy conocemos el ideal de perfección griega. Los cristianos asumieron ese ideal. La ‘arete’ griega pasó al latín como ‘virtus’, que significa fortaleza, valor, perfección. El hombre perfecto era el ‘vir’ que se guiaba por la razón y no se dejaba llevar nunca por la pasión.
La propuesta del evangelio se convirtió en perfección griega que se vendió como propuesta evangélica. Pero la perfección griega es fruto de la razón y el evangelio no tiene nada que ver con la racionalidad. Desde entonces el santo era aquel ser humano que obraba siempre desde una fuerza de voluntad (vir-tuoso). Este sutil cambio tuvo consecuencias nefastas para la religiosidad posterior. El santo será para siempre el que actúa desde la racionalidad, que quiere decir desde el falso yo. Todo lo que haga o deje de hacer estará encaminado a potenciar su individualidad. Será una pura programación para conseguir un fin personal.
Digo todo esto porque la idea que hemos manejado de santo corresponde a esta influencia griega. Queda así explicada, no justificada, la racionalización del concepto de santo. Las dos consecuencias nefastas de esa postura las seguimos padeciendo hoy. Por un lado, sentirse superior y en la medida que alcanzo ese ideal de perfección, mirar a los demás por encima del hombro, considerándoles inferiores. Nada más alejado del mensaje evangélico. Por otro lado, en la medida que no consigo ese objetivo que me he propuesto, la necesidad de simular para que los demás me crean perfecto, cayendo en un fariseísmo deshumanizador.
Esta distorsión se culminó con la incorporación al cristianismo de la juridicidad romana. Durante muchos siglos quien canonizaba a los santos era la comunidad (pueblo de Dios), con criterios de humanidad. Después canonizó la Iglesia con criterios racionales: un proceso con abogados que defienden la perfección del candidato y la aportación de los preceptivos milagros bien justificados y el veredicto final de unos jueces. Así se explica que haya en los altares tantas personas que han llevado una vida programada perfecta. Muy cumplidores de todas las normas externas, pero con ninguna empatía con los demás seres humanos.
Es verdad que los evangelios ponen en boca de Jesús: Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. Pero ¿cómo es perfecto Dios? Cuando Dios dice: “sed santos porque yo soy santo”, no hace alusión a la condición moral. La perfección de Dios no se debe a sus cualidades. Dios es solo esencia, no hay nada que pueda no tener. Nosotros somos perfectos en nuestro verdadero ser, en lo que hay de Dios en nosotros. No hablamos de nuestras cualidades sino de Dios nuestra esencia, tesoro que llevamos en vasija de barro.
“Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Es un error garrafal el creer que podemos alcanzar la perfección evangélica con el esfuerzo personal. “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el Reino de Dios”. Jesús decía eso precisamente a los ‘perfectos’, a los que cumplían la Ley hasta la última tilde. Esta frase de Jesús es un aldabonazo contra la idea de perfección que seguimos manejando. Dios no valora el cumplimiento de una programación sino un corazón sincero, humilde y agradecido. Todo lo que somos lo hemos recibido de Dios.
Después de estas sencillas explicaciones, ¿qué sentido tiene hablar de “comunión de los santos”? Si pensamos que se trata de unas gracias que ellos han ‘merecido’ y que nos ceden a nosotros, estamos ridiculizando a Dios y al ser humano. Los dones de Dios no se pueden merecer ni almacenar. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito, nunca se puede merecer. Si tomamos conciencia de que en Dios todos somos uno, veremos con claridad que lo que cada uno puede vivir de Dios, lo viven todos y beneficia a todos.
Por la misma razón tenemos que aquilatar la expresión “intercesores”, aplicada a los santos. Si lo entendemos pensando en un Dios que solo atiende las peticiones de sus amigos o de aquellos que son “recomendados”, estamos ridiculizando a Dios. En (Jn 16,26-27) dice Jesús: “no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo hemos dicho hasta la saciedad: Dios no nos ama porque somos buenos, menos por recomendación, sino porque Él es amor y se da a cada uno de nosotros.
Se puede entender la intercesión de una manera aceptable. Si descubrimos que esas personas que han tomando conciencia de su verdadero ser, son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, pueden facilitarnos ese mismo descubrimiento, y, por lo tanto, acercamiento a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios a pesar de sus miserias, nos tiene que animar a confiar más nosotros mismos. Y no solo valdría para los que convivieron con ellos, sino para todos los que después de haber muerto, tuvieran noticia de su “vida y milagros”. Visto así, allanarían el camino para que creciera el número de los conscientes.
No os dejéis llamar maestro. No llaméis a nadie padre. Jesús dijo al joven rico: ¿por qué me llamas bueno? ¿Cómo habría respondido si le hubiera llamado santo? Pues nosotros no sólo santo, sino que nos atrevemos a llamar a un ser humano, santísimo. ¡Cuándo tomaremos en serio el evangelio! No somos santos cuando somos perfectos, sino cuando vivimos lo más valioso que hay en nosotros como don absoluto. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su causa. Todos somos santos, aunque muy pocos lo descubren y viven.
Las bienaventuranzas quieren decir que es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es preferible llorar que hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros mueran de hambre porque les hemos negado el sustento. Dichosos, no por ser pobres, sino por no ser egoístas. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no oprimir.
Para mí, tiene un profundo significado teológico que la fiesta de los difuntos esté ligada a la de todos los santos. Litúrgicamente ‘los difuntos’ se celebra el día 2, pero para el pueblo sencillo, el día de todos los santos es el día de difuntos, sin más. Con lo que hemos dicho tenemos datos para una interpretación en profundidad de esta fiesta. Si todo ser humano tiene un fondo impoluto, Dios tiene que amarnos precisamente por eso que ve en nosotros de sí mismo. No hay miedo a equivocarse. Todos nuestros queridos difuntos son santos.
::Comencé el evangelio de Mateo (Mt 5, 1-12): “En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y abriendo su boca, les enseñaba diciendo: ’Bienaventurados…’. ¡Ah sí, las bienaventuranzas!, este evangelio tan conocido, tantas veces escuchado: los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz…
Algo por dentro me frenó en seco. Volví a leer: “Bienaventurados los que trabajan por la paz”. Leí y releí estas últimas siete palabras. Respiré a fondo y seguí leyendo el texto… los perseguidos, los insultados y los calumniados.
Vivimos tiempos oscuros, tiempos violentos, como en otras épocas. Siempre lo mismo desde el principio de la humanidad. El ser humano ha sido y sigue siendo violento.
Lo que pasa es que ahora tenemos a nuestro alcance mucha más capacidad de violencia y, en cierto modo, se ha atravesado una línea roja peligrosa: la preocupante normalización de la violencia en todos los ámbitos.
Así lo dejo porque lo que realmente quiero es hablar de Paz.
Adentrémonos en la bienaventuranza que nos reta a ser incansables trabajadores por la paz y veamos qué se requiere para ser vehículos de paz en cada paso que demos en nuestro caminar por la vida.
Hemos de dejarnos hacer por el Espíritu como pobres, débiles y necesitados que somos aunque no nos lo acabamos de creer.
¿Qué quiere decir ser mansos? ¡Esta palabra ya ni se usa! y sin embargo necesitamos del sosiego, de la tranquilidad interior, de una actitud pausada; necesitamos silencio, soledad, oración que nos ayude a conservar la calma, la paciencia, la escucha…
El trabajo por la paz es duro, es peligroso, antes o después tocará llorar por las decepciones, por el sentimiento de no poder hacer más, por el rechazo, por la incomprensión de los otros. Sí, habrá abundancia de lágrimas.
El hambre y la sed de justicia forman parte de las características de quienes trabajen por la paz esa paz que no es individual, es una paz comunitaria, universal.
Quienes quieran trabajan por la paz habrán de tener entrañas de misericordia, se conocerán a sí mismo y por tanto serán misericordiosos con los demás: todos del mismo barro.
Serán limpios de corazón, sin telarañas que les perturben la visión del otro.
Se darán cuenta desde el minuto cero que habrá persecución por causa de la justicia, ya que su trabajo por la paz no gusta a los poderes del mundo.
Cuando lleguen los insultos, las persecuciones y las calumnias nada impedirá andar con la cabeza bien alta porque quienes se pongan en marcha por la paz saben a Quien siguen.
También Lucas (Lc 12, 35-38) habla de bienaventurados: “Bienaventurados aquellos criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos”.
Jesús sigue estando a nuestro lado y nos pone cerca a algunos que ya son bienaventurados. Se implicaron y trabajaron por la paz dejándonos su testimonio a través de sus vidas y sus palabras.
Traigo aquí a algunos que se tomaron muy en serio el trabajo por la paz:
El Papa Juan XXIII en su Carta Encíclica Paz en la Tierra (Pacem in terris) deja bien claro desde el principio los cuatro pilares donde se fundamenta la Paz para todos los pueblos: la verdad, la justicia, el amor y la libertad.
Gandhi, el profeta de la no-violencia, nos dejó un rotundo mensaje: “No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”.
La sencillez de Teresa de Calcuta nos lo pone fácil: “La paz comienza con una sonrisa”. ¿Fácil? Parece que sí, pero hoy se vive cada vez de forma más individualista, abiertos más a las relaciones por pantallas que a las personales. A veces no hay tiempo ni humor para una sencilla sonrisa.
También en el siglo pasado, Etty Hilesum*, una judía que acabó sus días en Aushwitz, dejó esto escrito sobre la paz: “Nuestra única obligación moral es la de cultivar en nosotros vastos espacios de paz e ir ampliándolos progresivamente, hasta que esa paz irradie a los demás. Y, cuanta más paz exista entre las personas, más habrá en este mundo en ebullición”. (*)Une vie bouleversée. Journal (1941-43) ed. Du Seuil, 1985, p.227).
Bienaventurados los que empezaron aquí el camino del reino, gozan ya de su recompensa en el cielo, donde han sido recibidos como hijos de Dios y, alegres y regocijados, ven a Dios.
Una existencia egocentrada gira en torno a los intereses del propio yo, por encima de cualquier otra referencia. Se caracteriza por el narcisismo y la apropiación –el yo no puede existir sin decir “mío”– y persigue el tener, el poder, el aparentar o, simplemente, su propio bienestar.
Tal programa de vida puede explicarse e incluso comprenderse a partir de factores psicológicos –carencias y vacíos afectivos– y socioculturales –“valores” dominantes en un ambiente determinado–, que tienden a encerrar a la persona en determinados mecanismos de defensa y, en último término, a mantenerla en la ignorancia básica acerca de su verdadera identidad.
La espiritualidad es un camino de comprensión –de liberación de aquella ignorancia radical– y, por eso mismo, de desegocentración. Una existencia lograda, adulta y plena, libre y feliz es una existencia desegocentrada, amorosa y servicial. La persona feliz es buena.
Las llamadas “Bienaventuranzas”, sin duda una de las páginas más sublimes y provocativas de la literatura espiritual, constituyen un “programa de vida” que señala el camino de la desegocentración y, en ese sentido, pone del revés los valores que, en gran medida, gobiernan todavía el mundo de los humanos.
Ahora bien, tal programa no se halla al alcance del yo. De hecho, lo que pretende es transcenderlo, pero no desde un imperativo moral, sino desde la comprensión que posibilita pasar de una consciencia de separación (egoica o egocentrada) a una consciencia de unidad (transpersonal, desegocentrada, fraternal y planetaria), permitiendo así salir de la ignorancia y vivir en la verdad de lo que realmente somos.
No se llama “dichoso” a algún yo que hubiera conseguido las metas propuestas, sino justamente a quien ha dejado de identificarse con él. La ignorancia nos mantiene en la identificación con el yo; la comprensión nos muestra nuestra verdadera identidad.
Las Bienaventuranzas no son, por tanto, un mensaje de felicidad para el yo. En realidad, el yo no puede ser feliz, porque su existencia –como la de todas las formas– se halla sometida a la ley de la impermanencia y a merced de sucesos que no puede controlar. Donde hay impermanencia, afirma un axioma básico del budismo, hay sufrimiento. Por eso tiene razón José Díez Faixat cuando afirma que “nadie es feliz; lo difícil es ser nadie”.
Es difícil porque estamos literalmente hipnotizados, tan identificados con el yo que nos resulta imposible entendernos a nosotros mismos sin ser “alguien”. Hemos ligado nuestra suerte y nuestra felicidad al carrusel del yo, con todos sus inevitables altibajos, olvidando que lo que realmente somos se halla siempre a salvo.
Pues bien, utilizando este lenguaje, la bienaventuranza que proclama “felices los pobres” está diciendo “felices quienes han comprendido que son nadie”, es decir, quienes no se identifican con su yo, porque han descubierto que, en su verdadera identidad, son vida.
¿Qué significa todo esto en la vida cotidiana? Que se abren ante mí dos caminos posibles. Puedo vivir en función del yo –instalado en la ignorancia–, dando así lugar a una existencia egocentrada que gira en torno a sus propios intereses. El resultado es el egocentrismo, la agresividad y la decepción cuando se frustran las expectativas y el sufrimiento debido a la no aceptación de la impermanencia.
O puedo reconocerme como vida –desde la que acojo e integro el yo– y, desde esa consciencia de unidad, me dejo ser cauce para que la vida fluya, buscando el bien de todos los seres.
El paso de la ignorancia a la comprensión –de identificarme ansiosamente con el yo a comprender que, bien mirado, soy “nadie”– modifica de manera radical el criterio que guía mi existencia: dejo de juzgarla de manera exclusiva en función de mis propios intereses –sintiéndome “feliz” o abatido, según las circunstancias respondan a ellos o los frustren– para empezar a mirarla desde mi (nuestra) verdadera identidad y desde el amor a los demás que brota de esa comprensión.
Y es aquí, en la práctica cotidiana, donde se verifica la verdad profunda de la bienaventuranza: si vivo para el yo, terminaré frustrado y vacío; solo cuando vivo desde la verdad de lo que somos –y el amor que nace de ahí– seré feliz aun en medio de circunstancias adversas. Porque la felicidad no estará puesta en lo que pueda sucederle al yo, sino en la certeza de que, en medio de todo lo que suceda, nuestra verdadera identidad se halla siempre a salvo.
¿Qué busco en el día a día? ¿Únicamente mi propio bienestar, por encima de todo, o el bien de las personas?
Estos dos primeros días de noviembre celebramos la fiesta de todos los Santos y el día de Difuntos, que probablemente son como dos caras de la misma moneda. Son días en que recordamos a todos los seres humanos que nos han precedido en la historia, que han construido la historia y gozan ya de la bienaventuranza, son bienaventurados en Dios.
02.- ¿Cómo entender estas cosas?
¿Qué pensar y creer acerca de todo esto?
Respecto del “más allá” conviene que apaguemos nuestra curiosidad. Saber del “más allá” en el sentido de ciencia, no sabemos nada, aunque esperamos mucho, lo esperamos todo.
Siguiendo a San Pablo, tal vez nos baste con saber que nuestro lugar es Cristo. Viviremos, seremos en Cristo. Acerca de cómo habrán de ser estas cosas, dónde serán, no sabemos nada. No podemos pretender hacer una descripción del futuro. La escatología, los novísimos no son un reportaje anticipado del futuro.
La escatología, los novísimos no son un reportaje anticipado del futuro. Acerca del final nadie sabe nada, sino solamente Dios. (Mc 13, 32).
Pensemos y descansemos en que el final es Cristo. La Escatología es la conclusión de la Cristología. Esta es la afirmación fundamental de nuestra fe y de nuestra esperanza: Cristo resucitado.
Viviremos en Cristo, seremos en Cristo.
03.- Fiesta es de esperanza:
“Todos los Santos” es una fiesta que alienta nuestra esperanza tanto por los que se han ido, como para los que también nos iremos.
El final -la finalización- de la existencia humana y de la historia está en Dios, que es un Dios de vivos y no de muerte.
Teilhard de Chardin decía que caminamos hacia el punto “omega”, hacia la cristofinalización.
04.- ¿Qué pensar y qué podemos creer y, sobre todo, que podemos esperar de la vida y de la muerte?
¿Cómo son estas cosas acerca de la muerte, del después de la muerte?
Vaya por adelantado que vivimos en una docta ignorantia.
Podemos pensar que todo el don escatológico, toda la salvación acontece en el tránsito de la muerte a la Vida.
No vemos nada, nunca en estas cosas se ve nada, pero tenemos la confianza del “hoy” estarás conmigo en el Paraíso. En la muerte nos encontramos -encuentro- con JesuCristo, con Dios. Al morir a este tiempo Dios Padre nos recoge; acoge nuestra vida, nuestra persona y nos devuelve la vida de alguna manera que, siendo honestos, hay que decir que no sabemos absolutamente nada. Nuestro lugar definitivo es Dios.
05.- ¿Qué pensar del purgatorio?
No pertenecen a la fe cristiana las categorías de tiempo y espacio.
No hay porqué pensar que después de la muerte haya un “lugar”, un sitio y un tiempo lo más parecido a una depuradora o, peor, a un campo de concentración donde purgamos y pagamos las últimas facturas pendientes de la vida.
Esto es puro aparato conceptual -puras ideas- que en ningún momento estuvieron en la fe de Jesús. No hay un sólo texto en la Escritura que justifique el purgatorio como lugar.
Dios no es un contable que no deja pasar ni una. Dios no es un sanguinario que no perdona absolutamente nada. Cuando Dios perdona por su hijo Xto., perdona totalmente. Dios no hace como nosotros: perdona pero no olvida. Cuando Dios perdona, perdona y no nos espera para que paguemos las últimas letras en el más allá.
El purgatorio como plenitud
Los seres humanos morimos con algunas dosis de mal y, al mismo tiempo, morimos sin haber realizado, sin habernos realizado en muchas facetas de nuestra personalidad y de nuestra vida.
Pero para solucionar esto no hace falta inventarse una sala de torturas: el fuego no tiene ningún valor de realización de la persona. Por el hecho de quemarse -suponiendo que hubiera un fuego- nadie mejora. El fuego no tiene ningún valor perdonador, ningún valor personal, ninguna realización.
En un sentido poético (místico) la llama de amor viva, que decía S Juan de la Cruz es la que nos llena la vida de calor y amor, pero no de castigo.
Podemos pensar que cuando una persona muere, cuando morimos nos encontramos con Cristo y con Dios y ese encuentro es suficientemente perdonador y realizador. De manera que el purgatorio no es un lugar, ni un tiempo, es un encuentro. Como el padre recibe al hijo pródigo: el purgatorio es eso: entrar en la casa del Padre, celebrar la fiesta, el banquete. Es de muy mal gusto y de peor corazón la imagen del purgatorio como si fuese un infierno en pequeño o un campo de concentración…
Así pues, podemos pensemos y esperemos que todo acontece en el momento de la muerte: cuando morimos, nos encontramos con Cristo y así somos purificados (purgatorio) y plenificados, (divinizados) salvados.
06.- ¿Qué sentido tiene la oración por los difuntos?
La oración por los difuntos tiene pleno sentido y se entiende en el momento de la muerte y en la vida de la comunidad cristiana: la familia, la comunidad, el pueblo, la parroquia, los amigos, los compañeros de trabajo oran y presentan al que ha muerto a Dios para que lo acoja en su casa: “recíbelo, Padre, junto a Ti y concédele ya el descanso eterno y la vida plena”.
Lo que no tiene tanto sentido es perpetuar esa oración por los difuntos. Muchas veces pensamos que cuantas más misas mejor, porque en el fondo es un desconfiar de Dios. Por eso muchas veces se ha vivido y hoy tampoco estamos libres de una mercantilización de las misas, de las indulgencias: ¿quién puede pagar una oración y comprar la salvación? Las misas y los sacramentos no se venden, ni se compran: las misas no se pagan. El dinero hace daño siempre y también lo ha hecho en estas cosas.
No pensemos, pues, que los difuntos por quienes se ofrecen muchas misas, bien por riqueza, bien su status político o eclesiástico: no pensemos que esos difuntos tienen la salvación más segura o más rápida que muchas personas anónimas, muchos seres humanos que mueren en la más absoluta soledad y abandono y no tendrán nunca una oración. Nosotros podremos hacer acepción de personas, pero para Dios todos somos iguales y todos llegamos junto a él por igual. Este estado de cosas entiende que la oración y las misas por los difuntos es como una cuenta corriente, cuanto “mayores cantidades”, mejor. (¿)
En la muerte, es bueno que recordemos a nuestros difuntos, es sano evocar su memoria, oremos con o a nuestros difuntos, pero, a partir de la muerte, recordemos y oremos ya recordemos y oremos a y con nuestros difuntos.
07. – Comunión de los santos
Algo de esto es la comunión de los santos. Una solidaridad en el recuerdo, en la fe, en la esperanza. Ellos son los que oran por nosotros.
¿Cómo la iglesia del cielo no va a orar por esta iglesia que peregrina por la vida? Nuestros padres, hermanos, amigos, compañeros oran por nosotros, nos recuerdan, nos animan a seguir hacia ti, morada santa.
08.- Esperanza.
Todo ser humano puede vivir y morir confiando y confiado en la bondad de Dios. Todos morimos en la misericordia de Dios. Dios nos salva a todos porque nos ama y porque para Dios no hay nada imposible. En esa vida de Cristo y con esa esperanza recordamos a esa muchedumbre inmensa de todo pueblo y nación, que han pasado por la gran tribulación de la vida y que han sido recibidos por Cristo en el que descansan y viven bienaventurados. Descansan en la paz del Señor.
Tengamos la esperanza de que viven junto a Dios celebrando ya la fiesta de la vida definitiva y en esa santa esperanza vivamos y, cuando nos llegue el momento, muramos en el Señor.
Cristianos Gays es un blog sin fines comerciales ni empresariales. Todos los contenidos tienen la finalidad de compartir, noticias, reflexiones y experiencias respecto a diversos temas que busquen la unión de Espiritualidad y Orientación o identidad sexual. Los administradores no se hacen responsables de las conclusiones extraídas personalmente por los usuarios a partir de los textos incluidos en cada una de las entradas de este blog.
Las imágenes, fotografías y artículos presentadas en este blog son propiedad de sus respectivos autores o titulares de derechos de autor y se reproducen solamente para efectos informativos, ilustrativos y sin fines de lucro. Por supuesto, a petición de los autores, se eliminará el contenido en cuestión inmediatamente o se añadirá un enlace. Este sitio no tiene fines comerciales ni empresariales, es gratuito y no genera ingresos de ningún tipo.
El propietario del blog no garantiza la solidez y la fiabilidad de su contenido. Este blog es un espacio de información y encuentro. La información puede contener errores e imprecisiones.
Los comentarios del blog estarán sujetos a moderación y aparecerán publicados una vez que los responsables del blog los haya aprobado, reservándose el derecho de suprimirlos en caso de incluir contenidos difamatorios, que contengan insultos, que se consideren racistas o discriminatorios, que resulten obscenos u ofensivos, en particular comentarios que puedan vulnerar derechos fundamentales y libertades públicas o que atenten contra el derecho al honor. Asimismo, se suprimirá aquellos comentarios que contengan “spam” o publicidad, así como cualquier comentario que no guarde relación con el tema de la entrada publicada.
no se hace responsable de los contenidos, enlaces, comentarios, expresiones y opiniones vertidas por los usuarios del blog y publicados en el mismo, ni garantiza la veracidad de los mismos. El usuario es siempre el responsable de los comentarios publicados.
Cualquier usuario del blog puede ejercitar el derecho a rectificación o eliminación de un comentario hecho por él mismo, para lo cual basta con enviar la solicitud respectiva por correo electrónico al autor de este blog, quien accederá a sus deseos a la brevedad posible.
Este blog no tiene ningún control sobre el contenido de los sitios a los que se proporciona un vínculo. Su dueño no puede ser considerado responsable.
Nuevos Miembros
Para unirse a este grupo es necesario REGISTRARSE y OBLIGATORIO dejar en el FORO un primer mensaje de saludo y presentación al resto de miembros.
Por favor, no lo olvidéis, ni tampoco indicar vuestros motivos en las solicitudes de incorporación.
Comentarios recientes