27.10.24. 30º dom.TO. Hijo de David, ten compasión de mí (Mc 10, 46-5)
Del blog de Xabier Pikaza:
Con un milagro de ciego había terminado la sección anterior del mensaje en Galilea (Mc 6, 6b-8, 26): Jesús había abierto los ojos de un hombre de Betsaida (quizá símbolo de Betsaida Pedro y de todos sus discípulos) a fin de que pudieran comprender el sentido de su Reino y seguirle en el camino (8, 22-26).
Ahora, al final de esta nueva sección (8, 27-10, 52), después de exponer los rasgos de entrega que supone el evangelio, ante la dificultad reiterada de sus discípulos, Marcos vuelve a presentar a otro ciego, curado esta vez en el camino (10, 4652).
Sin duda, ambas escenas (8, 22-26 y 10, 46-52) están entrelazadas. Los que quieran entender y seguir a Jesus han de pedir que cure sus ojos, como pidee Bartimeo a las afueras de Jericó donde Jesús ha entrado, para salir luego de modo inmediato, pasando a la vera del camino donde él se encuentra está pidiendo limosna
| Xabier Pikaza
(a. Un ciego). 46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!
(b. Maestro, que vea)49 Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: Animo, levántate, que te llama. 50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que recobre la vista.
(c. Curación y seguimiento). 52 Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino [1].
Ésta escena, rica de contenido, puede dividirse en tres partes. Es posible (muy probable) que en su fondo haya un recuerdo histórico, vinculado a la ciudad de Jericó y a un ciego llamado Bartimeo, a quien ayudó Jesús. Pero Marcos lo ha convertido en un “texto bisagra”, con el que termina esta sección de los anuncios del camino (8, 28-10, 50), para comenzar las dos nuevas secciones de la acción y pasión de Jesús en Jerusalén (Mac 11-13 y 14-15).
Siendo un “paradigma” (enseñanza de tipo universal), este pasaje recoge el recuerdo de un gesto muy concreto del fin del camino de Jesús, su último milagro (la resurrección de 16, 1-8 no será ya un milagro), en el que se condensan y culminan de algún modo todos los anteriores.
Este mendicante de Jericó representa a la humanidad entera, condenada a la ceguera, al borde de un camino de peregrinación que él nunca podrá recorrer subiendo a Jerusalén, pues no ve. Es la humanidad oscurecida, que vive de limosna al borde de una ruta santa que, para él, no lleva a ninguna parte.
Es un marginado, que vive (sobrevive) de pequeñas limosnas, pero está atento y se preocupa por saber quienes pasan, y de esa forma mantiene una esperanza. Quizá pudiera decirse que se encuentra a la espera del Mesías, que debe pasar por allí, como pasó Josué en otro tiempo (cf. Jos 6), para “conquistar la tierra”. Está en el fondo, a la espera de Jesús, que le “recupera” para el Reino.
10, 46-48 ¡Hijo de David, ten compasión de mí!
46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Pasar por Jericó (10, 46a). El comienzo del texto resulta, por lo menos, enigmático. Jesús y sus acompañantes llegan a Jericó donde no se dice si entran, ni el tiempo que permanecen, ni lo que hacen. El texto añade inmediatamente que, cuando salía de Jericó con sus discípulos, empezó a gritarle un ciego que se supone conocido (se le llama Bartimeo, el hijo de Timeo…), con el que sigue la escena del milagro (10, 46). Lógicamente podemos y debemos preguntarnos: ¿Por qué dice Marcos que Jesús entró en la ciudad? ¿Qué hizo allí? Se han dado dos respuestas básicas.
(a) Algunos suponen que una redacción anterior del pasaje debía recoger lo que Jesús hizo en la ciudad. En este contexto se suele aducir el Evangelio Secreto de Marcos donde se afirma que Jesús había entrado en Jericó, añadiendo: “Y estaban allí la hermana del joven a quien amaba Jesús, y la madre de éste y Salomé; pero Jesús no las recibió”.
La tradición recordaría, según eso, una escena de la entrada de Jesús en la ciudad, que ha sido ignorada por el texto actual de Marcos. Pero, como he dicho en la introducción al Comentario de Marcos introducción, ese “evangelio secreto” parece posterior, lo mismo que la referencia a un encuentro de Jesús con la familia del pretendido discípulo amigo de Jesús, sería un añadido tardío, para encuadrar las “escenas” de ese evangelio secreto (cf. comentario a 14, 51-52).
(b) Resulta más verosímil pensar que Marcos recoge simplemente la tradición según la cual Jesús y sus acompañantes pasaron en Jericó el día de sábado, como hacían muchos peregrinos galileos, que descasaban allí el día santo, para ponerse en marcha el primero de la semana (el domingo actual), muy temprano, para cubrir así los casi treinta kilómetros de fuerte subida y llegar a Jerusalén al comienzo de la tarde (¡sería en nuestro computo actual el Domingo de Ramos).
Ese descanso del sábado en Jericó era un detalle bien conocido, de manera que no era necesario destacarlo. Allí descansó, cumpliendo el precepto legal, con los demás peregrinos, pues nadie subía por el camino de Jerusalén en Sábado, pero a Marcos (preocupado de otra forma por el sábado, como hemos visto en 2, 23−3, 4) no le interesó conservar ese dato, por lo que se limita a decir que llegó a Jericó y que salió.
Sea como fuere, el “milagro” del ciego está situado precisamente en ese momento de “salida” de Jericó, en la última etapa del ascenso a Jerusalén, cuando Jesús recibe en su cortejo de Reino precisamente a este ciego (recuérdese que los ciegos son importantes en la “historia” religiosa de Jerusalén (como saben, desde perspectivas complementarias, 2 Sam 5, 8 y Mt 21, 14). Jesús, a quien acompañan sus discípulos, viene con la gente e inicia el último tramo, el último día, de su ascenso mesiánico (cf. 10, 32). Al borde del camino (para tên hodon) se encuentra Bartimeo, mendigo ciego, que le grita; la gente se lo impide diciéndole que calle (10, 46-48), pero Jesús sabe escuchar, como pronto indicaremos.
Un ciego a la espera (10, 46b-47a). No es sin más un ciego, sino un ciego sentado a la vera del camino que sube hacia Jerusalén. Todo nos permite suponer que está a la espera de alguien (¿el mesías?) que pase y le ayude. En ese sentido es un signo de todos aquellos a quienes el mismo Jesús ha de curar, para que vean y le puedan seguir en el camino.
Quizá podamos tomarle como signo de aquellos que deben superar sus cegueras anteriores, descubriendo a Jesús tras la pascua, en Galilea (cf. 16, 6-8 allí «le veréis, según os dijo»).
En ese sentido, el “milagro” de Bartimeo anticipa la historia de la pascua, cuando se dice que los discípulos podrán a Jesús de nuevo en Galilea, si van allí como les dicen las mujeres de la pascua.
Pero, al mismo tiempo, este milagro recuerda la historia del ciego de Betsaida (8, 22-26), con el que terminaba la primera parte de Marcos (1, 14−8, 26) y comenzaba la segunda (8, 28−15, 47), mostrándonos que sólo unos ojos abiertos podían descubrir el sentido y las implicaciones del camino de Jesús. Pero entonces la escena quedaba truncada. Jesús mandaba al ciego que se fuera, y el ciego se iba y Pedro no lograba mantenerse firme ante las exigencias del mesianismo de Jesús Hijo de Hombre (cf. 8, 18-.9, 1). Ahora, en cambio, este milagro adquiere un sentido muy positivo, pues el ciego bien curado sabe abrir los ojos y seguir con presteza a Jesús en el camino.
Evidentemente, este ciego no tiene por qué saber lo que Jesús ha ido diciendo en sus palabras anteriores. A la salida de Jericó, a la vera del camino pascual, está inmóvil y parece que no tiene más oficio ni esperanza que vivir como mendigo. Es enfermo, está ciego y vive a costa de aquello que le quieren ofrecer los peregrinos. La ciudad pascual se encuentra cerca, pero él no puede subir para admirar su santuario y orar con el resto de los fieles.
Su ceguera le tiene clavado al borde del camino, en la etapa final de la subida y del drama del Reino. Como he dicho, este ciego no conoce a Jesús, pero se puede suponer que está al corriente de lo que implica su camino, sea en la línea de las predicciones de la pasión (Jesús sube a Jerusalén dispuesto a morir: 8, 31; 9, 31; 10, 33), sea en la línea de una esperanza general, de tipo davídico-mesiánico. De esa forma, cuando se entera de que Jesús pasa, él confía y le grita por dos veces: ¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí! (cf. 10, 47-48).
Al invocarle así, como “Hijo de David”, en su ascenso hacia Jerusalén, este ciego le está confesando de algún modo como “Mesías”, en una línea que culminará precisamente cuando Jesús llegue (¡esa tarde!) a Jerusalén y sus acompañantes le aclamen diciendo: ¡Bendito el Reino de nuestro padre David! (11, 10). estamos en la mañana del “domingo” que precede al Sábado de Pascua (¡aquel año la pascua caía en sábado), y los peregrinos que inician la marcha muy temprano podrán llegar a Jerusalén antes de la caída de la tarde. De esa manera, esta escena, con la invocación del ciego, forma el primer acto de la “entrada en Jerusalén”, que empieza precisamente aquí, en Jericó.
Esta invocación (¡Hijo de David!) tiene, un tono mesiánico y proviene, paradójicamente, de un ciego al borde del camino. Sin duda, cuando luego le pedirá “que vea”, se puede suponer que está pensando en un “hijo de David” que tiene capacidad de “curar”, como Salomón, a quien la tradición presenta como Hijo de David y sanador.
Pero en este contexto, al final del camino de ascenso a Jerusalén, este título (Hijo de David) tiene un sentido claramente mesiánico, lo mismo que el de Roca, cuando dijo que Jesús era “el Cristo” (8, 29). Pero hay una diferencia esencial: PEDRO llamaba a Jesús “Cristo”, pero en el fondo quería aprovecharse de él e impedirle cumplir su camino, dando la vida por los otros; Bartimeo, en cambio, llama a Jesús “Hijo de David” para ver y seguirle en el camino. Marcos acepta aquí ese matiz del título “Hijo de David”, aplicándolo a Jesús; pero, después, en la gran controversia de 12, 25-37, lo rechaza, porque rechaza el mesianismo de poder, como veremos comentando con detalle ese pasaje [2].
Sea como fuere, Bartimeo, ciego de camino, no busca el reino de Jesús en sentido político/militar; tampoco quiere el poder, como lo acaban de buscar los zebedeos; ni está empeñado en defender su dinero, como el rico (cf. 10, 17-45), sino que reconoce su carencia propia (es un ciego), y sólo quiere ver, y para eso pide la ayuda de Jesús, en medio del gentío que llena el camino y que pasa, subiendo hacia Jerusalén. Si Jesús es de verdad “Hijo de David” tiene que abrirle los ojos, como se los abre, no para seguirle en un camino de toma militar de la ciudad (como el David antiguo: 2 Sam 5, 8-9), , sino de entrega de la vida, precisamente en Jerusalén.
Este ciego pide ayuda, pero la gente que acompaña a Jesús quiere que calle, que no estorbe. Piensan que Jesús ha de ocuparse de otros temas y problemas más urgentes, como se suponía en el caso de los niños (10, 13); piensan que en esta última etapa de subida a Jerusalén nada ni nadie puede estorbar a Jesús. Por eso los acompañantes piden al ciego que calle: ¡no estorbes! [3]
10, 49-52a. Tu fe te ha salvado
49 Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: Animo, levántate, que te llama. 50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que recobre la vista. 52 Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado.
Otros le piden o, mejor dicho, le exigen (emetimôn) que calle. ¿Por qué? Quizá porque les estorba y no quieren escuchar sus gritos.Pero es mucho más probable que le impidan gritar precisamente porque llama a Jesús abiertamente ¡Hijo de David!, en el sentido de pretendiente mesiánico. Jesús había mandado callar a Roca y a sus discípulos, cuando le dijeron que era el Cristo (8, 30). Es evidente que ahora esos discípulos tengan que impedir que este ciego grite de esa forma ante el paso de Jesús el Nazareno (ho Nadsarênos), nombre que puede tener connotaciones mesiánicas (como he puesto de relieve al estudiar Mc 6, 1-2 en mi comentario de Marcos).
Podemos suponer que le mandan callar precisamente porque invoca a Jesús como Hijo de David (nazareno), apelando de esa forma su “dignidad mesiánica”, en un momento de gran tensión (la última subida hacia Jerusalén). Pero es más probable que le manden callar porque piensan que su forma de invocar a Jesús no es la apropiada: ¡Jesús no debe ocuparse de un ciego, mendigo, impedido, en el camino! ¡Tiene otras cosas que hacer, otros problemas que resolver en esta última subida!
Sea como fuere, se trata de saber por qué sube Jesús a Jerusalén: A quienes debe abrir los ojos, quienes han de acompañarle de verdad! Para el ciego es evidente que él puede y debe subir, pues Jesús es ante todo aquel que puede abrir los ojos de los ciegos, para que descubran el camino y la forma de subir a la ciudad mesiánica, cosas que sus Doce discípulos no han logrado comprender, a pesar del milagro del ciego de Betsaida (cf. 8, 22-26) con el que había terminado la sección anterior. Éste es un ciego que cree en Jesús, Hijo de David, sin haberle visto. Por eso, en vez de callar, cuando más se lo piden, más grita pidiendo al Hijo de David “que tenga compasión de él” (10, 48).
Por eso, en contra de los que le impiden gritar, Jesús le llama, lo que significa que valora su fe y admite el título que le concede, viniendo a reconocer así, de un modo público (al menos en algún sentido), que es Hijo de David, como seguiremos cuando culmine la subida a Jerusalén que ahora están iniciando (cf. 11, 9-10).Sea como fuere, Jesús escucha al ciego y acoge su petición. Era malo el deseo de dinero y poder para seguir a Jesús (cf. 10, 22; 10, 35-45). Es bueno, en cambio, el deseo de ver, de ser persona, en el camino de Jerusalén.
Este ciego no pide ningún tipo de honor, de poder o de riqueza, sino simplemente que tenga compasión de él (eleêson me, Kyrie eleison; 10, 48). Por el contrario, los que quieren manipular el mensaje de Jesús, rodeándole, como guardaespaldas, intermediarios que definen lo que él puede y debe hacer, quieren acallar su voz, impidiéndole que grite [4]. Pero Jesús rompe ese círculo, llamando al ciego que le “declara” Hijo de David, para preguntarle: ¿Qué quieres que te haga? (10, 51). El ciego le responde: “Maestro, quiere recobrar la vista” (Rabbouni, hina anablepsô). Ya no le llama sólo Hijo de David, sino también Maestro, alguien que tiene una enseñanza superior, una doctrina de salvación.
Jesús, que sube a Jerusalén como Hijo de David, es el único Maestro, que sabe ver las cosas y puede ayudarle. Los otros sólo se ocupan de temas de dinero y de dominio; piensan que ya saben lo que quieren, y quieren en el fondo aprovecharse de Jesús para alcanzar así poder sobre su reino.
Este ciego en cambio reconoce que no ve, quiere que le abran los ojos y por eso se coloca en manos de Jesús, pidiéndole que alumbre su mirada. Tampoco los discípulos ven, no saben lo que implica el reino. Pero, a diferencia del mendigo, ellos suponen que conocen ya lo suficiente y por eso no piden ayuda a Jesús, sino que quieren imponerle su criterio. Los discípulos siguen a Jesús con ansia de poder, con un deseo de servirse de él, llamándole el Cristo (cf. 8, 29). Este ciego, en cambio, está dispuesto a convertirse en seguidor auténtico del Hijo de David que sube hacia Jerusalén; por eso, pidiéndole su ayuda, quiere que sus ojos (exteriores e interiores) puedan verle y conocer así su Reino.
Entendidas de esta forma, las palabras del ciego (¡hijo de David…!) su deseo (¡Rabbouni, que vea!) son la más honda confesión mesiánica, en la línea de aquello que después dirá con gesto de fuerte profecía la mujer del vaso de alabastro (14, 3-9). Ella ungirá a Jesús como mesías, al verterle su perfume; este ciego le ha nombrado mesías, al llamarle hijo de David y al pedirle su ayuda para ver (seguirle en el camino). Los discípulos siguen enzarzados en disputas sobre los primeros puestos.
Este ciego, en cambio, se pone en manos de Jesús, dispuesto a dejarse iluminar, recibiendo la ayuda del Maestro, para hacerse su discípulo. Por eso se despoja de lo poco que tiene, abandona su lugar de mendicante en el camino, arroja su manto de mendigo y corre hasta llegar al lugar donde está Jesús. El “milagro” está hecho: Jesús simplemente lo confirma, diciéndole: «tu fe te ha curado», su propia fe en el Hijo de David, a quien ha llamado Maestro y a quien ha pedido misericordia, para seguirle en el camino.
10, 52b. Y le siguió en el camino
Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino
Se ha acercado hasta la vera de Jesús, en sus manos se ha puesto, recibiendo allí la luz para sus ojos. Por eso, el texto continúa diciendo, de manera sorprendente: recobró la vista y seguía a Jesús en el camino. No pregunta nada, no busca más seguridades (posesiones, familia, algún tipo de mando). Jesús le ha dicho que se vaya (hypage; 10, 52a), pero él no se ha ido, no ha buscado su propio camino, sino que ha seguido a Jesús, viniendo a presentarse así como prototipo del creyente liberado, de aquel que ya no tiene más oficio ni ejercicio que acompañar a Jesús en el camino de Jerusalén que sigue estando marcado por la entrega de la vida.
El ciego no pide ningún tipo de autoridad o dominio sobre otros; simplemente ha querido ver, confiando en Jesús Nazareno, y así lo ha mostrado con su gesto de confianza radical, cuando Jesús dijo a la gente que le llamaran y la gente se lo dijo a él: “Confía, levántate, te llama” (10, 49). Hasta entonces había estado sentado, parado, al borde del camino, pidiendo limosna a la gente que pasaba (10, 46). Aquel lugar del camino era su única seguridad, su puesto de “trabajo”, su fuente de ingresos. Pero al oír que Jesús le llamaba arrojó el manto que le servía de asiento de día y de manta para cubrirse de noche (¡su única posesión!) y, dando un salto, poniéndose de pie (anapêdêsas), vino donde estaba Jesús (10, 50).
Esta ha sido su verdadera “resurrección”: Ha gritado a Jesús, llamándole Hijo de David, y, cuando Jesús le ha respondido, pidiéndole que venga, se levantó (egeire, resucitó: 10, 49) y, dejando todo, puesto de trabajo, limosna conseguida y manto, se acercó “desnudo” (sin nada) al lugar donde estaba Jesús. El rico de 10, 17-22 no había tenido el valor de dejarlo todo, pues tenía demasiado. Éste, en cambio, que tiene muy poco, ha dejado lo poco que tenía para venir así, desnudo de manto, hasta el lugar de Jesús (10, 50) y para seguirle después, sin posesión alguna, en el camino (10, 52)..
Jesús ha valorado la fe de este mendigo y le ha respondido diciéndole que vaya (hypage) y vea, viviendo en libertad, conforme a su deseo, pues su fe le ha salvado (sesôken se), de forma que puede caminar, siendo él mismo, sin seguir más atado de un modo pasivo a la vera del camino. No le ha dicho “estás curado”, sino “vete”. No le ha dicho “yo te curo”, sino “tu fe te ha salvado”. La misma “fe” ha curado a Bartimeo, que ahora puede “marchar”, hacer su vida, como le dice Jesús: ¡Vete…!. Pero él, en vez de marchar, se une a Jesús y le sigue, subiendo hacia Jerusalén (10, 52b), en un ascenso de su muerte [5].
Marcos no vuelve a hablar más de este ciego, como tampoco habla más del endemoniado de Gerasa (5, 18-20). Estos dos, con la mujer del vaso de alabastro (14, 3-9), son ya portadores privilegiados de la obra mesiánica de Jesús. De esa forma indican la fecundidad de su mensaje. No hace falta que volvamos a encontrarlos en la pascua (16, 1-8), pues forman ya una especie de pascua anticipada. Aunque los Doce discípulos hubieren fracasando, como veremos a lo largo de Mc 14-15, el evangelio sabe que hay otros que han seguido a Jesús de verdad, como Bartimeo ciego sanado que le acompaña hacia Jerusalén [6].
NOTAS
[1] Paradigma de discipulado. Los doce siguen a Jesús en camino equivocado de egoísmo mesiánico. Frente a ellos presenta Mc a un auténtico discípulo: un ciego que ha visto a Jesús como mesías de la misericordia y quiere alcanzar la vista externa para seguirle por dentro en el camino de la entrega. Hay al fondo un recuerdo histórico, un relato de milagro. Pero el texto es claro paradigma de discipulado, construido en oposición a los zebedeos del pasaje precedente. Además de comentarios (Marcus, Navarro, Pesch…), cf. V. K. Robbins, The Healing of Blind Bartimaeus (Mk 10:46-52) in the Marcan Theology: JBL 92 (1973) 224-243; S. Schlumberger, Le récit de la foi de Bartimée, ETR 68 (1993) 73-8; F. Williams, Followers 151-171.
[2] Sobre Jesús como “hijo de David” trataré en el comentario a 12, 35-37. Para un estudio del tema, cf. Ch. Burger, Jesus als Davidssohn, Vandenhoeck, Göttingen 1970, 91-106; W. Michaelis, Die Davidssohnschaft Jesu als historisches und kerygmatisches Problem, en H. Ristow – K. Matthiae (ed.), Der historische Jesus, Evangelische V., Berlin 1961, 317-330.Para comparer con Mateo, cf.. A. Suhl, Der Davidssohn im Matthäus-Evangelium: ZNW 59 (1968) 63-65.
[3] Allí donde Pedro, con los zebedeos y los Doce han fracasado, ha encontrado Marcos un testigo mesiánico que sabe dejarlo todo y seguir a Jesús, con ojos nuevos. Es un ciego, mendigo en Jericó, donde se inicia la última jornada que lleva hacia Jerusalén. Allí donde ignoran los zebedeos, apegados al poder religioso, el ciego sabe y pide: « ¡Ten compasión de mí!» (10, 47-48). Jacob y Juan querían sentarse en la gloria mesiánica, en deseo insaciable de dominio. Por el contrario, Bartimeo, sentado a la vera de un camino que no ve, busca compasión, llamando a Jesús por dos veces ¡Hijo de David! No le importa el dinero, ni busca poder, ni le preocupa la estructura del sacerdocio israelita.
Es un marginado del bordo del camino, pero sabe que el mesianismo (filiación de David) se expresa como misericordia. No llama al mesías de la victoria militar, sino al compasivo, al que se apiada de la gente
[4] Se ha creado en torno a Jesús un círculo de cortesanos (guardaespaldas o gorilas) que se creen con derecho para decidir lo que debe recibir y hacer (cf. 10, 13-16). Cuando alguien goza de dinero o fortuna le rodean de inmediato aduladores y aprovechados. Es evidente que Mc condena ese peligro en la iglesia de su tiempo (y en la posterior).
[5] Los zebedeos no habían comprendido la verdad mesiánica del desprendimiento radical. Éste la conoce, sabiendo que Jesús es Hijo de David por ser misericordioso. En cierto sentido hubiera sido más seguro y económicamente más rentable para él continuar sentado como invidente a la vera del camino. Pero ha querido arriesgarse: ha buscado la luz y ha encontrado en Jesús el camino que culmina en la entrega de la vida. Frente al Glorioso triunfador de los zebedeos, ha confesado este ciego su fe en el Hijo de David misericordioso, que no se sienta en trono alguno, ni pretende imponerse sobre nadie. Simplemente quiere ver para descubrir el camino mesiánico y seguirlo con Jesús.
Éste es el verdadero discípulo, alguien que funda su deseo en el poder de la misericordia transformante del que ha dado la vida por los otros. Culmina lo comenzado en 8, 27-9, 1. Jesús preguntaba: ¿Quién dicen los humanos que soy? ¿quién decís vosotros? Este ciego no necesita preguntar, sabe de verdad, reconoce a Jesús como Cristo de la misericordia y no le pide gloria sino vista (ojos nuevos) para recorrer su camino. Lo que ignoraba Roca y los zebedeos lo sabe Bartimeo.
[6] Éste es el discípulo perfecto, pues sigue a Jesús de verdad, en gesto de entrega (van subiendo hacia Jerusalén), y siendo ya capaz de ver (aneblepsen): anticipa así aquello que Roca y los restantes discípulos sólo podrán conseguir (¡allí le veréis!, opsesthe) cuando vuelvan tras la pascua a Galilea (16, 7). Este mendigo es el creyente verdadero, es la expresión de validez del camino histórico de Jesús. Todos los demás suben sin conocerle, acompañan a Jesús para dejarle luego, como indicará Mc 14. Sólo este mendigo ciego, con las mujeres que después encontraremos en 15, 40-41, sube a Jerusalén de una manera positiva, preparando y de algún modo disponiendo el encuentro pleno de la pascua.
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