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Domingo, 27 de octubre de 2024
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Oasis de Jericó
en la vega del Jordán;
todo luz, todo verdor,
todo rumores de aguas,
todo un regalo de Dios.

¡Y tú, ciego Bartimeo,
de oscura y seca pupila,
sin poder captar el vuelo
de aquella luz tamizada
de un limpio sol mañanero!

Si una vez dijo un poeta
que no hay en el mundo nada,
tan inhumano y cruel,
como ser ciego en Granada,
habrá que añadir también
que ser ciego en Jericó
es ser ciego en un Edén.

¡Pobre ciego Bartimeo,
pidiendo junto al camino,
limosna a los pasajeros!
¡Qué suerte aquella mañana,
cuando al pasar el Señor,
algo se encendió en tu alma
para poderle gritar:
Jesús, quiero ver el sol,
y, sobre todo, tu cara!

Era tu fe quien gritaba,
ya no te importaba ver
la luz y el correr del agua,
sólo gritabas muy fuerte:
¡Jesús, hijo de David,
que pueda yo ver tu cara!

Y cuando oiste su voz
y oiste que te llamaba,
allí tu manto voló
sobre el polvo del camino,
para así correr mejor.

La luz se posó en tus ojos,
de oscura y seca pupila,
y pudiste ver el rostro
del que es la Luz que ilumina
al hombre que al mundo llega.
Y te lanzaste al camino…
¡Camino que guía y lleva!

 *

José Luis Martínez SM

El ciego Bartimeo (Mc 10. 46-52)

***

ciego

***

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:

“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.”

Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:

“Hijo de David, ten compasión de mí.”

Jesús se detuvo y dijo:

– “Llamadlo.”

Llamaron al ciego, diciéndole:

“Ánimo, levántate, que te llama.”

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:

– “¿Qué quieres que haga por ti?”

El ciego le contestó:

“Maestro, que pueda ver.”

Jesús le dijo:

“Anda, tu fe te ha curado.”

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

*

Marcos 10, 46-52

***

En este episodio sobresale de modo evidente la lógica del amor. Cristo llega y manda llamar a Bartimeo. El ciego, que todavía lo era, abandona su manto – o sea, todo lo que tenía- y dando «un salto» se dirige hacia el «hijo de David». El ciego, que cuando gritaba antes era reprendido por los discípulos y por las personas que rodeaban al Señor para que callara, cuando le dicen que Cristo le llama, se confía del todo a esta llamada.

Podía ser muy bien una tomadura de pelo, un momento de insana diversión por parte de la gente, como probablemente había vivido ya Bartimeo. Pero esta alusión al salto que dio hacia Jesús indica un clima festivo. Es una muestra de la certeza interior del ciego de que aquel que está pasando ¡unto a él es el Mesías, el rey de la justicia, que puede tomarle consigo en su camino hacia Jerusalén. Y la pregunta que le hace Jesús es desconcertante: «¿Qué quieres que haga por ti?». Existe una auténtica angustia en el hombre cuando piensa que, si conoce a Dios, deberá servirle, dejará de ser libre. Pero cuando el ciego -expresión de toda la pobreza del hombre- está frente a Cristo, reconocido como hijo de David, es él, el Mesías, el que pronuncia la frase típica de todo siervo cuando le llama su señor: «¿Qué quieres que haga por ti?». Dios desciende y sale al encuentro del hombre que grita, presentándose a este hombre como humilde siervo.

*

M. I. R,
Decir el hombre, icono del creador, revelación del amor,
PPC, Madrid 2000.

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

“Sentados junto al camino”. 30 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,46-52)

Domingo, 27 de octubre de 2024
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51-30_1480683En sus comienzos, al cristianismo se le conocía como «el Camino» (Hechos de los Apóstoles 18,25-26). Más que entrar en una nueva religión, «hacerse cristiano» era encontrar el camino acertado de la vida, caminando tras las huellas de Jesús. Ser cristiano significa para ellos «seguir» a Cristo. Esto es lo fundamental, lo decisivo.

Hoy las cosas han cambiado. El cristianismo ha conocido durante estos veinte siglos un desarrollo doctrinal muy importante y ha generado una liturgia y un culto muy elaborados. Hace ya mucho tiempo que el cristianismo es considerado como una religión.

Por eso no es extraño encontrarse con personas que se sienten cristianas sencillamente porque están bautizadas y cumplen sus deberes religiosos, aunque nunca se hayan planteado la vida como un seguimiento de Jesucristo. Este hecho, hoy bastante generalizado, hubiera sido inimaginable en los primeros tiempos del cristianismo.

Hemos olvidado que ser cristianos es «seguir» a Jesucristo: movernos, dar pasos, caminar, construir nuestra vida siguiendo sus huellas. Nuestro cristianismo se queda a veces en una fe teórica e inoperante o en una práctica religiosa rutinaria. No transforma nuestra vida en seguimiento a Jesús.

Después de veinte siglos, la mayor contradicción de los cristianos es pretender serlo sin seguir a Jesús. Se acepta la religión cristiana (como se podría aceptar otra), pues da seguridad y tranquilidad ante «lo desconocido», pero no se entra en la dinámica del seguimiento fiel a Cristo.

Estamos ciegos y no vemos dónde está lo esencial de la fe cristiana. El episodio de la curación del ciego de Jericó es una invitación a salir de nuestra ceguera. Al comienzo del relato, Bartimeo «está sentado al borde del camino». Es un hombre ciego y desorientado, fuera del camino, sin capacidad de seguir a Jesús. Curado de su ceguera por Jesús, el ciego no solo recobra la luz, sino que se convierte en un verdadero «seguidor» de su Maestro, pues, desde aquel día, «le seguía por el camino». Es la curación que necesitamos.

José Antonio Pagola

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“Maestro, haz que pueda ver” . Domingo 27 de octubre de 2024. Domingo 30º ordinario.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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57-ordinarioB30 cerezoLeído en Koinonia:

Jeremías 31, 7-9: Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos.
Salmo responsorial: 125El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Hebreos 5, 1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Marcos 10, 46-52: Maestro, haz que pueda ver.

El libro de Jeremías nos muestra un aspecto de la manifestación de Dios al que no estamos acostumbrados: la ternura. Dios nos ama sin importar si vamos por la vida como ciegos o cojos, es decir, si a duras penas podemos caminar o si apenas vemos o presentimos por dónde vamos. Dios nos ama, así estemos en un estado de vulnerabilidad o debilidad absoluta, como lo puede estar una mujer encinta o una madre que recién ha alumbrado a su hija. Dios nos ama incluso si hemos huido de él y nos hemos refugiado en el último confín de la tierra. Y la razón de ese amor no es otra que la de sentirnos hijos suyos, la de habernos engendrado por su amor, la de hacernos partícipes de su reino. Una de las insistencias de Jesús era la de vivir la experiencia amorosa de Dios como la esencia sobre la que se funda y funde nuestra vida; y no porque ello estuviera a tono con la sensibilidad religiosa de su tiempo.

El salmo empalma bien con la primera lectura y nos muestra cómo la magnificencia de Dios consiste en el rescate y redención de su pueblo. La experiencia del exilio ya no es la de vivir en un país extranjero, sino la de sentir que ningún lugar del mundo es extraño al proyecto transformador de Dios.

La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, afianza y confirma esa dimensión del poder de Dios manifestado como compasión y misericordia. Jesús consagra nuestra vida a Dios por medio de su vida y su Palabra. Él redime nuestras faltas y nos encamina por una experiencia en la que convertimos en fortalezas nuestras infaltables debilidades humanas. Él nos ofrece un camino de redención que supera el puro precepto religioso, la simple justificación sentimental o un vacío racionalismo abstracto. Dios es el que llama, y nosotros somos quienes podemos responderle. Ya no queremos un gurú o un experto en religión, sino un hermano o una hermana que camine con nosotros y nos ayude a realizar esa vocación por la cual nos hemos hecho cristianos.

El evangelio de Marcos narra la curación del ciego Bartimeo, el último “milagro” de Jesús narrado por Marcos. Tradicionalmente este pasaje se ha incluido en el género “milagro”, pero si se lo examina bien, carece de algunos elementos típicos de este género, como por ejemplo el gesto de curación o la palabra sanadora. Estamos, más bien, ante un relato, basado tal vez en un hecho histórico, que sobre todo quiere acentuar la importancia de la fe como fundamento del discipulado.

El relato, dentro de su sobriedad, está «cargado de detalles», que, sin duda, han sido puestos en el relato con segunda intención, para facilitar una interpretación y aplicación concreta. Marcos nos indica el lugar donde sucede este episodio: a la salida de Jericó, la ciudad de las palmeras en medio del desierto de Judá, la puerta de entrada en la tierra prometida (cf Dt 32,49; 34,1), paso obligado para los peregrinos que venían de Galilea, por el camino del Jordán, a Jerusalén, ciudad de la que dista algo más de 30 kilómetros. La Jericó del tiempo de Jesús estaba situada al suroeste de la mencionada en el AT. Había surgido en torno a la lujosa residencia invernal construida por Herodes.

Hay, además, una alusión explícita –aunque suene un tanto genérica– al nombre del ciego: Bar-timeo, el «hijo de Timeo»; Mateo y Lucas no mencionarán este detalle. Junto con el de Jairo es el único nombre propio que aparece en Marcos antes de iniciar el relato de la pasión. Algunos piensan que esto es debido al hecho de que probablemente este hombre formó parte de la comunidad cristiana palestinense.

El protagonista es un hombre ciego, doblemente pobre, por tanto. Lv 19,14, Dt 27,18, Is 59,9 son textos que nos ayudan a comprender la situación de los ciegos en Israel. La liturgia ha establecido un nexo entre este evangelio y la primera lectura de Jeremías porque en ambos casos se habla de un acontecimiento gozoso para los ciegos.

El diálogo comienza con una petición de Bartimeo, de hondo trasfondo veterotestamentario (cf Os 6,6), y que la liturgia eucarística ha incorporado en el acto penitencial: “Ten compasión de mí”. La petición va precedida por el título mesiánico de hijo de David. Esta es la única vez que aparece este título en el evangelio. Posteriormente el ciego le llamará “rabbuní” (término que solemos traducir por “maestro” y que el original de Marcos no traduce).

La gente lo manda callar para que no moleste. Este mandato no tiene nada que ver con el “secreto mesiánico” tan típico de Marcos, ya que aquí quien manda callar no es Jesús sino la gente. Cuando el ciego se entera de que Jesús lo llama, “soltó el manto” y, de un salto, se acercó a Jesús. Este detalle aparece también en 2Re 7,15. Es una manera de indicar el interés que produce el acontecimiento.

El diálogo posterior se narra de una manera esquemática: pregunta (¿Qué quieres que haga por ti?), petición (“Maestro, que pueda ver”) y respuesta (“Anda, tu fe te ha curado”). Como ya se indicó antes, faltan el gesto y las palabras de la curación. El acento recae en la fuerza de la fe. Esta es la que permite pasar de la tiniebla a la luz, del borde del camino al interior del camino, de la pasividad de quien mendiga a la actividad de quien sigue a Jesús hasta el final.

Hoy se habla mucho de las terapias sanadoras a través de la medicina natural, de las técnicas psicológicas, de las tradiciones budistas, de los flujos de energía… y de los problemas sicosomáticos, que se curan de un modo también psico-somático… Los milagros se desnudan y se nos hacen mucho más explicables, mucho más del día a día. La vida está llena de «milagros» para quien sabe llevarla, por quien la lleva con coraje, con «fe». La «inteligencia emocional» (cfr. Daniel Goleman), la «inteligencia ecológica» (del mismo autor), la «inteligencia espiritual» (cfr. Danah Zohar), el holismo, la sinergia… nos trasladan a un «realismo mágico» nada inaccesible. La fe mueve montañas, ya lo dijo Jesús. Los milagros de nuestra fe no tienen por qué ser milagros-milagros, estrictamente sobrenaturales… Al menos, muchos de los de Jesús de Nazaret parece que no lo fueron, y los nuestros de hoy día es más difícil que lo sean. Tal vez necesitemos simplemente «educar los ojos» con esa inteligencia emocional, ecológica, espiritual (no en la visión lineal en la que nos educaron en el viejo paradigma)… y volver a echar mano de la fe, del «coraje de existir» (Tillich). Leer más…

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27.10.24. 30º dom.TO. Hijo de David, ten compasión de mí (Mc 10, 46-5)

Domingo, 27 de octubre de 2024
Comentarios desactivados en 27.10.24. 30º dom.TO. Hijo de David, ten compasión de mí (Mc 10, 46-5)

IMG_8259Del blog de Xabier Pikaza:

Con un milagro de ciego había terminado la sección anterior del mensaje en Galilea (Mc 6, 6b-8, 26): Jesús había abierto los ojos de un hombre de Betsaida (quizá símbolo de Betsaida Pedro y de todos sus discípulos) a fin de que pudieran comprender el sentido de su Reino y seguirle en el camino (8, 22-26).

Ahora, al final de esta nueva sección (8, 27-10, 52), después de exponer los rasgos de entrega que supone el evangelio, ante la dificultad reiterada de sus discípulos, Marcos vuelve a presentar a otro ciego, curado esta vez en el camino (10, 4652).

Sin duda, ambas escenas (8, 22-26 y 10, 46-52) están entrelazadas. Los que quieran entender y seguir a Jesus han de pedir que cure sus ojos, como pidee Bartimeo a las afueras de Jericó donde Jesús ha entrado, para salir luego de modo inmediato, pasando a la vera del camino donde él se encuentra está pidiendo limosna

(a. Un ciego). 46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

(b. Maestro, que vea)49 Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: Animo, levántate, que te llama. 50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que recobre la vista.

(c. Curación y seguimiento). 52 Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino [1].

 Ésta escena, rica de contenido, puede dividirse en tres partes. Es posible (muy probable) que en su fondo haya un recuerdo histórico, vinculado a la ciudad de Jericó y a un ciego llamado Bartimeo, a quien ayudó Jesús. Pero Marcos lo ha convertido en un “texto bisagra”, con el que termina esta sección de los anuncios del camino (8, 28-10, 50), para comenzar las dos nuevas secciones de la acción y pasión de Jesús en Jerusalén (Mac 11-13 y 14-15).

Siendo un “paradigma” (enseñanza de tipo universal), este pasaje recoge el recuerdo de un gesto muy concreto del fin del camino de Jesús, su último milagro (la resurrección de 16, 1-8 no será ya un milagro), en el que se condensan y culminan de algún modo todos los anteriores.

Este mendicante de Jericó representa a la humanidad entera, condenada a la ceguera, al borde de un camino de peregrinación que él nunca podrá recorrer subiendo a Jerusalén, pues no ve. Es la humanidad oscurecida, que vive de limosna al borde de una ruta santa que, para él, no lleva a ninguna parte.

Es un marginado, que vive (sobrevive) de pequeñas limosnas, pero está atento y se preocupa por saber quienes pasan, y de esa forma mantiene una esperanza. Quizá pudiera decirse que se encuentra a la espera del Mesías, que debe pasar por allí, como pasó Josué en otro tiempo (cf. Jos 6), para “conquistar la tierra”. Está en el fondo, a la espera de Jesús, que le “recupera” para el Reino.

10, 46-48 ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

Pasar por Jericó (10, 46a). El comienzo del texto resulta, por lo menos, enigmático. Jesús y sus acompañantes llegan a Jericó donde no se dice si entran, ni el tiempo que permanecen, ni lo que hacen. El texto añade inmediatamente que, cuando salía de Jericó con sus discípulos, empezó a gritarle un ciego que se supone conocido (se le llama Bartimeo, el hijo de Timeo…), con el que sigue la escena del milagro (10, 46). Lógicamente podemos y debemos preguntarnos: ¿Por qué dice Marcos que Jesús entró en la ciudad? ¿Qué hizo allí? Se han dado dos respuestas básicas.

  (a) Algunos suponen que una redacción anterior del pasaje debía recoger lo que Jesús hizo en la ciudad. En este contexto se suele aducir el Evangelio Secreto de Marcos donde se afirma que Jesús había entrado en Jericó, añadiendo: “Y estaban allí la hermana del joven a quien amaba Jesús, y la madre de éste y Salomé; pero Jesús no las recibió”.

La tradición recordaría, según eso, una escena de la entrada de Jesús en la ciudad, que ha sido ignorada por el texto actual de Marcos. Pero, como he dicho en la introducción al Comentario de Marcos introducción, ese “evangelio secreto” parece posterior, lo mismo que la referencia a un encuentro de Jesús con la familia del pretendido discípulo amigo de Jesús, sería un añadido tardío, para encuadrar las “escenas” de ese evangelio secreto (cf. comentario a 14, 51-52).

(b) Resulta más verosímil pensar que Marcos recoge simplemente la tradición según la cual Jesús y sus acompañantes pasaron en Jericó el día de sábado, como hacían muchos peregrinos galileos, que descasaban allí el día santo, para ponerse en marcha el primero de la semana (el domingo actual), muy temprano, para cubrir así los casi treinta kilómetros de fuerte subida y llegar a Jerusalén al comienzo de la tarde (¡sería en nuestro computo actual el Domingo de Ramos).

Ese descanso del sábado en Jericó era un detalle bien conocido, de manera que no era necesario destacarlo. Allí descansó, cumpliendo el precepto legal, con los demás peregrinos, pues nadie subía por el camino de Jerusalén en Sábado, pero a Marcos (preocupado de otra forma por el sábado, como hemos visto en 2, 23−3, 4) no le interesó conservar ese dato, por lo que se limita a decir que llegó a Jericó y que salió.

 Sea como fuere, el “milagro” del ciego está situado precisamente en ese momento de “salida” de Jericó, en la última etapa del ascenso a Jerusalén, cuando Jesús recibe en su cortejo de Reino precisamente a este ciego (recuérdese que los ciegos son importantes en la “historia” religiosa de Jerusalén (como saben, desde perspectivas complementarias,  2 Sam 5, 8 y Mt 21, 14). Jesús, a quien acompañan sus discípulos, viene con la gente e inicia el último tramo, el último día, de su ascenso mesiánico (cf. 10, 32). Al borde del camino (para tên hodon) se encuentra Bartimeo, mendigo ciego, que le grita; la gente se lo impide diciéndole que calle (10, 46-48), pero Jesús sabe escuchar, como pronto indicaremos.

Un ciego a la espera (10, 46b-47a). No es sin más un ciego, sino un ciego sentado a la vera del camino que sube hacia Jerusalén. Todo nos permite suponer que está a la espera de alguien (¿el mesías?) que pase y le ayude. En ese sentido es un signo de todos aquellos a quienes el mismo Jesús ha de curar, para que vean y le puedan seguir en el camino.

Quizá podamos tomarle como signo de aquellos que deben superar sus cegueras anteriores, descubriendo a Jesús tras la pascua, en Galilea (cf. 16, 6-8 allí «le veréis, según os dijo»).

En ese sentido, el “milagro” de Bartimeo anticipa la historia de la pascua, cuando se dice que  los discípulos podrán  a Jesús de nuevo en Galilea, si van allí como les dicen las  mujeres de la pascua.

Pero, al mismo tiempo, este milagro recuerda la historia del ciego de Betsaida (8, 22-26), con el que terminaba la primera parte de Marcos (1, 14−8, 26) y comenzaba la segunda (8, 28−15, 47), mostrándonos que sólo unos ojos abiertos podían descubrir el sentido y las implicaciones del camino de Jesús. Pero entonces la escena quedaba truncada. Jesús mandaba al ciego que se fuera, y el ciego se iba y Pedro no lograba mantenerse firme ante las exigencias del mesianismo de Jesús Hijo de Hombre (cf. 8, 18-.9, 1). Ahora, en cambio, este milagro adquiere un sentido muy positivo, pues el ciego bien curado sabe abrir los ojos y seguir con presteza a Jesús en el camino.

Evidentemente, este ciego no tiene por qué saber lo que Jesús ha ido diciendo en sus palabras anteriores. A la salida de Jericó, a la vera del camino pascual, está inmóvil y parece que no tiene más oficio ni esperanza que vivir como mendigo. Es enfermo, está ciego y vive a costa de aquello que le quieren ofrecer los peregrinos. La ciudad pascual se encuentra cerca, pero él no puede subir para admirar su santuario y orar con el resto de los fieles.

Su ceguera le tiene clavado al borde del camino, en la etapa final de la subida y del drama del Reino. Como he dicho, este ciego no conoce a Jesús, pero se puede suponer que está al corriente de lo que implica su camino, sea en la línea de las predicciones de la pasión (Jesús sube a Jerusalén dispuesto a morir: 8, 31; 9, 31; 10, 33), sea en la línea de una esperanza general, de tipo davídico-mesiánico. De esa forma, cuando se entera de que Jesús pasa, él confía y le grita por dos veces: ¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí! (cf. 10, 47-48).

Al invocarle así, como “Hijo de David”, en su ascenso hacia Jerusalén, este ciego le está confesando de algún modo como “Mesías”, en una línea que culminará precisamente cuando Jesús llegue (¡esa tarde!) a Jerusalén y sus acompañantes le aclamen diciendo: ¡Bendito el Reino de nuestro padre David! (11, 10). estamos en la mañana del “domingo” que precede al Sábado de Pascua (¡aquel año la pascua caía en sábado), y los peregrinos que inician la marcha muy temprano podrán llegar a Jerusalén antes de la caída de la tarde. De esa manera, esta escena, con la invocación del ciego, forma el primer acto de la “entrada en Jerusalén”, que empieza precisamente aquí, en Jericó.

Esta invocación (¡Hijo de David!) tiene, un tono mesiánico y proviene, paradójicamente, de un ciego al borde del camino. Sin duda, cuando luego le pedirá “que vea”, se puede suponer que está pensando en un “hijo de David” que tiene capacidad de “curar”, como Salomón, a quien la tradición presenta como Hijo de David y sanador.

Pero en este contexto, al final del camino de ascenso a Jerusalén, este título (Hijo de David) tiene un sentido claramente mesiánico, lo mismo que el de Roca, cuando dijo que Jesús era “el Cristo” (8, 29). Pero hay una diferencia esencial: PEDRO  llamaba a Jesús “Cristo”, pero en el fondo quería aprovecharse de él e impedirle cumplir su camino, dando la vida por los otros; Bartimeo, en cambio, llama a Jesús “Hijo de David” para ver y seguirle en el camino. Marcos acepta aquí ese matiz del título “Hijo de David”, aplicándolo a Jesús; pero, después, en la gran controversia de 12, 25-37, lo rechaza, porque rechaza el mesianismo de poder, como veremos comentando con detalle ese pasaje [2].

Sea como fuere, Bartimeo, ciego de camino, no busca el reino de Jesús en sentido político/militar; tampoco quiere el poder, como lo acaban de buscar los zebedeos; ni está empeñado en defender su dinero, como el rico (cf. 10, 17-45), sino que reconoce su carencia propia (es un ciego), y sólo quiere ver, y para eso pide la ayuda de Jesús, en medio del gentío que llena el camino y que pasa, subiendo hacia Jerusalén. Si Jesús es de verdad “Hijo de David” tiene que abrirle los ojos, como se los abre, no para seguirle en un camino de toma militar de la ciudad (como el David antiguo: 2 Sam 5, 8-9), , sino de entrega de la vida, precisamente en Jerusalén.

Este ciego pide ayuda, pero la gente que acompaña a Jesús quiere que calle, que no estorbe. Piensan que Jesús ha de ocuparse de otros temas y problemas más urgentes, como se suponía en el caso de los niños (10, 13); piensan que en esta última etapa de subida a Jerusalén nada ni nadie puede estorbar a Jesús. Por eso los acompañantes piden al ciego que calle: ¡no estorbes! [3]

 10, 49-52a. Tu fe te ha salvado

49 Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: Animo, levántate, que te llama. 50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que recobre la vista. 52 Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado.

Otros le piden o, mejor dicho, le exigen (emetimôn) que calle. ¿Por qué? Quizá porque les estorba y no quieren escuchar sus gritos.Pero es mucho más probable que le impidan gritar precisamente porque llama a Jesús abiertamente ¡Hijo de David!, en el sentido de pretendiente mesiánico. Jesús había mandado callar a Roca y a sus discípulos, cuando le dijeron que era el Cristo (8, 30). Es evidente que ahora esos discípulos tengan que impedir que este ciego grite de esa forma ante el paso de Jesús el Nazareno (ho Nadsarênos), nombre que puede tener connotaciones mesiánicas (como he puesto de relieve al estudiar Mc 6, 1-2 en mi comentario de Marcos).

Podemos suponer que le mandan callar precisamente porque invoca a Jesús como Hijo de David (nazareno), apelando de esa forma su “dignidad mesiánica”, en un momento de gran tensión (la última subida hacia Jerusalén). Pero es más probable que le manden callar porque piensan que su forma de invocar a Jesús no es la apropiada: ¡Jesús no debe ocuparse de un ciego, mendigo, impedido, en el camino! ¡Tiene otras cosas que hacer, otros problemas que resolver en esta última subida!

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El mendigo que no quería dinero. Domingo 30 ciclo B

Domingo, 27 de octubre de 2024
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jesus-y-el-ciegoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El evangelio de este domingo cuenta el ultimo milagro realizado por Jesús durante su vida pública. Pero no es uno más; el relato depara interesantes sorpresas.

El protagonismo de Bartimeo

            En contra de lo que cabría esperar, el principal protagonista no es Jesús. Este se limita a ir por el camino y, cuando oye a uno que le grita repetidamente pidiéndole que se compadezca de él, ni siquiera se acerca para saber qué quiere. Lo manda llamar. Y cuando tiene lugar el milagro, no se lo atribuye; todo es mérito del ciego.

            En cambio, a Bartimeo le concede el evangelista una atención especial. Aparte de indicarnos el nombre de su padre (detalle que no se da en otros casos) se describe con detalle todo lo que hace. Ha elegido un buen sitio para pedir limosna: el camino de Jericó a Jerusalén, uno de los más transitados. Y cuando se entera de que quien pasa es “Jesús el nazareno” comienza a gritar pidiéndole que se compadezca de él. En nuestras calles y en las entradas de las iglesias nunca faltan mendigos. En general se comportan de forma educada, a veces ni hablan, les basta un gesto. ¿Qué sentiríamos si uno de ellos se pusiera a gritar repitiendo: «Ten compasión de mí»? Reaccionaríamos igual que los que acompañan a Jesús: diciéndole que se calle. Pero Bartimeo insiste, grita cada vez más. Y cuando consigue que Jesús lo llame parece que ha dejado de ser ciego. De un salto, sin miedo a tropezar, deja tirado su manto y marcha hacia él. Entonces ocurre lo más sorprendente.

Tres finales posibles

Imaginemos lo que podría haber ocurrido para comprender mejor lo que ocurrió.

Primer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, Bartimeo no lo duda: una buena limosna. Jesús encarga a Judas que se la dé, este lo hace a regañadientes, y Bartimeo duda si seguir pidiendo o marcharse a su casa a descansar.

Segundo final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús, apartándolo de los presentes (como hizo en otro caso parecido) le toca los ojos y le concede lo que pide. Bartimeo recoge su manto y vuelve a su casa. Cuando su mujer y sus amigos se recuperan de la sorpresa, le dicen: «Ya no tienes excusa para no trabajar». Bartimeo se arrepiente de haber pedido el milagro.

Tercer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús no hace nada, pero Bartimeo recupera de inmediato la vista. Olvidando su manto, su familia, sus amigos, sigue a Jesús camino de Jerusalén. Esto último es lo que ocurrió.

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:

-“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.”

Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:

-“Hijo de David, ten compasión de mí.”

Jesús se detuvo y dijo:

-“Llamadlo.”

Llamaron al ciego, diciéndole:

-“Ánimo, levántate, que te llama.”

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:

-“¿Qué quieres que haga por ti?”

El ciego le contestó:

-“Maestro, que pueda ver.”

Jesús le dijo:

-“Anda, tu fe te ha curado.”

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Bartimeo, los discípulos y nosotros

           Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme.

            Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo, y cualquiera de nosotros, puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús.

            En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender, o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles.

 Otros detalles interesantes del relato

  1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. Puede tener dos sentidos: a) Jesús, como “hijo de David”, es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús, como “hijo de David”, es igual que Salomón, al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones. En este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo.
  2. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18).
  3. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe.
  4. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección. Una vez más, Bartimeo se convierte en modelo para nosotros.

1ª lectura: Jeremías 31, 7 – 9

            El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel, desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios, prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse (ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria. Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos.

          La relación de la primera lectura con el evangelio es muy escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo sigue a Jesús hacia Jerusalén.

Así dice el Señor:

“Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos: proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos: los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.”

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“Ceguera”. Domingo XXX del Tiempo Ordinario. 27 de octubre de 2024

Domingo, 27 de octubre de 2024
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“Jesús le dijo: – ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó: – Maestro, que pueda ver.”

(Mc 10, 46-52)

El domingo pasado Jesús les hacía esta misma pregunta a dos de sus discípulos: Santiago y Juan.

Jesús se muestra disponible: “¿Qué quieres que haga por ti?” Nos invita a expresarle nuestras necesidades, porque al expresarlas pueden empezar a sanar.

Bartimeo era ciego y era evidente. Pero también Santiago y Juan estaban ciegos. Incluso los otros diez andaban mal de la vista. Sin embargo solamente Bartimeo era consciente de su ceguera y por eso le pide a Jesús: “-Maestro, que pueda ver.”

Estamos acostumbradas a leer la Biblia a trocitos y está muy bien para unas cosas. Nos ayuda a meditar sobre un aspecto concreto, pero si nos conformamos con esa lectura perdemos la visión de conjunto.

Los evangelios que venimos leyendo los últimos domingos forman una unidad que está pensada para hacernos caer en la cuenta de nuestra propia ceguera.

Desde finales del capítulo 8, Marcos nos está mostrando el camino que tiene que recorrer el Mesías. Y es un camino que atraviesa el sufrimiento.

Jesús anuncia por tres veces su pasión mientras intenta hacerles comprender a sus discípulos lo que significa el seguimiento.

Al final de toda esta enseñanza y después de tres anuncios de la pasión queda clara una cosa: los discípulos no han entendido NADA. Dos de ellos le piden puestos de honor y los demás se enfadan.

Jesús se acerca a su pasión y sus discípulos están cada vez más lejos. Aquí aparece Bartimeo. Es un Icono de Esperanza. Un resquicio de Luz.

Alguien está empezando a comprender… Bartimeo se da cuenta de su ceguera. Oye hablar de Jesús pero todavía no puede ver al Mesías.

Bartimeo es el modelo de discípulo porque quiere ver y cuando recobra la vista sigue a Jesús por el camino.

Y nosotras, ¿somos conscientes de nuestra ceguera? ¿Dónde tenemos puesta nuestra mirada? ¿En nuestro propio ombligo como Santiago y Juan? ¿En lo que hacen los demás como los otros diez? ¿O queremos ponerla en Jesús como Bartimeo?

Oremos

Maestro, que recobre la vista.

El evangelio de hoy quiere ayudarnos a descubrir nuestra ceguera, ¿le dejamos?


*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa 

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Tú puedes ver, lo único que tienes que hacer es abrir los ojos.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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ciego

DOMINGO 30º (B)

Mc 10,46-52

Sale Jesús de Jericó, camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mismo relato entraña la lección. Lo encontramos en los tres sinópticos. Lucas sitúa el relato antes de entrar en Jericó. Mateo habla de dos ciegos, pero el relato es el mismo. Estamos en la última escena, antes de entrar en Jerusalén. Después de este relato el evangelio da un quiebro. Lo acontecido en Jerusalén está más cerca del relato de la pasión que de lo narrado hasta aquí. No es una crónica de algo que pasó. Es teología narrativa. Todo son símbolos mesiánicos.

Este relato tiene poco que ver con los anteriores que propone Marcos. Le llama; le pregunta qué es lo que quiere; no rechaza el título de Hijo de David; no lo aparta de la gente; la curación no va acompañada de ningún gesto; no le manda guardar silencio. Una vez que Marcos ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No tiene sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como suele pasar en los evangelios todo son símbolos, incluida la ciudad de Jericó.

Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin poder moverse, viendo cómo los demás pasan y dependiendo de ellos. La sociedad había asignado al ciego su papel, pero no se resigna. Sigue intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. “Hijo de David” era un título equivocado; suponía un Mesías que se impondría por la fuerza, pero a Jesús ya no le importa, no le manda callar, sino que se implica vitalmente para sacarle de la situación.

Le regañaban para que se callara. Los demás no quieren saber nada de los problemas del ciego. Como si le dijeran: en la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar. Aguanta y calla. Era el sentir del pueblo judío. “La gente” significa, la inmensa mayoría de los cristianos que siguen hoy a Jesús, pero no descubren la necesidad de emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de Marcos: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que el ciego se acercara a él. Los más cercanos a Jesús siguen sin ver.

¡Llamadlo! En menos de una línea se repite tres veces el verbo llamar. La llamada antecede siempre al seguimiento. Jesús valora la situación de distinta manera. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Al menor síntoma de acogida, el ciego da un salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía y da el salto, aunque no ve. El manto que había sido hasta el momento su única protección, se convierte en estorbo. Todas sus esperanzas están ahora puestas en Jesús. Este es el verdadero milagro que se realiza antes del milagro.

¿Qué quieres que haga por ti? La pregunta no tiene ningún sentido, pero pretende que el ciego tome conciencia de su situación. ¿Qué va a querer un ciego? La pregunta que le hace Jesús es la misma que el domingo pasado hacía a Santiago y Juan. La pregunta es idéntica, pero la respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos quieren “sentarse” junto a Jesús en su gloria. El ciego quiere ver para “caminar” con él. La diferencia no puede ser más abismal. ¿De verdad quiero salir de mi ceguera? ¿O me encuentro tan a gusto con ella?

¡Que pueda ver! Jesús provoca este grito. En toda la Biblia, el “ver” tiene casi siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello que es importante. Este grito es el centro del relato, siempre que no nos quedemos en lo físico. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para poder seguirlo. El camino del servicio que conduce hacia el Reino. De ahí la respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una lección para los discípulos que no terminan de ver.

Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue por el camino que lleva a la entrega total en la cruz. Marcos deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús será siempre cosa de minorías. La multitud que seguía a Jesús sigue ciega. Todos estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los discípulos. No habían ni siquiera atisbado lo que Jesús les viene proponiendo una y otra vez. Solo después de la experiencia pascual ven a Jesús y le siguen.

Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús, le sigue en el camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos. Los discípulos demuestran, una y otra vez, su ceguera. Un ciego tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue sin pensarlo dos veces.

Ya en la lectura de Jeremías encontramos el mismo mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir, a los débiles. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria está en los que mandan callar al ciego. Lo repetimos todos los días. ¡Que se callen los miserables! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. Ignorar la miseria que hay a nuestro alrededor es la única manera de vivir tranquilos.

La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa marcha. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se daba por supuesto que Dios rechazaba todo lo defectuoso.  Nietzsche no pudo soportar ese cambio, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección sino en la misma persona.

La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siéndolo para nosotros hoy. Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, a las prostitutas, a las adúlteras. Lucas, después de este relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con relación a los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son también rechazados por Dios, pero la cruda realidad es que nos preceden en el Reino. ¡Qué difícil es para nuestra racionalidad aceptar esta verdad!

La escala de valores que nos propone el evangelio, no sólo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús, que, de una persona despreciable, ha hecho una persona respetable. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar!

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Disfrutar al estilo de Jesús.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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ob_4ae4c9_jesus-guerit-bartimeeMc 10, 46-52

«Muchos le increpaban para que callara, pero él gritaba mucho más: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”…»

El fugaz paso de Jesús por Jericó camino de Jerusalén nos ofrece dos escenas preciosas que reflejan su estilo inconfundible y nos ayudan a conocerle mejor.

La primera se produce a su llegada. Al parecer, la fama de Jesús ha llegado hasta Judea, y muchos ciudadanos de Jericó deciden salir a la puerta del Este a recibirle. Podemos imaginar a los notables del pueblo compitiendo por el honor de hospedar en su casa al profeta de Galilea, y podemos imaginar, también, su estupor al ver que él los ignora y se invita a la casa del jefe de los publicanos, Zaqueo; el hombre más rico y más odiado de la ciudad.

No le conocen y quedan escandalizados. No saben que los más importantes para él no son los sabios, los ricos o los poderosos, sino los necesitados; necesitados de salud, de dinero o de estima. Tampoco saben que no tiene reparo alguno en que le vean en compañía de personas despreciadas por la sociedad si con ello consigue liberarles de la vergüenza, la humillación y el sentido de culpa que con tanto ahínco fomentan en ellos los tenidos por buenos. «Yo no los desprecio –parece decir a todos– porque lo importante son las personas».

La segunda escena que nos brinda el texto de hoy es su salida hacia Jerusalén. Podemos volver a imaginar a los importantes apretujándole y agobiándole a la cabeza del grupo en su afán por cruzar con él algunas palabras… pero en la puerta del Oeste se produce un suceso que da al traste con su pretensión.

Y sucede que Bartimeo, mendigo ciego que estaba sentado al borde del camino, oyendo que era Jesús de Nazaret el que pasaba, comienza a gritar con todas sus fuerzas: «¡Hijo de David! ¡Jesús! ¡Ten compasión de mí!». Algunos de la comitiva le reprenden porque está atrayendo la atención de la gente y desluciendo el fasto, pero cuanto más le riñen, más grita él. Aprietan el paso para evitarle, pero Jesús le escucha, se detiene y da una orden escueta: «Llamadle». Momentos después Bartimeo recobra la vista y le sigue loco de alegría por el camino de Jerusalén.

El primer día de su paso por Jericó es un pecador público el que capta su interés por encima de todos los personajes notables, y ahora es un empecatado ciego que a nadie le importa… excepto a Jesús. Ése es su estilo; un estilo que empapa todo el evangelio. Recordamos el pasaje del leproso, cuando todos se apartan y él se le acerca, extiende la mano y le toca para sanarlo; o el de la viuda pobre que deposita su monedita en el arca del Templo y es la primera a los ojos de Jesús. O el de la mujer adúltera por quien se juega la vida por salvarla…y la pierde… Y tantos pasajes más.

Suele gustarnos hacer una lectura del evangelio muy erudita, y eso estimula la mente, pero no mueve el corazón. A veces es conveniente pararse a contemplar la escena en lugar de analizarla o interpretarla; limitarse a saborearla, a disfrutar del estilo de Jesús… pues sólo de esta forma, tal vez, su lectura afecte a nuestra vida.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Estamos dispuestos/as a gritar, a saltar y arrojar lejos lo que nos mantiene al borde del camino y nos impide seguir a Jesús?

Domingo, 27 de octubre de 2024
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Marcos 10,46-52

“Esta historia es tu historia” es una de las frases que en relación a los textos bíblicos suele repetir Dolores Aleixandre y que estoy convencida es una clave valiosa para ponerse delante del evangelio.  Esto, que es verdad siempre, lo es quizá más o al menos más fácil con el evangelio que hoy se nos presenta.

Estamos ante un texto vivo, conciso, esquemático, claro y sumamente simbólico en el que cada palabra, cada detalle es sugerente y con el que podemos identificarnos fácilmente. Un texto cargado de detalles que requiere poca explicación. Por eso os propongo simplemente escuchar el evangelio, la historia de Bartimeo como “mi propia historia” y plantearnos, ¿Qué dice de mí y qué me dice de mi seguimiento de Jesús?

Recordamos el texto y nos fijamos en algunos detalles

– Donde sitúa Marcos los hechos: En el camino que lleva de Jericó a Jerusalén, etapa final de esta “subida de Jesús” y por lo tanto al final de su vida, el último signo antes de su muerte narrado por Marcos. Interesante encuadre en el que nos plantea las características del seguimiento de Jesús.

– Quienes, que personas intervienen: Jesús que va culminando su camino rodeado de gente y al escuchar los gritos del ciego se detiene para escucharle. El ciego que no es una persona anónima, sino identificada con su nombre y su origen, su padre. Los que siguen a Jesús nombrados de dos formas, unos son discípulos y el resto “otra gente” o la multitud. De todos se dice sin distinción que oyen los gritos del ciego y le mandan callar, son gritos molestos, rompen el buen ambiente.

– Lo que pasa, lo que le pasa a Bartimeo.

Bartimeo, la persona ciega, pobre, marginada, que está sentado al borde del camino, alejado de los demás, oye “que pasa Jesús” e intenta llamar su atención gritando: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mi”. Un grito claro y comprometido. Atribuye a Jesús  un título mesiánico, Hijo de David, que manifiesta su reconocimiento y su fe en Él. Y le pide que tenga compasión de él, nada concreto, algo así como “date cuenta de que estoy aquí” de que quiero encontrarme contigo.

Resiste a los que intentan hacerle callar y sigue gritando, hasta que escucha entusiasmado la gran noticia: ¡Animo, te llama! Y reacciona a lo grande: Salta, tira el manto y se acerca a Jesús.

Se encuentra cara a cara con Jesús. Bartimeo le vuelva a llamar Maestro y contesta a su pregunta de forma clara y contundente: ¡Que vea! ¡Que pueda ver!

Y al ser consciente de que se produce en él un cambio, que empieza a ver y escucha el reconocimiento de Jesús: Es tu fe la que te ha devuelto la vista… Toma una gran decisión “seguir a Jesús”, se convierte en su discípulo.

Ahora nos preguntamos, ¿quién de nosotros no es o no se parece a Bartimeo? ¿No están presentes en nuestra historia personal algunos, o muchos, de estos momentos o situaciones?

1. Estar al borde del camino. ¿Cuándo nos sentimos así? ¿De qué camino estamos al borde? ¿Por decisión propia o porque las circunstancias nos han llevado ahí? ¿No estamos a veces viendo pasar a la gente desde fuera, viendo lo que pasa, incapaces de entrar en el camino?

2. Gritar a quien intuimos o creemos que puede salvarnos, ayudarnos… ¿A quién gritamos cuando parece que no podemos más? ¿Descubrimos que Jesús pasa de muchas formas a nuestro lado? ¿Cómo aprovechamos la oportunidad de encontrarnos con Él? ¿Con la lucidez y confianza de Bartimeo que llama a Jesús, Mesías y Señor? ¿No nos hemos sentido muchas veces silenciados, por las costumbres, por la barrera de la gente, por lo que “se lleva”, se ve bien, o simplemente porque molesta lo que vivimos o decimos?

3. Saltar y tirar el manto, aquello que nos ata o esclaviza, que nos pesa y no nos deja avanzar. Saltar es más que levantarnos o dejarnos levantar, es el impulso decidido a no seguir postrados, a cambiar. ¿Cuándo ha sido la última vez que nos hemos decidido a saltar y a desprendernos de los pesos muertos? ¿Cuántas veces hemos pensado que debemos hacerlo y no nos decidimos?

4. Encontrarnos con Jesús hablar con él mirarle de cerca y dejarnos mirar, escuchar su pregunta y responderle desde lo más profundo de nuestro corazón y en verdad, qué deseamos, qué queremos ver… Y desde esta experiencia única empezar a seguirle.

¿Qué le pido yo a Jesús? ¿Estoy siguiendo a Jesús como decisión personal o soy “otra gente” que va por el camino simplemente porque lo he hecho siempre, sin mirar a los del borde, sin haberme encontrado con Él? ¿Le sigo con la decisión y alegría que despierta en mí la fe y la confianza en Él?

Este domingo el evangelio nos invita a gritar, a saltar, a arrojar lejos tantos antiguos mantos que nos aplastan. Nos invita a abrir nuestros oídos y escuchar el “murmullo” de que pasa Jesús desde el sitio en que estemos, aunque sea al borde del camino y su paso nos lleva a soñar con un nuevo sitio para nosotros siguiendo al Maestro, al Señor de nuestra vida. Y finalmente nos invita a repetir una y otra vez las mismas palabras que el ciego: Maestro, que pueda ver”. Que podamos ver la situación del mundo y esa mirada nos reavive la compasión cada día. Que podamos ver todo aquello que nos paraliza y escuchar cada mañana: levántate, te llama a  ponerte en camino. Que podamos ver nuestras pobrezas y, en lugar de hundirnos o replegarnos, percibir ese ánimo que se nos regala como don.

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Ver.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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Domingo XXX del Tiempo Ordinario

27 octubre 2024

Mc 10, 46-52

La respuesta del ciego, en el texto evangélico, es acertada. Porque acertamos cuando el objetivo primero de nuestra existencia es querer “ver”. Todo lo demás nacerá de ahí.

Se trata de un ver que es sinónimo de comprensión profunda, de aquel conocer directo, inmediato, sentido, que aporta certeza a la vez que ilumina toda la realidad.

Hay dos modos de conocer. Uno es mental, opera a través de la razón, se mueve entre conceptos y razonamientos, utiliza el análisis y la reflexión y, como resultado, aumenta nuestra capacidad de entender todo lo que se refiere al mundo de los objetos.

Pero hay otro modo de conocer, previo a la razón. Se experimenta como un conocimiento “sentido” en toda la persona, se expresa a través de la intuición o “conocimiento interno”, con tal lucidez e intensidad, que la persona tiene la sensación de “ver”. A diferencia del anterior -que podríamos definir como conocimiento por medio del análisis y la reflexión-, este es un conocimiento por identidad: conocemos algo cuando -y porque- lo somos.

Es un modo de conocer que se nos puede regalar en el momento más inesperado, aunque dotado siempre de una sensación contundente de certeza, es decir, de “visión”. Quien lo experimenta -incluso aunque luego no pueda encontrar palabras o “mapas” para expresarlo adecuadamente- sabe que es verdad.

Pero, aun siendo regalo -no puede ser de otro modo, ya que es inalcanzable para la mente-, es posible favorecer su emergencia. Y si el conocimiento mental se estimula por medio del razonamiento, este otro modo de conocer (transmental o no-dual) requiere el silencio de la mente. En la práctica de ese silencio, al ejercitarnos en suspender el pensamiento, se están poniendo las condiciones para que la intuición pueda hablarnos. Todo lo demás nacerá de aquí. Por eso decía que el primer motor de nuestra existencia, como en el caso del ciego -una metáfora, por cierto, de nuestra condición habitual-, es querer ver.

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Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Los fuegos artificiales de la tecnología deslumbran pero no iluminan.. Que vea…

Domingo, 27 de octubre de 2024
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IMG_8191Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

v 46. Jesús sale de Jericó y al borde del camino se hallaba Bartimeo, el hijo de Timeo, que era ciego y estaba mendigando. (En la tradición de san Juan el ciego lo era de nacimiento. (Jn 9).

        Probablemente en esta situación de ceguera y al borde del camino nos encontramos también muchos de nosotros: estamos ciegos, no vemos el camino, no vemos la salida a nuestra situación personal, a los problemas socio-políticos, ni a la misma situación eclesial.

El siglo XVIII es llamado en Europa el “siglo de las luces”: la Ilustración (luz – tinieblas), porque se pensaba -y se piensa- que la ciencia, el progreso tecnológico, la industrialización iban a sacar al ser humano de las tinieblas de la religión y de la fe.

Pero quizás hemos confundido los fuegos artificiales con la luz, “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). Los fuegos artificiales deslumbran y ciegan más que iluminan.

01.- Ver en la vida

        Necesitamos ver en la vida, necesitamos situar bien los problemas, saber hacia dónde vamos, poner la esperanza en lo que vale la pena. ¿Quizás podríamos decir que ver es creer? El ciego Bartimeo cree en JesuCristo -hijo de David- antes de ver

El ser humano es quien ve, quien necesita ver para vivir. Vemos con inteligencia -somos seres racionales-, pero también, y sobre todo,  vemos con el corazón y con la fe.

02.- Ten compasión de mí.

        vv 47-48 El ciego comienza a gritar: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí” … Muchos le reprendían para que se callara. Pero gritaba más: ten compasión de mí.

Es una expresión muy frecuente en tantos enfermos que se acercan a Jesús: Ten compasión de mí, ayúdame, que vea, si quieres puedes limpiarme, si quieres puedes curarme.

Es el reconocimiento de nuestras miserias, de nuestras cegueras y pecado, al mismo tiempo que es el reconocimiento de que la luz no está en nosotros.

Por otra parte es también la actitud de Jesús, que con frecuencia siente lástima, mira con afecto, etc.

La mayoría  de los discípulos le reprendía al ciego y no le dejaba que expresara su debilidad y ceguera.

Es una situación semejante a la actual: el nihilismo en que vivimos nos ha sumido en una ceguera y ni tan siquiera se permite que afloren las cuestiones más elementales de la existencia.

Pero las mayorías llamadas democráticas, las mayorías sociológicas impiden que gritemos: ten compasión de nosotros. Los ámbitos escolares, universitarios, los medios de comunicación, la política no ofrecen luz, más bien ofrecen la oscuridad de los hijos de las tinieblas.

03.- v 51 Señor, que vea.

Aquel hombre quería ver. La luz es el símbolo de la Verdad, del saber dónde estamos en la vida, hacia dónde vamos, qué sentido tiene todo esto.

Señor que vea, es una auténtica oración.

Hay cosas que únicamente se entienden -y resuelven- en la fe y en la oración, que no es otra cosa que ponerse en referencia a Dios.

En muchos momentos de la vida en los que uno no sabe por dónde tirar, lo único que nos cabe es poner nuestra vida confiadamente en referencia a Dios: que vea el camino. Y la salida está en la confianza en Dios.

04.- v 52 Jesús le dijo al ciego: vete, tu fe te ha salvado, e inmediatamente recobró la vista.

Lo más fundamental en la vida es la fe, es decir, la confianza. La fe es el acto más central y envolvente de la existencia humana: uno vive “de”, “por“ y “para” lo que cree. Uno vive iluminado (luz), desde la realidad en la que cree. Uno ve desde su fe. La pregunta elemental para saber cuál es mi fe es preguntarme: qué es lo que más me importa en la vida. La respuesta que nos demos es nuestro dios y nuestra fe.

San Juan comienza su evangelio con un espléndido prólogo que es un canto a la LUZ:

Palabra estaba junto a Dios,

y la Palabra era Dios.

En la Palabra había VIDA y la VIDA era la LUZ de los hombres.

La LUZ brilla en la tiniebla y las tinieblas no pudieron sofocar la LUZ.

La palabra era la LUZ verdadera, que ILUMINA a todo hombre.

Señor, que veamos.

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“Que “podamos ver” para vivir un verdadero discipulado”, por Consuelo Vélez

Domingo, 27 de octubre de 2024
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De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del domingo XXX del Tiempo Ordinario 27-10-2024

Bartimeo parece entender mejor a Jesús y emprende un auténtico camino del discipulado

Podemos preguntarnos por los caminos que hoy Jesús recorrería y de qué manera viviría la audacia, el profetismo y el compromiso que supo vivir en su tiempo histórico

Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego estaba sentado junto al camino. Al enterare de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo. Llaman al ciego, diciéndole: ¡Ánimo, levántate! Te llama. Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le dijo: Rabbuni, ¡que vea! Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.  (Mc 10, 46-52).

El evangelio del domingo pasado nos presentaba a Santiago y Juan quienes no habían entendido la pasión de Jesús y le estaban pidiendo sentarse a su derecha y a su izquierda. En este domingo vemos otro personaje, el mendigo ciego Timeo o Bartimeo, que parece entender mejor a Jesús y emprende un auténtico camino del discipulado. El texto nos presenta a Jesús de camino a Jerusalén, pero deteniéndose en Jericó. Y allí es donde Bartimeo está sentado junto al camino y al enterarse que pasa Jesús, lo reconoce como Hijo de David y le pide compasión para su situación.

No le va a pedir cosas materiales, lo cual sería propio de su situación de mendicidad, sino algo esencial para su vida: el poder ver. Y aunque la multitud le increpaba para que se callara, consigue la atención de Jesús quien lo manda llamar. Si el domingo hace 15 días el hombre rico se va triste ante la respuesta que le da Jesús sobre cómo ganar la vida eterna, en este pasaje el ciego no duda en levantarse y despojarse de lo que tiene -arroja el manto- y rápidamente va donde Jesús. De alguna manera, comienza un seguimiento que explícitamente al final del texto, se dirá que fue la consecuencia de su encuentro con Él.

Ahora bien, Jesús le pregunta qué quiere que haga por él y el ciego tiene muy clara su petición: ¡que vea! Y Jesús realiza el milagro añadiendo que es la fe del mismo mendigo ciego, la que lo ha salvado. Al instante recobra la vista y aunque Jesús le dice que se vaya con el milagro conseguido, Bartimeo comienza a seguirle por el camino.

Timeo (Bartimeo) se presenta, entonces, como modelo de discipulado que no teme subir con Jesús a Jerusalén donde su muerte es evidente y donde sus discípulos se dispersarán por temor a correr la misma suerte del maestro.

A la luz de este texto, y de los de los domingos anteriores, podemos preguntarnos por el discipulado que vivimos en el aquí y ahora de nuestro tiempo. Sería importante entender los caminos que hoy Jesús recorrería y de qué manera viviría la audacia, el profetismo y el compromiso que supo vivir en su tiempo histórico.

Pero tal vez hace falta pedirle a Jesús que nos libre de las cegueras del miedo, de la prudencia, del temor a perder oportunidades, o de tantas otras actitudes que no nos dejan seguirlo por sus mismos caminos. Recuperar la vista al estilo de Bartimeo nos ayudaría a dar testimonio de un seguimiento más fiel a los valores del reino, como tantas veces lo hemos dicho en estos comentarios a los evangelios de los domingos precedentes.

(Foto tomada de https://radiomaria.org.ar/programacion/dia-15-la-curacion-de-bartimeo/)

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