“La palabra ¿es de los hombres?”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Tres años después de ocupar Afganistán, los talibanes prohiben ahora el sonido en público de la voz de la mujer
“La humillante afrenta de silenciar a las mujeres con indiferencia es una experiencia tan arraigada en nuestra vida cotidiana que los ejemplos de imponer silencio a otro ser humano pueden ayudar, incluso mejor que casos más sensacionales para aclarar qué papel tiene el silencio en el mantenimiento de la actual distribución del poder en la sociedad”
“No estaría de más, quizá, que alguien nos ayudase a los hombres a ser conscientes de nuestra tendencia de a interrumpir a las mujeres mientras hablan”
“Negada y degradada, ridiculizada y temida, la voz femenina ha sido reducida al silencio, un silencio, sin embargo, que siglos después todavía parece pesar sobre el deseo de las mujeres de ser escuchadas, tomadas en serio y consideradas por sus capacidades y destrezas”
En un mundo que avanza de manera febril, inquietante y caótica, el silencio es cada vez más capaz de expresar las pasiones humanas mejor que las palabras, desde las más estimulantes y virtuosas hasta las más tristes. En el silencio podemos reordenar los pensamientos sacudidos por el frenesí de la vida cotidiana, encontrar la paz después de haber sufrido decepciones o abusos; pero también podemos experimentar la angustia de la espera, la inquietud de lo desconocido, el espectro de la soledad.
El silencio de los cobardes puede encubrir atrocidades y opresión, pero el silencio de los fuertes puede ser un gesto de valentía extrema, de oposición orgullosa a los halagos y las amenazas del poder. John Biguenet, dramaturgo y escritor estadounidense, en su libro ‘Silencio’, nos recuerda que perseguir el frágil y utópico hechizo del silencio es hoy la mejor manera de cuidar de nosotros mismos y de los demás.
Con todo, no es menos verdad que vivimos en un mundo donde las mujeres suelen ser silenciadas, a veces de forma violenta. Pero la humillante afrenta de silenciar a las mujeres con indiferencia es una experiencia tan arraigada en nuestra vida cotidiana que los ejemplos de imponer silencio a otro ser humano pueden ayudar, incluso mejor que casos más sensacionales para aclarar qué papel tiene el silencio en el mantenimiento de la actual distribución del poder en la sociedad.
Se invadió Irak en busca de armas de destrucción masiva inexistentes, pero lo que los talibanes están haciendo en Afganistán sí es un arma de destrucción masiva hacia las mujeres. Es terrible que se esté permitiendo esto, que seamos testigos de semejante barbarie y nada cambie pic.twitter.com/45yiWn0NOL
— Lidia San José (@Lidia_San_Jose) August 24, 2024
No pocas veces el poder se ejerce a través de la palabra, pero, por otro lado, el poder también se puede ejercer a través del silencio. Charles de Gaulle escribió: «Nada fortalece la autoridad como el silencio, esplendor de los fuertes, refugio de los débiles». E, incluso, iba más allá: «El silencio es la última arma del poder». Seguramente también encontramos un significado similar en la frase de ‘Volviendo a Matusalén: un pentateuco metabiológico’ de George Bernard Shaw: «El silencio es la expresión más perfecta del desprecio». Sin embargo, más allá del desprecio, los poderosos pueden ignorar impunemente las cuestiones de los débiles y las peticiones de los desposeídos. Incluso Leonardo da Vinci está de acuerdo: «Nada fortalece la autoridad como el silencio». (Por supuesto, esta afirmación podría significar que el silencio de quienes sufren las leyes fortalece a quienes las dictan. Por un lado, Leonardo da Vinci, siempre bajo el control de mecenas poderosos, conocía bien las insoportablemente largas esperas para que un soberano rompiese su hermético silencio y encargara una nueva tarea).
No estaría de más, quizá, que alguien nos ayudase a los hombres a ser conscientes de nuestra tendencia de a interrumpir a las mujeres mientras hablan. Seguramente nosotros, los varones, nos consideramos exentos de tal comportamiento sexista. Es muy difícil creer que nuestro comportamiento masculino no haya producido o no produzca efectos en quienes son constantemente interrumpidas en sus intervenciones y hasta silenciadas por la presión, seguramente no tan evidente pero también muy real, de ceder ante las decisiones e imposiciones de la contraparte masculina.
Cuando en la Odisea homérica Penélope pide a Femio, el bardo, que cante algo menos triste sobre el peligroso regreso de los héroes aqueos de Troya, el imberbe Telémaco interviene bruscamente, invitando a su madre a regresar a sus habitaciones y recordándole que “la palabra es de los hombres”. Por sabia y madura que sea, Penélope inclina la cabeza delante de su hijo y se retira en silencio.
Negada y degradada, ridiculizada y temida, la voz femenina ha sido reducida al silencio, un silencio, sin embargo, que siglos después todavía parece pesar sobre el deseo de las mujeres de ser escuchadas, tomadas en serio y consideradas por sus capacidades y destrezas. Un silencio al que los hombres no parecemos siempre a querer renunciar, si pensamos en los insultos y las intimidaciones a las que son sometidas las mujeres -en las redes como en la política o en la cultura- no por lo que dicen sino por el simple hecho de querer hablar.
Evidentemente, en la alteridad radical de su voz, “diferente” y por tanto presagio de una concepción distinta del mundo, todavía se puede escuchar el eco de aquel peligro que temía el mundo griego, cuando, en las trágicas figuras de Medea, Antígona o Clitemnestra -por nombrar sólo algunos- vieron una amenaza real a la polis, a la comunidad, al orden establecido.
Cuando en la Odisea homérica Penélope pide a Femio, el bardo, que cante algo menos triste sobre el peligroso regreso de los héroes aqueos de Troya, el imberbe Telémaco interviene bruscamente, invitando a su madre a regresar a sus habitaciones y recordándole que “la palabra es de los hombres“. Por sabia y madura que sea, Penélope inclina la cabeza delante de su hijo y se retira en silencio.
Negada y degradada, ridiculizada y temida, la voz femenina ha sido reducida al silencio, un silencio, sin embargo, que siglos después todavía parece pesar sobre el deseo de las mujeres de ser escuchadas, tomadas en serio y consideradas por sus capacidades y destrezas. Un silencio al que los hombres no parecemos siempre a querer renunciar, si pensamos en los insultos y las intimidaciones a las que son sometidas las mujeres -en las redes como en la política o en la cultura- no por lo que dicen sino por el simple hecho de querer hablar.
Evidentemente, en la alteridad radical de su voz, “diferente” y por tanto presagio de una concepción distinta del mundo, todavía se puede escuchar el eco de aquel peligro que temía el mundo griego, cuando, en las trágicas figuras de Medea, Antígona o Clitemnestra -por nombrar sólo algunos- vieron una amenaza real a la polis, a la comunidad, al orden establecido.
Fuente Religión Digital
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