Mc 7: Trece Pecados destruyen: Mal deseo y doce acciones malas (Dom 22 TO)
Del blog de Xabier Pikaza:
20 Y añadió: Lo que sale del ser humano eso es lo que mancha al ser humano. 21, pues de dentro, del corazón del hombre, las malas deliberaciones provienen: fornicaciones, robos, homicidios, 22 adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. 23 Todas estas maldades salen de dentro y manchan al ser humano.
| Xabier Pikaza
Trece pecados manchan al hombre:
Un principio. El pecado mortal es el mal pensamiento, la mala deliberación o deseo pervertido. EL pecado no empieza siendo algo exterior, una mala acción, sino el malpensamiento
Doce consecuencias (divididas en cuatro tríadas)
El principio básico de Jesús (toda comida es limpia, todo humano en cuanto tal es puro) le permite (y le invita a) elaborar un “catálogo” de aquellos vicios que provienen de un corazón que se pervierte. El mal no se halla fuera (en algunas comidas, o en algunos individuos o grupos humanos especialmente pervertidos), sino en el centro de la persona (varón o mujer), que puede hacerse mala a través de su deseo pervertido.
En ese contexto se entiende este catálogo, que proviene de una comunidad judeo-helenista, y que es semejante a otros que hallamos en la tradición de la moral pagana y judía (y cristiana) de su tiempo, desde la fornicación, robo y homicidio (signos clásicos del pecado) hasta la blasfemia, soberbia y necedad destructora de aquellos que rompen todo límite y medida de convivencia humana). La maldad de las acciones proviene del mal corazón, no del gesto externo, tomado de un modo ritual o biológico.
Este Jesús de Marcos nos reconduce a la hondura del ser humano, a la fuente de toda bondad cósmica y social, pero lo hace en la línea de Gen 1-3, afirmando que el mismo manantial de la limpieza humana que es el buen corazón puede mancharse, convirtiéndose en origen de los males, y lógicamente, para superarlos, ya no bastan los ritos, del tipo que sean, pues el rito en sí queda fuera, no dentro los hombres, y les acaba dividiendo. En la fuente y origen de toda limpieza, en contacto con el Dios creador, ha situado Marcos la experiencia interior del corazón; por eso, él busca un cambio o pureza interior.
Esa pureza, que Marcos busca y quiere promover, desde la experiencia (palabra y acción) de Jesús, sólo se puede expresar y desarrollar entre personas “liberadas” de presiones sacrales exteriores, en comunión de corazón (y de pan: tema de la “multiplicación”) entre todos los seres humanos. Los cristianos han superado así el sistema endo-gámico y endo-alimenticio de un tipo de judaísmo, enraizado en la reforma de Esdras-Nehemías, que está empezando a imponerse entre los escribas-fariseos de su tiempo. Al ofrecer y compartir el pan con todos, a campo abierto, la iglesia desborda los principios de una comensalía sacra, y de esa forma aquellos que había comenzado siendo comida compasiva (misericordia sobre Ley) acaba convirtiéndose en principio de una nueva comprensión de toda la vida humana [1].
Sólo el principio de la limpieza del corazón permite a los hombres y mujeres puedan comer juntos, conforme al banquete mesiánico anunciado ya en 6,30-44, de manera que enfermos y marginados (cf. 6,54-56), con gentiles no judío, pueden sumarse al gran movimiento mesiánico de Jesús. Éste es el camino que los discípulos de Jesús debían haber asumido en la noche de un mar con viento adverso (cf.6, 47-53). La tarea de unificar a los humanos desde el corazón y no a través de separaciones religiosas ritualistas ha venido a situarnos de esa forma en el centro mismo del evangelio. Es un programa hermoso, pero exige que todos y cada uno asuman el gran “riesgo” y tarea de cambiar el interior humano, para superar los males que brotan de un corazón pervertido (exothên).
Esos males, que brotan del interior y que manchan al hombres, son aquí trece y pueden dividirse en un principio que puede tomarse por sí mismo (malas deliberaciones) y en cuatro unidades de tres males cada una, de manera que podemos hablar de doce males concretos, que forman como un conjunto de perversidad que proviene de dentro, pero que se expresa en el conjunto de la vida, de un modo social. De esa forma, lo más interno se vuelve “más externo”. Marcos ofrece así un programa o esquema universal de males, que no sirven sólo para un tipo de judaísmo o cristianismo, sino para la humanidad en su conjunto, sin referencia expresamente “religiosa”. Ciertamente, el contexto cultural judío y helenista conoce tablas semejantes de “pecados” [2]. Pero, tal como está concebida y desarrollada, esta tabla de vicios es específica del Jesús de Marcos:
Principio: deliberaciones malas (dialogismoi kakoi, malos deseos; 7, 21b). Según este Jesús de Marcos, el origen de todo mal es un “pensamiento perverso”, en forma de cálculo negativo, como indica la misma formulación del texto, que presenta estas deliberaciones como fuente y compendio de los doce males que siguen. Ciertamente, en principio, las deliberaciones en sí mismas no son malas, pero el evangelio de Marcos tiende a interpretarlas de forma negativa. Ellas no evocan simplemente un modo de pensar, sino un pensar con malicia, como ha destacado Pablo (cf. Flp 2, 14; Rom 1,21). Marcos ha empleado ya esta palabra (dia-logismoi) en el texto del perdón del paralítico (2, 1-12), donde los escribas “deliberan” en contra del perdón de Jesús (2, 6-8), y volverá a emplearla cuando los discípulos de Jesús “deliberan” (8, 16) pensando que no tienen panes, y cuando sus adversarios deliberen/calculan (11, 31) sobre la forma de responderle.
Estas deliberaciones malas dejan al hombre en manos de su propio pensamiento calculador, al servicio de sí mismo (de sus intereses individuales o grupales). Conforme a esta visión, en el principio del “pecado” no se encuentra, sin más, el mal deseo, sino el mal pensamiento, un “logos” o palabra que se retuerce sobre sí misma calculando aquello que le conviene, de un modo egoísta. Lo contrario a estos dia-logismoi es la Palabra de vida que Jesús siembra, una palabra que se acoge en fe y se abre en amor a los demás. La base de la vida humana no es calcular pensando de un modo egoísta, sino “creer” para amar.
Primera tríada: fornicaciones, robos, homicidios(7, 21c). Las dos últimas “perversiones” de esta terna resultan claras: del mal pensamiento brotan robos y homicidios, como saben casi todos los tratados de moral, antiguos y modernos. Más complejo resulta el sentido de la primera perversión (porneiai, fornicaciones), que puede referirse a la incontinencia sexual, pero también a la idolatría, en sentido bíblico. La fornicación original es el abandono de Dios, la adoración de los ídolos. Este segundo sentido parece aquí el más apropiado, pues del mal pensamiento proviene la fornicación-idolatría, que consiste en adorar a nuestros propios pensamientos/obras, en lugar de adorar a Dios. En esta línea se entienden los tres primeros males. Quizá podamos añadir que la idolatría aparece así como el primero de los males, es decir, como aquel que conduce al robo y al homicidio, tal como parece suponer Pablo en Rom 1, 18-32 [3].
Segunda tríada: adulterios, codicias, perversidades (7, 22a). Seguimos en la línea anterior, pasando del plano más externo (robo, homicidio) al más interno, que empieza expresándose en la destrucción de las relaciones personales más profundas (adulterio), para desembocar en la codicia o deseo de adquirir siempre más, de tenerlo todo, culminando en las perversidades (ponêriai) en conjunto. También estos tres males provienen del interior, pero son básicamente de tipo familiar y social, no en una línea de destrucción de la pureza religiosa en cuanto tal (en plano intimista y/o sacral), sino más bien, de destrucción de la vida en su conjunto (partiendo del adulterio o quiebra del amor).
Tercera tríada: fraude, libertinaje, ojo malo (envidia) (7, 22b). Fraude es el engaño (dolos), o, quizá mejor, la mentira, que viene a imponerse y dominar sobre la vida humana. Allí donde se empieza por los pensamientos malos (los cálculos egoístas) se desemboca en el engaño general (que es el fraude, dolor), expresado en el libertinaje (aselgeia), que actúa no sólo en el campo sexual, sino en todos los planos de la vida, en los que el hombre queda a merced de sus propios deseos, que llevan, finalmente, al ojo-malo (ophthalmos poneros), que traducimos como envidia, es decir, como deseo de ocupar el lugar del otro (es decir, de destruirle).
Cuarta triada: blasfemia, soberbia, insensatez (7, 22c). Estos son los males supremos y empiezan poniéndonos, de nuevo, frente a Dios. El hombre que se deja llevar por el poder de sus cavilaciones pervertidas termina enfrentándose con Dios y ocupando su lugar (blasfemia), en una línea que retoma la idolatría del principio. Los escribas acusaban a Jesús de blasfemia, por perdonar pecados. Aquí son ellos, en el fondo, los que vienen a quedar como blasfemos, queriendo ocupar el lugar de Dios (poniendo sus propias tradiciones en el lugar de la voluntad de Dios: 7, 8). De esa forma se muestra, estrictamente hablando, la soberbia (hyperêphania), que consiste en querer mostrarse (brillar) por encima de lo que es uno mismo, ocupando el lugar de Dios. Todo culmina en la insensatez (aphrosynê), que es lo contrario al buen pensamiento [4].
Conclusión. Los cristianos actuales (siglo XXI) hemos superado en general ese tema de la “pureza” de las comidas (los alimentos en cuanto tales), pero la cuestión de fondo continúa, pues hombres y mujeres se separan y dividen entre sí por la comida, en un plano económico y social, y ella sólo puede resolverse desde la pureza interior. Para que surja la comunidad mesiánica, desbordando el plano de la ritualidad social (comidas), los discípulos del Cristo han de llegar la raíz de la pureza (nivel del corazón), que les capacite para compartir bienes y alimentos, vida y futuro, en fraternidad. A ese nivel se unen interioridad (buen corazón) y exterioridad comunitaria (mesa compartida), creando iglesia universal.
Entendida así, esta discusión de Marcos 7 es un reflejo y compendio de todo el evangelio. Decenios de despliegue y diferencia eclesiales (del 30 al 70 d.C.) han desembocado en ese texto que Marcos ha puesto en boca de Jesús, haciéndole maestro de libertad y universalidad centrada en la comida. Éstos son los núcleos de su argumento:
- Interioridad. El mensaje de Jesús va más allá de las normas de presbíteros o ancianos (7, 5), y de esa forma supera (no necesita los) los sistemas de seguridad que ha establecido un tipo de judaísmo legal, especialmente en el plano de familia y mesa. Lógicamente, las leyes sagradas como tales pasan a segundo plano, y así lo muestra de forma sorprendente la palabra sobre el korbán (dones del templo) y los padres (7, 5-13). En su literalidad, esa palabra podrían aceptarla otros maestros judíos. Pero es nueva la fuerza que recibe y el trasfondo donde se sitúa, relativizando no sólo la liturgia del templo, sino también las tradiciones de fariseos y algunos escribas, poniendo a los hombres y mujeres ante su propia interioridad, libremente.
- Corazón. La interioridad mesiánica va unida a la libertad personal: no es lo externo (exôthen: 7, 15.18) lo que mancha al ser humano, sino aquello que brota de dentro (esôthen: 7, 21). Asumiendo la más honda tradición profética de Israel, como auténtico judío, Jesús ha situado a los hombres ante la verdad (o riesgo de mentira) de su propio corazón. Sólo partiendo de esa fuente puede edificarse la familia mesiánica, no entendida ya en clave de poder (imposición de los presbíteros) sino de reciprocidad de dones y servicios: Dios mismo aparece así como garante de la vida (ayuda) que se ha de ofrecer a los padres necesitados, a quienes los hijos deben acompañar y ayudar, por encima de toda ley social o religiosa (7, 9-13).
- Universalidad. Todos los principios de vinculación externa (comida o raza, poder o prestigio) acaban siendo parciales y separan a unos grupos de otros. Sólo la pureza de corazón vincula por igual a todos los humanos, en fraternidad de familia y mesa, es decir, de comunión humana. En este plano, la “religión” de Jesús viene a entenderse como “religión humana”, en el sentido estricto de la palabra; no aparece como práctica especial de un grupo aislado, sino como experiencia y (exigencia) de apertura humana y comunión, desde unos pensamientos abiertos al encuentro entre todos los seres humano. Éste es el nuevo shema (¡escuchad!) de Jesús, formulado en 7, 14.
NOTAS
[1] He presentado esas leyes en Dios judío, Dios cristiano, Verbo Divino, Estella Estella 1996, 279-285; 297-303. La importancia del tema se muestra en el “Concilio de Jerusalén“, cf. Hech 15, 28-29. Visión introductoria en J. Maier, Entre los dos Testamentos (BEB 89), Sígueme, Salamanca 1996, 255-265.
[2] Para un estudio comparativo concreto del catálogo de vicios de 7, 20-23, con paralelos judíos, helenistas y paulinos, cf. Taylor, Marcos 406-408; Pesch, Marco I, 592-595; Gnilka, Marcos I, 332-333; Berger, Gesetzauslegung; Sariola, Markus. Éste es un tema que se ha estudiado de un modo especial a lo largo del siglo XX: O. Zöckler, Die Tugendlehre des Christentums, Bertelsmann, Gütersloh, 1904; A. Vögtle, Die Tugend- und LasterkatalogeimNeuen Testament (NTAbh 16 4/5) Münster, 1936; S. Wibbing, Die Tugend- und Lasterkataloge im Neuen Testament, BZNW 25 Berlin 1959; E. Kamlah, Die Form der katalogischen Parânese im NT, WUNT 7, Mohr, Tübingen 1964; H. D. Wendland, Ethik des Neuen Testaments, GNT 4, Göttingen 197. Ha estudiado especialmente el trasfondo del tema J. Marcus, tanto en su comentario (Marcos 1-8), como en The Evil Inclination in the Epistle of James: CBQ44 (1982) 606-21 y en The Evil Inclination in the Letters of Paul: IBS (1986), 8-21
[3] Así lo he puesto de relieve en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2006, 356-367. He desarrollado el tema en otros lugares, como Conocimiento de Dios y pecado de los hombres (Rom 1, 18-32): CulBib 33 (1976) 245-267; Conocimiento de Dios y juicio escatológico (Introducción a Rom I, 18-3,20), en Quaere Paulum. Hom. L. Turrado, Pontificia, Salamanca 1981, 119-148. Cf. también J.-N. Aletti, Comment Dieu est-il juste? Clefs pour interpreter 1’Epitre aux Romains, Cerf, Paris 1991.
[4] Éstos son los males que pueden compararse a los que ha desarrollado el Apocalipsis: «¡Fuera los perros y los hechiceros y los prostitutos y los asesinos y los idólatras y todos cuantos aman y practican la mentira!»(Ap 22, 15; cf. 21, 8), que he presentado con cierta extensión en mi comentario: Apocalipsis. Guía de Lectura del Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 32010.
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