La conciencia, último reducto de la libertad.
Recordando el martirio de Juan Bautista (Marcos 6,17-29):
“Es necesario que él crezca y que yo disminuya”
La decapitación de Juan el Bautista, Pierre Puvis de Chavannes, c. 1869, National Gallery, Londres
‘Vos estáis obligado -ańadió el arzobispo de Canterbury- a deponer la duda de vuestra insegura conciencia que recusa el juramento, y a tomar el partido seguro de obedecer a vuestro príncipe, y jurar’.
Entonces, aunque yo era de la opinión de que este argumento no podía adaptarse a mi caso, se me presentó, no obstante, de improviso tan sutil y, sobre todo, sostenido por tanta autoridad, al venir de la boca de un tan noble prelado, que no pude replicar nada, a no ser que estaba íntimamente seguro de que así no habría obrado bien, porque en mi conciencia era éste uno de esos casos en que mi deber era no obedecer a mi príncipe, sea cual fuere la opinión de los otros (cuya conciencia y doctrina no habría condenado ni habría aceptado juzgar) a este respecto: en mi conciencia la verdad se me presentaba diferente.
Entonces el abad de Westminster me dijo que de cualquier modo que la cuestión apareciera en mi mente, tenía motivos para temer que precisamente mi mente estuviera en el error, con sólo que considerara que el Parlamento del reino se pronunciaba en sentido opuesto, y que, por consiguiente, debía cambiar la posición de mi conciencia. A esto respondí que si sólo fuera yo el que sostenía mi tesis y todo el Parlamento sostuviera la otra, verdaderamente tendría miedo de apoyarme en mi parecer, yo solo contra tantos. Mas, por otra parte, sucede que para algunos de los motivos por los que me niego a jurar tengo yo de mi parte -como confío tener- un consejo igualmente grande, e incluso más, y entonces no estoy ya obligado a cambiar mi conciencia y conformarla al consejo de un reino, contra el consejo general de la cristiandad.
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Retrato de Tomás Moro por Hans Holbein el Joven (1527, Colección Frick)
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