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Archivo para Domingo, 18 de agosto de 2024

Así mi cuerpo os doy como alimento…

Domingo, 18 de agosto de 2024
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“Corpus Christi”

Todo fue así: tu voz, tu dulce aliento
sobre un trozo de pan que bendijiste
que en humildad partiste y repartiste
haciendo despedida y testamento.

“Así mi cuerpo os doy como alimento…”
¡Qué prodigio de amor! Porque quisiste,
diste tu carne al pan y te nos diste,
Dios, en el trigo para el sacramento.

Y te quedaste aquí, patena viva;
virgen alondra que le nace al alba
de vuelo siempre y sin cesar cautiva.

Hostia de nieve, nube, nardo, fuente;
gota de luna que ilumina y salva.
Y todo ocurrió así, sencillamente.

***

Sencillamente, como el ave cuando
inaugura, de un vuelo, la mañana;
sencillamente, como la fontana
canta en la roca, agua de luz manando:

sencillamente, como cuando ando,
como cuando Tú andabas la besana,
cuando calmabas sed samaritana
cuando te nos morías perdonando.

Sencillamente. Hora de paz. ¡Qué leves
tus manos para el pan, para el amigo!
Cena de doce y Dios. Noche de Jueves.

Y era en Jerusalén la primavera.
Y era blanco milagro ya aquel trigo.
Sencillamente: “Éste es mi cuerpo“. Y era.

***

Que viene por la calle Dios, que viene
como de espuma o pluma o nieve ilesa;
tan azucenamente pisa y pesa
que sólo un soplo de aire le sostiene.

Otro milagro, ¿ves? Él, que no tiene
ni tamaño ni limites, no cesa
nunca de recrearnos la sorpresa
y ahora en un aro de aire se contiene.

Se le rinde el romero y se arrodilla;
se le dobla la palma onduleante;
las torres en tropel, campaneando.

Dobla también y rinde tu rodilla,
hombre, que viene Cristo caminante
-poco de pan, copo de pan- pasando.

*

“Corpus Christi”,
de Antonio Murciano (España, 1929) y Carlos Murciano (España, 1931)

***

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***

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.”

Disputaban los judíos entre sí:

– “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Entonces Jesús les dijo:

“Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que como este pan vivirá para siempre.”

*

Juan 6, 51-58

***

Decía Agustín: «Oh Dios, mi corazón está inquieto hasta que no repose en ti», pero cuando examino la tortuosa historia de nuestra salvación veo que no sólo nosotros deseamos ardientemente pertenecer a Dios, sino que Dios también anhela pertenecer a nosotros. Parece como si Dios nos estuviera diciendo a grandes voces: «Mi corazón estará inquieto hasta que no pueda reposar en vosotros, mis amadas criaturas» […]. Dios desea comunión: una unidad que sea vital y viva, una intimidad que proceda de ambas partes, un vínculo que sea verdaderamente mutuo […].

        Este intenso deseo que siente Dios de entrar en la más íntima relación con nosotros es lo que constituye el núcleo de la celebración y de la vida eucarística. Dios no sólo quiere entrar en la historia humana convirtiéndose en una persona que vive en una época y en un país específico, sino que quiere llegar a ser nuestro alimento y nuestra bebida diarios en todo tiempo y en todo lugar.

*

H. J. M. Nouwen,
La fuerza de su presencia,
Brescia 2000, pp. 61 ss).

***

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“Comulgar con Jesús”. 20 Tiempo Ordinario – B (Juan 6,51-58)

Domingo, 18 de agosto de 2024
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20_TO_B«Dichosos los llamados a la cena del Señor». Así dice el sacerdote mientras muestra a todo el pueblo el pan eucarístico antes de comenzar su distribución. ¿Qué eco tienen hoy estas palabras en quienes las escuchan?

Muchos, sin duda, se sienten dichosos de poder acercarse a comulgar para encontrarse con Cristo y alimentar en él su vida y su fe. Bastantes se levantan automáticamente para realizar una vez más un gesto rutinario y vacío de vida. Un número importante de personas no se sienten llamadas a participar y tampoco experimentan por ello insatisfacción alguna.

Y, sin embargo, comulgar puede ser para el cristiano el gesto más importante y central de toda la semana, si se vive con toda su expresividad y dinamismo.

La preparación comienza con el canto o recitación del padrenuestro. No nos preparamos cada uno por nuestra cuenta para comulgar individualmente. Comulgamos formando todos una familia que, por encima de tensiones y diferencias, quiere vivir fraternalmente invocando al mismo Padre y encontrándonos todos en el mismo Cristo.

No se trata de rezar un «padrenuestro» dentro de la misa. Esta oración adquiere una profundidad especial en este momento. El gesto del sacerdote, con las manos abiertas y alzadas, es una invitación a adoptar una actitud confiada de invocación. Las peticiones resuenan de manera diferente al ir a comulgar: «danos el pan» y alimenta nuestra vida en esta comunión; «venga tu reino» y venga Cristo a esta comunidad; «perdona nuestras ofensas» y prepáranos para recibir a tu Hijo…

La preparación continúa con el abrazo de paz, gesto sugestivo y lleno de fuerza, que nos invita a romper los aislamientos, las distancias y la insolidaridad egoísta. El rito, precedido por una doble oración en que se pide la paz, no es simplemente un gesto de amistad. Expresa el compromiso de vivir contagiando «la paz del Señor», curando heridas, eliminando odios, reavivando el sentido de fraternidad, despertando la solidaridad.

La invocación «Señor, yo no soy digno…», dicha con fe humilde y con el deseo de vivir de manera más fiel a Jesús, es el último gesto antes de acercarnos cantando a recibir al Señor. La mano extendida y abierta expresa la actitud de quien, pobre e indigente, se abre a recibir el pan de la vida.

El silencio agradecido y confiado que nos hace conscientes de la cercanía de Cristo y de su presencia viva en nosotros, la oración de toda la comunidad cristiana y la última bendición ponen fin a la comunión. ¿No se reafirmaría nuestra fe si acertáramos a comulgar con más hondura?

José Antonio Pagola

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“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. Domingo 18 de agosto de 2024. Domingo 20º ordinario

Domingo, 18 de agosto de 2024
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46-ordinarioB20 cerezoDe Koinonia:

Proverbios 9,1-6: Comed de mi pan y bebed el vino que he mezclado:
Salmo responsorial: 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Efesios 5,15-20: Daos cuenta de lo que el Señor quiere.
Juan 6,51-58: Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.

Esta primera lectura de hoy es como un anuncio de lo que Jesús, sabiduría del Padre, va a decir en el evangelio que leemos en este domingo. Jesús, Sabiduría encarnada, ha preparado para nosotros su banquete, ha mezclado el vino, y ha puesto la mesa eucarística, y despacha a sus evangelizadores a todos los sitios a invitar a las gentes a su Eucaristía. Y nos sigue diciendo a todos nosotros: «vengan a comer mi pan». El pan y el vino que la sabiduría ofrece, son el pan y el vino que nos ofrece Jesucristo, Sabiduría eterna, son su Cuerpo y su Sangre. En estos pocos renglones es fácil descubrir la figura de Cristo. La Sabiduría es figura y representación del Hijo de Dios. En el evangelio de San Mateo (22,4) se leen unas palabras de Jesús muy parecidas a estas: «»vengan, que mi banquete está preparado». Este banquete es para todos, para sabios e ignorantes, para prudentes e imprudentes. Es lo que dirá San Bernardo: «si eres imprudente, acércate al que es Fuente de toda Sabiduría, y El te dará la prudencia que necesitas». Para algunos parece que la vida no nos hubiera enseñado nada. Como que no somos capaces de sacar lecciones de nuestras amargas experiencias. No saber sacar lecciones provechosas de las experiencias de la vida es la «inexperiencia». La lectura de hoy nos invita a dejar la inexperiencia y a adquirir la «prudencia», que es la virtud por medio de la cual cuando tenemos que escoger entre dos cosas, escogemos la que mejor nos aproveche para nuestra vida. Los entendidos dicen que por inexperiencia se entiende aquí el no saber gobernar y dirigir la propia vida.

En la segunda lectura de hoy encontraremos una frase muy parecida a esta que acabamos de comentar en el libro de los Proverbios, cuando la carta a los Efesios nos invita a no ser insensatos, sino sensatos. Este texto distingue tres exhortaciones. La primera se concreta en una doble llamada a aguzar la inteligencia para orientar la propia vida como corresponde al momento especial que se está viviendo y que, por el hecho mismo de poder vivirlo es de suyo el mejor. Lo que debe preocupar al cristiano es en realidad saber en cada momento, y en medio de la maldad dominante, qué es lo que Dios quiere realmente de él. La segunda exhortación es concreta: no emborracharse. Refleja las llamadas de los sabios a tener cuidado con el vino, pero también puede ser que se piense en los cultos paganos a Dionisios, donde el vino era el medio para unirse más estrechamente a la divinidad. Por último, la exhortación es a la alabanza, que el creyente debe dirigir siempre a Dios Padre en nombre del Hijo y a impulsos del Espíritu, y con sentimientos de gratitud por todos sus dones.

Juan desarrolla el tema de la «incomprensión» para adentrarnos de forma didáctica en el conflicto entre los practicantes de la religión judía y los cristianos. La eucaristía desató sospechas entre israelitas, romanos y griegos. No podían entender como una comunidad de creyentes podían celebrar con gozo y entusiasmo la muerte de su Señor y Maestro. Sin embargo, lo que en realidad no entendían era el misterio pascual. Jesús había resucitado, superando el cerco de una muerte violenta e injusta, y ahora vivía en medio de sus seguidores. Él se había convertido en principio de vida para aquellos que yacían inermes bajo la opresión de una religión agobiada por un sinnúmero de preceptos o por una religión que adoraba al déspota de turno. La presencia de Jesús liberaba a sus seguidores del caos informe de religiones mistéricas que abundaban en el mundo antiguo y de las rígidas disposiciones de una religión étnica.

Jesús era el pan vivo, bajado del cielo, para alimentar a una muchedumbre que añoraba una vida de paz y plenitud. Para ellos la verdad no residía en un sistema abstracto de proposiciones o en la adecuación lógica de la ideología a la realidad. Para ellos la verdad era una praxis de vida que transformaba al ser humano y lo habilitaba para vivir en comunión con sus congéneres y con el universo.

Hace unos meses, José Antonio Pagola, reconocido especialista en cristología, se publicaba estas reflexiones en torno a la eucaristía:

Los estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los cristianos de nuestras iglesias occidentales están abandonando la misa dominical. La celebración, tal como ha quedado configurada a lo largo de los siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos a la comunidad de Jesús.

Lo sorprendente es que estamos dejando que la misa «se pierda» sin que este hecho apenas provoque reacción alguna entre nosotros. ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo podemos permanecer pasivos, sin capacidad de tomar iniciativa alguna? ¿Por qué la jerarquía permanece tan callada e inmóvil? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación con más fuerza y dolor?

La desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes participan en ella de manera responsable e incondicional. Es la fidelidad ejemplar de estas minorías la que está sosteniendo a las comunidades, pero ¿podrá la misa seguir viva solo a base de medidas protectoras que aseguren el cumplimiento del rito actual?

Las preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su centro una experiencia más viva y encarnada de la cena del Señor que la que ofrece la liturgia actual? ¿Estamos tan seguros de estar haciendo hoy bien lo que Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya?

Reflexiones para hacer nos pensar a todos, principalmente a los responsables de la inmovilidad de la liturgia de la Iglesia. Leer más…

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El sagrario somos nosotros. Domingo 20. Ciclo B

Domingo, 18 de agosto de 2024
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IMG_6872Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Un final duro y sorprendente (Evangelio: Juan 6, 51-58)

        Llegamos al final del discurso del pan de vida. El domingo pasado, Jesús terminó diciendo: «Yo soy el pan del cielo…  el pan que yo daré es mi carne». Como en las series de televisión, el pasaje de hoy comienza repitiendo ese final, para recordarnos dónde estamos y entender la reacción de los judíos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Es la pregunta que se haría cualquier persona normal, incluso la predispuesta a favor de Jesús. Pero él no responde a esta pregunta. Los oyentes o lectores cristianos del discurso saben la respuesta: no se trata de comer un trozo del cuerpo de Jesús, sino de comer el pan eucarístico. Pero el autor del cuarto evangelio no lo dice, prefiere que el lector experimente la misma duda que los judíos.

            En una lectura precipitada, parece que esta última parte del discurso no ofrece ninguna novedad, que se limita a repetir la promesa de la vida eterna para quien coma «el pan que ha bajado del cielo».

En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y murieron. El que come este pan vivirá eternamente».

Sin embargo, hay aspectos nuevos e importantes.

  1. Beber la sangre. Hasta ahora, solo se ha hablado del pan. En esta sección final se hace referencia cuatro veces a la sangre, verdadera bebida, igual que el pan es verdadera comida. Dado la relación del discurso con la eucaristía, esta referencia era imprescindible. La iglesia primitiva siempre recordó el doble gesto de Jesús durante la última cena: al comienzo, partiendo el pan; al final, bendiciendo y pasando la copa. Pan y vino son esenciales. Un discurso sobre la eucaristía no puede dejar de mencionar la sangre, el vino.
  1. La dureza del lenguaje. Hasta ahora, el discurso ha sido polémico y ha provocado discusión y rechazo. Jesús, en vez de echarse atrás e intentar justificar sus expresiones, usa fórmulas escandalosas que se prestan a ser interpretadas como canibalismo: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Hay que comerla y beberla. Sin explicación alguna ni matices. ¿Por qué? Jesús no quiere seguidores inconscientes y rutinarios. En los evangelios sinópticos hay otras muchas expresiones suyas, durísimas, desanimando a seguirlo a quienes no estén dispuestos a cargar con la cruz, a renunciar a todo, a abandonar al padre y a la madre… En una línea distinta, estas palabras del discurso son también una forma de seleccionar a sus seguidores, como quedará claro el próximo domingo.
  1. La vida. La repetición frecuente de «la vida eterna» y de «yo lo resucitaré en el último día» parece sugerir que es algo que solo se consigue después de la muerte. Ahora se deja claro que «el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». La tiene ya, ahora, antes de morir. Sin decirlo expresamente, el texto supone que hay dos formas de vida: la normal, física, y la espiritual o eterna. La primera la tienen todos los seres humanos; la segunda, quienes comen el cuerpo y la sangre de Jesús. ¿En qué consiste esa vida?
  1. Jesús dentro de nosotros. La respuesta la ofrecen estas palabras: «El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él». Es la única vez que aparece este tema en el discurso, que recuerda la experiencia de Pablo: «Vivo yo, pero no yo; es Cristo quien vive en mí». Pero la imagen que mejor puede expresarlo es la del feto en el vientre de su madre: habita en ella, y ella en él. Esa intimidad absoluta y misteriosa es la que se produce en la eucaristía. Y esa presencia de Jesús en los que comulgamos no termina al cabo de un cuarto de hora, como nos enseñaban a veces de niño. Una educación religiosa bienintencionada, pero deficiente, hace pensar a muchos que Jesús está principalmente en el sagrario, olvidando que está dentro de nosotros tan realmente como allí.
  1. El final. Tras las cuatro intervenciones de la gente al comienzo del discurso y las dos preguntas escandalizadas que encontramos más tarde, resulta curioso que el autor no diga nada de la reacción del auditorio, de los judíos. Todo termina con unas palabras suprimidas por la liturgia: «Esto dijo [Jesús] enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm». Quien prescindió de estas palabras no debería aprobar un examen sobre el cuarto evangelio. Son esenciales para distinguir la reacción de los judíos (el silencio, no discuten más) y la de los discípulos de Jesús, que leeremos el próximo domingo.

Jesús y la Sabiduría como anfitriones (1ª lectura: Proverbios 9,1-6)

            Ninguno de nosotros se extraña de ver a la justicia representada como una mujer con los ojos vendados, una espada en la mano derecha y una balanza en la izquierda. En los últimos siglos antes de Jesús, algunos autores bíblicos, para oponerse a la idea griega de que la sabiduría es algo humano, y reside especialmente en Atenas, comenzaron a presentarla como una criatura de Dios, que lo acompaña desde el momento de la creación y termina residiendo en Jerusalén. La primera lectura la describe como una gran señora que construye un palacio, prepara un banquete, e invita a los jóvenes a compartir su pan y su vino, su sabiduría y su enseñanza, que les darán la vida.

            Los cristianos aplicaron estas imágenes e ideas a Jesús. Él es la verdadera sabiduría de Dios, que baja del cielo y reside entre nosotros, como dice el prólogo de Juan. Es lógico que se haya elegido este breve fragmento del libro de los Proverbios como primera lectura (en este caso debo reconocer, sin que sirva de precedente, el acierto de quienes seleccionaron los textos). Habla de comer mi pan y beber del vino, y de conseguir la vida.

La sabiduría edificó su casa, labró sus siete columnas, inmoló sus víctimas, preparó su vino e igualmente aderezó su mesa. Envió sus criados y proclamó sobre los puntos más altos de la ciudad: «Jóvenes inexpertos, venid aquí». A los insensatos ella les dice: «Venid, comed de mi pan y bebed del vino que yo he preparado. Dejad de ser imprudentes y viviréis, y caminad por la senda de la inteligencia».

         Indico, no obstante, dos diferencias entre este texto y el evangelio.

  1. La Sabiduría invita solamente a los jóvenes. Cosa lógica, porque es presentada como una maestra que enseña a «sus hijos», sus discípulos, a comportarse rectamente. Jesús invita a todos.
  2. El pan y el vino de la Sabiduría no dan la vida; la vida la da la prudencia: «Dejad de ser imprudentes y viviréis». El simbolismo del evangelio es más fuerte: la sabiduría no se adquiere a través de una serie de enseñanzas, se come y bebe y termina habitando dentro de nosotros.

La sabiduría cotidiana del cristiano (2ª lectura: Efesios 5,15-20)

         Por pura casualidad, porque la segunda lectura nunca se elige por relación con la primera ni con el evangelio, existe un punto de contacto con los Proverbios. También aquí se exhorta a la inteligencia y la sensatez, a no actuar neciamente. Y la forma de vivir de acuerdo con la voluntad de Dios se concretan en dos datos: 1) No llenarse de vino. 2) Llenarse del Espíritu Santo, cantando, alabando y dando gracias a Dios.

Hermanos: a ver cómo os comportáis; que no sea como insensatos, sino como inteligentes, aprovechando el tiempo, porque los días son malos. Por consiguiente, no actuéis como necios, sino procurad conocer cuál es la voluntad del Señor. No bebáis vino hasta emborracharos, pues eso lleva al desenfreno; al contrario, llenaos del Espíritu Santo recitando entre vosotros salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todo a Dios Padre en nombre de nuestro Señor Jesucristo

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Domingo XX del Tiempo Ordinario. 18 de agosto de 2024

Domingo, 18 de agosto de 2024
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“Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Quien come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.”

(Jn 6, 51-58)

Hoy seguimos leyendo el discurso que hace Jesús sobre él mismo como el pan de la vida, como venimos haciendo los últimos domingos.

Nos encontramos muchas veces que Jesús habla de comer y de vida. Él es el “pan vivo”. “Quien come de este pan vivirá para siempre”. Da su carne “por la vida del mundo”. Nos advierte: “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. Y al contrario: “quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”, “quienes me comen a mí vivirán gracias a mí”.

Y es que el comer está muy relacionado con la vida. Estamos tan acostumbrados a comer todo lo que queremos que se nos pasa por alto que es gracias al hecho de comer que estamos vivos. Es más, lo que comemos, y cómo lo comemos, determina nuestra vida, y al mismo tiempo dice mucho de ella. Podemos comer alimentos producidos de una u otra manera, en un lugar u otro. Podemos comer con avidez, con conciencia, con agradecimiento, engullendo, saboreando… Todo esto hablará de nuestra relación con nosotras mismas, con la humanidad, con la creación, con Dios.

Dicho esto, entendemos más por qué Jesús relaciona tanto el hecho de comerle con tener vida. Él no es cualquier comida: lo que nos ofrece es la Vida verdadera, la Vida con mayúsculas, la Vida plena. Nos invita a participar en la Vida de Dios, es decir, a vivir en la bondad, el amor, la entrega, la comunión, la confianza, el perdón. Aceptar a Jesús en nuestra vida significa abrirnos a todo esto y empezar a recibirlo. Si esta Vida de Dios encuentra espacio en nuestro corazón, después marcará toda nuestra manera de vivir: nuestros actos, pensamientos, sentimientos, interioridad, decisiones, relaciones…

Dios nos da vida cada día, nos demos cuenta o no. Pero si somos conscientes de ello, si nos ocupamos de “comerla” con conciencia, de acogerla con cuidado, nuestra vida se va modelando más y más según la Vida de Dios. Esto se puede hacer, por ejemplo, buscando en nosotras el deseo de que Dios nos alimente. Preguntándonos cuáles son nuestras sedes más profundas. Dedicando tiempo a encontrarnos con él, poniendo atención en estos encuentros para evitar que se vuelvan rutinarios y superficiales. Aceptando y agradeciendo lo que nos da, ofreciéndolo nosotras a otros a su vez…

De esta manera la Vida que recibimos de Dios irá encontrando en nosotras más caminos donde desplegarse, nos irá llenando y se hará presente en todos los aspectos de nuestra vida.

Oración

Trinidad Santa, ayúdanos a descubrir en nosotras la sed de ti, y a acoger la Vida plena que nos ofreces.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La misma “Vida” de Dios nos atraviesa y vivifica.

Domingo, 18 de agosto de 2024
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Jn 6,51-59

El evangelio del hoy, no solo es continuación del domingo pasado, sino que se repite el último versículo, para que no perdamos el hilo. Ya dijimos que todo el capítulo está concebido como un proceso de iniciación. Partiendo del pan compartido, ha ido progresando hasta la oferta definitiva de hoy. Después de esa oferta, ya no queda más alternativa: o seguir a Jesús o abandonar la empresa y seguir cada uno el camino de su ego.

¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Para los judíos del tiempo de Jesús, el ser humano era un bloque monolítico, ni siquiera tenían un término para designar lo que nosotros llamamos alma sin el cuerpo o cuerpo sin el alma. Hablar de carne, era hablar de la persona entera. Esa carne es su misma realidad humana, no carne física separada. Para un judío, la idea de comer la carne de otro, era sencillamente repugnante, porque significaba que se tenía que aniquilar al otro para hacer suya su sustancia vital.

Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Jesús no suaviza su propuesta, la hace aún más dura. Si era inaceptable el comer la carne, peor aún para un judío la sola idea de beber la sangre, que para ellos era la vida, propiedad exclusiva de Dios, con prohibición absoluta de comerla. Jesús les pone como condición indispensable para seguirle que coman su carne y beban su sangre. Juan insiste en que, eso que les repugna, es lo que deben hacer con Jesús. Apropiarse de su energía y de su misma vida.

En este capítulo se habla de  sarx  “carne”, pero en todas las referencias a la eucaristía de los sinópticos y de Pablo se habla de swma “cuerpo”. Nosotros confundimos los dos términos, pero para los judíos eran cosas muy diferentes. Carne es el aspecto más bajo del hombre, la causa de todas sus limitaciones. Cuerpo significa el aspecto humano que le permite establecer relaciones; sería el sujeto de todos los verbos: yo, tú, él… Es la persona, el yo como posibilidad de enriquecerse o empobrecerse en sus relaciones con los demás.

Al entender “cuerpo” como la parte física, hemos tergiversado la comprensión de la eucaristía. Para ser fieles al relato evangélico, tendríamos que traducir: “esto es mi persona, esto soy yo”. Sin olvidar, que lo esencial, no es lo que dijo, sino lo que hizo. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. En esto coinciden los tres sinópticos. No se trata de un pan cualquiera, sino de un pan, tomado, eucaristizado, partido y repartido. Después de eso, Jesús queda identificado con ese pan, que se parte y reparte.

Al hablar de “carne”, Juan entra en una nueva dinámica. Trata de decirnos que lo que tenemos que hacer nuestro de Jesús es su parte más terrena, la realidad más humilde y baja de su ser. No se trata de olvidarnos de lo que somos, sino asumirlo. Tenemos que imitar lo que él es en la carne, pero gracias al Espíritu. Está pensando en el significado más profundo de la encarnación, al que Juan da más importancia que a la misma eucaristía.

Cuerpo y sangre son dos signos muy diferentes. El primero hace referencia a la persona en su vida normal de cada día. El segundo, sangre, hace referencia a la vida. Cuando la sangre se escapa, la vida también desaparece. Cuando Jesús dice que tenemos que comer su cuerpo y beber su sangre, está diciendo que tenemos que apropiarnos de su persona y de su vida. La prueba de que está hablando de símbolos, y no de una realidad concreta, está unas líneas más abajo: “El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada”. Hemos devaluado la eucaristía al entenderla de manera física y material.

El comer y el beber son símbolos increíblemente profundos de lo que tenemos que hacer con la persona de Jesús. Tenemos que identificarnos con él, tenemos que hacer nuestra su propia Vida, tenemos que masticarlo, digerirlo, asimilarlo, apropiarnos de su sustancia. Esta es la raíz del mensaje. Su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia Vida. Solo así haremos nuestra la Vida de Dios. Lo que Jesús les dice es precisamente lo que hiere su sensibilidad. No se trata de la biología, ni en Jesús ni en nosotros. Se está hablando de la VIDA de Dios.

Por activa y por pasiva, insiste Jesús en la necesidad de comer su carne y beber su sangre. El que come mi carne… tiene vida definitiva. Si no coméis la carne… no tendréis vida en vosotros. Si hemos comprendido de qué Vida está hablando, descubriremos lo que significa: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Es comida y es bebida porque alimentan la Vida que no es la biológica. Esto fue difícil de aceptar para ellos y sigue siendo inaceptable para nosotros. A continuación, lo explica un poco mejor.

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Cuando nos referimos a la eucaristía, nos fijamos en la segunda parte de la proposición, “yo recibo a Jesús y Jesús está en mí”, pero olvidamos la primera. Pero resulta que lo primero y más importante es que “yo esté en él”. Otra vez se ve claro que se trata de un símbolo que se tiene que hacer realidad en mí. De nosotros depende hacernos, como Jesús, pan partido para dejar que nos coman. Acostumbramos a considerar la “gracia” como consecuencia automática de unos ritos, sin darnos cuenta que en la vida espiritua­l no hay automatismo.

Como a mí me envió el Padre que vive y así yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí. Una vez más hace referencia al Padre. El designio de Dios es comunicar Vida a Jesús y nosotros. La actitud del que se adhiere a Jesús debe ser la misma que él tiene hacia su Padre: recibir la Vida y comunicarla a los demás. Al hacer nuestra su Vida, hacemos nuestra la misma Vida de Dios. Cuando Jesús dice “Yo y el Padre somos uno”, está diciendo cual es la meta de todo ser humano. Esa identificación con Dios es el punto de partida de toda vida humana. Se trata de descubrirla y vivirla.

Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de este vivirá para siempre. Una y otra vez se repite la idea, señal de la importancia que el evangelista quiere darle. Seguramente la polémica seguía con los judíos que se habían hecho cristianos. No acababan de aceptar el nuevo significado de Jesús, más allá de reconocerlo como Mesías o profeta. Al evangelista, lo que le interesa es dejar claro el sentido de la adhesión a Jesús. Existen dos panes bajados del cielo (venidos de Dios), uno espiritual, su persona; otro material, el maná.

La eucaristía, el discurso del pan de vida y el lavatorio de los pies, están conectados, pero cada uno tiene un matiz diferente que ayuda a entender la realidad a la que hacen referencia cada uno de los tres símbolos. La eucaristía resalta el aspecto de entregarse a los demás, dejarse comer para desplegar la vida de Dios. El discurso del pan de vida acentúa la necesidad de descubrir ese alimento en la carne, en lo perceptible de Jesús. En el lavatorio de los pies, se resalta el aspecto de servicio a los demás. Lavar los pies era una tarea de esclavos. La diaconía es la clave para entender la nueva comunidad.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Por sus frutos los conoceréis.

Domingo, 18 de agosto de 2024
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«Si no coméis de mi carne y bebéis de mi sangre no tendréis vida en vosotros»

No nos cuesta ningún esfuerzo entender a Jesús como alimento; en admitir que alimentamos nuestro espíritu cuando vivimos de acuerdo a sus criterios. En el episodio de la samaritana (complementario de éste), Juan habla del agua viva que nos quita para siempre la sed de aquello que estropea nuestra vida, y en éste comienza hablado del pan de vida que nos alimenta para caminar hacia la casa del Padre.

Pero cuando a continuación se presenta a Jesús diciendo que hay que comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna, nos quedamos tan desconcertados como la gente que le escuchaba. Y todavía quedamos más desconcertados cuando en los textos sinópticos de la última cena se relatan unas palabras de Jesús que parecen reforzar esa idea: «Éste es mi cuerpo… ésta es mi sangre» … Había que encontrar el significado de estas expresiones tan paradójicas, y los teólogos pronto se pusieron a ello.

Algunos Padres de la Iglesia defendieron una presencia simbólica de Jesús en el pan y el vino, pero la tónica general desde el siglo IV es la defensa de lo contrario: el pan y el vino se convierten realmente en cuerpo y sangre de Cristo. El IV Concilio de Letrán (siglo XIII) habla del pan y del vino transustanciados en el cuerpo y la sangre de Cristo. El Concilio de Trento (siglo XVI) da carácter de dogma esta doctrina.

¿Y a qué carta apostamos nosotros, los creyentes del siglo XXI?… La jerarquía nos insta, lógicamente, a aceptar el dogma, pero nuestra cultura ilustrada nos dice que la conversión de una cosa en otra como consecuencia de un conjuro es magia, y nos cuesta aceptar la presencia de elementos mágicos en el evangelio. Y es aquí donde se produce una dicotomía entre cristianos que, lejos de ser negativa, tiene la virtud de poner a prueba la madurez de la fe de unos y otros.

Podemos definir al cristiano como aquel que escucha la Palabra y responde a ella, es decir, el que ama y sirve a los demás: «En esto conocerán que sois mis discípulos; en que os améis los unos a los otros» dice el evangelio– «En todo amar y servir»decía Ignacio de Loyola–. Y ya está… y no hay más… y, desde esta perspectiva, vemos que esa dicotomía que antes mencionábamos pierde su importancia porque se refiere a lo secundario y no a lo fundamental.

El modo concreto en que yo crea resulta irrelevante, porque lo importante son los frutos. Es indiferente que yo crea que la misa es un Santo Sacrificio que recrea la inmolación del hijo de Dios para redimirnos de los pecados… o que la considere Eucaristía, acción de gracias heredera de las Cenas del Señor. Es irrelevante que yo crea que las palabras del oficiante producen la transustanciación del pan y del vino… o que considere la consagración como un recuerdo entrañable de las palabras de Jesús justo antes de morir: «Haced esto en memoria mía». O que crea que al comulgar me estoy comiendo a Jesús… o que estoy comulgando con él; con sus criterios y con el proyecto colosal que nos encomendó…

Lo relevante no son mis creencias, sino los frutos que producen mis creencias.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Pan de Vida.

Domingo, 18 de agosto de 2024
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Frank White, Dayton Moore, David DeJesus, Kevin Uhlich and Royals staff serve Thanksgiving lunch at City Union Mission KANSAS CITY, MO (Nov. 18, 2008) - The Kansas City Royals will reach out to area families in need this holiday season by volunteering at the City Union Mission on Friday, Nov. 21. Royals Hall of Fame second baseman Frank White and outfielder David DeJesus will join Senior Vice President-Baseball Operations/General Manager Dayton Moore and Senior Vice President-Business Operations Kevin Uhlich as well as other Royals associates in serving a Thanksgiving feast to guests at City Union Mission's two area facilities. White and Moore will help serve 100 guests at the Family Center, located at 1310 Wabash in Kansas City, Mo., beginning at noon. DeJesus and Uhlich will follow by serving meals to 250 guests from the Men's Center beginning at 12:30 p.m. Due to ongoing renovations at City Union Mission, this meal will be served across the street in the Christian Life Program facility, located at 1111 E. 10th St. Since 1924, the City Union Mission has provided warm beds, nutritious food and a safe place for thousands of poverty stricken and homeless men, women and children in the Kansas City area. The Christian ministry receives no government support, but rather relies solely on support from individuals, churches, foundations, organizations and businesses. Through their two locations, which are both open 24 hours a day, 365 days a year, City Union Mission offers half of the emergency shelter beds in downtown Kansas City. This is the third year the Royals have partnered with City Union Mission to serve a Thanksgiving meal.Frank White, Dayton Moore, David DeJesus, Kevin Uhlich y el personal de los Royals sirven el almuerzo de Acción de Gracias en City Union Mission

Jn 6,51-58

“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, “el pan es mi carne para la vida del mundo”. El evangelio de hoy, continuación del que escuchamos el domingo pasado, hace hincapié en la presentación de Jesús como el pan de vida y nos remite a la experiencia de la Eucaristía que, en la comunidad a la que se dirige, se celebra y comparte.

Comer el pan y beber el vino son dos acciones llenas de sentido para el pueblo creyente. Reaviva experiencias como la de ser alimentados por Dios en el desierto (cf. Ex 16) o la de compartir el banquete esperado y prometido por los profetas (cf. Is 25,6). Este simbolismo, tras la experiencia pascual, adquiere para los seguidores de Jesús su máximo sentido. Comer el pan y beber el vino aluden ahora a la entrega de Jesús, a la entrega absoluta de su vida por amor y “para la vida del mundo”.

Entrega absoluta, porque el término semítico “carne” (hasta seis veces nombrado) hace alusión al ser humano al completo. Jesús, al entregar su carne, se entrega a sí mismo en su totalidad. Su persona, su vida, su historia… Nos lo entrega todo. Y al dárnoslo nos promete una vida “para siempre” que es una vida “en Él”, habitándole y siendo habitados por Él.

Con estas palabras somos invitados a vivir la Eucaristía hoy de un modo nuevo. Este sacramento, donde la acción de gracias y el ejercicio de la memoria son esenciales, nos impele a preguntarnos: ¿me doy cuenta de lo que significa comer este pan? ¿soy consciente de que, al tomarlo, estoy acogiendo no solo el recuerdo de Jesús, sino a Él mismo, sus palabras, sus acciones, sus sentimientos, sus decisiones…? ¿hago todo esto verdaderamente mío? ¿me identifico de este modo con Él?

Porque comulgar no es otra cosa que reafirmar la comunión con Él, con su vida y su entrega por todos. Y esa común-unión nos remite no solo a la unión entre todos los que formamos parte de la comunidad creyente, sino a la unión con toda la humanidad y con toda la Creación y, aún más, con Cristo mismo. Una común-unión con Él en la que quedamos comprometidos a vivir “por Él, con Él y en Él”, como repetimos en la doxología con la que culmina plegaria eucarística.

Cuando hoy vayamos a comulgar –y, ojalá, todos los días– tengamos todo esto presente. La primera lectura, del libro de los Proverbios, nos alienta: “vengan aquí los inexpertos”… No es un banquete para los sabios de este mundo ni para los más poderosos… sino para quienes, con temor y temblor, se abran a desear ser uno en Él contando no con sus propias fuerzas sino con la entrega primera de quien nos amó hasta el extremo.

Al ir a tomar este pan de vida recordemos lo que los Padres señalaban: Tomad aquello que sois: Cuerpo de Cristo. Sed aquello que tomáis: Cuerpo de Cristo”.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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De la catequesis a la comprensión

Domingo, 18 de agosto de 2024
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IMG_6757Domingo XX del Tiempo Ordinario

Domingo 18 de agosto de 2024

Jn 6, 51-58

Los comentaristas del cuarto evangelio manifiestan su sorpresa ante el salto que se da del “pan” a la “carne” cuando, en el capítulo 6 del mismo, se quiere afirmar a Jesús como alimento de la comunidad de discípulos. Se aprecia así, en el citado capítulo, de qué manera el llamado “discurso sobre el pan de vida” (6,22-50) termina convirtiéndose en un “discurso eucarístico” (6,51-71).

No extraña que semejante cambio provocara una reacción de resistencia en el grupo de discípulos, para quienes “esta doctrina es inadmisible” (6,60). El glosador, sin embargo, se encargará de “reconducir” la protesta, apelando al poder de Jesús y a la fe en él. Sin embargo, no deja de ser curioso que termine poniendo en boca del Maestro la afirmación que vuelve a vincular el alimento con la palabra:Tus palabras dan vida eterna” (6,68).

Más allá del momento en que se dio tal paso en las primeras comunidades, me parece que, en la actualidad se sigue viviendo ese rito, pero otorgándole un significado simbólico. No se necesita creer en la “materialidad” de la carne como alimento para saberse sostenido y alimentado por Aquello que somos en profundidad. Los cristianos lo proyectan en Jesús: esa es su creencia.

Sin embargo, me parece que es posible dar un paso más. De manera similar a como los primeros cristianos superaron la ortodoxia judía, atreviéndose a confesar que el Dios trascendente se hacía humano en Jesús, a nosotros nos es posible comprender que aquello que el cristianismo afirma de Jesús es en realidad lo que somos todos.

Para un judío ortodoxo, JHWH es “el totalmente Otro”, el único Dios que ha creado y rige los destinos del mundo. Para un cristiano ortodoxo, Jesús es la encarnación “material” de Dios que, de manera absolutamente única y excluyente, se hace en él uno de nosotros. Desde un nuevo nivel de consciencia, se llega a comprender que, tanto aquello afirmado sobre JHWH, como lo que se confiesa de Jesús, es el mismo y único Fondo último de todo lo real y de todos nosotros. Por lo que, con todo respeto, tanto al ortodoxo judío como al ortodoxo cristiano, cabría decirles: en nuestra identidad profunda, somos Eso mismo que vosotros afirmáis de JHWH o de Jesús; solo necesitamos caer en la cuenta, reconocerlo y dejarnos vivir desde ahí. Esa es la conversión (meta-noia), que es una con la comprensión. Si a esto se le quiere llamar “gnosticismo”, no hay ningún problema. Porque, así entendido, es sinónimo de comprensión profunda, experiencial o vivencial. Fuera de esta comprensión, todo lo demás son únicamente creencias, es decir, conocimientos de segunda mano. Por lo que, antes o después, en toda búsqueda sincera, se hará presente la cuestión: Más allá de todo lo que me han enseñado, de todo lo que he recibido, ¿qué puedo afirmar por mí mismo, como fruto de haberlo experimentado?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Se puede tener mucha ciencia y no saber vivir (Sabiduría)

Domingo, 18 de agosto de 2024
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IMG_7855Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. Sabiduría y sensatez.

        Las dos primeras lecturas de hoy nos hablan de vivir en sabiduría y sensatez, sensatamente, no estéis aturdidos.

        Nuestra tradición cultural europea (occidental) dio un brusco giro en el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración (siglo de las luces), de la razón. Es el siglo de la Revolución francesa (1789).

Lenta y casi inconscientemente fuimos prescindiendo de pensar y vivir desde la fe y la religión a vivir exclusivamente de la razón. Pasamos de la biblia a la ciencia, de la esperanza al progreso, del poder sagrado al poder laico (laicismo).

        Es el pensamiento moderno que nosotros lo vivimos casi sin darnos cuenta. El hombre moderno confía en las ciencias, en la razón, en el progreso de la medicina, de la tecnología, etc. La solución está en la política, en la tecnología, no en la Iglesia ni en la religión.

        (Creo yo que el hombre post-moderno -que somos nosotros- ya no confía en nada).

        Ciertamente la modernidad supone un valioso despliegue científico. Tenemos mucha ciencia, muchos conocimientos científicos, ahora ya  hasta la inteligencia artificial.

        Tenemos ciencia, conocimientos científicos, pero ¿tenemos Sabiduría?

        Con mucha sorna e ironía decía hace unos años el Director del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid en la lección inaugural de curso de la Facultad de Teología de Vitoria, decía que: entre los científicos algunos  -algunos- también piensan.

        Porque no es lo mismo ciencia que sabiduría.

  • La ciencia es el conjunto de conocimientos que se obtienen por verificación, comprobación. Es un mundo y un ámbito importante: en medicina, en tecnología, medios de comunicación, transporte, etc.
  • La sabiduría viene de sapere: saborear, saber vivir.

Se puede tener mucha ciencia, conocimientos y no saber vivir. Lo estamos viendo (y padeciendo todos los días).

Y también se puede tener escasos estudios, pocos conocimientos y saber vivir sensatamente y con gozo. Basta mirar a mucha gente sencilla, a nuestros mayores. No tenían conocimientos, pero sí sabiduría, sabían vivir.

Ante las grandes cuestiones de la vida: el sentido de la vida, cuestiones ético-morales, la muerte, la convivencia, etc. el hombre rural, el hombre primitivo estaba infinitamente mejor dotado que el ingeniero del parque tecnológico de Aiete o de donde fuere.

Por otra parte, los conocimientos no científicos y más bien existenciales son más envolventes que los científicos. Hay experiencias en la vida que no son científicas, incluso son más bien “irracionales”, pero son hondas y ayudan a saber vivir. Por ejemplo las vivencias provenientes del amor, de la amistad, de la familia, de la fe, del pueblo no son lo más mínimo científicas pero impregnan profunda y positivamente la existencia humana

Incluso también en otras cuestiones de la vida (positivas o negativas) convencimientos deportivos, de pueblos y patrias, convencimientos religiosos, políticos, son enormemente envolventes, te “pillan” -más o menos- toda la existencia.

Y no es lo mismo tener conocimientos, tener la razón que ser sensato. Se puede conocer, se puede tener razón y no ser sabio ni sensato. Esto ocurre con frecuencia en la familia, en quienes tienen poder en la comunidad, en la vida política, en la iglesia. Generalmente los que tienen fuerza y poder, los que regulan las leyes, e tienen la razón, pero muchas veces insensatamente. Esto nos pasa en la familia, en la vida de las comunidades religiosas, con muchos políticos y obispos de cuyo nombre no debo acordarme. Tienen razón (¿), pero no tienen sensatez

        Se trata de vivir sabiamente no tanto científicamente, se trata de ser sensatos en la vida.

02.- Transmisión de la sabiduría de la fe

        Enseñar a vivir sensatamente, transmitir sabiduría es una tarea noble, importante y a veces no fácil.

¿Cómo enseñar a vivir bien? No es fácil saber vivir y transmitir cómo vivir. (Absténganse políticos y medios de comunicación).

La ciencia se comunica en el aula, en la escuela. La sabiduría se transmite en la familia, en la amistad. La sabiduría se comunica casi por ósmosis y en gran medida en la vida familiar. El aprecio de la vida, el amor familiar, el respeto, el sentido de la vida, la fe, los valores éticos no se enseñan científicamente, se viven con los demás y así se aprenden, casi por “contagio”.

Es necesario un buen sistema docente, sin duda. Pero un sistema educativo, una universidad que se limite a transmitir meros conocimientos se convierte en un almacén de datos.

        De ahí la importancia de que los maestros y profesores no sean meros puestos de trabajo para ganar un sueldo, sino que debieran ser personas vocacionadas que enseñan más por su presencia que por lo que dicen. La escuela y la universidad actuales transmiten muchos conocimientos, ciencias, pero no me parece que comuniquen sabiduría, ni que enseñen a vivir, porque no se trata de enseñar cosas, sino de enseñar a vivir. Un maestro enseña más con su actitud ante los alumnos que con sus palabras.

JesuCristo no fue un profesor de religión que enseñara unos conocimientos de religión o cosa parecida. Jesús no fue un hombre científico, un “enterado” de la religión. Jesús fue maestro en el sentido más clásico: quien enseña no cosas, sino que enseña a vivir.

Creo que la fe se transmite principalmente en casa, al menos si hay fe en la familia y de modo afectivo, no doctrinal. Para transmitir la fe, el sentido de la vida, el sentido de la ética no hace falta grandes universidades ni medios.

03.- Alimento para la vida.

Continuamos meditando durante los domingos de este mes de agosto el capítulo 6º de San Juan sobre “pan de vida”.

        Alimentemos nuestras vidas con esa sabiduría y sensatez que dimanan del pan de vida, de Cristo como pan de vida.

        Seguramente la sabiduría no está en las masas sanfermineras o del cañonazo donostiarra, sino en los pocos sabios que en el mundo han sido

¡Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!

Fray Luis de León (1527-1591)

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“No hemos entendido a Jesús, si la eucaristía no nos compromete con la vida”, por Consuelo Vélez

Domingo, 18 de agosto de 2024
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De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del domingo XX del Tiempo Ordinario 18-08-2024

En este texto se concentra el misterio eucarístico: comer la carne y beber la sangre de Jesús

Jesús está hablando del significado del signo de su cuerpo y de su sangre, que supone un salto de fe, un nuevo horizonte, un situarse en la lógica del reino.

La eucaristía, antes que devoción individual es una experiencia comunitaria; antes que una obligación por cumplir es un compromiso de justicia

Habíamos anunciado el domingo pasado que al utilizar la expresión “es mi carne para la vida del mundo”, Jesús estaba introduciendo el signo eucarístico. Esta realidad será la que se desarrollará este domingo. Algunos especialistas sostienen que esta unidad es un texto litúrgico que fue introducido posteriormente para que el evangelio fuera mejor recibido. En efecto, en este breve texto se concentra el misterio eucarístico: comer la carne y beber la sangre de Jesús. El texto nos presenta lo que discuten los judíos entre ellos: ¿Cómo puede ese hombre darles a comer su carne? Y más complejo aún, beber su sangre”, que según las prescripciones judías estaba prohibido y, quién lo hiciera, sería condenado a muerte. Por esto es comprensible que este diálogo que, según el mismo texto acontece en la sinagoga de Cafarnaúm, no es fácil y se agudizan los dos niveles de los que hablamos el domingo anterior. Los judíos se toman “al pie de la letra” -diríamos con nuestros términos- lo que Jesús está diciendo y, por su parte, Jesús está hablando del significado del signo de su cuerpo y de su sangre, que supone un salto de fe, un nuevo horizonte, un situarse en la lógica del reino.

El evangelista Juan pone en boca de Jesús la expresión “en verdad, en verdad les digo” para mostrar el énfasis que Jesús está dando a su revelación: los que comen y beben su sangre, tendrán vida eterna mientras, los que no lo hagan, no tendrán esa vida. Además, el comer su carne y beber su sangre, engendra esa inhabitación mutua entre Jesús y los que lo reciben, ese permanecer en Él, término tan característico del evangelio de Juan.

Es el Padre el que envía a Jesús y Jesús comunica lo que su Padre le ha confiado. Una vez más recuerda a los judíos que sus padres murieron porque comieron un pan que no es su carne y su sangre, no era el pan que daba la vida eterna.

No podemos señalar más aspectos de este breve texto, pero, por la referencia eucarística, podríamos decir una palabra sobre nuestra vivencia actual de la eucaristía. Los cristianos respetan la eucaristía, la valoran, defienden la presencia real de Jesús en el pan y el vino eucarístico y acuden a recibirla con devoción y respeto. Pero no sobra recordar que podemos, muchas veces, enfrascarnos en discusiones similares a la de los judíos que hoy nos presenta el texto, referidas a todo lo anterior sin centrarnos en lo fundamental y definitivo del misterio eucarístico. Antes que una devoción individual es una experiencia comunitaria.Antes que un rito litúrgico es signo de la mesa compartida, en la que han de sentarse todos y todas, hijos e hijas del mismo Dios padre/madre. Antes que una obligación por cumplir es un compromiso de justicia por vivir. En verdad, la eucaristía como misterio central de nuestra fe ha de vivirse en la dinámica de esa mutua pertenencia: la eucaristía nos lanza a la vida y la vida es la que se celebra en la eucaristía. Conviene revisar nuestras eucaristías para que ellas revelen a Jesús y nos comuniquen la fuerza para hacer lo que Él hizo, liberándola de un rito intimista y vacío que Dios mismo rechaza y no dice nada a nuestros contemporáneos.

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Sólo el Misterio… Federico siempre.

Domingo, 18 de agosto de 2024
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Ochenta y ocho años del asesinato del gran poeta español, de fecunda sangre andaluza, a quien sus padres pusieron de nombre Federico… Federico del Sagrado Corazón de Jesús… Lo  asesinaron a las 4,45 de la madrugada del 18 de agosto de 1936, por “socialista y maricón”. El gobernador civil de Granada José Valdés Guzmán consultó con el general Gonzalo Queipo de Llano lo que debía hacer, a lo que este le respondió: «Dale café, mucho café». Hoy, no sabemos dónde están los restos de Federico, y, por fin, el genocida Queipo de Llano, fue exhumado el pasado 03 de noviembre de 2023 de su enterramiento en la Basílica de la la Macarena en cumplimiento del artículo 38.3 de la Ley de Memoria Democrática que ahora quieren derogar los herederos políticos de los asesinos del poeta: PP y VOX, como han ido derogando las leyes autonómicas.

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Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos

*

(Llanto por Ignacio Sánchez Mejías)

*

“No soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
sino un pulso herido que presiente el más allá”…

“Sólo el misterio nos hace vivir. Sólo el misterio”

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Federico García Lorca

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