15 de Agosto. Asunción de la Virgen María: “El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes”
De Koinonia:
Apocalipsis 11,19a;12,1.3-6a.10ab: Una mujer vestida del sol, la luna por pedestal:Se abrió en el cielo el santuario de Dios y en su santuario.
Salmo responsorial: 44. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.
1Corintios 15,20-27a: Primero Cristo como primicia; después todos los que son de Cristo.
Lucas 1,39-56: El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes.
La primera lectura nos enseña a mostrar las señales con que Dios invita a la esperanza. Aparece la lucha a muerte del dragón contra la mujer y su descendencia (Cristo y los cristianos). La aparición del arca de la alianza de Dios (cf. Nm 10,33-36); 1Sam 4,6-7) señala el hoy de la presencia de Dios en medio de los seres humanos, ya derrotados el pecado y el mal (21,3). Las dos señales que aparecen en el cielo, la mujer y el dragón, deben ser interpretadas por la asamblea litúrgica en el espacio-tiempo. La mujer es el pueblo de Dios; es más, representa la asamblea del pueblo de Dios reunida ya, ahora y aquí, en la Eucaristía dominical. El dragón es el mal, que actúa insertándose en la historia humana, y sobre todo desde los centros de poder (las siete cabezas con siete diademas), para intentar destruir la unidad y la comunión de la asamblea dominical (arroja a la tierra parte de las estrellas). El poder de este mundo se opone al alumbramiento de la mujer (se opone a Cristo) y quiere destruir su fruto (los cristianos). El Cristo elevado y sentado en el Trono de Dios señala la derrota de Satanás. La Iglesia en el desierto, huye del mal y es sostenida por Dios, como Jesús. La glorificación de Cristo, una vez para siempre, es la garantía que nunca jamás nada impedirá que El sea dado a luz por la asamblea eucarística dominical en el hoy, en el espacio-tiempo, hasta su venida en la plenitud de la gloria. María asunta es figura de la Iglesia, tanto la celestial como la que camina dando a luz a Cristo para el ser humano de hoy, y prefigura la victoria final de toda la Iglesia con Cristo, por él y en él.
La segunda lectura nos presenta la afirmación central sobre la resurrección de Cristo y de los muertos: Cristo no es un cadáver que revive, sino que es le Resucitado (el vencedor de la muerte) que causa la resurrección de los muertos. Cristo ha derrotado la muerte (la vencedora de la vida) en su propio terreno, la ha destituido (le ha arrebatado todo su poder sobre la vida), a fin de liberar a todos los que estaban bajo su poder. Cristo resucitado garantiza la resurrección de todos los muertos. Conviene notar el paralelismo alternado: por un ser humano, la muerte; por otro ser humano, la resurrección de los muertos; en Adán, todos murieron; en Cristo, todos vivirán. En definitiva, Pablo afirma que el don de la vida se da en la resurrección de Cristo. María, al frente de los que son de Cristo (15,23), goza de la vida de la gloria del Reino y ya celebra la destitución del único y último enemigo: la muerte.
La escena evangélica de hoy se centra en el encuentro de las dos madres y de sus respectivos niños, en la continuidad del designio de Dios (AT y NT), une teológicamente los relatos paralelos de la infancia de Juan (el último profeta del AT) y de Jesús. Y es el Espíritu quien marca esta continuidad. Toda la escena rebosa de teología, y para que no se pierda ni un ápice, Lucas la concluye con el mutis de María (1,56). En este encuentro, Lucas pone en boca de María este himno judeocristiano (1,47-55), que se inspira en el cántico de Ana (1Sam 2,1-10) y en toda la tradición bíblica (sobre todo de los salmos). Himno que expresa la fe y la esperanza de los pobres y humildes del pueblo de Dios. Son los «hijos de Sión», «los pobres del Señor», quienes, en María y con ella, alaban a Dios por las grandes obras que ha hecho en ellos/en ella (1,46-49), por lo que hace en su favor (1,50-53) y, finalmente, por su amor misericordioso a favor de Israel, en conexión con las promesas realizadas y selladas con la bendición de Abraham y a su descendencia (1,54-55). María es también hija de Abraham. Así, en María, en este encuentro entre el AT y el NT, se une la espera con la realización y, al mismo tiempo, se manifiesta la predilección histórica del Señor de Abraham y de María por los pobres de todos los tiempos.
Hoy celebramos la «asunción gloriosa» de María. No se trata de ninguna elevación vertical, de ninguna traslación física, de ningún viaje sideral. No fue ascensión real, física, la «ascensión» de Jesús; mucho menos será asunción física la asunción de María. Esa «asunción gloriosa» es una manera de hablar, que quiere decir algo, algo importante, pero no precisamente un traslado físico, un sentido literal inmediato de las palabras. Podemos –y deberíamos– ser creyentes de hoy, maduros, conscientes del valor simbólico y metafórico de muchas de las expresiones clásicas de nuestra fe. Valor «simbólico», «metafórico», no significa, en absoluto, falta de valor, carencia de sentido, ausencia de contenido. Muy al contrario. Significa que la verdad expresada es una verdad profunda, no susceptible de ser expresada con palabras fáciles, descriptivas, meramente referenciales de lo físico o material.
Nuestra fe expresa que en María Dios ha dignificado a todos los seres humanos, en especial a las mujeres, convirtiéndolos en plenos participantes de su obra salvífica. El ser humano había echado a perder los planes de Dios con opresiones, violencias y desigualdades. Dios, en Jesús, llama el mundo al nuevo orden, donde todos los seres humanos son igualmente dignos y de este modo se inaugura una nueva era de plenitud.
La fiesta de la «asunta», como la llama el pueblo cristiano en muchos lugares de América Latina, nos invita a vivir en el presente el futuro de Dios. María vivió su existencia como una manifestación de la obra salvadora de Dios. No hubo momento de su humilde existencia en el que el amor misericordioso del padre no se hiciera solidaridad, misericordia y compasión con todas las personas que, como ella, vivían situaciones de pobreza y exclusión. María encarnó todos aquellos valores que nos permiten comprender como el futuro de Dios se manifiesta en las limitaciones de nuestro presente. María nos invita a vivir gozosamente la vida como un encuentro permanente con el Dios de la vida y la historia que realiza su obra redentora en las miserias de nuestro mundo y en las limitaciones de nuestra existencia.
¿Comprendemos el significado «profundo» (no literal) de la asunción de María? ¿Estamos dispuestos, como María, a modelar nuestra existencia de acuerdo con la propuesta del evangelio?
Para la revisión de vida
– A ejemplo de María, motivado por su Asunción, ¿respondo de inmediato a las necesidades de los demás?
– Sabiendo que mi trabajo contribuye al plan de salvación de Dios, ¿cumplo con diligencia mis obligaciones religiosas, laborales, familiares y civiles?
– ¿Qué espacio tienen en mi vida los pobres y marginados?
Para la reunión de grupo
– Siempre es bueno volver a tocar el tema de la «subida al cielo». Recomendamos estudiar o volver a estudiar el luminoso texto de Leonardo BOFF sobre la ascensión de Jesús (http://www.servicioskoinonia.org/biblico/textos/ascension.htm). Todo lo que allí se dice respecto a la «cosmovisión», al sentido de la «traslación» o no «al cielo», y el sentido que todo esto puede tener, sigue siendo oportuno en la fiesta que hoy celebramos. La lección teológica –en ese sentido concreto de la cosmovisión que está en juego- es la misma. Establecer además las diferencias teológicas entre «ascensión» y «asunción».
– Comparar los dos cánticos de liberación (de Ana y de María). Señalar semejanzas y diferencias. Podríamos elaborar un cántico de liberación aplicado a nuestra situación.
– El físico cuántico Niels BOHR propuso aquella distinción en cuanto a verdades superficiales y profundas: «existen dos clases de verdades, las verdades superficiales en las que queda evidente que lo contrario es incorrecto, y las verdades profundas en las que lo contrario es también correcto»… (Hay un libro muy accesible donde puede encontrarse: GAARDER, Jostein, El mundo de Sofía, Ediciones Siruela, Madrid 21977, pág. 449).
– Un ejercicio muy interesante de discernimiento crítico puede ser el siguiente: evocar las verdades/creencias más elementales que forman parte del patrimonio simbólico cristiano, y discernir si son verdades profundas o verdades superficiales, según el criterio de la veracidad de la formulación contraria. Se puede aplicar especialmente a la asunción de María: ¿es una verdad profunda o superficial? En este caso es obvio que se trata de una verdad profunda, porque su formulación contraria («María no se trasladó físicamente hacia el cielo, no hubo literalmente asunción») también es verdad. Se puede ampliar este ejercicio de discernimiento aplicándolo a otras «verdades», como, por ejemplo: la ascensión de Jesús, su nacimiento en Belén, la creación del hombre en el 6º día, la creación del cosmos, la revelación, la anunciación, la encarnación, la resurrección…
Para la oración de los fieles
– Para que la Iglesia se mire en María y trabaje por los pobres, el fin del hambre en el mundo y alumbre la esperanza por su testimonio a favor de la vida.
– Para que quienes ocupan puestos de gobierno, legislan y juzgan en los tribunales, se guíen por un escrupuloso respeto a los derechos humanos.
– Para que las mujeres que sufren por su condición de mujeres sean artífices de su propia promoción.
Oración comunitaria
– Padre bueno, cuya misericordia alcanza a todos los seres humanos, generación tras generación; acrecienta nuestra fe, a ejemplo de la de María, para que seamos capaces de construir con ilusión un mundo más humano, según tu proyecto.
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