Orientados hacia la providencia.
El texto joánico de Juan 6,24-35 resume el centro de todas las acciones cristianas en la fe en Jesús: “Trabajen no por el alimento perecedero sino por el que permanece para la vida eterna” (v. 27). El trabajo humano suele estar orientado a cubrir las necesidades, en particular la alimentación. El texto juega entonces entre la necesidad y el trabajo y el esfuerzo que se orientan a dar permanencia de vida eterna. Se reubican las orientaciones: el trabajo no mira solo a la subsistencia sino a la eternidad y el esfuerzo no es únicamente activo sino receptivo por la fe y que aspira a “conseguir el alimento que les dará el hijo del hombre”.
Esta comprensión funciona como una diana de sentido, mientras se va gestando el reino que quedó escenificado en los versículos anteriores del comienzo del capítulo sexto, donde el mismo Jesús provee de pan y pescado en abundancia. El relato se ahonda aún más en clave de providencia al presentar el maná como el alimento que Dios proveyó en el camino por el desierto. Dios no solo liberó, sino que cuidó y alimentó a su pueblo. Jesús, como la presencia de Dios actual y actuante, también provee de comida y de una comida especial que es referido como un pan de eternidad: “el pan de Dios es el que da vida al mundo” (33). El texto acaba con la rotundidad de la providencia: “El que a mí viene nunca pasará hambre y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed” (35). Curiosa, cuanto menos curiosa, es esta relación entre la fe y el cuidado recíproco, entre la donación y la percepción de plenitud.
Paula Depalma
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