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París bien vale una misa (Dom 18 TO, Jn 6, 24-36): Eucaristía, carne de Dios

Domingo, 4 de agosto de 2024

IMG_6571Del blog de Xabier Pikaza:

 Sólo un humano puede saciar a otro humano, dándole así vida”

Esta frase (Paris vaut bien une messe) se atribuye a Enrique de Borbón y Navarra, que, tras duras guerra de religión, dejó el calvinismo y se convirtió al catolicismo, para ser coronado rey de Francia en Paris,el 25 de julio  del 1593, iniciando una dinastía de borbones, que siguen reinando en España

La frase “París bien vale una misa” parece apócrifa,   pero está en el fondo de un tipo de política social y religiosa, que ha llegado hasta los juegos olímpicos de París 2024, inaugurados, bajo la imagen ambigua de una Cena que suscitó la protesta de muchos católicos.

Imágenes. No me parece oportuna poner la de los juegos Paris 2024. Pongo una imagen confesional (Catacumbas, Roma antigua) y otra de crítica social (Buñuel, Viridiana, 1961)

Dios se hace carne, “cena” de Dios, Jn 6,24-35.

Quizá Enrique IV no pronunció esas palabras, ni los organizadores de los  juegos Paris 2024 quisieron herir a los cristianos, pero el tema de fondo  (carne de Dios) es muy importante para todos los cristianos.   Muchas cosas han cambiado desde entonces, no sólo en Francia, sino en todo el mundo  y a pesar del mayor ecumenismo y tolerancia del  momento actual hay signos como el de la imagen de la Cena de los juegos qu3  debieron haberse evitado, a  no ser que se quiera entrar al fondo del tema, como hace el evangelio del domingo.

“En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, cuándo has venido aquí?” Jesús contesto: “Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.” Ellos le preguntaron: “Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?” Respondió Jesús: “La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.”

Le replicaron: “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo.”” Jesús les replicó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.” Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de este pan.” Jesús les contestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre”.

Yo soy el pan de vida

IMG_6572Jesús no dijo “Soy el que soy” en absoluto (Ex 3, 14, sino yo soy el pan (ho artos), es decir, el alimento (en hebreo: lejem), aquello que hace vivir, añadiendo  ho dsôn, es decir, el pan que está vivo (en hebreo, hayyim), como el mismo Dios que es HayHayyim, Viviente, la Vida.

Ciertamente, el pan empieza siendo alimento biológico y signo de riqueza material (y dede poder social), y por eso Jesús puso como primer mandato “dar de comer al hambriento” (Mt 25, 31-46), pero, cuando el Diablo quiso arreglar todos los problemas del mundo a través del pan de la economía material comprada y vendida, Jesús le respondió “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de Dios” (Mt 4, 4), para que los hombres la compartan. Hay un pan externo que puede volverse principio de poder de unos sobre otros. Pero hay un par de vida compartida, en gratuidad, pan de afecto  y comunicación personal

                        Desde esta perspectiva podemos y debemos afirmar que la vida y alimento de un  ser humano  es otro ser humano, y que el único pan que le sacia es otro ser humano, en forma de vinculación  social y familiar. Hay Eucaristía (somos  Cena de Dios) allí donde nos damos y acogemos mutuamente, alimentando a los demás con nuestra vida.

 Este es el tema del discurso del “pan de vida” de Jesús en Cafarnaúm, que sigue a las multiplicaciones.  En un sentido,  el relato de Juan resulta más tradicional que el de los sinópticos pues ha destacado el carácter mesiánico y político del signo, de forma que sus beneficiarios que se han alimentado con los dones de Jesús quieren tomarle y coronarle rey, traduciendo su  “milagro” en forma de poder eclesial y alimenticio (cf. Jn 6, 14).

 Sólo un humano puede saciar a otro humano, dándole así vida

IMG_6573Ser hombre de verdad (mesías de Dios) implica convertir la vida en “carne” (pan de vida) para otros El hombre se alimenta de comida, leche y pan, fruta, cereales etc.,  pero sobre todo de alimento humana: Por el cuidado de padres y formadores hemos crecido, por su amor somos los que somos, de forma que no sólo nos alimentamos juntos (compartimos comida), sino que vivimos unos de la vida de otros.

Pan del cielo. Ellos dijeron a Jesús:¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas?   Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Les dio a comer pan del cielo. Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios el que baja del cielo y da la vida al mundo (Jn 6, 30-34).

Somos pan de Dios unos para otros; pero a veces en vez de ser fuente de vida para otros somos causantes de su muerte. La humanidad sólo tiene sentido y futuro si nos hacemos eucaristía unos para otros, ofreciéndoles no sólo palabra, sino comunión de vida. De esa manera, en esa línea, para ser fuente de vida en amor para otros vino Jesús y actuó como mesías de Dios sobre la tierra.

Hambre de Dios. Entonces dijeron al  Señor: danos siempre de ese pan. –  Jesús les dijo: Yo soy el pan vivo (=de vida). El que venga a mí, no tendrá hambre,  el que crea en mí, no tendrá nunca sed (Jn 6, 35).

             Jesús es Pan viviente que sacia un hambre distinta de humanidad, hambre de comunión y perdón, hambre de resurrección. Hay millones de hombre y mujeres que viven con hambre de pan material, pero muchos más tienen hambre de humanidad, de acogida, respeto, dignidad (Mt 25, 31-46).

Más que cuerpo compartido la eucaristía de Jesús, es “carne”. Algunos murmuraban de él, porque había dicho: Yo soy el pan que ha bajado del cielo, preguntando: ¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede  decir ahora: He bajado del cielo? – Jesús les respondió:  No murmuréis entre vosotros…. Yo soy el pan de vida. Vuestros   padres comieron el maná en el desierto y murieron….  Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le daré, es mi carne para vida del mundo (Jn 6, 41-51).

            El tema de fondo es la “carne” (vida más honda de amor, respeto mutuo, perdón, entendimiento). Ciertamente, hombres y mujeres comen pan externo y se alimentan mientras siguen en el mundo de alimentos materiales, de plantas y animales. Pero sólo les sacia una comida humana, el cuerpo y sangre (carne) de otros seres personales, como supo Jesús cuando decía, el día de la Cena: Comed: esto es mi Cuerpo.

            Nosotros somos el más hondo alimento del mundo, el más necesario. De  la madre y padre vive el niño, del amor vive el amigo, de la solidaridad de otros vivimos…  vida de los seres humanos se vuelve así amor, cuerpo mesiánico centrado y culminado en Cristo, cuerpo compartido de la humanidad entera (1 Cor 12-14).

Disputa sobre la carne de Jesús.– Discutían entre sí algunos y decían: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? – Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros… Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.  El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Como el Padre viviente me ha enviado, y yo vivo por el Padre, el que me coma vivirá por mí (Jn 6, 52-57). Si no dais vuestra vida en comida a los otros, si no os alimentáis de amor mutuo, palabra de afecto, de ayuda mutua, todos acabaréis destruyéndoos.

Esta es la revelación de la Eucaristía, de la “última cena” de la humanidad… Esta es la cena en que unos dan vida a los otros. Ciertamente, Cristo dice “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”, pero en Cristo y con Cristo, como mesías total han de decirlo todos los creyentes, unos a los otros, pues cada uno está (existe) en sí mismo en la medica que se da y existe en los otros.

En los evangelios sinópticos, conforme a las palabras de la institución, Jesús dice: Esto es mi Cuerpo (sôma), en el sentido de corporalidad. El evangelio Juan acepta esa formulaciòn, esa palabra de corporalidad, pero la interpreta desde la perspectiva de la carne concreta y así habla de sarx, esto es, de carne).

El cuerpo/sôma  se puede “espiritualizar”, diluyendo su fuerzaLa carne no. La carne (sarx)  es la vida concreta, la humanidad en el sentido de fragilidad, de entrega de la vida… Compartir la carne del Hijo del Hombres es vivir en comunión de amor concreto con los hombres.

En ese sentido, la eucaristía ha de entenderse desde la formulación radical de Jn 1, 14, donde no se diceel Verbo se hizo cuerpo”, sino el Verbo “se hizo carne”. En esa línea, cuando Jesús pide a los suyos que coman su carne y beban su sangre, les ofrece y pide algo inaudito, algo que es el centgro de su identidad divino/humana.

Este Jesús del evangelio de Juan no quiere que los hombres sean “un puro cuerpo social genérico”, sino que compartan la carne y la sangre, como quiere y dice la Carta a los Hebreos 2, 15-18. Por una parte, Jesús revela a los hombres su inmersión en el misterio trinitario, que es vida regalada y compartida: cada persona existe en la medida en que recibe y regala lo que tiene, en gesto de comida (donación, comunicación) eterna. Por otra parte, Jesús existe muriendo, entregando su vida, por los restantes hombres. El evangelio de Juan nos sitúa así ante el misterio y tarea de la carnalidad de Dios en forma humana.

Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. – Jesús dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? – Respondió Simón Pedro: Señor ¿dónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios  (Jn 6, 66-69).

Este discurso eucarístico suscitó una disputa eclesial, centrada en la comprensión de la carnalidad  eucarística, personal, comunitaria, y en el fondo divina, que aquí se halla centrada en Pedro y en los Doce. Ellos se quedan con Jesús. Ellos  no acaban de entender la radicalidad de la comunión carnal  de Jesús con los hombres y mujeres, pero le siguen, en un camino abierto hacia el futuro de la iglesia en  camino de carne:

(a) Pedro y los Doce deben superar un riesgo de espiritualismo gnóstico; eso significa que tienen entender la comunión de y con Jesús en línea “carnal” (de encarnación), no de pura corporalidad espiritual.

(b) Al mismo tiempo, ellos deben superar un tipo de corporativismo nacional, de comunión de cuerpo social, sin entrar en la carne y sangre de la ida concreta

c), Ciertamente, en un sentido, conforme a  Jn 1, 13, los creyentes no nacen de la carne y de la sangre (carne y sangre entendidas en forma de egoísmo, de lucha, de oposición a Dios. Pero, en otro sentido, estas palabras ratifican recrean el verdadero sentido de la carne y de la sangre (sarx, haima), que no se entienden ya como egoísmo (quizá impureza, oposición a Dios), sino como la pureza más honda de la comunión humana, comunión de amor de Dios en la carna y la sangra humana.

 Según eso, la nueva “corporalidad eucarística” ha de entenderse comoencarnación  (=dar y compartir la carne concreta de la vida) y  insanguinación  (esto es, de dar y compartir la propia sangre, la “vida de la vida”, si así puede decirse, conforme a la expresión Lev 17, 11).

No se trata, pues, de una comunión espiritualidad o ideal de ideas o proyectos, sino de una comunicación de carne (de carnalidad concreta de la vida) y de sangre (es decir, de donación hasta la muerte). En ese contexto, la Iglesia posterior ha introducido en su credo los dos artículos fundamentales: Creo en la “comunión” (koinonía) de los creyentes y en la resurrección de la carne.

Comunión de carne y sangre, tres planos

En el plano material (simplemente biológico) las realidades se agotan y mueren, en un círculo de muerte, esto es, de constante generación y corrupción (ley de Lavoisier). Pero en un plano de humanidad verdadera, cada hombre que entrega y comparte su vida con otro es principio de vida eterna, es “pan vivo, bajado del cielo”. En esa línea, cada hombre o mujer es “Dios” (revelación de Dios, pan de vida eterna) para otros. Por vivir en ese plano, por entregarse y compartir la vida de esa forma, los hombres y mujeres “no mueren”, viven para siempre. Dese ese fondo podemos distinguir en la Biblia tres panes:

‒ Pan primero, pan de creación. Según Gen 1-2, en el principio de la creación se hallaba el pan de la gracia que Dios quiso dar a los hombres y mujeres en el paraíso para que lo compartieran (Adán y Eva). Pero el pecado invirtió ese significado, haciendo que a partir de entonces el pan fuera signo de sudores y divisiones, de enfrentamiento y lucha de unos contra otros (cf. Gen 3, 19; 4, 1 l6). Éste es el pan que se disputan en combate a muerte Caín y Abel, los dos hermanos, el pan del Diablo, conforme al simbolismo de la primera tentación (Mt 4, 1-4).

‒ Pan del camino. Pero la historia siguió abierta y los hebreos, buscadores de libertad, descubrieron nuevamente un pan (maná), regalado, trabajado, compartido, mientras peregrinaban a la tierra de sus esperanzas (cf. libros del Éxodo y Números). Ciertamente, ellos empiezan así compartiendo, pero cuando luego conquistan y dominan la tierra de Canaán dejan de hacerlo, no quieren ser ya pan (alimento de gracia) unos de otros, de manera que pierden el maná y no logran (no quieren) vivir ya en comunión de humanidad, de trabajo y esperanza compartida. Por eso, en su oración mesiánica, Jesús nos dice que pidamos: «El pan nuestro de cada día dánosle hoy… (Mt 6,11)». Éste es el pan que, siendo nuestro (compartido), viene a presentarse al mismo tiempo como don de Dios.

‒ El pan de Jesús, vida eterna. En ese fondo puede ya entenderse mejor nuestro pasaje. Jesús ha ido ofreciendo a los hombres y mujeres un camino de vida que se expresa en la comunión del pan y culmina en la comunicación de vida. Ciertamente, él quiere que los hombres repartan el pan de su fatiga, su esperanza y su cansancio (sus bienes materiales, su comida). Pero, al mismo tiempo, en un nivel más hondo, él les ofrece un camino de palabra y oración compartida, de tal forma que cada uno de ellos sea “pan viviente” (signo y presencia de Dios) para los otros. Por eso, lo que Jesús dice, lo que él hace va creando una comunión de humanidad divina.

Comunión de carne: Humanidad “carnal” (afectiva), comunicación integral  

Necesario es un tipo de pan material (de trigo o maíz, de arroz u otra simiente) que los hombres han de compartir, es necesaria la justicia a fin de que ellos vivan sin matarse.  Avanzando en esa línea, es necesaria también la eucaristía de los alimentos concretos, que hombres y mujeres comparten en solidaridad de vida.

Finalmente  es necesario el pan de “la misma carne y sangre humana”, la vida que se da y recibe de un modo gratuito, como dice Jesús en un lenguaje provocador, que supera todo posible idealismo o platonismo. Sólo allí donde “la palabra se hace carne” (Jn 1, 14) puede haber verdadera eucaristía, solidaridad humana, “pan bajado del Cielo”, es decir, Dios que es comunión y vida compartida.

El pan de Jesús es su “carne”, es decir, la palabra hache carne (Jn 1, 1.14).

 Juan retoma así el motivo principal del comienzo del evangelio, donde dice que  “Dios es Palabra y  qye ” la palabra se hizo “carne”. Lo mismo aquí: La eucaristía de la Palabra personal se expresa como “eucaristía de la carne” de Jesús.  Éste es un “paso” necesario, en el que se pueden destacar tres símbolos de hondo simbolismo:

Hay una eucaristía/cena de la palabra/logosSe trata de compartir la palabra, en una línea que podemos llamar mas “protestante”, centrada en la “celebración de la Palabra”. Que Jesús se haga (=sea) la palabra de nuestra palabra, en línea de meditación, de interiorización, de transformación del pensamiento.

– La eucaristía del cuerpo-sôma, tal como aparece en los sinópticosEsto es mi “sôma”. Tomad y comed, es mi sôma. Por medio del “pan” (que es comida-palabra) nos hacemos “un cuerpo”, comunicación mutua. Jesús como “cuerpo”, la iglesia como “cuerpo”, en el que somos en Cristo comunión unos con otros.

–  Así se une la eucaristía de la carne-sarx y de la sangre-haima, que es la vida  Ser eucaristía, celebrar la última-cena, la cena más honda) Implica regalar y compartir la carne, esto es, la carne frágil, la sangre de la vida, no en en plano puramente biológico, sino en plano “vital”, tal como en el evangelio de Juan aparece sobre todo en la imagen  de la “vid” (de la viña y los sarmientos, que comparten la misma sangre de vida”.

Sólo unos hombres son alimento de otros hombres. Comida, alimento de carne

                  Entendida así, la comunión de “carne” de Jesús (carne de madre, de amor enamorado, de amigo…) nos sitúa ante la verdadera eucaristía, entendida en sentido carnal, esto es, de vida humana concreta, que nace, que sufre, que ama y que muere. La eucaristía es la revelación de la identidad y riqueza divina, pero en línea de carne y comunión interhumana… No se trata sólo de comulgar sólo de Cristo, sino de comulgar unos de otros y con otros… No es sólo synesthiein (comer  juntos, unos al lado de otros), sino de in-esthiein, comer unos de otros, siendo así uno comida de y para los otros.   Éste es el avance de Jesús, no en contra de Israel, sino en la línea de Israel:

– 6, 49. 58: Vuestros padres comieron el maná y murieron. Éste es un tema clave de la tradición del Pentateuco, desde el Éxodo al Deuteronomio. El pan del pan es fundamental, pero termina dejando a los hombres en la muerte (en la disputa de la muerte). Incluso Moisés murió y fue enterrado. Éste es un tema que ha sido retomado por la carta a los Hebreos.

– 6, 51.58: El que coma de este pan que es mi “carne” vivirá para siempre. En un sentido “vive ya”, vive una vida que no es muerte, en otro sentido pleno “resucita”: Yo (Jesús) le hago vivir; Yo (Jesús) le resucito… Ésta es una vida que culmina en la vida de Dios (en la vida que es Dios).

        Vivir no es sólo nacer (bautismo), sino compartir lo que somos en vida y comida, conforme al testimonio de la muerte/resurrección de Jesús: De la vida de otros nacemos, para darla a los demás vivimos. Entendida así, la existencia cristiana se condensa y expresa en el signo de la eucaristía, que no es un sacramento distinto, sino el mismo bautismo ampliado y ratificado al compartir la vida en/de Cristo (y en los demás creyentes). Los cristianos son (=existen) recibiendo la vida de los otros (en Jesús, por Jesús), compartiéndola con ellos, y regalándola así, en gesto de amor y de comunicación de vida, como Jesús lo ha simbolizado en sus comidas, y en especial en la última Cena.

Jesús ha creado una familia de comida que no se define por un tipo de ritos nacionales o sacrales, sino básicamente por la comunión personal de palabra y vida (de comida), a campo abierto, no en un templo cerrado (en las multiplicaciones: Mc 6, 35‒44 y 8,1‒9 par), sin separación de hombres o mujeres, judíos o gentiles, en forma de “eucaristía galilea”, es decir, de comunión profana de panes y peces. Este motivo central de la comida en gesto de comunicación y acción de gracia subyace en todo el evangelio.

 Anejo de Marcos

 − El evangelio de Marcos (Mc 14, 22‒25) recoge la tradición eucarística de las comunidades paulinas y la integra (la funda) en la historia de Jesús, en el contexto de su última cena histórica, dando un encuadre biográfico a la afirmación central de Pablo («El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan…»: Cor 11, 23). Desde el fondo de esa “entrega histórica” (descrita por Marcos) recibe su sentido más hondo el signo del pan como cuerpo mesiánico y del vino como sangre de la alianza, en un contexto de comunicación vital y de diálogo personal de los creyentes. En esa línea, el nuevo nacimiento del creyente, que hemos visto en el bautismo, se expresa y despliega en forma de comunión de vida de Cristo con sus seguidores y de los cristianos entre sí.

Este evangelio introduce esas palabras rituales (Mc 14, 22‒24: esto es mi cuerpo, esta es la sangre de mi alianza…) a modo de conclusión y compendio del evangelio, para indicar que Jesús ha culminado y ratificado al fin de su vida, ya en el borde de su muerte, lo que había comenzado a realizar en Galilea (cf. Mc 1, 14-15), al presentarse así ante (y en) la nueva comunidad mesiánica como pan y vino de Reino, es decir, como alimento de vida de todos los creyentes. Por el contrario Pablo (cf. 1, Cor 11, 23‒25) sitúa esas palabras en un contexto de “celebración ritual” de la Iglesia, añadiendo que él ha recibido del Señor (apotoukyriou) la tradición que ha transmitido (ho kaip aredôka), aunque resulta difícil distinguir lo que él ha recibido de la tradición cristiana anterior y lo que sabe por “revelación” del Señor (es decir, por reinterpretación de la tradición anterior)[1].

 − Y tomando el pan (labôn). De los panes y peces de las multiplicaciones (cf. Mc 6, 41; 8, 6) pasamos al pan de la última cena de Jesús quien, al partirlo y com‒partirlo, se entrega a sí mismo, para crear así el cuerpo mesiánico. Entre las multiplicaciones y la eucaristía se establece así un camino de ida y vuelta: sólo multiplica de verdad el pan aquel que entrega su propia vida, haciéndose él mismo comida y creando comunión con (para) los demás.

                   El signo central de la pascua judía era el cordero sacrificado y compartido en familia de puros, como signo de liberación de la esclavitud de Egipto.Por el contrario, la pascua cristiana se centra en el pan que Jesús reparte a todos, ofreciéndose él mismo como pan por/con ellos (incluso a favor de los mismos egipcios).

 −Y dijo: tomad. Ha desaparecido el cordero sacrificado (signo del pueblo judío) y en su lugar aparece Jesús con un pan universal como signo de su vida. Él no utiliza el signo del cordero entendido como expresión y presencia de Dios en el Éxodo, sino que formula (crea) la nueva sacralidad, que es su misma vida compartida en forma de pan, abierto a todos (compartido por todos), en la línea de lo dicho en otro contexto por Hebreos.

                   La “religión” no consiste en dar (sacrificar) cosas a Dios, sino en darse uno a sí mismo, compartiendo con los otros su carne (sarx: haciéndose comida/compartida, cf. Jn 6). Según eso, la sacralidad mesiánica se identifica con la vida de Jesús, simbolizada en pan, cuerpo regalado (labete, tomad), de forma que hombres y mujeres no se vinculan ya doctrina o trabajos exteriores, sino con la misma vida,como Iglesia[2].

 − Esto es mi cuerpo (sôma). Jesús personaliza la experiencia del pan, cuya importancia había destacado Marcos en las multiplicaciones y en la ayuda a los pobres, diciendo: «Esto (=el pan que llevo en mis manos) es mi propio cuerpo», mi verdad, el sentido de mi vida. Gramaticalmente el sujeto puede ser la última palabra de la frase, de manera que podemos traducirla: «Mi cuerpo (=mi vida mesiánica, mi reino) es este pan que llevo en la mano y que os doy para que lo compartáis»[3].

                   Ante el riesgo de interpretar el sômaen forma puramente intimista (en línea gnóstica), en su “discurso eucarístico”, el evangelio de Juan no dice ya sôma (cuerpo) sino sarx, que es carne (cf. Jn 6, 51. 54. 55), para insistir en el carácter fuerte de la relación de unos hombres con otros. No se trata, por tanto, de una mera sensación superficial de pertenencia, sino de la comunicación más fuerte posible entre personas, de manera que unas son “dándose” a las otras y viviendo en ellas, en una línea que he puesto ya de relieve al hablar de la resurrección.

                    De esa forma, en fuerte radicalización mesiánica, Jesús aparece como realidad y sentido (contenido) de su obra, entendida en forma sacramental, con el pan como signo supremo de su vida, pan que sólo tiene sentido para darse, esto es, para compartirse. En esa línea, siendo “pan”, Jesús es vida abierta, en una línea trans‒personal. De esta forma, de un modo sobrio pero absolutamente radical y renovador, los cristianos reinterpretan desde la vida y entrega de Jesús la experiencia ritual (sacrificial) del judaísmo, en un momento en que (con la caída y destrucción del templo de Jerusalén: 70 d.C.) desaparece la base y soporte de la liturgia judía.

                   Para el judaísmo de los sacerdotes, la unión de los hombres con Dios quedaba expresada, ratificada y celebrada a través del sacrificio (muerte, comida de la carne) de unos animales, que eran símbolo de la presencia y acción de Dios. Ahora, con Jesús desaparecen (se superan y transcienden) los signos animales, de manera que la señal y presencia de Dios en la misma vida humana, tal como ha sido “cumplida y condensada” para todos los hombres y mujeres en la entrega y comunión de amor de Jesús. El sacramento y presencia de Dios no es algo externo (un animal sacrificado en un templo), sino la misma vida humana (la de Jesús, la de sus seguidores) en la que Dios mismo se expresa, de un modo radical, real, definitivo.

                   De un modo consecuente, al culminar su camino, Jesús ha podido identificarse con el pan que ofrece y comparte con sus seguidores, incluidos aquellos que van a traicionarle, fundando la iglesia sobre su cuerpo convertido en fuente de existencia (encuentro) para todos los hombres y mujeres. Ésta es la señal que los fariseos (y los discípulos) no habían entendido (Mc 8, 11-21). Lo que Jesús había iniciado en Galilea (multiplicaciones) lo cumple ahora en Jerusalén, presentándose en la Iglesia como vida compartida[4].

El evangelio de Marcos interpretaba ya el cáliz como “bautismo”, es decir, como muerte a favor del Reino (cf. 10, 35-45). En ese contexto había añadido que Jesús, Hijo del Hombre, «ha venido a servir a los demás y a dar su vida (psykhê) como redención por muchos (anti pollôn)» (10, 45). Desde ese fondo entiende el sacramento del vino, interpretado como “sangre”, en el sentido radical de “vida regalada, compartida” (Gen 9, 4-5; Lev 17, 11.14; Dt 12, 23). Por eso (a diferencia de Pablo), Marcos identifica el cáliz con la sangre, que es la vida de Jesús como movimiento de alianza. De todas formas, las dos expresiones son equivalentes, pues la vida/sangre es alianza.

 − Tomando (un) cáliz (potêrion)… Cáliz es un utensilio (copa o vaso), y también la bebida que contiene (cf. Mc 7, 4). Preguntando a los zebedeos si estaban dispuestos a beber el cáliz que él iba a beber (cf. 10, 38-39), Jesús lo relaciona con la entrega de la vida. Más tarde, el relato de Getsemaní (14, 36: ¡aparta de mí…!) presenta el cáliz como expresión de fidelidad hasta la muerte. Esta palabra (potêrion), entendida en sentido más sacral (cáliz) o más profano (copa), implica una experiencia de solidaridad y comunión, el don de la vida regalada, compartida.

Dando gracias, se lo dio. Jesús interpreta su vida como copa/cáliz que ofrece a sus discípulos, de forma que todos beben de ella y se comprometen a compartir su destino. En este contexto, beber su cáliz significa asumir el gozo, pero también el riesgo y entrega del evangelio (el destino de la vida de Jesús y de los otros), en generosidad o don de vida. En esa línea, Jesús ha querido que su recuerdo quede vinculado a una celebración de solidaridad, esto es, de comunicación, simbolizada en el vino que él ofrece y que ellos reciben y comparten, asumiendo su destino, ratificando así la vida como alianza de unos en y por otros[5].

Y les dijo: ésta es la sangre (haima) de mi alianza (mou tês diathêkês). No es la sangre de la generación biológica (como la de Abraham, y los Doce patriarcas, en la línea de Jn 1, 13, donde ella se identifica en el fondo con el semen), ni tampoco la sangre ritual de los animales muertos, pues el gesto y palabra de Jesús transciende ese nivel, sino el signo de la alianza que él realiza ofreciendo su vida (su camino) a los marginados de Israel y a los malditos (enfermos, pecadores) de la tierra, no una sangre de muerte, sino de vida esencialmente regalada y compartida, pues un hombre sólo tiene aquello que da a los otros[6].

Derramada por muchos (hyperpollôn, cf. Mc 10, 45). Muchos tiene aquí el sentido de «todos», a diferencia de Pablo, que habla a los miembros de su iglesia, en un contexto litúrgico, diciendo “por vosotros” (aludiendo así a los que comparten el rito). Marcos sitúa la cena en un contexto biográfico más amplio, afirmando que la sangre de Jesús se derrama (ofrece) «por muchos», un término que se entiende aquí en línea universal, pues muchos no se opone a “otros” (que serían una minoría separada), sino que tiene un sentido de totalidad, refiriéndose a todo Israel y a la humanidad en su conjunto (cf. Is 53-54; Mc 13, 10; 14, 9)[7].

                    Derramar la sangre significa dar la vida, ponerla al servicio del reino de Dios, es decir, de los otros (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 32-34. 45), la persona entera (Lev 17, 11), en sentido integral, en forma de comunicación‒resurrección, como he puesto de relieve al hablar de Jesús, que entrega su vida por sus seguidores, resucitando en ellos en (por) la muerte. La alianza entre los hombres consiste en que unos transmitan su vida a los otros, y la compartan con ellos en camino de Reino, en sentido radical, algo que sólo aquí, en el cristianismo, ha venido a expresarse y realizarse en forma “sacramental”, como experiencia de resurrección, esto es, de vida de unos en otros.

                   El mensaje y camino de evangelio no se traduce, según eso, en forma de interioridad gnóstica (separada de la vida, esto es, de la carne y sangre de la historia humana), pero tampoco de imposición político/religiosa y de dominio de unos pueblos o estados sobre otros, sino de comunicación personal (integral) de los hombres y mujeres, desde la base de la vida compartida. Así lo expresa este rito de la cena/comida de acción de gracias y de bendición, en el que Jesús se identifica con sus discípulos, como ha puesto de relieve el sermón del Pan de vida y de la cena Juan (cf. Jn 6.13‒17), de manera que lo que él ha hecho (dar su vida por los demás y compartirla con ellos) han de hacerlo igualmente todos sus discípulos, y todos los hombres y mujeres en los que se despliega, de un modo real, aunque no confesional, el mensaje y camino de vida del Dios de Jesús.

                   Ésta es la experiencia central del “arquetipo crístico” (de la Biblia Cristian), en forma de ampliación de la conciencia, esto es, de ampliación e inmersión del hombre en la conciencia de Dios, que se expresa, al mismo tiempo en forma de “conciencia universal” (humana), vivida y celebrada de un modo “real” en la comida compartida, en el pan y el vino de Jesús, que es la expresión (sacramento)de la comunión de pan/vino (de cuerpo y sangre) de todos los hombres. En ese sentido se ha podido decir y se dice que la comunión de los hombres en Dios se celebra y ratifica, en la línea de Cristo, a través del pan que es la vida compartida formando un cuerpo y a través del vino que es signo y expresión concreta de la vida compartida.

                   Desde ese fondo ha de entenderse el tema del “perdón”, entendido en sentido radical, como reconciliación y comunión entre todos los hombres. De un modo superficial, en un tipo de celebración eucarística posterior, reglamentada por la Iglesia, se ha solido decir que primero está el sacramento de la “confesión” (con el perdón de los pecados) y que después viene al “eucaristía” como un tipo de “premio” posterior para los ya perdonados (que pueden así recibir el cuerpo y la sangre de Cristo). En contra de eso, los textos primitivos de la Iglesia identifican el perdón con la celebración eucarística (lo mismo que en el caso de bautismo). No es que primero haya perdón y luego eucaristía/comunión, sino que la misma eucaristía (la comunión en el cuerpo/sangre de Cristo) es el perdón[8].

NOTAS

[1]Algunos detalles no son fáciles de precisar, pero es claro que Pablo ha formulado ya, a los pocos años de la muerte de Jesús (hacia el 50 d.C.) lo que sigue siendo hasta hoy (año 2020) la experiencia básica de la tradición eucarística cristiana, entendida como presencia de Jesús en los creyentes y de los creyentes entre sí.

[2]Jesús les invita a compartir el pan, como expresión y sentido radical de su palabra. No empieza separando a sus discípulos del mundo, para que así puedan comer el alimento puro de las comidas sagradas (como en los esenios de Qumrán), sino que les invita a recibir con gozo su pan, para vincularles en fraternidad (alianza) de reino.

[3]Según Mc 14, 3‒9, la mujer del vaso de alabastro le había perfumado sin decir nada, pero su gesto resultaba suficientemente claro, de manera que él pudo definirlo diciendo: «Ha ungido mi cuerpo para la sepultura», suponiendo y añadiendo después que ese cuerpo no queda allí encerrado, en recuerdo funerario, sino que se expande en todo el mundo, en forma de evangelio, pues en cualquier lugar donde se anuncie el evangelio se recordará lo que ha hecho esta mujer, en memoria de ella (14, 8).

[4]La tradición de Marcos y Mateo no añade esa palabra (dado por vosotros), porque el signo resulta en sí claro. Jesús da su pan “a quienes lo aceptan”, es decir, en aquel contexto, “a vosotros”. Al añadir esas palabras, Pablo (por vosotros, to hyper hymôn) y Lucas (dado por vosotros, to hyper hymôn didomenon) expresan algo implícito en el signo del cuerpo ofrecido,, compartido y gozado, en el borde de la muerte, como pan que funda amistad y convivencia humana, haciendo así que unos vivan y sean en otros. En el contexto de Marcos, esa “afirmación” (por vosotros) debería entenderse desde Mc 10, 45, donde Jesús dice (de un modo universal) que ha venido a “servir y dar su vida como redención por muchos/todos” (antipollôn).

[5]Jesús no ofrece a los suyos una sesión de ayuno, hierbas amargas, sino el vino de la fiesta que alegra el corazón, recuerdo y anticipo del reino de los cielos.

[6]Frente al ritual de muerte de animales (cf. Lev 1-9), por encima del pacto sellado con novillos (cf. Ex 24, 8), superando la sangre del cordero pascual, que tiñe las puertas de la casa para protegerla (Ex 12, 1-13), o la sangre de la expiación nacional con la que se unta el altar y santuario (cf. Lev 16, 14-19), Jesús ha expresado con el cáliz el signo de su vida, que vincula a los hombres en alianza, en línea de presencia de Dios y solidaridad interhumana (Lev 7, 22-27; 16-17).

[7]“La expresión por todos es la mejor traducción del griego hyper pollôn, que literalmente significa por muchos y parecería tener un sentido exclusivo. Ahora bien, las lenguas semíticas –entre ellas el arameo, lengua materna de Jesús y de los Doce– utilizan el término muchos para referirse a una totalidad y, por eso, tanto aquí como en Mc 10,45 (cf Mt 20,28) es preferible traducir el griego según el substrato semítico. La posición contraria no encuentra soporte alguno en el modo de vivir y actuar de Jesús. En definitiva, la palabra sobre el pan y la palabra sobre la copa de vino van dirigidas a toda la humanidad: la salvación que nace de ellos no conoce fronteras. Todos tienen derecho a participar en esta salvación”, cf. A. Puig, Jesús. Una Biografía, Edhasa, Barcelona 2006, 481-482.

[8]Así lo ratifican de formas distintas, pero con una misma identidad de fondo los tres evangelios sinópticos, desde Mc 14, 24 (la sangre de mi alianza por muchos/todos), pasando por Lc 22, 20 (por vosotros…, en un contexto de celebración), hasta Mt 26, 28 (la sangre de mi alianza derramada por muchos/todos para perdón de los pecados). Así lo ratifica también Pablo en 1 Cor 11, 24 (por vosotros). La misma eucaristía es el “perdón”, es decir, la celebración del Dios del perdón, pues Jesús no ha dado la vida (no ha vivido ni ha muerto) para triunfar sobre los “malos”, separando así a salvados y proscritos, sino para incluir en la alianza de Dios a todos, a buenos y a malos.

                        Entendida y vivida así, la eucaristía no es la fiesta de algunos (limpios y puros) sobre otros (impuros, excluidos y manchados…), sino la celebración y fiesta abierta de los seguidores y amigos de Jesús, que muestran por ella su nueva conciencia de “apertura universal”, de comunión (ofrecimiento de comunión) de conciencia y vida (de pan y vino) con todos los hombres. Ésta no es una comunión de unos contra otros (de buenos contra malos), sino de unos con y para otros, es decir para todos, en gesto de perdón, es decir, de transformación y comunión de todos, en la línea de la vida y mensaje de Jesús, ratificado y universalizado por su muerte.

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