El alimento de la vida.
Domingo XVIII del Tiempo Ordinario
4 agosto 2024
Jn 6, 24-35
El ser humano, de manera consciente o no, anhela aquello que alimenta la vida. En realidad, en todo lo que emprende, va buscando vivir y vivir en plenitud. En el proceso, debido a mil factores, puede ocurrir de todo: adormecer el anhelo, evadirlo, compensarlo o confundirse y adentrarse en una dirección equivocada. Pero el anhelo seguirá siempre ahí, buscando el alimento que colma toda hambre y el agua que sacia toda sed.
El evangelio de Juan -el más alejado del Jesús histórico, así como el más cargado de simbolismo, y nacido en un entorno gnóstico- tiene como objetivo presentar a Jesús como la respuesta total al anhelo humano. Conocer a Jesús y entregarse a él -eso es creer, en este evangelio- es el camino de la salvación, es decir, de la plenitud anhelada.
El gnosticismo, más allá de etiquetas interesadamente descalificadoras, más allá también de corrientes y elucubraciones carentes de base, y tal como su nombre indica, sitúa el conocimiento (gnosis) como la piedra angular de la liberación radical del ser humano. Pero no se trata de un conocimiento mental al alcance únicamente de unos cuantos iniciados, sino de aquel conocer que se designa como sabiduría o comprensión vivencial y experiencial. Se trata de un “conocimiento sentido”, que se experimenta como un “ver”, para el que todo ser humano sin excepción está capacitado.
La comprensión nos permite alcanzar un conocimiento directo e inmediato; todo lo demás no pasará de ser un perezoso conocimiento de segunda mano. Lo que ocurre en el evangelio de Juan es que reduce la comprensión a una creencia, es decir la personaliza con exclusividad en la figura de Jesús. Sin embargo, más allá de esa identificación creyente, lo único capaz de responder al anhelo humano es la comprensión de lo que somos. Todo lo que no sea esto, se reducirá a un conocimiento de segunda mano y, por ello mismo, más o menos alienante.
El “pan de vida”, de que habla el evangelio, no se halla fuera de nosotros; es lo que somos en profundidad. Los discípulos de Juan lo percibieron en Jesús, pero parecieron olvidar algo básico: lo que es Jesús, lo somos todos.
Enrique Martínez Lozano
Fuente Boletín Semanal
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