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29.7.24. Tenía Marta una hermana, llamada María. Dos mujeres, toda la iglesia

Lunes, 29 de julio de 2024

IMG_6445Del blog de Xabier Pikaza:

El  estudio de las mujeres al comienzo de la iglesia apenas ha empezado.  Hoy 29.7.24,  octava de Magdalena (22.7.24) y fiesta de Marta, es buen para recordar unidas a las dos hermanas, María, que “podría” ser la misma Magdalena  y otras que es Marta, que tenía una hermana llamada María.

Marta y María (en este orden) son “hermana” de sangre (humanidad) y aparecen, en el evangelio de Lucas y en el de Juan como síntesis de toda la iglesia en camino (Lucas 10) y en  esperanza de resurrección  (Juan 11).La iconografía medieval presenta a lo tres hermanos como primeros apóstoles, “obispos” de la iglesia de occidente.

“Historia de fondo”. Una tradición compartida por Lucas y Juan

Quien lea con atención los dos últimos evangelios (Lucas y Juan) advierte pronto que son muy-muy diferentes y que, sin embargo, recogen tradiciones semejantes, no sólo en el relato de la pasión que es donde más se notan, sino en “historias” muy parecidas, entre las que destaca la de Marta y María, que no sólo acogen en su casa/iglesia, en gesto de servicio y escucha al Jesús amigo-amigo con sus seguidores (Lucas 10), sino que lloran juntas, cada una a su manera, por su hermano/amigo enfermo Lázaro (que es evidentemente Jesús) apareciendo así como primeros testigos/animadores de la Iglesia cristiana, hasta el día de hoy, fiesta de Santa Marta, a quien en general hemos preferido olvidar, para construir así una iglesia a nuestra imagen y semejanza.

IMG_6446Empecé a descubrir y “dibujar” la bellísima trama de las relaciones de Marta y María entre sí y con Jesús, colaborando en un libro “en clave de mujer” sobre el evangelio de Lucas…, dirigido por Isabel Gómez-Acebo, y en compañía de unas colegas y amigas que representan el mejor pensamiento teológico hispano del siglo XX-XXI.

Comencé a escribir entonces una “historia teológica” sobre la identidad y relaciones de estas dos primeras hermanas de la iglesia. No he logrado terminarla todavía. Pero si los años me dan una tregua, con Mabel que es Marta y María, quiero terminarla. Aquí van algunas ideas de lo que podría ser la historia y actualidad de Marta y María, hoy día grande de Santa Marta

 Dos mujeres, toda la iglesia. … Dos “hermanas”, amigas de Jesús, ninguna casada ni monja al estilo posterior. No las veo ni como solteras de celibato, ni como casadas de matrimonio, en el sentido posterior del términos, sino como mujeres, hermanas de “comunidad/iglesia: dos amigas de Jesús ninguna casada. He tratado de ellas varias veces, tanto en RD como en FB, tanto por separado como unidas, pero la obra que empecé entonces (año 1999) no la he terminado todavía, a pesar de haber escrito algunas obras que quizá sobran.

Conforme a una tendencia comprensible de la espiritualidad intimista y monacal, el pasaje   que trata de Marta y María (Lc 10, 38-42) se ha entendido por siglos como expresión privilegiado de un Jesús maestro que ofrece su palabra interior a dos mujeres contemplativas, para ayudarles en el crecimiento espiritual. Éste es uno uno de los grandes arquetipos de la historia cristiana, representada por dos mujeres hermanas, que crean una casa para acoger en ella a a Jesús y a sus seguidores” que van de camino, ofreciéndolos   le ofrecen lo que tienen: servicio exterior, escucha interna.

Mientras iban ellos de camino, Jesús entró en cierta aldea; y una mujer llamada Marta le recibió. Y ella tenía una hermana que se llamaba María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, estaba afanada (distraída) con mucho servicio; y acercándose [a El, le] dijo: Señor ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el servicio? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo el Señor, le dijo: Marta, Marta, te preocupas y estás perturbada por muchas cosas; una [sola] cosa es necesaria; en efecto, María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada (Lc 10, 38-42)

La interpretación tradicional de este relato resulta arquetípica y, por su misma fuerza evocadora ha logrado extenderse de esa forma  desde antiguo: en ella se han visto reflejados y valorados los devotos espirituales de cierto judaísmo (como Filón había destacado en su Vida contemplativa), lo mismo que los antiguos pensadores griegos o los nuevos virtuosos de la religión de oriente (hindúes, budistas, taoístas…). Todos ellos han sabido y saben que en el principio de la perfección se encuentra la necesidad de una vida interior, centrada en la escucha de la palabra del Señor. Desde este fondo se iluminan varios rasgos de la escena:

(1) Jesús Huésped ¿Un hombre en la casa de dos mujeres? ¿Signo masculino de la nueva y más alta humanidad? ¿Por qué signo masculino). La tradición evangélica (cf. Mc 6, 6-13 par), re-elaborada por Lc (9, 1-6; 10, 1-11) sabe que la misión cristiana está vinculada con las casas donde se recibe a Jesús o a sus mensajeros… casas que están representadas por mujeres.

(2) Las hermanas representan dos formas de acogida positiva, aunque una (la escucha) parece mejor que la otra (el servicio). En su mismo enfrentamiento, ellas expresan las dos tareas principales de la humanidad: vida activa y contemplativa, trabajo servil y liberal… Son dos “hermanas” (dos mujeres libres, pero vinculadas entre sí, por una sororidad superior.

(3) Jesús es Maestro interior, Mesías que ofrece a los hombres su Palabra. En esta línea se puede recordar la insistencia del judaísmo en escuchar y cumplir la Ley, que los cristianos identifican con la vida y palabra de Jesús.

      IMG_6447      Todos esos elementos están presentes en el texto, pero Lc 10, 38-42 ofrece algunos rasgos que desbordan ese enfrentamiento de acción-contemplación, para situarnos ante un dato nuevo, específicamente cristiano, de presencia de Jesús y de complementariedad eclesial de sus discípulos.

 (1) Servicio de Marta. De un modo normal solemos pensar en los trabajos de tipo doméstico: limpiar la habitación del huésped, preparar la comida, servir la mesa. Así tomamos a Marta como una simple criada. Pero el sentido principal de servir (diakonein) en el Nuevo Testamento y sobre todo en Lucas consiste en realizar una tarea ministerial en nombre de y por encargo de la comunidad.

(2) Dos mujeres que son toda la iglesia. La visión tradiciona ha presentado a Marta como servidora-criada (tareas materiales) y a María como contemplativa-pasiva (escucha y ora en silencio). Sobre ambas mujeres, la criada y la monja/contemplativa pasiva, se eleva la autoridad ministerial de los varones (sacerdotes) que realizan la tarea oficial de la iglesia. Pues bien, esta visión destruye el mensaje radical del texto, que ha querido simbolizar en estas dos mujeres al conjunto de la iglesia.

(3) Marta y María son hermanas, pero más en línea eclesial que carnal (cf. Lc 8, 19-21; cf. Hech 1, 15; 11, 29; 15, 3…). El texto no insiste en ningún momento en que sean hermanas carnales, en la línea del Evangelio de Juan cap.  11, donde ellas tienen un tercer hermano varón, que es Lázaro, muerto y el resucitado, que en algún sentido es Jesús….

(4) Ellas son  son servidoras o ministros de una comunidad cristiana que recibe a Jesús (a sus delegados). Marta ha recibido a Jesús y se afana por realizar su servicio, aunque el agobio de las muchas acciones puede separarle de la atención a la palabra en la que todas esas tareas encuentran su cimiento (cf. Lc 6, 46-49). Por su parte, Maríaescucha la palabra, pero no con el fin de quedar callada, sino para cumplir lo que ha escuchado (cf. 8, 21).

(5) Conflicto y complementariedad. No hay oposición entre servicio externo (acción) y escucha interna (contemplación). El servicio (especialmente a los pobres) no es en Lucas una tarea secundaria, subordinada a la contemplación, sino verdad y centro de todo el evangelio. En ese fondo se sitúa la tensión del texto, que relacionamos con otro pasaje de Lucas (Hech 6) donde se oponen y complementan los Doce (que ahora serian María) y los Siete (que ahora serían Marta).

 En un primer nivel, Hech 6 ha destacado la importancia de los Doce (que no pueden abandonar la palabra por las mesas); pero en otro nivel ha ratificado los Siete, mostrando no sólo que sus ministerios son inseparables (los siete son también predicadores), sino que la Palabra sólo puede extenderse allí donde se mantiene el servicio a las viudas y a las mesas de los pobres. Esos dos aspectos aparecen también en Lc 10. Pero los matices cambian. Hech 6 destacaba la importancia de los servidores frente a los contemplativos (ministros de la Palabra). Por el contrario, Lc 10, 38-42 defiende a los contemplativos (María) frente a unos servidores que parecen centrarse sólo en la organización social de la iglesia. Desde ese fondo se entiende la respuesta de Jesús:

«¡Sólo una cosa es necesaria, María ha escogido la mejor parte!» (10, 41-42). No rechaza ni condena a Marta (no la expulsa de su ministerio), pero le recuerda el riesgo de dispersión en que se encuentra: su afán por el servicio (organización eclesial y perfección externa de las obras) puede separarle de la raíz de la Palabra, de la fuente del Señor. Este es el peligro de unas obras que al desligarse de la raíz del evangelio pueden convertirse en nuevo legalismo. María, en cambio, sabe que sólo una cosa es necesaria: escuchar y seguir a Jesús y buscar el reino (cf. Lc 12, 31 y 18, 22; Mt 6, 33). Pero esa única cosa necesaria no puede entenderse en un nivel de pura contemplación, sino de acogida total de Jesús.

           En ese sentido se añade que María ha escogido la mejor parte… (Lc 10, 42). No está condenada como mujer al servicio que le imponen los varones, no es una esclava del sistema patriarcal o del lugar que ocupa en la casa. He hecho una opción, ha escogido, en gesto personal que le vincula con Jesús, a través de la palabra. Hay unos servicios que se pueden imponer. La palabra, en cambio, no se impone, sino que abre un espacio de libertad y de acción para María. Jesús respeta su elección y ratifica su gesto de escucha: de esa forma la valora. Frente a la mujer persona-esclava de unas obras de servicio, impuestas desde fuera, ha destacado Jesús a la mujer-persona que es capaz de dejarse transformar por la Palabra.

Marta y María simbolizan y encarnan así todas las tareas de la iglesia como casa donde se acoge y escucha la palabra. En una línea patriarcal (usual en otro tiempo) se podría suponer que María sólo puede escuchar, de un modo pasivo y silencioso, sin decir luego palabra (en la línea de 1 Cor 14, 34-35); por su parte, Marta sólo puede realizar servicios de criada, sometida a unos varones que son quienes realizan los grandes ministerios eclesiales. Pero esa visión de una escucha que no lleva a la autoridad de la palabra y de un servicio puramente servil (no ministerial), sin acceso a la Palabra, va en contra del evangelio. Unidas en la casa de la iglesia, Marta y María son signo de todos los ministerios cristianos, lo mismo que los Siete y los Doce de Hech 6.

Una iglesia posterior que ha impedido que las mujeres sean ministros de la iglesia, haciéndolas solo criadas o contemplativas de clausura, ha ignorado este pasaje.

Volver al principio

Mc 14, 3-9(con Jn 12, 1-8) par. presenta a una mujer  en Betania, ungiendo a Jesús antes de la pasión, confesando con su perfume y su vida el sentido de su experiencia creyente, en contra de aquellos que sólo se ocupan de dinero. Esta María ofrece el testimonio más alto de un ser humano (varón o mujer, clérigo o laico), que acompaña a Jesús en su camino de muerte y difunde su “buen olor” pascual, dentro de una Iglesia de gentes divididas.

Lc 10, 38-42desarrolla el tema desde la perspectiva de las dos hermanas (Marta y María)que reciben a Jesús en su casa, y le sirven de formas distintas y complementarias. El texto no sitúa la escena en Betania, sino en una “aldea”, pero leído en su contexto más extenso, y en el fondo de la tradición de las dos hermanas, podemos suponer que se trata de Betania, entendida como casa de la Iglesia, lugar donde estas mujeres (hermanas creyentes, más que físicas en sentido carnal), expresan la forma de crear comunidad en torno a Jesús.

(c) Finalmente,  Jn 11 presenta a  Betania aparece como lugar y casa de los tres hermanos(Marta, María y Lázaro), vinculados por la fe, más que por pertenecer a un familia carnal[2]. Como verá el que siga, leyendo conmigo la historia de Marta y María con Lázaro que es hermano/amigo muerto y resucitado,  descubrirá que ese Lázaro es en realidad cualquier  ser humano, que es hermano/amigo, siendo en el fondo el mismo Jesús.  No voy a desarrollar aquí el tema, lo haré en mi trabajo ya indicado sobre Marta, María y Jesús.

 Del tercer icono trato en especial en lo que sigue, dejando en segundo lugar a Lázaro, y fijándome en la actitud de las dos mujeres, que son complementarias y ofrecen un signo clave de la identidad y tarea de la vida religiosa dentro de la Iglesia. En sentido extenso, las escenas que siguen tratan de la Iglesia en su conjunto, no de la vida religiosa. Pero ellas pueden y deben entenderse como icono de la vida religiosa. Lo que digo aquí debería completarse podría completarse y precisarse, en otra perspectiva, partiendo de Lc 10, 38-42, el icono principal, y muchas veces mal interpretado, de la casa  de Marta y María, donde viene a descansar (morar) Jesús con sus compañeros.

Vuelta a  Lucas. Dos hermanas, toda la Iglesia

Ellas ofrecen dos claves de interpretación cristiana, dos figuras fundamentales de la Iglesia, unidas entre sí (son hermanas) y complementarias, una es signo de la fe activa, otra del amor transformante. Ellas son para el evangelio de Juan (de una forma convergente para Lucas) un modelo y compendio de todas las funciones de la iglesia, con sus ministerios de varones y/o mujeres. No son una parte, sino toda la Iglesia, aunque lo que aquí se dice puede y debe aplicarse de un modo especial a la vida religiosa.

La tradición lucana indica la función de las dos hermanas que, en gesto de amistad y servicio, reciben a Jesús. Una, llamada Marta, realiza funciones que la tradición suele llamar femeninas, pues trabaja afanosamente en el servicio de comida y casa. La otra es María y se sienta a los pies de Jesús escuchando su palabra, como discípula que puede acoger, entender (y extender) el evangelio; enseñando de esa forma a una mujer y haciéndola discípula y maestra de su reino, Jesús rompe y supera la tradición judía, pues los rabinos no ofrecían su enseñanza a las mujeres: sólo los varones podían cultivar el estudio de la ley de forma estricta.

De un modo lógico, Marta protesta desde su doble condición de mujer que está obligada a los trabajos de la casa y de judía que acepta resignada el puesto social que la tradición le ha confiado: No es propio de mujeres el “ocio” de la palabra para escuchar y aprender la ley o el evangelio, como quiere María. Pues bien, en su respuesta, Jesús ha defendido a María: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; una sola es necesaria, María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada»(Lc 10, 41-42).

Ciertamente, el servicio por el pan y por la casa es necesario, pero hay algo que es aún más importante “pues no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (cf. Lc 4, 4). También la mujer nace, vive, se despliega, lo mismo que el varón, en el nivel de la palabra, y por eso puede hacerse discípula del Cristo, para comprender su evangelio y transmitirlo. María ha escogido la mejor parte: Jesús mismo la ha elevado al nivel de comprensión radical del evangelio. De ahora en adelante ella no debe estar subordinada a su marido, escuchando pasivamente la palabra, entre las labores más humildes de la casa, mientras salen los varones a entender y predicar en libertad el evangelio. Si ella puede escuchar, también puede hablar, de manera que varones y mujeres son ahora iguales desde Cristo.

En esa línea, leyendo bien este pasaje, descubrimos pronto que Marta no es una criada en el sentido usual (meramente dedicada a labores materiales), sino que está en la línea de los dirigentes eclesiales. Por su parte, María escucha a Jesús, de tal forma que podrá después “hablar”, superando así una tradición que aparece en la glosa deuteropaulina de 1Cor 14, 34 (¡las mujeres callen en la iglesia, no se les permite hablar!) y en Tito 2, 5 (¡estén sometidas a sus maridos!).

Con su prudencia y habilidad característica, Lucas supera esa visión de la mujer cuando presenta a María como plena discípula del Cristo, en el nivel de la Palabra (abierta al ministerio de la predicación). Al mismo tiempo, de forma velada pero intensa, él muestra que Marta se ocupa de “tareas eclesiales”, en línea de organización de la comunidad; ella representa la “vida activa”, pero no una vida activa en sentido puramente material, sino en un sentido de creación y dirección de Iglesia En esa línea avanza Juan al hacer de Marta y María discípulas ejemplares dentro de la iglesia, como seguiré indicando.

Pasamos al evangelio de Juan. Marta y María con Lázaro/Jesús. Una iglesia de experiencia de Resurrección.

 El evangelio de Juan ha recogido y reelaborado la tradición del encuentro de Jesús con estas dos mujeres, que ahora tienen un hermano llamado Lázaro, el resucitado, cuya historia se cuenta a lo largo de Jn 11. En un primer nivel, Marta sigue siendo la trabajadora: sirve en el banquete que ofrecen a Jesús en Betania, mientras Lázaro, invitado, se sienta a comer y María queda libre para realizar su gesto profético de amor y servicio, ungiendo a Jesús para la muerte (Jn 12, 1-8). Pero Juan ha introducido una novedad: Marta no es sin más trabajadora ignorante y servil de la casa; siendo trabajadora, pues  ella conoce mejor que nadie los misterios del reino de Jesús y viene a presentarse como la primera que acepta y confiesa su fe en el evangelio, como experiencia de resurrección y vida de Jesús.

Ha muerto Lázaro (signo de Jesús, que aparece así desdoblado en el texto, como muerto y como resucitado) y cuando llega Jesús ya le han enterrado. Marta le dice: “Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano; pero aún ahora sé que Dios te concederá todo lo que le pidieres” (Jn 11, 21-22). Conforme a una tradición que conocemos bien por los sinópticos, Jesús aparece como alguien que hace milagros: cura a los enfermos y resucita a los muertos. En ese fondo se sitúa la fe judía y la novedad de Jesús, aceptada por Marta:

Fe escatológica judía. Jesús responde a Marta: “tu hermano resucitará” y ella precisa: “resucitará en la resurrección del último día” (Jn 11, 23-24). Ésta es la fe básica de los judíos (por lo menos de los fariseos), tal como recuerda Pablo en Rom 4, 17 donde presenta a Abrahán como padre y modelo de fe “porque creyó en el Dios que vivifica a los muertos y que llama al ser a las cosas que no existen”. Éste es el Dios de Marta la judía: ella cree en aquel que crea y resucita. Por eso dice a Jesús: mi hermano resucitará en el último día”. Así es hija de Abrahán.

Fe cristiana. Pero esa fe de Abrahán queda transcendida por Jesús. Ante la tumba de Lázaro, el amigo muerto, él revela a Marta su misterio: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre” (Jn 11, 26). Ésta es la fe cristiana, que Pablo define en forma teológica (“creemos en el Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos”, Rom 4, 24) y que Jn 11, 26 traduce ya en forma cristológica (“yo soy la resurrección…).

 Así ha cambiado el centro de la fe. Lo que define a los cristianos no es una esperanza (¡habrá resurrección final para los justos!) sino la experiencia actual de la unión de los creyentes con el Cristo que ha resucitado y de esa forma viene a presentarse como vida de los hombres. No se trata de creer en algo que vendrá después, sino en algo que ha venido ya y que está presente por (en) Jesús en aquellos que le aceptan y recorren su camino, como harán, de formas distintas y al fin convergentes, Marta y María.

Marta, la primera creyente. Marta el verdadero Pedro.

 La escena nos sitúa precisamente en un lugar fronterizo, en la ruptura de nivel donde superando la fe común de la escatología judía (apoyada en la resurrección futura de los muertos) podemos ya fundarnos en la fe en Jesús como resurrección ya realizada, culmen de la historia, revelación definitiva de Dios. Paradójicamente este misterio viene a proclamarse ante la tumba del hermano muerto, en el lugar donde parece que se agota y se consume (hasta se pudre) la esperanza de los hombres. Lázaro sigue muerto (¡no ha resucitado aún!), pero Marta descubre que Jesús es la resurrección y la vida y de esa forma lo confiesa en el principio de la Iglesia:

  1.  Sí, Señor; yo he creído que
  2. tú eres el Cristo, el Hijo de Dios,
  3. que está viniendo al mundo (Jn 11, 27)

Al contestar así, Marta aparece como la primera cristiana verdadera, pues reconoce a Jesús como vida de Dios que está presente sobre el mundo, antes que los apóstoles o Pedro lo hayan descubierto y lo proclamen.Significativamente, Juan ha silenciado o transformado la confesión de fe que la tradición sinóptica ponía en boca de Pedro, representante y portavoz de todos los creyentes (cf. Mc 8, 29).

Es cierto que, según el evangelio de Juan, en nombre de los doce, Pedro sigue con Jesús, aceptando su mensaje, aunque no llegue a entenderlo: “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y confesamos que tú eres el santo de Dios” (Jn 6, 68-69), pero esta confesión sitúa a Jesús en el nivel de la esperanza judía, como un revelador de Dios, y no como el Hijo de Dios que da la vida y es resurrección dentro del mundo.

Pues bien, sobre el Pedro vacilante de la tradición prepascual, sobre el Pedro incompleto del sermón de Cafarnaúm  Jn 6, 68-69, se eleva ahora Marta, comodiscípula plena, que acepta y reconoce el sentido de Jesús, resurrección y vida de varones y mujeres. Es cierto que ella sigue siendo servidora de los otros, como indica el texto posterior (Jn 12, 2). Pero, desde el fondo de ese servicio, ella ha sido la primera en expresar y expandir la fe completa, como testimonio de un carisma que la Iglesia ha recibido siempre y que la vida religiosa ha querido expresar. Sobre esa fe Jesús como resurrección y vida se edifica la nave de la iglesia.

Marta ratifica así la verdadera fe pascual junto a la tumba de su hermano muerto (antes que resucite, anticipando de esa forma y confesando ya la resurrección de Cristo). Por eso, ella no tiene ya que aparecer en los relatos de la pascua, como aparecerá María. Ella no corre hacia la tumba vacía (como hará su hermana), ni buscará al cadáver del Señor en el jardín del mundo (cf. Jn 20, 11-18). Ha confesado su fe en Jesús, vida del mundo, y su confesión permanece como tipo y modelo de fe para todos los creyentes.

Aprender de Marta

Las dos confesiones de fe más significativas de la tradición del evangelio son la de Pedro y la de Marta. La confesión de Pedro(¡tú eres el Cristo, el Hijo de Dios! Mc 8 y Mt 16) va en la línea de un mesianismo nacional judío, que el Jesús de Marcos ha rechazado y que el evangelio Mateo ha reelaborado en línea eclesial, reconociendo la inmensa labor de Pedro en el despliegue de la Iglesia primitiva.  Pero esa confesión, aún en la forma de Mateo, resulta insuficiente, y debe ser completada por la de Marta (Jn 11, 27).

El evangelio de Juan conoce la tradición de Marcos 8, donde Pedro confiesa a Jesús como Cristo, pero en líneade una iglesia cerrada (quizá en forma nacional celota), de forma que Jesús debe reprenderle “apártate de mí, Satanás”. El evangelio de Juan conoce el riesgo deese Pedro “Satanás”, que tienta a los otros discípulos y al mismo Jesús, y aparta los hombres de la salvación, es decir, de la resurrección . Ciertamente, el Pedro de Juan dice, en nombre de los Doce: “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y confesamos que tú eres el santo de Dios” (Jn 6, 68-69). Pero eso no basta, ese Pedro no cree que Jesús es ya la resurrección y la vida (en este mundo). Sigue a Jesús, pero no le reconoce.

El evangelio de Juan parece evocar también la confesión de Pedro en Mt 16, con la respuesta de Jesús que le ofrece las llaves de una Iglesia que sirven para abrir todas las puertas (¡te daré las llaves del Reino de los cielos…!), pero que pueden utilizarse también para cerrar la Iglesia, de un modo “exterior”, con autoridad jerárquica externa. En esa línea se sitúa el añadido de la experiencia pascual de Jn 21, donde Pedro debe asumir una visión más honda de Jesús, en clave de amor, pactando con el Discípulo amado (que está sin duda en la línea de Marta y de María).

A pesar de eso, en sentido estricto, el evangelio de Juan ha querido fundar su iglesia sobre la fe de Marta que confiesa a Jesús como aquel que es ya, en este mundo, la resurrección y la vida. Marta es, según eso, la mujer de la resurrección y la vida de Jesús, la mujer de fe, que organiza la vida de la Iglesia, el signo del auténtico “papa” del cuarto Evangelio, al lado del Discípulo amado, simbolizado de un modo especial por su hermana María.

Marta se eleva así sobre el Pedro vacilante de la tradición prepascual y de cierta iglesia primitiva (Mc 8), sobre el Pedro intra-eclesial e incompleto de Mt 16 y de Jn 6, 68-69, apareciendo con aquella mujer (creyente) que expresa la fe pascual con el testimonio de su vida, al servicio de la resurrección de todos. Así podemos entender su confesión desde el conjunto de la vida de la Iglesia, que es experiencia personal de Pascua, descubrimiento bautismal (vital) de la novedad de Jesús, como muestra un análisis más preciso de sus palabras:

‒  Sí, Señor, yo he creído (pepisteuka). Ésta es una confesión personal (quizá bautismal), que responde a la pregunta que Jesús le ha hecho (¡Yo soy la resurrección y la vida! ¿crees esto?). Marta responde desde dentro de la Iglesia, pero no responde a la Iglesia sin más, sino al mismo Jesús, y así presenta la fe como experiencia de diálogo personal con el resucitado, según la tradición constante de la vida religiosa.

‒Cree lo que Jesús le propone, al decirle que él es la Resurrección y la vida, de manera que quien cree en el no muere(Jn 11, 25-26). Jesús le ha preguntado ¿crees esto?(como en un escrutinio bautismal), y ella ha respondió  diciendo “he creído”. De esa forma ha recibido a Jesús de un modo personal, como resurrección y vida, es decir, como Dios ya presente ya en este mundo, como servicio de amor abierto a todos los hombres y mujeres de la tierra… Así lo confiesa, así lo vive junto a la tumba de su hermano muerta.. No se limita a espera en algo que vendrá después, sino que asume desde aquí (desde este mundo) una experiencia radical de pascua. En esa línea, la vida religiosa ha sido desde el principio un intento de actualizar la experiencia pascual, de manera que la vida de los monjes ha querido ser una prueba concreta de resurrección.

‒  Sí, Señor… (nai Kyrie). Marta llama a Jesús Kyrios, Señor, culminando de esa forma una de las escenas más evocadores del Nuevo Testamento. Imaginemos su fondo “arameo”, con lengua de Jesús y Marta, en la que Señor se dice Marán. Él, Jesús, es Marán, el Señor. Ella, por su parte,es Marta, que significa la Señora (femenino de Marán). Jesús es Señor (Marán, Kyrios) siendo resurrección y vida. Ella es Marta (Señora) porque cree en él y le acepta como resurrección y vida.

‒  Yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, viniendo al mundo… Al decir estas palabras, Marta asume y trasciende la fe de Pedro, reinterpretada por Marcos y universalizada por Mateo. En un sentido, ella sigue siendo cristiana en la línea de Pedro, pero ha dado un paso más, situándose en el lugar de la fe más honda, más universal, allí donde acepta y se deja transformar por Jesús como el Señor, que es Resurrección y Vida, viniendo al mundo, es decir, penetrando en la historia y en la vida de los hombres…

Ésta es la fe “más mística”, la fe de la experiencia contemplativa, que vincula a todos los hombres y mujeres en amor, de manera que ella puede elevar y unir a todos, como ha sabido siempre la vida religiosa. Marta no inicia un camino de evasión, sino de compromiso de transformación del mundo. No trata de resignarse a la muerte, sino de afirmar y mostrar con Jesús el camino de la vida, precisamente allí donde externamente domina la muerte…

Jesús es la resurrección y la vida Que está viniendo al mundo. Ésta es la novedad final. Marta ha creído en el Jesús que le ha dicho “yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí ya no muere…”. No dice “no morirá” al final, sino “no muere”, la muerte no le domina, ha pasado ya al espacio de la vida, dentro de este mismo mundo.

Marta presenta así a Jesús como el Cristo, Hijo de Dios, que está viniendo (erkhomenos) al mundo, como presencia del futuro de Dios en el presente de la historia, como eternidad y vida en medio de la inmensa frustración, violencia y fracaso de este mundo.  Jesús no es alguien que vino en el pasado, no alguien que vendrá al final, en el futuro escatológico, sino que es aquel que está viniendo ahora, a través de la vida de los hombres y mujeres que aman y buscan, que creen en la vida, no después que haya resucitado Lázaro, sino antes de su “resurrección externa” (¡según la escena, Lázaro no ha resucitado todavía).

Marta abre así una nueva página cristiana, el camino de aquellos que ya no creemos simplemente en una resurrección final de los muertos, para después del tiempo, sino en Jesús que es ahora, aquí mismo, la Resurrección y la Vida. Este matiz  ha definido siempre la experiencia más honda de la vida cristiana

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