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29.6.24. Ni Pedro, ni Pablo, dos mujeres: Una se deja tocar por Jesús, otra le toca.

Domingo, 30 de junio de 2024

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Del blog de Xabier Pikaza:

Hoy, día de Pedro y Pablo, debería ocuparme de ellos, como vengo haciendo otros años. Pero como mañana (30.6.24, dom.13 TO ciclo B) es el día de la hija del archisinagogo y de la hemorroísa prefiero tratar de ellas, pues según el evangelio de Marcos son más importantes que el mismo Pedro y Pablo.

Dos problemas tenía y tiene la vida para ellas: Uno es aceptar la vida, hacerse mujer (historia de hija del archisinagogo, a los doce años), otro es ser aceptada como mujer doce años después (historia de la hemorroísa).

             Con su especial habilidad ha vinculado  Marcos la historia de estas dos mujeres, que debemos vincular a las del fin del evangelio(Mc 16). Pueden ser dos mujeres o una sola, curada por Jesús dos veces, un milagro o dos milagros en uno, una “historia”  que no ha sido en general entendida  ni aceptada por la iglesia, que deja a las niñas en su soledad de muerte, a los 12 años,  y las sigue condenando a su cárcel propia  a los 24, encerradas en un tipo de   “hemorragia” de sangre.

            Lea el texto quien quiera seguir. Siga leyendo, si quiere,  mi extenso comentario de Marcos, o mis comentarios de RD donde expongo muchas veces este tema, cf. entradas “hemorroisa”, “archisinagogo”, “sangre”, “menstruación”…

El texto, un emparedado

El relato está estructurado en forma de “emparedado”:

  • (a) empieza con la hija del Archisinagogo (Mc 5, 22-24a) que viene donde Jesús, para pedirle que cure a su hija.
  • (b) sigue con la hemorroísa (Mc 5, 24b-34) que viene por sí misma y quiere tocar a Jesús para vivir como mujer, persona.
  • (a’) Vuelve a la hija del Archisinagogo (Mc5, 35-43). Los dos textos se unen y, leídos así, forman la carta magna de la libertad de la mujer cristiana.

Se trata, evidentemente, de una libertad que empieza por el cuerpo, pero que es libertad para la vida total, para ser ellas mismas, en relación con otros hombres y mujeres, dentro de la iglesia. En el lugar donde la Misná pone el código Nashim (De las Mujeres), centrado en rituales que consagran el sometimiento femenino, ha colocado Marcos esta escena que avala para siempre la libertad de la mujer creyente, siempre que la iglesia sea capaz de pasar al otro lado de la vida sigue siendo para ella la mujer, a los 12 y a los 24 años :

Marcos 5,21-43

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga (archi-sinagogo), que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.” Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente [que lo apretujaba.

Y ha había por allí una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años (¡ojo, esta mujer con 12 años de hemorragia… es simbólicamente la misma hija del archisinagogo….)

Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: “¿Quién me ha tocado el manto?”Los discípulos le contestaron: “Ves como te apretuja la gente y preguntas “¿Quién me ha tocado?”” Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.”

Todavía estaba hablando, cuando] llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas; basta que tengas fe.” No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: “¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.”

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y dijo: “Talitha qumi”(que significa: “Contigo hablo, niña, levántate”). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Tema

   Destacamos la unidad el texto con  la niña que se muere, hija del Archisinagogo, a los doce años… y la mujer encerrada tras doce años, toda la vida, fuera de la iglesia de los hombres.    Las dos mujeres (hemorroisa y niña que cumple doce años) están vinculadas por un mismo miedo a la vida y por un mismo deseo de superarlo y vivir mido. La hemorroisa vivía encerrada en su flujo constante e “impuro” de sangre menstrual, que duraba doce años (5, 25). Doce años de vida infantil ha recorrido la hija del Archisinagogo (5, 42). La hija del buen eclesiástico estado segura, se hallaba resguardada en el espacio de máxima pureza de Israel (casa de un jefe de sinagoga) y sin embargo, al descubrirse mujer, con el primer flujo de sangre que enciende su cuerpo, ella decide por dentro apagarse; no tiene sentido madurar en estas circunstancias.

Son muchas las niñas/mujeres que han sufrido y sufren al llegar a esa edad: pueden sentir el temor de su propia condición, su cuerpo deseoso de amor y maternidad, amenazado por la ley de unos varones (padres, hermanos, posibles esposos) que especulan sobre ellas, convirtiéndolas en rica y frágil mercancía; se saben objeto del deseo de unos hombres que no las respetan, ni escuchan, ni hablan. La niña del miedo Parece que esta niña no se atreve a recorrer la travesía de su feminidad amenazada: es víctima de su propia condición de mujer en un mundo de varones y se siente condenada a muerte por las leyes sacrales de su sociedad. Hasta ahora había sido feliz, niña en la casa, hija de padres piadosos (sinagogos), resguardada en el mejor ambiente. De pronto, al hacerse mujer, se descubre moneda de cambio, objeto de deseos, miedos, amenazas, represiones. Le bastan doce años de vida para sufrir en su cuerpo adolescente, que debía hallarse resguardado de todos los terrores, un terror que sienten de forma especial cierta mujeres marginadas: hemorroísas, leprosas…

Por su misma condición de niña haciéndose mujer empieza a vivir en condición de muerte. Sabemos que la sinagoga era lugar donde se escondía el poseso (Mc 1, 21-28), espacio donde el sábado valía más que la salud del hombre de la mano seca (3, 1-6). Para la sinagoga vive el Archisinagogo, símbolo de la institución sacral judía. Parece tenerlo todo y, sin embargo, no puede educar a su hija, acompañándola en la travesía de su maduración como mujer: mantiene con vida a su comunidad, pero tiene que matar (como nuevo Jefté) a su misma hija para conseguirlo.

La niña debería ser feliz, deseando madurar para casarse con otro Archisinagogo como su padre, repitiendo así la historia de su madre y las mujeres “limpias”, envidiadas, de la buena comunión judía. Pero a los doce años, edad de sus sueños, renuncia. No acepta este tipo de vida: carece de medios para iniciar un camino diferente; no le queda más salida que la muerte, en gesto callado de autodestrucción que, por la palabra final de Jesús ((dadle de comer!: 5, 43), parece tener rasgos anoréxicos. Entramos en el centro de una crisis familiar. No sabemos nada de la madre (que aparece al final, en 5,40), aunque podemos imaginar que sufre con la hija, identificándose con ella.

El drama se expresa y culmina desde el padre, capaz de dirigir una sinagoga (ser jefe de una comunidad, archi-obispo) pero incapaz de ofrecer compañía, palabra y ayuda, a su hija. Por eso, el verdadero milagro de Jesús es la conversión del padre, que debe transformarse, a través del testimonio de la hemorroisa, a fin de acoger y educar a la hija para la vida y no para la muerta. Que la hija del judaísmo viva, (que el jefe de la sinagoga se abra a la fe, creadora de familia), eso lo que quiere el Jesús de Marcos

Sigue la escena. Breve análisis  Un Archisinagogo busca a Jesús para pedirle que cure a su hija, thygatrion (5, 22-24b)). Sólo al final (5, 42) se dirá que ella tiene doce años, edad de maduración como mujer casadera… son los mismos  años de enfermedad (menstruación irregular de la hemorroisa: 5, 25). Las dos están unidas por un mismo dolor, vinculado a su condición femenina, en el contexto social israelita. Esta debía ser (hacerse ya) mayor y sin embargo el texto la presenta por dos veces como niña, en palabra significativa (paidion, korasion: 5, 40-41) que acentúa eso que pudiéramos llamar su rasgo infantil, presexuado.

Es como si negara su maduración de mujer, intentando quedarse en la infancia. Precisamente porque eso es imposible ella se muere. Como testigo de una estructura social y religiosa que no puede ofrecer vida a su hija, el Archi-sinagogo busca a Jesús pidiendo que le imponga las manos, ofreciéndole algo que él, archi-obispo, jefe judío oficial, no puede darle (5, 23).

Jesús tiene que hacer de archi-padre padre sinagogo, representante de un judaísmo que parece endemoniado (poseído por un espíritu impuro: cf. 1, 21-28; 3, 1-6), recorriendo  un largo camino de fe (Mc 5, 35-36). Tiene que hacer de padre, parece que tendría que correr y correr… Pero precisamente porque tiene muchísimo prisa por la niña se para….Está la niña muriendo (eskhatôs ekhei) y sin embargo él se detiene con la hemorroísa (5, 24b-34). Es un retraso mortal, la niña avanza hacia la muerte

Parada de Jesús. Sólo curando a la hemorroísa se puede curar a la niño

Paremos con Jesús, parecemos, La hemorroísa es una mujer encerrada en la cárcel de su sangre sin pausa…, en la cárcel de los miles de millones de varones de la historia que para viviré ellos expulsan, encierran, dominan a las mujeres, incluidos de un modo especial muchos hombres de Iglesia, de ayer y de hoy.

Conforme a la ley sacral judía, la mujer es una  hemorroísa permanente (con hemorragia menstrual  sin remedio….permanente), expulsada de la sociedad que los varones, eclesiásticos o no han construido para ellos. Lógicamente, Jesús se para con la hemorroísa, para dejar tocar por ella.

El milagro de Jesús consiste en dejarse tocar: Que la mujer toque su manto, que entre en contacto con su vida

La mujer era un viviente cercano a la impureza, tanto por los ciclos de su menstruación como por el parto, sometida a leyes de carácter sacral hechas para mantenerla de algún modo atada a sus procesos naturales y a su condición de servidora de la vida (engendradora). Neuróticamente impura era esta hemorroísa: rescatarla para la humanidad, para las relaciones personales, para la familia, esta ha sido una conquista capital del evangelio:

– Era hemorroísa desde hace 12 años (5, 25). Nadie podía acercarse a su cuerpo, compartir su mesa, con-vivir con ella. Como solitaria, aislada tras el cordón sanitario y sacral de su enfermedad, vivirá en la cárcel de su impureza femenina. No puede curarla la ley, pues la misma ley social y sacral la ratifica como enferma, ha creado y ratificado su enfermedad. Por eso no puede acudir a los escribas ni a los sacerdotes para curarse.

– Es mujer sin curación humana, pues los muchos médicos (pollôn iatrôn) fueron incapaces de curarla (5, 26). Lo ha gastado todo en sanidad y no ha sanado, como dice con ironía el texto. Pero más que la ironía destaca aquí la impotencia. Puede afirmarse que los médicos resultan mejores que los sacerdotes y escribas, pues al menos han intentado ayudarla. Pero al fin se han mostrado incapaces, a pesar del dinero que la mujer les ha dado: no pueden llegar a la persona en cuanto tal, no pueden penetrar (en cuanto médicos) en la raíz de la sangre manchada, fuente de todos los trastornos de la vida.

Es mujer solitaria, pues su mismo tacto ensucia lo que toca, pero tiene un deseo de curarse que desborda el nivel de los escribas de Israel y de los médicos del mundo. Lógicamente, su misma enfermedad se vuelve deseo de contacto personal. Ha oído hablar de Jesús y quiere entrar en contacto con él: (Si al menos pudiera tocar su vestido! (cf. 5, 27-28). No puede venir cara a cara, no puede avanzar a rostro descubierto, con nombre y apellido, cuerpo a cuerpo, porque todos tenderían a expulsarla, sintiéndose impuros a su roce. Por eso llega por detrás (opisthen), en silencio (5, 27).

 Es mujer que conoce y sabe con su cuerpo (5, 29). Toca el manto de Jesús y siente que se seca la fuente “impura” de su sangre, se sabe curada. Alguien puede preguntar: )cómo lo sabe? )de qué forma lo siente, así de pronto? ¿No será ilusión, allí en medio del gentío? Evidentemente no. Lo que importa de verdad es que ella sepa, se sepa curada, que pueda elevarse y sentirse persona, rompiendo la cárcel de sangre que la tenía oprimida, expulsada de la sociedad por muchos años. Por eso es decisivo que ella sepa, se descubra limpia en contacto con Jesús.

Jesús irradia pureza y purifica a la mujer al ser tocado (5, 30-32). También él conoce y actúa por su cuerpo… Destaquemos esto: Jesús es cuerpo que toca, cuerpo rodeado de un “manto” que ofrece curación corporal a todos…, vinculándose a ese plano con la hemorroísa.

Sólo ellos dos, en medio del gentío de curiosos legalistas, se saben hermanados por el cuerpo. A ese nivel ha tocado la mujer, a ese nivel sabe Jesús que, más allá de los que aprietan y oprimen de manera puramente física, le ha tocado una persona pidiendo su ayuda; evidentemente, él se la ha dado. Los discípulos no saben entender, ni distinguir los roces de la gente: quedan en el plano físico del gentío que aprieta (5, 31). Jesús, en cambio, distingue y sabe que ha sido un roce de mujer, pues antes de mirarla y conocerla se vuelve para descubrir tên touto poiêsasan, es decir, a “la” que ha hecho esto (5, 32). Estamos en el lugar donde más allá de toda posible magia (algunos buscan poderes misteriosos por el tacto) viene a desvelarse el poder sanador del encuentro de los cuerpos

-La mujer debe confesar abiertamente lo que ha sido, lo que ha hecho, lo que en ella ha sucedido (5,33). Estaba invisible, encerrada en la cárcel de su impureza. Ha venido a escondidas, con miedo, pues quien viera lo que hace podría castigarla (5, 27). Pues bien, Jesús reacciona obligándole a romper ese ocultamiento vergonzoso, hecho de represiones exteriores y miedos interiores. Esta mujer es la primera que confiesa la fe en Jesús, sanador de cuerpos…

En otras ocasiones, ha pedido a los curados que no digan lo que ha hecho, para que el milagro no rompa el secreto mesiánico o se vuelva propaganda mentirosa sobre su persona (cf. Mc 1, 34. 44; 3, 12). Pero en esta  ocasión Jesús pide a la mujer que salga al centro y cuente a todos lo que ha sido su vida en cautiverio y cómo ha conseguido la pureza de su cuerpo.

Ella debe contar su curación.  En este caso, en este día (29.6.24, fiesta de los dos apóstoles), ni san Pedro ni san Pablo pueden confesar el sentido de la fe cristiana. Sólo esta mujer puede decir y dice que Jesús le ha curado, con su “cuerpo”, con el contacto más hondo de su vida, dejándose tocar y tocando.

Ella debe contar lo que ha pasado y sufrido, mostrando así en la plaza pública, ante todos los hombres legalistas y de un modo especial ante el Archisinagogo, lo que fue el tormento de su vida clausurada en la impureza de su enfermedad. No basta lo que diga Jesús, tiene que decirse ella misma: tomar su palabra de mujer y persona, proclamando ante todos su experiencia. Una mujer que dice toda su verdad (pasan tên alêtheian) ante los varones de la plaza: esta es la meta de la curación, este es el principio de la iglesia mesiánica, donde la mujeres pueden y deben decir lo que sienten y saben, lo que sufren y esperan, en historia que comparten con los varones. -Jesús ratifica en forma sanadora el gesto de confianza y el contacto humano de la mujer que le ha tocado. No se atribuye la curación, no quiere ponerse en primer plano.

Cariñosamente le habla: (Hija! Tú fe te ha salvado. Vete en paz (5, 34). Todo nos permite suponer que esta palabra (hija! resulta en este caso la apropiada, la voz verdadera. Quizá nadie le ha llamado así, nadie le ha querido. Jesús lo hace, dejándose tocar por ella, reconociéndole persona (hija) y destacando el valor de su fe. Ella le ha curado66. Puede seguir existiendo el problema de la sangre menstrual (trastorno físico) en plano médico y psicológico,pero aquí ha perdido su carácter de maldición y su poder de exclusión religiosa, de rechazo humano. Esta mujer no aparece ya como impura sino como persona a la que ha sanado su fe y su palabra (su forma de decirse en público). Así la ha valorado Jesús, superando una tendencia corporalizante (biologista) del judaísmo, codificada en Levítico y Misná.

Frente a la mujer naturaleza, determinada por el ritmo normal o anormal de las menstruaciones, encerrada en la violencia que su sangre y proceso genético simboliza (para los varones), Jesús ha destacado su valor como creyenteque vive y de despliega su humanidad a nivel de fe.Jesús no se limita a definirla desde fuera, como cuerpo peligroso que se debe controlar sino que la recibe en su valor total, como persona: mano que puede tocar, mente capaz de expresarse y decir lo que siente, corazón que sufre y cree. Sólo una mujer a quien se deja que actúe y se exprese, diciendo lo que ha sido su dolor, puede madurar como persona.

Jesús no la retiene para su posible iglesia, ni le manda al sacerdote (para ratificar su curación sacral). Simplemente le dice que vaya sin miedo y asuma ante todos su camino de mujer en dignidad. De ahora en adelante no la definirá su menstruación sino su valor como persona. Sólo así podrá crear familia, hacerse humana (hermana, madre) dentro del corro de Jesús o de la iglesia (cf. 3, 31-35), abriendo hacia los otros la fe que ella ha mostrado “tocando” a Jesús.

Un espacio de intimidad donde los humanos pueden tocarse en fe, es decir, relacionarse en clave de confianza: eso es la iglesia conforme a este pasaje. Los tabúes de sangre y menstruación pasan a segundo plano, pierden importancia las reglas que han tenido sometidas desde antiguo a las mujeres por la propia “diferencia” de su cuerpo. Ellas son capaces de creer y realizar la vida en gesto de confianza, igual que los varones. Por eso, Jesús no les ofrece leyes especiales de sacralidad o pureza, como han hecho por siglos muchos sacerdotes (incluso cristianos). Que sea mujer, que viva en libertad como persona, eso es lo que Jesús le ha deseado (le ha ofrecido), dentro de una sociedad donde la ley de enfermedades corporales y purificaciones de mujeres ha sido construida casi siempre por varones para proteger sus privilegios.

Ahora puede seguir la historia de la hija del archi-sinagogo

 Ha pasado un tiempo, vienen unos emisarios de la casa del archi-sinagogo  y dicen que no merece la pena que Jesús vaya,, no hay remedio (5, 35). Pero Jesús responde ofreciendo salud allí donde humanamente era imposible y diciéndole al padre: ¡No temas, sólo cree! (5, 36). En el caso anterior era la misma mujer quien creía (así le dice Jesús: (Tu fe te ha salvado!: 5, 34). Ahora es el padre quien tiene que creer, realizando el milagro. Jesús tiende de esa forma un nexo muy profundo entre dos personas que parecen hallarse en los extremos del tejido social israelita: la hemorroisa impura y el puro Archisinagogo. A los dos se pide lo mismo: (que tengan fe).

 Jesús entra en la habitación de la niña con su padre y su madre (5, 37-40). Llegan a casa. Ambos, padre y madre, unidos e iguales, pueden dar a la niña testimonio y garantía de futuro. Se ha convertido el padre, ha aceptado el gesto de la hemorroisa, está dispuesto a creer. Este es el milagro: que su niña se vuelva mujer, en estas circunstancias, que asuma con gozo la vida. En busca de Jesús había salido un padre antiguo e impotente, vinculado a la vieja estructura sacral israelita. Ahora viene con Jesús como hombre nuevo, pues ha aceptado el gesto y curación (limpieza) de la hemorroisa.

 Jesús toma consigo a tres discípulos (Pedro, Santiago y Juan: 5, 37). No van como curiosos, ni están allí de adorno. Son miembros de la comunidad o familia cristiana que ofrece espacio de esperanza y garantía de solidaridad a la niña hecha mujer. Significativamente son varones, pero ahora penetran como humanos (respetuosos, deseosos de vida, no dominadores) en el cuarto de una enferma que probablemente ha muerto, está muriéndose, por miedo a los hombres. Su presencia convierte este pasaje en sacramento eclesial: superando la sinagoga judía (donde la niña parece condenada a morir) emerge aquí, con el Archisinagogo y su esposa, una verdadera iglesia humana donde la niña puede hacerse mujer en gozo y compañía.

Esta iglesia se distingue de todas las sinagogas antiguas y modernas que ponen sus estructuras y dogmas por encima de la libertad de la mujer. Estamos ante un sacramento de la maduración personal de la mujer. Antes de pedir que sea judía o cristiana, en clave confesional, la iglesia ha de ofrecerla gozo de vivir en una comunidad donde nadie imponga su forma de ser sobre los otros. Este es un texto de iglesia, texto de familia: padres y discípulos penetran juntos en el cuarto de la enferma, ofreciéndole confianza de futuro.

Sólo entonces (con el padre convertido, la madre presente y los discípulos formando comunión) puede realizar Jesús su gesto: agarra con fuerza a la enferma (kratêsas) y dice¡talitha koum!, niña levántate (5,41). No basta un toque suave que limpia (como al leproso: 1, 41); hace falta una mano que agarre con fuerza y eleve (como a la suegra de Simón: 1, 31), rescatando a la niña del lecho en que había querido quedarse por siempre y diciendo: (¡Egeire! ¡levántate! Frente al llanto funerario que celebra la muerte (5, 38-40) se eleva aquí Jesús como dador de vida y promesa de pascua: al misterio de la resurrección de Jesús, proclamada en Galilea, pertenece esta niña devuelta al camino de la vida.

. Jesús pide que den alimento a la niña (5, 43), como insinuando que sufría de anorexia. Están en el cuarto los siete (los padres, tres discípulos, Jesús y la niña). Ella empieza a caminar. Jesús no tiene que decirla nada: no le da consejos, no le acusa o recrimina. Es claro que que las cosas (las personas) tienen que cambiar a fin de que ella viva, animada a recorrer un camino de feminidad fecunda, volviéndose cuerpo que confía en los demás y ama la vida. Tienen que cambiar los otros; por eso dice a todos (autoisque incluye a padre y discípulos) que alimenten a la niña, que le inicien de forma diferente en la experiencia de la vida. En este contexto se sitúa el gran problema de la modernidad. Lograr que niñas se vuelvan mujeres con gozo,  y que las mujeres vivan, en relación de cuerpo a cuerpo a cuerpo, con hombres ymujeres, en libertad de fe.

Este es un milagro de iglesia y familia. Jesús acepta a los padres judíos, pero sabe que en ellos hay algo insuficiente: no pueden ofrecer vida a su hija. Por eso introduce a los representantes de la comunidad mesiánica en la casa de la niña muerta, para ofrecer el testimonio supremo de la vida. Evidentemente, él sólo la podrá curar si el padre cambia, si viene a su lado la madre, para ofrecerle nuevo nacimiento (5, 40), si se comprometen otros miembros de la comunidad eclesial, ofreciendo a la niña espacio de libertad y amor humano

 La hemorroísa estaba enferma según códigos sociales y sacrales del entorno judío. Jesús le cure y dice que vaya en paz y quede libre de su dolencia (5, 34), pero a fin de que ella sane y pueda vivir han de sanar (cambiar de mente y vida) todos los archi-sinagogos de la tierra. La niña de doce años sufre también la enfermedad de falsa pureza del ambiente social), pero la hemorroísa era mayor, esta niña, en cambio, depende de su padre; para que ella viva tiene que cambiar el sinagogo, ofreciendo dignidad (espacio de vida y futuro) a las hemorroísas.

El Archisinagogo es con Jesús el personaje central de la escena. Sólo admitiendo a la hemorroísa puede dar vida a su hija. Para eso tiene que entrar en el cuarto interior de su casa con los tres discípulos de Jesús. Sólo allí donde el buen judío acepta la pureza de la impura (hemorroísa) y la comunidad de los discípulos del Cristo puede hacerse padre. De esta forma se cumple el arco de las curaciones eclesiales. Jesús había salido a sembrar el sembrador (cf. 4, 1-34). Había cruzado al otro lado del mar, llevando a los discípulos, en medio del gran miedo (4, 35-41) para convertir al poseso geraseno (5, 1-20), signo de los paganos envueltos en violencia militar. Luego ha vuelto a su tierra para cambiar al Archisinagogo judío con su hija. Así aparece en ambos casos como creador de comunión mesiánica

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