Juan Bautista.
Juan el Bautista, es decir, el que bautiza, es ese a quien el evangelio nos da a conocer como el “precursor” de Jesús.
Era hijo de Zacarías y de Isabel, y su venida al mundo no fue fruto de una iniciativa humana, sino un don concedido por Dios a una pareja de avanzada edad destinada a quedarse sin hijos. Juan, como precursor de Jesús, ha sido considerado con pleno derecho profeta, tanto si lo consideramos perteneciente al Antiguo Testamento como al Nuevo.
La liturgia, inspirándose en el estrecho paralelismo establecido por Lucas en el evangelio de la infancia entre Jesús y Juan el Bautista, celebra dos nacimientos: el del Mesías en el solsticio de invierno y el de su precursor en el solsticio de verano.
La palabra de mi madre,
fácil, nerviosa, incisiva.
Los silencios de mi padre
y sus esperas tullidas.
La guerra, porque “es la guerra“.
La paz, porque es paz vencida.
Y la llamada de Dios
tan precoz como la vida.
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Miércoles de Ceniza
“Recuerda que eres polvo” ¡y algo más!
¡Ayuna del ayuno! ¡Sal del miedo!
¡Rasga las vestiduras… de los demás!
¡Echarte todavía más ceniza, no puedo!
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-Profecía extrema, ratificada-
Yo moriré de pie como los árboles.
(Me matarán de pie).
El sol, como un testigo mayor, pondrá su lacre
sobre mi cuerpo doblemente ungido,
y los ríos y el mar
se harán camino de todos mis deseos,
mientras la selva amada sacudirá sus cúpulas, de júbilo.
Yo diré a mis palabras: no mentía gritándoos.
Dios dirá a mis amigos: “Certifico
que vivió con vosotros esperando este día”.
De golpe, con la muerte,
se hará verdad mi vida.
¡Por fin habré amado!
Instinto de soledad.
Vocación de compañía.
Mercaderes y tratantes.
Pastores y “pagesia“.
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Pedro Casaldáliga
Clamor elemental
Editorial Sígueme, Salamanca 1971
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Se le cumplió a Isabel el tiempo y dio a luz un hijo.
Sus vecinos y parientes oyeron que el Seńor le había mostrado su gran misericordia y se alegraron con ella.
Al octavo día fueron a circuncidar al nińo y querían llamarlo Zacarías, como su padre.
Pero su madre dijo:
– No, se llamará Juan.
Le dijeron:
– No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.
Se dirigieron entonces al padre y le preguntaron por señas cómo quería que se llamase.
El pidió una tablilla y escribió:
– Juan es su nombre.
Entonces, todos se llevaron una sorpresa.
De pronto, recuperó el habla y comenzó a bendecir a Dios.
Todos sus vecinos se llenaron de temor, y en toda la montaña de Judea se comentaba lo sucedido.Cuantos lo oían pensaban en su interior: ¿Qué va a ser este nińo? Porque, efectivamente, el Seńor estaba con él.
El nińo iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel.
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Lucas 1,57-66.80
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El primer testigo cualificado de la luz de Cristo fue Juan el Bautista. En su figura captamos la esencia de toda misión y testimonio. Por eso ocupa una posición tan importante en el prólogo y emerge con su misión antes incluso de que la Palabra aparezca en la carne. Es testigo con las vestiduras de precursor.
Eso significa sobre todo que él es el final y la conclusión de la antigua alianza y que es el primero en cruzar, viniendo de la antigua, el umbral de la nueva. En este sentido, es la consumación de la antigua alianza, cuya misión se agota aludiendo a Cristo. Por otra parte, Juan es el primero en dar testimonio realmente de la misma luz, por lo que su misión está claramente del otro lado del umbral y es una misión neotestamentaria. La tarea veterotestamentaria confiada por Dios a Moisés o a un profeta era siempre limitada y circunscrita en el interior de la justicia.
Esta tarea era confiada y podía ser ejecutada de tal modo que mandato y ejecución se correspondieran con precisión. La tarea veterotestamentaria confiada a Juan contiene la exigencia limitada de atestiguar la luz en general. Es confiada con amor y -por muy dura que pueda ser- con alegría, porque es confiada en el interior de la misión del Hijo.
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Adrienne von Speyr,
La palabra se hace carne
Milán 1982, I, pp. 64ss.
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