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22.6.24. Pescadores en la noche: Al otro lado del mar (Mc 4), al otro lado del barco (Jn 21)

Domingo, 23 de junio de 2024

IMG_5669Del blog de Xabier Pikaza:

 Jesús les dijo una vez: Vamos al otro lado del mar. Otra vez les dijo: Pescad por el otro lado.

Quizá nos está corrigiendo también hoy y no le hacemos caso. cómo ir al otro lado? cómo pescar por el otro lado?

| Xabier Pikaza

Mc 4, 35-41

(a. Introducción). 35 Y aquel mismo día, al caer la tarde, les dijo: Vayamos a la frontera (al otro lado).36 Y dejando a la gente, le tomaron tal como estaba en la barca y le acompañaban otras barcas.

(b. Tormenta) 37 Y se desató una fuerte tormenta de viento y las olas se abalanzaban sobre la barca, de suerte que la barca estaba ya a punto de llenarse (de agua). 38 Y él estaba a popa, durmiendo sobre el cabezal, y lo despertaron, diciéndole: Maestro ¿no te importa que perezcamos?

(c. Jesús) 39 Y levantándose, increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! ¡Enmudece! El viento amainó y sobrevino una gran calma. 40 Y les dijo:¿Por qué sois cobardes? ¿No tenéis aún fe? 41 Y temieron con un gran temor y se decían unos a otros: ¿Quién pues es éste, porque hasta el viento y el mar le obedece.

El otro lado del mar. Un texto programático y extraño.

  Había que salir de Galilea, atravesar en barco el lago, buscar y dejarse encontrar por gestes distintas.  Estas cuestiones me ocupaban hace más de 50 años, cuando estudiaba en el Bíblico de Roma este pasaje de Marcos. Ha pasado más de medio siglo, más de 1900 años desde que las escribió san Marcos, Pero estamos quizá como al principio, sin saber quizá el lugar del otros lado, los que están más allá de nuestro mar, pobres, distintos y excluidos.  El tema y tarea es ir al otro lado aprendiendo a ser y querer (dejarnos querer) por los de fuera, que no son sólo paganos de frontera (al otro lado de Galilea), sino pobres, enfermos, oprimidos, excluidos, de otra condición de vida, de otra tendencia sexual, afectiva.

            Todo el evangelio de Marcos está lleno de gentes del otro lado: De salud incierta (leprosos, paralíticos), de identidad fronteriza (prostitutas, publicanos, eunucos),  de dignidad y género variado (expulsados, oprimidos, por sexo y raza etc. como dirá luego Mt 25, 31-46) etc. Pero el evangelio es no sólo saber que hay gentes del otro lado, sino que también nosotros somos “del otro lado”; que allí debemos ir para aprender lo que somos, para ser acogidos, para estar, para ser (e incluso para dar), porque el mismo Dios de Jesús es del otro lado.

1. Esta es la primera misión de Jesús según el evangelio de Marcos, la primera vez que él dice “vamos al otro lado”. Es la primera , y sigue siendo fundamental. El evangelio es ir (vayamos) eis to peran: es decir, al “límite” o frontera, al otro lado, sin llevar cosas nuestras (para imponer lo que somos), sin apoderarnos de las cosas de los otros (ir a conquistar, a tomar sus tierras); ir y ser con ellos lo que somos, ofreciendo, compartiendo, conviviendo.

2. La palabra central de Jesús es “vayamos al otro lado” (a la frontera), vivamos y seamos “en el otro lado”, para aprender, para compartir, “pasando fuertes y fronteras”, como decía Juan de la Cruz.  Pero inmediatamente después, leyendo el pasaje (Mc 4, 35-41), parece que Jesús no cumple lo que dice, pues el relato se detiene (se enreda) en una aparente “leyenda” de tempestad calmada). Es como si Marcos se olvidada del programa de Jesús (ir al otro lado, estar a la frontera)… y en vez de decir lo que pasa cuando se va al otro lado se detuviera en la tempestad de la travesía para dejarnos allí. Más que al otro lado nos conduce a la gran tormenta.

  • El paso al otro lado implica una galerna… de la que parece que aún no hemos salido, tras 2000 años de evangelio. Ciertamente, puedetratarse de una tempestad marina (física, externa) que los discípulos de “lago” (pescadores de aguas de poco fondo) conocían bien… Pero leyendo bien vemos que se trata de una tempestad mucho más hondo: Toda nuestra vida es un paso al otro lado, salir, dejar lo que somos, empezar a ser en otro lugar, vida y circunstancia… Es evidente que llega la tormenta.
  • La tempestad o tormenta no es de Jesús, él está tranquilo, descansando (ha llegado la noche), y duerme.Él es de un lado y del otro, no lleva consigo “dogmas”, imposiciones legales, historias eternas de poderes, pequeños o grandes “concilios”… Cuando lleguen al otro lado, en la mañana recién amanecida, hará lo que hay que hacer, según el evangelio, pero ahora, en el mar de las tormentas parece que duerme, dejándonos a solas con las olas. Jesús es un “hombre” (=una persona) del otro lado: Del lado de los paganos, de las mujeres oprimidas (Mc 5,21ss). No lleva nada, va a cuerpo. Por eso puede dormir.
  • La tempestad es de los discípulos… que van a conquistar, a dominar… Ir al otro lado significa para ellos perder sus antiguas seguridades, sus factorías de pesca, sus ventajas establecidas… Ir al otro lado sería ir a conquistas las tierras del otro lado (como ha hecho desde hace siglo la “Europa cristiana”… o la USA de la nueva frontera (según la doctrina famosa de Kennedy): Tras haber roto y conquistado las tierras de vida de los otros (moros, indígenas, negros, indios…) hay que conquistar nuevas fronteras…
  • Pero Jesús no va a conquistar, no va a imponer, no va a expulsar a moros, indígenas, salvajes, negros, indios… va simplemente a compartir evangelio.  Es evidente que Jesús vaya “dormido”, tranquilo, en la proa de la barca. Pasar al otro lado es simplemente convivir con los del otro lado, sin llevar nada para imponer, sin ejército para conquistar, sin dinero que ganar… La iglesia, en cambio, ha ido en su barca haciendo a veces muchas cosas buenas, pero también con imposiciones y normas para exigir, con soldados para defenderse….

         Gran parte de los exegetas e intérpretes del evangelio han pasado por alto el programa de Jesús (vayamos al otro lado) y se han fijado en la pura anécdota de la tempestad.  Por eso se han fijado en el “milagro externo”: Una tempestad dura, a la salida de Galilea… Ciertamente, la tempestad es importante,  pero el tema de fondo no es la tempestad en sí, sino su razón, su motivo, su causa. Es la tempestad actual, propia de la iglesia 2024[1].

Año 2024. Vamos al otro lado. Meditación de salida

            En la orilla derecha (mirando en la dirección del río que lo atraviesa) quedan los galileaoa aquellos a quienes ha enseñado. En la otra orilla que es la izquierda están en principio los paganos, sirios, jordanos, decapolitanos… En principio, la travesía no tiene por qué ser difícil, porque el lago/mar no es ancho (unos 16 km), y porque los discípulos, de Jesús al menos los de 1, 16-20, son pescadores, expertos en barcas.

 Muchos habían venido de otras partes a la vertiente galilea (Mc 3, 7-8), incluso del otro lado, es decir, de la Decápolis (4, 25; de todas maneras, la ciudad de Escitópolis, que formaba parte de la Decápolis, se encontraba en la orilla occidental del río Jordán, hacia el sur de Galilea). Pero ahora es Jesús quien decide pasar al otro lado del mar, a la zona oriental de la Decápolis pagana. Geográficamente está cerca: sus colinas se ven desde el lado galileo del “mar” de Genesaret; pero sus gentes parecen lejanas: distintas por cultura y religión, por tradiciones y formas de existencia[2].

La decisión de cruzar el mar (como los hebreos de Ex 14-14 habían cruzado el Mar Rojo para salir de Egipto) proviene del mismo Jesús, después que ha culminado su enseñanza en Galilea con el sermón de las parábolas. De esa forma inicia un nuevo comienzo en la travesía del evangelio, y su gesto nos sitúa, simbólicamente, al inicio de una gran marcha o misión universal de la iglesia, que ha de hallarse dispuesta a llevar su semilla a tierra pagana, es decir, a convivir con la gente del otro lado (paganos de la Decápolis, en España diríamos “moros”, gentes de vida distinta, personal, social…).

Jesús manda (pasemos, vayamos) y sus compañeros se arriesgan a pasarle en barca y van con él hacia un lugar distinto, a través del mar que puede embravecerse, en medio de la noche. Sin llevar nada, a cuerpo (sin llevar su pequeño emporio de poderes religiosos y/o sociales). A partir de aquí, los protagonistas son los discípulos, que “toman” a Jesús “tal como estaba” (hôs en) y lo meten en la barca.

Fijemos bien esas palabras. Los discípulos no “meten” a Jesús en la barca, sino que le “toman” (paralambanousin), tal como está, es decir, como ha estado a lo largo de un día de enseñanza, sin dejarle siquiera bajar de la barca y tomar ropa, libros y/o leyes de repuesto.

Sin duda, es arriesgado cruzar el mar en esas condicione. Pero es evidente que ese riesgo se encuentra calculado: forma parte de la estrategia eclesial de un evangelio donde los discípulos de Jesús pueden presentarse como una familia en la tormenta, en medio de la noche (o a la caída la tarde). Jesús va en una barca y le acompañan otras, iniciando de esa forma un recorrido ejemplar de evangelio [3].

Las resistencias para pasar al otro lado (estamos en el 2024)

Mc 4,37 Y se desató una fuerte tormenta de viento y las olas se abalanzaban sobre la barca, de suerte que la barca estaba ya a punto de llenarse (de agua). 38 Y él estaba a popa, durmiendo sobre el cabezal, y lo despertaron, diciéndole: Maestro ¿no te importa que perezcamos?

Pues bien, el mar peligroso son las resistencias de los discípulos de Jesús, hoy año 2024 como entonces, año 30 (de Jesús) o año 70 (del autor del evangelio de Marcos). Se trata de dejarlo todo y salir, en puras barcas de remo y vela, con lo puesto, pues el evangelio son ellos, somos nosotros. Salir para vivir, convivir, sin conquistar nuevas tierras, sin imponer nuevas religiones… Salir “con lo puesto” (es decir, nosotros, como personas), sin “vaticanos” a cuestas, sin “seguridades” de siglos, salir “desnudos” de ropas y privilegios, llenos de humanidad, para compartir humanidad, con los del otro lado (moros, negros, enfermos…), sabiendo que también nosotros somos moros, enfermos del otro lado…, sabiendo que no hay centro y periferia, sino que “todo es periferia”, todo es frontera

             Jesús ha iniciado la travesía, pero luego se acuesta en la popa (4, 35-38a). Embarca a los suyos, pero da la impresión de que les olvida, en un gesto que parece propio de la misión después de pascua. Jesús duerme (¡ha muerto!), dejando a sus discípulos que sufran ante el riesgo, en la nave amenazada. En el cabezal de la barca, él parece ajeno a lo que pasa. Así comienza la primera misión pospascual de la iglesia, al oriente de Galilea[4].

Ésta es nuestra situación, año 2024. Jesús nos dice que “vayamos al otro lado” (=es decir, que seamos del otro lado, con los que son “allí y aquí”), para compartir humanidad en escucha, en mirada, en comunión de pan y vida. La siembra (misión de la iglesia) debe realizarse en otras tierras y para eso hay que atravesar el mar, en una noche de tormenta, mientras Jesús duerme. La siembra somos nosotros, cristianos 2021… y así tenemos que llevar nuestra semilla. Pero al mismo tiempo tenemos que dejar que nos siembren, que nos cambien, que los otros nos hagan ser nosotros, nos reciban, nos amen, nos cambien.

Probablemente el texto ha recogido recuerdos de la historia prepascual, experiencias de un pasado en el que se dice que Jesús calmó a su grupo temeroso sobre el lago familiar donde habrían navegado con sus barcas. Pero ofrece también una experiencia de Jesús presente en la iglesia actual.

Estos discípulos de Jesús que tienen miedo, que gritan, que enloquecen en medio de la tormenta somos nosotros…. iglesia amenazada, barca en la tormenta, familia llena de miedo, sin cimientos permanentes, sin patria asegurada ni ciudades fijas, navegantes-misioneros sobre un mar embravecido, con un Maestro (didaskale, así le llaman por primera vez: 4, 38) que duerme en popa.

Hemos empezado a salir…y tenemos miedo. Si no salimos, si quedamos en la orilla antigua morimos. Aquí, en Europa, nos quedan 40 o  50 años, a lo más. Sólo si asumimos la tormenta podremos vivir, aprender, enseñar… es decir, compartir, ser evangelio[5].  Quien haya escuchado la voz de Jesús ¡a la otra orilla!, queriendo que sus discípulos le lleven (¡con su enseñanza!) al otro lado, en su propia nave, podrá entender este pasaje. Quien no comparta el terror de los discípulos gritando en frágil barca no lo comprenderán. ¿Por cuánto tiempo han de navegar de esa manera? ¿Cómo evitarán que la barca se inunde y zozobre? ¿Cómo podrán resolver, al otro lado, si es que llegan, los problemas que allí les esperan? El texto no lo dice. Simplemente evoca el miedo del viento y de las olas, con un Jesús dormido en popa[6].

Mc. 4, 39-41. Jesús, el mar calmado

Mc 4, 39: Y levantándose, increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! ¡Enmudece! El viento amainó y sobrevino una gran calma. 40 Y les dijo: ¿Por qué sois cobardes?¿No tenéis aún fe? 41 Y temieron con un gran temor y se decían unos a otros: ¿Quién pues es éste, porque hasta el viento y el mar le obedecen.

Jesús nos había llamado para ser-con él (cf. Mc 3, 14), reuniéndoles a su alrededor(peri auton: 3, 32.34). Pero parece que se desentiende, pues duerme en la tormenta de la noche, en popa. Pero ellos le despiertan gritando: ¿No te importa que perezcamos? (4, 38). Había invitado a los suyos (autois: 4,35; cf. 4, 33). Ahora parece desinteresarse, pero ellos gritan, y él se levantó (diegertheis, resucitando), mandó al viento… y el viento cesó, llegando una gran calma. Éstos son los tres gestos del relato: (a) Jesús pacifica la tempestad; (b) recrimina a sus discípulos; (c) los discípulos responden admirados. Evidentemente, éste es un final feliz, un happy end…que debe entenderse como promesa. Sólo si nos mantenemos, si salimos, si vamos al otro lado podremos entender a Jesús:

(a) Jesús hace que el mar se pacifique (4, 40). Ciertamente, al fondo del relato puede haber un recuerdo histórico. Pero, como he dicho, en sentido estricto, éste es un milagro simbólico, pascual, relacionado con una iglesia que tiene miedo de pasar al otro, atravesando con la barca de Jesús el mar airado. Nos hallamos en el centro de una travesía pascual y en ese fondo ha de entenderse el miedo de los discípulos (cf. 16,8), que llaman a Jesús “maestro”, y la superación del miedo.

Este Jesús que duerme (parece dormir) en la noche de la iglesia, mientras sus discípulos navegan hacia otro lado, aparece ahora como Señor de la vida y de la historia, en una línea que hemos destacado al hablar de la tentación (1, 12-13) donde él aparecía enfrentándose a las fieras/bestias, que eran signo de las fuerzas amenazadora de la naturaleza (y de los demonios). Jesús era el Mas Fuerte venciendo a Satán (cf. 1, 8; 3, 21-30); ahora lo es ejerciendo su dominio sobre los poderes cósmicos. Sólo “saliendo para el otro lado” podremos ser y vivir… Seremos “muriendo”, es decir, dando la vida por los demás. El texto no dice que triunfemos, sino que estamos dispuestos a darnos, a dar la vida, a compartir la vida, en amor, en aventura de esperanza, al otro lado, con los paganos externos, lo oprimidos, los del otro lado en plano de humanidad, de género etc.[7].

 (b) Jesús recrimina a sus discípulos (4, 40), pidiéndoles que crean, y se decidan a pasar al otro lado, preguntándoles: «¿Por qué sois cobardes? ¿No tenéis aún fe?[8]». La fe a la que se alude aquí no es la afirmación de unas verdades generales, sino la confianza radical en Jesús, en medio de la prueba (que en Ap 21, 8 aparece en forma de persecución)[9]. Este Jesús de la tormenta (es decir, de la prueba o persecución vinculada al paso al otro lado) pide a los suyos (los de su barca) que superen la cobardía y la infidelidad (propias del pecado). Tener fe significa pasar al otro lado…ponerse en camino, en medio de la tormenta.

Si no salimos al otro lado estamos muertos… Si quedamos en la seguridad de la “iglesia establecido” hemos fracasado ya, no tenemos futuro, pues ya no somos nada, una insignificancia histórica. Sólo una fe valiente, fe de pascua (es decir, fe de barca en el mar que parece airado), anima y salva, hace que los fieles de Jesús puedan superar la tormenta y ser portadores de vida.

            Hemos ido por siglos a conquistar tierras, a llevar nuestro centro (poder) a las llamadas periferias, a los “pobres indios”, a los negros incultos, a los asiáticos mudos… No hemos ido en general para aprender, desnudos de poder, llenos de capacidad de escucha… Pero ha llegado el momento del gran cambio. Sólo esa la fe de Jesús permite pasar con la iglesia (como iglesia) al otro lado, más allá de un tipo de judaísmo establecido en su ley separada, más allá de una iglesia de poder occidental, para iniciar la experiencia de la semilla abierta, en tierra de paganos (cf. Mc. 11, 22-24). Esta valentía/fe en medio de la tormenta es principio de vida, es el milagro verdadero, fuente de misión para la iglesia. Todo es posible con ella[10].

(c) Los discípulos responde admirados (4, 41). En este contexto ha de entenderse la reacción de los discípulos, que al ver a Jesús como le ven (venciendo a la tormenta) y al escucharle como le escuchan (echándoles en cara su falta de valentía/fe), temieron aún más, pero de otra forma, con un gran temor (ephobêthêsan phobon megan…), preguntando «¿quién es este a quien el viento y mar obedecen?» (4, 41).            Nos hallamos, sin duda, ante el mismo temor pascual de las mujeres de Mc  16, 8, que no dijeron nada, pues tenían miedo (ephobounto gar), un miedo esencialmente religioso, muy distinto de la cobardía anterior que Jesús les ha echado en cara al llamarles deiloi. Éste es el miedo ante la Realidad superior que se manifiesta en forma de “poder” supremo, por encima de los vientos y del mar embravecido. No es miedo ante una cosa concreta, sino ante el Gran Desconocido divino que es Jesús, que se manifiesta ante ellos como Señor del mundo, dominando, de un modo distinto, sobre todo lo que existe en la naturaleza.

Esta escena termina con un gran miedo (phobon megan), un miedo superior a Jesús que ahora (tras 2000 años) nos dice de nuevo vamos al otro lado. Pero ¿es cierto que podemos ir al otro lado, ser con los del otro lado? ¿Es cierto que podemos dejar la tierra establecida y salir a cuerpo para convivir, para compartir, para escuchar, para ser curados, para curarnos de nuevo?

La escena acaba con una pregunta: ¿Quién es éste (houtos) al que obedecen/escuchan (con hypakouen) el viento y el mar? ¿Podremos dejar todo lo que hemos ido asegurando por siglos y salir con Jesús, como Jesús, sin llevar nada, es decir, con lo puesto, nosotros mismo, para escuchar y aprender, para compartir y esperar.

Se podría decir que éste evangelio nos cuenta una experiencia pascual de tipo misionero y de exultación cósmica del tiempo de Marcos (año 70 d.C). Los discípulos de Jesús resucitado se han atrevido a llevar su mensaje al otro lado de los mares, hasta territorios no judíos (la región de los gerasenos, 5,1), sabiendo que la misma naturaleza se pone, en el fondo, a su servicio. Han sufrido grandes miedos, han gritado desde el terror de la tormenta. Pero les ha ayudado su Maestro, revelando así el poder del evangelio, que se impone y triunfa sobre todos los restantes poderes de los Cielos y la tierra. Ellos podrán ir y de alguna forma han ido a todo el mundo. Éste es el mensaje del Evangelio de Marcos.

ECHAD LA RED AL OTRO LADO (Jn 21)

Pedro dijo voy a pescar (Jn 21, 1-3), y el texto añade que se le juntaron  otros seis: Tomás, Natanael y los Zebedeos (Santiago y Juan) y dos discípulos más, cuyo nombre no se cita (21, 2). Significativamente, los primeros  de la lista son Pedro y Tomás, el Mellizo, que podrían forman la pareja final del evangelio: Pedro es el signo de la Iglesia Oficial; Tomás es el signo de la iglesia “mística”.

            Junto a ellos ha situado el evangelista a Natanael, de Caná de Galilea (cf. Jn 2, 1-11), lugar de las bodas del principio de la Iglesia, que había sido antes discípulo de Juan Bautista en el Jordán (cf. Jn 1, 45; Mt, 10, 3; Mc 3, 18,Lc 6, 14; Hc 1, 13). Fue, según la tradición.

Con esos tres, están los zebedeos, pareja esencial del comienzo de la iglesia, a los que se añaden otros dos, de quienes no se dice el nombre; uno de ellos podría haber sido el Discípulo amado, el otro una Discípula Amada. En total eran Siete, no Doce como los representantes de la iglesia del principio. Como sabemos ya por la segunda multiplicación de los panes (Mc 8) y por Hech 7, el número siete es signo de misión universal. En este contexto nos sitúa la escena que sigue.

El que inicia el movimiento es Pedro diciendo: ¡Me voy a pescar! (21, 3). Muchos lectores se han visto sorprendidos por el dato, como si Jesús volviera al tiempo de su historia y de su pesca pre-pascual en Galilea (Lc 5, 18-24), después que ya ha enviado a sus discípulos al mundo (cf. Jn 20, 21). Da la impresión de que Pedro y los siete han vuelto a lo anterior, al tiempo de pesca del lago, como hacían antes de haberse encontrado con el Cristo. Pero quien mire con más profundidad descubrirá en la escena un fuerte simbolismo: estamos ante el signo de la pesca escatológica.

            Es posible que en el fondo de la escena haya un recuerdo histórico. Es probable que Pedro y sus compañeros hayan descubierto algún día la ayuda de Jesús mientras se hallaban afanosos, pescando sobre el lago (como presupone en contexto vocacional Lc. 5, 1-11. Pero ahora es evidente que la pesca ha recibido un carácter pascual y misionero.

            Pedro es pescador al servicio de Jesús, como el mismo Señor lo había prometido (Mc 1, 16-20: os haré pescadores de hombres). En ese nuevo oficio, al servicio del reino, él sale a echar las redes sobre el lago de este mundo. No va solo, le acompañan los discípulos, finales, los siete creadores de la comunidad universal cristiana, los auténticos apóstoles de pascua. Siete varones para el mundo entero, no doce para Israel. Siete varones, parece que no hay mujeres, a no ser que uno de los dos del fin, sin nombre, sea mujer (o que el mismo discípulo amado sea mujer).

 Van en medio de la noche, en el lago de la historia. Ha tomado la iniciativa. Le acompañan los otros y de un modo especial el discípulo querido. Para todos hay lugar en la faena. Pedro y el discípulo amado comparten un lugar en la barca y tarea pascual de Jesucristo. La experiencia pascual empieza siendo dura… Pero vengamos al texto:

Cuarenta años pescando en la noche pero no consiguen nada

Subieron a la barca y en aquella noche y 40 años de noche y  no pescaron nada. Apuntando ya la madrugada estaba Jesús en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo: ¡Muchachos! ¿No tenéis nada de comer? Le respondieron: ¡No! Él les dijo:¡Echad las redes a la derecha de la barca y encontrareis!

            La echaron y no podían arrastrarla por la cantidad de peces. Entonces, el discípulo al que Jesús amaba dice a Pedro: -¡Es el Señor! Y Simón Pedro, oyendo que es el Señor, se ciñó el vestido y se lanzó al mar (21, 3-7)

40 años

            Este Cristo de la pascua parece oculto mientras extienden los discípulos las redes sobre el lago. Ha resucitado el Señor, pero el mar de la vida sigue pareciendo, insondable, sin pesca, sin vida. Todo parece como estaba: mar y noche, barca y pescadores sobre el lago. Sobre el enigma del mundo es inútil esforzarse. Sobre el mar de la historia no se puede conseguir la pesca escatológica que había prometido Jesús en el principio del camino misionero (cf. Mc 1, 16-20). Acaba la noche y las luces primeras del día traen a la playa a estos sufridos pescadores fracasados.

            Recordemos que son varias las escenas pascuales donde el Cristo pascual empieza siendo un desconocido: el jardinero del huerto (Jn 20, 14-15), el caminante de Emaús (Lc 24, 15-16). Con toda naturalidad el hombre de la playa pregunta a los que vuelven de vacío y respondiendo a su fracaso y les dice echad las redes a la parte derecha (Jn 21, 6). Parece que sabe más que ellos.

            Los discípulos escuchan su palabra sin poner reparo (en contra de Lc 5, 5). El inicio de la experiencia pascual se encuentra precisamente en el gesto de confianza de aquellos que han estado faenando en las vigilias de la noche. Querían descansar cuando rompe la mañana: necesitan un lecho para el sueño. Pero escuchan la voz de aquel desconocido y de pronto la red queda llena de peces.

Conocer a Jesús. Hace falta un discípulo amado que sepa, que vea, que escuche

              La narración llega a su centro. Está llena la red y los fornidos pescadores tienen gran dificultad en arrastrarla. Entonces, mientras los otros se encuentran ocupados en la dura faena de la pesca, el Discípulo Amado tiene tiempo de mirar. Mira y descubre la verdad, en experiencia mística de pascua. Así le dice a Pedro: Es el Señor (Jn 21, 7).

            En este reconocimiento y en los gestos que siguen se explicita el misterio y camino de pascua, interpretado ya a manera de trabajo compartido. Los dos discípulos centrales se necesitan; cada uno realiza su función, ambos son complementarios:

– Pedro dirige la faena, como buen patrón del barco. Sabe manejar las redes, hace fiel trabajo. Pero, en realidad, parece un poco ciego para las cosas principales: no sabe distinguir a Jesús en la mañana, en medio de la pesca. Esta ceguera de Pedro (ministro supremo de la iglesia) queda clara en la escena. Pero el texto ha resaltado también su gran capacidad de acogida y escucha. Pedro recibe en su barca al discípulo amado y le atiende cuando dice: es el Señor. Este es el Pedro verdadero: aquel que sabe escuchar al discípulo querido para confiar en su palabra y lanzarse al agua para el encuentro con Jesús. En medio de la gran faena ha descubierto lo más grande: ha sabido que Jesús le está mirando en la orilla y necesita ir a encontrarle.

– El discípulo amado está en la barca, pero no se dice que faene. Él será quien vea y distinta  a Jesús en la orilla, pero no necesita saltar para  cerciorarse de ello. Ha descubierto al Señor en el misterio más profundo de su vida, puede aguardar a que culmine la faena de la pesca, que realizan precisamente por mandato de Jesús, mientras acaba la noche y se eleva la nueva mañana de la pascua plena.

             Pedro tiene que saltar de la barca. Es incapaz de permanecer en el trabajo mientras sabe que Jesús está mirando y aguardando allá en la orilla. Esta impaciencia de Pedro, que antes no ha sabido distinguir a Jesús, es signo de gran amor (lo pone todo en riesgo por hallarle); pero es, al mismo tiempo, el resultado de una posible desconfianza (quien ama de verdad no necesita correr de esa manera hacia el amado, porque sabe que él le mira y acompaña en todos los momentos de su vida).

Volvamos a la escena. El desconocido les dice:  Como un desconocido, a la orilla del agua, Jesús les ha dicho que echen las redes por el otro lado (a la derecha, cf. 21, 6). Pero veamos con más cuidado la escena, retomando algunos motivos ya indicados:

Él les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: “Es el Señor.” Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: “Traed de los peces que acabáis de coger. “Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.Jesús les dice: “Vamos, almorzad.”

Echad la red a la derecha…Puede tratarse de una indicación banal, pero todo nos indica que se trata de algo muy importante.  Hasta ahora, Pedro y su gente (incluidos los siete) habían estado pescando en la parte equivocada, en un contexto de ley convertida en “izquierda”, mano “falsa” de Dios y su promesa. Eso significa que la misión anterior de la iglesia había sido una equivocación inútil. Ha sido necesario que Jesús venga a la orilla y le diga que echen la red por el otro lado, por el lado bueno de la humanidad entera que es la “derecha de Dios”, en el amanecer de la nueva historia.

– Y pescaron tanto que tenían fuerzas para sacar la red, para traerla a tierra. La nueva pesca (la pesca de la derecha universal de Dios) les sorprende… Eran expertos pescadores pero no saben cómo “sacar” la red sin romperla, sin matar o estropear a los peces. Han pescado, están pescando, pero no saben qué hacer con su redada…Éste es el momento clave: Tienen una inmensa redada, pero no saben qué hacer con ella, como tratarla. Tienen un mensaje, tiene una oportunidad de oro (de Reino de Dios) en la madrugada, pero no saben qué hacer, no pueden llevar sus peces a la tierra de la vida.

El Discípulo amado le dice (a Pedro) “es el Señor”, el Señor de la derecha. La pesca que han logrado no es suya (no la han capturado ellos, no les pertenece…). Por eso interviene el Discípulo amado, que ve en la oscuridad de la mañana y dice a Pedro “es el Señor”. Sólo entonces reacciona Pedro, se viste, se ciñe. No es un mero pescador desnudo del lago del mundo, es un “delegado de Cristo”.

Pedro Se viste y se tira al agua (al agua de la pesca de Dios). Esta escena de Pedro tirándose al fin al agua, ante Cristo, por Dios superando sus miedos y reticencias antiguas responde a la más honda tradición de los sinópticos, que aparece en Mt 12, 22-23. Pedro se tira ahora del todo a las grandes aguas, se compromete plenamente por Jesús, bajo la  guía y la palabra del Discípulo amado.  Esta es la verdadera conversión de Pedro.

Los demás discípulos se acercaron en la barca, remolcando la red con los peces. Sólo ahora, cuando Pedro se ha echado al agua, sin miedo, por Jesús, ante Jesús, los cinco restantes (con el Discípulo amado de guía) pueden remolcar la red con los redes. No se dice cómo hacen, si van a ritmo y trabajo de remo, tres en cada lado, tres a babor, tres a estribor, o si van a viento de vela. Lo cierto es que se acercan a la orilla de Jesús donde está Pedro con él. Esta es la barca, remolcando de red con todos los peces del mundo, como seguiremos viendo.

Sigue la escena del pez y del pan…

            La escena culmina hablando del gran número de peces y de la comida de Jesús, hecha precisamente de panes y peces, lo mismo que en la escena de las multiplicaciones, con panes y peces (Mc 6; Mc 8). Pero con la diferencia de que hay un pan y pez que es el mismo Jesús. Sigamos  viendo el texto:

                Cuando llegaron a tierra (los seis de la barca, remolcando la red inmensa de los pueblos) vieron brasas y sobre ellas pez y pan. Jesús les dijo: ¡Traed de los peces que habéis pescado ahora! Subió Pedro y arrastró a la orilla la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes; y siendo tantos no se rompió la red.Y Jesús les dijo: Venid a comer! Ninguno de sus discípulos se atrevió a preguntarle ¿quién eres?, aunque sabían que era Jesús. Vino Jesús, tomo el pan y se lo dio y de un modo semejante el pez (21, 9- 14)

             La escena está llena de fuertes y bellos contrastes: los peces de la gran pesca de la iglesia, el pan y pez que Jesús a sus sufridos pescadores en la orilla. En el comienzo y final está el pan y pez de Jesús, la comida que ofrece a los cansados pescadores; en el centro habla el texto del número grande de peces que ha pescado la red de los discípulos.

            Comencemos por este segundo motivo. Jesús ha escogido a Pedro y sus amigos como pescadores de hombres (cf. Mc 1, 116-20). Eso es lo que ahora han hecho, por fin: han echado la red del mensaje en el mar de este mundo, en una noche larga, y al final pueden traerla llena de peces. El tiempo pascual se presenta así lleno de pesca: siempre que unos seguidores de Jesús, representados por Pedro (jerarquía) y el discípulo amado (libertad), se esfuercen por predicar el evangelio sobre el mundo, sigue habiendo pascua.

            Signo de Jesús resucitado son los pescadores, ministros de esta gran tarea, que echan la red en nombre de Jesús, mientras le siguen percibiendo a lo lejos, en la orilla del gran lago. Pero también los “peces” representan al Señor: son el conjunto de la humanidad que debe ser transfigurada por la pascua, en camino de salvación escatológica.

Quedan por dialogar 4 temas

  • Distinguir la otra orilla del mar, la otra parte del barco (babor y estribor)… ¿Qué significa que hemos pescado por la parte equivocada….
  • ¿Son 40años sin pesca… o llevamos aún más?
  • ¿Es buena la imagen del barco y de la pesca…? Tendremos que dejar el barco, abandonar la pesca…. Buscar otras imágenes
  • ¿ Qué significa hoy pasar al otro lado? ¿Hay gentes al otro lado?

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