Se acaba toda playa.
El río entra en la tierra.
La floresta, en el río.
El cielo es como un río boca abajo.
Y es un cauce de verde sumergido
la orilla forestal.
Crecen las alas. Es un mar el río.
El agua baja turbia, roja,
fusilada de lluvia.
“Las aguas superiores, las aguas inferiores”
del Génesis se llevan
el barco en los bandazos.
Leo cosas de Iglesia. Canto y grito,
elemental y loco de esperanza.
Moverse ya es vivir. Crecen las aguas
del Araguaia nuestro:
ha llegado la hora de la “enchente”,
y se puede cortar el lento viaje
entrando rectamente por los canales nuevos…
El barco ruge y marcha solo,
pobre,
libre, débil, seguro.
Y truena el cielo como un vientre grávido
hacia el glorioso parto teilhardiano.
Es Adviento en la misa y en las aguas.
Es Adviento en la tierra de los hombres.
¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
– “Vamos a la otra orilla.”
Dejando a la gente, se lo llevaron en la barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole:
– “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?“
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
– “¡Silencio, cállate!”
El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:
– “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”
Se quedaron espantados y se decían unos a otros:
– “¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”
*
Marcos 4,35-41
***
La fe es estar cogidos por aquello que tiene que ver con nosotros de una manera incondicional. El hombre, como cualquier otro ser vivo, se encuentra turbado porque le preocupan muchas cosas, sobre todo por aquellas cosas que condicionan su vida, como el alimento y la casa. Y, a diferencia de los otros seres vivos, el hombre tiene también necesidades sociales y políticas.
Muchas de ellas son urgentes, algunas muy urgentes, y cada una de ellas puede estar relacionada con las cosas cotidianas de importancia esencial tanto para la vida de cada hombre particular como para la de una comunidad. Cuando esto sucede, se requiere la entrega total de aquel que responde afirmativamente a esta pretensión, y eso promete una realización total, aun cuando todas las otras exigencias debieran quedar sometidas a ella o abandonadas por amor a ella.
La fe, en cuanto estar cogidos por aquello que tiene que ver con nosotros de una manera incondicional, es un acto de toda la persona. Tiene lugar en el centro de la vida personal y abarca todas sus estructuras. La fe es el acto más profundo y más completo de todo el espíritu humano […]. Todas las funciones del hombre están reunidas en el acto de fe.
*
P. Tillich, La razón y la revelación,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1982.
***
***
Imágenes: fotogramas de la película ‘Descalzo sobre la tierra roja‘, sobre Pedro Casaldáliga, protagonizada por Eduard Fernández
Comentarios desactivados en “Miedo a creer”. 12 Tiempo Ordinario – B (Marcos 4,35-40)
Los hombres preferimos casi siempre lo fácil y nos pasamos la vida tratando de eludir aquello que exige verdadero riesgo y sacrificio. Retrocedemos o nos encerramos en la pasividad cuando descubrimos las exigencias y luchas que lleva consigo vivir con cierta hondura.
Nos da miedo tomar en serio nuestra vida asumiendo la propia existencia con responsabilidad total. Es más fácil «instalarse» y «seguir tirando», sin atrevernos a afrontar el sentido último de nuestro vivir diario.
Cuántos hombres y mujeres viven sin saber cómo, por qué ni hacia dónde. Están ahí. La vida sigue, pero, de momento, que nadie los moleste. Están ocupados por su trabajo, al atardecer les espera su programa de televisión, las vacaciones están ya próximas. ¿Qué más hay que buscar?
Vivimos tiempos difíciles, y de alguna manera hay que defenderse. Y entonces cada uno se va buscando, con mayor o menor esfuerzo, el tranquilizante que más le conviene, aunque dentro de nosotros se vaya abriendo un vacío cada vez más inmenso de falta de sentido y de cobardía para vivir nuestra existencia en toda su hondura.
Por eso, los que fácilmente nos llamamos creyentes deberíamos escuchar con sinceridad las palabras de Jesús: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Quizá nuestro mayor pecado contra la fe, lo que más gravemente bloquea nuestra acogida del evangelio, sea la cobardía. Digámoslo con sinceridad. No nos atrevemos a tomar en serio todo lo que el evangelio significa. Nos da miedo escuchar las llamadas de Jesús.
Con frecuencia se trata de una cobardía oculta, casi inconsciente. Alguien ha hablado de la «herejía disfrazada» (Maurice Bellet) de quienes defienden el cristianismo incluso con agresividad, pero no se abren nunca a las exigencias más fundamentales del evangelio.
Entonces el cristianismo corre el riesgo de convertirse en un tranquilizante más. Un conglomerado de cosas que hay que creer, cosas que hay que practicar y defender. Cosas que, «tomadas en su medida», hacen bien y ayudan a vivir.
Pero entonces todo puede quedar falseado. Uno puede estar viviendo su «propia religión tranquilizante», no muy alejada del paganismo vulgar, que se alimenta de confort, dinero y sexo, evitando de mil maneras el «peligro supremo» de encontrarnos con el Dios vivo de Jesús, que nos llama a la justicia, la fraternidad y la cercanía a los pobres.
Comentarios desactivados en “¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”. Domingo 22 de junio de 2024. Domingo 12º ordinario
Leído en Koinonia:
Job 38,1.8-11: Aquí se romperá la arrogancia de tus olas. Salmo responsorial: 106: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia. 2Corintios 5,14-17: Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Marcos 4,35-40: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
En la primera lectura vemos cómo el Señor le contesta a Job desde un torbellino, una forma muy común en el Antiguo Testamento para las apariciones de Dios. Le muestra lo que el Señor es capaz de hacer por el ser humano, hasta frenar el mar para que no irrumpa contra él. Las comunidades cristianas crecen en medio de dificultades y conflictos. Se encuentran asediadas por muchas amenazas internas y externas. Son como una pequeña barca navegando en altamar, en aguas turbulentas. Cunde la desesperación y el desencanto. Job es el símbolo de la paciencia y la resistencia. Se siente asediado por todas partes. Dios lo interpela haciéndole caer en cuenta de que él es el Señor de la historia. Las dificultades de la vida no podrán derrotar a quien pone toda su confianza en Dios.
En La carta a los Corintios se nos expone la nueva humanidad que a través de la muerte de Cristo recobra la vida plena. Cristo murió por todos para que todos tengamos vida por medio de él. El amor de Cristo ha sido tan grande que nos ha rescatado de la muerte y de la esclavitud del pecado, y nos ha hecho partícipes de la vida nueva. Lo antiguo ha sido superado por la muerte y resurrección del Señor.
En el evangelio, el llamado relato de la tempestad presenta las dificultades por las que atravesaba la Iglesia primitiva en el contexto del imperio romano. El mar es símbolo de peligro; es una amenaza para quienes viven cerca de él, porque saben que por ahí vienen los perseguidores. La comunidad es esa pequeña nave que navega a la deriva. La fe de muchos naufraga ante las amenazas y las presiones del medio. Entonces es cuando hay que recordar que Jesús no ha abandonado la barca. El navega con ellos. Es capaz de derrotar la tempestad. La certeza de la presencia de Jesús fortalece la frágil fe de la comunidad.
Nos sentimos amenazados de muchas formas. La injusticia, la violencia y la corrupción por una parte; el consumismo, el relativismo y el sensualismo por otra. Sentimos la tentación de ceder. Fácilmente caemos en el pesimismo y la resignación. Desistimos de todo esfuerzo y dejamos que la historia empuje la barca a su propio viento. El ambiente nos ahoga y nos sentimos perdidos, desorientados o perplejos. Las palabras de Pablo resultan alentadoras: Cristo murió y resucitó; con él hemos muerto nosotros, y tenemos la firme esperanza de participar en su resurrección. Sólo la certeza de que Jesús camina con nosotros nos puede ayudar a vencer los miedos y las incertidumbres y a “remar mar adentro, hacia aguas profundas”.
Temas clásicos relacionados con este tipo de milagros de Jesús, centrados en la acción sobre la naturaleza, que tal vez ya perdieron su aliciente, son los de la posibilidad misma del milagro, las relaciones entre Dios y la naturaleza, y el tema de la oración de petición, cuando la petición se centra en una acción sobre la naturaleza. Formulamos estos temas en el apartado «para la reunión de grupo» Leer más…
Comentarios desactivados en 22.6.24. Pescadores en la noche: Al otro lado del mar (Mc 4), al otro lado del barco (Jn 21)
Del blog de Xabier Pikaza:
Jesús les dijo una vez: Vamos al otro lado del mar. Otra vez les dijo: Pescad por el otro lado.
Quizá nos está corrigiendo también hoy y no le hacemos caso. cómo ir al otro lado? cómo pescar por el otro lado?
| Xabier Pikaza
Mc 4, 35-41
(a. Introducción). 35 Y aquel mismo día, al caer la tarde, les dijo: Vayamos a la frontera (al otro lado).36 Y dejando a la gente, le tomaron tal como estaba en la barca y le acompañaban otras barcas.
(b. Tormenta) 37 Y se desató una fuerte tormenta de viento y las olas se abalanzaban sobre la barca, de suerte que la barca estaba ya a punto de llenarse (de agua). 38 Y él estaba a popa, durmiendo sobre el cabezal, y lo despertaron, diciéndole: Maestro ¿no te importa que perezcamos?
(c. Jesús) 39 Y levantándose, increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! ¡Enmudece! El viento amainó y sobrevino una gran calma. 40 Y les dijo:¿Por qué sois cobardes? ¿No tenéis aún fe? 41 Y temieron con un gran temor y se decían unos a otros: ¿Quién pues es éste, porque hasta el viento y el mar le obedece.
El otro lado del mar. Un texto programático y extraño.
Había que salir de Galilea, atravesar en barco el lago, buscar y dejarse encontrar por gestes distintas. Estas cuestiones me ocupaban hace más de 50 años, cuando estudiaba en el Bíblico de Roma este pasaje de Marcos. Ha pasado más de medio siglo, más de 1900 años desde que las escribió san Marcos, Pero estamos quizá como al principio, sin saber quizá el lugar del otros lado, los que están más allá de nuestro mar, pobres, distintos y excluidos. El tema y tarea es ir al otro lado aprendiendo a ser y querer (dejarnos querer) por los de fuera, que no son sólo paganos de frontera (al otro lado de Galilea), sino pobres, enfermos, oprimidos, excluidos, de otra condición de vida, de otra tendencia sexual, afectiva.
Todo el evangelio de Marcos está lleno de gentes del otro lado: De salud incierta (leprosos, paralíticos), de identidad fronteriza (prostitutas, publicanos, eunucos), de dignidad y género variado (expulsados, oprimidos, por sexo y raza etc. como dirá luego Mt 25, 31-46) etc. Pero el evangelio es no sólo saber que hay gentes del otro lado, sino que también nosotros somos “del otro lado”; que allí debemos ir para aprender lo que somos, para ser acogidos, para estar, para ser (e incluso para dar), porque el mismo Dios de Jesús es del otro lado.
1. Esta es la primera misión de Jesús según el evangelio de Marcos, la primera vez que él dice “vamos al otro lado”. Es la primera , y sigue siendo fundamental. El evangelio es ir (vayamos) eis to peran: es decir, al “límite” o frontera, al otro lado, sin llevar cosas nuestras (para imponer lo que somos), sin apoderarnos de las cosas de los otros (ir a conquistar, a tomar sus tierras); ir y ser con ellos lo que somos, ofreciendo, compartiendo, conviviendo.
2. La palabra central de Jesús es “vayamos al otro lado” (a la frontera), vivamos y seamos “en el otro lado”, para aprender, para compartir, “pasando fuertes y fronteras”, como decía Juan de la Cruz. Pero inmediatamente después, leyendo el pasaje (Mc 4, 35-41), parece que Jesús no cumple lo que dice, pues el relato se detiene (se enreda) en una aparente “leyenda” de tempestad calmada). Es como si Marcos se olvidada del programa de Jesús (ir al otro lado, estar a la frontera)… y en vez de decir lo que pasa cuando se va al otro lado se detuviera en la tempestad de la travesía para dejarnos allí. Más que al otro lado nos conduce a la gran tormenta.
El paso al otro lado implica una galerna… de la que parece que aún no hemos salido, tras 2000 años de evangelio. Ciertamente, puedetratarse de una tempestad marina (física, externa) que los discípulos de “lago” (pescadores de aguas de poco fondo) conocían bien… Pero leyendo bien vemos que se trata de una tempestad mucho más hondo: Toda nuestra vida es un paso al otro lado, salir, dejar lo que somos, empezar a ser en otro lugar, vida y circunstancia… Es evidente que llega la tormenta.
La tempestad o tormenta no es de Jesús, él está tranquilo, descansando (ha llegado la noche), y duerme.Él es de un lado y del otro, no lleva consigo “dogmas”, imposiciones legales, historias eternas de poderes, pequeños o grandes “concilios”… Cuando lleguen al otro lado, en la mañana recién amanecida, hará lo que hay que hacer, según el evangelio, pero ahora, en el mar de las tormentas parece que duerme, dejándonos a solas con las olas. Jesús es un “hombre” (=una persona) del otro lado: Del lado de los paganos, de las mujeres oprimidas (Mc 5,21ss). No lleva nada, va a cuerpo. Por eso puede dormir.
La tempestad es de los discípulos… que van a conquistar, a dominar… Ir al otro lado significa para ellos perder sus antiguas seguridades, sus factorías de pesca, sus ventajas establecidas… Ir al otro lado sería ir a conquistas las tierras del otro lado (como ha hecho desde hace siglo la “Europa cristiana”… o la USA de la nueva frontera (según la doctrina famosa de Kennedy): Tras haber roto y conquistado las tierras de vida de los otros (moros, indígenas, negros, indios…) hay que conquistar nuevas fronteras…
Pero Jesús no va a conquistar, no va a imponer, no va a expulsar a moros, indígenas, salvajes, negros, indios… va simplemente a compartir evangelio. Es evidente que Jesús vaya “dormido”, tranquilo, en la proa de la barca. Pasar al otro lado es simplemente convivir con los del otro lado, sin llevar nada para imponer, sin ejército para conquistar, sin dinero que ganar… La iglesia, en cambio, ha ido en su barca haciendo a veces muchas cosas buenas, pero también con imposiciones y normas para exigir, con soldados para defenderse….
Gran parte de los exegetas e intérpretes del evangelio han pasado por alto el programa de Jesús (vayamos al otro lado) y se han fijado en la pura anécdota de la tempestad. Por eso se han fijado en el “milagro externo”: Una tempestad dura, a la salida de Galilea… Ciertamente, la tempestad es importante, pero el tema de fondo no es la tempestad en sí, sino su razón, su motivo, su causa. Es la tempestad actual, propia de la iglesia 2024[1].
Año 2024. Vamos al otro lado. Meditación de salida
En la orilla derecha (mirando en la dirección del río que lo atraviesa) quedan los galileaoa aquellos a quienes ha enseñado. En la otra orilla que es la izquierda están en principio los paganos, sirios, jordanos, decapolitanos… En principio, la travesía no tiene por qué ser difícil, porque el lago/mar no es ancho (unos 16 km), y porque los discípulos, de Jesús al menos los de 1, 16-20, son pescadores, expertos en barcas.
Muchos habían venido de otras partes a la vertiente galilea (Mc 3, 7-8), incluso del otro lado, es decir, de la Decápolis (4, 25; de todas maneras, la ciudad de Escitópolis, que formaba parte de la Decápolis, se encontraba en la orilla occidental del río Jordán, hacia el sur de Galilea). Pero ahora es Jesús quien decide pasar al otro lado del mar, a la zona oriental de la Decápolis pagana. Geográficamente está cerca: sus colinas se ven desde el lado galileo del “mar” de Genesaret; pero sus gentes parecen lejanas: distintas por cultura y religión, por tradiciones y formas de existencia[2].
La decisión de cruzar el mar (como los hebreos de Ex 14-14 habían cruzado el Mar Rojo para salir de Egipto) proviene del mismo Jesús, después que ha culminado su enseñanza en Galilea con el sermón de las parábolas. De esa forma inicia un nuevo comienzo en la travesía del evangelio, y su gesto nos sitúa, simbólicamente, al inicio de una gran marcha o misión universal de la iglesia, que ha de hallarse dispuesta a llevar su semilla a tierra pagana, es decir, a convivir con la gente del otro lado (paganos de la Decápolis, en España diríamos “moros”, gentes de vida distinta, personal, social…).
Jesús manda (pasemos, vayamos) y sus compañeros se arriesgan a pasarle en barca y van con él hacia un lugar distinto, a través del mar que puede embravecerse, en medio de la noche. Sin llevar nada, a cuerpo (sin llevar su pequeño emporio de poderes religiosos y/o sociales). A partir de aquí, los protagonistas son los discípulos, que “toman” a Jesús “tal como estaba” (hôs en) y lo meten en la barca.
Fijemos bien esas palabras. Los discípulos no “meten” a Jesús en la barca, sino que le “toman” (paralambanousin), tal como está, es decir, como ha estado a lo largo de un día de enseñanza, sin dejarle siquiera bajar de la barca y tomar ropa, libros y/o leyes de repuesto.
Sin duda, es arriesgado cruzar el mar en esas condicione. Pero es evidente que ese riesgo se encuentra calculado: forma parte de la estrategia eclesial de un evangelio donde los discípulos de Jesús pueden presentarse como una familia en la tormenta, en medio de la noche (o a la caída la tarde). Jesús va en una barca y le acompañan otras, iniciando de esa forma un recorrido ejemplar de evangelio [3].
Las resistencias para pasar al otro lado (estamos en el 2024)
Mc 4,37 Y se desató una fuerte tormenta de viento y las olas se abalanzaban sobre la barca, de suerte que la barca estaba ya a punto de llenarse (de agua). 38 Y él estaba a popa, durmiendo sobre el cabezal, y lo despertaron, diciéndole: Maestro ¿no te importa que perezcamos?
Pues bien, el mar peligroso son las resistencias de los discípulos de Jesús, hoy año 2024 como entonces, año 30 (de Jesús) o año 70 (del autor del evangelio de Marcos). Se trata de dejarlo todo y salir, en puras barcas de remo y vela, con lo puesto, pues el evangelio son ellos, somos nosotros. Salir para vivir, convivir, sin conquistar nuevas tierras, sin imponer nuevas religiones… Salir “con lo puesto” (es decir, nosotros, como personas), sin “vaticanos” a cuestas, sin “seguridades” de siglos, salir “desnudos” de ropas y privilegios, llenos de humanidad, para compartir humanidad, con los del otro lado (moros, negros, enfermos…), sabiendo que también nosotros somos moros, enfermos del otro lado…, sabiendo que no hay centro y periferia, sino que “todo es periferia”, todo es frontera
Jesús ha iniciado la travesía, pero luego se acuesta en la popa (4, 35-38a). Embarca a los suyos, pero da la impresión de que les olvida, en un gesto que parece propio de la misión después de pascua. Jesús duerme (¡ha muerto!), dejando a sus discípulos que sufran ante el riesgo, en la nave amenazada. En el cabezal de la barca, él parece ajeno a lo que pasa. Así comienza la primera misión pospascual de la iglesia, al oriente de Galilea[4].
Ésta es nuestra situación, año 2024. Jesús nos dice que “vayamos al otro lado” (=es decir, que seamos del otro lado, con los que son “allí y aquí”), para compartir humanidad en escucha, en mirada, en comunión de pan y vida. La siembra (misión de la iglesia) debe realizarse en otras tierras y para eso hay que atravesar el mar, en una noche de tormenta, mientras Jesús duerme. La siembra somos nosotros, cristianos 2021… y así tenemos que llevar nuestra semilla. Pero al mismo tiempo tenemos que dejar que nos siembren, que nos cambien, que los otros nos hagan ser nosotros, nos reciban, nos amen, nos cambien.
Probablemente el texto ha recogido recuerdos de la historia prepascual, experiencias de un pasado en el que se dice que Jesús calmó a su grupo temeroso sobre el lago familiar donde habrían navegado con sus barcas. Pero ofrece también una experiencia de Jesús presente en la iglesia actual.
Estos discípulos de Jesús que tienen miedo, que gritan, que enloquecen en medio de la tormenta somos nosotros…. iglesia amenazada, barca en la tormenta, familia llena de miedo, sin cimientos permanentes, sin patria asegurada ni ciudades fijas, navegantes-misioneros sobre un mar embravecido, con un Maestro (didaskale, así le llaman por primera vez: 4, 38) que duerme en popa.
Hemos empezado a salir…y tenemos miedo. Si no salimos, si quedamos en la orilla antigua morimos. Aquí, en Europa, nos quedan 40 o 50 años, a lo más. Sólo si asumimos la tormenta podremos vivir, aprender, enseñar… es decir, compartir, ser evangelio[5]. Quien haya escuchado la voz de Jesús ¡a la otra orilla!, queriendo que sus discípulos le lleven (¡con su enseñanza!) al otro lado, en su propia nave, podrá entender este pasaje. Quien no comparta el terror de los discípulos gritando en frágil barca no lo comprenderán. ¿Por cuánto tiempo han de navegar de esa manera? ¿Cómo evitarán que la barca se inunde y zozobre? ¿Cómo podrán resolver, al otro lado, si es que llegan, los problemas que allí les esperan? El texto no lo dice. Simplemente evoca el miedo del viento y de las olas, con un Jesús dormido en popa[6].
Mc. 4, 39-41. Jesús, el mar calmado
Mc 4, 39: Y levantándose, increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! ¡Enmudece! El viento amainó y sobrevino una gran calma. 40 Y les dijo: ¿Por qué sois cobardes?¿No tenéis aún fe? 41 Y temieron con un gran temor y se decían unos a otros: ¿Quién pues es éste, porque hasta el viento y el mar le obedecen.
Jesús nos había llamado para ser-con él (cf. Mc 3, 14), reuniéndoles a su alrededor(peri auton: 3, 32.34). Pero parece que se desentiende, pues duerme en la tormenta de la noche, en popa. Pero ellos le despiertan gritando: ¿No te importa que perezcamos? (4, 38). Había invitado a los suyos (autois: 4,35; cf. 4, 33). Ahora parece desinteresarse, pero ellos gritan, y él se levantó (diegertheis, resucitando), mandó al viento… y el viento cesó, llegando una gran calma. Éstos son los tres gestos del relato: (a) Jesús pacifica la tempestad; (b) recrimina a sus discípulos; (c) los discípulos responden admirados. Evidentemente, éste es un final feliz, un happy end…que debe entenderse como promesa. Sólo si nos mantenemos, si salimos, si vamos al otro lado podremos entender a Jesús:
(a) Jesús hace que el mar se pacifique (4, 40). Ciertamente, al fondo del relato puede haber un recuerdo histórico. Pero, como he dicho, en sentido estricto, éste es un milagro simbólico, pascual, relacionado con una iglesia que tiene miedo de pasar al otro, atravesando con la barca de Jesús el mar airado. Nos hallamos en el centro de una travesía pascual y en ese fondo ha de entenderse el miedo de los discípulos (cf. 16,8), que llaman a Jesús “maestro”, y la superación del miedo.
Este Jesús que duerme (parece dormir) en la noche de la iglesia, mientras sus discípulos navegan hacia otro lado, aparece ahora como Señor de la vida y de la historia, en una línea que hemos destacado al hablar de la tentación (1, 12-13) donde él aparecía enfrentándose a las fieras/bestias, que eran signo de las fuerzas amenazadora de la naturaleza (y de los demonios). Jesús era el Mas Fuerte venciendo a Satán (cf. 1, 8; 3, 21-30); ahora lo es ejerciendo su dominio sobre los poderes cósmicos. Sólo “saliendo para el otro lado” podremos ser y vivir… Seremos “muriendo”, es decir, dando la vida por los demás. El texto no dice que triunfemos, sino que estamos dispuestos a darnos, a dar la vida, a compartir la vida, en amor, en aventura de esperanza, al otro lado, con los paganos externos, lo oprimidos, los del otro lado en plano de humanidad, de género etc.[7].
(b) Jesús recrimina a sus discípulos (4, 40), pidiéndoles que crean, y se decidan a pasar al otro lado, preguntándoles: «¿Por qué sois cobardes? ¿No tenéis aún fe?[8]». La fe a la que se alude aquí no es la afirmación de unas verdades generales, sino la confianza radical en Jesús, en medio de la prueba (que en Ap 21, 8 aparece en forma de persecución)[9]. Este Jesús de la tormenta (es decir, de la prueba o persecución vinculada al paso al otro lado) pide a los suyos (los de su barca) que superen la cobardía y la infidelidad (propias del pecado). Tener fe significa pasar al otro lado…ponerse en camino, en medio de la tormenta.
Si no salimos al otro lado estamos muertos… Si quedamos en la seguridad de la “iglesia establecido” hemos fracasado ya, no tenemos futuro, pues ya no somos nada, una insignificancia histórica. Sólo una fe valiente, fe de pascua (es decir, fe de barca en el mar que parece airado), anima y salva, hace que los fieles de Jesús puedan superar la tormenta y ser portadores de vida. Leer más…
El episodio de hoy supone un gran paso adelante en la revelación de Jesús. Al principio, cuando la gente lo oye hablar y actuar en la sinagoga de Cafarnaúm, se pregunta asombrada: «¿Qué es esto?» (Mc 1,27). Más tarde, cuando cura al paralítico, exclama: «Nunca hemos visto nada igual» (Mc 2,12). Ahora, tras manifestar su poder sobre la naturaleza, calmando la tempestad, los discípulos se preguntan: «¿Quién es este?»
El mar como símbolo de las fuerzas caóticas (Job 38,1.8-11)
En el mito mesopotámico de la creación (Enuma elish) el dios Marduk debe luchar contra la diosa Tiamat, que representa el mar, para poder crear el universo. El mar simboliza el peligro, la amenaza a la vida. (En términos modernos, el tsunami que devora y destruye la tierra firme.)
La primera lectura, tomada del libro de Job, recoge este tema, despojándolo de sus connotaciones politeístas. El mar no es una diosa, es una fuerza caótica que amenaza con cubrirlo todo. El Señor no le machaca el cráneo ni la descuartiza, como hace Marduk con Tiamat; se limita a encerrarlo con doble puerta, a fijarle un confín en el que «se romperá el orgullo de tus olas».
El Señor habló a Job desde la tormenta:
– ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno, cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales; cuando le establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: «Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas»?
El peligro del mar (Salmo 106)
El mar no es sólo una amenaza para la tierra firme, lo es también cuando se intenta cruzarlo en una pequeña nave como las antiguas. En el momento más inesperado se oscurece el cielo, estalla la tormenta, la nave sube y baja al ritmo frenético del oleaje. Sólo cabe la posibilidad de encomendarse a Dios. Esta es la experiencia que recoge el fragmento del Salmo 106, al que quizá mucha gente no preste atención, pero esencial para entender el evangelio de hoy.
Entraron en naves por el mar,
Comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.
Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
se sentían sin fuerzas en el peligro.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa
y enmudecieron las olas del mar.
Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Jesús, los discípulos y el mar (Mc 4,35-41)
El pasaje del evangelio podemos dividirlo en cinco partes: 1) introducción: Jesús y los discípulos se embarcan hacia la otra orilla; 2) la tormenta: reacción opuesta de Jesús, que duerme, y de los discípulos, que lo despiertan asustados; 3) Jesús calma la tormenta; 4) Palabras de Jesús a los discípulos; 5) reacción final de éstos.
1) Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban.
2) Se levantó una fuerte tempestad, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
3) Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Enmudece!». Y el viento cesó y vino una gran calma.
4) Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
5) Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
Tres de estas partes tienen especial relación con los textos de Job y el Salmo.
La segunda (la tormenta) recuerda la situación de grave peligro descrita en el Salmo. Pero, en este caso, los discípulos no se encomiendan a Dios, acuden a Jesús; no creen que pueda resolver el problema, simplemente les asombra que duerma tan tranquilo mientras están a punto de hundirse.
La tercera, en cambio, recuerda la lectura de Job, no por el tono poético, sino por el poder y la autoridad suprema que Jesús manifiesta sobre el mar, semejante a la de Dios en el Antiguo Testamento.
La quinta, que habla de la reacción de los discípulos, recuerda la reacción de los navegantes en el Salmo, pero con un cambio fundamental: los marineros del salmo se llenan de alegría y dan gracias a Dios, los discípulos sienten gran miedo y se preguntan quién es Jesús. Curiosamente, Marcos no ha dicho que los discípulos tuvieran miedo durante la tormenta, pero ahora sí lo tienen; es el miedo que provoca el contacto con el misterio.
Prescindiendo de la introducción, la parte que queda sin paralelo es la cuarta, las palabras de Jesús a los discípulos, que les interroga sobre su miedo y su fe. Estas dos preguntas son esenciales en el relato. De hecho, el pasaje dice al lector dos cosas: 1) el poder de Jesús es semejante al que se atribuye a Dios en el Antiguo Testamento; poder para dominar el mar y poder para salvar. 2) Al escuchar la lectura, el cristiano debe reconocer que sus miedos son muchos y su fe poca. Conocer a Jesús no es saberse de memoria unas fórmulas de antiguos concilios. El evangelio debe sorprendernos día a día y hacer que nos preguntemos quién es Jesús.
Desde antiguo se valoró el aspecto simbólico del relato: la nave de la iglesia, sometida a todo tipo de tormentas, es salvada por Jesús. Un aspecto que también podemos valorar a nivel individual.
¿Quiénes somos nosotros? (2 Corintios 5,14-17)
En el Tiempo Ordinario, la segunda lectura corre al margen de la primera y del evangelio. Pero el fragmento de hoy podemos verlo como un complemento al evangelio de Marcos.
Hermanos, nos apremia el amor de Cristo al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así. Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo.
«¿Quién es este?», se preguntan los discípulos, sorprendidos por su poder sobre el viento y el mar. La respuesta de Pablo sobre quién es Jesús no se basa en el poder sino en la debilidad: «el que murió por nosotros». Pero esta aparente debilidad tiene un enorme poder transformador: convierte a los cristianos en criaturas nuevas. Ya no deben vivir para ellos mismos, «sino para quien murió y resucitó por ellos.»
Vivir para Cristo es la mejor síntesis de lo que fue la vida de Pablo después de su conversión. Viajes continuos, peligros de muerte, fundación de comunidades, persecuciones de todo tipo, prisiones, redacción de cartas… todo estaba motivado por el deseo de servir a Cristo y vivir para él. Un buen espejo en el que mirarnos.
La otra orilla del evangelio, allí donde Jesús se llevó a sus discípulos, era otro mundo. Se fueron a tierras paganas, a lo desconocido e impuro.
Podríamos decir que Jesús salió de su “zona de confort” y arrastró tras de sí a sus discípulos. El viaje es lo que nos cuenta el breve evangelio de hoy.
Cuando nos ponemos en marcha hacia lo desconocido el camino se muestra abrumador y lleno de peligros. Aquellos primeros discípulos se las vieron con una tormenta poderosa que amenazaba con hundir su frágil barca. Mientras, Jesús, dormía profundamente.
Del miedo que pasaron los discípulos no hace falta dar muchos detalles. Cada una de nosotras sabe lo que significa encontrarse con la propia fragilidad como única defensa ante el peligro. Lo que podemos hacer es preguntarnos sí estamos dispuestas a aventurarnos, a ponernos en camino hacía “la otra orilla”.
Y, por otro lado, este evangelio, también nos obliga a pensar en quienes lo arriesgan todo por venir a nuestra orilla. Es triste pensar que son muchas, ¡demasiadas!, las personas que arriesgan su vida a bordo de frágiles embarcaciones. También ellas quieren tener un futuro.
Tal vez nosotras no tenemos que subirnos a una barca, pero es urgente que vayamos a la otra orilla. Que contemplemos el mundo, la sociedad y la economía desde la piel rasgada de quienes se quedan en los márgenes de nuestro sistema egoísta.
Debería ser obligado el tener que cambiar de perspectiva. Si tuviéramos que cruzar un mar en cayuco probablemente miraríamos con otros ojos las leyes que regulan el bienestar para solo unos pocos. Y sí, todo esto también es evangelio, no es política, es solamente responsabilidad. Porque aquella pregunta antigua: ¿Dónde está tu hermano? (Gn 4, 9) no deja de resonar en los labios de Dios.
Oremos
Trinidad Santa, empújanos a salir, llévanos a la otra orilla, a la piel de nuestras hermanas necesitadas.
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DOMINGO 12º (B)
Mc 4, 35-40
Leemos hoy el final del c. 4. Podemos tener la sensación de tomar un tren en marcha sin saber de dónde viene ni a dónde va. Después de enseñar en Cafarnaúm, dejando clara la reacción de los jefes religiosos, narra Marcos varias parábolas y termina con el relato de la tempestad calmada. Los milagros, llamados de naturaleza, son los que menos visos tienen de responder a hechos efectivamente reales. Son todo simbolismo.
La Biblia utiliza varias palabras para expresar lo que hoy llamamos milagro. El concepto de milagro que tenemos hoy (hecho en contra de la naturaleza) es reciente. No tiene sentido preguntarnos si los evangelios nos hablan de milagros con este significado. Lo que nos importa es descubrir el sentido de esa manera de hablar. El milagro era un modo de expresarse normal, comprensible para todos los que vivían en aquel tiempo.
En tiempo de Jesús nadie se cuestionaba la posibilidad de milagros. Plantearnos este tema es anacrónico. Recordemos la conocida frase de Evely “Nuestros mayores creían gracias a los milagros; nosotros creemos a pesar de ellos“. Rousseau: “Quitad del evangelio los milagros, y toda la tierra quedará a los pies de Jesucristo“. Los milagros del Nuevo Testamento se han acabado como tales milagros. Debernos verlos con otra perspectiva. Decía Voltaire: milagro es la violación de las leyes matemáticas, divinas, inmutables, eternas. Por esta sola razón, un milagro es una contradicción in terminis“.
Jesús pide a los discípulos que vayan a la otra orilla. Está haciendo referencia al paso del mar Rojo. Aquel paso los llevó a la tierra prometida. La otra orilla del mar de Galilea era tierra de gentiles. Es una invitación a la universalidad, más allá del ámbito judío, que se opone a la apertura. La primera “tormenta” que se desató en el seno de la comunidad cristiana fue precisamente por el intento de apertura a los paganos.
La tempestad está haciendo referencia a Jonás (fue increpado por el capitán por estar durmiendo mientras ellos estaban muertos de miedo). El mar es en la Biblia, símbolo del caos, lugar tenebroso de constantes peligros. Dominar el mar era exclusivo de Dios. De ahí podemos sacar la enseñanza simbólica. El mensaje de Jesús tiene que llegar a todos los hombres, pero no se conseguirá si no se abandona la falsa seguridad de pertenecer a un pueblo elegido, sino a través de la lucha contra las fuerzas del mal.
Mientras todos estaban muertos de miedo, él dormía… Hay que tener en cuenta que se llamaba también “cabezal” a la especie de almohada, donde se colocaba la cabeza de un muerto. Están haciendo clara referencia a una situación postpascual. La primera comunidad tiene claro que Jesús está con ellos, pero de una manera muy distinta a cuando vivía. Aunque no lo vean, tienen que seguir confiando en su presencia.
¿No te importa que nos hundamos? La necesidad extrema les obliga a pedir ayuda a Jesús como último recurso. Las palabras que le dirigen indican su estado de ánimo. No dudan que Jesús pueda salvarlos, dudan de que esté interesado en hacerlo, lo cual es el colmo de la desconfianza. Es dudar de su amor. Es lo que Jesús reprocha a los discípulos. Siguen necesitando de la acción externa para encontrar seguridad.
Increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! Son las mismas palabras que Jesús dirige a los espíritus inmundos. Además, en singular, como queriendo personalizar al viento. Recordad que la palabra “ruah” (viento) es la misma que significa espíritu. Viento que perjudica equivale a mal espíritu. El “poder” de Jesús se dirige contra la fuerza del mal, no contra los elementos, que, aunque pueden ser hostiles, nunca son malos. Hoy sabemos que después de toda tormenta viene la calma con total normalidad.
¿Por qué sois cobardes? ¿Aún no tenéis fe? No son preguntas, sino constataciones de una evidencia. Ni confiaban en sí mismos ni confiaban en él. Aquí tenemos otra clave para la reflexión. Confiar en un Dios que está fuera, y actuará desde allí, nos ha llevado siempre al callejón sin salida del infantilismo religioso. Una vez más queda de manifiesto que la fe no es la aceptación de unas verdades teóricas, sino la adhesión confiada a una persona. Jesús les acusa de no confiar ni en Dios, ni en él, ni en ellos.
¿Quién es este? El miedo y la pregunta final dejan claro que no habían entendido quién era Jesús. El relato no tiene en cuenta que Marcos ya había adelantado varios títulos divinos aplicados a Jesús desde la primera línea de su evangelio: “Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. Queda demostrado que no vale una respuesta intelectual. Lo que es Jesús, no hay manera de mostrarlo ni demostrarlo. El descubrimiento tiene que ser experiencia personal de lo que Jesús es en nosotros.
A todos nosotros nos invita hoy el evangelio a cruzar a la otra orilla. Estamos tan seguros en nuestra orilla que no será fácil que nos arriesguemos a cruzar el mar. Ni siquiera estamos convencidos de que exista otra Orilla, más allá de las comodidades y las seguridades que ambicionamos. Sin embargo, nuestra meta está al otro lado del riesgo y del peligro. La falta de confianza sigue siendo la causa de que no nos atrevamos a dar el paso. No terminamos de creer que Él va en nuestra propia barca.
El mensaje de Jesús es que debemos confiar, aunque nos parezca que Dios no se preocupa de nosotros. El enemigo del hombre no es la naturaleza, sino una falsa visión de la misma. La naturaleza es siempre buena. Dios no tiene que rectificar su obra para que los hombres confíen en Él. Flaco favor haría Jesús a sus discípulos si accediera a entrar en la dinámica de un Dios, que pone su poder al servicio de los buenos. Jesús les habla de un Dios que se identifica con ellos también en las circunstancias adversas.
Job plantea una cuestión muy seria, pero la solución que da no es la adecuada. Dios tiene que devolver a Job lo que supuestamente le había quitado para que su fidelidad sea creíble. El Dios en quien Jesús confió fue el Dios escondido, en quien hay que confiar aunque veamos que no actúa. Dios está siempre dormido. Su silencio será siempre absoluto. Ni tiene palabras ni instrumentos para hacer ruido. Mientras no busquemos a Dios en el silencio, nos encontraremos con un ídolo fabricado a medida.
No son las acciones espectaculares de Dios las que nos tienen que llevar a confiar en Él. El maestro Eckhart decía que tomamos a Dios por una vaca de la que podemos sacar leche y queso. Pero también decía: utilizamos a Dios como una vela para buscar algo; y cuando lo encontramos, la tiramos. La idea de un Dios que pone su poder a mi servicio es nefasta. No se trata de confiar en otro, si no de confiar en que Él está más cerca de mí que yo mismo. Solo si siento a Dios en mí, me sentiré seguro.
«Pero ¿quién es éste? ¡hasta el viento y las aguas le obedecen!»
Llamamos milagro a un “hecho inexplicable por las leyes naturales y que se atribuye a una intervención sobrenatural de origen divino”. Es de notar que la primera premisa de esta definición es objetiva (no es explicable en el estado actual de la ciencia), pero la segunda es subjetiva (la causa que lo provoca es de naturaleza divina).
Esta subjetividad hace que podemos adoptar cuatro posturas distintas ante los relatos de milagros que recogen los evangelios. La primera consiste en negarlos porque chocan frontalmente con nuestra mentalidad cientifista y, además, porque sabemos que los evangelistas no dudan en violentar la historia para comunicar mejor su fe. También sabemos que en su época los hechos milagrosos son muy bien admitidos, y que con ellos se viste la actividad de los personajes extraordinarios. De acuerdo con esto, parece lógico pensar que estos relatos han sido inventados por los evangelistas tras la experiencia pascual, y que tienen poca conexión con el Jesús histórico.
De hecho, basándose en estos razonamientos (u otros parecidos), los milagros son rechazados de plano por los grandes filósofos de la ilustración, como Spinoza, Hume y Voltaire. Más tarde —y esta vez con base en argumentos de naturaleza exegética— teólogos recientes de la categoría de Rudolph Bultmann toman también una postura rotunda en contra de los milagros. En cambio, John P. Meier y Joachim Jeremías se muestran más cautos al respecto.
La segunda postura consiste en darles a estos relatos un carácter meramente simbólico, aunque sus partidarios admitan que detrás de cada relato milagroso puede haber un hecho histórico. Para algunos, la intención del evangelista sería mostrar a través de los milagros que Jesús era más que un predicador carismático; que Dios estaba con él, mientras que, para otros, su intención sería mostrar el corazón de Dios a través de las curaciones de Jesús; Dios no es el que nos complica la vida, sino nuestro médico. También se manejan otras simbologías más complejas y rebuscadas.
Hay una tercera postura que consiste en afirmar que su fama de sanador se remonta al Jesús histórico; que los evangelios narran hechos extraordinarios de Jesús que sus contemporáneos calificaron de milagros. Jesús arrastra multitudes no sólo por su predicación, sino por sus curaciones, y a ellas debe buena parte de su fama. No obstante, se admite que esa misma fama crea en torno suyo una leyenda que multiplica sus hechos milagrosos, y que los evangelistas recogen por igual las tradiciones de hechos sucedidos y las leyendas que nacen de estos hechos.
Finalmente, la cuarta postura consiste en admitir los milagros narrados en los evangelios sin reservas. “Eso es lo que nos cuentan los evangelistas (alguno, testigo del hecho) y eso es lo que pasó”.
Y éstas son las cuatro opciones planteadas asépticamente, pero merece destacarse que a no pocos creyentes del siglo XXI nos desconciertan los milagros e incluso nos contrarían. Nos parece que introducen en los evangelios elementos mágicos que les quitan credibilidad, y en ocasiones preferiríamos que no estuvieran allí. Sin embargo, están ahí, y si los quitamos hacemos otros evangelios y, por tanto, otro Jesús.
Y es que el relato de milagros ocupa buena parte de cada uno de los cuatro evangelios (en el caso de Marcos, el 47% si descontamos la pasión), y no resulta lógico pensar que son fiables los pasajes cuando cuadran con nuestra mentalidad, y no lo son cuando no cuadran. O son fiables o no lo son; no podemos aceptar de la Palabra sólo lo que nos gusta, sino la Palabra entera.
El recurso al simbolismo podría ser válido hasta cierto punto, pero no cuando estamos hablando de una parte sustancial de cada evangelio. En muchos casos es evidente la intención del evangelista de relatar unos hechos de los que fue testigo o del que recibió noticia directa de testigos oculares. Y, sin negar que el significado del hecho es más importante que el hecho en sí, es innegable el género histórico que subyace en el fondo de estos relatos.
En segundo lugar, afirmar a Dios y negar de manera tajante los milagros resulta contradictorio. Si Dios es el Señor, es muy dueño de irrumpir en el mundo físico para comunicarnos algo si lo considera conveniente … a no ser que estemos hablando de un Dios que no tenga nada que ver con el Dios de Jesús.
En tercer lugar (y bajando de las alturas metafísicas a ras de suelo), Guillermo de Ockham, filósofo franciscano que vivió entre los siglos XIII y XIV, nos legó un principio metodológico que hemos denominado “la navaja de Ockham”, según el cual, «en igualdad de condiciones la solución más simple suele ser la más probable». Pues bien, si lo aplicamos al tema que nos ocupa, la solución más simple (y por tanto más probable) es que Jesús hacía milagros.
No obstante, queremos finalizar insistiendo en el carácter subjetivo del tema. Ante una curación sorprendente de Lourdes, un creyente y un escéptico pueden mostrarse de acuerdo en que el hecho no es explicable desde la ciencia, pero el primero lo achacará a una intervención divina, y el segundo al grado insuficiente de desarrollo de la ciencia médica… y creo que las dos posturas son igualmente válidas.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
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Marcos 4, 35-41
En el capítulo 4, del que forma parte el texto de hoy, el evangelista Marcos empieza ofreciendo diversas parábolas de Jesús sobre el Reino de Dios y la explicación de alguna de ellas. A continuación, presenta a Jesús haciendo cuatro milagros que lo revelan como liberador: ante las fuerzas de la naturaleza (calma una tempestad), del mal (libera a un endemoniado), de la enfermedad (cura a una hemorroísa) y de la muerte (resucita a la hija de Jairo).
Es decir, el evangelio presenta a Jesús como alguien que es capaz de controlar y dominar algunos elementos y realidades ante los que el pueblo era impotente. Alguien que con su palabra increpa a la naturaleza, y esta le obedece. Esta catequesisrecuerda la palabra creadora de Dios en el Génesis. Es importante no perder de vista este marco, para comprender mejor el texto de la tempestad calmada.
Hay elementos en este relato con los que no podemos identificarnos. Ahora no creemos que el mar de Galilea, ni ningún otro mar del mundo, estén habitados por monstruos que mueven el agua en las profundidades y producen tempestades. Ninguna invocación sobre el mar puede hacer que, automáticamente, se calme.
Sin embargo, podemos centramos en el valor simbólico del texto: las tempestades que hay en nuestra propia vida y en la sociedad.
Continuamente experimentamos “vientos fuertes”, que nos colocan en medio de una tempestad, ya sea interior, familiar, laboral, de salud, de fe, etc. Suelen ser experiencias muy duras. El agua (el sufrimiento) inunda nuestra nave y sentimos que la barca vital está a punto de romperse o de naufragar.
Podemos hacernos una pregunta clave: en las tempestades de la vida, ¿a qué o a quién recurrimos? ¿Con qué herramientas gestionamos las tempestades personales?
Además, vivimos en medio de peligrosas tempestades sociales. Ha costado muchos años conquistar los derechos humanos, y actualmente, ciertas personas, grupos y partidos políticos, tiran por la borda esas conquistas. Hacen sonar las sirenas del barco para que cunda el pánico y el miedo nos empuje a refugiarnos en la bodega.
Quieren que, al sentir miedo, dejemos en sus manos el timón, las velas, los remos, la carta náutica y la brújula de todas las naves.
Quieren conducir la gran nave social al puerto que decidan las multinacionales, sin auxiliar a las pequeñas barcas que se encuentran en el mar, ni dejar subir a bordo a quienes piden auxilio desde el agua.
Tenemos miedo. Hay motivos para tenerlo si analizamos la situación mundial. Pero grupos poderosos se están sirviendo de ese miedo para dejar que se ahoguen miles de personas inocentes, y justificarlo en nombre de intereses patrios.
En este contexto resuenan las palabras de Jesús: ¿Por qué tenéis miedo?
Podemos preguntarnos en las comunidades: El miedo a quienes son diferentes, o vienen de lejos, ¿es más fuerte que la fe en que podemos seguir construyendo una nueva humanidad, fraterna y sororal? ¿El miedo nos hace organizar la pastoral, como si estuviéramos en una piscifactoría, en lugar de salir a mar abierto? ¿Hasta dónde vamos a dejar que el miedo gobierne y condicione nuestras vidas?
La fe nos da una fuerza imparable para navegar en medio de un mar embravecido, para recuperar el timón de cada nave, para saber que las cartas de navegación del Evangelio conducen a buen puerto y que las brújulas funcionan perfectamente, sin necesidad de recurrir al tarot, a gurús, al lujo, al poder o a cualquiera de las “herramientas” atractivas y baratas que se venden actualmente.
La fe es confianza y es fidelidad, por eso sabemos que el timón de las naves no se rompe, a pesar de los embates del mar.
Jesús “se encarnó en las tempestades de su tiempo” y trajo la gran revolución social. Nos aseguró que estaría con nosotr@s hasta el final de los tiempos. Sabemos que no navegamos en solitario, en medio de las tempestades de cada día, que no sólo es patrón del barco, sino el propio barco.
Y las palabras de Jesús, que un día resonaron sobre las aguas del mar de Galilea, hoy nos salpican a cada uno, a cada una, y nos interpelan de nuevo: ¿Aún no tenéis fe?
Recordemos con agradecimiento a los hombres y mujeres del mar, que se juegan la vida pescando para alimentarnos. Y oremos y pidamos perdón a los miles de migrantes que han muerto en el mar, soñando un futuro mejor.
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Domingo XII del Tiempo Ordinario
23 junio 2024
Mc 4, 35-40
La lectura simbólica del relato evangélico urge a silenciar el «viento» y el «oleaje», para poder pasar así del miedo a la confianza.
Mientras no salgamos de la mente, será imposible hallar la calma y, con ella, el valor para afrontar el “oleaje” que pueda sobrevenir. Siendo la mente una herramienta prodigiosa, ocurre que cuando nos identificamos o reducimos a ella, no solo la convertimos en una fábrica de preocupaciones constantes, sino que nos impedimos captar la belleza y profundidad de lo real.
La mente, como los sentidos, nos engaña con facilidad, al hacernos creer que la realidad es exactamente igual a la imagen mental que nos hacemos de ella. Y no es así. Por su propia naturaleza, la mente objetiva y fragmenta lo real, mostrándolo como la suma de una infinidad de objetos separados.
Por el contrario, cuando acallamos la mente, percibimos que lo único realmente real es la consciencia (o la vida). Cualquiera puede comprobar cómo, al silenciar el pensamiento, lo único que queda es consciencia desnuda sin contenidos (objetos). Queda un puro “darse cuenta” como espaciosidad abierta capaz de acoger todo.
Esta “espaciosidad” resulta inalcanzable para la mente, que únicamente puede operar en el mundo de los objetos. Y, al no poder captarla, la ignora o la niega. En consecuencia, quedamos reducidos a objetos separados, es decir, asumimos como verdadera la imagen que la mente nos traslada.
Sin embargo, la imagen mental de la realidad no es la realidad. De ahí la importancia decisiva de entrenarnos en acallar la mente si queremos ver con claridad. Porque nos va en ello nada menos que el acceso a la comprensión y, con esta, a la luz, la libertad y la liberación del sufrimiento.
No llegaremos a saber lo que es la vida si nos reducimos a lo que nuestra mente puede percibir. Es preciso silenciar la mente y atender lo que queda: solo así nos descubrimos en nuestra identidad profunda como plenitud de vida que se está desplegando en nuestra persona particular. Esa comprensión es la que nos permite trascender la creencia errónea de separatividad y acceder a la consciencia de unidad, que transformará nuestro modo de ver y de vivir.
Comentarios desactivados en Si Jesús no va en la barca, esto se hunde
Del blog de Tomás Muro, La verdad es Libre:
01.- Job: un hombre desconcertado (1ª lectura)
El libro de Job refleja la fe -más que problemática- que Israel tenía en la justicia de Dios a finales del siglo V y comienzos del IV a-C.
En esa época Israel todavía no había llegado a creer en la justicia de Dios en el “más allá” y en el “más acá” las cosas van como van, de todo menos en justicia.
En tiempos de Job Israel no creía en un “más allá”. Dios vivía en el cielo, los vivientes en la tierra y los difuntos quedaban bajo tierra, en el sepulcro, en el seol.
Por otra parte en la época de Job creían que Dios premiaba y castigaba en esta vida con premios y castigos temporales, intrahistóricos, materiales: salud, familia, tierras, ganados, riquezas y bienes temporales, etc. El justo tenía salud, familia, bienes abundantes, etc… el injusto recibía la retribución de su pecado: enfermedades, desgracias, etc.
Es cierto que algunos salmos intuyen que Dios no dejará nuestra vida en la muerte. Me tomarás y no dejarás mi vida en el seol, en la muerte…, (Salmo 16).
Yo siempre estaré contigo (salmo 73).
En este contexto se sitúa la vida de Job.
Job es un hombre justo por lo que Dios le premia con bienes: familia, amigos, salud, tierras, cosechas abundantes.
Pero entra en escena el diablo (la serpiente como en el Génesis) y le dice a Dios: tiéntale y verás cómo peca; entonces caerá en desgracia.
Job siguió siendo hombre honrado y justo, sin embargo cae enfermo con una lepra: una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla, que le obliga a abandonar la familia, la convivencia, los bienes. Job pasa a ser un marginado, un maldito.
Job entonces se queda perplejo y desconcertado. Su fe -la fe tradicional de Israel- entra en crisis, porque si “más allá” de esta vida no hay nada, no hay justicia y Dios premia a los justos en esta vida y castiga a los injustos también en esta vida. Yo no he pecado, ¿por qué me castiga Dios con esta lepra -llaga- con su consiguiente marginación?
Entran en escena tres amigos de Job: Elifaz, Bildad y Sofar, que le recuerdan y repiten a Job la doctrina tradicional y ortodoxa y le dicen: si tú, Job, tenías salud y familia, bienes abundantes, era porque eras justo y Dios te premiaba, pero -por el contrario- si ahora estás en la miseria, enfermo y en la marginación, es porque has pecado…
Los amigos de Job son los de siempre, los “del partido”, los de la Curia, que repiten miméticamente lo tradicional, pero no piensan ni ayudan.
Al final del libro de Job, Dios recrimina a los amigos de Job: Elifaz y Temar: estoy irritado contra vosotros, porque no habéis hablado bien de mí como ha hecho Job, (Job 42, 7).
Job -naturalmente- se rebela: Yo no he pecado y Dios me castiga injustamente. Si no hay justicia ni en este mundo ni en el otro, ¿qué raza de justicia es la de este Dios?
Así llegamos al momento más profundo del libro de Job.
Job maldice el día en que nació:
¡Maldito el día en que nací!
Maldita sea la noche en que fui concebido.
Que ese día se vuelva oscuridad.
Job 3,1
Entonces Job emplaza a Dios a un “careo” por aquello de que, “si Dios existe nos debe una explicación”…
Dios acude “desde la tormenta” al encuentro (Job 38,1) y habla con Job remontándose majestuosamente al origen del universo. (Es el párrafo del libro de Job que hemos escuchado hoy).
¿Dónde estabas tú cuando creé y afiancé la tierra? (Job 38,4)
Es como decirle a Job ¿Qué sabes tú de la vida, del origen y del futuro absoluto? ¿Quién eres tú para encararme a mí?
Finalmente Job se humilla y responde al Señor:
He hablado yo insensatamente de maravillas que me superan y que ignoro. Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento cubierto de polvo y ceniza, (Job 42,3)
Y ya, Dios devuelve a Job la salud y los bienes.
Pero el problema de la justicia de Dios queda sin resolver, entra en punto muerto.
Habrá que esperar y recorrer otros caminos como la oración de los salmos, las guerras de los Macabeos, la fe de los profetas para llegar a una fe en la justicia de Dios y en la resurrección. Pero eso es ya otra cuestión que requerirá otros recorridos.
02.- La vida y la muerte son una tempestad
El Evangelio de hoy refleja a la barca, la Iglesia, en medio de la tempestad del lago.
Cuatro veces aparece el simbolismo de la barca y la tempestad en el lago (Mt 14,22-36; 16, 5-12; Mc 4,36; 6,46). Son relatos eclesiales, de dificultades en la Iglesia naciente y de todo momento histórico de la Iglesia.
En la vida atravesamos por muchas tormentas y tempestades.
La Iglesia, las diócesis, etc. han de atravesar singladuras tempestuosas.
Los seres humanos también pasamos por tormentas de todo tipo. La mayor tempestad probablemente es la muerte que nos acecha.
Como a Job también a nosotros nos embarga la incertidumbre ante Dios, ante la justicia, ante el futuro absoluto, etc.
Y también como a Job Dios nos habla a nosotros desde la tormenta de la vida. JesuCristo nos habla “dormido” en la barca en pleno huracán en el mar de la vida. Tormentas en la vida.
03.- Tenían miedo.
Aquellos discípulos, primeros cristianos, tenían miedo -estaban espantados- quizás ante la persecución, quizás las ansias de poder de algunos de ellos, la cuestión es que “aquello” se hundía.
Es normal sentir miedo cuando uno va en una barca que se hunde o cuando nos hundimos moral o físicamente en la vida.
La vida está llena de tempestades, crisis, enfermedades, problemas, muerte…
Jesús navega tranquilo y dormido en aquella barca que se iba a pique, porque cree en Dios.
Jesús asocia el miedo a la falta de fe (confianza).
Quien confía no teme y quien teme, no confía. Job también terminará humillado y descansando en Dios.
En nuestras tempestades personales y eclesiales confiemos en que Cristo va en nuestra vida, en nuestra barca. Confiemos no en los amigos de Job, la ultraortodoxia, sino seamos humildes como Job.
Cuando Jesús está presente en la barca -aunque sea dormido-, el viento cesa y torna la calma.
04.- Cuando Cristo no está, esto se hunde.
Cuando Cristo no está en nuestra vida o en la Iglesia, en la barca, esto se hunde, como la iglesia, la barca inicial, como Job. Cuando Cristo está en nuestra vida y en la Iglesia entendemos la vida, nos acercamos al misterio de Dios.
Cristo calma nuestra existencia, nuestra angustia, nuestras tempestades. Cristo calmará las tempestades y luchas en el seno de la Iglesia.
Si Cristo estuviera en nuestra Iglesia viviríamos lo que hemos escuchado en el Evangelio: El viento cesó y vino una gran calma.
Comentarios desactivados en “ No hay tormenta que pueda vencernos, cuando la fe se pone en acto”, por Consuelo Vélez
De su blog Fe y Vida:
Comentario al evangelio (XII del TO) 23-06-2024
No hay otra manera de emprender el seguimiento y de mantenerlo, que la fe
La fe sostiene el seguimiento, fortalece el discipulado
Ahora somos nosotros quienes estamos invitados a seguir el camino de la fe, manteniendo la paz ante las aguas agitadas, reconociendo en Jesús la autoridad para pasar cualquier tempestad
Ese día, caída ya la tarde, les dijo: Pasemos al otro lado. Despidiendo a la multitud, le llevaron con ellos en la barca, como estaba; y había otras barcas con Él. Pero se levantó una violenta tempestad, y las olas se lanzaban sobre la barca de tal manera que ya se anegaba la barca. Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; entonces le despertaron y le dijeron: Maestro, ¿no te importa que perezcamos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: ¡Cálmate, sosiégate! Y el viento cesó, y sobrevino una gran calma. Entonces les dijo: ¿Por qué están amedrentados? ¿Cómo no tienen fe? Y se llenaron de gran temor, y se decían unos a otros: ¿Quién, pues, es éste que aun el viento y el mar le obedecen?(Marcos 4,35-41)
El evangelio del domingo pasado nos presentó a Jesús predicando y enseñando sobre el reinado de Dios comparándolo con las parábolas del grano que crece por sí solo y el de mostaza. Fueron parábolas que llamaron a la confianza en Dios, a poner las fuerzas en Él y no en nosotros mismos. Esto contrasta con lo que nos trae el evangelio de hoy. Jesús deja de predicar y quiere ir a la otra orilla. Y, tal vez, es cuando se pone a prueba lo predicado anteriormente. Se desata una tormenta y Jesús duerme. Él tiene la confianza absoluta. Pero no así sus discípulos quienes están muertos de miedo y creen que van a perecer. Reclaman, por tanto, al maestro porque los está dejando abandonados a su suerte.
Jesús atiende su reclamo y calma las aguas, pero les hace la pregunta que habría de caracterizar a los discípulos que están acogiendo el reino: lafe. No parece que los discípulos tengan fe. Y es que no hay otra manera de emprender el seguimiento y de mantenerlo que la fe. Esta es la respuesta del discípulo y, continuamente, ha de ponerse en acto. Aquí podríamos recordar el texto de la carta a los hebreos, capítulo 11, en los que el escritor sagrado hace una lista de los personajes de la historia de salvación, mostrando como fue por la fe que se pusieron en camino, atravesaron el desierto y alcanzaron la tierra prometida. Eso mismo es lo que los discípulos han de vivir en su experiencia de seguimiento. La fe sostiene el seguimiento, fortalece el discipulado.
Además, de esta llamada a la fe, el texto nos muestra la autoridad de Jesús para remediar las situaciones. Es su palabra la que produce la calma de las aguas. Una palabra que emerge de la autoridad que surge de su propia coherencia de vida. Pero es, justamente, esa autoridad la que da miedo a los discípulos. Tal vez la llamada es demasiado exigente y, aunque la vean realizada en Jesús, dudan de su propia capacidad de mantenerse fiel en el camino. El texto termina ahí, con la pregunta hecha por los mismos discípulos sobre la identidad de Jesús: ¿quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen? Solo ellos pueden contestarla apuntándose al seguimiento o renunciando a él. Sabemos que ellos mantienen la fe, no sin dificultad. El mismo Pedro que vio a Jesús calmando las aguas, será el que luego lo niegue en el momento de la pasión. Es decir, la fe se pone en acto cada día y en cada situación. Y llegará la pasión donde está fe se pondrá, efectivamente, a prueba. El camino seguido por los discípulos ya lo recorrieron ellos. Ahora somos nosotros quienes estamos invitados a seguir el camino de la fe, superando las tormentas, manteniendo la paz ante las aguas agitadas, reconociendo en Jesús la autoridad suficiente para pasar cualquier tempestad.
Finalmente, este texto de la tempestad calmada nos recuerda la experiencia de pandemia que vivimos hace poco. Justamente este evangelio fue el que el papa Francisco propuso cuando se declaró mundialmente la pandemia. Pero su reflexión fue muy diciente: todos estamos en la misma barca y, ante las dificultades, si unimos fuerzas, todos nos salvamos. Ese es el gran desafío.
Seguimos pasando por diferentes tormentas, pero el Jesús que calma las aguas nos recuerda que la posibilidad de llegar a la otra orilla está en nuestra fe. Pero esa fe comunitaria, de quien sabe que va con otros y que la tarea es llegar a la otra orilla, como comunidad, como discípulos del reino, como esa nueva familia que engendra el seguimiento, que se sostiene por la fe. No sobra recordar lo que Jesús dijo al padre de un joven endemoniado, cuando al presentarle a su hijo le dijo a Jesús: “si algo puedes, ayúdanos. Jesús le respondió: ¿Qué es eso de sí puedes? Todo es posible para el que cree” (Mc 9, 22-23).
(foto tomada de: https://rezoporti.org/2019/10/22/la-tempestad-calmada/)
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