“Mi cuerpo para la vida del mundo”
(Mc 14,12-16.22-26)
Hoy celebramos la solemnidad del cuerpo y sangre de Cristo. Es una fiesta, popular y eclesial, que centra nuestra mirada en el misterio de la pascua como la comprensión de toda la misión de Jesús: su vida para la vida del mundo.
Comprender la vida como ofrenda y bendición para todos es un criterio esencial del cristianismo. La propia vida fecunda las vidas de los demás y la muerte es el desenlace que consuma el proceso: como el grano de trigo que da fruto, como el cuerpo en el pan y la sangre en el vino, la vida es transformada en resurrección. Es una forma original de comprender la vida entera desde el misterio pascual, repleto de bendiciones, acciones de gracias y comidas en el seno de una nueva familia llamada a beber el vino nuevo en el reino presente de Dios.
El relato marqueano, posiblemente una reconstrucción interpretativa de la comunidad primitiva, deja entrever algo de la posible conciencia de Jesús en relación a su propia muerte, que está próxima, desde una óptica concreta. La antigua alianza centraba la celebración de la pascua, es decir del “paso de Dios”, en la fiesta de la consolidación de un pueblo tras su liberación de la esclavitud. En ella reunía la fiesta de agricultores (panes sin levadura) junto a la de los ganaderos (el cordero). El relato marqueano recupera esta unidad de festividades a la vez que reproduce en parte la estructura de la celebración pascual familiar judía. Centrada en la bendición (beraka) y en la acción de gracias a Dios por su acción liberadora que se hace presente la cena pascual judía, la última cena se compone igualmente de la bendición de las copas y del pan, de palabras de acción de gracias y del canto de los salmos (Hallel) (v.22-24) si bien con algunas modificaciones. El ambiente es de una habitación de una casa -una sala amplia, amueblada y arreglada (v. 15)-, y los comensales -en lugar de ser los miembros de una familia- son los compañeros de Jesús.
En este contexto pascual, la muerte de Jesús es entendida en clave de paso del Señor, siempre salvífica y vivificante, plenificadora y capaz de ofrecer abundancia. El cuerpo, como es considerado desde el judaísmo, es la completud de la persona. En el caso de Jesús, su origen, misión, humanidad, divinidad… están incluidos en su persona, en su cuerpo. La ritualidad de la acción de gracias y de las bendiciones cobran entonces sentido de plenitud al referirse al cuerpo de Cristo, y su sangre, para la vida de todos y de toda la creación: “Mi cuerpo para la vida del mundo”.
Además el tiempo de las palabras rituales es importante. En el judaísmo, el pasado muestra el horizonte: de la misma manera como Dios nos salvó en el pasado, ahora nos colma de sus dones. Estos dones, en el cristianismo, se condensan en el cuerpo y sangre de Cristo, ahora repartido para todos. Y en boca de Jesús se ponen palabras escatológicas que expresan la plenitud del reino donde abunda el vino nuevo: “No beberé más del fruto de la vid hasta que beba del vino nuevo en el reino de Dios”. Si advertimos que el reino escatológico se hace presente en relatos anteriores de curaciones, de enseñanza, de reconciliación… la plenitud de este reino se comprende en la abundancia del vino nuevo, “presente” en medio de la comunidad reunida tras la resurrección de Jesús.
Paula Depalma
Comentarios recientes