12.2.24. La Ascensión. Para repensar el cielo y el infierno.
Del blog de Xabier Pikaza:
| Xabier Pikaza
No todos estarán de acuerdo con lo que digo. No quiero enseñarles nada, cada uno ha de asumir su camino, con respeto y amor, dentro de su gran tradición eclesial, volviendo al camino de la Biblia, con Jesús, quiero hacer en lo que sigue.
Los ortodoxos en general no “creen” en el infierno dantesco de un tipo de cristianismo occidental. Según ellos, Cristo ha bajado al infierno para liberar a todos los condenados.
Las iglesias evangélica resuelven el tema en general desde 1 Cor 15, donde Pablo dice que en Adán (como humanos) morimos todos, pero que en Cristo somos todos vivificados, de manera que, en sentido estricto, no se puede hablar de infierno post-crístico
Para católicos que vienen (venimos) del miedo al infierno escribo las reflexiones que siguen, formuladas de un modo esquemático, especialmente en dos obras que he dedicado en parte al tema. Gran enciclopedia de la Biblia y Teología de la Biblia.
Buen día de la Ascensión a Todos. Según la tradición bíblica y eclesial, Cristo ha subido al cielo para llevar cautiva (vencida, destruida) a la cautividad del infierno, en otras palabras, para dejar vacío/vacío el infierno de la historia…, abriendo así un camino, una tarea histórico-social, eclesial y personal de superación de los infiernos de este mundo.
Por desgracia, hay fuertes grupos o lobbies cristianos y católicos empeñados en mantener un tipo de miedo al infierno para tener a los prójimos sometidos a su poder, es decir, al infierno del que sacan provecho económico, social y pretendidamente religioso.
Es posibles que algunos puedan plantear mejor el tema y sentirnos más centrados en el Dios del amor y de la vida desde aquello que aquí ofrezco, en clave bíblica.
Punto de partida.
La historia de Dios en los hombres (de los hombres en el Dios encarnado) no se encuentra dirigida hacia dos metas simétricas: por un lado, cielo; al otro, infierno; por un lado, gloria; por otro, la condena. Sólo hay una meta que es la gloria: el brillo y plenitud de Dios que ama, llenando de su gracia a todos los salvados; el banquete de la mesa y hermandad que nunca acaba, con Dios Padre y con su Hijo Jesucristo; las bodas del cordero de Dios que ama a los hombres como a esposa; la luz plena, el total conocimiento de Dios, la Trinidad como espacio de vida donde todos comparten el encuentro del Padre con el Hijo en el Espíritu.
Por todo lo ya dicho, queda claro: Dios no crea a los hombres para el bien y para el mal, no les prepara al mismo tiempo infierno y cielo. Dios es solamente bueno y ha creado las cosas para el bien. Por eso marca un camino de plenitud y gozo positivo para todos los humanos. Lógicamente, el fuego del infierno no se puede entender como elemento positivo de la creación de Dios. Todo lo contrario: es producto del fracaso de los hombres que, negándose a la gracia de Dios, se han pervertido; es situación que los hombres mismos van creando (acaban de crear) allí donde rechazan el misterio de la vida y quieren construir su propia muerte; por eso, más que creación es anti creación, más que obra de Dios es negación de obra divina.
Pero, si Dios es poderoso ¿Cómo puede permitir que exista el infierno? ¿No es capaz de transformar el mal en bien, logrando que los mismos condenados se conviertan así en bienaventurados? Planteado el tema de esa forma, carece de respuesta precisa: no podemos penetrar en el secreto de la creación de Dios. Pero podemos y debemos ofrecer una respuesta aproximada, tanteante, comentando las palabras de la biblia. Ella nos indica que el infierno pertenece a un doble misterio:
- Misterio de gracia de Dios, que no impone salvación por fuerza.
- Misterio de la libertad del hombre que, pudiéndose expresar y realizar en gracia, pervierte su camino, destruyéndose por siempre.
El infierno se presenta, según eso, como cara negativa de la gracia. Si todo diera igual, si todo se encontrara impuesto por la necesidad del cosmos, si solamente hubiera una bondad condescendiente de Dios, no existiría cielo ni tampoco infierno. Habría limbo de inconsciencia para todos, pero no sería humano ni cristiano. Dios nos ha creado abiertos para el cielo, capaces de escuchar la gracia y realizarnos libremente, de manera que seamos aquello que nosotros mismos escogemos desde Cristo.
Pues bien, desde el momento en que ese cielo se ofrece en nuestras manos como meta de elección, podemos elegir también aquel infierno que más nos interesa, condenarnos para siempre a soportarlo. Esta posibilidad pertenece al misterio de la gracia. He dicho posibilidad y no realidad cumplida: Jesús y la iglesia saben que hay hombres que alcanzan la gloria de Dios con María y los santos; pero ni Jesús ni la iglesia definen que «de hecho» existan condenados.
Existe el infierno como posibilidad de condena,
abierta para cada uno de nosotros, en camino de elección libre y responsable. El cielo nos lo ofrece Dios y nosotros lo acogemos por su gracia, pero el infierno lo buscamos y creamos nosotros mismos, en contra de la voluntad de Dios que nos ha dado como salvador a su Hijo Jesucristo.
Por eso, la condena se presenta como infierno: está simbólicamente ligada a lo de abajo, a la parte inferior; Dios es la altura de la vida y del amor, pero algunos pueden quedar sin alcanzarlo. La condena es lejanía: Dios nos llama a habitar en su morada, dentro de su misma vida y gracia; pero algunos pueden rechazarla, haciendo su morada lejos, en eso que la tradición conoce como tinieblas exteriores.
La condena es fuego destructor que mata y duele; Dios, en cambio, es calor bueno, es gozo y es banquete que convoca a los hermanos y les hace realizarse para siempre, aunque algunos prefieran consumirse en su fracaso.
EXPOSICION
Todo lo anterior forma parte del misterio de la gracia de Dios que nos ha dado su vida en Jesucristo. Es un misterio en el que sólo podemos adentrarnos en un gesto de gozo y esperanza. Gozo significa acción de gracias: hemos visto ya el amor de Dios y confiamos en la fuerza de su vida. No tenemos que fijarnos en aquello que hemos hecho, en méritos y acciones; confiamos en la gracia de Dios, sabiendo que su Hijo, muerto por nosotros, quiere darnos la vida para siempre.
Este gozo y esperanza deben ser fundamentados: si queremos conocer lo que es el cielo (en línea cristiana), nos debemos asentar en el mensaje de Jesús, cumpliendo su palabra, actualizando su amor, celebrando su presencia entre nosotros. Sólo así, en gesto de fuerte compromiso por el reino, sabremos ya que hay cielo y viviremos de algún modo su gozo anticipado. Por eso, no he querido presentar aquí un retablo de bienes celestiales, como si fueran algo que se añade al fin y no el sentido y verdad de todo lo estudiado. Cielo es, en el fondo, el cumplimiento total del evangelio, que se vuelve de esa forma «eterno y perdurable» (cf. ApJn 14, 6). He preferido situarme al otro lado y destacar el riesgo de condena, interpretado como fuego con que el hombre quema (quiere quemar) la gracia creadora de Dios y de la vida.
El símbolo del fuego
Antes que expresión del gran fracaso de aquellos que no aceptan la gracia y el amor de Dios en Cristo y de esa forma se condenan, el fuego ha aparecido en la cultura de los pueblos como un signo humano y cósmico de gran importancia. Resaltamos tres niveles: religioso, filosófico y psicológico.
En plano religioso, el fuego se presenta para el hombre antiguo como un Dios o epifanía del ser de lo divino. Divino es lo primario, la fuerza de la vida en su pureza, aquello que edifica y que destruye, reanima y mata, arraiga en la existencia y aniquila. Por eso es realidad divina el fuego.
Como ejemplo nos podemos referir al Dios Ephaistos de los griegos, con otras muchas divinidades celestes e infernales de los pueblos antiguos. En el extremo de esta línea están los persas: ellos presentan el fuego como expresión del Dios original del bien (Ahura Mazca), epifanía básica del ser de lo divino que se opone a laserpiente, signo del gran caos o lo malo (Ahrimán). Evidentemente, siendo forma divina del bien (creador, sustentador, salvador), el fuego aparece a la vez como fuerza destructora de lo malo. Por eso, en el combate final, la revelación definitiva del fuego es salvadora para los buenos, que asumen su misterio, y aniquiladora para los malos, que se pierden o diluyen en el horno del gran caos para siempre.
En plano filosófico, representado en occidente por los griegos, el fuego pierde su dimensión teomórfica y se vuelve sustrato integrador del cosmos. Como uno de los cuatro elementos originales (con agua, aire y tierra), el fuego ha jugado un papel fundamental en todas nuestras cosmologías hasta bien entrados los tiempos modernos: la realidad del mundo constituye una armonía viviente de elementos en cambio constante de oxigenación y destrucción, de muerte y vida. Para el mantenimiento de esa armonía, es primordial el fuego. Ejemplo de esa visión, en paralelo cosmogónico a los persas, nos lo ofrece Heráclito: todo ha surgido del fuego y todo vuelve a convertirse en fuego, en un proceso cíclico de nacimiento universal y muerte cósmica en que sólo queda, eternamente idéntico a sí mismo, el fuego mismo (la vida fundante).
En plano psicológico, el fuego se presenta como un símbolo primario de la realización del hombre, lleno por tanto de ambigüedad y de riqueza. Existe, por un lado, el fuego de la sabiduría y de la fuerza de los dioses, que atrae intensamente y nos conduce a superar la realidad actual del mundo y de la vida (complejo de Prometeo). Al mismo tiempo existe el fuego, también divino, de la muerte oscura y misteriosa, que nos llama con su fuerza seductora (complejo de Empédocles, echándose al fuego del Etna).Está el fuego de la creación y de la vida, y a la vez el fuego de la destrucción, del dolor irreparable y de la muerte. En su misma polivalencia, el fuego es un símbolo apropiado para indicar la plenitud o destrucción de la existencia.
Fuego y juicio de la historia. Antiguo Testamento
El fuego ha ocupado un lugar muy importante en la simbología religiosa de la tradición judeo-cristiana. Dentro del AT cumple dos funciones principales: • Es expresión de Dios o signo de su revelación entre los hombres. La teofanía del Sinaí (Ex 19) apoya
esta certeza, lo mismo que la visión de la zarza ardiendo (Ex 3, 2) Yla presencia de la nube luminosa en el camino del desierto (Ex 13; Nm 14, 14). Y aunque más tarde se afirme que «Dios no está en el fuego,} Re 19, 12), sino más bien en la palabra, una y otra vez ha de volverse al viejo simbolismo en el momento en que se quiere expresar de una manera intuitiva lo divino; así aparece en las grandes teofanías de Ezequiel (Ez 1, 13-14.27) Yen el hijo de hombre (cf. Dn 7, 9s).
Fuego destructor. Dentro de la lógica anterior, el fuego de Dios puede desvelarse como fuerza destructora para aquellos que se oponen a su gracia o su presencia. Poco a poco, este segundo aspecto tiende a convertirse en dominante. Para tratarlo con cierta detención, distinguiremos tres planos: castigo histórico, juicio escatológico, condena perdurable.
El fuego del castigo histórico aparece ya en Gn 19, 24-25: «El Señor hizo llover fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra… ». Esa imagen, con aquélla del fuego que desciende en medio del granizo (cf. Ex 9, 24), ha quedado bien anclada en el recuerdo de Israel. Por eso no es extraño que se diga que del seno de Dios procede el fuego que devora a los rebeldes (Nadab y Abihú de Lv 10,2) o destruye a los murmuradores (Nm 11, 1-3). Esta misma visión perdura en las tradiciones de Elías, profeta del fuego que consume la víctima ofrecida en el Carmelo (1 Re 18,38-39) o que mata a los soldados del rey perseguidor (2 Re 1, 10-12). De ese fuego que será el castigo de Dios para los enemigos de Israel hablarán muchos profetas (cf. Am 1,4; 2, 5; Os 8, 14; Jr 11, 16; 21, 14; Ez 15, 7, etc.).
Ese mismo tema influye en el ambiente del NT, que recuerda el castigo de Sodoma y Gomorra (cf. Lc 17, 29): aquel viejo castigo se convierte en signo de la destrucción universal del día del hijo de hombre. Es significativo el hecho de que algunos discípulos de Jesús quieren evocar un tipo de fuego de castigo semejante, mientras que el maestro lo rechaza (cf. Lc 9, 54). El fuego del castigo escatológico aparece cuando el Dios israelita se desvela como aquel que pone fin a los caminos de la historia. Es ya clásico el texto de Joel2, 3; 3, 3, con su visión del fuego que precede al gran juicio de Dios. Y son definitivas las formulaciones finales de los libros de Ez, Mal e Is. Conforme a Ezequiel (38, 22; 39,6), Dios destruye con el fuego al último enemigo de Israel (a Gog-Magog), logrando así que surja el mundo nuevo.
De manera semejante hablaban varios profetas: Malaquías 3, 1-3.19; Is 66, 15-17. Sin embargo, esta imagen sólo se ha desarrollado hasta el final en los autores de la tradición apocalíptica. Una y otra vez recuerdan que Dios ha de juzgar (o destruir eternamente) con su fuego a los malvados, de manera que ellos vengan a morir sobre la tierra. Ya no habrá más división, no habrá más muerte ni dolor ni enfrentamiento sobre el mundo. Sucederá en los días del final, los días del castigo y de la ira: con la llama del fuego devorador destruirá Dios para siempre a los malvados (cf. Jubileos 36, 9-10). La misma llama de fuego surgirá de la boca del hijo de hombre, el delegado escatológico de Dios sobre la tierra (4 Esd 13, 10-11; cf. Bar Syr 37, 1; Salmos Sal 15, 4-5, etc.). En este mismo contexto se sitúa la figura de Juan bautista con su anuncio del fuego (cf. Mt 3, 11-12) o las representaciones de ApJn 20, 9: Dios quemará con fuego la maldad de nuestra historia, en juicio destructor que llega para todos los perversos.
Hay, finalmente, un fuego de condena perdurable. En la representación anterior, los malos mueren y su vida acaba para siempre: el fuego es para ellos destrucción. Sin embargo, en otra perspectiva, desde el fondo mismo de la teología de la alianza, los judíos han hablado de un fuego que sigue atormentando a los perversos, condenados: frente a la vida que es don de Dios para los justos, se sitúa ahora lamuerte del fuego, como castigo perdurable para aquellos que se alzaron contra Dios:
Así como permanecerán ante mí los cielos nuevos y la nueva tierra que yo voy a crear, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre. Y de luna nueva en luna nueva, de sábado en sábado, vendrán todos a postrarse ante mi faz (en el templo). Y cuando salgan, verán los cadáveres de los que se han rebelado contra mí: no morirá su gusano, no se extinguirá su fuego y serán el horror de todo el mundo (Is 66, 22-24).
Quizá por vez primera en la Escritura se anuncia en su esplendor un tipo de cielo, interpretado como adoración, subida al templo. Pues bien, alIado de ese cielo, en visión correlativa de castigo, descubrimos el «infierno», la condena de los hombres que rechazan la presencia de Dios entre los suyos (cf. Jdt 16,17; Eclo 21, 9-10).
Al oponer montaña de Dios (templo, cielo, vida) y valle de los muertos (impureza, infierno, corrupción), Is 66 anuncia ya la tradición de la gehenna, el jardín de ben-Hinnón donde los antiguos reyes de Jerusalén habían ofrecido sacrificios humanos a Moloch, el Dios infame (cf. 2 Re 11,3; 21,3). Por eso había adquirido una reputación siniestra, convirtiéndose luego en quemadero de basuras y lugar de corrupción y desperdicios. Es lógico que autores posteriores (Enoc 90, 26; 4 Esd 7,36; BarSyr 59,10, etc.) lo entiendan como signo y clave de condena. Del sheol, lugar en donde todos los muertos llevaban existencia universal de sombra, hemos pasado por un lado al premio de los justos y por otro a la gehenna o fuego de castigo perdurable que consume a los perversos. Sólo en este contexto se podrá hablar de una doble resurrección: una para la vida, otra para la ignominia eterna (Dn 12, 1-2).
Fuego y condena escatológica. Jesús
La certeza de que existe un fuego de castigo perdurable parece atestiguada en tiempos de Jesús. Todas las sectas del judaísmo palestino (a excepción de los saduceos, tradicionalistas) lo aceptaban sin discusión. Por eso es normal que Jesús aluda al tema sin necesidad de precisarlo o demostrarlo.
En ese contexto ha ocupado un lugar muy especial Juan el bautista, proclamando la llegada del juicio de Dios sobre la historia. Parece que el castigo de un juicio temporal de Dios no le interesa. Todo su mensaje está centrado en el gran fuego escatológico que irrumpe en nuestra historia, para destruirla. En contra de eso, Jesús de Nazaret anuncia el reino de Dios para los pobres y perdidos de la tierra: a todos ha ofrecido su perdón: a los posesos, pecadores, marginados y tullidos; a todos quiere abrir la vía que conduce al reino. Sobre este fondo, pudiera parecer que no es posible que Jesús hable del fuego o la condena. Ha venido a salvar, no a destruir.
Su mensaje se condensa en la certeza de que Dios es Padre, en la confianza y el amor entre los hombres. Sin embargo, mirando en más profundidad, descubriremos que ese mismo Jesús de amor y reino ha presentado con fuerza inigualada el riesgo de condena para aquellos que no quieran aceptar la gracia y continúen actuando con violencia sobre el mundo.
Jesús no emplea el fuego del castigo temporal. Conoce las antiguas tradiciones que trataban del castigo en este mundo por el fuego (cf. Lc 17,26-30). Es más, probablemente su actuación ha suscitado el entusiasmo de las masas y son muchos los que piensan que es Elías que ha tornado (cf. Mc 6,15; 8,28). Por eso le han pedido que haga descender fuego del cielo para matar a los malvados (cf. Lc 9, 54). Jesús ha respondido de un modo tajante: «No sabéis de qué Espíritu sois… ». Jesús no es enemigo de los hombres. No desciende de la cruz cuando lo matan, no amenaza con los males de la tierra a los que buscan su condena. Su mensaje es salvación; su gesto, amor abierto a los perdidos de la historia. Desde ahora, Dios no será nunca fuego que destruye sobre el mundo a los malvados. No se le podrá invocar como guerrero en las batallas de la tierra, como ayuda frente a aquellos que nos matan.
En torno al fuego del juicio escatológico parece que Jesús trata muy poco.Evidentemente, lo conoce. Sabe que la vida de los hombres y del cosmos se sostiene sobre el fundamento de la voluntad de Dios y sabe que, al llegar el juicio, este mundo cesa. Pero ese mismo Jesús añade que Dios no se comporta de un modo impositivo, duro, fiero. No se venga sanguinariamente de los malos, sino que ha pretendido perdonarlos para el juicio: Dios es vida antes que muerte; es amor y no venganza, es gozo abierto hacia el futuro.
Esto significa que Jesús ha superado la actitud apocalíptica del juicio por el fuego.Dios es Padre que perdona y no es la ira de la llama que devora a los perversos. Por primera vez en la revelación bíblica, Dios se ha presentado como enteramente bueno. Por eso, el fuego de la ira destructora deja de ser uno de sus atributos. Recordemos, sin embargo, la palabra en que se dice: «He venido a traer fuego sobre el mundo y ¿Qué puedo querer sino que arda?» (Lc 12, 49). Fuego es aquí verosímilmente aquel proceso de renovación por medio del cual los hombres alcanzan su plenitud. No es algo que Dios impone desde fuera. Es la misma presencia de Jesús, el mensajero de Dios sobre la tierra, es su camino, su «bautismo» (Lc 12, 50) que abre a los hombres una forma de existencia nueva.
Desde aquí puede entenderse quizá la misteriosa palabra de Mc 9,49: «Todo debe conservarse (o salarse) por el fuego». La sal conserva el alimento. El fuego, en cambio, es ante todo destructor. Pues bien, desde Jesús y por Jesús, el fuego adquiere propiedad de conservar es como una sal superior, un juicio en que los hombres adquieren madurez y pueden vivir luego para siempre. En resumen: el Dios del fuego de Jesús no es Dios de fuego destructor, sino poder de creación, es salvador para los hombres. Pues bien, ese mismo Jesús que no habla del fuego como juicio, se refiere de manera extensa al fuego de condena o destrucción del hombre que no quiere aceptar la salvación.
El dato es lógico: Dios no es fuego que destruye, sino amor abierto para todos; pero es un amor serio, amor que se entrega para que podamos realizar nuestra existencia. Por eso, el que no quiera recibirlo queda remitido a la condena de su propio fuego. En otras palabras: el Dios de Jesús no es más que amor, fuego de salvación, si se permite la terminología. Por eso, los hombres que se quedan fuera de su círculo terminan siendo fuego de condena.
Sobre el signo de la destrucción.
Veamos uno a uno los textos de los sinópticos que hablan de fuego entendido de esa forma.
Mt 10, 28 Y Le 12, 5. Jesús presenta a Dios como portador de una salvación «difícil» que se debe mantener en medio de la tribulación escatológica. Por eso, cuando llegue el momento, ha de escucharse la palabra: «No temáis a los que sólo pueden matar vuestro cuerpo». La verdadera realidad del hombre viene a desplegarse en relación con aquel Dios «que puede mandar cuerpo y alma a la gehenna». La salvación está ligada a la confesión de Jesús; la condena, en cambio, se halla unida a su rechazo. En otras palabras: salvación es vivir desde Jesús; condena es negarlo y encontrarse al final de la existencia solos. En esto consiste la gehenna, el fuego destructor.
Me 9, 42-50 (= Mt 18, 6-9). Confesar o negar a Jesús no es un gesto aislado de la trama de la vida. La realidad del hombre se juega en el amor a los hermanos. Por eso, quien escandaliza (= hace pecar) a los creyentes más pequeños pierde su propia vida, se desliga del amor de Dios y se dirige a la gehenna, el fuego inextinguible (ef. Mc 9, 43.45.47-48). Esto mismo es lo que implica el fondo de Mt 5, 22.29-30. Gehenna o destrucción es la meta de aquellos que niegan al prójimo o destruyen el amor original del matrimonio. Estos dos textos son los únicos de Mc y de Lc que aluden al tema del fuego del castigo final o la gehen. na: la suerte de los hombres se decide en relación conla doctrina de Jesús y de manera más concreta en el amor a los hermanos. Condena significa rechazar el evangelio del amor que nos ofrece Jesús o destruir la vida de los pobres. En esta línea han de entenderse los restantes pasajes que nos hablan del fuego de condena, todos de Mateo.
Mt 13, 40.42.50. En sentido explícito alude a la condena del mal trigo (la cizaña que ha sembrado el diablo) y de los peces malos que han entrado en la red que pesca para el reino. Pero si miramos mejor descubriremos que los condenados son aquellos q~e escandalizan, es decir, destruyen a los más pequeños (cf. Mt 13,41).
Mt 7, 19: «Todo árbol que no produzca buenos frutos será arrojado al fuego». Producir los frutos buenos significa «realizar la voluntad del Padre», superando la conducta «antilegal», inicua (cí. 7, 21.23). Pues bien, esa ley se ha condensado en el servicio a los pequeños, como muestra el siguiente texto.
Mt 25,31-46. En la línea de Mt 7, 23 Y13,41, se condenan aquellos que no aman (no ayudan) a Jesús en sus hermanos más pequeños (los hambrientos, sedientos, exiliados, cautivos…). La exigencia negativa de no escandalizar (Mc 9, 42-50) se ha traducido en el mandato positivo de ayudar a los hermanos. Por eso, el reino se concibe como plenitud de Dios en aquellos que han amado (aceptado) al Cristo amando a los pequeños; el fuego de condena es el final de aquellos que, negando a los hombres, han negado y rechazado la salvación misma de Dios en Cristo.
Imágenes del cielo
No podemos estudiarlas por extenso, puesto que ello supondría volver a presentar todo lo dicho. Por eso resaltamos sólo algunos rasgos generales. Cielo es el reino de Dios que Jesús anuncia con su vida y su palabra: es la presencia gozosa, creadora, escatológica de Dios entre los hombres. Cielo es el mismo Jesús resucitado que recibe a los pequeños de la tierra y a los hombres que le siguen en la meta de su gloria pascual, regalándoles allí su propia vida. Cielo es, en fin, el Espíritu de Dios: el amor y comunión definitiva como espacio de existencia para los salvados.
‘Por eso, comprender lo que es el cielo implica retornar hacia el mensaje de Jesús, hacia el misterio de su pascua, hacia el camino de la iglesia. Así valoraremos nuevamente los símbolos más altos aquellos que permiten caminar gozosos sobre eÍ mundo en la certeza de que todo lo que somos, hacemos y sufrimos está lleno de sentido.
Cielo es el banquete que Dios ha preparado para aquellos que le aman, amando la vida (cf. Lc 14, 15-24). Es banquete de gozo a la caída de la tarde cuando, terminadas las fatigas del camino, los hermanos se juntan en la casa del Padre, para celebrar el don de la existencia realizada.
Cielo es la alegría de las bodas que Dios Hijo contrae con los hombres (cf. ApJn 21-22). Las bodas de este mundo acaban y fracasan porque en ellas falta vino y el amor mismo se quiebra. Pues bien, las bodas de Jesús son perdurables: se ha venido a unir porsiempre con los hombres, ofreciéndoles su misma plenitud de Hijo de Dios y amigo nuestro. Por eso, los salvados celebran sin cesar el gozo de un amor que empieza y nunca se termina
Cielo es, en fin, la transparencia de Dios, allí donde el Espíritu Santo nos transforma de tal modo que «podemos conocer como somos conocidos» (cf. 1 Cor 13, 12).
Ahora conocemos sólo en parte, vamos tanteando y no sabemos por dónde se dirige nuestra vida. Somos como niños que no saben discernir, que no distinguen la verdad, que palpan y se engañan. Cuando llegue el fin, terminarán las imágenes borrosas, los espejos deformados, de manera que veremos claramente, de persona a persona (cara a cara). Ahora llevamos una venda que nos ciega, nos oprime, nos engaña. Pero entonces quitarán la venda (cf. 2 Cor 3) y podremos conocer al mismo Cristo como Cristo nos conoce: no seremos ya más siervos ni señores, sino simplemente amigos, en fraternidad abierta, en transparencia y gozo perdurable (cf. Jn 15, 14-15).
En el fondo, podemos añadir que «el cielo es Dios» como la meta y plenitud cumplida de los hombres. Algunos han pensado que el camino hacia Dios se encuentra siempre abierto, inacabado: por eso continúa sin cesar la historia sobre el mundo y nunca puede conseguirse la felicidad completa. Pues bien, en contra de eso, como palabra conclusiva, afirmaremos: a) hay una plenitud intradivina que se cumple en clave trinitaria: el cielo es Dios mismo como amor perfecto, realizado, encuentro gozoso entre personas; b) esa plenitud se abre por Cristo hacia los hombres: por eso, nuestro cielo consiste en que nosotros, como humanos, podamos participar en el misterio del amor intradivino: los que han muerto y resucitado con Jesús son de esa manera nueva creatura, son en Dios el cielo mismo.
ILUSTRACION: EL INFIERNO: SUS RASGOS
En cuanto al significado, no encontramos diferencia entre gehenna (Lc 12, 5; Mc 9, 43, etc.), fuego eterno (Mt 18, 8), fuego inextinguible (Mc 9, 43) Y horno de fuego (Mt 13,42.50). Se trata siempre de la suerte de los hombres que rechazan el mensaje de la salvación y se han perdido, de manera definitiva.
- En perspectiva teológica, el fuego de la condena ha dejado de ser un atributo de Dios (a pesar de que es Dios.quien «puede mandar a la gehenna»: cL Mt 10, 18), para presentarse como efecto de la acción del hombre que rechaza la gracia y el amor de Cristo para acabar perdiéndose a sí mismo.
- Desde el punto de vista de sus causas, la condena por el fuego se presenta siempre (con la posible excepción de Mt 10, 18) como efecto de una falta de amor hacia los otros. El infierno es evidentemente «carencia de Cristo», rechazo de su gracia mesiánica; pero esa carencia se ha expresado de hecho como falta de amor entre los hombres (cf. temas 17,24, etc.).
- Sobre la realidad de la condena, el evangelio no guarda duda alguna. Jesús y aquellos que primero le han seguido saben que la vida eterna es gracia que se puede aceptar o rechazar no sólo en una confesión o renuncia formal, sino en la misma trama de la vida, al ayudar o destruir a los hermanos. Por eso, negar la posibilidad de la condena significa destruir la gracia y hacer imposible el evangelio.
- El fuego es símbolo de muerte, destrucción, condena. Para fijar de una manera más concreta su función y contenido, pueden servir las observaciones de profundización que ahora siguen.
PROFUNDIZACION: LAS INTERPRETACIONES DEL INFIERNO
Dios no es el fuego del infierno, en un sentido estricto. No es Dios el que destruye, sino precisamente la ausencia de Dios. Si Dios se puede seguir definiendo como fuego, ha de ser en otro plano, en la dimensión del encuentro fundante, del amor originario. El mal y la condena han dejado de ser un predicado de Dios y se convierten en posibilidad del hombre.
- El fuego del infierno no tiene carácter ontológico-cosmológico. Se ha pensado a veces que el infierno es el fuego interior, del centro de este cosmos. Sin duda alguna, el signo es bello: los salvados plenifican su existencia en Dios, trascendiendo las posibilidades del cosmos; por el contrario, los malditos reciben la condena de hallarse sometidos para siempre a los poderes del cosmos inferior, donde está el fuego. Pero el infierno del NT es una realidad distinta.
- Podemos hablar de un fuego-infierno psicológico… que es angustia y miedo, depresión y locura destructora… No es infierno el robo del fuego de los dioses (Prometeo), ni es tampoco el ansia por lanzarse al infinito creador y destructor del gran volcán de la existencia (Empédocles). Dios supera esa infierno… El Dios del amor, el Dios del gozo de la vida… Ese infierno debemos superarlo con amor, amándonoos nos a los otros…
- Infierno es el hombre entero, son los hombres que rechazan la gracia salvadora de Dios en Jesucristo; son los hombres que destruyen el amor y que construyen su existencia inhumana sobre el odio; es clausurar la vida en egoísmo, rechazar la gracia y destruir a los hermanos, encontrándose al final sin más vida ni más capacidad de amor que nos permita realizarnos como humanos.
El infierno es siempre una posibilidad sobre este mundo, porque la invitación al amor corre siempre el riesgo de no ser aceptada. Por eso, es imposible un cielo humano (para los hombres) sin que al mismo tiempo se abra la posibilidad de la condena. Junto a la vida que nos ofrece Dios en Cristo, podemos elegir la muerte que nosotros mismos vamos fabricando con nuestro egoísmo. Más que realidad, esa muerte es negación de realidad: es fuego, destrucción, fracaso. Frente a ese gran peligro de la vida que se autodestruye, frente a la negación del amor, todos los demás peligros o dolores de la vida acaban siendo siempre secundarios, insignificantes.
APLICACION: RUMOR DE CIELO
La iglesia ha destacado a lo largo de su historia algunos signos poderosos del cielo como reino. Indicaremos ahora tres que nos parecen significativos e importantes:
Signo del cielo es María, coronada como reina y señora de la creación. Por eso, el dogma de la iglesia la presenta desde 1950 como «asunta al cielo»: ella participa de la gloria de Dios y la refleja sobre el mundo de una forma plena, transparente. Goza en Dios, pero, a la vez, intercede por los hombres y les acompaña con su protección mientras caminan por la historia. En esta perspectiva puede interpretarse ApJn 12, 1-
Signo del cielo es la vida cristiana, asumida con intensidad y otras formas de vida que se esfuerzan por explicitar sobre la tierra el gozo decisivo de la pascua. «Porque, al no tener el pueblo de Dios una ciudadanía permanente en este mundo, sino que busca la futura, el estado religioso, que deja más libres a sus seguidores frente a los cuidados terrenos, manifiesta mejor ante todos la presencia en este mundo de los bienes celestiales; ofrece, sobre todo, un testimonio de la vida nueva y eterna conseguida por la redención de Cristo y preanuncia la resurrección futura y la gloria del reino celestial» (Vaticano n, LG 44).
Signo del cielo es, en fin, la acción liberadora: la tarea de aquellos que se esfuerzan por lograr la libertad sobre la tierra, el sacrificio de aquellos que mueren esperando la llegada de la nueva tierra, el surgimiento de comunidades donde los hermanos comparten los bienes… Todo este camino de liberación, que la iglesia está asumiendo en diferentes partes de la tierra, es signo del reino de los cielos.
LECTURAS
Sobre el diablo, además de enciclopedias y diccionarios: H. Haag, El Diablo, un fantasma. Herder, Barcelona 1973. A. Lefevre (ed ), Satán. Estudios sobre el adversario de Dios. Labor, Barcelona 1975.; X. Pikaza, Gran Diccionario de la Biblia, VD, Estella 2017
Sobre la dimensión cósmica de la salvación. X. Pikaza, Teologìa de la Biblia, VD, Estella 2021; H. Paulsen, Ueberlieferung und Auslegung in Romer 8 (EMANT). Neukirchen 1974. A. Vogtle, Das NT und die Zukunft des Kosmos. Patmos, Düsseldorf 1970. J. B. Metz, Teología del mundo. Sígueme, Salamanca 1970. R. Guardini, Mundo y persona. Cristiandad, Madrid 1960. E. Schillebeeckx, Dios, futuro del hombre. Sígueme, Salamanca 1970.
Sobre el cielo. Cf, Asensio, Trayectoria teológica de la vida en el AT Y su proyección en el NT. CSIC, Madrid 1968. G. Bachelard, Psicoanálisis del fuego. Schapire, Buenos Aires 1973.
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