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Peregrinos de Emaús

Domingo, 14 de abril de 2024
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Señor Jesús, acuérdate
de esta pequeña casa, allí en Emaús,
y del fin del camino que conduce a ella cuando se viene de la carretera principal.
Acuérdate de aquellos a los que una tarde, abordaste allí,
acuérdate de sus corazones abatidos,
acuérdate de tus palabras que les abrasaron,
acuérdate del fuego en el hogar a cuyo lado te sentaste,
y de donde se levantaron transformados,
y de donde partieron hacia las proezas de amor…

Míranos.

Mira, todos somos peregrinos de Emaús,
somos todos los hombres que luchan en la oscuridad de la noche,
llenas de dudas después de los días malos.
Nosotros también somos los de los corazones cobardes.
Ven sobre nuestro camino, abrásanos el corazón a nosotros también.
Entra con nosotros a sentarte junto a nuestro fuego…
Y que exultando de alegría triunfal, a nuestra vez,
nos levantemos para saltar y revelar.

*

Abbé Pierre

***

Arcabas-Emmaus

En aquel tiempo, los discípulos [de Emaús] contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Estaban hablando de ello, cuando el mismo Jesús se presentó en medio y les dijo:

La paz esté con vosotros.

Aterrados y llenos de miedo, creían ver un fantasma.

Pero él les dijo:

¿De qué os asustáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tocadme y convenceos de que un fantasma no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.

Y dicho esto, les mostró las manos y los pies.

Pero como aún se resistían a creer, por la alegría y el asombro, les dijo:

¿Tenéis algo de comer?

Ellos le dieron un trozo de pescado asado. Él lo tomó y lo comió delante de ellos. Después les dijo:

Cuando aún estaba entre vosotros ya os dije que era necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí en ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.

Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras y les dijo:

Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar de entre los muertos al tercer día y que en su nombre se anunciará a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, la conversión y el perdón de los pecados. Vosotros sois testigos de estas cosas.

 *

Lucas 24, 35-48

***

La paz no es una situación; ni siquiera un estado de ánimo, ni tampoco es, ciertamente, sólo una situación política; la Paz es Alguien. La paz es un nombre de Dios. Es su «nombre, que se acerca» (Is 30,27) y trae con él la bendición que funda la comunidad, que toca personalmente y reconcilia. La paz es Alguien, el Traspasado, que aparece en medio de nosotros y nos muestra sus manos y su costado diciendo: «La paz esté con vosotros».

La paz es verle a él: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28) y aceptar asimismo la muerte como algo que no puede ser separado de su amor. «El es nuestra paz. Paz para los que están cerca y para los que están lejos» (Ef 2,17). En este pasaje encontramos la identificación más fuerte de la paz con el nombre de Jesús.

«El ha hecho de los dos pueblos uno solo» (Ef 2,14). A partir de toda dualidad, desorden y separación, a partir de toda división, ha hecho el «Uno», ha fundado el Uno y «ha anulado la enemistad en su propia carne» (Ef 2,14). Quien por medio de la oración busca la paz con todo su corazón, busca a aquel que es la paz, en el único lugar en que se entregan la reconciliación, el perdón de los pecados y la paz: el lugar del sacrificio, el Gólgota, el Moria eterno.

*

B. Standaert,
Paz y Oración,
en G. Alberigo – E. Bianchi – C. M. Martini, La paz: don y profecía,
Magnano 19912, pp. 129s).

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(Imágenes de Jean-Marie Pirot, Arcabas)

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“Con las víctimas”. 3 Pascua – B (Lucas 24, 35-48). 14 de abril de 2024

Domingo, 14 de abril de 2024
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IMG_3941

IMG_3997Según los relatos evangélicos, el Resucitado se presenta a sus discípulos con las llagas del Crucificado. No es este un detalle banal, de interés secundario, sino una observación de importante contenido teológico. Las primeras tradiciones cristianas insisten sin excepción en un dato que, por lo general, no solemos valorar hoy en su justa medida: Dios no ha resucitado a cualquiera; ha resucitado a un crucificado.

Dicho de manera más concreta, ha resucitado a alguien que ha anunciado a un Padre que ama a los pobres y perdona a los pecadores; alguien que se ha solidarizado con todas las víctimas; alguien que, al encontrarse él mismo con la persecución y el rechazo, ha mantenido hasta el final su confianza total en Dios.

La resurrección de Jesús es, pues, la resurrección de una víctima. Al resucitar a Jesús, Dios no solo libera a un muerto de la destrucción de la muerte. Además «hace justicia» a una víctima de los hombres. Y esto arroja nueva luz sobre el «ser de Dios».

En la resurrección no solo se nos manifiesta la omnipotencia de Dios sobre el poder de la muerte. Se nos revela también el triunfo de su justicia sobre las injusticias que cometen los seres humanos. Por fin y de manera plena triunfa la justicia sobre la injusticia, la víctima sobre el verdugo.

Esta es la gran noticia. Dios se nos revela en Jesucristo como el «Dios de las víctimas». La resurrección de Cristo es la «reacción» de Dios a lo que los seres humanos han hecho con su Hijo. Así lo subraya la primera predicación de los discípulos: «Vosotros lo matasteis elevándolo a una cruz… pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos». Donde nosotros ponemos muerte y destrucción, Dios pone vida y liberación.

En la cruz, Dios todavía guarda silencio y calla. Ese silencio no es manifestación de su impotencia para salvar al Crucificado. Es expresión de su identificación con el que sufre. Dios está ahí compartiendo hasta el final el destino de las víctimas. Los que sufren han de saber que no están hundidos en la soledad. Dios mismo está en su sufrimiento.

En la resurrección, por el contrario, Dios habla y actúa para desplegar su fuerza creadora en favor del Crucificado. La última palabra la tiene Dios. Y es una palabra de amor resucitador hacia las víctimas. Los que sufren han de saber que su sufrimiento terminará en resurrección.

La historia sigue. Son muchas las víctimas que siguen sufriendo hoy, maltratadas por la vida o crucificadas injustamente. El cristiano sabe que Dios está en ese sufrimiento. Conoce también su última palabra. Por eso su compromiso es claro: defender a las víctimas, luchar contra todo poder que mata y deshumaniza; esperar la victoria final de la justicia de Dios.

José Antonio Pagola

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“Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día”. Domingo 14 de abril de 2024. Domingo tercero de Pascua

Domingo, 14 de abril de 2024
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29-PascuaB3 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.
Salmo responsorial: 4: Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor.
1Juan 2,1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y también por los del mundo entero:
Lucas 24,35-48: Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.

En la lectura de los Hechos encontramos de nuevo a Pedro, que se dirige a todo Israel y lo sigue siendo invitado a la conversión. Pedro tranquiliza a sus oyentes haciéndoles ver que todo ha sido fruto de la ignorancia, pero al mismo tiempo invita a acoger al Resucitado como al último y definitivo don otorgado por Dios. La muerte de Jesús se convierte para el creyente en sacrificio expiatorio. No hay asomo de resentimiento ni de venganza, sino invitación al arrepentimiento para recibir la plenitud del amor y de la misericordia del Padre, que se concreta en la confianza y en la seguridad de haber recuperado aquella filiación rota por la desobediencia.

El creyente, expuesto a las tentaciones, rupturas y caídas no tiene por qué sentirse condenado eternamente al fracaso o a la separación de Dios. San Juan nos da hoy en su Primera Carta el anuncio gozoso del perdón y de la reconciliación consigo mismo y con Dios. El cristiano está invitado por vocación a vivir la santidad; sin embargo, las infidelidades a esta vocación no son motivo de rechazo definitivo por parte de Dios, más bien son motivo de su amor y su misericordia, al tiempo que son un motivo esperanzador para el cristiano, para mantener una actitud de sincera conversión.

En el evangelio nos encontramos una vez más con una escena pospascual que ya nos es común: los Apóstoles reunidos comentado los sucesos de los últimos días. Recordemos que en esta reunión que nos menciona hoy san Lucas, están también los discípulos de Emaús que habían regresado a Jerusalén luego de haber reconocido a Jesús en el peregrino que los ilustraba y que luego compartió con ellos el pan.

En este ambiente de reunión se presenta Jesús y, a pesar de que estaban hablando de él, se asustan y hasta llegan a sentir miedo. Los eventos de la Pasión no han podido ser asimilados suficientemente por los seguidores de Jesús. Todavía no logran establecer la relación entre el Jesús con quien ellos convivieron y el Jesús glorioso, y no logran tampoco abrir su conciencia a la misión que les espera. Digamos entonces que “hablar de Jesús”, implica algo más que el simple recuerdo del personaje histórico. De muchos personajes ilustres se habla y se seguirá hablando, incluido el mismo Jesús; sin embargo, ya desde estos primeros días pospascuales, va quedando definido que Jesús no es un tema para una tertulia intranscendente.

Me parece que este dato que nos cuenta Lucas sobre la confusión y la turbación de los discípulos no es del todo fortuito. Los discípulos creen que se trata de un fantasma; su reacción externa es tal que el mismo Jesús se asombra y corrige: “¿por qué se turban… por qué suben esos pensamientos a sus corazones?”.

Aclarar la imagen de Jesús es una exigencia para el discípulo de todos los tiempos, para la misma Iglesia y para cada uno de nosotros hoy. Ciertamente en nuestro contexto actual hay tantas y tan diversas imágenes de Jesús, que no deja de estar siempre latente el riesgo de confundirlo con un fantasma. Los discípulos que nos describe hoy Lucas sólo tenían en su mente la imagen del Jesús con quien hasta un poco antes habían compartido, es verdad que tenían diversas expectativas sobre él y por eso él los tiene que seguir instruyendo; pero no tantas ni tan completamente confusas como las que la “sociedad de consumo religioso” de hoy nos está presentando cada vez con mayor intensidad. He ahí el desafío para el evangelizador de hoy: clarificar su propia imagen de Jesús a fuerza de dejarse penetrar cada vez más por su palabra; por otra parte está el compromiso de ayudar a los hermanos a aclarar esas imágenes de Jesús.

Es un hecho, entonces, que aún después de resucitado, Jesús tiene que continuar con sus discípulos su proceso pedagógico y formativo. Ahora el Maestro tiene que instruir a sus discípulos sobre el impacto o el efecto que sobre ellos también ejerce la Resurrección. El evento, pues, de la Resurrección no afecta sólo a Jesús. Poco a poco los discípulos tendrán que asumir que a ellos les toca ser testigos de esta obra del Padre, pero a partir de la transformación de su propia existencia.

Las expectativas mesiánicas de los Apóstoles reducidas sólo al ámbito nacional, militar y político, siempre con característica triunfalistas, tienen que desaparecer de la mentalidad del grupo. No será fácil para estos rudos hombres re-hacer sus esquemas mentales, “sospechar” de la validez aparentemente incuestionable de todo el legado de esperanzas e ilusiones de su pueblo. Con todo, no queda otro camino. El evento de la resurrección es antes que nada el evento de la renovación, comenzando por las convicciones personales. Este pasaje debe ser leído a la luz de la primera parte: la experiencia de los discípulos de Emaús.

Las instrucciones de Jesús basadas en la Escritura infunden confianza en el grupo; no se trata de un invento o de una interpretación caprichosa. Se trata de confirmar el cumplimiento de las promesas de Dios, pero al estilo de Dios, no al estilo de los humanos.

De alguna forma conviene insistir que el evento de la resurrección no afecta sólo al Resucitado, afecta también al discípulo en la medida en que éste se deja transformar para ponerse en el camino de la misión. Nuestras comunidades cristianas están convencidas de la resurrección, sin embargo, nuestras actitudes prácticas todavía no logran ser permeadas por ese acontecimiento. Nuestras mismas celebraciones tienen como eje y centro este misterio, pero tal vez nos falta que en ellas sea renovado y actualizado efectivamente.

Queremos llamar la atención sobre el necesario cuidado al tratar el tema de las apariciones del Resucitado, y su conversar con los discípulos y comer con ellos… No podemos responsablemente tratar ese tema hoy como si estuviéramos en el siglo pasado o antepasado… Hoy sabemos que todos estos detalles no pueden ser tomados a la letra, y no es correcto teológicamente, ni responsable pastoralmente, construir toda una elaboración teológica, espiritual o exhortativa sobre esos datos, como si nada pasara, igual que si pudiéramos dar por descontado que se tratase de daos empíricos rigurosamente históricos, sin aludir siquiera a la interpretación que de ellos hay que hacer… Puede resultar muy cómodo no entrar en ese aspecto, y el hacerlo probablemente no suscitará ninguna inquietud a los oyentes, pero ciertamente no es el mejor servicio que se puede hacer para el para el pueblo de Dios… Leer más…

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14.4.24. Dom 3 Pascua, camino de Emaús. Dejar la iglesia para recrear la iglesia (Lc 24)

Domingo, 14 de abril de 2024
Comentarios desactivados en 14.4.24. Dom 3 Pascua, camino de Emaús. Dejar la iglesia para recrear la iglesia (Lc 24)

IMG_4100Del blog de Xabier Pikaza:

El evangelio de Emaús es una parábola del origen, abandono y recuperación de la Iglesia de Jerusalén en el momento inicial de su trauma de nacimiento.

– La iglesia surgió tras la crisis (fracaso) del mesianismo triunfal israelita. -Dos misioneros judeo-cristianos (¿un hombre y una mujer, dos varones?) huyen de Jerusalén para refugiarse en una ciudad (Emaús), en el camino de la costa.

– En el camino de la decepción, descubren a Jesús que les habla, alienta y “alimenta” de manera que  vuelven a Jerusalén.  

¿Iglesia en huida, en salida, en retorno?

‒ Los fugitivos de Emaús son una iglesiaenhuida ¿Estamos ante un “cristianismo de transformación mesiánico‒social” o de  abandono sin remedio? Los antiguos cristianos Habían esperado que llegara el Reino en poder, pero murió Jesús, pasaron tres días y por eso huían (es decir, se desapuntaban). Esta imagen puede hoy aplicarse a los decepcionados por el “fracaso” de los sueños de liberación, pero también a los decepcionados de una Iglesia de Roma que no había entendido plenamente la novedad del evangelio.

Iglesia en salida. Los “fugitivos” de Emaús pueden huir un tipo de iglesia fracasada, rota, cerrada en sí misma. Frente a la iglesia en salida que hoy (año 2024) promueve el papa Francisco, estos dos que iban de vuelta hacia Emaús podían ser una iglesia en descomposición, quizá por decepción de Cristo, de iglesia, de humanidad…

  • Iglesia en retorno. Pero esa huida actual puede entenderse también como salida para retomar el verdadero mesianismo de Jesús. Tenemos que salir de una iglesia (Jerusalén‒Roma) cerrada en sí misma, buscar nuevas y más hondas experiencias de evangelio en retorno. Pero en retorno hacia dónde? ¿A la vieja Jerusalén?
  • ¿A la vieja Roma? Los fugitivos de Emaús pueden volver a la antigua o a la nueva Jerusalén… O quizá no tienen que volver ni a Jerusalén ni a Roma… sino caminar hacia una tierra nueva, como decía Dios a Abraham  (Gen 12, 1-3) y como dice Jesús a sus discípulos  (Mt 28,16-20).

 Son dos, como los varones de la tumba vacía, pues sólo así pueden ser testigos oficiales de aquello que han visto y oído. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha escuchado el testimonio de las mujeres), pero Jesús les sale al paso y ellos, tras haberle descubierto en la fracción del pan, vuelven a Jerusalén, hallando a la comunidad reunida en confesión creyente: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (Lc 24, 34).

  • [Fugitivos, Emaús] Y dos de ellos (del grupo de los Once y los otros: cf. Lc 24, 9) caminaban aquel mismo día hacia una aldea llamada Emaús…
  • [Presencia de Jesús]Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas que habían acontecido. Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos.
  • [Ojos cerrados] Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:¿Qué son esas palabras que decís entre vosotros, mientras camináis? Y ellos se pararon tristes. Y uno, llamado Cleofás, le dijo:¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras las cosas que han pasado en ella en estos días? Y les preguntó: ¿Cuáles?
  • [Las cosas de Jesús]Y ellos le dijeron:  Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo ,cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, juzgándole a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel, pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido.
  • [Mujeres] Ciertamente, algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues han ido muy temprano al monumento y, no encontrando su cuerpo, han venido diciendo que han visto una visión de ángeles, que les han dicho que está vivo.
  • [Sepulcro vacío] Pero algunos de los nuestros han ido al sepulcro  y han encontrado que es cierto lo que decían las mujeres ,pero a él no le han visto (Lc 24, 13-21).

 Huyen de Jerusalén, que les vacía del Cristo, buscan un refugio en Emaús. Ellos representan a todos los que han hecho camino de evangelio, pero después se decepcionan. No pueden entender la Cruz que dura hasta el tercer día, no saben situar la muerte del pretendiente mesiánico en el esquema salvador del reino. El signo del pan ha terminado; Jesús no tiene para el reino.

Pues bien, ellos son un paradigma de los decepcionados de la humanidad, de los vencidos de Israel. No han podido resistir el fracaso de Jesús: son los antiguos y nuevos perdedores de la tierra. Su historia no es un relato de vencedores, sino de perdedores mesiánicos, hombres (¿un hombre y una mujer?) que van de retirada, envueltos en tristeza. Desde aquí se entienden las dos palabras principales de su discurso:

–  ¡Pensábamos que tenía que redimir a Israel! Se han situado ante Jesús, le han visto y oído, han recibido el impacto de sus signos. Por eso, le definen como varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante el pueblo.  En aquel duro tiempo de dolores y esperanzas, muchos actuaron como profetas de Dios, ofreciendo al pueblo un mensaje de salvación.  Conforme a la terminología del tiempo, redimir a Israel significa liberar al pueblo del yugo de los enemigos, estableciendo desde Jerusalén un reino mesiánico de paz y concordia universal. Las perspectivas de ese reino podían variar, según los textos proféticos (Isaías, Ezequiel) y apocalípticos (Daniel, 1 Henoc etc).

Es evidente que Jesús ha suscitado una esperanza de ese tipo, como han entendido no sólo aquellos que le han condenado a muerte (sacerdotes de Jerusalén, procurador romano), sino sus mismos discípulos. Esto significa que, humanamente hablando, su vida y mensaje había quedado, en este plano, abierto.

Cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte, y (los romanos) le crucificaron. Todo judío sabía que el mesianismo era objeto de disputa y recelos entre los diversos grupos del pueblo, especialmente para las autoridades. Algunos esenios, como los de Qumrán, habían tenido que establecerse en el desierto para mantener su mesianismo, opuesto al de los sacerdotes de Jerusalén; también Juan Bautista, que anunciaba el juicio de Dios había sido asesinado por Herodes, rey semi-judío de Galilea y Perea. Otros pretendientes mesiánicos fueron también asesinados, según Flavio Josefo.

Por eso, en algún sentido, la muerte de Jesús forma parte de las disputas mesiánicas judías de aquel tiempo; los sacerdotes y jefes de Jerusalén, defensores del orden sacral establecido, pensaron que era necesario entregarlo a los romanos, para bien del pueblo. Los romanos le crucificaron. Hasta aquí todo es duro pero, de alguna forma, cabe en las expectativas judías del tiempo, al menos según nuestro pasaje. Estos fugitivos de Jerusalén contaban con la posibilidad de la muerte del Mesías, aunque esperaban su vuelta inmediata.

Pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido. Tres días son el tiempo de la culminación, signo de plenitud escatológica. Estos discípulos no se han escapado al ver la cruz alzada en el Calvario, tampoco en el momento del entierro, ni el día siguiente…, ni siquiera al comienzo del tercero. Han resistido tres días en Jerusalén, aunque al final les ha entrado el desencanto. Parece que el milagro debía suceder al comienzo de este tercer día, cuando las mujeres fueron al sepulcro, queriendo ungir el cuerpo. Pero no ha pasado nada: simples visiones, fantasía femenina en torno a un cenotafio.

Los hombres han ido y han chocado ante ese monumento, hecho para recordar a Jesús y que no sirve absolutamente para nada, pues está vacío. Eso es lo que queda de Jesús: ¡Una tumba abierta! Evidentemente, estos dos hombres razonables, sin esperar que acabe el tercer día, día de la plenitud, escapan.

Viven una muerte sin pascua, un recuerdo de Jesús sin eucaristía, es decir, sin comida compartida, sin gozo ni esperanza escatológica. Por eso, estos discípulos escapan. No les hemos llamado fugitivos de Emaús, sino de Jerusalén, pues de Jerusalén y de su entorno escapan: huyen, sin duda, de los sacerdotes que han matado a Jesús y de Dios que no le ha respondido. Rechazan la visión de las mujeres, que parecen empeñadas en tejer una red de fantasías en torno al pretendiente asesinado. Evidentemente, escapan sin escaparse, como indica su mismo lenguaje: por eso siguen hablando de unas mujeres de nuestro grupo (que han visto visiones y nos han sobresaltado) y de unos hombres de los nuestros (que no han visto nada…).Escapan, pero se sienten vinculados a la historia de Jesús.

Huyen de Jerusalén, pero (al menos en el recuerdo y desencanto) siguen siendo del grupo que Jesús ha reunido, en torno a su mensaje y su persona. Ciertamente, la muerte de Jesús ha sido una gran crisis, momento fuerte de ruptura y desaliento. Pues bien, miradas las cosas desde fuera (desde la hondura de la pascua) parece que ella ha sido necesaria:  ha permitido que cada personaje de la trama (cada sección del grupo mesiánico de Jesús) explore su camino.

Hasta entonces, la misma cercanía sorprendente de Jesús (hombre poderoso en obras y palabras) les mantenía protegidos. Ahora, sólo ahora, en el hueco de su muerte, deben mirar  y buscar de verdad lo que buscaban. Este es el día tercero, tiempo de la verdad: cada uno de los actores del drama mesiánico de Jesús debe reaccionar, con la ayuda de Dios.

  1. Liberación por la palabra: El sermón del desconocido (Lc 24, 25-27).

Estos fugitivos han  abandonado la comunidad donde parecen reunidos otros discípulos incrédulos con las mujeres creyentes (cf. Lc 24, 9-10.33-35). Este sería el comienzo del fin: empieza a disgregarse el grupo que Jesús había formado.  Escapan  de él, pero le llevan en su mente y conversación (cf. 24, 14). Pues bien, su mismo alejamiento será principio de nuevo encuentro. Muchas veces resulta necesaria la distancia: separarse del lugar de la experiencia inmediata, tomar tiempo para revivir lo que ha pasado. Quien no sufra el choque del fracaso, quien no sienta tentación de escaparse no podrá entender el evangelio. Esa decepción, ese intento de evadirse para recuperar la tranquilidad de un pasado sin cruz, constituye un elemento integrante de la resurrección cristiana.

            Sigamos. Se suele decir que  no hay verdadera conversación sin “un tercero”. Aquí llega.  Los fugitivos hablan entre si, con su tristeza, pero no culminan la conversación. Son los más interesados en el tema: escapan de Jesús y, sin embargo, no comprenden lo que pasa. Entonces llega y toma la palabra, para iluminar con su vida la Escritura antigua.  Empieza preguntando: se interesa por el dolor de los fugitivos y  permite que ellos hablen y digan lo que esperaban (liberación de Israel) y lo que ahora sufren (fracaso de Jesús). Como buen conversador, les hace hablar, no sólo para aprender lo que dicen, sino para dejar que se expresen y con ello manifiesten su verdad e intimidad más honda.

            El Jesús pascual ofrece su homilía, como un desconocido que pide lugar y  palabra en la conversación de dos decepcionados. Precisamente al fondo de su decepción, ellos conservan (y expresan) un rescoldo de fe; en ella penetra el caminante, reconstruyendo aquello que antes era su deseo y ahora es  su decepción. La experiencia pascual viene a expresarse a través de un diálogo que, de manera casi lógica, termina por centrarse en los grandes argumentos de la cultura humana: el sentido del dolor y la esperanza de la felicidad. Así les habla:

  • [Acusación]a. ¡Oh faltos de mente y duros de corazón para creer todas las cosas que dijeron los profetas!
  • [Pregunta] b. ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y entrara así en su gloria?
  • [Interpretación] c. Y comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue interpretando en todas las Escrituras todas las cosas que se referían a él (24, 25-27).

            Estas palabras no forman un discurso teórico sobre el dolor y el fracaso de la vida, sino  respuesta fuerte que recrea la conversación de los fugitivos. Es fuerte, porque el caminante se atreve a acusar a los otros dos, llamándoles faltos de mente y duros de corazón, asumiendo así un motivo clásico de la tradición profética y legal de la BH, que describe a los israelitas como duros de cerviz e incircuncisos de corazón. Desde  la historia y tradición deuteronomista (siglo VI a. C.), hasta Jesús y  la Misná (siglo II d. C.), los mismos textos judíos han acusado a los israelitas de no aceptar a los profetas, incluso de asesinarlos.

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Perdón, resurrección y misión. Domingo 3º de Pascua. Ciclo B

Domingo, 14 de abril de 2024
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emmausDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El perdón

            Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo gracias a la muerte de Jesús. La primera termina: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.” La segunda comienza: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo.” En el evangelio, Jesús afirma que “en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”.

           Personas con poco conocimiento de la cultura antigua suele decir que la conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeocristiana para amargarle la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada milenios antes, en Mesopotamia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón de los pecados gracias a la muerte de Jesús.

La resurrección

            En esta época de Pascua, es lógico que el evangelio de este domingo conceda especial importancia a la resurrección de Jesús. Imaginemos la situación de los primeros misioneros cristianos. ¿Cómo convencer a la gente para que crea que una persona condenada a la muerte más vergonzosa por las autoridades, religiosas, intelectuales y políticas ha resucitado, de que Jesús sigue realmente vivo?

          Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a propósito de la resurrección (recuérdese que en Corinto había cristianos que la negaban), y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables: camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el pan. El episodio siguiente, el que leemos este domingo, insiste en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos.

En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:

«Paz a vosotros».

Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo:

«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

«Tenéis ahí algo de comer?».

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

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            El hecho de que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba contundente para los discípulos, pero no para nosotros, los lectores actuales del evangelio, que debemos hacer un nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas.

            Por eso, el evangelista añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros: en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras. A través de ella, de los anunciado por Moisés, los profetas y los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de perdón y salvación.

Y les dijo:

«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo:

«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

La misión

Las últimas palabras de Jesús anuncian el futuro: “En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.” La frase final: “vosotros sois testigos de esto” parece dirigida a nosotros, después de veinte siglos. Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas que, como dice la primera carta de Pedro, “lo amáis sin haberlo visto”. Esta es la mejor prueba de la resurrección de Jesús.

1ª lectura (Hechos de los Apóstoles 3, 13-15. 17-19)

En aquellos días, Pedro dijo a la gente:

El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo.

Vosotros renegasteis del Santo y del justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.

Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer.

Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.

2ª lectura (Primera carta del Apóstol San Juan 2, 1-5a)

Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.

 

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3º Domingo de Pascua. 14 Abril, 2024

Domingo, 14 de abril de 2024
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Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: ‘Paz a vosotros.’ Entonces ellos, espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados y surgen dudas en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpad y ved.’”

(Lc 24, 35-48).

En este tercer domingo de Pascua leemos el mismo episodio que el domingo pasado, esta vez en el evangelio de Lucas. Nos encontramos en el tiempo que va entre la Resurrección de Jesús y su Ascensión al cielo. Es un tiempo en que Jesús hace saber a sus discípulos que, tal y como había dicho, ha resucitado, está vivo y está con ellos. Les devuelve el sentido.

En el evangelio de Lucas, justo antes del texto que leemos hoy, tenemos a Jesús manifestándose a los dos discípulos que iban hacia Emaús y que han vuelto corriendo a Jerusalén, y también se nos dice que se ha mostrado a Pedro. Ahora Jesús se aparece a sus discípulos reunidos, que viven una experiencia de comunidad. En ella, al fin entenderán plenamente quién es ese Mesías tantas veces incomprensible, y a partir de ahí podrán cumplir lo que les ha encargado: predicar la conversión y el perdón, vivir de la manera que les ha enseñado.

Desde que entraron en Jerusalén, los discípulos han vivido en el desconcierto. Su Maestro ha muerto. Antes, ha sufrido a manos de su propio pueblo, y en nombre de Dios. Ellos mismos, las personas más cercanas a él, lo han traicionado, negado, abandonado. Pero algo les sigue uniendo, esperan sin saber qué, y el desconcierto crece desde que han encontrado el sepulcro vacío y las mujeres aseguran su resurrección.

El evangelio nos habla en este puntode extrañamiento, de incomprensión, de tristeza, de expectativas defraudadas, de incredulidad. En el fragmento que leemos hoy, vemos que las primeras reacciones de los discípulos al ver a Jesús son de espanto, de duda, de turbación. Después empiezan a sentir alegría, aunque mezclada con sorpresa e incredulidad. Esta alegría será completa poco después, en la Ascensión. Junto con la alegría, la aparición del Maestro resucitado les trae comprensión y sentido. Ahora comprenden lo que Jesús les ha explicado tantas veces antes.

Si hasta aquel momento los seguidores de Jesús hablaban con desazón, ahora, de nuevo delante de él, callan y escuchan a su Maestro, que les quiere hacer entender que es el mismo que habían conocido de tan cerca, y que sigue presente y guiándolos hasta que recibirán el Espíritu en Pentecostés.

Oración

Padre, concédenos el don de sentir a Jesús siempre con nosotras. Que esta certeza llene nuestras vidas de alegría y de sentido. Que comprendamos todos los hechos de nuestra vida a la Luz de aquél que tú has resucitado.”

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Nada histórico puede sucederle a Jesús más allá de la muerte.

Domingo, 14 de abril de 2024
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IMG_4063DOMINGO 3º DE PASCUA (B)

Lc 24,35-48

Marcos, que es el primero que escribió, no sabe nada de apariciones. Incluso en el final canónico, que es un añadido del s. II, únicamente se mencionan algunas apariciones constatadas ya en otros evangelistas. Mateo tampoco aporta un relato completo. Jesús se aparece a las mujeres que van al sepulcro y les manda anunciar a los discípulos que vayan a galilea y allí le verán. En un monte en Galilea se aparece Jesús y les manda a predicar y a bautizar. Lc y Jn, que son los últimos que escriben, tienen relatos con todo lujo de detalles. Esto nos indica que los relatos se han ido elaborando por la comunidad a través de los años.

Podemos constatar con toda claridad que los relatos más tardíos son los que tienden a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mateo se duda que sea el Cristo; en Lucas y Juan se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida terrena de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad del Jesús resucitado para ser más convincentes. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: creer que lo real es solamente lo que se puede ver.

En Lucas, todas las apariciones y la subida al cielo, tienen lugar en el mismo día. En el episodio que leemos hoy, Jesús aparece ‘a los once y a todos los demás’, de improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. El relato de Emaús, que precede, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la comunidad, cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio.

Llenos de miedo. No tiene lógica. Los discípulos ya conocían el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no narra. Los de Emaús estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todo siguen teniendo miedo, quiere decir que fue difícil comprender que pueda haber Vida más allá de la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra, no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. En Juan, los discípulos tienen miedo de los judíos; en Lucas, tienen miedo del mismo Jesús.

Creían ver un fantasma. El texto se empeña en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerlo. Incluso Magdalena, que le quería con locura, pensó que se trataba del hortelano. ¿Qué nos quieren decir esta insistencia en que eran incapaces de reconocerlo? Nos están advirtiendo de que era Jesús, pero no era el mismo. En relato de hoy se dice: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos.

Mirad mis manos y mis pies, palpadme. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz y de que es Jesús el mismo que crucificaron quién se deja ver ahora. Se insiste en la materialidad, para demostrar que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el sentir de todos ellos. Esto da plena garantía a lo que nos trasmiten, aunque al envolverlo en un relato, tenemos el peligro de quedarnos en el envoltorio.

¿Tenéis ahí algo que comer? Dice un adagio latino: quod satis probatur nihil probatur. Lo que prueba demasiado no prueba nada. Si el cuerpo de Jesús seguía desarrollando las funciones vitales, necesitaría seguir comiendo y respirando etc. Sería un absurdo completo que Jesús pudiera comer después de muerto y no tiene ninguna posibilidad de que fuese real esa comida. Lo que intenta es decirnos lo difícil que fue para ellos aceptar que había una Vida después de la muerte. La experiencia pascual de los seguidores sí fue real, pero no hay manera de comunicarla a los que no han tenido esa experiencia. El afán por demostrar lo indemostrable los lleva a estas incongruencias y meteduras de pata.

Así estaba escrito. Lucas insiste, siempre que tiene ocasión, en que se tienen que cumplir las Escrituras. En todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con la intervención de Dios que se pone de su parte y lo reivindica. Los primeros cristianos eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para interpretar su figura. No es que se tengan que cumplir las Escrituras, es que hacen un relato, ad hoc, para que se cumplan.

Mientras estaba con vosotros. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos físicamente. Estas son las pistas que nos advierten para no caer en la trampa de una interpretación literal. Jesús está presente en medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no se trata de la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús.

Los discípulos estaban incapacitados para asumir la muerte de Jesús. Ni mientras vivía con ellos, ni después de muerto, podían asumir que el Mesías tuviera que padecer una muerte tan espantosa. Ni la idea de Dios que manejaban, ni la idea de Mesías que podían elaborar desde el AT, los podía llevar a aceptar la destrucción total del hombre Jesús. En ninguna parte del AT se dice que el Mesías tuviera que morir y menos de esa manera. Todas las citas que se hacen en los evangelios para explicar su muerte están traídas por los pelos.

En la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que debemos manifestar ese amor de Dios. “Arrepentíos y convertíos para que se perdonen los pecados; y Juan: “Quien dice, yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él“. Somos nosotros los que tenemos que resucitar, haciendo nuestra la misma Vida que Jesús alcanzó mientras vivía y que mantiene después de muerto. Esta es la intención de los evangelios al escribir lo que escribieron.

Para terminar, recordar la última diferencia notable entre Lucas y Juan. En Juan exhala su aliento sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lucas les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu, ni tienen que mandarlo, ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad Espiritual que está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros cuando lo descubrimos y dejamos que su presencia renueve todo nuestro ser. Ese Espíritu no es un ser especial, sino la misma Vida que vivió y manifestó Jesús. Dios es Espíritu y está en todas partes sin posibilidad alguna de ausencia.

Fray Marcos

Fe Adulta

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Pedro

Domingo, 14 de abril de 2024
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Hechos 3, 13-15. 17-19

«Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello»

Podemos creer que los relatos de la Resurrección narran unos hechos que ocurrieron y aceptar que Jesús resucitado atravesaba paredes y comía pescado, y podemos creer que la “experiencia pascual” fue una simple vivencia mística no perceptible por los sentidos. Lo mismo da; es irrelevante para nuestra fe que creamos una u otra cosa. Lo que importa es creer que Jesús nos ha mostrado que hay más vida tras la muerte y que nosotros estamos destinados a vivirla. Lo que importa es que eso nos mueva a cambiar nuestra vida como cambió la de Pedro y el resto de los Testigos.

Hoy no vamos a tomar como referencia el evangelio de Lucas, cuyo mensaje coincide básicamente con el de Juan del domingo pasado, sino la primera lectura que recoge las palabras de Pedro a los israelitas en el Templo de Jerusalén.

«Varones israelitas… El Dios de Abraham ha glorificado a su hijo Jesús a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Negasteis al santo y pedisteis que se os diese un homicida. Matasteis al autor de la vida a quien Dios ha resucitado de entre los muertos, y nosotros somos testigos».

Como decía Ruiz de Galarreta, ¿es éste el mismo Pedro que no se atrevió a afrontar las burlas de una criada y renegó de Jesús? ¿Qué le ha pasado? Viéndole ahora dando la cara con semejante arrojo, nos admiramos del cambio que el Espíritu ha producido en él; nos asombramos de la fuerza con la que actúa el espíritu de Jesús.

Pedro estaba muerto y ha resucitado. Muerto de miedo, de prejuicios religiosos, de falsos mesianismos. Estaba muerto y el Espíritu lo ha resucitado. Es una imagen viva de cada uno de nosotros y de la Iglesia entera, en gran parte muertos, necesitados del Espíritu para poder resucitar, para poder creer de veras y asumir la misión.

El espíritu de Jesús convirtió a Pedro y al resto de sus discípulos en mensajeros, en enviados, en testigos que nos muestran el camino. De ellos aprendimos a concebir la Iglesia como un grupo de mujeres y hombres que se sienten enviados, que aceptan ser mensajeros, que quieren hacer de su vida testimonio, porque se sienten invadidos por el mismo Espíritu que arrastraba a Jesús,

Pero este espíritu necesita alimentarse para crecer, y se alimenta en la contemplación, en las obras y en la comunidad. La contemplación de Jesús multiplica la fascinación y la adhesión; las obras son la puesta en práctica de sus valores y criterios y reafirman la validez del mensaje; la comunidad está encarnada en la Iglesia, y especialmente en la celebración fraternal de la eucaristía, que contagia la fe y nos hace vivir en común nuestra experiencia pascual.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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No tengáis miedo, soy yo

Domingo, 14 de abril de 2024
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IMG_4064(Lc 24, 35-48)

Para la comunidad de Jesús no fue nada fácil hacer el camino de la Pascua. El horror y el fracaso de la cruz los dejó y las dejó sin aliento, con la esperanza quebrada y el miedo como único horizonte. Algunas mujeres del grupo habían vivido una experiencia que las sostenía en la certeza de que Jesús estaba vivo, aunque con una presencia diferente, pero para la mayoría de la comunidad su testimonio era una locura difícil de creer.

Contaron lo que les había pasado (Lc 24, 35-36)

La decepción y el fracaso se apodera de la mayoría y muchos deciden volver a su casa y retomar la vida que habían abandonado para seguir a Jesús. Así lo recordaba aquella pareja que, abandonando Jerusalén, se dirigía a Emaús. El proyecto de Jesús había sido un sueño, pero todo había acabado. Quedaba el recuerdo de lo vivido y, poco a poco, al evocarlo su experiencia se fue transformando. Al final del trayecto se sentaron a compartir el pan y mientras lo partían supieron, más allá de toda evidencia, que Jesús estaba vivo y que, de alguna manera, él les estaba ayudando a comprender lo que había pasado y recuperar las fuerzas para seguir anunciando la Buena Noticia.

De regreso a Jerusalén se encontraron a la comunidad entre dudas y certezas. Querían creer lo que las mujeres y los de Emaús testimoniaban, pero la tristeza y la impotencia seguían siendo más fuerte.

Y se arriesgaron a creer… (Lc 37-44)

Los discípulos y las discípulas de Jesús necesitaron tiempo para mirar lo que había ocurrido de otra manera. Necesitaron tiempo para calmar su miedo. Necesitaron tiempo para liberar su corazón de la tristeza y de la incertidumbre. Necesitaron tiempo para afrontar con valentía sus dudas y buscar nuevas respuestas.

Y en ese tiempo, poco a poco, fueron aflorando las certezas. Jesús los acompañaba en ese camino. De él brotaba la paz que se iba instalando en sus corazones. No era la paz de la resignación ni de la ausencia de conflicto. Era la paz de quien recuperaba la esperanza, de quien se sentía acompañado/a y sostenido/a. No era una ilusión ni una locura, era una certeza honda y poderosa: la vida de Jesús no podía terminar clavada en una cruz porque su persona y su mensaje habían traído al mundo algo tan definitivamente liberador que solo podía venir de Dios.

La duda fue la compañera que los y las mantuvo alerta, que les permitió salir del miedo y la tristeza. A tientas fueron recuperando la esperanza, al calor de la Escritura entendieron que su vida se hacia misión y al partir el pan volvieron a sentirse comunidad reunida, ahora en nombre de Jesús.

Compartir la mesa: memoria y testimonio (Lc 24, 45-49)

Para las primeras comunidades, sentarse a la mesa y compartir vida y alimento se hizo espacio de memoria y testimonio. En su mente y en su corazón seguían muy presentes aquellas experiencias vividas en Galilea junto a Jesús compartiendo con los/as pobres y desheredados/as, con los/as marginados/as y estigmatizados/as la Buena Noticia de un Dios amor y perdón, que no quería dejar a nadie fuera ni que nadie se erigiera en juez de otros/as por defender fronteras o leyes. Esos recuerdos se asociaban muchas veces a una comida, a una fiesta, a una sobremesa. En esos espacios había algo nuevo, cargado de esperanza y futuro.

Esa comensalidad se hizo honda vivencia en aquella última cena compartida con Jesús, aunque en aquel momento les resultaba difícil comprender lo que estaba pasando. Después de la condena del Maestro, la incertidumbre y el miedo oscureció aún más su horizonte. Sentados a la mesa comenzaron a recordar todo lo que les había dicho y todo lo vivido junto a él. Entonces, poco a poco, fueron dejando que la Santa Ruah refrescara su corazón y les ayudase a ver. Y sintieron a Jesús junto a ellos/as, lo escucharon y lo entendieron.

A la certeza de que Jesús había resucitado no llegaron por el impacto de unas visiones sino de un proceso personal y colectivo, en el que hubo dudas y oscuridad, pero en el que descubrieron un lugar seguro que los/as sostuvo e impulsó más allá de lo evidente. La vida de Jesús se les hacía presente en las pequeñas cosas cotidianas: en el trabajo, en los caminos, en los gestos. Cosas que evocaban encuentros, vivencias, sueños compartidos junto a Jesús que los y las había transformado, liberado, reconciliado. Y eso, en sus vidas, no era algo fugaz ni perecedero sino duradero y capaz de atravesar cualquier fracaso y oscuridad.

Así nos lo contaron, aunque para expresarlo tuvieran que hacer uso de imágenes y recursos literarios que quizá hoy nos resulten difíciles de comprender, pero que debemos tener en cuenta para poder recibir con hondura y verdad su experiencia y hacerla nuestra en nuestro presente y en nuestras circunstancias.

Carme Soto Varela

Fe Adulta

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Fe y relatos mentales

Domingo, 14 de abril de 2024
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IMG_4065Domingo III de Pascua

14 abril 2024

Lc 24, 35-48

Parece claro que, una vez que la persona se ha adherido a una fe o creencia, la mente trata de encontrar una “explicación” que resulte coherente y abarcadora. Todo puede ser explicado desde la nueva posición.

Según investigaciones recientes en el campo de las neurociencias, lo que realmente le interesa al cerebro no es la verdad, sino la coherencia: que todo lo planteado resulte un conjunto que aparezca como coherente. Esta es la función de lo que algunos científicos han denominado “el intérprete”. Dichas investigaciones desnudan la capacidad cerebral para inventar lo que sea necesario con tal de dotar de coherencia a su propio relato. En la lectura de hoy, se aprecia el recurso a las Escrituras para “explicar” e incluso justificar todo lo sucedido con Jesús.

De esa aguda capacidad cerebral, parecen derivarse, al menos, dos consecuencias: la primera es que la realidad es lo suficientemente abierta como para admitir diferentes lecturas; la segunda, una invitación a desconfiar o, al menos, sospechar de las propias creencias y construcciones mentales de todo tipo.

Que sean posibles diferentes lecturas no significa justificar el relativismo vulgar -otra creencia más-, sino reconocer que la realidad nos desborda y que nuestro conocimiento será siempre situado, es decir, relacional o relativo (a un tiempo y a un espacio). Tal reconocimiento constituye una invitación a la humildad y, por tanto, a un diálogo respetuoso, que empieza por relativizar el propio posicionamiento.

Sin embargo, tal actitud únicamente será posible si somos capaces de vivir en la incertidumbre, donde solo hay una única certeza: la certeza de ser. Tal como escribe Mónica Cavallé, «todos sabemos y sentimos que somos; todos tenemos una conciencia directa e inmediata de nuestro propio ser» (El coraje de ser. La aventura del autoconocimiento filosófico, Kairós, Barcelona 2023, p.92). Esa es la base del reconocimiento de nuestra verdadera identidad.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Quiera Dios que amanezca la paz del Resucitado

Domingo, 14 de abril de 2024
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IMG_4013Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Jesús confiere paz.

En los relatos de la resurrección JesuCristo siempre confiere paz.

En el pasaje del evangelio de hoy hemos escuchado cómo Jesús les dice y desea a sus discípulos paz: paz a vosotros.

El relato se sitúa en Jerusalén, al atardecer del domingo de resurrección, estando reunidos y conversando los once y sus compañeros con sus miedos y decepciones.

Los discípulos, los dos de Emaús, Tomás, terminaron decepcionados de Jesús, pero no le habían olvidado. Los discípulos estaban reunidos, los dos de Emaús iban discutiendo por el camino.

Todos juntos se sientan a la mesa y le reconocen, le vuelven a conocer, pues hasta entonces no se habían dado cuenta, no habían llegado a la fe en el resucitado. Jesús les evoca las heridas y les hace ver que “Soy yo en persona”.

Aquellos primeros discípulos están llegando a la fe en el resucitado

02.- Miedos, decepciones, angustia, culpa en la vida.

        A la muerte de Jesús el grupo queda desilusionado, frustrado, pero mantienen el recuerdo de las palabras de Jesús, de sus gestos, de su actitud ante la religión, ante la ley, los sacerdotes, ante los pobres y enfermos, etc.

Pero el grupo vive con miedo, están asustados, encerrados…

Creo que todos los seres humanos: sabios y necios, ricos y pobres, creyentes y ateos, todos tenemos cuatro grandes cuestiones que afrontar en la vida para que nuestra existencia sea sana y sensata.

Las cuatro grandes cuestiones de todo ser humano son el sentido de la vida, el sufrimiento, la culpa (culpabilidad) y la muerte.

Sentido de la vida

Para que abordemos nuestra existencia sensatamente, con sentido, necesitamos saber -o cuando menos buscar- hacia donde caminamos en la vida. O dicho de otra manera cuál es el sentido de la vida.

Sentido de la vida es saber si existe algo o alguien por el o por lo cual merece la pena que yo siga existiendo.

De otro modo la vida humana se convierte en un tedioso fluir de la nada hacia la nada.

En plena campaña electoral podríamos decir que vivimos en el club de los proyectos vivos pero el sentido y la esperanza muerta.

Necesitamos como el comer, dar sentido a la vida.

Sufrimiento

Un segundo aspecto de la vida es ser consciente de que la vida es sufrimiento.

A alguno le podrá parecer algo pesimista, pero vivir es sufrir, afrontar el sufrimiento; y no únicamente el sufrimiento físico, sino el sufrimiento moral, psicológico.

Bien está Osakidetza, el mundo médico, la psicología, etc. pero en el transcurrir de la vida está el sufrimiento. No asumir el sufrimiento es no asumir la vida.

No es humanizar la vida crear una existencia edulcorada, como si fuese un divertimento, pasar lo mejor posible, educar blanda y fácilmente a las nuevas generaciones.

Para vivir humanamente hemos de asumir su dimensión sufriente.

Freud lo decía con aquella afirmación: la vida es placer (eros) y muerte (thanatos). La ´búsqueda del bienestar, placer, etc., pero un encuentro “diario” con el sufrimiento y, finalmente, con la muerte.

La culpa y angustia

El ser humano es, somos, libres, si bien con una libertad limitada y dañada. Los creyentes decimos pecado original. Los no creyentes habrán de asumir que la libertad humana es muy débil, limitada.

Muchas veces no podremos evitar actuar mal nuestra libertad y hacer el mal (no digo pecado, pero también). Muchas veces actuamos mal en la vida, en la familia, en el trabajo, en las relaciones humanas.

Esa mala actuación de la libertad genera culpa – culpabilidad, que puede derivar en miedo y angustia.

La psiquiatría podría hablar de estas cosas.

La muerte

Todo ser humano hemos de afrontar el problema de la muerte.

La postura del filósofo griego, Epicuro (341-270 a. C), es un tanto ilusoria. Decía Epicuro  “Donde estoy yo, no está la muerte, y donde está la muerte, no estoy yo, por tanto, ¿para qué preocuparse?”.

Pero el problema es que donde estoy yo, está ya presente la muerte. Vivir es como un continuo defenderse contra la muerte.

        Las cuatro cuestiones no son especialmente religiosas, sino humanas: el sentido de la vida es necesario a todo ser humano, la culpa-angustia nos puede sobrevenir a todos, el sufrimiento y la muerte están también para todos.

03.- Sin embargo la salida a esas cuestiones está en la fe – confianza.

        Mucho pueden ayudar las ciencias, una buena organización sociopolítica, una honrada economía pueden aliviar o solucionar estas cosas.

        Pero la salida, digamos solución, a estas cuestiones está en la esperanza sustentada en la fe.

        El sentido de la vida es Dios. La culpa y la angustia encuentran alivio en el perdón. El sufrimiento -sobre todo moral- halla alivio en JesuCristo: venid a mí los que estáis cansados y agobiados…

La muerte termina en la Resurrección.

04.- ¿Y qué es la resurrección?

¿Qué puede significar que Jesús resucitó y que nuestros hermanos difuntos y nosotros resucitaremos? ¿Qué es la resurrección?

    La resurrección no es la reanimación de un cadáver. La resurrección no acontece en el tanatorio.

    La resurrección acontece “más allá de la historia”.

    Escribía Teilhard a mediados del siglo XX:

La historia del universo ha abierto un nuevo umbral a la evolución. De la materia surgió la vida, y de la vida emergió el hombre. Desde que el Hijo del Hombre ha traspasado la frontera de la muerte, la evolución terrestre ha alcanzado una dimensión celeste, y la existencia mortal se ha transformado en existencia inmortal. Con la aparición del Hijo del hombre, la historia evolutiva del hombre, se transforma en la historia del Dieu evoluteur, del Dios que hace evolucionar la evolución hasta el punto Omega, en el que lo temporal y lo eterno coinciden (Teilhard de Chardin).

La Resurrección es el punto final, el punto omega, la conclusión, la realización  de la existencia. Ser cristiano creyente en la resurrección es creer que “no dejamos de ser”, sino que “seremos en Dios de otra manera”, que Teilhard expresa con el lenguaje de la evolución. Los evangelios expresan estas cosas con otro universo de símbolos: Jesús come, atraviesa paredes, se hace presente, etc.

Posiblemente ser creyente, creer en la resurrección y la vida es creer y confiar en el ser, aunque ya no podamos decir mucho más, pero sí confiar mucho más.

        Cuando uno se apoya en el ser, en Dios, en el Señor: “descansa” y la vida se inunda de serenidad, paz  y alegría. Es como si hubiéramos naufragado en el océano, estamos en el abismo, no “tocamos pie”, pero cuando pisamos fondo: descansando. Esta experiencia la refleja muy bien el salmo 61: solamente en Dios descansa mi vida. Solamente Dios es el horizonte de mi vida, solamente en Cristo hallo alivio a mis sufrimientos más íntimos, solamente en ´Cristo hallo perdón a mi culpa, solamente en Cristo hallo la vida.

No tengáis miedo: Testigos de la Vida

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El Jesús que cumplió su promesa de liberar a los pobres, es el Resucitado

Domingo, 14 de abril de 2024
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Comentario al evangelio del 3° domingo de Pascua

El Resucitado no es un espíritu en el sentido de desprecio de este mundo o una presencia distinta, haciendo cosas distintas

Sus palabras, sus signos, sus acciones simbólicas, a través de las cuales anunció el Reino de Dios, todas ellas son las que permiten que ahora se le reconozca como Hijo de Dios

Afirmamos creer en Jesús Resucitado, pero esto significa asumir su misma vida, con el riesgo, de correr su misma suerte

Y ellos contaban sus experiencias en el camino, y cómo le habían reconocido en el partir del pan. Mientras ellos relataban estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a ustedes. Pero ellos, aterrorizados y asustados, pensaron que veían un espíritu.  Y Él les dijo: ¿Por qué están turbados, y por qué surgen dudas en su corazón?  Miren mis manos y mis pies, que soy yo mismo; pálpenme y vean, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como ven que yo tengo.  Y cuando dijo esto les mostró las manos y los pies.  Como ellos todavía no le creían a causa de la alegría y que estaban asombrados, les dijo: ¿Tienen aquí algo de comer?  Entonces ellos le presentaron parte de un pescado asado. Y Él lo tomó y comió delante de ellos.  Y les dijo: Esto es lo que yo les decía cuando todavía estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo que sobre mí está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día; y que en su nombre se predicara el arrepentimiento para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas. (Lc 24, 35-48).

Seguimos en estos domingos de Pascua con textos bíblicos de las apariciones de Jesús a sus discípulos. En este domingo es del evangelio de Lucas, justamente el pasaje que sigue a la aparición a los discípulos de Emaús quienes, en este texto, ya están con los demás discípulos contándoles cómo reconocieron a Jesús en el partir del pan. Pero, aunque los discípulos acaban de oír el testimonio de los de Emaús, cuando se les aparece Jesús quedan atemorizados y asustados, incapaces de recibir el don escatológico de la paz que trae el Resucitado. En esta ocasión, el diálogo entre Jesús y los suyos se centra en mostrar la identidad entre el Jesús que compartió con ellos en su vida histórica y el Resucitado que ahora está en medio de ellos.

Este último dato es bien importante. El Resucitado no es un espíritu en el sentido de desprecio de este mundo o una presencia distinta, haciendo cosas distintas. Precisamente el afán de mostrar la identidad con el Jesús de la historia nos invita a entender que la vida del Resucitado no nos lanza a vivir en otra esfera distinta del mundo en que vivimos. Lo que hizo Jesús en su encarnación es lo que permitió que ahora esté resucitado. Sus palabras, sus signos, sus acciones simbólicas, a través de las cuales anunció el Reino de Dios, todas ellas son las que permiten que ahora se le reconozca como Hijo de Dios.

Y esta debería ser la clave para nuestra vivencia de fe. Afirmamos creer en Jesús Resucitado, pero esto significa asumir su misma vida, con el riesgo, de correr su misma suerte. A esto nos llaman estos textos de pascua: ser testigos y testigas de lo que Él hizo y dijo. De su misericordia infinita, de su inclusión de todos, de su puesta en acto del ser humano por encima de cualquier ley o institución religiosa. Ese Jesús que ahora les pide algo de comer para corroborarles su identidad, es el mismo que se sentó tantas veces a la mesa con los marginados de su tiempo, mostrando que Dios los incluye en el banquete del reino. De ahí que hoy sigue vigente testimoniar esa inclusión sin medida, esa capacidad de reconocer la presencia de Dios allí donde un ser humano está, sin que nada pueda disminuirlo en su dignidad para ser destinatario de la salvación ofrecida por Dios.

Pero es también el Jesús de la última cena donde el gesto más contracultural fue ponerse él, siendo el maestro y Señor a lavar los pies de los discípulos. Ahora es el Resucitado el que invita a ese servicio incondicional de todos para con todos.

Porque es el mismo Jesús que fue crucificado, la presencia del resucitado no es un dato inventado por sus discípulos o una proyección de una especie de ídolo que siguieron y ahora quieren encumbrar. ¡No! el que está en medio de ellos es el que no decayó en su anuncio del reino, a costa de su propia vida. Y, en ese sentido el perdón de los pecados que trae, no es una llamada a una conversión individualista o espiritualista sino a una conversión a los valores del reino, precisamente, por el testimonio que los discípulos puedan dar de lo vivido con Él en su vida histórica. El Jesús que cumplió su promesa de liberar a los pobres, devolver la vista a los ciegos, traer la vida y la dignidad a sus contemporáneos, es el mismo Resucitado que hemos de testimoniar. ¡Ojalá sepamos hacerlo!

(Foto tomada de: https://www.10minconjesus.net/meditacion_escrita/camino-de-emaus/)

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