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Tocar…

Domingo, 7 de abril de 2024
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Querido Dios:

¡Tengo tanto miedo de abrir mis puños cerrados!
¿Quién seré cuando ya no tenga nada a lo que aferrarme?
¿Quién seré cuando esté ante ti con las manos vacías?
Ayúdame, por favor, a abrir poco a poco mis manos
y a descubrir que no soy lo que tengo,
sino lo que tú quieres darme.
Y que lo que tú quieres darme es amor:
amor incondicional y eterno.

Amén.

***

Henri Nouwen
Con las manos abiertas.
Editorial lumen. Argentina 2003

***

Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo:

La paz esté con vosotros.

Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús les dijo de nuevo:

– La paz esté con vosotros.

Y añadió:

– Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros.

Sopló sobre ellos y les dijo:

– Recibid el Espíritu Santo.

A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá.

Tomás, uno del grupo de los doce, a quien llamaban «El Mellizo», no estaba con ellos cuando se les apareció Jesús.

Le dijeron, pues, los demás discípulos:

Hemos visto al Señor.

Tomás les contestó:

Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto mi dedo en ellas, si no meto mi mano en la herida abierta en su costado, no lo creeré.

Ocho días después, se hallaban de nuevo reunidos en casa todos los discípulos de Jesús. Estaba también Tomás. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo:

– La paz esté con vosotros.

Después dijo a Tomás:

– Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y mótela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente.

Tomás contestó:

– ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

– ¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto.

Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchos más signos de los que han sido recogidos en este libro.

Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis en él vida eterna.

*

Juan 20,19-31

***

El mundo tiene una ardiente sed de la paz de Dios, anhela ver resplandecer el arco iris de la divina gracia después de la tempestad, pero no consigue liberarse de la agitación y de la inquietud, puesto que es un mundo caído al que se le ha infligido el destino inexorable de no conocer la paz. Si se me preguntara en qué consiste esa paz, sólo podría sugerir la imagen de algo que sea transitorio para proporcionar la idea de lo que es imperecedero. Conocéis la paz de un niño adormecido, también sabéis algo de la paz que experimenta un hombre en sí mismo cuando encuentra a la mujer amada, algo de la paz que encuentra el amigo cuando mira a los ojos del amigo fiel; conocéis algo de la paz que experimenta un niño en brazos de su madre, de la paz que reposa en ciertos rostros maduros en la hora de la muerte; de la paz del sol vespertino, de la noche que lo cubre todo y de las estrellas perennes; conocéis algo de la paz de aquel que murió en la cruz. Pues bien, tomad todo eso como signo caduco, como símbolo pobre de lo que puede ser la paz de Dios. Estar en paz significa saberse seguro, saberse amado, saberse custodiado; significa poder estar tranquilo, tranquilo del todo; estar en paz con un hombre significa poder construir firmemente sobre la fidelidad, significa saberse una sola cosa con él, saberse perdonados por él. La paz de Dios es la fidelidad de Dios a pesar de nuestra infidelidad.

En la paz de Dios nos sentimos seguros, protegidos y amados. Es cierto que no nos quita del todo nuestras preocupaciones, nuestras responsabilidades, nuestras inquietudes; pero por detrás de todas nuestras agitaciones y de todas nuestras preocupaciones se ha levantado el arco iris de la paz divina: sabemos que es él quien lleva nuestra vida, que ésta forma unidad con la vida eterna de Dios.

Que Dios haga de nosotros hombres de su paz incomparable, hombres que reposen en él, aun en medio del trastorno de las cosas del mundo, que esta paz purifique y serene nuestras almas y que algo de la pureza y de la luminosidad de la paz que Dios pone en nuestros corazones irradie en otras almas sin paz; que nos convirtamos el uno para el otro, el amigo para el amigo, el esposo para la esposa, la madre para el hijo, en portadores de esta paz que viene de Dios.

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Dietrich Bonhoeffer,
Memoria y fidelidad,
Magnano 1995, pp. 146-149, passim.

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , ,

“Recorrido hacia la Fe”. 2º de Pascua – B (Juan 20,19-31)

Domingo, 7 de abril de 2024
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Estando ausente Tomás, los discípulos de Jesús han tenido una experiencia inaudita. En cuanto lo ven llegar se lo comunican llenos de alegría: «Hemos visto al Señor». Tomás los escucha con escepticismo. ¿Por qué les va creer algo tan absurdo? ¿Cómo pueden decir que han visto a Jesús lleno de vida, si ha muerto crucificado? En todo caso, será otro.

Los discípulos le dicen que les ha mostrado las heridas de sus manos y su costado. Tomás no puede aceptar el testimonio de nadie. Necesita comprobarlo personalmente: «Si no veo en sus manos la señal de sus clavos… y no meto la mano en su costado, no lo creo». Solo creerá en su propia experiencia.

Este discípulo, que se resiste a creer de manera ingenua, nos va a enseñar el recorrido que hemos de hacer para llegar a la fe en Cristo resucitado a los que ni siquiera hemos visto el rostro de Jesús, ni hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus abrazos.

A los ocho días se presenta de nuevo Jesús. Inmediatamente se dirige a Tomás. No critica su planteamiento. Sus dudas no tienen para él nada de ilegítimo o escandaloso. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le entiende y viene a su encuentro mostrándole sus heridas.

Jesús se ofrece a satisfacer sus exigencias: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano, aquí tienes mi costado». Esas heridas, antes que «pruebas» para verificar algo, ¿no son «signos» de su amor entregado hasta la muerte? Por eso Jesús le invita a profundizar más allá de sus dudas: «No seas incrédulo, sino creyente».

Tomás renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo experimenta la presencia del Maestro, que lo ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha hecho un recorrido más largo y laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús, llega más lejos que nadie en la hondura de su fe: «Señor mío y Dios mío». Nadie ha confesado así a Jesús.

No hemos de asustarnos al sentir que brotan en nosotros dudas e interrogantes. Las dudas, vividas de manera sana, nos rescatan de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, sin crecer en confianza y amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en nuestra confianza en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.

La fe cristiana crece en nosotros cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo rostro podemos vislumbrar en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su llamada a confiar tiene en nosotros más fuerza que nuestras propias dudas. «Dichosos los que crean sin haber visto».

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José Antonio Pagola

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“Porque me has visto, Tomás, has creído, -dice el Señor-. Dichosos los que crean sin haber visto”. Domingo 07 de abril de 2024. Domingo segundo de Pascua

Domingo, 7 de abril de 2024
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28-pasuaB2 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 4,32-35: Todos pensaban y sentían lo mismo:
Salmo responsorial: 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
1Juan 5,1-6. Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo.
Juan 20,19-31: Porque me has visto, Tomás, has creído, -dice el Señor-. Dichosos los que crean sin haber visto.

Tras la muerte de Jesús, la comunidad se siente con miedo, insegura e indefensa ante las represalias que pueda tomar contra ella la institución judía. Se encuentra en una situación de temor paralela a la del antiguo Israel en Egipto cuando los israelitas eran perseguidos por las tropas del faraón (Éx 14,10); y, como lo estuvo aquel pueblo, los discípulos están también en la noche (ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Éx 12,42; Dt 16,1). El mensaje de María Magdalena, sin embargo, no los ha liberado del temor. No basta tener noticia del sepulcro vacío; sólo la presencia de Jesús puede darles seguridad en medio de un mundo hostil.

Pero todo cambia desde el momento en que Jesús –que es el centro de la comunidad- aparece en medio, como punto de referencia, fuente de vida y factor de unidad.

Su saludo les devuelve la paz que habían perdido. Sus manos y su costado, pruebas de su pasión y muerte, son ahora los signos de su amor y de su victoria: el que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz. Si tenían miedo a la muerte que podrían infligirles “los judíos”, ahora ven que nadie puede quitarles la vida que él comunica.

El efecto del encuentro con Jesús es la alegría, como él mismo había anunciado (16,20: vuestra tristeza se convertirá en alegría). Ya ha comenzado la fiesta de la Pascua, la nueva creación, el nuevo ser humano capaz de dar la vida para dar vida

Con su presencia Jesús les comunica su Espíritu que les da la fuerza para enfrentarse con el mundo y liberar a hombres y mujeres del pecado, de la injusticia, del desamor y de la muerte. Para esto los envía al mundo, a un mundo que los odia como lo odió a él (15,18). La misión de la comunidad no será otra sino la de perdonar los pecados para dar vida, o lo que es igual, poner fin a todo lo que oprime, reprime o suprime la vida, que es el efecto que produce el pecado en la sociedad.

Pero no todos creen. Hay uno, Tomás, el mismo que se mostró pronto a acompañar a Jesús en la muerte (Jn 11,16), que ahora se resiste a creer el testimonio de los discípulos y no le basta con ver a la comunidad transformada por el Espíritu. No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido; no cree en la permanencia de la vida. Exige una prueba individual y extraordinaria. Las frases redundantes de Tomás, con su repetición de palabras (sus manos, meter mi dedo, meter mi mano), subrayan estilísticamente su testarudez. No busca a Jesús fuente de vida, sino una reliquia del pasado.

Necesitará para creer unas palabras de Jesús: «Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel». Tomás, que no llega a tocar a Jesús, pronuncia la más sublime confesión evangélica de fe llamando a Jesús “Señor mío y Dios mío”. Con esta doble expresión alude al maestro a quien llamaban Señor, siempre dispuesto a lavar los pies a sus discípulos y al proyecto de Dios, realizado ahora en Jesús, de hacer llegar al ser humano a la cumbre de la divinidad realizado ahora en Jesús (Dios mío)..

Pero su actitud incrédula le merece un reproche de parte de Jesús, que pronuncia una última bienaventuranza para todos los que ya no podrán ni verlo ni tocarlo y tendrán, por ello, que descubrirlo en la comunidad y notar en ella su presencia siempre viva. De ahora en adelante la realidad de Jesús vivo no se percibe con elucubraciones ni buscando experiencias individuales y aisladas, sino que se manifiesta en la vida y conducta de una comunidad que es expresión de amor, de vida y de alegría. Una comunidad, cuya utopía de vida refleja el libro de los Hechos (4,32-35): comunidad de pensamientos y sentimientos comunes, de puesta en común de los bienes y de reparto igualitario de los mismos como expresión de su fe en Jesús resucitado, una comunidad de amor como defiende la primera carta de Juan (1 Jn 5,1-5).

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Dom 2 Pascua. Pon tu mano en mi llaga. Inmersión mística y liberación pascual (Jn 20,19-31)

Domingo, 7 de abril de 2024
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IMG_3982Del blog de Xabier Pikaza:

He comentado este evangelio en varios libros  sobre la vida de Jesús y el origen pascual de la Iglesia. Su tema  de fondo aparece en otros  lugares de la Biblia, especialmente en Hch 17 (discurso del Areópago), donde Pablo nos pasa de una mística de inmersión (en Dios vivimos, nos movemos y somos) a una  de Pascua (Dios muere en Cristo, para que  resucitamos con él, amando a los hermanos).

Tema de fondo y división 

Conforme a la tradición cristiana, Tomás es el apóstol “gnóstico”, autor de un famoso evangelio espiritual que no ha sido aceptado por iglesia (ha quedado como apócrifo). Tres son sus problemas de fondo:

  • Cree en un Cristo espiritual, signo de la hondura sagrada del hombre, no en Jesús crucificado por compromiso de amor y liberación hasta la muerte; no vive inmerso en la llaga sangrante de la historia humana
  • Vive su religión por libre, sin compromiso de comunión real con otros hombres y mujeres. No forma parte de una comunidad liberadora, de entrega mutua y de amor concreto a los pobres.
  • No cree, por tanto, en la resurrección, en la transformación real de la historia humana… sino en la hondura misteriosa de su vida.

El texto bíblico más parecido al de esta “conversión de Tomás”, según el evangelio de Juan, es el Discurso de Pablo en el Areópago (Hch 17). Según el evangelio de Juan, Tomás se convierte, entra en la iglesia de los que confiesan la muerte y resurrección carnal/social de Jesús. Por el contrario, conforme al discurso del Areópago, la mayoría de los atenienses se ríen de Pablo… y le dejan a solas, con sólo dos que acogen su camino: un tal Dionisio (el areopagita) y Dámaris, una mujer de la que no sabemos nada más. En la reflexión que sigue voy a mostrar, en forma casi telegráfica los cuatro momentos principales del discurso de Pablo:

  1. El Dios desconocido (Agnostô Theô). Los atenienses sabios no son ateos, sino “agnósticos”; no conocen al Dios verdadero de Cristo. Adoran a un Dios que no conocen, que se identifica en el fondo con su propio orgullo o ignorancia.
  2. La tarea: Habitar en el mundo (en un tiempo y un espacio), buscar a Dios, que se identifica en el fondo con buscar a Dios, que es nuestra respiración vital
  3. Mística de inmersión: En Dios vivimos, nos movemos y somos, que Dios sea en nosotros, que seamos nosotros en él. Valor y limitación de esta mística.
  4. Experiencia cristiana de Pascua: El Dios que muere y resucita en el hombre… , el hombre que resucita en Dios. El Dios de la pascua de Jesús, de la llaga de la historia (es el tema de Tomás, en Jn 20); los hombres como seres mortales en Dios, en sí mismos.

 1. DEL DIOS DESCONOCIDO (AGNOSTÔ THEÔ) AL HOMBRE DESCONOCIDO (AGNOSTÔ ANTHROPÔ)

 Los atenienses sabios no son ateos, sino “agnósticos”; no conocen al  Dios verdadero de Cristo (no conocen al hombre verdadero: agnosto anthropo). Adoran a un Dios que ignoran, que, según Pablo, se identifica en el fondo con su propio orgullo o ignorancia. Buscan a un hombre que no saben quién es, cómo es. Dicen que Diógenes de Sínope paseaba con un candil, día y noche, por Atenas, buscando a un hombre. Así empieza diciendo el texto:

Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: «Atenienses, veo que sois en todo extremadamente religiosos. 23Porque, paseando y contemplando vuestros monumentos sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción: “Al Dios desconocido” (Hech 22).

Este discurso que Lucas ha introducido en su historia de Pablo (Hch 17) comienza con una referencia al Dios Desconocido, cuyo altar había visto paseando por las calles de Atenas, que no se define ya como ciudad del conocimiento (gnosis), sino del desconocimiento. Los atenienses, los más sabios de los sabios del mundo,  desconocen a Dios (a pesar de su Partenón: Templo de las doncellas divinas de Atenea), a pesar de la diosa Atenea y del Areópago (tribunal del Dios Ares/Marte).

Siendo honrados como son, ellos han elevado un pequeño altar, en un cruce de calles, dedicándolo al Dios desconocido, que es en el fondo el hombre desconocido. Significativamente, no se ha encontrado entre las ruinas de Atenas un altar con ese título (al Dios desconocido), pero sí un altar semejante, titulado A los dioses desconocidos (Agnostois theois). Pero Lucas, autor de este discurso de Pablo no ha puesto “dioses desconocidos”, porque para él (de raza judía) no hay dioses, sino un solo Dios, al que los atenienses de todas las escuelas (platónicos y aristotélicos, estoicos, epicúreos y cínicos etc.) desconocen. El tema es que, si desconocen a Dios (lo divino, el sentido de la vida) desconocen también a los hombres…

Atenas, la ciudad de la cultura antigua, lo mismo que el mundo actual (año 2024) es un enorme monumento dedicado al hombre desconocido. Así comienza el discurso.

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2. TAREA DEL HOMBRE: HABITAR EN EL MUNDO, BUSCAR A DIOS (SIENDO ALIENTO DIVINO).

Pablo sabe que el título anterior (al Dios desconocido, al hombre desconocido) es un título parcial y limitado, pues los atenienses (y en el fondo todos los hombres) conocen de alguna forma a Dios (a lo divino) y al hombre (la tarea humana). Habitar en el mundo (en un tiempo y un espacio), buscar a Dios, que se identifica en el fondo con buscar a Dios, que es nuestra respiración vital. Por eso sigue diciendo, como hombre culto, resumiendo la historia y la identidad de los hombres (entre los que incluye, implícitamente a los orientales de la India: Budistas, hindúes):

Pues eso que veneráis sin conocerlo os lo anuncio yo. 24El Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene, siendo como es Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por manos humanas, 25ni lo sirven manos humanas, como si necesitara de alguien, él que a todos da la vida y el aliento, y todo.26De uno solo creó el género humano para que habitara la tierra entera, determinando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían de habitar, 27con el fin de que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban.

Discurso teísta, Dios hacedor. Como judío que dialoga con el pensamiento, vida e historia de la humanidad, Pablo empieza hablando de Dios (ὁ Θεὸς), pero no del “dios desconocido” del altar de Atenas, sino del Dios-divinidad que todos los pueblos conocen…

Según Pablo , desde una perspectiva judía, ese Dios es conocido, y lleva artículo personal (el Dios)…,  pero en un sentido extenso, más que “Dios concreto”, es lo divino, lo sagrado, el espíritu/vida presente en todo lo que alienta y vive.  Ese dios es “hacedor” (ὁ ποιήσας). No tiene por qué ser “creador” de la nada, sino aquello/aquel del que todo proviene, que todo lo sustenta. Puede ser aliento cósmico, materia primigenia, pensamiento originario, energía… Quizá pudiéramos llamarle “el ser de todo lo que existe”, porque en el principio de lo que somos hay un tipo de ser/realidad (no la pura nada).

  1. Dios, vida y aliento de los hombres. Acotando el ancho espacio del “ser” de todo lo que existe, Pablo define lo divino como aquello/aquel que da (concede) a todas las cosas y en especial a los hombres la vida, la respiración y todas las cosas… (ζωὴν καὶ πνοὴν καὶ τὰ πάντα). Esas tres “cosas” están claramente delimitadas:
  2. Lo divino es la vida de todas las cosas: El cosmos entero es una realidad viva, habitada por lo divino, como han sabido y saben las “religiones cósmicas”, como sabe y dice un tipo de ecología moderna.
  3. Lo divino es en especial la respiración (el aliento vital, el “espíritu”) de platas, animales y hombres. Las religiones americanas llamaban a Dios “el gran Espíritu”, por su parte, los pueblos de Oriente han identificado a Dios con la respiración, de manera que la religión es una experiencia de inmersión cósmico-divina de tipo respiratorio (yoga). Es casi seguro que Pablo está pensando en un tipo de budismo que ha llegado a las fronteras del imperio romano.
  4. Dios, impulso, identidad y tarea de todos los pueblos (de la historia humana). Esto es lo que a Pablo, como judío que dialoga con la cultura universal, le importa más: La presencia de Dios en la historia humana, como indico a continuación:

  Pablo ha presentado a Dios como hacedor universal (poiesas), añadiendo que los hombres en general le conocen, pero sólo de un modo aproximado, aunque él es quien nos concede a todos vida, es decir, respiración, de manera que podemos decir que somos aliento de Dios, y que él es respiración o espíritu de todo lo que existe.

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Una aparición muy peculiar. Domingo 2º de Pascua. Ciclo B.

Domingo, 7 de abril de 2024
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IMG_3934Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Domingo 2º de Pascua. Ciclo B.

Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé), y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»). En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el del próximo domingo (Juan 20,19-31).

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

«Hemos visto al Señor».

Pero él les contestó:

«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

«Paz a vosotros».

Luego dijo a Tomás:

«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».

Contestó Tomás:

«Señor mío y Dios mío!».

Jesús le dijo:

«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Las peculiaridades de este relato de Juan

1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.

2. El saludo de Jesús: «Paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «No temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.

3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto».

4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.

5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.

6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este  momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 4,32-35

Efecto de la resurrección en la comunidad cristiana, insistiendo en compartir los bienes.


En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.

2ª Lectura: Primera carta de san Juan 5,1-6

Consecuencias para el cristiano de la fe en Jesús Mesías: 1) se convierte en hijo de Dios, ha nacido de él; 2) ama a Dios; 3) ama a los hijos de Dios (en esto consisten “sus mandamientos”, de hecho, uno solo: “amaos unos a otros como yo os he amado”); 4) vence al mundo, que niega que Jesús es el Hijo de Dios, o la realidad de su muerte; el Espíritu testimonia que “vino con agua y sangre”.

Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Dios que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

José Luis Sicre

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07 Abril, 2024. II Domingo de Pascua, Divina Misericordia

Domingo, 7 de abril de 2024
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La paz esté con vosotros”

(Jn 20, 19-31 )

En este Segundo domingo de Pascua nos encontramos a Jesús deseando la paz a sus discípulos. Y lo hace en tres ocasiones… por si se despistaban en la primera…

El Evangelio comienza: “al atardecer de aquel día”. El mismo domingo en que Pedro y Juan vieron el sepulcro vacío, en que María de Magdala se encontró con Jesús Resucitado y le confundió con el jardinero… Aquel día, al atardecer, cuando comenzaba la oscuridad, estaban encerrados, paralizados por el miedo ¿De qué nos inmoviliza nuestro miedo?

Jesús se presenta en medio de los discípulos (hombres y mujeres). Ya no se aparece solo a María. Se hace presente ante la comunidad. Quiere transmitir su mensaje a todas las personas que le han estado siguiendo.

Y les dice paz a vosotros. En la actualidad parece que esta palabra tiene el significado de ausencia de guerra. Pero estamos tan necesitadas… La humanidad grita paz; nuestras sociedades, familias y comunidades, la buscamos en el trabajo, en nuestra forma de relacionarnos… Anhelamos paz en nuestras entrañas, allí donde nos encontramos con Dios…

Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. El aliento, en la Biblia, nos habla de vida. En el Génesis, en la Creación del hombre, podemos leer: “Dios sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Jesús quiere transmitirse, entregar su Espíritu Santo, a los discípulos a través de esa expiración…

Los discípulos, al ver al Señor, se llenan de alegría. Existe un gran contraste con el miedo anterior. El encuentro con Jesús Resucitado cambia la vida.

Esa paz que les transmite… La tercera vez (el número tres en las Biblia nos habla de plenitud) que Jesús lo repite es cuando la comunidad está completa, cuando Tomás también se encuentra reunido con los discípulos. A veces, cuando las cosas no son como nos gustarían, tenemos la tentación de huir, ya sea físicamente, emocionalmente, mentalmente… Es en comunidad donde recibimos la paz, donde somos enviadas, donde Jesús nos entrega la Santa Ruah.

Oración

Trinidad Santa, sopla tu aliento de vida sobre nosotras. Entréganos tu paz.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Jesús VIVE la Vida verdadera a pesar de la muerte.

Domingo, 7 de abril de 2024
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image2DOMINGO 2º DE PASCUA (B)

Jn 20,19-31

Este relato es la clave para entender el mensaje teológico de todas las apariciones pascuales. No pretenden decirnos qué pasó sino transmitirnos su propia vivencia interior. La experiencia pascual demostró que solo en la comunidad se descubre la presencia de Jesús vivo. La comunidad es la garantía de la fidelidad a Jesús. Es la comunidad la que recibe el encargo de predicar. La misión de anunciar el evangelio no se la han sacado ellos de la manga, sino que es un mandato que reciben de Jesús.

Juan es el único que desdobla el relato de la aparición a los apóstoles. Con ello personaliza en Tomás el tema de la duda, que es capital en todos los relatos de apariciones. “El primer día de la semana”. Jesús está ya fuera del tiempo y el espacio. Para él ya no hay días ni meses ni cuarentenas. En él no puede pasar nada, porque para que pase algo se necesita el tiempo y el espacio. Lo último que pasó en Jesús fue su muerte. Más allá de ella entra en la eternidad donde nada puede pasar.

Jesús aparece en el centro como factor de unidad. La comunidad está centrada en Jesús. No atraviesa la puerta o la pared, no recorre ningún espacio; se hace presente en medio de la comunidad. El saludo elimina el miedo. Las llagas, signo de su entrega, evidencian que es el mismo que murió en la cruz. La verdadera Vida nadie pudo quitársela a Jesús. La permanencia de las señales de muerte, indica la permanencia de su amor. Garantiza, además, la identificación del resucitado con el Jesús crucificado.

El segundo saludo les refuerza para la misión. Les ofrece paz para el presente y para el futuro. En los relatos de apariciones la misión es algo esencial; los había elegido para llevarla a cabo. La misión deben cumplirla, demostrando un amor total, semejante al suyo. Si toman conciencia de que poseen la verdadera Vida, el miedo a la muerte biológica desaparecerá por completo. La Vida que él les comunica es definitiva.

El verbo soplar, usado por Juan, es el mismo que se emplea en Gn 2,7 para indicar que Dios comunicó vida al monigote de barro que había fabricado. Con aquel soplo el hombre barro se convirtió en ser viviente. Ahora Jesús les comunica el Espíritu que da otra Vida. Se trata de la nueva creación del hombre. La condición de hombre-carne se transforma en hombre-espíritu. Esa Vida es la capacidad de amar como ama Jesús. Les saca de la esfera de la opresión y les hace libres (quita el pecado del mundo).

El Espíritu es el criterio para discernir las actitudes que se derivan de esa Vida. Debemos tener cuidado de no hacer decir a los textos lo que no dicen. El Espíritu no es la tercera persona de la Trinidad. Se trata de la Fuerza que les capacita para la misión. Del mismo modo, deducir de aquí la institu­ción de la penitencia es ir mucho más lejos de lo que permite el texto. El concepto de pecado que tenemos hoy no se elaboró hasta el s. VII. Lo que se entendía entonces por pecado era algo muy distinto.

En la comunidad quedará patente el pecado de los que se niegan a dar su adhesión a Jesús. Para Juan, el único pecado es la opresión, es decir la falta de amor. Ni Dios, ni Jesús, ni la comunidad condenan tienen que condenar a nadie. La sentencia se la da a sí mismo cada uno con su actitud. El Espíritu capacita a la comunidad para discernir la autenticidad de los seguidores de Jesús y salir del ámbito de la injusticia al del amor.

La referencia a “Los doce” designa la comunidad cristiana como heredera de las promesas de Israel. Tomás había seguido a Jesús, pero, como los demás, no le había comprendido del todo. No podían concebir una Vida definitiva que permanece más allá de la muerte. Separado de la comunidad, no tiene la experiencia de Jesús vivo. Una vez más se destaca la importancia de la experiencia compartida en comunidad.

Hemos visto al Señor. No se trata de una visión ocular sino de la constatación de una presencia de Jesús que les ha trasformado porque les comunica Vida. Les ha comunicado el Espíritu y les ha colmado del amor que brilla en la comunidad. El relato insiste, porque al tratarse de una vivencia, no puede ser demostrada. Jesús no es un recuerdo del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. A pesar de todo, los testimonios no pueden suplir la experiencia; sin ella Tomás es incapaz de dar el paso.

A los ocho días… Cuando se escribe este texto, la comunidad ya seguía un ritmo semanal de celebraciones. Jesús se hace presente en la celebración comunitaria, cada ocho días. La nueva creación del hombre que Jesús ha realizado durante su vida, culmina en la cruz el día sexto. Estaban reunidos dentro, en comunidad, es decir, en el lugar donde Jesús se manifiesta, en la esfera de la Vida, opuesto a “fuera“, el lugar de la muerte. Tomás, reintegrado a la comunidad, puede experimentar lo que no creyó.

La respuesta de Tomás es extrema, igual que su incredulidad. Al llamarle Señor, reconoce a Jesús y lo acepta dándole su adhesión. Al decir “mío” expresa su cercanía. Jesús ha cumplido el proyecto, amando como Dios ama. “Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros”. “Quien me ve a mí, ve al Padre”. Dándoles su Espíritu, Jesús quiere que ese proyecto lo realicen también todos los suyos y lo manifiesten con el amor como él lo manifestó.

Tomás tiene ahora la misma experiencia de los demás: Ver a Jesús en persona. El reproche de Jesús se refiere a la negativa a creer el testimonio de la comunidad. Tomás quería tener un contacto con Jesús como el que tenía antes de su muerte. Pero la adhesión no se da al Jesús del pasado, sino al Jesús presente, que es a la vez, el mismo y distinto. El marco de la comunidad hace posible la experiencia de Jesús vivo.

La experiencia de Tomás no puede ser modelo. El evangelista elabora una perfecta narración de apariciones y a continuación nos dice que no es esa presencia externa la que debe llevarnos a la fe. La demostración de que Jesús está vivo tiene que ser el amor manifestado. La advertencia es para los de entonces y para todos nosotros. El mensaje queda abierto al futuro. Muchos seguirán creyendo, aunque no lo vean.

El mensaje para nosotros hoy es claro: Sin una experiencia personal de Vida, llevada a cabo en el seno de la comunidad, es imposible acceder a la nueva Vida que Jesús anunció antes de morir y ahora les está comunicando. Para nosotros se trata del paso del Jesús aprendido al Jesús experimentado y manifestado en la entrega a los demás. Sin ese cambio, no hay posibilidad de entrar en la dinámica de la Vida. Que Jesús siga vivo no significará nada para mí, si yo no vivo su misma Vida.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Apariciones

Domingo, 7 de abril de 2024
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IMG_3933Jn 20, 19-31

«Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído»

No son pocos los que identifican al “autor” del cuarto evangelio con Juan Zebedeo, y a Juan Zebedeo con el discípulo amado. Esto significaría que el cuarto evangelio habría sido escrito (o inspirado) por alguien muy cercano a Jesús, tanto, que según los especialistas alguno de sus pasajes parece estar escrito por el protagonista del hecho que se narra. A pesar de lo subido de su teología y de su aparente desconexión con la realidad, cuando se trata de precisar detalles, los exégetas otorgan a Juan más credibilidad que a los sinópticos.

Un ejemplo lo tenemos en la escena que describe el encuentro de Jesús con Juan y Andrés a orillas del Jordán en el entorno del bautista. En ella Juan apostilla: «Serían las cinco de la tarde» … y esta precisión es tan personal, que señala a un testigo presencial tan impactado por Jesús, que mucho después se acuerda hasta de la hora en que se produjo el encuentro.

Otro ejemplo lo tenemos en el relato del sepulcro vacío. María Magdalena encuentra la losa removida, piensa desconsolada que se han llevado al Señor, corre hacia el cenáculo, se encuentra con Pedro y Juan que salen corriendo a ver lo ocurrido. Juan es más joven, corre más y llega el primero, pero se queda en la puerta hasta que entra Pedro. Luego entró él, “vio y creyó”. Y este relato, y sobre todo esta expresión, sólo se entiende si está escrito por el propio protagonista. Difícilmente cabe otra lectura.

Este preámbulo pretende resaltar que es ese mismo discípulo tan cercano a Jesús, quien relata en su evangelio al menos dos ocasiones en que Jesús se mostró vivo tras su muerte (una tercera en el capítulo 21 añadido más tarde), por lo que no se trata del testimonio de un apologeta tratando de promover la fe de la gente, sino de un testigo presencial. Juan estaba allí, en el cenáculo, y narra lo que narra… ¿Por qué?

A los cristianos del siglo XXI no nos gustan los milagros, nos desconciertan e incluso nos contrarían. Nos parece que introducen en los evangelios elementos mágicos que les quitan credibilidad, y en muchas ocasiones preferiríamos que no estuvieran allí. Sin embargo, están ahí, y si los quitamos hacemos otros evangelios y, por tanto, otro Jesús. Lo mismo ocurre con los relatos de la Resurrección, y preferimos interpretarlos como profesiones de fe en el crucificado ajenas a cualquier hecho tangible sucedido.

La exégesis independiente alienta esta interpretación de los textos de la Resurrección, pero habría que preguntarse por el hecho (tangible o intangible) que provocó esa fe arrolladora que llevó a sus discípulos a afirmar, y apostar su vida en ello, que Jesús se había mostrado vivo tras su muerte; que les dio la fuerza necesaria para salir en tromba a proclamar su fe en el resucitado y soportar, quizá como nadie en la historia, la persecución, la tortura y la muerte por mantenerse fieles a ella.

Decía Guillermo de Occam que la explicación más sencilla suele ser la más acertada, y yo me inclino a creer que Jesús se mostró fehacientemente vivo tras su muerte.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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En casa.

Domingo, 7 de abril de 2024
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0703still-doubting-jn-granville-gregory2º Domingo de Pascua.

Jn 20, 19-31

Está claro que todo escrito está dirigido a un destinatario. ¿Quiénes son los destinatarios de Juan 20,19-31? El último versículo nos da la clave: quienes lean estos relatos serán partícipes de la dinámica de la fe que aquí se narran. Al igual que los discípulos han recibido al Espíritu, al igual que Tomas ha tocado al Señor resucitado, quienes creen en lo que aquí se cuenta tienen la vida del resucitado. Hemos de releer este texto, conscientes de que fue escrito para que cuando los leamos o escuchemos, entremos a formar parte de la realidad que se narra. Para comprenderlo es necesario hacer caso a la intencionalidad del texto (esto con una hermenéutica performativa, colectiva y ritual). Veamos algunos detalles del relato:

Los discípulos se reúnen al anochecer en una casa. El miedo les hace cerrar las puertas para aislarse, protegerse. En contraste con el miedo Jesús en medio les ofrece paz. Una paz que no es solo individual, sino que es algo que se ofrece y que se recibe; es una forma de relación que pide apertura, comunicación, disponibilidad. Vemos entonces un cambio radical de actitud; del miedo se pasa a la comunicación, al encuentro. Fruto de la paz compartida será la alegría y la presencia del Espíritu que posibilita la vocación (como enviados) y el perdón recíproco.

Es llamativo que incluso después de este proceso (tan acelerado y condensado) volvamos a encontrar a los mismos personajes ahora junto a Tomas en una situación parecida: “dentro” y “estando cerradas las puertas”. Pero con algunas diferencias sustanciales: no “tenían miedo” y no se dice nada de una casa. Podríamos suponer que pasamos de estar en “una” casa a estar en casa. El espacio “dentro y juntos” se vuelve habitable.

El contexto del anochecer, del día primero de la semana y de las casas o de un “dentro” como lugar de reunión puede tener connotaciones rituales o por lo menos indicios de cierta forma de agrupación de las primeras comunidades en actitud de interpelación, de apertura, de espera… que tiene la respuesta de la presencia, la comunión, el sentido… El texto es manifiestamente comunitario y colectivo y las imágenes son claras: la presencia del resucitado elimina el miedo que encierra y aísla y habilita para el diálogo y la paz. La vida se sigue ofreciendo en medio de colectivos abiertos a la trascendencia, incluso o sobre todo de aquellos que han sufrido o sufren persecuciones o exclusiones o que están en los márgenes de la sociedad. La paz que brota de la resurrección sigue gestando espacios habitables y nos permite volver a estar en el mundo como en nuestra casa.

Paula Depalma

 Fuente Fe Adulta

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Invitación a la Paz.

Domingo, 7 de abril de 2024
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IMG_3885Domingo II de Pascua

07 abril 2024

Jn 20, 19-31

Como en todos los llamados “relatos de apariciones”, nos hallamos ante otra catequesis, construida simbólicamente, que busca afianzar y extender la fe en el resucitado, en un relato que resulta insostenible cuando se entiende de forma literal.

Hay, sin embargo, un mensaje que se va a repetir en todas las catequesis de este tipo: la invitación a la paz, puesta en boca del resucitado. Aunque cada proceso de duelo es único y única la forma en que cada persona lo vive, no es extraño que, a la vez que se siente la presencia de la persona que partió, se intuya también su deseo de bien, de dicha y de paz para nosotros. De modo particular, cuando la relación ha sido intensa y profunda, quien queda de este lado suele percibir la presencia, el ánimo, la fuerza y la paz, viniéndole de quien marchó.

Me parece que no se trata solo de algo imaginario. Lo que puede ocurrir, a mi modo de ver, es que en momentos de mayor densidad humana -como los que suelen vivirse en el duelo-, es más fácil conectar con nuestra dimensión profunda. Y esa dimensión de profundidad es presencia, paz, fuerza, amor, gozo… De ahí es de donde nos vienen todas esas realidades, por más que nuestra mente, en un movimiento no difícil de entender, las atribuya a -o las proyecte en- la persona amada.

El fondo de lo real es presencia, vida, paz, amor… Y ese es también nuestro mismo fondo, siempre disponible, invulnerable e indestructible. Al silenciar la mente, conectamos con él y nuestra existencia se ve transformada. Aquellos discípulos a ese fondo lo llamaron Jesús. Otros podemos darle el nombre de la persona que nos dejó físicamente. Pero el fondo es uno y el mismo, aquello de lo que estamos hechos, lo realmente real.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Jesús confiere: paz, alegría e ilusión (espíriitu)

Domingo, 7 de abril de 2024
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paz-a-ustedesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- AL ANOCHECER DEL PRIMER DÍA DE LA SEMANA ESTABAN LOS DISCÍPULOS ENCERRADOS Y CON MIEDO.

Comienza el texto del evangelio de hoy diciéndonos que, aunque había amanecido, era de día, era ya Pascua, se había realizado la nueva creación, la nueva Alianza; sin embargo la comunidad naciente estaba al anochecer, encerrada y con miedo, con inseguridad y angustia.

La noche es siempre falta de luz. En el evangelio de San Juan el anochecer, la noche es la carencia de Cristo. Aquella comunidad estaba al anochecer porque Cristo no estaba presente

Los momentos y situaciones eclesiales son diversas, pero ¿No estamos también nosotros en un anochecer, encerrados y con miedo a todo, sin audacia y aliento vital?

¿No será que el Señor tampoco está presente en no pocos movimientos religiosos y grupos eclesiásticos que viven enquistados, con recelo y con las puertas –la mente y el corazón- cerradas a todo?

Yo creo que el papa Francisco es un hombre abierto, de mentalidad conciliar (Vaticano II), pero la Curia, parte de la jerarquía, muchos laicos, viven, vivimos, con miedo, enquistados y no permitimos el camino de la Iglesia hacia el nuevo Éxodo, hacia la nueva Alianza, hacia la Vida…

02.- EN ESTO ENTRÓ JESÚS EN LA COMUNIDAD Y LES CONFIERE PAZ, ALEGRÍA Y ALIENTO VITAL (ESPÍRITU).

La presencia de Cristo en aquel grupo cristiano naciente confiere paz, alegría y aliento vital (espíritu).

PAZ:

Dos aspectos

a. La presencia del Señor en nuestra vida personal y comunitaria serena el alma y la vida y no por vía jurídica, legal, dogmática, litúrgica, sino porque el Señor ya nos dijo: venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Mi paz os dejo…

Cuando sentimos miedo y angustia moral, es que el Señor no está presente en nuestra vida.

Cuando Cristo está presente en mi vida, cuando la roca sobre la que se fundamenta la vida es Cristo, una inmensa paz embarga la existencia. Cesa el miedo y la angustia.

b. Por otra parte, una Iglesia en la que el Señor está presente vive en paz, en la paz que Jesús les había dejado: mi paz os dejo, no como la da el mundo.

Sin embargo, la Iglesia vive en grupos enfrentados: contra el papa Francisco, contra la mentalidad y espíritu del Concilio, contra el pensamiento teológico, contra la creatividad. El miedo de un posible cisma revolotea los aledaños eclesiásticos… ¿Cristo estará presente en esta Iglesia?

ALEGRÍA

La presencia del Señor impregna la vida de gozo y alegría.

No siempre se puede estar contento, pero si vivir en una serenidad interior. La presencia del Señor confiere alegría.

ESPÍRITU: ALIENTO VITAL

Continúa el texto de hoy evocando el Génesis y dice que Cristo exhaló su aliento sobre la Iglesia naciente y les dijo: recibid Espíritu Santo,

que es lo que Dios infunde en la creación al barro humano de Adán (Gn 2,7), exhaló su aliento sobre los discípulos. Es la misma expresión con la que, el mismo evangelista, Juan, nos dice que Jesús en la cruz nos entregó su espíritu (Jn 19,30).

El ser humano por nosotros mismos somos poco más que barro: necesitamos aliento vital, ganas de vivir, espíritu…

03.- TOMÁS NO ESTABA, PERO VUELVE AL GRUPO.

Nacemos y vivimos en una familia, en un pueblo….

Uno recibe la cultura, los criterios, la fe en una familia, en un pueblo, en una comunidad cristiana. (Es algo de lo que hemos escuchado en la primera lectura: todos vivían unidos, nadie pasaba necesidad… )

Muchas veces despreciamos nuestras comunidades, menospreciamos a nuestros sacerdotes, religiosos, incluso nuestro evangelio. (Otra cosa es que no todo lo que ha habido y hay en la Iglesia sea bueno y que el pecado y la tentación de poder no estén presentes en nuestras iglesias y jerarquía). Pero es noble y sano amar nuestra comunidad, nuestro pueblo, nuestra cultura, nuestras tradiciones, lo que hemos recibido.

Tomás no estaba en el grupo. Tomás es la versión joánica de los dos de Emaús de Lucas (Lc 24). Se van decepcionados del grupo, de lo que habían vivido e intuido junto a Jesús. Nos hemos desilusionado y vamos ya a nuestro aire.

Hemos conocido, quizás nosotros mismos, hemos vivido al margen, fuera de la comunidad, hemos roto con la familia, con amigos, con la iglesia.

Es muy difícil, ¿imposible? Amar una realidad, vivir serenamente, es difícil ser creyente si no es en el seno del grupo, del pueblo, de la comunidad eclesial.

Es evidente que la mayor y mejor parte de nuestro conocimiento lo hemos recibido de los demás. Yo no soy una cultura, un idioma, una fe. La cultura, la fe, el pensamiento son comunitarios…

Son los demás los que nos hacen personas y los que nos dicen: Hemos visto al Señor

Estamos en plena campaña electoral. Los líderes políticos, las ideologías , el grupo, el pueblo debiera saber acoger y transmitir fe en la vida, en la cultura, en el bien común.

04.- AL MOSTRARLE SUS HERIDAS A TOMÁS, JESÚS SANA LA HERIDA DE SU INCREDULIDAD Y DE SU DECEPCIÓN. (SAN GREGORIO MAGNO).

Tomás llega a creer en el Señor resucitado cuando toca sus heridas y su costado abierto: ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús se aviene a la decepción de Tomás y le dice: toca estas heridas, mete la mano en el costado abierto. Hay bondad en Jesús.

El relato tiene un cierto tono eucarístico: tocar el cuerpo del Señor.

No se trata de un tocar físico, palpar corporalmente: se trata de la fe en el Señor resucitado.

La puerta hacia la fe en la vida, en Cristo son los pobres, los heridos, los sufrientes de la historia. Cuando celebramos la Eucaristía en sentido amplio: la mesa del Señor abierta a los desheredados de este mundo, estamos cerca de la resurrección y la vida

Tomás llega a la fe.

Cuando nos embargue la decepción y el fracaso en la vida, podemos -como Tomás- mirar hacia el horizonte absoluto, volver al grupo, mientras “tocamos las heridas, los heridos, de esta vida”, y, como buenos samaritanos, las vendamos. En ese momento dirá nuestro corazón: Señor mío y Dios mío.

TUS HERIDAS NOS HAN CURADO, SEÑOR.

SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO.

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Ha llegado nuestro turno de dar testimonio de la vida que Jesús Resucitado nos trae

Domingo, 7 de abril de 2024
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De su blog Fe y Vida:

Tomás verdaderamente cree y ofrece una confesión de fe en sintonía con la confesión de fe de Pedro (Mt 16, 16) o de Marta, hermana de María y de Lázaro (Jn 11,27)

Posiblemente, los discípulos están intentando pasar desapercibidos para no correr la misma suerte que el maestro. Y en esa situación, contra toda esperanza, Jesús se les aparece y les regala -gratuitamente- el don de su mismo espíritu

La resurrección de Jesús abrió esa vida resucitada que se anticipa con sus dones escatológicos para vivirla en la historia cotidiana

Entonces, al atardecer de aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas del lugar donde los discípulos se encontraban por miedo a los judíos, Jesús vino y se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a ustedes. Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Entonces los discípulos se regocijaron al ver al Señor. Jesús entonces les dijo otra vez: Paz a ustedes; como el Padre me ha enviado, así también yo los envío. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, éstos les son perdonados; a quienes retengan los pecados, éstos les son retenidos.  Tomás, uno de los doce, llamado el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Entonces los otros discípulos le decían: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en su costado, no creeré. Ocho días después, sus discípulos estaban otra vez dentro, y Tomás con ellos. Y estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos, y dijo: Paz a ustedes. Luego dijo a Tomás: Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos; extiende aquí tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!  Jesús le dijo: Porque me has visto has creído. Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron.  Y muchas otras señales hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro; pero éstas se han escrito para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, al creer, tengan vida en su nombre (Jn 20, 19-31)

Después de la Vigilia Pascual, los domingos que siguen nos ofrecen diversos pasajes bíblicos en los que Jesús se aparece a los suyos. De alguna manera se ofrece, pedagógicamente, el ir asumiendo la vida nueva que trae el Resucitado, las dificultades que supone, las incredulidades que suscita y las fidelidades y audacias que asumen aquellos que creen y comunican la experiencia fundante de la nueva vida que el Espíritu regala a quienes se disponen al seguimiento.

El Evangelio de Juan comienza este capítulo 20 con la aparición a María Magdalena. De ahí viene el título de Apóstola que se le ha reconocido porque ella es la primera a la que Jesús se le aparece, según este evangelio. Pero no es este el texto que se ofrece para este domingo sino el que sigue, donde Jesús se aparece a sus discípulos y, en concreto, se explicita lo que acontece con Tomás, quién no estuvo en la primera aparición y en la segunda, a pesar de sus dudas, verdaderamente cree y ofrece una confesión de fe en sintonía con la confesión de fe de Pedro en el evangelio de Mateo (16, 16) o de Marta, hermana de María y de Lázaro (Jn 11,27).

Pero notemos algunos puntos interesantes. Los discípulos están encerrados. La crucifixión y muerte de su maestro les ha mostrado el fracaso de la vida de Jesús y están asustados. No están esperando que la situación cambie. Posiblemente, están intentando pasar desapercibidos para no correr la misma suerte que el maestro. Y es en esa situación, contra toda esperanza, que Jesús se les aparece y les regala -gratuitamente- el don de su mismo espíritu, quien será el que los fortalezca para continuar la tarea que Él había comenzado. No es la valentía de los discípulos lo que les capacita para seguir adelante. Es el don de Dios, la vida del Resucitado, su Espíritu en medio de ellos, el que les dará la audacia necesaria para emprender el seguimiento del Cristo Resucitado. La paz y la alegría que acompañan esa experiencia son dones escatológicos, es decir, no dependen de que ahora las cosas comienzan a ir bien, sino de la experiencia de que la última palabra no la tiene la muerte. La resurrección de Jesús abrió esa vida resucitada que se anticipa con sus dones escatológicos para vivirla en la historia cotidiana.

La figura de Tomás que casi siempre se concibe como el incrédulo que mereció el reproche de Jesús, es señal, tal vez de lo contrario. Ahora la confesión de fe ha de ser vivida ya no por los testigos que estuvieron con Jesús sino por aquellos que creerán en la palabra de los primeros. Tomás puede ser símbolo de todos los creyentes que hemos continuado esta aventura de la vida cristiana. Hemos necesitado hacer esa confesión de fe. No hemos recibido pruebas definitivas que nos garanticen la veracidad que se nos anuncia, pero hemos visto el testimonio de tantas generaciones cristianas que, por su fe en Jesús, han hecho posible la justicia, la paz, la alegría, la solidaridad, la misericordia, la entrega. Y ha llegado nuestro turno. Creer en Jesús es más que repetir las palabras que finalmente dice Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Es seguir la línea de los testigos y testigas que nos han precedido y testimoniar con la propia vida la apuesta por la vida del espíritu.

El texto bíblico termina diciendo que todo esto se ha escrito para que se crea que Jesús es el Cristo y en Él se tenga vida eterna. Por eso, hoy el texto bíblico ha de encarnarse en nuestra propia vida, buscando hacer las obras del Reino, para que muchos crean en Jesús y tengan la vida en abundancia. Que este tiempo de pascua nos comprometa a dar un testimonio capaz de convocar a muchos a esta fe en el Jesús del Reino, en el Jesús de la vida nueva, de la paz y la alegría.

(Foto tomada de: https://www.crossroadsinitiative.com/es/media-es/articulo/incredulidad-tomas-divina-misericordia/)

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