Viernes Santo 2024. El proceso de Jesús: Por envidia, poder y dinero
Del blog de Xabier Pikaza:
Introduje el tema el martes (26.3.24) evocando la envidia de los sacerdotes (Mc 15, 10 par). Hoy lo desarrollo, exponiendo las tres “razones” de la condena de Jesús: Envidia de los sacerdotes, poder imperial de Roma y dinero de la iglesia (representada por Judas).
Estos son los pecados principales de la humanidad. Descubrí su importancia el 1963 representando en Poio el drama de D. Fabbri (El proceso de Jesús).
Desde entonces he vuelto muchas veces al tema , descubriendo siempre aspectos nuevos del “proceso” de Jesús, como centro de la historia humana.
| Xabier Pikaza
El texto que sigue es una meditación de fondo sobre el sentido de la vida humana. Buen y santo día de pasión a todo
Éstos son los motivos centrales del proceso/juicio de Jesús. De los dos primeros (envidia y poder) tratare de un modo más breve. Quiero insistir y detenerme en el tercero, que se centra de un modo más preciso (y sangrante) en el dinero/dineros de la iglesia, representada en este caso por Judas.
En el fondo de la envidia sacerdotal se esconden y actúan los “treinta dineros” de traición de la misma iglesia. El mismo poder de los dominadores de este mundo viene a expresarse en forma de atracción del dinero, como muestra Mt 6, 24. Quien quiera estudiar con detención el tema puede acudir a los libros citados en bibliografía final.
LE ENTREGARON POR ENVIDIA (SACERDOTES DEL TEMPLO)
La envida es la raíz de todos los pecados, como muestra la “historia” de Adán-Eva (Gen 2-3) y el homicidio de Caín (Gen 4), al principio de la Biblia, lo mismo que el pecado simbólico de los ángeles violadores de 1 Hen que han querido algo propio de los hombres (sexo y violencia), que ellos como espíritus no tenían. Pero el texto clásico de la Biblia sobre la envidia está en Sab 2,23-24:
Dios hizo al hombre para la vida/inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del Diablo y los de su partido pasarán por ella
El hombre en cuanto tal ha sido creado para vivir y transmitir la vida,viviendo y permaneciendo así en los otros, por encima de la muerte (esa es la esencia de Dios). Pero en vez de vivir dando vida (y permaneciendo así en los otros), los hombres han querido vivir (ser ellos mismos) por violencia, matando para ellos a los otros. Esa envidia homicida se identifica con el diablo, como dice claramente el texto, utilizando un genitivo epexegético: «la envidia, es decir, el Diablo».
No es que el diablo sea envidioso (=tenga envidia), sino que se identifica con la envidia. Estos son los protagonistas, los agentes que están al fondo de la trama humana: (1) Dios que es gracia: Aquel que vive dando vida: que se entrega en amor, para que de esa forma (en amor) exista todo. (2) El diablo que es envidia: Aquel que vive quitando a los demás las vida, es decir, matándoles (=chupándoles la sangre).
Esto significa que hombres somos inmortales por gracia, por don de Dios y vida compartida; pero podemos morir por envidia (matando a los demás) por envidia.
Poncio Pilatos (Gobernador romano) sabía que Caifás y los que los sumos sacerdotes habían entregado (a Jesús) por envidia» (diaphthonon:Mc 15, 10, Mt 27, 18).
La misma envidia que Sab 6, 22-23 interpretaba como principio general de muerte viene a presentarse ahora como causa del asesinato de Jesús. Este es el pecado de los sacerdotes, que quieren ser como Dios, pero no dando (regalando vida), sino apoderándose a la vida de los otros. De esa manera sacrifican (=utilizan) a los hombres para vivir a costa de ellos:
(a) Los sacerdotes envidian a Jesús porque le consideran valioso, porque han visto en su conducta algo que en el fondo les gustaría tener y no tienen, una forma de relacionarse con Dios y con los hombres.
(b) Esta envidia refleja una carencia de los sacerdotes, un vacío que les impide gozar de sí mismos al relacionarse con los otros. No están contentos de su suerte, no pueden vivir en verdad con lo que tienen; por eso, la simple presencia de Jesús les disgusta, porque les recuerda su falta de auténtico poder.
(c) La envidia suscita violencia: los sacerdotes no pueden robar a Jesús su prestigio, ni apoderarse de sus bienes, ni ocupar su puesto, pues no quieren ser como él (vivir en gratuidad). Pero tampoco pueden soportarle. Por eso le hacen morir, no para hacer lo que él hacia (ellos no quieren eso), sino para impedir que Jesús pueda acusarles con su vida y su palabra.
Hay una envidia que podríamos llamar «activa»: es la de aquellos que quieren apoderarse de los tesoros o bienes de los otros (dinero, puesto de trabajo), sin necesidad de matarles a ellos. Pero hay otra envidia que podemos llamar «reactiva» y que consiste en no soportar la existencia de los otros como tales, de manera que no podemos vivir tranquilos mientras ellos existan. Esta es la envidia de los sacerdotes que no tienen más autoridad que la que brota de su dominio sacral. Ellos representan el deseo impositivo (no la gracia de Dios) y por eso combaten al representante del Dios de la gracia. Su envidia es contagiosa: pone en marcha el proceso de Jesús y no termina hasta matarle, pues piensan que sólo matándole podrán vivir ellos tranquilos, sin que nadie les moleste.
LE MATARON POR PODER (IMPERIO POLÍTICO, ROMA)
Expongo aquí sólo una pequeña reflexión sobre la pregunta de Pilatos en Jn 18 (¿Eres tú rey?), pero el tema está al fondo de toda la historia de Jesús, que es una historia de la transformación del poder (kratos) en autoridad creadora de vida (ex-ousía). A Jesús le condena a muerte el gobernador de Roma, un poder que, al triunfar matando, se destruye a sí mismo. Por el contrario, al morir amando la autoridad de Jesús triunfa sobre el poder del mundo.
Un tipo de iglesia quiere mantener el poder como dominio, destruyéndose a sí misma. Éste es el tema central de mis comentario a Mc y Mt, el argumento de la Historia de Jesús. El proceso de Jesús, como intento de dominio del poder satánico de la mentira, sigue siendo sigue siendo el lugar donde se desvela y decide el sentido de la obra de Dios, de la verdad del hombre.
33Entró Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?». 34Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». 35Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; qué has hecho?». 36Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». 37Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». 38Pilato le dijo: «Y ¿qué es la verdad?». Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ninguna culpa (Jn 18, 33-38)
Los sacerdotes han entregado a Jesús por “envidia: No pueden soportar que haya otro “distinto” a su lado. Pilatos, representante del poder imperial romano, le condena en el fondo por lo mismos: Los poderosos no pueden suportar que haya más poderosos a su lado.
Poncio Pilato, Representantes del Rey/Emperador de Roma, le pregunta: ¿Tú eres Rey? Y Jesús contesta: Lo soy. Por eso he nacido y para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. (Jb 18, 37). Jesús identifica así el Reino de Dios con la Verdad, en sentido personal y social, material y espiritual, económico, político y religioso. Que cesen y acaben las mentiras y ocultamientos, de personas y pueblos, de iglesias y personas… de forma que cada uno se abra de un modo transparente ante los otros; que todos puedan mirar y ayudarse (sostenerse) unos a otros y en los otros, conforme al sentido de la palabra hebrea “emuná”, que significa verdad y fidelidad. En ese sentido, Jesús es Rey, porque viene a dar testimonio de la verdad…, no de una verdad metafísica o teológica, separada de la Vida, sino de la misma vida como transparencia de amor, en comunión de todos y con todos, fidelidad mutua.
Jesús es Rey (y todos podemos ser en él y con él reyes), siendo en verdad lo que somos, en gesto de transparencia, que es amor mutuo, conocimiento compartida, sin armas, sin secretos militares, sin dineros escondidos…
Ésta es la fiesta de la Iglesia, la fiesta de la Verdad . No se trata de decir que Jesús es la verdad y vivir después en un tipo de mentira jerárquica organizada… Se trata, simplemente, de vivir en verdad: Se trata de ser lo que somos, de no tener miedo de vivir en trasparencia, en salud expansiva, pues la verdad cura (en el tema de la pederastia, en el tema del dinero, en el tema del poder…).
Ésta es, significativamente, la primera palabra de Jesús (y del Nuevo Testamento) que se ha conservado hasta hoy, escrita en un pequeño papiro que se encontró en Egipto en los años 20 del siglo pasado y que y que se conserva en una biblioteca de Manchester, con el nombre de P. J. Rylands 52. Está escrito en la letra llamada “adriánica” (del tiempo de Adriano) y se debió escribir hacia el año 140 d.C. Ofrezco aquí el texto central, con imagen del papiro, quizá el mayor tesoro de la literatura cristiana primitiva:
«Soy Rey. Para eso he nacido y para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad»:ΒΑΣΙΛΕΥΣ ΕΙΜΙ ΕΓΩ ΕΙΣ ΤΟΥΤΟ ΓΕΓΕΝΝΗΜΑΙ ΚΑΙ ΕΙΣ ΤΟΥΤΟ ΕΛΗΛΥΘΑ ΕΙΣ ΤΟΝ ΚΟΣΜΟΝ ΙΝΑ ΜΑΡΤΥΡΗΣΩ ΤΗ ΑΛΗΘΕΙΑ (papiro Rylands 52).
Hay un poder que es Kratos, imposición y muerte. Ese es el poder de la mala teo-kracia, (la religión como poder que destruye), la mala y de la mala aristo-kratia o demo-kratia. Todo poder que domina es destructor, todo reino que se impone a la fuerza es mentira y muerte.
Jesús, en cambio, no tiene poder, sino autoridad mesiánica (exousia: cf. Mt 28, 16-20). No tiene poder sobre nadie, pero tiene autoridad para todos: para crear, cuidar, promover la vida en amor. Por eso, una iglesia que es “poder” (kratia) es perversa, es diabólica… El contrario, la iglesia ha de ser portadora de autoridad, de creación y mantenimiento de vida, como Dios, como Jesús.
Pilatos (poder imperial auto-krático) que se hace llamar divino es “demoníaco”. Por eso, condena a muerte, porque tiene miedo de la auténtica autoridad, creadora de vida.
En un contexto como aquel, obsesionado por pecados, faltas e impurezas, en un tiempo en que el templo de Jerusalén funcionaba como máquina de expiación y purificaciones, al servicio de la remisión de los pecados, Jesús vino a presentarse como un hombre a quien Dios mismo había enviado para dar testimonio de la verdad, anunciar así un Reino en el que todos los hombres y mujeres serían “reyes”, seres libres, abiertos a Dios por la verdad.
Ciertamente, Jesús utilizó la imagen del Reino de Dios, presentándose implícitamente como servidor y testigo de ese Reino, esto es, de Dios como Reypero no en sentido de dominio económico, social o militar, sino de servicio mutuo, ofreciendo a los hombres el testimonio de la verdad de Dios y del sentido de la vida. Por eso no vino anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando humanidad, desde Galilea, ofreciendo a los enfermos, marginados y pobres la Palabra, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Quiso así que todos fueran reyes, en un Reino fundado en la verdad de Dios y en la fraternidad entre los hombres.
LE VENDIERON POR DINERO (TENTACIÓN DE IGLESIA)
Fuerte es la envidia de los sacerdotes del templo, grande el poder destructor del imperio y los reyes del mundo (Roma). Pero mayor es según el evangelio es poder destructor del dinero (Mammón, antidios) Mt 6,24), tal como han puesto de relieve los evangelio de Marcos y Mateo. Así lo pongo de relieve en las reflexiones que siguen, que más que de un possible “Judas” concreto exponent el tema del riesgo supremo del dinero en el interior de la misma iglesia, representada por “uno de los doce”. A quien la tradición llama Judas.
La traición “económica” de Jesús no es un relato aislado, sino un argumento central de los evangelios. No es una historia del passado, sino una amenaza actual de la iglesia. Donde ella busca su dinero, abandonando a su suerte a los in-nocentes (=los no poderosos, los que no pueden dañar a otros) la iglesia se destruye (se suicida a sí misma)
El relato de Marcos (14, 10-11).
Judas Iscariote, uno de los doce, fue a hablar a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Ellos se alegraron al oírle y prometieron darle dinero; y andaba buscando una oportunidad para entregarle (Mc 14, 10-11).
Por aquello que ha dicho y ha hecho, Jesús ha roto la lógica monetaria de un tipo de judaísmo, propio de los “sacerdotes renteros” de 12, 1-12, que terminan entendiendo su misión en claves de dinero, y entre ellos se sitúa Judas que, en el momento decisivo, traiciona a Jesús y opta por los sacerdotes-escribas y Jesús, con quienes decide colaborar, suponiendo que es para bien del pueblo. Marcos no dice que él “pida” dinero, pero los sacerdotes se lo ofrecen, en la línea de los comensales de 14, 6, que calculaban el gesto de Jesús (y de la mujer de la unción) en clave monetaria. De esa forma retoma el motivo esencial del “escándalo” mesiánico de 10, 17-31, donde Jesús había dicho que humanamente hablando los ricos no podía entrar en el Reino de los Cielos.
Jesús ha condenado el dinero de los sacerdotes del templo (Mc 11, 15-17) y ha “devuelto” el dinero al César (12, 13-17) y así ha podido proclamar su mensaje de Reino, con plena libertad. De esa forma ha quedado en manos del dinero de los sacerdotes, que lo emplean para “comprarle” (condenarle a muerte). Es muy posible que, en principio, Judas no buscara dinero; pero Marcos sabe que, en el fondo, su gesto se inscribe dentro de la lógica del dinero, que es la que emplean los sacerdotes.
Él ha podido tener otros motivos para entregar a Jesús, pero Marcos piensa que en el fondo de su “traición” existe de hecho un tema monetario. Tanto él como los sacerdotes se oponen al proyecto de Jesús, y defienden un tipo de identidad nacional y religiosa que, en el fondo, se condensa en el dinero (es decir, en el poder). Probablemente, está decepcionado del camino que Jesús ha tomado, y responde como “buen” israelita, poniendo el caso en manos de los sacerdotes, a pesar de que Jesús, haya advertido en la cena: «En verdad os digo, uno de vosotros me entregará… uno que mete conmigo su mano en el plato» (cf. Mc 14, 18-20). Ciertamente, Judas ha sido un “personaje histórico”, pero el Nuevo Testamento, a partir de Marcos, le presenta como una figura teológica, es decir, como personificación de aquellos poderes del mal que se oponen a Jesús y le condenan a muerte, por razones que en el fondo se pueden condensar en el dinero (en contra de la unción de la mujer de 14, 3-9).
‒ Según Mc 14, 10-11, Judas no pide dinero por entregar a Jesús, pero los sacerdotes se lo ofrecen por hacerlo. Es como si ellos no tuvieran razones religiosas ni legales para condenar a Jesús, de manera que sólo pueden apelar al Dinero, que es en el fondo lo único que tienen, el único argumento al que pueden acudir, conforme a la acusación que les ha dirigido Jesús (Mc 11. 15-17: su templo es una cueva de ladrones),
‒ Por el contrario, según Mt 26, 15, es el mismo Judas quien empieza pidiendo dinero(¿Cuánto me dais si os lo entrego…?), como si el asunto de Jesús sólo pudiera resolverse con dinero, en contra de la gratuidad más alta del gesto de la mujer de la unción (cf. Mc 14, 3-9; Mt 26, 15). La tradición posterior nos dirá que Judas era un ladrón/avaro (cf. Jn 12, 3-6)[1].
‒ Los sacerdotes convinieron con Judas en treinta monedas de plata… (Mt 26,15). Esa referencia, que estará en el centro de la próxima escena del suicidio de Judas (cf. Mt 27, 3-10), se vincula con Zac 11, 12, donde las monedas se entienden como “salario del pastor mesiánico”. Es difícil precisar la cuantía del dinero que suponen, porque el texto dice que eran de plata , pero no precisa su identidad (podían ser denarios, dracmas, siclos) y su valor podía oscilar entre el salario mensual de un trabajador hasta el precio de un esclavo (cf. Ex 21, 32 LXX). No es fácil saber si este dato tiene un fondo histórico, ni si Judas “vendió” de hecho a Jesús por dinero, aunque es muy posible que, en principio, la causa de su entrega tuviera un carácter monetario, de tipo directo o indirecto[2].
Judas traiciona a Jesús por dinero (Mt 26, 14-15).Según el relato de Mc 14, 10-11, Judas no empieza entregando a Jesús por dinero, sino que son los sacerdotes los que se lo ofrecen. Por el contrario, según Mateo, la traición de Judas empieza siendo desde el principio por dinero:
Entonces, uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes y les dijo: ¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré? Ellos convinieron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces él buscaba oportunidad para entregarlo (Mt 26, 14-16)[3].
El tema económico se expresará de un modo más claro en la escena del suicidio (27, 3-10). Aquí aparece de forma inesperada, aunque por otra parte ya anunciada y prevista, no sólo por la referencia anticipadora de 10, 4, sino por los diversos textos en los que Mateo ha venido anunciando la entrega del Hijo del Hombre (17, 22; 20, 19; 22, 2). Los discípulos saben que será entregado, pero no quién lo hará (cf. 26, 21-25), pero los lectores de Mateo saben desde 10, 4 que es Judas, y así lo ratifica este relato. Mateo sigue aquí el texto de Mc 14, 10-11, pero con tres novedades:
‒ ¿Qué queréis darme…? Tema de dinero (26, 15). Según Marcos, Judas no comienza pidiendo dinero, pero los sacerdotes se lo ofrecen. En Mateo, en cambio, es el mismo Judas quien lo empieza pidiendo, como si el asunto de la entrega tuviera un componente monetario esencial, en la línea de la escena anterior (26, 6-13) donde se contraponía el gesto gratuito de la mujer y la actitud de los discípulos que la criticaban por haber derrochado el dinero del perfume. Pues bien, entre esos discípulos, sobresale ahora un Judas codicioso, que pide dinero (26, 15), en una línea que ha culminado en Jn 12, 3-6[4].
‒ Convinieron con él en treinta monedas de plata… (26,15). Esa referencia, que estará en el centro de la próxima escena sobre Judas (suicidio: 27, 3-10), se vincula con Zac 11, 12, donde las monedas se entienden como “salario del pastor mesiánico”. Es difícil precisar la cuantía del dinero que suponen, porque el texto no indica qué monedas son, sino sólo que son de plata , pudiendo ser denarios, dracmas, siclos…, con un valor que puede oscilar entre el salario mensual de un trabajador hasta el precio de un esclavo (cf. Ex 21, 32 LXX). No es fácil saber si este dato tiene un fondo histórico, ni si Judas “vendió” de hecho a Jesús por dinero, aunque es muy posible que, en principio, la causa de su entrega no fuera expresamente monetaria, sino de tipo mesiánico[5].
Suicidio de Judas (Mt 27, 3-10). Posible suicidio de la Iglesia.Judas entrega a Jesús en manos de los soldados de la guardia militar del templo (cf. Mt 26, 47-56), pero después, viendo que es condenado a muerte se arrepiente, pues no debía ser eso lo que él esperaba:
Entonces Judas, el que lo había entregado, viendo que era condenado, habiéndose arrepentido, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: He pecado entregando sangre inocente. Pero ellos dijeron: ¿Qué tiene que ver eso con a nosotros? ¡Allá tú! Entonces, arrojando las piezas de plata en el templo, salió de allí y marchándose se ahorcó. Los sumos sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No está permitido echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y, realizando una consulta, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. Por eso aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre. Así se cumplió lo que anunció el profeta Jeremías, diciendo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y las dieron para el campo del alfarero, como me ordenó el Señor (Mt 27, 3-9)[6].
A diferencia de Mateo, Lucas presenta una versión según la cual Judas no se suicida por remordimiento, sino que sufre un accidente y muere en el mismo campo que él había comprado con las monedas de la traición de Jesús:
Éste, pues, compró un campo con el precio de su iniquidad, y cayendo de cabeza, reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas. Y esto fue conocido por todos los habitantes de Jerusalén de forma que el campo se llamó en su lengua Hakeldamaj, es decir: Campo de Sangre” (Hch 1, 17-19).
Conforme a esta versión, el mismo Judas, con el dinero de su traición (cf. Lc 22, 5-6), compró un campo en el entorno de Jerusalén, como heredad entre los hijos de Israel. Ese campo suele situarse en el entorno de Jerusalén, quizá en la zona del valle de la Gehenna, con bruscos desniveles, por los que él habría caído, reventándose por medio y regando la tierra con su sangre, lo que explicaría el nombre del terreno (campo de sangre), vinculado en general con el Tophet, lugar de infausta memoria donde se realizaban los sacrificios humanos en tiempo de los reyes (cf. 2 Rey 23, 10; Is 30, 33; Jer 7, 31). Tras la entrega de Jesús, la vida de Judas carecería de sentido.
Según este relato de Lucas, Judas no se arrepintió, ni devolvió el dinero, sino que murió víctima de su codicia, despeñándose en la propiedad que habría comprado con el precio de la sangre de Jesús, pensando hacerse rico con ella, sin saber que derramaría allí su sangre. El nombre de esa propiedad significa en arameo Campo de Sangre, y se vincula no solo con la sangre de los antiguos sacrificios humanos que, según la Escritura, habían traído la ruina sobre Jerusalén, sino con la de Jesús y en especial con la de Judas. Mateo, en cambio, rehace esa tradición de Judas, insistiendo en su arrepentimiento.
Sea como fuere, la tradición cristiana ha conservado la memoria de una muerte trágica de Judas, por accidente (Lucas) o por suicidio Mateo), y la ha vinculado con el hecho de que él había entregado a Jesús por dinero. De todas formas, ninguno de los dos afirma que esa muerte haya sido un castigo, ni que Judas se haya “condenado eternamente” (a pesar de. Mt 26, 24). Desde ese fondo quiero desarrollar algo más la tradición de Mateo. Es muy posible que él, Judas, quisiera mediar entre Jesús y los sacerdotes, pero su misma historia (el destino de Jesús) le mostrará que esa solución no era posible. Miradas las cosas desde esa perspectiva, deberíamos afirmar que el tema del dinero (las treinta monedas) sirve para poner de relieve el fondo económico de la muerte de (aunque él, Judas, quería algo más que dinero)[7].
‒ Arrepentimiento sin posible cambio por lo hecho… (27, 3). La reacción de Judas parece indicar que él no esperaba que los sacerdotes reaccionaran de esa forma, y entregaran a Jesús en manos de Pilato, para que le crucificara. En esa línea, podríamos decir que Judas se arrepiente de las consecuencias de su gesto (que Jesús haya sido condenado por los sacerdotes, sin algún tipo de entendimiento con ellos).
‒ Quiso devolver las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a ancianos, diciendo: He pecado entregando sangre inocente… (27, 4). De esa forma indica Judas que él no quería que condenaran a Jesús a muerte, desmarcándose de los sacerdotes y ancianos en quienes había confiado, presentando a Jesús como “sangre inocente” (ai-ma avqw/|on), en palabra de inmensa carga teológica. Pero los sacerdotes no aceptan su arrepentimiento, sino que abandonan a Judas, su aliado anterior, dejándole sin salida alguna, en medio de su pecado.
‒ Suicidio: Entonces, arrojando las monedas de plata en el templo, salió de allí y marchándose se ahorcó (26, 5). Judas no se ahorca por haber entregado a Jesús en manos de los sacerdotes (de lo que está arrepentido, como ha señalado el texto), sino por el rechazo de los sacerdotes y ancianos de Jerusalén. Ha negociado con ellos, buscando quizá la mejor solución para Jesús, pero ahora descubre que le han traicionado, condenándole a Jesús a muerte y desentendiéndose de él (de Judas). Estos sacerdotes y ancianos se muestran inflexibles ante Jesús, a quien han condenado ya, y ante Judas, a quien abandonan tras haberle utilizado, no queriendo (no pudiendo) ofrecerle ningún tipo de ayuda.
‒ El destino de Judas no es sólo cuestión de dinero. Ciertamente, él ha negociado con los sacerdotes y lo ha hecho por “treinta monedas”. Pero al final, ante la condena de Jesús, descubre que las monedas no sirven, pues la vida y muerte de Jesús no es dinero. Por eso quiere devolverlas y, viendo que los sacerdotes no las aceptan, las arroja en el templo, cerrando así un círculo monetario que había comenzado en 21, 12-13, cuando Jesús arrojaba por el suelo las monedas de aquel mismo templo, porque servían para robar y comprar/vender la vida de hombres. Siguiendo a Jesús, también Judas arroja en el suelo del templo las monedas que han servido para vender a su maestro. Ciertamente, en teoría, él podía haber dado esas monedas a los pobres, como dijo Jesús al joven rico (19, 16-22), para seguir a Jesús…, o podía haberlas empleado para ungirle, como la mujer de la casa de Simón Leproso (cf. 26, 6-13); pero él no ha entendido a Jesús de esa manera y por eso “devuelve” el dinero de su venta al templo, pues no le queda ya ningún camino de vida en la tierra.
‒ Un suicidio digno. Tras devolver el dinero, sabiendo que Jesús ha sido condenado, Judas no tiene más salida “humana” que el suicidio, pues “más le valiera no haber nacido” (26, 24). Ese suicidio no se puede interpretar desde la nueva experiencia cristiana de la gracia radical de Jesús que todo lo perdona, sino desde una perspectiva de Antiguo Testamento donde se pensaba que ante algunas acciones, situaciones y equivocaciones no existe mejor solución que matarse. En este línea se entienden algunos suicidios bíblicos, como los de Abimelec (Jc 9, 54), Sansón (Jc 16, 30), Saúl (1 Sam 31, 4-5), Ajitófel (2 Sam 17, 23), Eleazar (1 Mc 6, 4), Tolomeo Macrón (2 Mac 10, 13) y Razis (2 Mac 14, 42-46), que en general no han sido condenados (a pesar de la reflexión que realiza Sara en Tob 3, 10, que nos sitúa ya en otro contexto).
A diferencia de Lucas (cf. Hch 1, 16-20), que ha contado la muerte de Judas como anécdota circunstancial (consecuencia de un destino fatídico), a través de una especie de talión intrahistórico (¡por caída casual en el campo comprado con el dinero de la venta de Jesús!), Mateo entiende esa muerte como signo y consecuencia de una contradicción que Judas no ha sabido resolver, y que está vinculada a las treinta monedas de la traición, que él arroja en el templo y que los sacerdotes utilizan para comprar un cementerio (27, 6-10). A diferencia de Judas, los sacerdotes no se arrepienten ni suicidan, sino que mantienen su condena de Jesús y encuentran una forma de “blanquear” el dinero de la traición, retomando el motivo del “campo de sangre” (=cementerio) que aparecía en Hch 1, 17-18.
Judas ha arrojado las treinta monedas en el templo, un lugar de sacralidad ambigua, por no decir negativa, intentando así liberarse de ellas (son precio de muerte). Evidentemente, los sacerdotes deben recogerlas, y darles un uso que responde a su visión de la santidad. Ellos, que no han dudado en acudir a medios falsos para condenar a Jesús (cf. 26, 69-60), parecen ahora cuidadosos, amigos de la legalidad, en lo referente al dinero de la entrega de Judas. ¡Condenan a muerte a Jesús, y sin embargo quieren presentarse como limpios ante el uso del dinero que han pagado a Judas por su entrega! ¡Han convertido el templo en cueva de bandidos (21, 13), pero quieren fingir que son moralmente intachables! En ese contexto, la “suerte” de esas monedas es un símbolo del juicio de Jesús, y del judaísmo de templo.
De esa manera culmina la tradición de la “entrega de Judas” y de las treinta monedas, entretejida por un lado con la profecía israelita (con elementos de Zacarías y de Jeremías) y reinterpretada desde la historia cristiana de Jerusalén, retomada de formas distintas, aunque convergentes por Hch 1, 16-20 y Mt 27, 3-10. Los cristianos sabían que existía en la ciudad un cementerio llamado Hakeldamaj, Campo de Sangre, y lo vincularon con el dinero de la entrega de Jesús y con la muerte de Judas, que habría sido enterrado allí (con el campo del alfarero de Jer 18, 2-3, lleno de referencias a la destrucción y recreación del pueblo, y con la cita de Zac 11, 12-13 sobre las treinta monedas). De esa manera quisieron mostrar, de formas complementarias algo que resultaba importante (y evidente) para ellos: Al condenar a muerte a Jesús, los sacerdotes y ancianos de Jerusalén convirtieron su ciudad en un tipo de “cementerio”, un lugar dominado por la muerte “hasta el día de hoy”[8].
BIBLIOGRAFÍA
Blinzer, J., El proceso de Jesús, Litúrgica, Barcelona 1958
Brandon, S. G. F., The Trial of Jesus, Stein and Day, New York 1968
Brown, R. E. La muerte del Mesías I-II, Verbo Divino, Estella 2004/2006
Crossan, J. D., Who Killed Jesus?, Harper, San Francisco 1996; Los orígenes del cristianismo, Panorama, Sal Terrae, Santander 2002
Juel, D., Messiah and Temple: The Trial of Jesus in the Gospel of Mark, Scholars P., Missoula MO 1977.
Pikaza, X., Evangelio de Marcos, VD, Estella 2012; Evangelio de Mateo, VD, Estella 2016; Economía y teología, no puedes serir a Dios y el dinero, Sal Terrae, Sanander 2019
Legasse, S., El proceso de Jesús, I-II. I: La historia. II. La Pasión en los cuatro evangelios, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995/6
Schürmann, H., ¿Cómo entendió y vivió Jesús su muerte?, Sígueme, Salamanca 1982; El destino de Jesús. Su vida y su muerte, BEB 109, Sígueme, Salamanca 2004.
Winter, P., El proceso a Jesús, Muchnik, Barcelona 1983
NOTAS
[1] Con esta referencia más expresa al dinero no se niega la responsabilidad de Judas, sino que se profundiza y se sitúa en un contexto de pecado económico, que atraviesa todo el evangelio, desde la llamada radical a la pobreza que se expresa en la oposición entre Dios y la Mamona (6, 19-24), pasando por el desprendimiento de los misioneros (10, 9), con la exigencia de venderlo todo y dárselo a los pobres para alcanzar la vida (joven rico: 19, 16-22), hasta el gesto de Jesús en el templo, cuando derriba las mesas de los mercaderes (21, 12-13). Este Judas codicioso (cf. 26, 9), es la antítesis de lo que debía ser un discípulo de Jesús, y de esa forma acude a los sacerdotes, que son los que controlan el dinero.
[2] Ese motivo nos sitúa en la raíz del evangelio, tal como se expresa en las dos últimas antítesis (5, 38-48), en las que Jesús pide a los suyos que superen el talión o principio de equivalencia, que se expresa de manera privilegiada y (casi) constante en claves de dinero. De manera lógica, allí donde quieren “eliminar” a Jesús, los sacerdotes apelan al dinero como medio para “comprar” la colaboración de los miembros de su movimiento.
[3] Sobre Judas, cf. H. L. Goldschmidt y M. Limbeck, Heilvoller Verrat? Judas im Neuen Testament, KBW, Stuttgart 1976; R. B. Halas, Judas Iscariot: A Scriptural and Theological Study of His Person, His Deeds, and His Eternal Lot, Cath.U. Washington DC 1946; H. J. Klauck, Judas—Ein Jünger des Herrn, Herder, Freiburg 1987; K. Lüthi, Judas Iskarioth in der Geschichte der Auslegung, Zwingli, Zürich 1955; G. Schwarz, Jesus und Judas, BWANT 123, Stuttgart 1988; E. Taylor, The name ‘Iskarioth’ (Iscariot), JBL 129 2010) 367–383; H. Wagner (ed.), Judas Iskariot: Menschliches oder Heilsgeschichtliches Drama?, Knecht, Frankfurt 1985.
[4] Con esta referencia más expresa al dinero no se niega la responsabilidad de Judas, sino que se profundiza y se sitúa en un contexto de pecado económico, que atraviesa todo el evangelio, desde la llamada radical a la pobreza que se expresa en la oposición entre Dios y la Mamona (6, 19-24), pasando por el desprendimiento de los misioneros (10, 9), con la exigencia de venderlo todo y dárselo a los pobres para alcanzar la vida (joven rico: 19, 16-22), hasta el gesto de Jesús en el templo, cuando derriba las mesas de los mercaderes (21, 12-13). Este Judas codicioso (cf. 26, 9), es la antítesis de lo que debía ser un discípulo de Jesús, y de esa forma acude a los sacerdotes, que son los que controlan el dinero.
[5] Según Mt 6, 24, los motivos centrales del movimiento de Jesús (de la novedad de su evangelio) acaban vinculándose al dinero. Mateo piensa que, en el fondo, un tipo de judaísmo contrario a Jesús, se encuentra movido por motivos económicos. De manera lógica, allí donde quieren “eliminar” a Jesús, los sacerdotes apelan al dinero como medio para “comprar” la colaboración de los miembros de su movimiento.
[6] Cf. Brown, La muerte II, 1394-1418; W. Klassen, Judas. Betrayer or Friend of Jesus?, Fortress, Minneapolis 1996; H. J. Klauck, Judas – ein Jünger des Herrn, QD 111, Freiburg 1987; Judas der Verräter?Eine exegetische und wirkungsgeschichtliche Studie, ANRW 26/1 (1992) 717-740; H. Maccoby, Judas Iscariot and the Myth of Jewish Evil, Free Press, New York 1991; W. Popkes, Christus traditus. Eine Untersuchung zum Begriff der Hingabe im NT, ATANT 49, Zürich 1967; G. Schwartz, Jesus und Judas, Kohlhammer, Stuttgart- 1988.
[7] En esa línea puede tener parte de verdad la tradición del Evangelio Apócrifo de Judas, conocido por algunos Padres de la Iglesia (Ireneo, Hipólito, Pseudo Tertuliano, Epifanio de Salamina), y “redescubierto” en Egipto, siendo guardado, vendido y revendido y, por fin, presentado y publicado, con gran aparato propagandístico, el año 2007, por R. Kasser, M. Meyer y G. Wurst, The Gospel of Judas, together with the Letter of Peter to Philip, James, and a Book of Allogenes from Codex Tchacos, National G., Washington DC, 2007. Según esa tradición, Judas habría iniciado a Jesús en la comprensión más honda de la revelación de Dios. Cf. F. García Bazán, Evangelio de Judas. Edición y Comentario, Trotta, Madrid 2007; F. Bermejo, El evangelio de Judas, Sígueme, Salamanca 2012.
[8] En ese contexto han introducido e interpretado los cristianos el destino de Judas, entendido como accidente fatal, de sentido trágico (Hechos), o como suicidio honorable de un hombre arrepentido (Mateo), vinculándola en ambos casos con aquel Campo de Sangre (de culpa), el Campo del Alfarero (lugar de destrucción). Quien más y mejor ha interpretado el tema ha sido Mateo, que ha destacado el arrepentimiento y suicidio humanamente inútil, aunque honroso, de Judas, que no ha logrado superar el “círculo de muerte” de los sacerdotes de Jerusalén, ni asumir el camino de resurrección que iniciará Jesús.
La historia de Judas no se cierra con su muerte, ni con la compra del cementerio con el dinero de sangre de Jesús, sino que se incluye (y puede recrearse) desde la entrega fiel de Jesús, de la que seguirá hablando el evangelio, pero con dos grandes diferencias. (a) Jesús no se suicida cuando descubre el fracaso de su intento, sino que entrega su vida hasta la muerte, poniéndose dolorosamente en manos de Dios. (b) A Jesús le enterrarán, quizá (al menos simbólicamente), en el mismo Hakeldamaj o cementerio para extranjeros y ajusticiados que compraron los sacerdotes con el dinero de Jesús (el dinero de su venta), pero su memoria no se guardará en una tumba (hasta el día de hoy), sino en la resurrección. Según todo eso, Judas aparece quizá como el personaje más cercano a Jesús (incluso más que el mismo Pedro), aunque con un destino opuesto al suyo, de manera que hemos podido compararle con Ajitófel (cf. 2 Sam 17), que fue consejero de David, pero al final conspiró en contra de él (quizá por diferencias familiares), y se suicidó (se ahorcó como Judas) al ver que no había triunfado su conjura. Tanto Ajitófel como Judas son dos personajes complejos, con elementos indudablemente positivos, y sus historias pueden y deben recuperarse unidas.
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