Jueves Santo. Ni Grial ni Mantel, nosotros somos la Cena de Cristo
Del blog de Xabier Pikaza:
“Jesús en nosotros, desde y con los pobres, excluidos, oprimidos y perdidos de la tierra”
Los de Valencia dicen que el Grial, del que bebieron Jesús y sus discípulos, es suyo. Los de Coria (Cáceres) responden que el paño o mantel lo tienen ellos. Pero los cristianos creemos que la Eucaristía de Jesús o Jueves Santo, somos nosotros mismos.
Jesús nos hizo para siempre sus amigos (su sangre y cuerpo) en la Última Cena, confiándonos así su testamento: “Vosotros sois yo, yo soy vosotros”. Por eso, la Eucaristía no es un Grial ni un Paño, ni siquiera un rito separado, sino nuestra existencia, en comunión del pan y vino (comida, bebida), con los hombres y mujeres en Cristo.
No está de más el paño, ni el cáliz, pero la Eucaristía es Jesús en nosotros, nosotros en él, y unos en otros, desde y con los pobres, excluidos, oprimidos y perdidos de la tierra. Comer con ellos, compartiendo vida, desde y con Cristo, ésa es la verdad del evangelio (Gálatas 2, 5.14).[1]
No es sólo rezar unos al lado de los otros, sino “compartir la comida” (syn-esthiein, dice Pablo), de forma que seamos con Jesús comida/vida compartida.
Así define Jesús su evangelio, desde la bienaventuranza de los hambrientos (Lc 6,21-22 par.) hasta la bendición de Mt 25,31-46, donde dice: Venid, benditos, porque tuve hambre y me disteis de comer…”.
Éste es el amor real, Cena que recrea y enamora el Jueves Santo,fiesta cristiana de Eucaristía[1]. De ello trata lo que sigue, de manera algo más técnica, siguiendo el texto de La Palabra se hizo carne (=eucaristía”), ampliado al final con algunas notas técnicas. Buen Jueves Santo a todos
De Jesús a Pablo
Las palabras de la cena (Mc 14, 22-25 par) retoman el mensaje y vida de Jesús, es decir, su “novedad mesiánica”, como reinterpretación de la pascua judía, que habían querido celebrar sus discípulos. En su forma actual esas palabras sólo han podido fijarse (como recuerdo histórico y texto litúrgico), desde una perspectiva pascual, según estos cuatro momentos [2]:
− Cena (comida). Jesús celebró con sus discípulos una cena de solidaridad y despedida, marginando (superando) los rituales de la pascua nacional judía (cordero sacrificado), para insistir en el pan compartido (multiplicaciones) y el vino del Reino. Es probable que esa cena tuviera un carácter dramático, y marcara una ruptura entre el ideal/camino de Jesús y la propuesta real de sus discípulos (que seguían buscando un triunfo político/mesiánico). Sea como fuere, ella es el centro de la Historia de Jesús.
− Primera comunidad. Los seguidores de Jesús mantuvieron y actualizaron (celebraron) su signo en las cenas/comidas comunitarias, centradas en el pan compartido y, de un modo especial, en el vino de la promesa del Reino. Esas cenas eran momentos fuertes de celebración de Jesús resucitado, a quien sus seguidores descubrían al juntarse y recordarle en el pan de su proyecto/mensaje y en el vino de la esperanza del Reino. En este momento, las “eucaristías” se identificaban con las mismas reuniones de oración, recuerdo y comida de las iglesias (en ese fondo puede situarse Mc 14, 3‒9).
− Comunidades helenistas (Pablo). En un momento dado, que podemos conocer de algún modo por Pablo (1 Cor 11, 23-26), algunas comunidades de Jerusalén y Damasco, de la costa palestina y de Fenicia y después en Antioquía “descubrieron” (encontraron, desplegaron) un sentido especial en los signos de la cena, como memoria de Jesús, interpretando el pan como “cuerpo mesiánico” (sôma)del Cristo y el vino de la promesa del reino como “copamesiánica” (sangre–haima) de la nueva alianza que Dios ha realizado en y por Cristo [3].
− El evangelio de Marcos recoge esa tradición de las comunidades y de Pablo y la integra en la historia de Jesús, en el contexto de su cena histórica, situando en un contexto biográfico la afirmación central de Pablo: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan…» (1 Cor 11, 23). En el fondo de esa “entrega histórica” (descrita bien por Marcos) recibe su sentido el signo del pan como cuerpo mesiánico y del vino como sangre de la alianza.
Jesús y la Iglesia no han tenido que crear los signos, estaban ahí, el pan y el vino de las fiestas judías y de la última cena, que pueden relacionarse con la pascua judía, pero recibiendo nuevo sentido, en la línea de la entrega de Jesús por el reino.
1 Cor 11, 23-25
- 23 Yo recibí del Señor lo que os he transmitido:
- el Señor Jesús, la noche en que fue entregado,
- tomó pan, 24 y dando gracias, lo partió y dijo:
- – Esto es mi Cuerpo (dado) por vosotros.
- +Haced esto en memoria mía.
- 25 De igual modo el cáliz, después de cenar diciendo:
- – Este cáliz es la Nueva Alianza en mi Sangre.
- +Haced esto… en memoria mía
Mc 14, 22-2
- 22 Y estando ellos comiendo, tomando pan, bendiciendo, lo partió y se lo dio y dijo:
- – Tomad, esto es mi Cuerpo.
- 23 Y tomando (un) cáliz, dando gracias, se lo dio y bebieron todos de él. Y les dijo:
- −Ésta es la sangre de mi alianza derramada por muchos
Marcos presenta estas palabras a modo de conclusión y compendio del evangelio, para indicar que aquello que Jesús había comenzado a realizar, proclamando su mensaje (1, 14-15), lo ha culminado y ratificado al fin, al presentarse como pan y vino de Reino para nueva comunidad mesiánica. Pablo, en cambio, sitúa esas palabras en un contexto de “celebración ritual” de la Iglesia, añadiendo que él ha recibido del Señor (parelabon apo tou kyriou) la tradición que ha transmitido (ho kai paredôka hymin), de manera que puede ofrecer y ofrece una formulación nueva de la “Cena del Señor” (kyriakon deipnon: 1 Cor 11), sin limitarse a repetir lo que decía la comunidad anterior, sino aportando lo que ha recibido por revelación pascual [4].
Según eso, Pablo no transmite sólo aquello que Jesús pudo haber hecho en su historia, sino algo que él conoce y recrea por revelación creyentes, asumiendo y ratifica la tradición de su iglesia, en contra de lo que hacían en Corinto algunos grupos de cristianos que se enfrentaban y dividían entre sí por la comida (1 Cor 11, 17-23). A diferencia de esos corintios divididos (unos comen mientras otros pasan hambre), Pablo quiere que la Cena del Señor unifique a todos los creyentes en el recuerdo y gesto pascual de Jesús, a partir del pan y el vino. En esa línea resulta esencial la referencia a la “noche de la entrega”, pues el Señor de la Cena es el mismo Cristo entreado [5].
Mc 14, 22b. El pan de la cena.
Este signo (y tomando el pan…) actualiza el gesto de las multiplicaciones (cf 6, 30-44; 8, 1-10), que los discípulos no habían entendido (cf 8, 21), y que ahora deberían entender, aunque veremos por lo que sigue que tampoco ahora lo entienden:
− Y tomando (labôn: cf Mc 6, 41; 8, 6). De los panes y peces de las multiplicaciones pasamos al pan de la última cena de Jesús que, al partirlo y com‒partirlo, se da a sí mismo, para crear de esa manera el cuerpo mesiánico. Como he dicho ya, entre las multiplicaciones y la eucaristía se establece un camino de ida y vuelta: sólo se multiplica el pan allí donde el creyente entrega su vida, volviéndose comida y creando comunión con (para) ellos (como hace Jesús). El signo central de la pascua judía era el cordero sacrificado y compartido en familia de puros.Por el contrario, la pascua cristiana se centra en el pan que Jesús ofrece a todos, ofreciéndose a sí mismo por/con ellos [6].
−Y dijo: tomad. Ha desaparecido el cordero como signo de unidad y comunión del pueblo y en su lugar aparece Jesús con un pan (como si él mismo fuera, y es, pan). Ya no pronuncia una palabra y signo de sacralidad antigua sobre un cordero entendido como expresión y presencia de Dios en el Éxodo, sino que “crea” una nueva sacralidad, que se identifica con su vida compartida en forma de pan (en la línea de lo dicho en otro contexto por Hebreos, cf cap. 19). La sacralidad mesiánica es la vida, simbolizada en un pan, que es cuerpo regalado (labete, tomad), de forma que hombres y mujeres no se vinculan ya con palabras de doctrina, ni con simples ideales de futuro sino con el pan de su vida, que es la de Jesús, la de la Iglesia [7].
− Esto es mi cuerpo (sôma). Jesús personaliza la experiencia del pan, cuya importancia aparecía en las multiplicaciones y en la ayuda a los pobres diciendo: «Esto (=el pan que llevo en mis manos) es mi propio cuerpo», mi verdad, el sentido de mi vida. Gramaticalmente el sujeto puede ser la última palabra de la frase, de manera que podemos traducirla: «Mi cuerpo (=mi vida mesiánica, mi reino) es este pan que llevo en la mano y que os doy para que lo compartáis»[8].
De esa forma, en proceso de fuerte radicalización mesiánica, Jesús aparece como realidad y sentido (contenido y soporte personal) de su obra, entendida en forma sacramental, con el pan como signo supremo de su vida. Por eso, al culminar su camino, Jesús ha podido identificarse con el pan que ofrece incluso a quienes van a traicionarle, fundando la iglesia sobre su cuerpo convertido en fuente de existencia (encuentro) para todos los hombres y mujeres. Ésta es la señal que los fariseos (y los discípulos) no habían entendido (Mc 8, 11-21). Lo que Jesús había iniciado en Galilea (multiplicaciones) lo cumple ahora en Jerusalén, ofreciendo su sacramento a la Iglesia [9].
Mc 14, 23-24. Profundización eucarística, el cáliz.
Marcos había interpretado ya el cáliz como “bautismo”, es decir, como muerte a favor del Reino (cf 10, 35-45). En ese contexto había añadido que Jesús, Hijo del Hombre, «ha venido a servir a los demás y a dar su vida (psykhê) como redención por muchos (anti pollôn)» (10, 45). Desde ese fondo entiende el sacramento del vino, interpretado como “sangre” en el sentido radical de “vida” (Gen 9, 4-5; Lev 17, 11.14; Dt 12, 23). Por eso (a diferencia de Pablo), él identifica el cáliz con la sangre (vida) de Jesús y no sólo con su alianza:
− Tomando (un) cáliz (potêrion)… Cáliz es un utensilio (copa o vaso), y también la bebida que contiene (cf Mc 7, 4). Preguntando a los zebedeos si estaban dispuestos a beber el cáliz que él iba a beber (cf 10, 38-39), Jesús lo identifica con la entrega de la vida. Más tarde, el relato de Getsemaní (14, 36: ¡aparta de mí…!) presenta el cáliz como expresión de fidelidad hasta la muerte. Esta palabra, entendida en sentido más sacral (cáliz) o más profano (copa), implica una experiencia de solidaridad y comunión, el don de la vida regalada, compartida.
− Dando gracias, se lo dio. Jesús interpreta su vida como copa/cáliz que ofrece a sus discípulos, de forma que todos beben de ella y se comprometen a compartir su destino. En este contexto, beber su cáliz significa asumir el gozo, pero también el riesgo y entrega del evangelio, en generosidad o donación de vida. En esa línea, Jesús ha querido que su recuerdo quede vinculado a una celebración de solidaridad, esto es, de comunicación gozosa, simbolizada en el vino que él ofrece y que ellos reciben y comparten, asumiendo su destino [10].
− Y les dijo: ésta es la sangre (haima) de mi alianza (moutêsdiathêkês). No es la sangre de la generación biológica (como la de Abraham, y los Doce patriarcas, con sus descendientes carnales, en la línea de Jn 1, 13, donde ella se identifica en el fondo con el semen), ni es tampoco la sangre ritual de los sacrificios de animales muertos, pues el gesto y palabra de Jesús transciende ese nivel, sino el signo de la alianza que él realiza ofreciendo su vida (su camino) a los marginados de Israel y a los malditos (enfermos, pecadores) de la tierra, no una sangre de muerte, sino de vida intensamente regalada y compartida [11].
− Derramada por muchos (hyper pollôn), como en Mc 10, 45. Muchos tiene aquí el sentido de «todos», a diferencia de Pablo, que habla a su iglesia, en un contexto litúrgico, y dice que el pan/cuerpo es “por vosotros”, los que participan en la cena (¡sin negar que pueda ser también por todos!). Marcos sitúa la cena en un contexto biográfico más amplio, afirmando que la sangre de Jesús se derrama (ofrece) «por muchos», un término que, pudiendo tomarse en perspectiva cerrada (los muchos o numerosos son en Qumrán lo miembros del propio grupo), se entiende aquí en perspectiva abierta, pues muchos no se opone “otros” (una minoría separada), sino que tiene un sentido de totalidad, refiriéndose a todo Israel, y la humanidad a la que Dios ofrece en Jesús la nueva alianza, como puede verse en Is 53-54, y en todo Marcos (cf 13, 10; 14, 9)[12].
Derramar la sangre significa dar la vida, ponerla al servicio del reino de Dios (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 32-34. 45), una sangre que es la persona entera (Lev 17, 11), entendida en sentido integral, en forma de resurrección y comunicación, como he puesto de relieve al hablar de la vida de Jesús tras la muerte (cap. 17). La alianza entre los hombres consiste en que unos transmitan su vida a los otros, y la compartan así, en camino de Reino, en sentido radical, algo que sólo aquí, en el cristianismo, ha venido a expresarse y realizarse en forma “sacramental”, como experiencia de resurrección, esto es, de vida de unos en otros (cf cap. 17. 28).
El mensaje y camino del evangelio no se traduce en forma de interioridad gnóstica, ni de imposición mesiánica (como reino político y dominio sobre otros pueblos), sino de comunicación de vida, tal como se expresa en el rito de la cena, en el que Jesús aparece, por un lado, como Mesías individual, identificándose al mismo tiempo con sus discípulos, como ha puesto de relieve el sermón de la cena de Jn 13‒17, de manera que lo que él ha hecho (dar su vida por los demás) han de hacerlo igualmente sus discípulos. En ese sentido, siendo “celebración de Jesús”, la eucaristía es celebración de su iglesia, de tal forma que cada cristiano ha de entregar (regalar) su vida por y con los otros, en el gesto concreto de compartir el pan y el vino como “cuerpo y sangre” de Jesús resucitado, resucitando así unos en otros.Ésta es la fiesta del pan, fiesta del vino, Jesús Eucaristía,Jueves Santo.
NOTAS
[1] No todas las iglesias celebraron desde el principio de igual forma ese signo eucarístico de “comunión carnal” de los creyentes entre sí y con Cristo, pero todas al fin lo aceptaron, de manera que ha venido a convertirse con el bautismo en sacramento esencial del cristianismo. En esa línea se puede afirmar que la Biblia es en el fondo y ante todo el “libro sacramental” de la Cena/Comida de Jesús (y de su Bautismo).
[2] Cf J. L. Espinel, La Eucaristía del NT, San Esteban, Salamanca 1980; J. Jeremias, La última Cena, Cristianad, Madrid 1980; F. J. Leenhardt, Ceci est mon corps, Delachaux, Neuchâtel Paris 1955; X. León Dufour, La fracción del pan, Cristiandad, Madrid 1983; X. Pikaza, Fiesta del pan, fiesta del vino, Verbo Divino, Estella 2005; Comentario a Marcos y Mateo, Verbo Divino, Estella 2012 y 2017; E. Nodet y J. Taylor, The Origins of Christianity, Liturgical Press, Collegeville MI 1998; R. Pesch, Das Abendmahl und Jesu Todesverständnis, Herder, Freiburg 1978.
[3] Pablo afirma que “ha recibido del Señor” (parelabon apo tou Kyriou: 1 Cor 11, 23) la “identidad y sentido” de la Cena. (a) En un plano, al afirmar que ha recibido la tradición eucarística “del Señor”, Pablo podría estar indicando que ha sido el mismo Jesús quien le ha revelado el sentido de su “cena” mesiánica (cf cap. 18). (b) Pero, en otro plano, se puede y debe afirmar que Pablo ha “recibido” esa experiencia litúrgica a través de la comunidad helenista, que la ha transmitido como palabra del Señor.
[4] Pablo emplea esa misma palabra (recibí, parelabon) en otras dos ocasiones. (a) En 1 Cor 15, 3 afirma que ha transmitido a los corintios lo que había recibido, pero sin añadir “del Señor” (apo tou kyriou), refiriéndose a la formula pascual, comentada en cap. 17 (que Cristo había muerto, que había sido enterrado etc.). (b) En Gal 1, 12, en un texto de fondo más polémico, Pablo asegura que no ha recibido (parelabon) el evangelio a través de hombres, sino por revelación de Jesucristo. En ambos casos puede haber un tipo de “tradición” humana, pero según Pablo, en el fondo de ella viene a darse una “revelación” de Cristo y de su Iglesia, como en 1 Cor 11, 23.
[5] Pablo escribe un texto litúrgico (no una biografía mesiánica) y por eso, a diferencia de Marcos, transmite por dos veces (en referencia al pan y al vino) el mandato de la repetición “anamnética”: haced esto en memoria mía. (a) De esa forma vincula el don de la vida de Jesús con el pan, del que dice: «Esto es mi Cuerpo (sôma) por vosotros (hyper)»; así sobreentiende que es un cuerpo “dado por” (regalado), un cuerpo cuya esencia misma es “don”, no para reparar un posible pecado ante Dios, sino para expresar su amor, en la línea de Gal 2, 20, donde Pablo afirma que ya “no vive en sí mismo, sino en Cristo, el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (agapêsantos me kai paradontos eauton hyper emou).
El pan de la cena es según eso “el cuerpo del Hijo de Dios hyper emou” (dado por mí, por vosotros). (b) Él no interpreta directamente el cáliz (vino) como sangre, sino como nueva alianza en mi sangre (kainê diathêkê en tô emô haimati), evitando el horror que los judíos podían sentir por la sangre, pues el cáliz no es la sangre del Kyrios, sino “la nueva alianza” que se expresa en ella. Lo que en la Cena se celebra no es por tanto “la sangre material” (derramada), sino la nueva alianza, en perspectiva escatológica, pues muchos judíos esperaban esa nueva alianza que Jer 31, 31 había prometido para la culminación de Israel.
[6] Este sacramento o signo de Jesús se expresa y expande en la vida de la Iglesia. De todas formas, en medio de la continuidad hay una profunda diferencia. Antes, en las multiplicaciones, Jesús daba el pan a los discípulos para que ellos lo repartieran a la muchedumbre, en gesto de servicio. Ahora les ofrece su propia vida como pan, para que ellos coman, creando con él una comunidad somática (un cuerpo).De la historia de su pueblo (y de los pueblos de occidente) le ha llegado a Jesús el signo del pan compartido. Con el pan en la mano le hallamos, completando el signo de la mujer del vaso de alabastro, que llevaba perfume (Mc 14, 3‒9). No necesitó cordero pascual y tampoco se dice que tomara ázimos, como he precisado en cap. 16, de forma que su “cena” no ha de entenderse como pascua judía, como culminación de su camino mesiánico. Jesús aparece así, al fin de su vida, como mesías del pan compartido y del vino de la alianza final de la vida entregada en amor por los hombres.
[7] Jesús les invita a compartir el pan, expresando así su más honda palabra, y lo hace de una forma personal, de manera que su palabra se identifica con el mismo pan. No empieza separando a sus discípulos del mundo, para que así puedan comer el alimento puro de las comidas sagradas del pueblo elegido (en la línea de algunos grupos esenios como el de Qumrán), sino que les invita a recibir con gozo su pan, para vincularles en fraternidad (alianza) de reino.
[8] La mujer del vaso de alabastro le había perfumado sin decir nada, pero su gesto resultaba suficientemente claro, de manera que él pudo definirlo diciendo: «Ha ungido mi cuerpo para la sepultura», suponiendo así que su cuerpo no queda allí encerrado, en recuerdo funerario, sino que se expande en todo el mundo, en forma de evangelio, vinculado a la memoria de lo que ha hecho esta mujer (14, 8). Pues bien, dando un paso más, podemos y debemos afirmar que la verdad de ese cuerpo de Jesús se expresa y actualiza en el pan que se parte (se entrega y comparte), para vincular en vida y esperanza a los hombre por (para) el Reino.
[9] La tradición de Marcos y Mateo no añade esa palabra (dado por vosotros), porque el signo resulta en sí claro. Jesús da su pan “a quienes lo aceptan”, es decir, en aquel contexto, “a vosotros”. Al añadir esas palabras, Pablo (por vosotros, to hyper hymôn) y Lucas (dado por vosotros, to hyper hymôn didomenon) expresan algo implícito en el signo más amplio del cuerpo ofrecido y comido, compartido y gozado, en el borde de la muerte, como pan que funda amistad y convivencia humana. En el contexto de Marcos, esa “afirmación” (por vosotros) debería entenderse desde 10, 45, donde Jesús dice (en contexto universal) que ha venido a “servir y dar su vida como redención por muchos (todos)” (antipollôn).
[10] El mismo vino, fruto de la tierra y del trabajo de los hombres, es gozo y presencia de Dios. Jesús no ofrece a los suyos una sesión de ayuno, hierbas amargas, sino el vino de la fiesta que alegra el corazón, recuerdo y anticipo del Reino.
[11] Frente al ritual de muerte de animales (cf Lev 1-9), por encima del pacto sellado con novillos (cf Ex 24, 8), superando la sangre del cordero pascual, que tiñe las puertas de la casa para protegerla (Ex 12, 1-13), o la sangre de la expiación nacional con la que se unta el altar y santuario (cf Lev 16, 14-19), Jesús ha expresado con el cáliz el signo de su vida que vincula a los hombres en alianza. No hay sacrificio exterior de animales, que han debido matarse previamente, sino la sangre (=vida) de Jesús, que es presencia de Dios y compromiso de solidaridad interhumana (Lev 7, 22-27; 16-17).
[12] “La expresión por todos es la mejor traducción del griego hyper pollôn, que literalmente significa por muchos y parecería tener un sentido exclusivo. Ahora bien, las lenguas semíticas –entre ellas el arameo, lengua materna de Jesús y de los Doce– utilizan el término muchos para referirse a una totalidad y, por eso, tanto aquí como en Mc 10,45 (cf Mt 20,28) es preferible traducir el griego según el substrato semítico.La posición contraria no encuentra soporte alguno en el modo de vivir y actuar de Jesús. En definitiva, la palabra sobre el pan y la palabra sobre la copa de vino van dirigidas a toda la humanidad: la salvación que nace de ellos no conoce fronteras. Todos tienen derecho a participar en esta salvación” (cf A. Puig, Jesús. Una Biografía, Edhasa, Barcelona 2006, 481-482).
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