Llegó Jesús con ellos a un huerto llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos: “Sentaos aquí, mientras yo voy más allá a orar”. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos del Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. (Mt. 26, 36-37)
En la piedra del miedo
se habían afilado las traiciones
y la noche de Jerusalén ya no escondía
la densidad del abandono.
El Maestro lo supo,
y no un presentimiento, una certeza
comenzó a golpearle contra la soledad.
Ahora la soledad no era
aquella extensión dulce donde encontrar al Padre,
ni era
el campo de batalla donde el Hijo
de Dios fuera tentado como Hijo
de Dios.
La soledad era una fuerza
incontenible: vaciaba de luz
todas las casas del espíritu, dolía
como el frío
cuando hiela la sangre.
La soledad mordiendo
el corazón del hombre,
la soledad poniendo al descubierto
al hombre, solo al hombre.
(La soledad es una calle larga
que lleva a la tristeza).
Quiso salir de la ciudad. Bajo la luna
la espalda de los que se volvían era un incendio
que le abrasaba la memoria.
Acaso
fueran piadosos los olivos con su óleo
de intimidad donde resuena
la palabra del Padre.
¡Oh paradoja del ascenso
donde los pies se hunden
en el lodo del hombre!
¡Oh paradoja del conocimiento
donde todo es maraña de raíces!
Getsemaní no es una zarza ardiendo,
es la espesura sin piedad
donde el hombre está solo,
desnudamente solo, sin asilo,
despojado del hombre,
despojado de Dios.
Getsemaní no es óleo, es agonía,
es otra vez un campo de batalla donde el Hijo
del Hombre ha de enfrentarse
con todos los demonios del hombre:
el tedio, la amargura, la angustia, los peldaños
que van a dar al morir.
Getsemaní no es óleo. Es agonía:
y en el centro del huerto queda solo
un verdadero hombre verdadero
abrazado al silencio de Dios, pero obediente.
Fiat, Señor, digo hoy contigo,
fiat, Señor, aunque me duela.
II
NO ERA EL SUEÑO, SEÑOR…
Bajo la luna llena encanecían los olivos.
La quietud era sólida y destilaba
un plomo ardiente que invadía los cuerpos.
El silencio
se había vuelto mineral
y en la sangre aún rompían las palabras
anunciadoras y terribles
que se habían mezclado con el vino.
Regresó y volvió a encontrarlos dormidos, pues sus ojos estaban cargados (Mt. 26, 43)
No era el sueño, Señor, era el espanto
lo que subía
río arriba del alma hasta los ojos:
era el espanto
de ver luchar a Dios y no hacer nada.
III
EL BESO
Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. (Mt. 26, 56)
En la piedra del miedo
se habían afilado las traiciones
y ahora
iban subiendo entre las luces,
ensayando
el más turbio, el más falso
de los besos.
¿Quién dijo que el amor era un abrazo?
Este beso no es beso, es un cuchillo
que asesina de lejos y empozoña
el corazón de muchos y lo cubre
de la callosidad del abandono.
En el puente del beso se ha cumplido
lo que dijeron los profetas, pero
Señor te pido ahora que me quites
esa suerte de puente y que me dejes
del lado del amor, en tus orillas.
IV
ORACIÓN PARA NO DORMIR
Pedro lo siguió de lejos (Mt., 26, 58)
Oh, Señor, en esta hora
en que también se confunde
la distancia con el miedo,
si Tú me ves que me aparto
de tu agonía y que duermo
para no ver al que sufre
ni ver mi interior desierto,
mírame, que yo te sigo,
aun como Pedro de lejos.
Mírame y en tu mirada
sostenme para que el fuego
de tanto amor me despierte
siempre que me venza el sueño.
El día de Jueves Santo se celebra la memoria de la primera vez que Nuestro Señor tomó el pan y lo convirtió en su cuerpo, tomó el vino y lo transformó en su sangre. Esta verdad requiere de nosotros una gran humildad, que sólo puede ser un don suyo. Me refiero a esa humildad de mente por la que conocemos la verdad de que lo que antes era pan ahora es su cuerpo y lo que antes era vino ahora es su sangre. Por eso nos arrodillamos para honrar a Jesús en el Santísimo Sacramento. Sucesivamente, cuando se ora ante el altar de la Reserva, nos damos cuenta de cómo estamos unidos a él en el sufrimiento del huerto de Getsemaní, tan cercanos a él como María Magdalena cuando lo encontró en el huerto el primer domingo de pascua: este hecho es el que nos causa más extrañeza.
El día de Jueves Santo […] evocamos también cómo nuestro Señor, durante la última cena, se levantó y se puso a lavar los pies de sus apóstoles y, con este gesto, nos mostró algo de la divina bondad.
Jesús nos revela en qué consiste lo divino. Jesús lavó los pies de sus discípulos para mostrar las atenciones y la gran bondad que Dios tiene con nosotros. Es un pensamiento maravilloso que podría ocupar nuestra mente y nuestras plegarias.
Si esta bondad divina puede manifestársenos, ¿qué podremos hacer nosotros a cambio? ¿No deberíamos igualar esta dulce bondad suya, que rebosa amor por nosotros, y brindar la misma bondad y el mismo amor? Esto demostraría que el amor, la caridad cristiana, no es sólo una palabra fácil, sino algo que nos lleva a la acción y al servicio, especialmente al de los pobres y al de cuantos pasan necesidad.
*
B. Hume, Il mistero e l’assurdo,
Cásale Monf. 1999, 107s
Os quiero y querré siempre, amigos;
no he tenido con vosotros secretos
y seguiré compartiendo alegrías y penas,
esperanzas, sueños y proyectos.
Y esto no es un loco arrebato
ni cosa de un momento de ensueño.
Yo os amé primero y no me desdigo.
Os quiero, de por vida, compañeros;
y tanto os amo y deseo hacerlo,
a pesar del poco tiempo transcurrido
desde que os elegí y nos conocemos,
que os abro mi corazón
y os hago testigos de mis secretos,
utopía, reino y evangelio.
Os quiero como a hermanos pequeños
pues tenemos el mismo Padre
aunque seamos tan distintos.
Yo estaré siempre con vosotros;
y no busquéis razones para ello,
es que os quiero y miro
como me enseñaron y me gusta hacerlo.
Os quiero como a mí mismo me quiero,
y aunque parezca locura
no me avergüenza ser mendigo
hacerme servidor vuestro
y dar la vida por entero,
aunque sea Señor y Maestro
y me miréis con respeto.
Os quiero discípulos y amigos,
y sólo anhelo y os pido
que os améis con locura,
con pasión y ternura,
sin medida ni barreras,
como me habéis visto hacerlo.
Es mi único mandamiento.
Os quiero llenos de Espíritu
y mecidos por su brisa y viento,
libres y muy dispuestos
para curar a heridos y enfermos,
ser sal en medio del mundo
y prójimos que ofrecen consuelo.
¡Sed iguales y multiplicad los servicios!
Era el tiempo en el que se procedía a una violenta persecución contra todas las religiones en China. Tuve noticias de que muchos obispos, sacerdotes, hermanas y simples fieles estaban en la cárcel o en campos de trabajos forzados. Habían sido condenados por su fe en Cristo. Recuerdo las santas misas que celebré en la habitación de mi albergue. Sólo el jefe de la delegación de la que formaba parte conocía mi identidad sacerdotal. !Ay de mí si los chinos la hubieran descubierto! Sin embargo, me había traído de Hong Kong una botellita de vino, hostias y algunas hojas de papel con las partes móviles de la misa. Me levantaba a las dos o a las tres de la noche y celebraba la misa en la habitación del albergue, con el mínimo de luz, para no levantar sospechas. Ofrecía yo el divino sacrificio por todos los hermanos cristianos chinos que sabía que estaban en la cárcel, en campos de trabajos forzados o en la clandestinidad.
Aquellas misas nocturnas me conmovían. Estaba llevando a cabo un gesto misionero en China. Dice el Concilio que la eucaristía es “la fuente y la cima de la evangelización” (PO 5).
Es Dios, en efecto, quien evangeliza y convierte los corazones, a través de la obra del misionero, aunque también de modos misteriosos que sólo él conoce. Qué gesto misionero más auténtico puede haber, por consiguiente, que celebrar la misa en la China de la “revolución cultural“, cuando estaba prohibido cualquier gesto público de culto?.
*
Piero Gheddo, Il Vangelo delle 7.18,
Bolonia 1991, pp. 162ss.
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1ª Lectura:
Éxodo 12,1-8.11-14
Prescripciones sobre la cena pascual
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: “Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido.
Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor. Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones.””
***
Salmo responsorial: 115
El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.
¿Como pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas. R.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R.
***
2ª Lectura:
1Corintios 11,23-26
Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor
Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.” Lo mismo hizo con él cáliz, después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.” Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
***
Evangelio:
Juan 13,1-15
Los amó hasta el extremo
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: “Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?” Jesús le replicó: “Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.” Pedro le dijo: “No me lavarás los pies jamás.” Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.” Simón Pedro le dijo: “Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.” Jesús le dijo: “Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.” Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios.”
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.”
Con esta ceremonia en honor de la institución de la Eucaristía se inicia lo que litúrgicamente se llama el Solemne Triduo Pascual. Tres días para celebrar el acontecimiento religioso cristiano más grande de la historia y naturalmente, del año litúrgico. San Agustín llamaba a este triduo: la fiesta de la Pasión, la muerte y la resurrección del Señor. Esta noche, pues, es como una síntesis, como un resumen de toda la Pascua que estamos celebrando. Para comprenderlo, las lecturas de hoy nos han colocado en una historia vieja de Israel que desemboca en Cristo Nuestro Señor y que El, Cristo, la encarga a su Iglesia para que la lleve hasta la consumación de los siglos.
He aquí tres pensamientos de esta noche santísima del jueves Santo: una historia de Israel.
Un Cristo que la encarna
Y una prolongación eucarística hasta la consumación de los siglos.
1 º UNA HISTORIA DE ISRAEL
La vieja historia nos la ha contado el libro del Exodo que se acaba de leer. Los judíos celebraban en esta luna llena del mes de Nisan, un mes hebreo que coincide con nuestro marzo-abril. “Este será el primer mes del año -les había dicho- celebraréis la Pascua”. La Pascua era la celebración de dos grandes ministerios del Viejo Testamento: la liberación de Egipto y la Alianza con el Señor. Pascua y Alianza. La Pascua era aquel momento en que los israelitas esclavizados por el Faraón en Egipto no podían salir hasta en la décima plaga terrible, que consistió en que todos los primogénitos de Egipto iban a morir esa noche. Y para que se libraran las familias hebreas Dios les dijo, por medio de Moisés, que mataran un cordero y que con su sangre marcaran los dinteles de las puertas porque esa noche iba a pasar el ángel. El paso del ángel, eso quiere decir la Pascua: el paso de Dios que para los egipcios va a ser castigo y para Israel va a ser liberación.
Y aquella noche, mientras los egipcios lloraban a sus primogénitos que morían, los israelitas marcados con la sangre del cordero, salían de la esclavitud todas las familias para atravesar el desierto y encaminarse hacia la tierra prometida. Todos los años celebraban algo así como nuestro 15 de septiembre, la fiesta de la emancipación, la fiesta de la libertad, la fiesta en que Dios pasó salvando a Israel. Y al mismo tiempo que hacían actualidad esta fiesta del pasado, recordaban que había una alianza entre Dios y aquel pueblo, por la cual Israel se comprometía a respetar la ley de Dios y Dios se comprometía a proteger de manera especial a ese pueblo. La Pascua y la Alianza encontraron eco en fiestas que ya se celebraban entre los pastores pero que a través de estas revelaciones y de estos signos, tenían ya un sentido de profecía. La Pascua y la Alianza iban a encontrar una personificación cuando el más grande de los judíos, el nacido de Abraham, de David, de la descendencia santa de Israel, va a celebrar la Pascua.
Esta noche, Cristo Nuestro Señor, como buen israelita, con su grupo de israelitas que eran los apóstoles formando una familia, mandaron también a matar su corderito para comerlo en la noche del jueves Santo como lo comían todas las familias de Israel, recordando la vieja historia de la liberación y de la Alianza. ¡Cómo bullían en la mente de Cristo tantos recuerdos de la historia sagrada, cómo se hacían presente en la vida del Señor esta noche de emociones profundas toda la historia de Israel! No ha habido un patriota con más cariño a su pueblo, y a su tierra, y a sus costumbres, que Nuestro Señor Jesucristo. Cuando queramos ser auténticos salvadoreños miremos a Cristo que fue el auténtico patriota que vio la historia de su pueblo, que sintió como suya y como presente la esclavitud de Egipto, y vivió con agradecimiento a Dios la libertad y la alianza entre Dios y el pueblo. Leer más…
Comentarios desactivados en Jueves Santo. Ni Grial ni Mantel, nosotros somos la Cena de Cristo
Del blog de Xabier Pikaza:
“Jesús en nosotros, desde y con los pobres, excluidos, oprimidos y perdidos de la tierra”
Los de Valencia dicen que el Grial, del que bebieron Jesús y sus discípulos, es suyo. Los de Coria (Cáceres) responden que el paño o mantel lo tienen ellos. Pero los cristianos creemos que la Eucaristía de Jesús o Jueves Santo, somos nosotros mismos.
Jesús nos hizo para siempre sus amigos (su sangre y cuerpo) en la Última Cena, confiándonos así su testamento: “Vosotros sois yo, yo soy vosotros”. Por eso, la Eucaristía no es un Grial ni un Paño, ni siquiera un rito separado, sino nuestra existencia, en comunión del pan y vino (comida, bebida), con los hombres y mujeres en Cristo.
No está de más el paño, ni el cáliz, pero la Eucaristía es Jesús en nosotros, nosotros en él, y unos en otros, desde y con los pobres, excluidos, oprimidos y perdidos de la tierra. Comer con ellos, compartiendo vida, desde y con Cristo, ésa es la verdad del evangelio (Gálatas 2, 5.14).[1]
No es sólo rezar unos al lado de los otros, sino “compartir la comida” (syn-esthiein, dice Pablo), de forma que seamos con Jesús comida/vida compartida.
Así define Jesús su evangelio, desde la bienaventuranza de los hambrientos (Lc 6,21-22 par.) hasta la bendición de Mt 25,31-46, donde dice: Venid, benditos, porque tuve hambre y me disteis de comer…”.
Éste es el amor real, Cena que recrea y enamora el Jueves Santo,fiesta cristiana de Eucaristía[1]. De ello trata lo que sigue, de manera algo más técnica, siguiendo el texto de La Palabra se hizo carne (=eucaristía”), ampliado al final con algunas notas técnicas. Buen Jueves Santo a todos
Las palabras de la cena (Mc 14, 22-25 par) retoman el mensaje y vida de Jesús, es decir, su “novedad mesiánica”, como reinterpretación de la pascua judía, que habían querido celebrar sus discípulos. En su forma actual esas palabras sólo han podido fijarse (como recuerdo histórico y texto litúrgico), desde una perspectiva pascual, según estos cuatro momentos [2]:
− Cena (comida). Jesús celebró con sus discípulos una cena de solidaridad y despedida, marginando (superando) los rituales de la pascua nacional judía (cordero sacrificado), para insistir en el pan compartido (multiplicaciones) y el vino del Reino. Es probable que esa cena tuviera un carácter dramático, y marcara una ruptura entre el ideal/camino de Jesús y la propuesta real de sus discípulos (que seguían buscando un triunfo político/mesiánico). Sea como fuere, ella es el centro de la Historia de Jesús.
− Primera comunidad. Los seguidores de Jesús mantuvieron y actualizaron (celebraron) su signo en las cenas/comidas comunitarias, centradas en el pan compartido y, de un modo especial, en el vino de la promesa del Reino. Esas cenas eran momentos fuertes de celebración de Jesús resucitado, a quien sus seguidores descubrían al juntarse y recordarle en el pan de su proyecto/mensaje y en el vino de la esperanza del Reino. En este momento, las “eucaristías” se identificaban con las mismas reuniones de oración, recuerdo y comida de las iglesias (en ese fondo puede situarse Mc 14, 3‒9).
− Comunidades helenistas (Pablo). En un momento dado, que podemos conocer de algún modo por Pablo (1 Cor 11, 23-26), algunas comunidades de Jerusalén y Damasco, de la costa palestina y de Fenicia y después en Antioquía “descubrieron” (encontraron, desplegaron) un sentido especial en los signos de la cena, como memoria de Jesús, interpretando el pan como “cuerpo mesiánico” (sôma)del Cristo y el vino de la promesa del reino como “copamesiánica” (sangre–haima) de la nueva alianza que Dios ha realizado en y por Cristo [3].
− El evangelio de Marcos recoge esa tradición de las comunidades y de Pablo y la integra en la historia de Jesús, en el contexto de su cena histórica, situando en un contexto biográfico la afirmación central de Pablo: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan…» (1 Cor 11, 23). En el fondo de esa “entrega histórica” (descrita bien por Marcos) recibe su sentido el signo del pan como cuerpo mesiánico y del vino como sangre de la alianza.
Jesús y la Iglesia no han tenido que crear los signos, estaban ahí, el pan y el vino de las fiestas judías y de la última cena, que pueden relacionarse con la pascua judía, pero recibiendo nuevo sentido, en la línea de la entrega de Jesús por el reino.
1 Cor 11, 23-25
23 Yo recibí del Señor lo que os he transmitido:
el Señor Jesús, la noche en que fue entregado,
tomó pan, 24 y dando gracias, lo partió y dijo:
– Esto es mi Cuerpo (dado) por vosotros.
+Haced esto en memoria mía.
25 De igual modo el cáliz, después de cenar diciendo:
– Este cáliz es la Nueva Alianza en mi Sangre.
+Haced esto… en memoria mía
Mc 14, 22-2
22 Y estando ellos comiendo, tomando pan, bendiciendo, lo partió y se lo dio y dijo:
– Tomad, esto es mi Cuerpo.
23 Y tomando (un) cáliz, dando gracias, se lo dio y bebieron todos de él. Y les dijo:
−Ésta es la sangre de mi alianza derramada por muchos
Marcos presenta estas palabras a modo de conclusión y compendio del evangelio, para indicar que aquello que Jesús había comenzado a realizar, proclamando su mensaje (1, 14-15), lo ha culminado y ratificado al fin, al presentarse como pan y vino de Reino para nueva comunidad mesiánica. Pablo, en cambio, sitúa esas palabras en un contexto de “celebración ritual” de la Iglesia, añadiendo que él ha recibido del Señor (parelabon apo tou kyriou) la tradición que ha transmitido (ho kai paredôka hymin), de manera que puede ofrecer y ofrece una formulación nueva de la “Cena del Señor” (kyriakon deipnon: 1 Cor 11), sin limitarse a repetir lo que decía la comunidad anterior, sino aportando lo que ha recibido por revelación pascual [4].
Comentarios desactivados en Jueves Santo. la Cena del Señor. Ciclo B. 28 de abril de 2024
“Lo que estoy haciendo, tú no lo puedes comprender ahora, lo comprenderás después”
(Jn 13, 1-15).
El Evangelio de hoy está cargado de símbolos en los que es interesante profundizar. En la actualidad, a nosotras, como personas que seguimos a Jesús, más de dos milenios después, nos puede resultar muy enriquecedor pararnos en la actitud de los discípulos, porque, como nos ocurre a nosotras, ellos tampoco entendían qué estaba pasando en sus vidas.
“Lo que estoy haciendo, tú no lo puedes comprender ahora, lo comprenderás después”, dijo Jesús a Pedro cuando se negaba a que le lavara los pies. ¡Cómo nos cuesta aceptar esta frase! ¡Qué poco nos gusta no comprender todo en el instante en que nos lo proponemos! Vivimos con la meta de conocer, de controlar cada situación. Pedro continúa negándose y Jesús le responde: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”. A veces necesitamos parar en seco para reaccionar y optar. ¿Queremos tener que ver con Jesús? ¿En qué cambia nuestra vida el llamar a Jesús “maestro”?
Hoy también celebramos el día del amor fraterno, sororal, y este podría definirse como ese amor que no se entiende, que no se comprende. El amor que lleva a servir, a acoger, a entregarse gratis, sin esperar nada a cambio… ¿Nada? Eso tampoco lo entendemos. Resulta que eso es lo que Jesús hizo cada día de su vida y es lo que nos propone, a quienes nos denominamos cristianas, como guía en nuestra vida.
Hoy es el día del “porque sí”. Esa frase que de pequeños hemos dicho mucho, y que podemos escuchar responder a los pequeños de las familias. Y resulta que Dios nos quiere “porque sí”, que se entregó y se entrega cada día “porque sí”, que nos pide que nosotras hagamos lo mismo “porque sí”.
Oración
Lávanos, Jesús, aunque nos peleemos contigo porque no entendamos, y haznos personas entregadas por amor, por tu Amor.
Comentarios desactivados en Jesús es pan partido, repartido, compartido.
<
JUEVES SANTO (B)
Jn 13,1-15
El tema central del Triduo Pascual es el AMOR. El jueves se manifiesta en los gestos y palabras que lleva a cabo Jesús en la entrañable cena. El viernes queda patente el grado supremo de amor al poner su vida entera, hasta la muerte, al servicio del bien del hombre. El sábado celebramos la Vida que surge de ese Amor incondicional. En la liturgia de estos días manifestamos, de manera plástica, la realidad del amor supremo que se manifestó en Jesús. Lo importante no son los ritos, sino el significado que éstos encierran.
La liturgia del Jueves Santo está estructurada como recuerdo de la última cena. La lectura del evangelio de Juan debe hacernos pensar; se aparta tanto de los sinópticos que nos llama la atención que no mencione la fracción del pan. Pero en su lugar, nos narra una curiosa actuación de Jesús que nos deja desconcertados. Si el gesto sobre el pan y el vino tuvo tanta importancia para la primera comunidad, ¿por qué lo omite Juan? Y si realmente Jesús realizó el lavatorio de los pies, ¿por qué no lo mencionan los tres sinópticos?
No es fácil resolver estos interrogantes, pero tampoco debemos ignorarlos o pasarlos por alto. Seguiremos haciendo sugerencias, mientras los exégetas no lleguen a conclusiones más o menos definitivas. Sabemos que fue una cena entrañable, pero el carácter de despedida se lo dieron después los primeros cristianos. Seguramente en ella sucedieron muchas cosas que después se revelaron como muy importantes para la comunidad. El gesto de partir el pan y de repartir la copa de vino, eran gestos normales que el cabeza de familia realizaba en toda cena pascual. Lo que pudo añadir Jesús, o los primeros cristianos, es el carácter de signo, de lo que en realidad fue la vida entera de Jesús.
El gesto de lavar los pies era una tarea exclusiva de esclavos. A nadie se le hubiera ocurrido que Jesús la hiciera si no hubiera acontecido algo similar. Es una acción original y de mayor calado que el partir el pan. Seguramente, en las primeras comunidades se potenció la fracción del pan, por ser más cultual. Poco a poco se le iría llenando de contenido sacramental hasta llegar a significar la entrega total de Jesús. Pero esa misma sublimación llevaba consigo un peligro: convertirla en un rito mágico que no compromete a nada. Aquí está la razón por la que Juan se olvida del pan y el vino. La explicación que da de la acción, lleva directamente al compromiso con los demás y no es fácil escamotearla.
Parece demostrado que, para los sinópticos, la Última Cena es una comida pascual. Para Juan no tiene ese carácter. Jesús muere cuando se degollaba el cordero pascual, es decir el día de la preparación. La cena se tuvo que celebrar la noche anterior. Esta perspectiva no es inocente, porque Juan insiste, siempre que tiene ocasión, en que la de Jesús es otra Pascua. Identifica a Jesús con el cordero pascual, que no tenía carácter sacrificial, sino que era el signo de la liberación. Jesús, el nuevo cordero, es signo de la nueva liberación.
Los amó hasta el extremo. Se omite toda referencia del lugar y los preparativos de la cena. Va directamente a lo esencial. Lo esencial es la demostración del amor hasta el extremo, es decir, en el más alto grado, hasta alcanzar el objetivo final. Manifestó su amor durante toda su vida, ahora va a manifestarse de una manera total y absoluta. “Había amado… y demostró su amor hasta el final”, dos aspectos del amor de Dios manifestado en Jesús: amor y lealtad, (1,14) amor que nunca se desmiente ni se escatima.
Dejó el manto y tomando un paño, se lo ató a la cintura. Ya dijimos que no se trata en Juan de la cena ritual pascual, sino de una cena ordinaria. Jesús no celebra el rito establecido, porque había roto con las instituciones de la Antigua Alianza. Dejar el manto significa dar la vida. El paño (delantal, toalla) es símbolo del servicio. Manifiesta cuál debe ser la actitud del que le siga: Prestar servicio al hombre hasta dar la vida como él. Juan pinta un cuadro que queda grabado en la mente de los discípulos. Esa acción debe convertirse en norma para la comunidad. El amor es servicio concreto a cada persona.
Se puso a lavarles los pies y a secárselos con la toalla. El lavar los pies era un signo de acogida o deferencia. Solo lo realizaban los esclavos o las mujeres. Lavar los pies en relación con una comida, siempre se hace antes, no durante la misma. Esto muestra que lo que Jesús hace no es un servicio cualquiera. Al ponerse a los pies de sus discípulos, echa por tierra la idea de Dios creada por la religión. El Dios de Jesús no actúa como Soberano, sino como servidor. El verdadero amor hace libres. Jesús se opone a toda opresión. En la nueva comunidad todos deben estar al servicio de todos, como Jesús. La única grandeza del ser humano es ser como el Padre, don total y gratuito para los demás.
¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Esta explicación de Jesús nos indica hasta qué punto es original esa actitud. Retomó el manto, pero no se quita el delantal. Se recostó de nuevo, símbolo de hombre libre. El servicio no anula la condición de hombre libre, al contrario, da la verdadera libertad y señorío. La pregunta quiere evitar cualquier malentendido. Tiene un carácter imperativo. Comprended bien lo que he hecho con vosotros, porque estas serán las señas de identidad de la nueva comunidad.
Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor” y decís bien porque lo soy. Juan es muy consciente de la diferencia entre Jesús y ellos. Lo que quiere señalar es que esa diferencia no crea rango de ninguna clase. Las dotes o funciones de cada uno no justifican superioridad alguna. Los hace iguales y deben tratarse como iguales. La única diferencia es la del mayor o menor amor manifestado en el servicio. Esta diferencia nunca eclipsará la relación de hermanos, todo lo contrario, a más amor, más igualdad, más servicio.
Pues si yo os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Reconoce los títulos, pero les da un significado completamente nuevo. Es “Señor”, no porque se imponga, sino porque manifiesta el amor, amando como el Padre. Su señorío no suprime la libertad, sino que la potencia. El amor ayuda al ser humano a expresar plenamente la vida que posee. Llamarle Señor es identificarse con él, llamarle Maestro es aprender de él, pero no doctrinas sino su actitud vital. Se trata de que sienten la experiencia de ser amados, y así podrán amar con un amor que responde al que reciben.
Os dejo un ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Los sinópticos dicen, después de la fracción de pan: “Haced esto para acordaros de mí”. Es exactamente lo mismo, pero en el caso del lavatorio de los pies, queda mucho más claro el compromiso de servir. Lo que acaba de hacer no es un gesto momentáneo, sino una norma de vida. Ellos tienen que imitarle a él como él imita al Padre. Ser cristiano es imitar a Jesús en un amor que tiene que manifestarse siempre en el servicio a todos los hombres. Celebrar la eucaristía es comprometerse con el gesto y las palabras de Jesús. La misma Vida de Dios, manifestada por el que acepta su mensaje.
Comentarios desactivados en Magdalena Bennasar: La ternura no se piensa.
Jn 13, 1-15
Si dejamos que Jesús nos lave los pies, nos habremos comprometido con Él y como Él a lavárselos a los demás.
Un Jueves Santo, más nos encontramos con este texto entrañable, sorprendente y desestabilizador. Para darle un poquito más de novedad os propongo que empecemos a leerlo por el final.
Así, lo primero que escuchamos, no es una narración, sino una petición directa del Señor: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” Jesús, la víspera de su muerte nos pide, a ti y a mí, como su último deseo que hagamos con los demás, lo que Él ha hecho con nosotros. No solo que le admiremos o le agradezcamos… sino que lo hagamos.
Y podemos preguntarle, ¿de qué hablas Señor, que es lo que has hecho con nosotros? Y escuchamos, “Os he lavado los pies.”¿Lavarnos los pies? Hoy nos es difícil vernos lavándonos los pies unos a otros pero, vamos a actualizarlo. ¿Qué es hoy lavarnos los pies? Nombremos personas, hechos y situaciones… Quizá atender a ese enfermo solo, desagradable, maloliente… O interesarnos y escuchar a los desanimados y desesperados de cualquier condición social, o estar disponibles y tener paciencia una y otra vez con los más cercanos ancianos, niños, adolescentes. (Podemos seguir nuestra lista)
Seguimos leyendo el texto hacia arriba y nos encontramos con una secuencia de los hechos que precisa lo que Jesús hace para lavar los pies, o quizá cómo es ese lavar los pies de Jesús. Secuencia que no nos deja escapatoria y que posiblemente nos descoloca de nuestras rutinas y costumbres. Nos dice que Jesús: Se levanta, se quita el manto, coge unas herramientas de servicio (la palancana, el agua y la toalla), se arrodilla delante de cada uno y se pone a lavarles los pies. Es decir “lavarnos los pies unos a otros” nos exige levantarnos de donde estamos, cambiar de lugar o cambiar nuestro lugar con los que creemos que están más abajo, salir de nuestra situación más o menos cómoda. Quitarnos, despojarnos de una serie de signos que nos dan nuestra imagen, la consideración de los demás… Buscar, tomar, hacernos con herramientas, tiempo, características… que son necesarias para atender a los otros y luego abajarnos, acercarnos, ponernos delante de cada persona para ver qué necesita lavarse en ella.
¿De donde me siento llamado/a a levantarme, para poder acercarme a los demás? ¿Qué quiero quitarme de encima? ¿Qué herramientas, actitudes, tiempos… estoy poniendo a disposición de los otros? Porque según Juan, levantarnos, despojarnos y tomar la toalla es indispensable para ponernos delante del hermano, de la hermana, y lavarle los pies, secándoselos con la toalla.
Damos un paso más, y vemos a Jesús que toma en sus manos, toca, los pies de cada persona, la parte de su cuerpo que Él mismo dice que no está limpia. Es este un gesto muy repetido en la vida de Jesús, a pesar de lo que los judíos pensaban sobre el hecho de entrar en contacto con lo que “ensuciaba”. Los distintos evangelios nos dicen que Jesús es un hombre que “toca” a los leprosos, a los mudos, a los sordos, a los ciegos… que toca la vida y entorno de las personas entrando en casa de pecadores. Es más Jesús se “deja tocar” por la Magdalena y la hemorroisa… Y sobre todo Jesús se ha dejado tocar por Dios, desde su concepción, en sus largas noches de oración, en las tentaciones de los desiertos de cada día, en Getsemaní y en la cruz. Y este tocar y ser tocado, este contacto que ha sido patente en su vida, es lo que ahora, tan cercana su muerte, realiza de una forma significativa con los suyos, con nosotros, y nos pide que nosotros lo hagamos con los demás.
¿Me dejo tocar por los hermanos/as necesitados, por las realidades sangrantes de nuestra sociedad? ¿Tengo experiencia de dejarme tocar por Dios? ¿De sentir que ese contacto va transformando mi vida? ¿O soy de las personas que mantienen distancias, que se mantienen “en su sitio” sin que ningún contacto inesperado desestabilice mi vida? ¿A quién toco yo? ¿A quién me acerco, en que situaciones me implico…?
Y ahora nos encontramos con Pedro. El que no entiende, pero intuye que hacer así las cosas no es “lo esperado” de Jesús, lo que siempre hemos hecho, lo que nos da seguridad. Un Jesús, un Dios arrodillado a mis pies ¿tocando lo más débil, sucio y enfermo de mi…? “Eso nunca” dice Pedro. ¿Y yo? Porque si le dejamos lavarnos los pies nos habremos comprometido con Él y como Él a lavárselos a los demás, a trastocar el orden de muchas cosas, a ponernos a los pies de los que quizá hemos pensado muchas veces, están por debajo de nosotros… A no pasar de largo, a acercarnos a las necesidades y tocar, es decir a limpiar suciedades que afean, secar lágrimas que hacen sufrir, sanar heridas infligidas tantas veces a inocentes… acompañar esfuerzos y logros, compartir el amor, la salvación, el contacto sanador recibido.
Y terminamos con los primeros versículos. Esos que nos hablan del momento en que este hecho se sitúa, en la “hora” de Jesús, en su Ultima Cena, en un momento deseado hondamente, con la plena conciencia de su realidad como Hijo de Dios, y de la muerte que se acerca, aceptada en la libertad y confianza en su Dios, su Abbá. Estamos en un momento privilegiado y lo que se nos dice tiene la hondura del amor que todo el texto rebosa. La importancia de sintetizar o significar lo que ha sido toda la vida de Jesús y lo que quiere que sea la nuestra, en una única clave “amar hasta el extremo” ¿Nos atrevemos a acoger y vivir este amor? Posiblemente nos llevará a situaciones de muerte y dolor, pero sin duda nos hará gozar para siempre de la Pascua.
Comentarios desactivados en Se levantó de la mesa…
En la noche en que iba a ser entregado, Jesús realizó un gesto insólito: se levantó de la mesa distanciándose del lugar reservado a quienes presiden y se situó en el de los que, entonces y ahora, pertenecen a la categoría de “los que sirven”. Sabía que el lugar en que estemos situados condiciona nuestra mirada y por eso tomó distancia y adoptó la perspectiva que le permitía percibir otras dimensiones de la vida. Desde ese lugar se toca de cerca el barro, el polvo, el mal olor, la suciedad…, todo eso de lo que los sentados a la mesa creen estar a salvo o sencillamente ignoran y desprecian. A ras del suelo y en contacto con los pies de los demás, se produce un cambio de plano que revela lo elemental de cada persona, su desnudez, las limitaciones de su corporalidad. Y miradas desde ahí, cualquier pretensión de superioridad o dominio se descubre como ridícula y falsa.
Desde aquel lugar, el de “uno de tantos”, él veía cerca y dentro a los que otros consideraban lejos y fuera y, en cambio, los de arriba resultaban estar abajo. Porque para él los más, los mayores y los importantes eran aquellos que a nuestros ojos son menos. El lugar en que había decidido situarse había creado esta “revolución de adverbios” que tanto nos sobresalta y a la que tanto nos resistimos. La sola posibilidad de ese desplazamiento nos resulta amenazadora porque nos saca del terreno de lo conocido y nos invita a descubrir nuevos significados que no coinciden con los que consideramos evidentes. Y sin embargo él se lo exigirá a quien quiera seguirle: tendrá que estar dispuesto, lo mismo que él, a “no tener dónde reclinar la cabeza”, a ir más allá de todo aquello en lo que la cabeza (la de ellos y la nuestra) “se reclina”, descansando en lo que se cree saber, controlar o dominar.
Comentarios desactivados en El lavatorio de los pies como momento fundacional de la Iglesia. Jueves Santo
Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:
01.- Mientras haya hambre en el mundo, la Eucaristía no será plena ( P. Arrupe)
La Eucaristía de Jesús la podemos situar no solamente la Última Cena, cena que nosotros llamamos del Jueves Santo, sino que la Eucaristía se es la infinidad de veces que Jesús comió con publicanos y pecadores. Las comidas de Jesús fueron siempre salvíficas y gozosas:
Eucaristía es la multiplicación de los panes: Jesús toma el pan, lo bendice, lo reparte por medio de sus discípulos: Yo soy el pan de vida. (Jn 6):
Jesús comía con publicanos y pecadores” (Mc 2,16),
Jesús aceptó la hospitalidad de Zaqueo y fue a hospedarse en su casa: hoy ha entrado la salvación a esta casa. (Lc 19,1-10).
Jesús cenó con los dos de Emaús, (Lc 24): tomó el pan y lo partió y los dos de Emaús se llenaron de gran alegría…
Por otra parte, las comidas de Jesús tenían un enorme significado porque violaban casi todas las normas judías. Jesús comía con personas con las que un buen judío no podía, ni debía compartir la mesa. Además declaraba que todos los alimentos eran puros, no observaba el ayuno ni quería que sus discípulos lo hicieran (Mc 2,18-22).
La Eucaristía es una acción de gracias gozosa de la salvación, no un cumplimiento o precepto, ni un amasijo incomprensible de ritos hieráticos.
02.- Momentos fundacionales de la Iglesia: servicio y bondad (Amor)
La “Última cena” del Señor con los suyos tiene una solemnidad intensa, pero no por la grandeza y “esplendor del Templo”, ni por las liturgias llenas de “trastos”, sino por la dignidad de Jesús que:
Primero amó a los suyos hasta el final
Y por eso se quita el manto de Señor y se ciñe la toalla de esclavo para lavar los pies de los suyos.
El amor y el servicio
El amor y el servicio –no el poder- constituyen la fundación e identidad de la comunidad, de las comunidades de Jesús.
La Iglesia, la comunidad eclesial nace de las actitudes que Jesús que Jesús muestra y activa en sus discípulos:
+ Todos vosotros sois hermanos.
+ El lavatorio de los pies como actitud de servicio en la vida comunitaria.
+ La Eucaristía como mesa abierta a todos.
El orden jurídico es necesario para algunas cuestiones, pero lo que hace bien es la bondad en la vida.
El amor, la caridad pueden tener también validez y repercusiones en la vida social, jurídica y política.
Solemos decir en muchas situaciones de la vida que hay que actuar la justicia: “el que la hace la paga”. Pero una justicia sin caridad y sin amor, fácilmente se tornan en venganza y revancha.
JesuCristo, la Eucaristía y la Iglesia son amor y servicio.
La Eucaristía y el pensamiento de Jesús no se ventilan en las academias o en la Curia, sino en su cercanía hacia los débiles, hacia los suyos, los pobres. Jesús hace una teología en vivo.
La misma tradición de san Juan dice que en el amor os conocerán que sois mis discípulos, (Jn 123,35).
Comentarios desactivados en “La vida cristiana consiste en comunicar la Buena noticia de la vida resucitada que Jesús alcanzó para toda la humanidad“, por Consuelo Velez.
De su blog Fe y Vida:
Jueves Santo: Cuando el discípulo siente el amor incondicional de Dios hacia su propia vida, es capaz de testimoniar ese mismo amor de Dios a los demás
Viernes Santo: El viernes santo es día de silencio, de estupor, de dolor, pero también es día de conversión, de cambio, de valentía. Ojalá estemos entre los que asumen estas últimas actitudes.
Vigilia Pascual: El pregón pascual es más que un pregón litúrgico. Es la vida resucitada que podemos testimoniar en todos nuestros actos
JUEVES SANTO
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida. Entonces llegó a Simón Pedro. Éste le dijo: Señor, ¿tú lavarme a mí los pies? Jesús respondió, y le dijo: Ahora tú no comprendes lo que yo hago, pero lo entenderás después. 8 Pedro le contestó: ¡Jamás me lavarás los pies! Jesús le respondió: Si no te lavo, no tienes parte conmigo. Simón Pedro le dijo: Señor, entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio; y ustedes están limpios, pero no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No todos están limpios. Entonces, cuando acabó de lavarles los pies, tomó su manto, y sentándose a la mesa otra vez, les dijo: ¿Saben lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les lavé los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes(Jn 13, 1-15)
Muchas veces decimos que “una imagen vale más que mil palabras” y la lectura de hoy podría encarnar el contenido de esa frase. Lavar los pies era propio de los esclavos en esos tiempos y Jesús, precisamente asume ese papel. Podemos darle todas las explicaciones racionales al cristianismo para justificar una u otra práctica, una u otra estructura eclesial, una u otra norma litúrgica pero todo eso pierde peso ante este gesto del lavatorio, gesto de servicio, de generosidad, de abajarse ante la dignidad de todo ser humano.
Si algo proclama el cristianismo es el amor incondicional de Dios hacia la humanidad, amor que Jesús manifiesta a lo largo de toda su vida con sus palabras y acciones y que concentra en esta última cena (para Juan no es la cena pascual, es un día antes) en la que, como en un intento de volver a confiar a sus amigos su legado, se ciñe el vestido, toma la toalla y lava los pies de cada uno de sus discípulos, entre los que sabemos estaba Judas quien lo entregaría más adelante. Es que así es el amor servicial del reinado de Dios: se da a todos no en virtud de su bondad sino en razón de su ser hijo de Dios, destinatario de la misericordia infinita de Dios.
Muy posiblemente Jesús esperaría que ese gesto convenciera tan profundamente a sus discípulos que pudiera darse un vuelco a la situación que, Él ya intuía, le esperaba. O, por lo menos, que todos ellos le siguieran sin titubeos. Pero si Judas lo traicionará, Pedro lo negará. Este último ya muestra la postura equivocada con la que está siguiendo a Jesús. No sé si Pedro no se sentía digno de ser lavado por Jesús, pero, lo más seguro, es que no acababa de entender que ese amor total de Dios también es para los que se creen perfectos o que creen estar más cerca de Jesús que los demás. Pareciera que el reino es para los otros, los que no forman el círculo de Jesús. Sin embargo, Jesús les muestra que, si no se comienza con ellos, si no cambian su forma de ser y actuar, si no pasan a vivir en el horizonte del Reino, ellos no podrán dar testimonio de este. Precisamente, porque cada discípulo siente el amor incondicional de Dios hacia su propia vida, será capaz de testimoniar ese mismo amor. Quien no se siente frágil no puede comprender la fragilidad de los demás. Quien no se siente perdonado, no podrá perdonar a otros. Quien no se siente con una segunda oportunidad, no podrá dársela a ninguno de sus semejantes.
Por todo lo anterior, las palabras de Jesús aclaran el significado profundo de ese gesto: si yo, siendo el Maestro, les he lavado los pies a cada uno, con más razón ustedes han de lavarse los pies unos a otros.
Participemos, entonces, de este lavatorio de los pies, con la actitud de quien se deja lavar los pies y, la vida entera, por Jesús, pidiéndole que el amor recibido nos haga amor para los demás, sin límite, sin medida. Solo desde esta actitud de necesidad reconocida se pondrá entender que la Eucaristía no es para los perfectos sino para los pecadores y que, participar de esa mesa compartida supone acoger e incluir a toda persona, comenzando por los más pobres y necesitados, por los más discriminados social y religiosamente. El lavatorio de los pies no fue solo un gesto del pasado, sino también un gesto necesario para este presente que precisa mostrar el amor incondicional de nuestro Dios para todas las personas.
VIERNES SANTO
El Viernes Santo no se celebra la Eucaristía porque Jesús ha muerto. Pero se hace una celebración en la que se lee el texto de la pasión, según el Evangelio de Juan. Por razones de espacio no transcribimos aquí todo el texto, sólo señalamos los momentos que acontecen: Prendimiento de Jesús; Jesús ante Anás y Caifás; Negaciones de Pedro; Jesús ante Pilato; Condenación a muerte; La crucifixión; Reparto de los vestidos; Jesús y su madre; Muerte de Jesús; La lanzada; La sepultura (Jn 18, 1 – 19, 42)
El relato de la pasión nos lo cuentan los cuatro evangelistas cada uno con sus características propias. En el caso del evangelio de Juan -lectura del viernes santo- ya conocemos que es un evangelio más elaborado teológicamente y por eso aquí Jesús se muestra mucho más conocedor de lo que va a pasar y con mucha más serenidad ante los acontecimientos que le esperan. Por eso el relato comienza con el prendimiento y en el, Jesús no teme decir que es el nazareno y pedir que dejen a sus discípulos tranquilos ya que Él se está entregando. En la escena aparece Judas con los guardas de los sumos sacerdotes y fariseos, entregándole. Y más adelante Pedro quien busca defender a Jesús cortándole la oreja al siervo del sumo sacerdote. Pero Jesús le reprende y con la tranquilidad con la que el evangelista Juan presenta a Jesús, le hace caer en cuenta a Pedro que Él no va a traicionar la tarea encomendada, aunque esto conlleve la muerte: “La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?”.
Continua el relato con los interrogatorios ante Anás y Caifás. Jesús habla con autoridad frente a ellos como quien reafirma lo que ha hecho porque todo fue público, en la sinagoga y en el Templo y reta a Anás a que pregunte a la gente sobre sus obras. No tiene nada que ocultar. Esa actitud molesta a la guardia y uno de ellos da una bofetada en Jesús. Jesús continua sereno y la confronta: ¿Qué he dicho mal para que me pegues? Como no se encuentran los cargos contra Jesús, Anás lo envía a Caifás y de allí lo llevan ante Pilato. Mientras pasa lo anterior, Pedro consigue entrar a la casa del sumo sacerdote y ahí la portera le reconoce como uno de los de Jesús. Pedro lo niega. Y sigue negándolo frente a los guardias, completando tres negaciones. El gallo canta como lo había dicho Jesús, mostrando con este relato que todo se va cumpliendo según se había dicho. Recordemos que el evangelio de Juan pone en el inicio del mismo las bodas de Caná donde Jesús le dice a María que no ha llegado su hora, mientras que en el lavatorio de los pies se afirma que ha llegado la hora. Esa hora se está cumpliendo con estos acontecimientos de la pasión.
Ante Pilato la conversación es sobre “la verdad” pero no como un discurso filosófico sino la manera del evangelista Juan de expresar el contraste entre la verdad que viene de Dios y la mentira que viene del mundo. Pilato está representando esa mentira que no se deja transformar por la verdad. Pilato pregunta a Jesús ¿qué es la verdad? Pero no escucha su respuesta. La hora ha llegado y la suerte de Jesús está echada. Solo, si Él se retracta, podrá darse un cambio en la decisión, pero supondría perder la fidelidad al proyecto del reino. Si los poderosos de este mundo no quieren acoger la verdad, Jesús no va a renunciar a ella, aunque le cueste la vida.
Pilato libera a Barrabás y entrega a Jesús para ser azotado, burlándose de él con el manto, la corona y el cetro que le colocan para dejar en evidencia que los reyes de este mundo no ceden ante el anuncio de un Reino que cuestiona todos sus valores. Pilato sigue desafiándole diciéndole que en sus manos está soltarlo, pero Jesús también lo cuestiona directamente: “No tendrías ningún poder si no se te hubiera dado de arriba”.
La condena a muerte es evidente no solo por decisión de las autoridades judías y romanas sino por el mismo pueblo que pide que lo crucifiquen porque afirman está yéndose contra el César. Jesús carga con su cruz y lo crucifican en medio de dos que, el evangelio de Lucas, dirá que son ladrones (Juan no lo dice).
Juan relata la presencia de María y de Juan al pie de la cruz haciendo esa conexión con la llegada de la hora a la que ya nos referimos. En esa hora final, está de nuevo María a quien Jesús llamó “mujer” en las bodas de Caná y aquí llama de la misma forma. También están las otras mujeres y el discípulo Juan. La comunidad del reino está allí de pie, sosteniendo, tal vez, la fidelidad de Jesús hasta el final. O Jesús sosteniendo la fidelidad de esa primera comunidad.
Juan señala una palabra de Jesús en la cruz: “Tengo sed”, a lo que sus enemigos responden dándole vinagre. En ese momento Jesús afirma: “Todo está cumplido” y muere. Pero los enemigos, hasta después de muerto siguen agrediéndole: le introducen la lanza en el costado.
Pero siguen apareciendo aquellos que en su vida histórica tuvieron un encuentro con él. Nicodemo que se encontró con Jesús, según el evangelista Juan, por la noche y José de Arimatea que seguía a Jesús en secreto, se encargan de embalsamarlo y sepultarlo en un huerto a semejanza del huerto donde lo prendieron al inicio del relato de la pasión. Jesús fue crucificado y murió, efectivamente.
Hasta aquí no he hecho sino relatar, desde mi estilo, lo dicho por el evangelista Juan, historia que ya conocemos. Podemos recordarla de nuevo como un relato conocido desde hace tantos años. Pero también podemos actualizarlo y preguntarnos cómo sigue actual esa pasión de Jesús. La mentira del mundo, es decir, la injusticia, la desigualdad, la competencia, la discriminación, la indiferencia y tantas otras realidades que muestran el mal de nuestro mundo siguen allí porque los que tenemos que vencer esas mentiras con la verdad del amor incondicional de Dios, seguimos siendo espectadores y no actores, seguimos negando a Jesús como Pedro, aunque luego nos entren arrepentimientos sin que supongan una conversión definitiva. Nos quedamos al margen de la cruz y no estamos ahí, como esa incipiente comunidad, al pie de ella. Posiblemente queramos embalsamar y sepultar a Jesús, es decir, hacer alguna obra buena o comprometernos con algunas cosas, pero no nos empeñamos en “bajar los crucificados de la historia” -como se ha dicho tanto en nuestra América Latina, en denunciar las cruces de nuestro mundo, en no resignarnos a que existan, sino buscar caminos para que llegue la resurrección y la vida. Por supuesto, la vida y la verdad son don de Dios, pero sin discípulos que no teman correr la misma suerte que Jesús, no llegará el tercer día que cambie la mentira en verdad, la muerte en vida.
El viernes santo es día de silencio, de estupor, de dolor, pero también es día de conversión, de cambio, de valentía. Ojalá estemos entre los que asumen estas últimas actitudes.
VIGILIA PASCUAL
Pasado el día de reposo, María Magdalena, María, la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle. Y muy de mañana, el primer día de la semana, llegaron al sepulcro cuando el sol ya había salido. Y se decían unas a otras: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Cuando levantaron los ojos, vieron que la piedra, aunque era sumamente grande, había sido removida. Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, vestido con ropaje blanco; y ellas se asustaron. Pero él les dijo: No se asusten; buscan a Jesús nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí; miren el lugar donde le pusieron. Pero vayan y digan a sus discípulos y a Pedro: “Él va delante de ustedes a Galilea; allí lo verán, tal como les dijo (Mc 16, 1-7)
La vigilia pascual es central en nuestra fe. Pablo escribía a los Corintios: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 14). El viernes santo nos dejó en el sepulcro. El primer día de la semana nos coloca en la vida y, una vida para siempre. Eso fue lo que supieron hacer las mujeres del evangelio, comenzando por María Magdalena, en compañía de las otras mujeres. Muy de mañana van al sepulcro dispuestas a superar las dificultades que conocen encontrarán, como la pesada piedra de la entrada al sepulcro. Y, tal vez su persistencia les permite ser las primeras en encontrar esa vida nueva: la piedra ya está removida y el joven vestido de blanco les da la buena noticia: “Ha resucitado, no está aquí”. Primeras testigas de la resurrección, primeras anunciadoras de la buena noticia del Reino. Aunque el texto propuesto para hoy, termina en la el mensaje del joven a las mujeres, si siguiéramos leyendo más versículos, veríamos que el evangelista Marcos dice que las mujeres tuvieron miedo y no dijeron nada. Otros evangelistas visibilizan más el protagonismo de las mujeres en la transmisión de esa buena noticia y, por eso, podemos recuperar esa presencia activa de ellas en los orígenes cristianos.
De todas maneras, lo que nos interesa considerar hoy es que la vida cristiana consiste en comunicar esta buena noticia. El pregón pascual es más que un pregón litúrgico. Es la vida resucitada que podemos testimoniar en todos nuestros actos. Pero ¿en qué consiste esa vida resucitada? En que a nadie se le niegue su dignidad. Se tengan los medios para vivir. Se goce de oportunidades para progresar. Se garantice la tierra, el techo y el trabajo, como dije el papa Francisco. Se cuide la casa común. Se viva la igualdad entre varones y mujeres. No exista la misoginia ni la homofobia. Haya más diálogo interreligioso e intercultural. Y cada uno podría seguir añadiendo todas aquellas realidades que mostrarían que el Reinado de Dios se va haciendo presente entre nosotros. La oración cristiana nos compromete con todas estas realidades y el compromiso nos permite orar con el Jesús del Reino. La vigilia pascual renueva la vida del Resucitado en nosotros. Por eso: ¡demos testimonio de tanta gracia recibida!
(Foto tomada de: https://www.redentoristasdecolombia.com/ha-resucitado-el-senor/)
Comentarios desactivados en Vicky Irigaray: Jueves Santo.
Hermanos y hermanas, como lo hizo con sus discípulos hoy Jesús también quiere reunirnos, sentarnos a su lado en la mesa, lavarnos los pies y mirarnos a los ojos y hablarnos al corazón. Oremos.
Jesús, que nos dejemos seducir por ti
• Jesús quiere una Iglesia reunida, donde tengan su lugar todos y todas; nos quiere unidos porque nos sabe dispersos; reclina su pecho porque nos sabe a falta de amor.
Jesús, que nos dejemos seducir por ti
• Jesús nos invita a su mesa como muestra de amistad y confianza; quiere que en su mesa no falte nadie: los pobres, enfermos, abandonados y hambrientos. Nos invita a la mesa del pan y de la vida, donde lo que se sirve es el alimento que nos nutre y restaura nuestra dignidad.
Jesús, que nos dejemos seducir por ti
• Jesús quiere lavarnos nuestros pies y en ese lavarnos nos declara su amor y su vida que es servicio. Poniéndose a nuestros pies nos recuerda que nos tenemos que tratar con esmero y ternura. Su amor es entrega total de la vida.
Jesús, que nos dejemos seducir por ti
• Jesús nos pide que nos dejemos hacer, que nos dejemos afectar por su invitación, que nos atrevamos a escucharle con el corazón y cruzar nuestra mirada con la suya.
Jesús, que nos dejemos seducir por ti
Padre Madre buena, una vez más tú vas por delante, Buscas, deseas que comprendamos que somos amados por tu amor sin medida, gratuito que brota desde tus entrañas. Te damos las gracias por el regalo que nos haces en tu hijo Jesús.
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