Amor fraterno.
Desde que el Seńor insertó en el mundo como fermento “incomodador ” el principio del amor fraterno, se ha introducido en las estructuras sociales una levadura de permanente revolución.
Ahora, en ocasiones -incluso a menudo-, sucede esto: hasta los cristianos nos adherimos a ciertos valores relativos como si fueran absolutos y no nos damos cuenta de que esos valores, que eran considerados como absolutos antes de Cristo, no pueden ser considerados ya como tales después de la venida de Cristo.
Bajo la acción fermentadora -aunque invisible- del amor, han sido purificados de una manera gradual; se ha resquebrajado la corteza que esconde su núcleo sustancial; de un modo lento, aunque indefectible, han sido colocados en su verdadero sitio en la jerarquía de los valores. Aparece aquel incómodo precepto del amor fraterno: esclavos y libres son iguales; el orden está subordinado al amor; la patria está ordenada a la amplia familia humana y sus intereses han de ser subordinados a los de la familia colectiva de las naciones; la potestad familiar ha de ser transformada en su raíz; la personalidad de cada uno, hombre y mujer, adulto o pequeńo, esclavo o libre- ha de ser respetada como sagrada, como reflejo de la misma personalidad divina.
Todo se desbarajusta, todo se revoluciona, todo se tambalea: los perezosos y los temerosos hacen sonar la alarma, pero el amor procede de manera inexorable en su obra “corrosiva”: donde es posible se corrige, donde no lo es se abate. !Qué extrańo es este Cristo! Cuáles son los límites de la autoridad? Cuáles los del amor familiar y los del amor patrio? Cuáles los del orden? Cuál es la única dirección en la que es lícito decir que alguien puede inmolarse por un ideal? Cuándo puede decirse de verdad que una acción es heroica y virtuosa? Entre qué límites tiene fundamento la propiedad? La respuesta de Cristo es inflexiblemente sencilla: todo lo define y califica el amor al otro: al otro en cuanto tal, prescindiendo de cualquier esquema en el que este pueda encontrarse encasillado. Libre o esclavo, bárbaro o escita, rico o pobre, etc.
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Giorgio La Pira,
“Sobre el optimismo cristiano“,
en L’Osservatore Romano, 1941)
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Venerable Giorgio La Pira O.P.
Laico dominico y político italiano (alcalde de la ciudad de Florencia). Vivió su vocación cristiana de servicio al prójimo a través de la política, con un gran compromiso por la promoción de la justicia y la paz. Trabajador incansable por la paz (Guerra Fría, Vietnam, Israel y Palestina…) que se volcó en la ayuda a los pobres.
Giorgio La Pira nace el 9 de enero de 1904 en Pozzallo (Sicilia, Italia) en el seno de una familia humilde.
En su juventud, al cursar estudios universitarios, una crisis religiosa le llevó a abandonar la fe a raíz de su contacto con el marxismo. Sin embargo, en la Pascua de 1924 redescubrió que el vacío que sentía solo podía llenarlo Dios. Un año más tarde se hizo laico dominico
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