El Dios de algunos moralistas es muy justo, porque condena a los malos y a los buenos en cuanto se descuidan.
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- Somos hijos del amor de Dios: Él nos ha creado por amor (gracia), y cuando nos crea, nos salva
Nuestra concepción de la gracia y del perdón la vivimos un tanto distorsionada, porque partimos de la contraposición: estado de gracia y estado de pecado, cuando en realidad el origen es la gracia, el regalo de ser querido, creados y salvados por Dios.
Somos criaturas que brotamos del amor de Dios:
¿Me siento hijo querido por Dios? ¿Mi historia con Dios es una historia de amor o de pánico? ¿Tengo miedo a Dios?
Tú, Señor, amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho, pues, si algo hubieses odiado, no lo habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas y los seres las si no hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia si Tú no las hubieses llamado? Pero Tú a todos perdonas, porque son tuyos, Señor que amas la vida. (Sabiduría 11,24-26).
02.- Pecador me concibió mi madre (salmo 50,7).
Es verdad, somos pecadores, pero queridos por Dios también, y sobre todo, en cuanto pecadores.
Esta es la diferencia entre el cristiano y aquel para quien la fe es un sistema de creencias, de derecho, normas y moralidad. Cristiano es sentirse querido por Dios y agradecido (gracia) a Dios también -y sobre todo- cuando el pecado invade nuestra existencia. La fe en el Señor se fundamenta no en la moral, sino en el amor de Dios, en sentirme querido por Dios.
Dios hizo una alianza con su pueblo, con la humanidad. Él nunca nos abandona: camina con nosotros, está de nuestra parte.
03. Culpabilidades malsanas.
Cuando sentimos culpa, culpabilidad, remordimientos, angustia, escrúpulos, es que no podemos “dejar nuestro pecado, ni nuestra vida en las manos de Dios y abandonarnos a Él”.
La culpabilidad es un sentimiento de orden psicológico, no precisamente cristiano. El miedo y la angustia infunden culpabilidad, y son lo contrario a la gracia. La gracia, la mirada elevada al crucificado y al Padre, pacifican, serenan el alma y la vida.
La culpabilidad hiere el alma y es lo contrario de la gracia. Vivir con miedo es exactamente lo contrario a vivir en gracia de Dios, simplemente es un “no vivir”. El miedo bloquea, paraliza, enquista, crea trincheras, pretende pone diques a la “ira de Dios.
“El vivir en pecado del cristiano es vivir en gracia”. Ser pecadores, no nos aleja de la bondad de Dios, sino que Dios se acerca más al ser humano pecador. Dios nos sigue amando más.
Quizás no podemos asumir, digerir nuestro pecado porque nuestro inconsciente y subconsciente están dañados desde la infancia, grabados a fuego por el troquel de culpabilidad. Una educación religiosa tiránica ha hecho mucho daño. Pero estas son cosas de la psicología, no del Evangelio. A Dios no le cuesta ningún trabajo acogernos, perdonarnos.
Los fracasos y el pecado vividos al amor y al calor de la lumbre de Dios, nos hacen más sencillos, más agradecido, más confiados., nos vuelven mejores.
Cristo le preguntó por tres veces a Pedro: ¿me amas? Pedro le ama a Cristo, pero como Pedro, también nosotros le amaremos siempre desde nuestro pecado o con nuestro pecado.
¿Mi conciencia de ser pecador me lleva al amor de Dios?
4.- Conversión.
La conversión no es un programa olímpico: citius, altius, fortius “más rápido, más alto, más fuerte”.
Para el cristiano todo es gracia, no objeto de conquista. Nos convertimos y transformamos nuestra mentalidad cuando nos acercamos a la gratuidad de Dios, al Dios de misericordia. Dios nos ama porque nos quiere, no porque hagamos cosas buenas, por nuestros méritos. (¡Ni mucho menos nos condena!).
Un cristiano (no una persona religiosa), vive la experiencia de la gracia cuando somos conscientes de que nadie ni nada puede separarnos del amor de Dios, (Rom 8), ni el pecado, ni la muerte.
Convertirse es pensar y vivir que Dios es Amor.
A ciertas alturas de la vida, ya no podemos cambiar muchas cosas. La psicología y personalidad no se cambian así como así. Hago el mal que no quiero, decía san Pablo, (Rm 7,15). Dejemos estar nuestra existencia en manos de Dios.
05.- Dios nos perdona antes de que se lo pidamos.
Dios no espera a que volvamos; tampoco le hace falta esperar, porque nunca nos retiró la palabra ni nos dejó de amar. Dios se reconcilia con nosotros antes que nosotros demos un paso. Dios no se enoja con nuestro pecado, Dios siente pena, sufre con nosotros.
Para cuando un cristiano celebra el perdón en su comunidad eclesial, ya está más que perdonado por Dios.
La memoria de Dios amor nos serena, nos pacifica. Nada rehabilita tanto a la persona como la experiencia de que Alguien nos ama y ha hecho mucho por nosotros. Celebrar el perdón no es una auditoría de pecados, es recordar, recordarnos que la misericordia del Señor es eterna y su amor no tiene fin. El salmo 135 es un himno a la misericordia de Dios que la repite constantemente:
Dad gracias al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia.
La alegría más grande no es la eficacia de nuestras penitencias, sacrificios, disciplinas, etc., sino el sentirnos amados por Dios y dejar en manos de Dios la última palabra. Y la última palabra de Dios es Jesús: amor y perdón.
Convertirnos probablemente significa también sanar nuestros recuerdos, nuestra memoria. Siempre estamos dando la vara: “me arrepiento de los pecados de la vida pasada”. Dios ya ha perdonado y olvidado nuestros “naufragios”. A lo mejor todavía no nos hemos instalado el “windows” de Jesús: el evangelio de la gracia.
06.- El juicio como acogida de la gracia
El juicio de Dios es una nueva expresión de su amor. Eso es gracia. Quien nos sana no somos nosotros, sino que la terapia a nuestras carencias está en Dios Padre.
¿Qué otra cosa es el perdón y la gracia sino el abrazo del padre y el hijo pródigo, abrazo que causa un encuentro y una crisis acogedora? Lo que vivieron y experimentaron el padre y el hijo perdido, eso es perdón y eso es gracia.
07.- Dios deposita la semilla de trigo en nuestro barro.
Dios nos hizo de barro, por tanto somos buena tierra. La semilla es la Palabra que el Señor ha sembrado, por tanto es una semilla llena de vida. Algunas zarzas y piedras siempre hay en nuestro acontecer por la vida, pero no tengamos duda de que lo primero y original es una buena tierra y una buena semilla. El grano de trigo que muere por los demás, siempre da fruto, no por nuestras fuerzas, sino porque el Señor no abandona la obra de sus manos.
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