Inicio > Espiritualidad > “En el realismo de la encarnación, alma y cuerpo no son separables. No son dos cosas, sino dos principios de una sola totalidad”, por Jesús Espeja.

“En el realismo de la encarnación, alma y cuerpo no son separables. No son dos cosas, sino dos principios de una sola totalidad”, por Jesús Espeja.

Martes, 5 de marzo de 2024

Encarnacion_2636746315_16910065_660x371El Evangelio en una sociedad laica y en la ambigüedad del mundo (III)

“Se dice que los cristianos debemos “estar en el mundo sin ser del mundo”. Luego la  fe o experiencia cristiana de que Jesucristo es camino de salvación para todos, implica vivir como parte de la familia humana participando en sus logros y fracasos”

“No responde a la fe cristiana una doctrina o una práctica que, como exigencia de lo divino, anule o reprima lo verdaderamente humano. El sobrenaturalismo desentendido de los procesos humanos nada tiene que ver con el evangelio de la encarnación”

“Es necesario discernir en los signos del tiempo la llamada del Espíritu. En lo que sucede cada día continúa la encarnación, presencia de lo divino en lo humano”

 III. En la ambigüedad del mundo

“Tiene pues, ante sí la Iglesia al mundo, esto es, la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación” (Vaticano II)

Se dice que los cristianos debemos “estar en el mundo sin ser del mundo”. Luego la  fe o experiencia cristiana de que Jesucristo es camino de salvación para todos, implica vivir como parte de la familia humana participando en sus logros y fracasos. Pero al mismo tiempo hay un lado sombrío en el mundo que se opone al Evangelio, buena noticia de salvación para todos ¿Cómo vivir ahí la fe cristiana?

1.  La mirada del Concilio sobre el mundo

Cuando se celebró el Vaticano II, 1962-1965 en la comunidad cristiana latina prevalecía una visión negativa del mundo. Se le consideraba enemigo del alma como el demonio y la carne. La huida de este mundo era imprescindible para la espiritualidad.

En el Concilio esa visión prevalentemente negativa pasó a segundo plano, y prevaleció la mirada positiva. El mundo sigue “acompañado por el amor del Creador y aunque todavía  sufre la servidumbre del pecado, está siendo liberado por Cristo”.

El mundo posee bienes, realiza tareas, expresa pensamientos y artes: merece alabanza en su ser, en su evolución, en su propio reino aún no bautizado. Sus logros y fracasos son también de la Iglesia. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón de los cristianos.

2.Algunas implicaciones de la nueva mirada

  Si creemos de verdad en la encarnación continuada o Presencia de amor que  habita en todas las personas, en  las realidades creadas y en todo lo que acontece, no hay espacio para un mundo profano, aunque sí para un mundo profanado por el egoísmo de  los humanos.

No responde a la fe cristiana una doctrina o una práctica que, como exigencia de lo divino, anule o reprima lo verdaderamente humano. El sobrenaturalismo desentendido de los procesos humanos nada tiene que ver con el evangelio de la encarnación.

Hay que superar el dualismo maniqueo que se opone frontalmente a la fe o experiencia cristiana en la encarnación.

Las realidades creadas tienen su propia consistencia. Deben ser gestionadas por los humanos respetando sus leyes y sus finalidades.

No hay acciones espirituales y acciones materiales. Solo hay acciones motivadas por el amor solidario y acciones motivadas por el egoísmo.

En el realismo de la encarnación, alma y cuerpo no son separables. No son dos cosas, sino dos principios de una sola totalidad.

En las liberaciones parciales de la humanidad dentro de la historia ya se está fraguando la liberación definitiva y plena realización de la humanidad.

Es necesario discernir en los signos del tiempo la llamada del Espíritu. En lo que sucede cada día continúa la encarnación, presencia de lo divino en lo humano. En nuestra sociedad hoy se multiplican los nuevos signos

3. “No os acomodéis al mundo”

Al escuchar que “fuera del mundo no hay salvación”, alguno puede concluir indebidamente que todo lo que hay en el mundo es bueno y verdadero. Pero es manifiesto el lado sombrío del mundo.

  Dios es amor que continuamente se está dando; pero el ser humano puede cerrarse a esa Presencia de amor. El evangelista San Juan celebra el amor de Dios a este mundo en la encarnación del Hijo. Pero también constata que hay en el mundo “concupiscencia de la carne, codicia de los ojos, y soberbia de la vida”. Por eso, en vísperas de su muerte pide por sus discípulos: que estén en el mundo sin ser del mundo; que no salgan del mundo pero que vivan libres del mal.

La “huida del mundo” sigue siendo necesaria como exigencia de la espiritualidad cristiana. Sobre todo en una sociedad de bienestar como la nuestra, donde amenaza la tentación de claudicar y convertir el cristianismo en una religión aburguesada, olvidando esa exigencia. Pero ¿cómo interpretar esa “fuga mundi” en la nueva visión conciliar del mundo?

No vale ya una huida de todo lo que sucede  en el mundo y en cuyo entramado está teniendo lugar la presencia  salvadora de Dios y la liberación de los seres humanos. La comunidad cristiana es parte de la familia humana con todas las realidades entre las que vive. Jesús de Nazaret, singular místico, fue contemplativo dentro del mundo, en los conflictos de aquella sociedad judía y comprometiendo su vida hasta la muerte en aras de la paz y de fraternidad entre todos.

  Siguiendo la conducta de Jesús, ¿cómo debemos interpretar y practicar hoy la necesaria huida del mundo para que sea expresión de la espiritualidad cristiana?  Sintiéndonos parte de la sociedad secular, siendo solidarios en los éxitos y fracasos de nuestros conciudadanos; escuchando los latidos, inquietudes y anhelos del corazón humano. Pero sin arrodillarnos ante los ídolos o falsos absolutos que una y otra vez esclavizan a la humanidad.

“No os acomodéis a este mundo”, dice San Pablo a los cristianos de Roma, una sociedad próspera con muchas falsas divinidades. Y añade: “antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente”, fijos en Jesús iniciador y consumador de la fe o experiencia cristiana.

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