Jesús contra el Diablo: demonios del mundo y de la iglesia (Mc 1, 12-13)
| Xabier Pikaza
Texto, Marcos 1,12-15
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre animales, y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.”
Introducción
Hoy comento la primera parte del texto, que retoma el motivo del paraíso (Gen 2-3) y lo aplica a Jesús, como hombre nuevo (verdadero Adán/Eva), principio de la nueva humanidad, presentación de los dos personajes del evangelio de Marcos: el Diablo y Jesús. Estos son sus cuatro temas.
— Jesús estuvo en el desierto cuarenta días. Cuarenta días son el tiempo de prueba de la vida, camino que en Éxodo lleva de la esclavitud (Egipto) a la libertad de la tierra. Primitiva. Jesús es la Nueva humanidad, en él condensada, varón y mujer, judíos y gentiles. Esos cuarenta días no son tiempo “cronológico”, sino kairológico (kairos, condición de la vida humana)
— Siendo tentado por Satanás. Jesús es el Hijo (la humanidad de Dios, como acaba de decir la voz de 1,9-11). Es Dios encarnado, realizando la travesía de la humanidad. Satanás (Diablo/Tentador) forma parte de la humanidad/encarnación de Dios. Se le puede entender como condición de la finitud (Dios haciéndose tierra, vida humana) y riesgo de culpabilidad. No un Satán Externo (Dios o diablo con cuernos y poderes cósmicos). Es la misma tentación o riesgo de la vida.
Dios no lo crea (no es creación, sino anti-creación, un tipo de antimateria). Ese Diablo/tentación es la misma prueba de la vida humana. Es por una parte lo más grande que somos/tenemos (libertad, poder dudar del mismo Dios, de nosotros mismos), siendo por otra parte lo más arriesgado y peligroso (poder de destruirnos, poder de muerte). Según eso, el Diablo/tentación forma parte necesaria y peligrosa de nuestra vida. No es un diablo material externa, es la condición diabólico/divina de nuestra vida humana.
— Y vivía con las animales (theriôn), es decir de los animales (no de las alimañas como pone de un modo equivocado la traducción litúrgica española). Éste es el nuevo Adán, que pone nombre a los animales, como dice Gen 2-3, pero que esta sólo ante ellos y con ellos, pues no le dan verdadera compañía. La buena nueva de Jesús es un retorno de nuestro origen cósmico y animal, el descubrimiento de que somos tierra/polvo, de que somos árbol/planta, de que somos animales, ha puesto de relieve la tradición ecológica.
—Y los ángeles le servían (Mc 1, 12-13). Siendo parte del mundo animal, el hombre es parte del mundo angélico, es decir, del espíritu y palabra de Dios…Sabiendo que todo está al servicio de los hombres… Igual que los animales están al servicio de los hombres, también están a su servicio los ángeles, las “inteligencias, la vida”, como dice de un modo radical Pablo: “ todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. (1 Cor 3, 22-23).
Esta es la nueva humanidad, condensada en Jesús, a quien el mismo Dios ha llamado (creado, instituido, como Hijo: Mc 1, 10-11) es un relato simbólico, de intenso contenido existencial, que ha de entenderse bien, pues indica la hondura abismal y la tarea de la vida de Jesús (y de los que en él creen/creemos), en términos de fondo sagrado y de intenso compromiso, como ayer mostraba. Es un texto que ha de entenderse como relato de nueva creación (como Rom 5), pero con unas anotaciones fundamentales
- Este Cristo, hijo de Dios, es la humanidad entera, varón y mujer, judíos y gentiles (cf. Gal 3, 28), humanidad que no comienza en un paraíso (Gen 2-3), sino en un desierto que debemos atravesar, para convertirlo en paraíso. El mundo del que nacemos, en el crecemos no es aún paraíso, sino que es desierto que debemos convertir en paraíso.
- Esta nueva humanidad no se transmite por generación varón-mujer (como en Gen 2-3), sino por comunicación humana, a través de la palabra y testimonio, por humanidad compartida. No se niega la generación biológico-personal, pero se abre un tipo más alto de comunicación humana.
- Desde aquí (a partir de Mc 14-15: tema de la conversión, metanoia o nueva conocimiento-ser) comienza la nueva humanidad, el evangelio como conocimiento nuevo, recreación humana.
- Desde ese fondo hay que re-interpretar el tema de las “fieras” (animales, sería), que no son alimañas como he dicho sino el fondo animal de la vida humana… Conforme a la tradición apocalíptica, los animales puede convertirse en fieras destructoras (Dan 7), en un tipo de monstruos demoniacos.
- Éste es el prólogo de todo el evangelio. El conjunto de Marcos será la concreción y desarrollo de este comienzo… Este es el tema del Apocalipsis de Juan, pero expresado en forma biográfica, no de escatología consecuente.
Entorno bíblico. Los judíos, un pueblo experto en “satanismo ·
División de “espíritus”. Israel ha trazado una separación de campos: ángeles y demonios han dejado de ser equivalentes: Partiendo de un dualismo moral, que adquiere caracteres muy intensos, los ángeles se muestran como poderes buenos, al servicio de Dios y para ayuda de los hombres; los demonios son, en cambio, negativos, destructores.
a) La separación de campos no llega al dualismo teológico: El Diablo no tiene verdadera categoría de antidiós; es simplemente un principio del mal que en ámbito de cosmos y, sobre todo, en un plano de división antropológica. Lo demoníaco forma parte de una historia humana que se destruye a sí misma.
b) Jerarquización de lo demoníaco: El ámbito de poderes o espíritus perversos se halla dominado y dirigido por un príncipe del mal que ha recibido el nombre de Satán, Mastema, Diábolos o Diablo, Belial y Beelzebú, según las tradiciones; los demonios son sus ayudantes y seguidores, son la expresión concreta de lo demoníaco/satánico en la vida de los hombres.
c) Ángeles y demonios realizan (simbolizan) funciones contrarias que se centran, básicamente, en estos cinco espacios: sostenimiento o destrucción de la vida humana, apertura y cierre de la historia, origen del mal, libertad o esclavitid del cosmos, plenitud (cielo, resurrección) o destrucción de la vida humana (muerte, infierno: retorno al abismo/caos del que ha surgido la humanidad de Dios por medio de la palabra y el amor).
d) Conclusión cristiana: Jesús, gran ángel encarnado en la historia, Hijo de Dios. El Nuevo Testamento reasume esos rasgos y supone esas funciones, pero las transforma y retraduce de una forma que juzgamos decisiva. Para ello, significativamente, rompe el paralelo entre los dos espacios: quien se enfrenta con lo demoníaco no es ya el mundo de los ángeles, sino el mismo Hijo de Dios, que es Jesucristo. Por eso, los ángeles pierden su importancia, al menos desde un punto de vista teológico; la función que ellos podían realizar, como enviados de Dios y amigos de los hombres, vienen a cumplirla Cristo y el Espíritu.
Teología satánica del Antiguo Testamento. Las tres perversiones
Entre los ángeles que forman la corte de Yahvé y que de acuerdo con la vieja terminología politeísta reciben el nombre de sus «hijos», debe haber como en las cortes de este mundo un funcionario que defienda el interés de Dios y observe los pecados de los hombres, acusándoles delante de su trono. Tal es el personaje que aparece en Job 1 y que se llama, con su nombre de trabajo, el «satán», que significa «aquel que prueba» o adversario.
Ciertamente, ese «satán» no es todavía el personaje odiosamente siniestro de la tradición posterior, pero demuestra rasgos antihumanos, pues parece complacerse en la miseria de Job y en su caída. Esas notas se acentúan en Zac 3, 1-9. Satán, fiscal divino, acusa falsamente al sumo sacerdote y busca por encima de todo su condena. Dando un paso más, 1 Cron 21,1 , concede a Satán un nombre propio y le convierte en seductor que incita al Rey David llevándole al pecado. Todavía es mensajero de Dios, aunque ya sea la figura mala de su corte, algo así como el signo de amenaza que pesa sobre el hombre desde el mismo centro del consejo del Altísimo[i].
La influencia persa, que puede haberse iniciado con la conquista de Ciro (540 a. de C) , sigue actuando aún después de la unificación cultural del Oriente realizada por Alejandro Magno y sus sucesores helenistas, en los tres últimos siglos antes de Cristo. Ha influido desde Persia el dualismo que enfrenta, de manera escatológica, a los espíritus buenos y malos, que son encarnación y signo de los dos reinos contrapuestos. Es más, parece haber tenido origen semejante la visión de los espíritus como personificaciones de las fuerzas de la naturaleza (estaciones, astros, vientos) y como guardianes de los hombres.
Sin embargo, es necesario precisar: la tradición persa posterior concibe el poder del mal, Angra-Mainyu, como espíritu increado, primordial, independiente del Dios bueno, aunque se espera que al final del gran combate de la historia habrá de ser vencido por Ahura-Mazda, Señor bueno. Para Israel, Satán y sus demonios fueron creados por Dios y, por lo tanto, no son independientes aunque pueden presentarse como responsables de la condición actual del mundo, es decir, de su caída y su pecado.
La especulación judía sobre Satán es una teodicea y una antropología: quiere resolver el problema de la perversión y el sufrimiento humano. Se presiente que el antiguo Dios se encuentra cada vez más alto y, además, parece incapaz de responder a las preguntas del pecado, del dolor y la injusticia que plantea el hombre nuevo. Sabe, por un lado, que Dios ha de ser bueno. Se observa, por otro lado, que el mal se ha desbordado y que penetra los resquicios más profundos de la vida: la existencia individual, la marcha de los pueblos, las raíces mismas de la tierra. Por eso ya no existe más remedio que afirmar que todo está en la mano de poderes enemigos que destrozan, que destruyen y que matan.
Esto significa que Satán (Satán y otros espíritus) se alzaron contra Dios: se han pervertido internamente y determinan la existencia de los hombres y la marcha de la tierra. Ciertamente, Dios es todavía el Señor de antiguos tiempos: juez definitivo y poder originario. Pero ese Dios ha permitido, en una especie de misterio incomprensible, que Satán, su servidor y mensajero se convierte en enemigo poderoso concediéndole, en un tiempo, la capacidad de dominar la tierra. Ese tiempo es por desgracia el nuestro. Así se explica la existencia del mal, de la injusticia, el sufrimiento de los justos y la muerte. Esto lleva al tema del origen. La caída de Satán y su identidad se clarifica de tres modos: como perversión sexual; por alzamiento contra Dios; y por negarse a servir a los hombres.
Satán, violencia sexual. La perversión sexual satánica se expresa como unión de los hijos de Dios (espíritus divinos) con las hijas de los hombres (Gn 6, 14). Amplifica y elabora extensamente ese mito el autor de 1 Henoc 6-36, refiriéndose a 200 «vigilantes» (espíritus que observan noche y día sin cansarse) que descienden a la tierra, se cruzan con las hijas de los hombres y engendra los gigantes primitivos. De la carne corrompida de estos monstruos han surgido los demonios, que pervierten a los hombres de la tierra.
Satán, rebelión contra Dios. Otro relato presupone un alzamiento contra Dios. Lo refiere 2 Henoc 29, 4-5 diciendo que Satán (Satanail), llevado de una idea irrealizable, pretendió poner su trono más arriba de las nubes, a la altura del poder de lo divino. Dios, como respuesta, le arrojó desde la altura, juntamente con sus ángeles rebeldes, obligándole a volar sin fin sobre el espacio del abismo, desde donde pervierten a los hombres.
Satán, orgullo y opresión humana. Una tercera tradición que relaciona la caída de Satán con la negación de servir a los hombres. Dios hizo a Adán según su imagen y ordenó a los ángeles servirle (o adorarle). Satán, al que se llama el adversario (Vita Adae et Evae 17, 1), unido a sus ángeles se opuso al cumplimiento de la orden y Dios le arrojó de la gloria. En ese fondo, Satán es el anti-amor. Amor es servicio inter-humano, satán es opresión, esclavitud y utilización de los hombres.
Todas estas concepciones presuponen lo siguiente. 1) Hay un príncipe perverso (un gran espíritu) que ha roto la armonía de Dios sobre la tierra. 2) Con él existen otros muchos espíritus malos: son los ángeles rebeldes que acompañan a Satán en la caída o simplemente los «demonios viejos» de la tierra, que se encuentran sometidos al poder del Diablo. 3) Todos los hombres se encuentran, de algún modo, perdidos y sujetos a la tentación de lo diabólico y en especial algunos que han caído directamente bajo su influjo (los posesos). Distinguimos, por tanto, dos figuras.
‒ La primera Satán (diablo, tentador, anti-Dios). La Biblia griega y el lenguaje popular le aplica el nombre de Diablo (diabólos, el detractor), y en los libros de aquel tiempo ha recibido numerosos nombres59. Los más utilizados parecen haber sido los que siguen. Es Satán (el tentador), el príncipe de los espíritus perversos que en el NT se convierte a veces en príncipe del mundo (de este mundo) (Jn 12, 31; 16, 11; 14, 30).
1 Henoc le llama Semjaza y Azazel, las luminarias que han caído de lo alto pervirtiendo todo el mundo (1 En 6-13). Según el libro de los Jubileos (10-11) el jefe de los malos espíritus recibe el nombre de Mastema, que parece significar lo mismo que Satán y su función consiste en pervertir, en acusar y en castigar a los humanos. El Testamento de los XII Pat. (cf. Test Ben 3) ha acuñado un nombre que ha de hacer fortuna: Belial (el que pervierte), principio del mal y del engaño, de tal forma que los hombres se dividen en aquellos que obedecen a Dios y los que siguen el engaño de Belial o la tiniebla.
‒ Satán, el Diablo, tiene un gran imperio de espíritus/poderes perversos (antihumanidad). Sin llegar al dualismo estricto de los persas, ese imperio se concibe un poco como doble del reino de los cielos. Existe en ambos casos un príncipe supremo (Dios, Satán); hay una corte de siervos y enviados que ejercen las funciones de su amor (los ángeles de Dios, los demonios del Diablo[ii].
Sobre el origen de los demonios no existe certeza absoluta. En el mito aparecen, por un lado, como hijos de los ángeles caídos, es decir, como las fuerzas enemigas que proceden de los gigantes (fruto de la unión de las mujeres de la tierra y de los ángeles del cielo). Por otro lado, pueden concebirse simplemente como espíritus que acompañan a Satán en su pecado y su caída pervirtiendo ahora la tierra.
Sea cual fuere ese origen, lo cierto es que Israel ha unido para siempre la figura teológico-apocalíptica de Satán (el Diablo) y la experiencia religiosa universal de los demonios. De esa forma el Diablo ya no es sólo el adversario de Dios; es el poder que por medio de los suyos, los demonios, amenaza toda la existencia o vida de los hombres. Por su parte, los demonios dejan de ser ambivalentes y se vuelven simplemente malos, emisarios de Satán, perversos.
Visión de conjunto del NT
1) La historia de Jesús subraya la lucha del mesías contra la presencia destructora del Diablo que actúa en los hombres más perdidos (posesos, enfermos, impuros, oprimidos etc.). Todo lo que dice el NT (todo lo que define al cristianismo como experiencia anti-satánica) ha de entenderse y deducirse de la historia de Jesús
2) Los sinópticos entienden la vida de Jesús como victoria sobre el mismo Satán, que pretendía dominar la historia de los pueblos.
3) El cuarto evangelio ha relacionado al Diablo con el fundamento de lo malo; por eso destaca la función del Cristo como aquel que viene del bien originario.
4) La literatura paulina interpreta lo angélico-demoniaco en perspectiva cósmica; a partir de ella ha entendido la victoria de Cristo sobre los poderes destructores.
5) El Apocalipsis de Juan ha introducido lo angélico-demoniaco en ámbito de juicio escatológico.
Punto de partida. Historia de Jesús, Jesús y el Diablo
Los ángeles forman la corte judicial de Dios. En calidad de tales deben asumir el testimonio de Jesús, ratificado por el Hijo del Hombre, que muy pronto acabará identificándose con el mismo Jesucristo. Pues bien, en esta línea, los ángeles del juicio tienden a convertirse en compañeros y servidores del Hijo del Hombre que viene (Mc 13,27; 8,38; Lc 9,26).
De esa forma, y perteneciendo a Dios, ellos vienen a presentarse como ejecutores de la obra del Hijo del Hombre: están al servicio de Jesús. No es extraño que la tradición cristiana (cf. Mt 16,27; 24,31) acabe presentándolos como ángeles «del Hijo del Hombre». Papel más importante realizan en la vida de Jesús el Diablo y sus demonios. Lo demoníaco está ahí. No se teoriza en torno a su origen. Tampoco se discuten sus formas de existencia. El Diablo aparece como un momento concreto de la existencia del hombre caído, enfermo, aplastado por la vida.
Es significativo el hecho de que Jesús no trate del Diablo y sus demonios en un campo cosmológico. No le importa la visión del mundo en general. Lo ocupan los hombres caídos, oprimidos, de su propio entorno. Es en ellos, precisamente en ellos, donde encuentra al adversario: diabólico es aquello que destruye la existencia de los hombres. Por eso la actuación de Jesús se explícita por medio de exorcismos. Los exorcismos, que quizá en su origen fueron prácticas apotropaicas destinadas a conjurar el poder adversario de los espíritus, vienen a ser para Jesús un tipo de praxis radical del reino: Por ellos quiere ayudar al hombre, haciéndole que pueda ser humano, vivir en libertad, desarrollarse con salud, desplegar el poder de su existencia.
Por eso, demoníaco es lo impuro (cf. Mc 3,11; 5,2; 7,25, etc.), lo que al hombre le impide realizarse en transparencia. Es demoníaca la enfermedad, entendida como sujeción, impotencia, incapacidad de ver, de andar, de comunicarse con los otros. Es demoníaca sobre todo una especie de locura más o menos cercana a la epilepsia; ella saca al hombre fuera de si, le pone en manos de una especie de necesidad que le domina. Pues bien, ayudando a estos hombres y haciendo posible que ellos «sean», Jesús abre el camino del reino.
Esa actuación no es un sencillo gesto higiénico, ni efecto de un puro humanismo bondadoso. Al enfrentarse con lo demoníaco, Jesús plantea la batalla al Diablo como tal, es decir, al principio originario de lo malo. Así lo supone Lc 10,18 cuando interpreta la verdad de los exorcismos diciendo: «He visto a Satán caer del cielo como un rayo». Así lo ha desarrollado de manera explícita Mt 12,22-32.
Ciertas personas de Israel acusan a Jesús de estar haciendo algo satánico: libera a unos pequeños, insignificantes, endemoniados para engañar mejor al pueblo, separándolo de la ley y poniéndolo en manos del Diablo, el poder antidivino (cf. Mt 9,34; 12,24 y par). Jesús vendría a ser una especie de encarnación de Satán, un demonio principal, infinitamente más peligroso que todos los demonios de los ciegos, cojos y epilépticos. Pues bien, Jesús responde de una forma decidida y programática: «si expulso a los demonios con la fuerza del Espíritu de Dios, esto significa que el reino de Dios está llegando hasta vosotros. (Mt 12,28; cf. Le 11,20). Esta sentencia, dentro del contexto de la actuación de Jesús, reflejada en el conjunto del pasaje (Mt 12,22-32), implica lo siguiente:
a) Los exorcismos de Jesús han de entenderse como signo y lugar de advenimiento del reino de Dios, que se expresa y actúa precisamente en un mundo dominado por lo diabólico, es decir, por la enfermedad y la opresión interhumana.
b) Jesús no es emisario de Satán, sino enviado de Dios; por eso tiene un poder que es superior, el mismo poder de lo divino, de forma que él aparece como “dedo” de Dios, portador del Espíritu Santo, no para imponerse y destruir, sino para crear vida humana. c) Satán ya está vencido. Era el fuerte. Dominaba la casa de este mundo. Ahora ha llegado uno más fuerte y le ha quitado sus poderes (/Mt/12/29-30); Dios mismo actúa por Jesús y está expresando y realizando su obra sobre el mundo.
c. El Diablo se expresa en la enfermedad y destrucción del hombre sobre el mundo. Por eso, lo diabólico se encuentra ahí mismo, en la ceguera, en la parálisis, la angustia de los hombres. Contra ese Diablo no combaten ya los ángeles del cielo, sino el hombre Jesús y sus discípulos (cf. Mt 10,8 par). Jesús y sus discípulos luchan contra el Diablo y sus demonios desde la pequeñez de la tierra, en un camino que se abre y les abre hacia la nueva humanidad, en gesto de liberación, de gracia y esperanza. Ese camino ha sido ya básicamente recorrido por Jesús, a través de un itinerario liberador que culmina en su muerte.
Por eso, los primeros creyentes han interpretado su vida y, sobre todo, su muerte y su pascua como momento clave liberación, es decir, de superación de lo diabólico. Todos los textos del Nuevo Testamento retoman, de formas distintas y complementarias, esa batalla y victoria de Jesús contra el Diablo, que aparece condensada de forma genial, en el relato de las tentaciones (Mc 1, 12-13; Mt 4; Lc 4). Esos textos nos sitúan ante el Christus Victor, el Cristo vencedor en la gran batalla de la historia humana contra el Diablo.
Temas abierto Desde ese fondo podemos releer el relato de las Tentaciones de Jesús, que ofrecen la más poderosa de todas visiones del Diablo y los Demonios. Estas son las novedades más significativas de este pasaje, novedades que deberemos estudiar en otro contextos, en nuevas postales:
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