La Inmaculada desde una mirada más actual sobre María
Un teólogo propone cambiar el nombre de ‘Inmaculada Concepción‘ porque “demoniza la sexualidad”
De su blog Fe y Vida:
“Hay que resignificar la fiesta de la Inmaculada, mostrando que el Hijo de Dios se encarnó en una mujer de carne y hueso”
“De ahí la necesidad de seguir actualizando su figura para que pueda decir algo a los tiempos actuales. Esta actualización no significa que inventemos cosas sobre ella, sino que volvamos a los datos bíblicos, reconozcamos que han sido interpretados desde una mirada patriarcal”
| Consuelo Vélez teóloga
El próximo 8 de diciembre celebramos la fiesta de la Inmaculada concepción de María, es decir, el reconocimiento que hace la Iglesia de que María, por ser madre de Jesús, fue preservada de todo pecado desde su nacimiento hasta su muerte. No es un dogma que tenga fundamento bíblico, pero expresa una convicción de fe que el pueblo reconoce como consecuencia de la divinidad de Jesús. Este último dato es importante: los dogmas marianos son, ante todo, dogmas cristológicos.
Es decir, están vinculados a la persona de María, pero no por ella misma sino por su papel en la historia de salvación como madre de Jesús. Corremos el peligro -y así se ha vivido y se vive en algunos contextos- de pensar a María como una “semidiosa” o alguien llena de poderes para alcanzarnos favores, casi compitiendo con Jesús en su capacidad de conceder milagros. Vaticano II corrigió esas desviaciones al hablar de ella no en un documento aparte y menos proclamándola corredentora -como algunos pretendían-, sino en el documento sobre la Iglesia -Lumen Gentium-, mostrando así su papel único como madre de Jesús, pero no aparte o desligada del pueblo de Dios.
Conviene también, a propósito de esta fiesta mariana, recordar que, aunque el amor a María es una de las devociones más fuertes del pueblo cristiano, su figura y las actitudes que se le han atribuido en su vida histórica están diciendo cada vez menos a la juventud. Se puede amar a la madre de Jesús, pero no es fácil reconocer en ella un modelo de mujer que abra caminos de realización plena para ellas hoy.
De ahí la necesidad de seguir actualizando su figura para que pueda decir algo a los tiempos actuales. Esta actualización no significa que inventemos cosas sobre ella, sino que volvamos a los datos bíblicos, reconozcamos que han sido interpretados desde una mirada patriarcal -propia de la sociedad en la que se ha vivido-, haciendo que se haya puesto más atención a unos aspectos que a otros, concretamente en aquellos que la sociedad ha designado para las mujeres y que han permitido ese papel secundario y sufriente que todavía hoy tantas mujeres padecen.
Basta recordar el texto de la anunciación (Lc 1, 26-38). Se ha puesto más énfasis en la aceptación de María “Hágase en mí según tu palabra” que en la pregunta que ella dirige al ángel cuando le anuncia que será la madre de Jesús: “¿Cómo podrá ser esto si no conozco varón?”. Es decir, esa joven campesina, tiene palabra, la pronuncia, cuestiona, interpela, no importa que sea un enviado de Dios el que le está hablando. Una María así entendida, impulsa y respalda las preguntas que hoy las mujeres nos hacemos: ¿por qué tan relegadas de la Iglesia? ¿por qué no podemos tomar decisiones? ¿por qué no podemos ser mediación de Cristo?, entre muchas otras que actualmente se formulan.
Otros textos bíblicos van en la misma línea. El texto del Magnificat (Lc 1, 46-55) aunque se reza cada tarde en las vísperas, pareciera que no transmite la profundidad de esas palabras puestas por el evangelista en boca de María, mostrando cómo ella expresa lo que es el reinado de Dios: misericordia y transformación de las injusticias haciendo que los excluidos sean colmados de bienes.
Ese texto tiene un hondo contenido sociopolítico, pero se ha espiritualizado de tal manera que no se conecta con la realidad y menos con una María llena de compromiso transformador. Podríamos comentar más textos bíblicos (aunque en realidad hay muy pocos textos donde aparezca María) pero sirvan estos como ejemplos de la necesidad de una lectura que no pone el énfasis en el silencio de María, en su capacidad de sufrir y de llevar todo en su corazón (Lc 2, 19) sino que reconoce su protagonismo y liderazgo.
Volviendo a la fiesta de la Inmaculada convendría resignificarla mostrando que el Hijo de Dios se encarnó en una mujer de carne y hueso y a ella, sin dejar su humanidad, se le reconoce como llena de gracia, es decir, capaz de vivir la plenitud de vida que Dios quiere para todos sus hijos e hijas. La vida cristiana es una vida que actuando según el espíritu de Jesús crece cada día a más plenitud de amor, de misericordia, de compromiso, de generosidad, de reflexión crítica, de palabra profética, de militancia, de llegar a hacer posible el reino de Dios en nuestra historia.
Todo esto es distinto a esa visión reducida de entender la Inmaculada en un sentido de separada del mundo. Por el contrario, todos y todas estamos llamados a buscar esa plenitud de vida -llena de gracia- pero en la encarnación del aquí y el ahora, con lo que tiene de alegría y tristezas, de logros y de fracasos, de avances y retrocesos, de aciertos y equivocaciones. María fue proclamada Inmaculada por su consecuente vida de gracia para ser la madre de Jesús, pero, en ningún momento, alejada de su historicidad, de su humanidad, de su ser mujer de Nazaret, pobre, sencilla, campesina, una más entre los suyos.
María vista desde estos horizontes más encarnados en la realidad es modelo no solo para las mujeres sino también para los varones porque en el pueblo de Dios todos estamos llamados a ser bienaventurados como ella, discípulos como ella, seguidores de Jesús como ella. La dimensión femenina de la Iglesia no la encarna solo María ni las mujeres porque en todo el pueblo de Dios reside la riqueza de los diversos dones que culturalmente se han atribuido a las mujeres, pero que, en la realidad, son dones de todos los seres humanos. ¡Que María, quien vivió la plenitud de vida desde su nacimiento hasta su muerte, nos acompañe en este mismo camino de gracia y plenitud al que todos y todas somos llamados!
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