James Alison: “La genialidad de la Fiducia supplicans es que sale del laberinto ‘por arriba’
“Las nuevas reglas del juego de ‘Fiducia supplicans’: La Iglesia es para los pecadores“
“Percibo que hay dos ‘cosas’ sucediendo simultáneamente en los asuntos LGBT en la Iglesia. Una de ellas implica acciones procesuales; la otra, acciones de gobierno”
“Los cambios en las relaciones, que tienen lugar en tantas culturas diferentes y a diferentes velocidades, no pueden saltarse imponiendo nuevas enseñanzas sin grave riesgo de cisma”
“La genialidad de la Fiducia supplicans es que sale del laberinto ‘por arriba’, utilizando una reflexión sobre las bendiciones para elaborar una presentación práctica católica de la abundancia de la gracia. Que luego la extiende en el grado máximo posible: a todos nosotros”
“Pronto veremos si el cardenal Víctor Manuel Fernández y sus colegas están a la altura de la promesa de Fiducia supplicans”
| James Alison, teólogo
(The Tablet).- Me quedé bajoneado al recibir la noticia de un documento más del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF) que me afecta a mí y a aquellos entre los que ejerzo mi ministerio directamente, todos nosotros en situación precaria dentro de la vida de la Iglesia. El DDF no tiene por meta elaborar nuevas doctrinas, sino que nos brinda el statu quo de maneras más o menos bien logradas.
Su último intento fue tan mal logrado que opté por satirizarlo como berrinche en Religión Digital para disminuir el nivel de escándalo causado a muchas personas homosexuales y a quienes nos aman. ¿Tendría que volver a hacer lo mismo esta vez? Decidí no involucrarme en las reacciones inmediatas, sino esperar a que se calmaran un poquito.
Hay que pensar despacio para “escapar de los laberintos por arriba”, una práctica que el Santo Padre recomendó en su discurso anual a la Curia días después de la publicación de Fiducia Supplicans. Así que, siguiendo su consejo, y desde una cierta “vista de helicóptero“, percibo que hay dos “cosas” sucediendo simultáneamente en los asuntos LGBT en la Iglesia. Una de ellas implica acciones procesuales; la otra, acciones de gobierno.
Lenta pero silenciosamente – y mucho más a través de las relaciones personales que de la enseñanza oficial– se dan acciones puntuales y empujones que nos están llevando hacia un lugar en el que el conocimiento antropológico sobre quiénes somos se vuelve no controvertido: aprendimos que las personas LGBT no somos personas heterosexuales defectuosas y, por lo tanto, que los intentos de categorizar quiénes somos y cómo vivimos mediante deducciones negativas a partir del acto matrimonial abierto a la procreación, son erróneos y perjudiciales. Este es el camino “sinodal” en proceso.
Llevará tiempo, porque los cambios en las relaciones, que tienen lugar en tantas culturas diferentes y a diferentes velocidades, no pueden saltarse imponiendo nuevas enseñanzas sin grave riesgo de cisma. Pero el movimiento va claramente en una dirección: la de aprender que las personas LGBT estamos diciendo la verdad al compartir de manera fehaciente lo que hemos aprendido sobre nosotros mismos y que, en nuestro camino de conversión para llegar a ser hijos e hijas de Dios, la gracia nos alcanza a partir de lo que somos, y no a pesar de ser lo que somos.
El reciente Sínodo avanzó en este proceso pidiendo, por amplia mayoría, una reconsideración de nuestra antropología tradicional para incluir lo que estamos aprendiendo inductivamente sobre el ser humano. Para ello, los delegados propusieron reuniones de alto nivel con garantías de confidencialidad para que pueda hablarse con franqueza. Reuniones en las que algunos de nosotros podríamos hablar en primera persona como testigos. Porque, como es obvio, no puede haber un verdadero debate “sobre nosotros” sin nosotros.
Al mismo tiempo que acontecen estas acciones procesuales, también tenemos actos de gobierno, de los que Fiducia Supplicans es un ejemplo especialmente afinado. Estos últimos actos tienen una finalidad por encima de todo: fomentar la unidad y evitar el cisma. En este sentido es como acojo de manera cálida el nuevo documento. Recordemos que no hay ningún organismo cristiano importante que haya sido capaz de tratar este asunto sin la amenaza, o la realidad, del cisma. Los que se han negado a encarar este tema han tenido que renunciar al cristianismo básico y aliarse con expresiones violentas de “los poderes de este mundo“, incluyendo la criminalización e incluso las ejecuciones, para mantener una pretendida pureza que sólo a ellos mismos engaña.
Viendo, por tanto, cómo los asuntos LGBT se han convertido en una cuestión “barómetro“, un “punto álgido hermenéutico” para toda una serie de otras cuestiones –cultura, psicología, historia colonial, cambios en la estructura familiar– me he preguntado durante mucho tiempo ¿llegado el momento, cómo ejercería el sucesor de Pedro su ministerio de unidad en este ámbito? Ese ministerio es intrínseco a la catolicidad de la Iglesia y, si se ejerce bien, tendrá efectos mucho más allá de las estructuras visibles de la Iglesia católica.
Ahora tengo la respuesta a mi pregunta. Aunque el proceso de aprender la verdad en este asunto avance demasiado despacio para quienes vivimos en algunos países, y demasiado rápido para quienes viven en otros, ciertamente avanzará. Y el DDF ha establecido una especie de toldo andante bajo el que todos estamos invitados a emprender el proceso de trabajar las conciencias: las “reglas del juego” para garantizar la unidad y evitar el escándalo, con la promesa de que lo disciplinario se ejercerá con un toque ligero.
Primero: establecer una presentación firmemente conservadora de la enseñanza tradicional. Segundo: estirar casi hasta el límite todo lo permisible dentro de esa enseñanza.
Y esta es, en mi opinión, la genialidad de Fiducia Supplicans, y la razón por la cual es fiel al pensamiento del Papa Francisco tras Amoris Laetitia (cosa que manifiestamente no lo era el Responsum del DDF de 2021): sale del laberinto “por arriba“, utilizando una reflexión sobre las bendiciones para elaborar una presentación práctica católica de la abundancia de la gracia. Que luego la extiende en el grado máximo posible: a todos nosotros.
¡Qué privilegiado soy por haber realizado mis estudios formales de teología en Brasil! Ejercí mi ministerio en parroquias en las que una ínfima parte de la población vivía en un primer matrimonio “debidamente formalizado“. Un cardenal conservador me instó a que anduviera con mucha soltura en temas canónicos y evitara cualquier enseñanza moral que no fueran los Diez Mandamientos, para no agobiar a los fieles. Todo esto estaba muy lejos de las tentaciones de fariseísmo, tan fuertes en los países anglófonos. La Reforma ha dejado una fuerte impronta en nuestra recepción del cristianismo; y nuestros líderes religiosos, incluso los católicos, se dejan seducir muy fácilmente por representaciones moralistas y legalistas de la “bondad“.
Fiducia Supplicans ofrece, pues, las “reglas del juego” según las cuales se debe vivir la catolicidad para mantener su unidad: la Iglesia es para los pecadores. Todos vivimos en el fango y, sin embargo, todos somos capaces de quedarnos transformados en diamantes partiendo de donde estamos. Deja la enseñanza oficial donde está, al menos por el momento, pero nunca la utilices para juzgar a los demás, porque ése es el camino al infierno. Mientras tanto, aprende a percibir a las personas que podrías haber despreciado como “bendecibles” en lugar de “reprobables“, y luego deja que la sutil gracia de Dios opere la eficacia de la bendición en sus –en nuestras– vidas, y en lo que podemos aprender unos de otros sobre quiénes somos realmente.
Así pues, una comprensión católica totalmente tradicional de la Gracia, que no se preocupa demasiado por el pecado, que se hace visible a través de un rico repertorio de bendiciones, todo ello con mano suave en lo que respecta a la disciplina: esta es la vía para mantenernos unidos en el proceso de aprendizaje que los asuntos LGBT están provocando en todo el mundo.
Hay que decir, sin embargo, que sí se ha tocado una nueva nota al insistir en que las parejas del mismo sexo son “bendecibles” en lugar de “reprobables“.
Imaginen, si quieren, que viven en un reino insular, quizá en algún lugar del Mar del Norte. Imaginen que a sus costas llegan personas en pateras. Algunos los llaman “inmigrantes ilegales“, otros “solicitantes de asilo“. En el primer caso, se presume que no son “nosotros” y que nunca podrán serlo, por lo que deben ser tratados como delincuentes y deportados. En el segundo caso, sea cual sea su estatus, vengan de donde vengan y hayan llegado aquí como hayan llegado, todo debe resolverse lenta y pacientemente, ya que su deseo de ser “de los nuestros” puede ser real y legítimo y, al menos inicialmente, debe suponerse que lo es. Con el tiempo, puede que no sólo sean “de los nuestros“, sino incluso de los “mejores” entre nosotros.
Sin embargo, a diferencia de cualquier fantasía del Mar del Norte, en el Reino de Cristo todos los residentes son de hecho también inmigrantes, y se manifiesta la autenticidad de su residencia al extender hacia abajo escaleras para otros que puedan llegar a sumarse, en lugar de recogerlas en contra de otros a los que temen. Y al hacerlo, descubren que incluso las reglas bien establecidas del Reino por el que viven empiezan a cambiar a medida que su “nosotros” deja de definirse frente a un “ellos” del que saben muy poco. Empiezan a ser “contagiados” por un mayor deseo de bendecir, y un reconocimiento de que han sido bendecidos por aquellos de los que se atrevieron a hablar bien.
Pronto veremos si el cardenal Víctor Manuel Fernández y sus colegas están a la altura de la promesa de Fiducia supplicans: ¿Serán ecuánimes a la hora de repartir codazos a los distintos sectores de la Iglesia? ¿Serán tan firmes a la hora de sacar a las jerarquías africanas de su reticencia a apoyar la despenalización (sin la cual la idea de “bendecible” en lugar de “reprobable” no tiene ninguna posibilidad) como lo son a la hora de frenar a los alemanes en su camino hacia los ritos escritos formales para las bendiciones? En los próximos años habrá muchas oportunidades de poner a prueba la declaración Fiducia Supplicans en su rol de ayuda al gobierno en la unidad, muchas ocasiones de ver esta aventura en acción mientras nuestras conciencias se esfuerzan por llegar a una veracidad compartida.
Cuando era joven, me entusiasmaba el relato de Chesterton llamado Ortodoxia. Ahora, al leer atentamente Fiducia Supplicans, al ser testigo del proceso del Espíritu y de los actos de gobierno en constante evolución que sirven a ese proceso, percibo algo de lo que Chesterton quería decir con el “carro celestial” que lleva la “verdad salvaje, tambaleante pero erguida“. ¡Que empiece el juego!
Fuente Religión Digital
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