Comentarios desactivados en Éste es el Cordero de Dios.
El Cordero
Oh Corderillo, ¿quién te ha hecho?
¿Aún no sabes quién te ha hecho?
Te ha dado vida y alimento
junto al arrollo y sobre el prado;
te ha dado ropas deliciosas,
suavísima lana brillante;
y te ha dado una voz tan tierna
que el valle todo se alboroza.
Oh Corderillo, ¿quién te ha hecho?
¿Aún no sabes quién te ha hecho?
Oh Cordero, yo he de decirlo,
Oh Cordero, yo he de decirlo:
se llama por tu mismo nombre,
pues que Cordero a sí se llama:
es apacible y bondadoso,
de un niño tuvo la apariencia:
a nosotros, niño y cordero,
por su nombre nos llaman todos.
Cordero que Dios te bendiga.
Cordero que Dios te bendiga.
*
William Blake
The Lamb
*
*
Hambre de ti
«Amor de Ti nos quema, blanco Cuerpo».
Unamuno
Hambre de Ti nos quema, Muerto vivo,
Cordero degollado en pie de Pascua.
Sin alas y sin áloes testigos,
somos llamados a palpar tus llagas.
En todos los recodos del camino
nos sobrarán Tus pies para besarlas.
Tantos sepulcros por doquier, vacíos
de compasión, sellados de amenazas.
Callados, a su entrada, los amigos,
con miedo del poder o de la nada.
Pero nos quema aun tu hambre, Cristo,
y en Ti podremos encender el alba.
*
Pedro Casaldáliga El Tiempo y la espera.
Editorial Sal Terrae, Santander 1986
***
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
-“Éste es el Cordero de Dios.”
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
–“¿Qué buscáis?”
Ellos le contestaron:
-“Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”
Él les dijo:
-“Venid y lo veréis.“
Entonces fueron, y vivieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
-“Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).”
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
–“Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).”
*
Juan 1,35-42
***
Señor Jesús, te miro, y mis ojos están fijos en tus ojos. Tus ojos penetran el misterio eterno de lo divino y ven la gloria de Dios. Y son los mismos ojos que vieron Simón, Andrés, Natanael y Leví […]. Tus ojos, Señor, ven con una sola mirada el inagotable amor de Dios y la angustia, aparentemente sin fin, de los que han perdido la fe en este amor y son «como ovejas sin pastor».
Cuando miro en tus ojos me espantan, porque penetran como lenguas de fuego en lo más íntimo de mi ser, aunque también me consuelan, porque esas llamas son purificadoras y sanadoras. Tus ojos son muy severos, pero también muy amorosos; desenmascaran, pero protegen; penetran, pero acarician; son muy profundos, pero también muy íntimos; muy distantes, pero también invitadores.
Me voy dando cuenta poco a poco de que, más que «ver», deseo «ser visto»: ser visto por ti. Deseo permanecer solícito bajo tu morada y crecer fuerte y suave a tu vista. Señor, hazme ver lo que tú ves -el amor de Dios y el sufrimiento de la gente-, a fin de que mis ojos se vuelvan cada vez más como los tuyos, ojos que puedan sanar los corazones heridos.
*
H. J. M. Nouwen,
In cammino verso l’alba di un giorno nuovo,
Brescia 1997, pp. 88ss.
Comentarios desactivados en “Seguir a Jesús”. 2 Tiempo ordinario – B (Juan 1,35-42)
Dos discípulos, orientados por el Bautista, se ponen a seguir a Jesús. Durante un cierto tiempo caminan tras él en silencio. No ha habido todavía un verdadero contacto. De pronto, Jesús se vuelve y les hace una pregunta decisiva: «¿Qué buscáis?», ¿qué esperáis de mí?
Ellos le responden con otra pregunta: Rabí, «¿dónde vives?», ¿cuál es el secreto de tu vida?, ¿desde dónde vives tú?, ¿qué es para ti vivir? Jesús les contesta: «Venid y lo veréis». Haced vosotros mismos la experiencia. No busquéis otra información. Venid a convivir conmigo. Descubriréis quién soy y cómo puedo transformar vuestra vida.
Este pequeño diálogo puede arrojar más luz sobre lo esencial de la fe cristiana que muchas palabras complicadas. En definitiva, ¿qué es lo decisivo para ser cristiano?
En primer lugar, buscar. Cuando uno no busca nada en la vida y se conforma con «ir tirando» o ser «un vividor», no es posible encontrarse con Jesús. La mejor manera de no entender nada sobre la fe cristiana es no tener interés por vivir de manera acertada.
Lo importante no es buscar algo, sino buscar a alguien. No descartemos nada. Si un día sentimos que la persona de Jesús nos «toca», es el momento de dejarnos alcanzar por él, sin resistencias ni reservas. Hay que olvidar convicciones y dudas, doctrinas y esquemas. No se nos pide que seamos más religiosos ni más piadosos. Solo que le sigamos.
No se trata de conocer cosas sobre Jesús, sino de sintonizar con él, interiorizar sus actitudes fundamentales y experimentar que su persona nos hace bien, reaviva nuestro espíritu y nos infunde fuerza y esperanza para vivir. Cuando esto se produce, uno se empieza a dar cuenta de lo poco que creía en él, lo mal que había entendido casi todo.
Pero lo decisivo para ser cristiano es tratar de vivir como vivía él, aunque sea de manera pobre y sencilla. Creer en lo que él creyó, dar importancia a lo que se la daba él, interesarse por lo que él se interesó. Mirar la vida como la miraba él, tratar a las personas como él las trataba: escuchar, acoger y acompañar como lo hacía él. Confiar en Dios como él confiaba, orar como oraba él, contagiar esperanza como la contagiaba él. ¿Qué se siente cuando uno trata de vivir así? ¿No es esto aprender a vivir?
Comentarios desactivados en “Vieron dónde vivía y se quedaron con él”. Domingo 14 de enero de 2023. 2º domingo de tiempo ordinario
Leído en Koinonia:
1Samuel 3,3b-10.19: Habla Señor, que tu siervo escucha. Salmo responsorial: 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. 1Corintios 6,13c-15a.17-20: Vuestros cuerpos son miembros de Cristo. Juan 1,35-42: Vieron dónde vivía y se quedaron con él
La primera y la tercera lecturas se complementan presentándonos el tema de «la vocación»: la vocación del pequeño Samuel en la primera, y la vocación o el llamado de Jesús a sus primeros discípulos.
El libro de Samuel nos presenta la infancia del joven Samuel en el templo al cual fue consagrado por su madre en virtud de una promesa. El niño duerme, pero una voz lo llama. Creyendo que es la voz de su maestro Elí, con ingenua obediencia se levanta el niño tres veces en la noche acudiendo a su llamado. Samuel no conoce aún a Yahvé, pero sabe de la constancia en la obediencia, y sabe acudir al llamado, una vez más, aun cuando en las primeras ocasiones le parecía haberse despertado en vano. Elí comprendió que era Yahvé quien llamaba al niño y le enseñó entonces a crear la actitud de escucha: “Habla señor, que tu siervo escucha”.
La vida actual está llena de ruido, palabras que van y vienen, mensajes que se cruzan y con frecuencia los seres humanos perdemos la capacidad del silencio, la capacidad de escuchar en nuestra interioridad la voz de Dios que nos habita. Dios puede continuar siendo aquel desconocido de quien hablamos o a quien afirmamos, creer pero con quien pocas veces nos encontramos en la intimidad del corazón, para escuchar contemplativamente.
Este texto sobre Samuel niño se ha aplicado muchas veces al tema de la “vocación”, palabra que, obviamente, significa “llamado”. Toda persona, en el proceso de su maduración, llega un día –una noche- a percibir la seducción de unos valores que le llaman, que con una voz imprecisa al principio, le invitan a salir de sí y a consagrar su vida a una gran Causa. Esas voces vagas en la noche, difícilmente reconocibles, provienen con frecuencia de la fuente honda que será capaz más tarde de absorber y centrar toda nuestra vida. No hay mayor don en la vida que haber encontrado la vocación, que es tanto como haberse encontrado a sí mismo, haber encontrado la razón de la propia vida, el amor de la vida. No hay mayor infortunio que no encontrar la razón de la vida, no encontrar la Causa con la que uno vibra, la Causa por la que vivir (que siempre es, a la vez, una causa por la que incluso merece la pena morir).
Pablo, en su carta a los corintios, nos recuerda que el cuerpo es templo, y que toda nuestra vida está llamada a unirse a Cristo, por lo que es necesario discernir en todo momento, qué nos aleja y qué nos acerca al plan de Dios. Por que la relación con Dios, no hace referencia solamente a nuestra experiencia espiritual sino a toda la vida: el trabajo, las relaciones humanas, la política, el cuidado del cuerpo, la sexualidad… En todo momento en cualquier situación debemos preguntarnos si estamos actuando en unidad con Dios y en fidelidad a su plan de amor para con todo el mundo.
En el evangelio de hoy, Juan nos relata en encuentro de Jesús con los primeros discípulos que elige. Es un texto del evangelio, obviamente simbólico, no un relato periodístico o una “crónica” de aquellos encuentros. Todavía, algunos de los símbolos que contiene no sabemos interpretarlos: ¿qué quiso Juan aludir, al especificarnos que… “serían las cuatro de la tarde”? Hemos perdido el rastro de lo que pudo tener de especial aquella hora concreta como para que Juan la detalle.
Dos discípulos de Juan escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como el “cordero de Dios”, y sin preguntas ni vacilaciones, con la misma ingenuidad que el joven Samuel que hemos contemplado en la primera lectura, «siguen» a Jesús, es decir, se disponen a ser sus discípulos, lo que conllevará un cambio importante para sus vidas. El diálogo que se entabla entre ellos y Jesús es corto pero lleno de significado: “¿Qué buscan?”, “¿Maestro donde vives?”, ”Vengan y lo verán”. Estos buscadores desean entrar en la vida del Maestro, estar con él, formar parte de su grupo de vida. Y Jesús no se protege guardando las distancias, sino que los acoge sin trabas y los invita nada menos que a venir a su morada y quedarse con él.
Este gesto simbólico se ha comentado siempre como una de las condiciones de la evangelización: no basta dar palabras, son precisos también los hechos; no sólo teorías, sino también vivencias; no «hablar de» la buena noticia, sino mostrar cómo la vive uno mismo, en su propia carne estremecida de gozo. O sea: una evangelización completa debe incluir una visión teórica, pero sobre todo tiene que ser un testimonio. El evangelizador no es un profesor que da una lección, sino un testigo que ofrece su propio testimonio personal. El impacto del testimonio de vida del maestro, conmueve, transforma, convence a los discípulos, que se convierten en testigos mensajeros.
Seguir a Jesús, caminar con él, no puede hacerse sino por haber tenido una experiencia de encuentro con él. Las teorías habladas –incluidas las teologías–, por sí solas, no sirven. Nuestro corazón –y el de los demás– sólo se conmueve ante las teorías vividas, por la vivencia y el testimonio personal.
En la vida real el tema de la vocación no es tan fácil ni tan claro como lo solemos plantear. La mayor parte de las personas no pueden plantearse la pregunta por su vocación, no pueden «elegir su vida», sino que han de aceptar lo que la vida les presenta, y no pocas tienen que esforzarse mucho para sobrevivir apenas. El llamado de Dios es, ahí, el llamado de la vida, el misterio de la lucha por la sobrevivencia y por conseguirla del modo más humano posible. Este llamado, la «vocación» vivida en estas difíciles circunstancias de la vida, son también un verdadero llamado de Dios, que debemos valorar en toda su dignidad. Leer más…
Comentarios desactivados en 14.1.24. Dom 2 TO. La iglesia nació de disputas entre Juan, Jesús y Pedro (Jn 1, 35-45)
Del blog de Xabier Pikaza:
Por doquier se habla actualmente de disputas de iglesia. (a) Entre el Papa y cardenales/obispos. (b) Entre grupos de poder iglesia: unos más tradicionales, otros que se llaman progresistas.
El hecho que haya discusiones y disputas es bueno. Si no las hubiera, la iglesia estaría muerta.
Juan, Jesús y Pedro fueron duros disputadores: Jesús se aprovechó de los discípulos de Juan (se supone que para bien). Pedro quiso aprovecharse de Jesús e incluso contribuyó a su muerte (pero se duce que fue para bien, pues hubo resurrección). Lo malo no es discutir, sino discutir para la muerte, sin resurrección
| Xabier Pikaza
Texto inicial
Estando Juan Bautista con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, que era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús, encontró primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)» (Jn 1, 35-45).
Este pasaje se centra en tres personajes centrales: Juan Bautista, Jesús llamado el Mesías, y Simón llamado Pedro. Como amigos les presenta la tradición, pero como amigos discutidores. Aquí me fijaré en dos disputas: La de Juan y sus discípulo con Jesús; la de Jesús con Pedro y sus compañeros.
PRIMERA DISPUTA: JESÚS DISCUTIÓ CON JUAN; LE QUITÓ SE DISCÍPULOS, PERO PARECE QUE FUE PARA BIEN
Jesús tuvo un maestro llamado Juan, a quien le pusieron el sobrenombre de Bautista porque ratificaba su mensaje con un rito de inmersión en el Jordán) como signo de paso a la tierra prometida y de preparación (purificación) para el juicio de Dios. Juan era profeta de frontera, desde el otro lado de la tierra prometida, introduciendo a sus seguidores en el agua del juicio, que sólo Dios puede “dividir”, para que, liberados de sus males pudieran entrar en la tierra santa, recreando el signo de Josué (apertura de las aguas, el paso del río), Dios decida y el pueblo se encuentre preparado para entrar en la tierra prometida (Jos 5).
‒ Juan anuncia y prepara así la llegada del juicio de Dios, simbolizada por el gesto del bautismo, de manera que la tradición le llama Baptistés (=bautizador, bautista). No dice a los penitentes que se bauticen, sino que les bautiza él mismo, mostrando así su autoridad, como enviado de Dios, profeta del fin de los tiempos.
‒ Las señales del juicio de Juan eran hacha, fuego y huracán. Su rito de bautismo retomaba imágenes de dura destrucción, que expresan el fin del mundo viejo para superar así el caos presente, como como si el mundo entero, y en especial la humanidad, debiera renacer, liberándose del abismo de muerte que le amenazaba (Mt 3, 11-12 par), de forma que el hacha-fuego-huracán pudieran convertirse en signo de presencia del Más fuerte ( entendido como Poder superior, a cuya luz quiere ponernos Juan Bautista, superando así la maldición de muerte que destruye a los hombres.
Junto al Jordán creó Juan una comunidad de penitentes bautistas esperando el signo de Dios, a fin de pasar el río e iniciar una nueva vida en la tierra prometida. Jesús aceptó el mensaje de Juan Bautista, y esperó su signo para cruzar el río y entrar en la tierra prometida. Pero, según el evangelio, el signo esperado, no se cumplió en forma de juicio en el río (señal de Josué), sino como iluminación más honda de Jesús, a quien el mismo Dios infundió su Espíritu, a través de un bautismo superior. No sabemos si Juan y Jesús se conocían. Lc 1 supone que eran primos, pero ese parentesco parece más teológico que físico y sirve para trazar una conexión entre sus proyectos eclesiales, pero Jesús debía haber oído hablar de Juan, pues vino a formar parte de su grupo.
Por un tiempo, Jesús compartió el camino de Juan, pero después tuvo una experiencia distinta de Dios y empezó a proclamar un mensaje de Reino. No podía seguir esperando, sino que quiso comprometerse de un modo personal, poniendo su vida al servicio del Reino de Dios para impedir que la destrucción de Satán y Mammón se impusiera sobre el mundo [1].
Era ya un hombre maduro. Lc 3, 23 dice que tenía unos treinta años, edad avanzada en aquel tiempo. Había recorrido probablemente muchos caminos, pero éste era ya el definitivo.
Jesús fue por un tiempo discípulo de Juan, pero tuvo una “inspiración” especial y buscó entre sus colegas/compañeros, discípulos de Juan a varios especiales, para separarse de Juan y crean un camino propio. Entre esos compañeros, a los que Jesús llamó para que le siguieran a él, dejando a Juan está Simón Pedro, como indica el texto citado de Juan.
Ciertos detalles de ese texto pueden ser creación del evangelista, pero su fondo es histórico. (a) Jesús y algunos de sus seguidores habían sido previamente discípulos de Juan Bautista. (b) El movimiento de Jesús nació como una escisión del movimiento del bautista. (c) Parece que se trató de una escisión pacífica, aunque pudo haber entre los dos grupos ciertas disensiones. La mayoría de los historiadores y exegetas suponen que el bautismo en el Jordán marcó la “historia de la vida” de Jesús trazando una ruptura respecto a lo anterior y permitiendo que asumiera hasta el final (y superara) el juicio del Bautista, definiendo su opción profética y mesiánica al servicio del Reino de Dios.
El Cuarto Evangelio supone que, durante algún tiempo, Jesús fue discípulo, colega y cooperador de Juan Bautista, no sólo compartiendo su misión (iglesia), sino creando un grupo propio de discípulos…tomándonos (¿robándolos) de Juan, de manera que pudo haber competencia entre discípulos del grupo de Juan y el de Jesús:
Después de esto, Jesús fue con sus discípulos al país de Judea; y allí permanecía con ellos y bautizaba. Juan también estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque había allí mucha agua, y la gente acudía y se bautizaba. Pues todavía Juan no había sido encarcelado. Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación… (Jn 3, 22-25).
Según este pasaje, Jesús creó su escuela/iglesia de “bautistas” a cierta distancia del grupo de Juan, quizá mmás al sur (en la orilla judía del río), después de haber sido bautizado por él, para ampliar y universalizar su experiencia de conversión, anunciando y adelantando el juicio de Dios. De esa forma se sitúan ambos: Juan al otro lado del río, sin entrar en la tierra de Israel; Jesús en la tierra prometida, en la zona de Judea. Según eso, los primeros seguidores de Jesús habían sido seguidores de Bautista (Jn 1, 19-51)[2].
En este contexto, Jn 3, 25-30 habla de una discusión entre discípulos de Juan y un “judío”, que podría ser el mismo Jesús, según algunos manuscritos (cf. NT Graece, DB, Stuttgart 1993, 254). Eran disensiones normales. Si Jesús no se hubiera diferenciado del Bautista no habría creado su propio movimiento.
Dejando a un lado esa relación y el enfrentamiento entre discípulos de uno y otro, Marcos supone que Jesús no fue discípulo del Bautista, sino que vino a buscarle sólo de pasada, para dejarse bautizar por él (Mc 1, 9-11), marchando después, inmediatamente, tras una intensa experiencia de Dios (cf. Mc 1, 12-14). En contra de eso, el cuarto evangelio (Jn 1, 29-51; 3,22-30 y 4, 1-2) afirma que Jesús estuvo vinculado por un tiempo a la misión de Juan y que sólo después de un tiempo dejó a Juan, y no se fue solo él, sino con un grupo de discípulos de Juan, iniciando su propia misión de reino
Cuando supo que los fariseos habían oído que hacía más discípulos que Juan y que bautizaba [aunque él no bautizaba, sino que lo hacían sus discípulos], Jesús dejó Judea y fue de nuevo a Galilea (Jn 4, 1-2).
Jesús no estuvo de paso con Juan Bautista, sino que formó parte de su escuela, recibió su bautismo y empezó realizando tras él (con ciertas novedades, al otro lado del río (quizá cerca de Jericó, por la zona de los vados bajos, por donde Josué había pasado a la tierra prometida) una misión y tarea distinta (de anuncio de Reino, no de bautismo). Según eso, antes de iniciar su misión propia, viniendo a Galilea, Jesús había descubierto y “madurado” su doctrina, primero bajo Juan, al otro lado del río, y después e la tierra prometida, en la zona baja de Judea.
En un principio, Jesús pudo pensar que había llegado el momento de subir directamente desde la zona de Jericó a Jerusalén, para anunciar ya directamente la llegada del reino de Dios, situando en ese contexto la tentaciones o pruebas (cf. Mc 1, 13; Mt 4; Lc 4), que la tradición posterior ha situado en esa zona. En ese contexto, Jesús pudo pensar (descubrir) que no era todavía el momento de subir a Jerusalén, que quedaban pendientes muchos temas de dinero/pan, de poder y de sacralidad.
Lo cierto es que, según la tradición, tras un tiempo, Jesús dejó la zona del bajo Jordán, en el entorno de Jericó (del paso de Josué y del ejército de Israel en la tierra prometida) y decidió volver a Galilea, su tierra, para iniciar allí su misión de Reino con algunos discípulos que él “tomó” de la escuela de Juan
SEGUNDA DISPUTA. PEDRO DISCUTIÓ CON JESÚS, PARA MAL (PERO CON HUBO RESURRCCIÒN)
No era galileo puro, sino itureo de Betsaida, ciudad muy helenizada, del Bajo Golán que el rey Filipo había engrandecido, como “polis” helenista, segunda capital de su reino (la primera era Cesárea de Felipe), dándole además administración y nombre griego (Julia), en honor de una hija de Augusto.
Primera vocación, el Río Jordán(Jn 1, 36-42). El evangelio de Juan empieza presentando a Simón y Andrés, su hermano, como discípulos del Bautista en el Jordán. Eso supone que habían dejado la pesca (al menos por un tiempo) y se habían «liberado» para las tareas y esperanzas de la culminación escatológica de Israel, al lado del Bautista, lo mismo que Jesús, de manera que los dos (Simón y Jesús) habrían empezado siendo compañeros, discípulos “penitentes” de un mismo maestro, Juan Bautista. Su vocación y camino empezó siendo un camino de conversión para perdón de los pecados; ambos eran en un sentido “colegas”.
Según eso, cuando Jesús recibió una vocación especial de Mesías e Hijo de Dios (Mc 1, 9-11) y quiso llamar para acompañarle a unos discípulos/compañeros, empezando por Andrés y, en especial por Simón de Betsaida, éstos no eran simples pescadores, sino hombres comprometidos en la tarea de Dios, bautistas penitente, voluntario al servicio de la transformación de Israel. Jesús se fijó en y especialmente en Simòn porque le quería (necesitaba) para la tarea de su reino y le prometió que sería Cefas/Petros, piedra/roca del nuevo edificio la iglesia mesiánica, hombre quizá problemático (como seguiré indicando), pero adecuado para liderar su movimiento de transformación mesiánica.
Así comienza el camino de Simón/Pedro, junto al río de la conversión, un itinerario de compromiso mesiánico, desde el Jordán a los confines de la tierra (conforme a la misión final de Mt 28, 16-20). Siendo pescador de frontera (entre Betsaida y Cafarnaúm), Simón había querido dedicarse a las tareas de Dios, centrándose en la preparación del juicio (simbolizado por el hacha, huracán y el fuego: cf. Mt 3, 11-12).
El domingo pasado leímos el relato del bautismo en el evangelio de Marcos. Si hubiéramos seguido leyendo este evangelio, hoy deberíamos leer las tentaciones de Jesús. Pero se reservan para el principio de la Cuaresma, y, en un prodigio de zapping litúrgico, cambiamos de evangelio y leemos este domingo un texto de Juan sobre la vocación de los primeros discípulos. Para ambientar este episodio, y con fuerte contraste, la primera lectura cuenta la vocación de Samuel.
La vocación de un profeta (1 Samuel 3,3b-10.19)
En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel. Este respondió:
̶ Aquí estoy.
Corrió adonde estaba Elí y dijo:
̶ Aquí estoy, porque me has llamado.
Respondió Elí:
̶ No te he llamado; vuelve a acostarte.»
Fue y se acostó. El Señor volvió a llamar a Samuel. Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo:
̶ Aquí estoy, porque me has llamado.
Respondió Elí:
̶ No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte.
Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor.
El Señor llamó a Samuel por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo:
̶ Aquí estoy, porque me has llamado.
Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven, y dijo a Samuel:
̶ Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”
Samuel fue a acostarse en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como las veces anteriores:
̶ ¡Samuel, Samuel!
Respondió Samuel:
̶ Habla, que tu siervo escucha.
Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras.
El autor utiliza el frecuente recurso de plantear un problema (el Señor llama a Samuel sin que éste sepa quién lo llama), con dos intentos fallidos por parte del niño (dos veces acude a Elí) y la solución en un tercer momento («Habla, Señor, que tu siervo escucha»).
De los datos que ofrece el texto, el más interesante es la explicación de por qué Samuel confunde a Yahvé con Elí. «Samuel no conocía todavía al Señor». ¿Cómo es esto posible? Su madre lo dejó en el templo cuando era todavía un niño, vive con la familia del sumo sacerdote, ha debido de oír hablar de Yahvé infinidad de veces, escuchar su nombre en cantos y salmos. Samuel debía de tener una buena formación catequética. A pesar de todo, «no conocía todavía al Señor, no se le había revelado la palabra del Señor». Una cosa es conocer a Dios de oídas, por oraciones y lecciones mejor aprendidas, y otra muy distinta ese contacto profundo con él a través de su palabra.
Cabe el peligro de centrarse en la figura de Samuel y pasar por alto lo mucho que dice el texto a propósito de Dios. Ante todo, no comunica su voluntad al pueblo directamente, se sirve de una persona concreta. Al mismo tiempo, se revela como un ser extraño, desconcertante, que elige para esta misión a un niño de pocos años y parece jugar con él al ratón y al gato, haciendo que se levante tres veces de la cama antes de hablarle con claridad.
Además, ese Dios que más tarde se revelará como un ser cercano al profeta, acompañándolo de por vida, se revela también como un ser exigente, casi cruel, que le encarga al niño una misión durísima para su edad: condenar al sacerdote con el que ha vivido desde pequeño y que ha sido para él como un padre. Esto no se advierte en la lectura de hoy porque la liturgia ha omitido esa sección para dejarnos con buen sabor de boca.
En resumen, la vocación de un profeta no sólo le cambia la vida, también nos ayuda a conocer a Dios.
La vocación de los primeros discípulos (Juan 1,35-51)
En el cuarto evangelio, Jesús no acude a Juan para que lo bautice, sino para entrar en contacto con sus primeros discípulos. Es una pena que el evangelio de este domingo se limite al encuentro con los tres primeros, porque el conjunto ofrece un mensaje muy interesante sobre la vocación.
Andrés y el discípulo anónimo (1,35-39)
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
̶ Este es el Cordero de Dios.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
̶ ¿Qué buscáis?
Ellos le contestaron:
̶ Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
Él les dijo:
̶ Venid y lo veréis.
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima [las cuatro de la tarde].
En el primer encuentro, la iniciativa parte del Bautista que, al ver pasar a Jesús, dice de él: «Ese es el cordero de Dios». Antes había dicho algo más concreto: «Ese es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». La referencia parece clara al personaje del que habla Isaías 53: uno que salva a su pueblo cargando con sus pecados, y que, cuando lo condenan a muerte, «como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, no abría la boca» (Is 53,6-7).
Las palabras de Juan, más que simple información parecen contener una invitación a sus discípulos a entrar en contacto con ese personaje misterioso. Juan, con esta actitud de desprendimiento y generosidad, está anticipando lo que dirá más tarde: «Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él. (…) Él debe crecer y yo disminuir»(Jn 3,28.30).
Y los dos discípulos, aunque quizá no entendieron claramente lo que significaba «Ese es el Cordero de Dios», sintieron gran curiosidad, lo siguen, y escuchan las primeras palabras que pronuncia Jesús en el evangelio: «¿Qué buscáis?» No es una pregunta trivial, suena a desafío. Es la pregunta que Jesús dirige a cualquier lector del evangelio: «¿Qué buscas?». Y el lector se siente obligado a pensar si ha buscado o busca algo en su vida, o si ha dejado de buscar. Los dos muchachos podrían decir, con el salmista: «Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro». Pero su respuesta es más tímida. Se dirigen a él con profundo respeto, llamándolo «rabí», y se limitan a preguntarle dónde vive. Por desgracia (y esta vez no podemos culpar a los liturgistas) no sabemos de qué hablaron desde las cuatro de la tarde en adelante.
Andrés y Simón Pedro (1,40-42)
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
̶ Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
̶ Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro).
De esa larga conversación cuyo contenido ignoramos, Andrés sacó la conclusión de que aquella persona era alguien más que el Cordero de Dios, o un rabí cualquiera. Así lo comunica entusiasmado a su hermano: «Hemos encontrado al Mesías». ¿Qué quería decir con esto? Ateniéndonos al cuarto evangelio, la mentalidad popular esperaba del Mesías que realizara numerosos milagros, como sugiere la gente de Jerusalén: «¿Cuándo venga el Cristo, hará más signos de los que este ha hecho?» (Jn 7,31). En esta línea prodigiosa, otros piensan que «el Mesías permanecerá para siempre» (Jn 12,34). Sin embargo, el título de Mesías tenía por entonces una fuerte carga política, como se advierte en los Salmos de Salomón 17 y 18, de origen fariseo, procedentes del siglo I a.C. Es posible que esto fuera lo que más entusiasmara a Andrés e intentara transmitir a su hermano Simón Pedro.
La pretensión de haber encontrado al Mesías la considerarían absurda muchos judíos. Los fariseos llevaban más de un siglo pidiendo a Dios que enviara a su Rey Mesías. ¿Iba a encontrarlo precisamente este pobre muchacho galileo? Sin embargo, su hermano le hace caso y marcha al encuentro de Jesús.
Tiene lugar entonces una de las escenas más misteriosas. Cuando Andrés y Simón Pedro llegan ante Jesús, el evangelista introduce una pausa que crea fuerte tensión: «Jesús se le quedó mirando». ¿Qué siente Jesús al ver a Simón Pedro? ¿Qué experimenta este al verse examinado por Jesús? Una vez más, el evangelista omite cualquier comentario.
Jesús no lo saluda. No le pregunta qué busca. No necesita que Andrés se lo presente. Él sabe quién es y quién es su padre. Inmediatamente, con una autoridad suprema, le cambia el nombre por Cefas, sin explicarle por qué se lo cambia ni qué significa ese nombre.
Para un judío, el nombre y la persona se identifican. Lo que advierte Simón es que ese personaje está disponiendo de él sin consultarlo ni pedirle permiso. Sin embargo, no reacciona, no pide una explicación ni se rebela. Quien no lo conozca, imaginará a Simón como un muchacho tímido y callado. Veremos que no es así.
La escena simboliza el poder de Jesús sobre Simón y una cierta predilección por él, ya que es el único al que le cambia el nombre. El lector del cuarto evangelio sabe, desde este momento, que deberá conceder gran importancia a este personaje.
Dos relatos parecidos y diversos
El contraste entre el evangelio y la vocación de Samuel es enorme. Esta ocurre en el santuario, de noche, con una voz misteriosa que se repite y un mensaje que sobrecoge. En el evangelio todo ocurre de forma muy humana, normal: un boca a boca que va centrando la atención en Jesús, cuando no es él mismo quien llama, como en el caso (que no se ha leído) de Felipe. Y las reacciones abarcan desde la simple curiosidad de los dos primeros hasta el escepticismo irónico de Natanael, pasando por el entusiasmo de Andrés y Felipe. Pero hay también elementos parecidos.
En ambos relatos, la vocación cambia la vida. En adelante, «elSeñor estaba con Samuel», y los discípulos estarán con Jesús. Este cambio se subraya especialmente en el caso de Pedro, al que Jesús cambia el nombre.
La vocación revela a Dios en el caso de Samuel, y a Jesús en el caso de los discípulos. Cada vocación aporta un dato nuevo sobre la persona de Jesús, como distintas teselas que terminan formando un mosaico: Juan Bautista lo llama «Cordero de Dios»; los dos primeros se dirigen a él como Rabí, «maestro»; Andrés le habla a Pedro del Mesías; Felipe, a Natanael, de aquel al que describen Moisés y los profetas, Jesús, hijo de José, natural de Nazaret; y el escéptico Natanael terminará llamándolo «Hijo de Dios, rey de Israel». Es una pena que la mutilación del texto impida captar este aspecto.
La liturgia nos sitúa al comienzo de la actividad de Jesús. Lo iremos conociendo cada vez más a través de las lecturas de cada domingo. Pero no podemos limitarnos a un puro conocimiento intelectual. Como Samuel y los discípulos, debemos comprometernos con Dios, con Jesús.
«Yo esperaba con ansia al Señor» (Salmo 39)
El Salmo elegido para el día de hoy comienza con las palabras: «Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios» (Sal 39,2). Más que a Samuel, estas palabras se aplican a los futuros apóstoles. Esperaban con ansia al Señor, y por eso han acudido a escuchar a Juan Bautista. Pero el Señor no se ha limitado a poner en sus bocas un canto nuevo. Los ha tomado completamente a su servicio.
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“Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: -Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús.”
¡Abróchense los cinturones! Este Tiempo Ordinario arranca con fuerza. Estamos despegando, es un momento delicado y conviene estar muy atentos.
El texto de Juan nos sumerge de lleno en el tema del seguimiento de Jesús, de la vocación. Y en unos pocos versículos hay de todo. Hay material suficiente para varios tratados: mediaciones humanas, iniciativa de Dios, respuesta a la llamada…
Es simpático ver cómo Juan y Andrés convierten su propia vocación en vocación para otros. Hacen de su vida una señal que anuncia el camino.
Juan Bautista, ya en la madurez de su vocación, ha aprendido a descubrir la presencia de Dios. Por eso puede decir a sus discípulos: “-Este es el Cordero de Dios.” El afán de su misión es mostrar a Dios. No está preocupado por su realización personal, ni por conseguir muchos seguidores que sigan haciendo vida su carisma, ¡qué va! Sabe que la llamada que ha recibido es mucho más grande y orienta a quienes le rodean en dirección a esa llamada.
Es hermoso encontrarse con personas que tras años y años de compromiso viven felices su vocación. Monjas que, desgastadas por los años y el trabajo, sonríen trasparentando a Dios. Matrimonios que se miran con los ojos llenos de comprensión, de respeto y de admiración. Presbíteros que palpitan celebrando, que ves que creen en aquello que celebran.
Andrés también es muy interesante. Hace lo mismo. Dice el texto: “Y lo llevó a Jesús”. Pero lo hace desde otro momento vital. Él, que acaba de descubrir su propia vocación, su llamada, ¡no se puede callar! Tiene que ir a buscar a su hermano y compartir con él lo que acaba de encontrar. Es la fuerza de los inicios.
Es la cara que se le queda a una persona cuando se ha enamorado. ¡Se nota! Tiene otra luz, otra mirada, otra sonrisa y todo junto despierta una cierta curiosidad. Cuando alguien descubre el tesoro de su llamada y responde se convierte él mismo en llamada, en reclamo.
Y todo esto, ¿qué puede decirnos a nosotros hoy? Pues que estemos en el punto de nuestra vida en el que estemos, tanto si nos acabamos de encontrar con Jesús, como si somos viejos conocidos, tenemos exactamente la misma responsabilidad, la misma tarea. Tenemos que llevar a Jesús a quienes se encuentren con nosotros.
Oración
Envíanos, Trinidad Santa, grandes cantidades de humildad para que en todo momento sepamos mostrarTE a Ti, que llevemos a todas las personas con las que nos encontremos a Ti. Amén.
Comentarios desactivados en Ser cristiano es vivir lo que vivió Jesús.
DOMINGO 2 º (B)
Jn 1,35-42
Este 2º domingo del tiempo ordinario sigue hablando del comienzo. Juan acaba de presentar a Jesús como el ‘Cordero de Dios’ que quita el pecado del mundo e ‘Hijo de Dios’. Lo que hemos leído, sigue refiriendo otros títulos: ‘Rabí’, ‘Mesías’. En los que siguen se refiriere a aquel de quien han hablado la Ley y los Profetas, para terminar diciendo Natanael: Tú eres el ‘Hijo de Dios’, tú eres el ‘Rey de Israel’. Juan hace un despliegue de títulos cristológicos al principio de su evangelio para dejar clara la idea que tiene de Jesús. Naturalmente es una reflexión de la comunidad de finales del s. I.
No tiene sentido que nos preguntemos si los primeros discípulos fueron Andrés y otros que siguieron a Jesús en Judea o si Pedro y su hermano fueron llamados por él junto al lago de Galilea. No me cansaré de repetir que los evangelios no se proponen decirnos lo que pasó sino comunicarnos verdades teológicas con ‘historias’ que pueden hacer referencia a hechos reales o pueden ser inventadas. En este caso lo importante es que desde el principio un pequeño grupo siguió a Jesús de cerca.
Este es el cordero de Dios. El cordero pascual no tenía valor sacrificial ni expiatorio. Era símbolo de la liberación de la esclavitud, al recordar la liberación de Egipto. El que quita el pecado del mundo no es el que carga con nuestros crímenes, sino el que viene a eliminar la injusticia. En el evangelio de Juan, el único pecado es la opresión. No solo condena al que oprime, sino que denuncia también la postura del que se deja oprimir. Esto no lo hemos tenido claro los cristianos, que incluso hemos predicado el conformismo y la sumisión. Nadie te puede oprimir si no te dejas.
La frase del Bautista no es suficiente para justificar la decisión de los dos discípulos. Para entenderlo tenemos que presuponer un conocimiento más profundo de lo que Jesús es. Si Juan lo conocía es probable que sus discípulos también hubieran tenido una estrecha relación con él. Antes había dicho que Jesús venía hacia Juan. Ahora nos dice que Jesús pasaba, lo adelanta, pasa delante de él. “El que viene detrás de mí…”
Siguieron a Jesús, indica mucho más que ir detrás de él, como hace un perro. “Seguirle” es un término técnico en el evangelio de Juan. Significa el seguimiento de un discípulo que va tras las huellas de su maestro, es decir, que quiere vivir como él vive. “Quiero que también ellos estén conmigo donde estoy yo” (17,24). Es la manera de vivir de Jesús lo que les interesa. Es eso lo que él les invita a descubrir.
¿Qué buscáis? Una relación profunda solo puede comenzar cuando Jesús se vuelve y les interpela. La pregunta tiene mucha miga. Juan deja claro que hay maneras de seguir a Jesús que no son adecuadas. La pregunta: ¿Dónde vives?, aclara la situación; porque no significa el lugar o la casa donde habita Jesús, sino la actitud vital de éste. La pregunta podría ser: ¿En qué marco vital te desenvuelves? Nosotros queremos entrar en ese ámbito. Jesús está en la zona de la Vida, en la esfera de lo divino.
No preguntan por su doctrina sino por su vida. No responde con un discurso, sino con una invitación a vivir. A esa pregunta no se puede responder con una dirección de correos. Hay que experimentar lo que Jesús es. ¿Donde moras? Es la pregunta fundamental. ¿Qué puede significar Jesús para mí? Nunca será suficiente la respuesta que otro haya dado. Jesús es algo único e irrepetible para mí, porque le tengo que ver desde una nueva perspectiva. La respuesta dependerá de lo que yo busque.
Venid y lo veréis. Así podemos entender la frase siguiente: “Vieron como vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir como él. No tiene mucho sentido la traducción oficial, (y se quedaron con él aquel día), porque el día estaba terminando, (cuatro de la tarde). Los dos primeros discípulos todavía no tienen nombre; representan a todos los que intentan pasar al ámbito de lo divino, a la esfera donde está Jesús.
Serían las cuatro de la tarde, no es una referencia cronológica, no tendría la menor importancia. Se trata de la hora en que terminaba un día y comenzaba otro. Es la hora en que se mataba el cordero pascual y la hora de la muerte de Jesús. Nos está diciendo que algo está a punto de terminar y algo muy importante está a punto de comenzar. Se pone en marcha la nueva comunidad, el pueblo de Dios que permite la realización cabal de hombre. Es el modelo del itinerario que debe seguir todo discípulo.
Lo que vieron es tan importante que les obliga a comunicarlo a los demás. Andrés llama a su hermano Simón para que descubra lo mismo, hablándole del Mesías hace referencia a la bajada del Espíritu sobre Jesús. Unos versículos después, Felipe encuentra a Natanael y le dice: hemos encontrado a Jesús. Estas anotaciones tan simples nos están diciendo cómo se fue formando la nueva comunidad de seguidores.
Fijando la vista en él. Lo mismo que Juan había fijado la vista en Jesús. Indica una visión penetrante de la persona, mucho más que una simple visión. Se trata de un conocimiento profundo e interior. Pedro no dice nada. No ve clara esa opción que han tomado los otros dos, pero muy pronto va hacer honor al apodo que le pone Jesús: Cefas, piedra, testarudo; que se convertirá en fortaleza, una vez que se convenza.
En la Biblia se describen distintas vocaciones de personajes famosos. Eso nos puede llevar a pensar que, si Dios no actúa de esa manera, no hay vocación. En los relatos bíblicos se nos intenta enseñar, no como actúa Dios sino como respondieron ellos a la llamada de Dios. El joven Samuel no tiene idea de cómo se manifiesta Dios, ni siquiera sabe que es Él quien le llama, pero cuando lo descubre se abre totalmente a su discurso. Los dos discípulos buscan en Jesús la manifestación de Dios.
Dios no llama desde fuera. La vocación de Dios no es nada distinto de mi propio ser; desde el instante mismo en que empiezo a existir, soy llamado por Dios para ser lo que soy. En lo hondo de mi ser, tengo que buscar los planos para la construcción de mi vida. Dios no nos llama en primer lugar a desempeñar una tarea determinada, sino a la plenitud de ser. No somos más por hacer esto o aquello sino por cómo lo hacemos.
El haber restringido la “vocación” a la vida religiosa es inaceptable. Cuando definimos ese camino como “camino de perfección” estamos distorsionando el evangelio. La perfección es un mito que ha engañado a muchos y desilusionado a todos. Esa perfección, gracias a Dios, no ha existido nunca. Mientras seamos humanos, seremos imperfectos, a Dios gracias. Los “consagrados” constituyen un % mínimo de la Iglesia, pero son el noventa y nueve por ciento de los declarados “santos”. Algo no funciona.
Aparquemos por un momento la razón e imaginemos la escena.
Imaginemos a Jesús a orillas del Jordán. Hace cuarenta días ha sido bautizado por el Bautista en ese mismo lugar, luego ha permanecido en el desierto haciendo oración y penitencia, y ahora ha vuelto allí antes de regresar a Galilea. Sobre las cinco de la tarde, Juan se lo señala a dos de sus discípulos, y les dice: «Id con él y escuchadle». Los dos hombres se ponen a seguirle, pero no saben cómo abordarle. Viendo Jesús que le siguen, se vuelve y les pregunta: «¿Qué buscáis?» …
Ellos ven un hombre alto, enjuto, de mirada profunda, afectuosa, y una voz recia que no obstante parece acariciar sus oídos. Ellos también son galileos; pescadores de Betsaida y Cafarnaúm. Jesús es artesano. Pertenecen por tanto al mismo estrato social, pero ellos, instintivamente, se dan cuenta de que aquel hombre tiene algo de lo que ellos carecen. No saben qué contestar, y balbucean: «¿Dónde moras?».
Uno de ellos se llama Andrés, hermano de Simón, hombre curtido en el mar que ha visto la muerte cara a cara en más de una ocasión. El otro es casi un muchacho. Se llama Juan y es hijo de Zebedeo. También tiene un hermano llamado Santiago. Santiago y Juan son decididos y pendencieros, hasta el punto que se les conoce como “los hijos del trueno” … «Venid conmigo y os lo mostraré».
Jesús les espera, se pone en medio de ellos y los lleva al recodo del río donde ha pasado la noche anterior. Ellos le cuentan el comentario que les ha hecho el Bautista, y al cabo de un rato los tres ríen los dichos y chascarrillos con los que se ha iniciado la conversación. Luego hablan de su tierra, Galilea, de su insoportable situación política y social, de los pronunciamientos contra los romanos, de la pesca, de la cosecha que pronto habrá que recolectar…
Al atardecer, Juan trae dos peces todavía vivos que ha mantenido dentro de una red en la corriente del río. Jesús saca unas aceitunas, unas almendras y algo de pan duro que lleva en el morral. Andrés aporta unos dátiles y un pequeño pellejo de vino de Samaría. Asan los peces, recitan una oración de acción de gracias y despachan sus vituallas con buen apetito.
Aquella cena sirve para hacer desaparecer los últimos vestigios de inhibición y crea entre ellos un clima de franca confianza. No es por tanto de extrañar que Juan —siempre directo— le pregunte sin ambages por su doctrina. Jesús queda confuso ante esa pregunta, pues no sabe si tiene aún una doctrina que explicar. Había transmitido al Bautista lo esencial de su experiencia en el desierto, pero prefería madurar sus ideas antes de compartirlas con nadie. Ni siquiera sabía si quería hacerlo. Cuando se dispone a decírselo así, ve tal ansiedad en sus rostros, que cambia de opinión y comienza a hablarles de Abbá.
«¿Papá?», le pregunta Andrés, extrañado, cuando oye esta expresión cariñosa con la que Jesús se refiere a Dios… Jesús le contesta que así lo siente él en lo más profundo de su ser, y se inicia un diálogo en el que Jesús va desgranado el fundamento de su fe en Abbá, y el cambio radical que supone esta concepción de Dios en la respuesta que Él espera de nosotros.
La noche es tan clara que parece un atardecer. Las estrellas no caben en el cielo, aunque la luna, casi llena, las hace palidecer ante su luz más intensa. El campamento ha quedado prácticamente en silencio, y solo el pertinaz canto de las cigarras rompe el silencio de la noche. Comienza a refrescar y Andrés se levanta a reavivar el fuego. Los tres amigos gozan de la placidez del momento.
«Si Dios es nuestro Padre, nosotros somos Hijos y por tanto hermanos —prosigue Jesús—. No somos siervos que trabajan por un salario; que esperan una recompensa o temen un castigo… No. El que descubre a Abbá quiere ser digno hijo de su Padre, está orgulloso de ser su hijo, quiere parecerse a Él, quiere ayudarle en su tarea, quiere comprometerse en la aventura de sacar adelante este mundo… Quiere, en definitiva, estar en las cosas de su Padre».
Pasan las horas y Juan y Andrés quedan fascinados. En esa charla se han hecho añicos muchas cosas que siempre habían dado por supuestas… ¿Quién es ese hombre capaz de fascinarles con sus palabras y aturdirles con su personalidad? ¿Y aquella mirada, siempre profunda, unas veces apacible, otras, apasionada y vibrante?
Se despiden de él y recorren el trecho que les separa del campamento que comparten con otros galileos. Silenciosos y meditabundos, no terminan de creer lo que acababa de ocurrir. Luego viene la euforia. Despiertan a sus amigos y les cuentan una y mil veces la conversación que han mantenido con “aquel nazareno que parecía amigo del Bautista”: Se llama Jesús, y es un gran profeta.
A la mañana siguiente, muy temprano, Jesús se retira a orar a un pequeño altozano que se divisa desde allí. Un rato después ve acercarse a Andrés y a Juan con otros tres hombres. «Jesús —le dice Andrés cuando llegan hasta él—, éste es mi hermano Simón; y estos dos también son galileos: Felipe y Natanael».
Simón es un hombre corpulento, de nariz gruesa y barba poblada y descuidada. Llama la atención su mirada noble y sus ademanes bruscos y decididos. «Es un cabezota —interviene Juan, dando a su amigo un empujón que le hace trastabillar—, pero no podrás encontrar una amistad más firme que la suya».«¿Tan firme como una roca?», pregunta Jesús, mientras pone la mano sobre su hombro en señal de acogida. «Como la piedra más dura que puedas encontrar en el camino», contesta Simón con una sonrisa. «Entonces te llamaré Pedro».
Desde el primer momento se dan cuenta de que van a congeniar. A Jesús le gusta el aspecto noble y decidido de Pedro, y a éste, la forma de mirar de Jesús. «Este hombre —piensa— es de fiar; no es el charlatán que me había imaginado».
Tiene palabras amables para Natanael y Felipe, y pronto queda integrado en aquel grupo de compatriotas que habían ido hasta allí para ser bautizados por Juan. Durante el tiempo que permanecen junto al Jordán, Jesús comparte con ellos sus reflexiones. Les habla de Abbá, de sus valores, del reinado de esos valores en el mundo, del Reino de Dios; ese descomunal proyecto que comienza a tomar forma en su mente y con el que se siente cada vez más identificado.
Dos días después de su primer encuentro se ponen en camino hacia Galilea y allí empieza la gran aventura.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
Comienza una nueva etapa. El evangelio de este domingo parece mostrar que lo viejo ha pasado, que el Antiguo testamento, cerrado con Juan Bautista, ha perdido su sentido mesiánico y se necesita una nueva comunidad que haga `posible la liberación del pueblo de Israel. Ahora bien, Jesús sorprende porque su proyecto no es político, ni social, ni tampoco religioso en el sentido institucional, sino que apunta a reinventar al ser humano conectado a ese Dios que libera desde dentro y no desde fuera. No es un nuevo Israel lo que busca crear, sino una nueva Humanidad que rompa las fronteras e incluya a tod@s. Es esta la gran ruptura con el Pueblo elegido.
El texto comienza situando esta escena tras la narración del Bautismo de Jesús por parte de Juan. Los redactores de este evangelio sitúan los versículos que hoy nos ocupan después de haber confirmado la identidad divina de Jesús: es el Hijo de Dios, confirma en su discurso el Bautista. Jesús emprende el despliegue de su identidad humana, como líder y referente de un proyecto que necesita una comunidad para facilitar la encarnación de este nuevo tiempo en la historia de la Humanidad.
Los nuevos miembros de esta comunidad se van enlazando unos a otros, como en racimo, para dar solidez a este nuevo proyecto. Esta danza de personajes va dando movimiento a esta escena en la que se puede observar que Jesús no quiere seguidores teóricos sino TESTIGOS, es decir, personas que viven aquello que creen, que testimonian aquello que da un nuevo sentido a sus vidas, que anuncian con transparencia y coherencia aquello que vitalmente les hace ser y vivir conectados a la potencia de Dios que dinamiza lo profundo cada ser humano.
Ahora bien, Jesús tampoco busca personas que se dejen llevar por la emoción del momento, por las superficiales ilusiones o expectativas generadas por una promesa tal vez irrealizable. Jesús, como buen líder, acompaña a sus seguidores para que la decisión que tomen, seguirle o no, no sea ni emocional, ni racional, sino existencial. Por eso, toca su honestidad más profunda con la pregunta: ¿Qué buscáis? Con esta interpelación Jesús intenta hacer conscientes a sus discípulos de la verdadera motivación interior desde la dimensión de sentido y autenticidad de lo que son y de lo que hacen.
Una pregunta redirigida a nosotr@s que nos sitúa en lo que realmente mueve nuestra vida. ¿Buscamos emocionalidad, controlar todo cuanto somos y tenemos, apegarnos a las realidades temporales, vivir en un individualismo obsesivo, entablar relaciones asimétricas, justificar nuestra falta de valentía, una religiosidad de cumplimiento, de creencias alienantes y excluyente de quienes no están “en comunión” con lo de siempre?
La respuesta de Jesús es desafiante: Venid y veréis. Nada se construye si no es desde la experiencia, desde la vivencia consciente de lo que nace en nuestro interior en formato de deseo de agrandarnos, de ser focos de luz en este mundo tan necesitado de personas sólidas, auténticas, solidarias, pacificadoras, libres y valientes. Jesús llama a seguirle y busca discípul@s capaces de soltar la rigidez institucional y arrimar a tod@s desde la dignidad con la que Dios mismo nos iguala.
Desde el inicio de su existencia, el ser humano se autopercibe como buscador. Una búsqueda que tiene un doble origen: la necesidad y el Anhelo. En cuanto ser necesitado y ser anhelante, el humano se pone en camino para saciar su carencia y para responder a la aspiración profunda que lo habita.
En un primer momento, dirige la búsqueda hacia fuera, pensando que tiene que haber “algo”, fuera de él, que lo complete y lo sacie. Sin embargo, no tardará mucho en advertir que no hay, entre todos los objetos, absolutamente ninguno que pueda saciar su aspiración. Por lo que, con frecuencia, tras crisis y frustraciones, se verá obligado a dirigir la mirada hacia el interior.
En el camino por responder a su innegable Anhelo, todavía puede encontrar una trampa más: pensar que la respuesta habrá de venir de la mente. Sin embargo, también aquí terminará constatando otra frustración más.
Lo que responde a nuestro Anhelo profundo no se halla fuera de nosotros ni puede ser alcanzado por la mente. Seamos o no conscientes de ello, lo cierto es que anhelamos lo que ya somos, y el camino para descubrirlo pasa por el silencio de la mente.
La mente únicamente puede mostrarnos objetos -externos o internos, materiales o mentales, cosas o creencias-, pero, siendo radicalmente incapaz de trascender el mundo de las formas, erramos el camino cuando creemos que ella nos habrá de conducir a la verdad de lo que somos.
Solo el entrenamiento en el silencio mental abre ante nosotros otro modo de ver, que llamamos comprensión o sabiduría. Comprender no es entender algo mentalmente. Es experimentar de modo directo y evidente “eso que no tiene nombre” -en palabras de José Saramago- y que es, justamente, lo que somos. Al “verlo”, la búsqueda cesa. Hemos descubierto que estamos en “casa”. Porque, al silenciar la mente, comprendemos que somos consciencia.
Comentarios desactivados en Ven y sígueme no es la doctrina del catecismo, sino una relación de amor.
Del blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:
01.- Llamadas (vocaciones) en la vida.
La vida nos llama de diversos modos y hacia diversas metas o realidades.
Pero, sobre todo la vida nos llama hacia su plenitud, que nos es desconocida pero deseada. Tal es el sentido de la vida.
Calderón de la Barca en su auto.sacramental: El gran teatro del mundo escenifica algunas de las posibilidades o llamadas de la vida: la llamada del poder, del dinero, la llamada del placer, de la envidia. Algo semejante refleja la película de Federico Fellini: Los espíritus de Giuletta.
También podemos entender la llamada desde lo que habitualmente hemos entendido por vocación: hay una vocación al matrimonio, a la vida religiosa, al ministerio en la Iglesia, vocación a la docencia, a la medicina, a la misión…
Yo creo que algunas profesiones no son simples puestos de trabajo, sino que requieren una vocación noble, que depende de las cualidades personales y sociológicas: la llamada o vocación para la enseñanza, para la medicina, para la asistencia social de los ancianos, personas con limitaciones, llamadas a escoger unos estudios u otros, para el servicio eclesial, etc.
02.- Vivir a la escucha.
Hemos escuchado la preciosa llamada de Dios a Samuel.
El sueño es una situación un poco extraña. A veces soñamos dormidos y otras veces soñamos despiertos. Las culturas han tratado de interpretar siempre los sueños, que pueden tener muchas explicaciones, (S. Freud), pero podríamos decir que soñamos, al menos despiertos, con un mundo mejor, con una familia, una sociedad, una iglesia casi perfectas. Esos sueños son también como una llamada.
En la biblia hay muchas alusiones a los sueños: estando Adán en sueños la mujer, Eva, nace de su costado. Abraham, el rey David, Daniel, reciben noticias (revelación) en sueños, ¿dormidos o despiertos? José recibe en sueños noticias sobre Jesús.
Lo importante en la vida es vivir a la escucha como Samuel.
Rahner (1904-1984) tenía como piedra angular de su teología que el ser humano es Oyente de la Palabra; vivir a la escucha de lo que nos rodea en la existencia, Dios incluido.
Es importante escuchar la voz de la vida, la palabra de los demás, de los problemas, de la enfermedad, de la vida, de la muerte.
03.- Búsquedas en la vida.
Todos buscamos algo en la vida. La búsqueda está incrustada en la condición humana.
Vivir atentos y en búsqueda es sano. Lo malo es el estancamiento, la instalación, la seguridad. Cuando una persona o institución afirma incluso con violencia su verdad, su doctrina, eso es síntoma de esclerosis, de estancamiento. Las aguas estancadas no son buenas…
El papa Francisco anima a los cristianos a seguir la búsqueda de los discípulos de Jesús, de Abrahám, la búsqueda de los Magos.
Francisco abre la mente a los nuevos problemas que se van presentando en la sociedad
Resulta llamativo cómo el mismo entramado eclesiástico se enfrenta a las búsquedas, al Papa Francisco. El “clan de Toledo”, el cardenal Sarah piden al papa que retire o anule la posibilidad de la bendición de parejas homosexuales.
04.- ¿Dónde vives?
Aquellos discípulos iban buscando en la vida. Cuando llegan donde Jesús le preguntan ¿Dónde vives?
No es una pregunta teórica, doctrinal. No le preguntan por el catecismo de “Radio María”, sino por la vida de Jesús. ¿Dónde, cómo vives?
¿Dónde, cómo vivimos? ¿Cuáles son los criterios, el estilo de nuestra vida?
05.- Venid y lo veréis
Jesús no les entrega a los discípulos un libro, el catecismo, unas “constituciones”, el Código de Derecho Canónico, etc., sino que les llama a una relación personal con Él. Venid a convivir y veréis qué es ser cristiano.
Los católicos estamos muy habituados a vivir una religión cuyo centro es lo que se puede hacer o no, lo que está permitido o prohibido, lo que vale o no vale. Y esta actitud se aplica lo mismo para la celebración de la penitencia con absolución general que para el control de natalidad. ¿Se puede o no se puede, vale o no vale?
Pero Jesús no nos llama a eso, ni mucho menos. Jesús nos llama a vivir con él, a tener una relación personal de amor y misericordia con él. Jesús nos llama a vivir en gracia, que significa vivir agradecidos y unidos al Señor y desde Él a vivir amando a los demás.
Mucha gente –más o menos cristiana- piensa que, si la Jerarquía pusiera unas normas más fáciles de cumplir respecto de los divorciados, de los homosexuales, de la Misa, de la confesión, la vida eclesiástica mejoraría mucho y aumentarían el número de cristianos en las Iglesias. No sé si mejoraría la vida eclesiástica, no creo que aumentase la vida cristiana.
Eso sería una prolongación permisiva del clericalismo de la jerarquía y del clericalismo de los laicos. Sería una especie de “rebajas eclesiásticas de enero”.
Ser cristiano es una relación con el Señor: “venid y lo veréis”. El cristianismo es un gozo que se vive en la relación personal con Cristo y que después se trasluce en la vida como buenamente podemos.
Los ministros y maestros del cristianismo) no os llamamos al cristianismo, sino más bien al Nuevo Ser (JesuCristo), del cual el cristianismo debe ser testigo y nada más, sin confundirse jamás con ese Nuevo Ser (JesuCristo).Cuando oigáis la llamada de Jesús, olvidad todas las doctrinas cristianas, olvidad vuestras propias voluntades y vuestras dudas particulares. Si alguna vez Le seguís, olvidad toda la moral cristiana, vuestros logros y vuestras dudas particulares. Nada se os pide –ninguna idea de Dios, ninguna bondad especial propia, ni que seáis religiosos, ni que seáis cristianos, ni siquiera que seáis sabios, ni que os atengáis a una moral. Lo que se os pide es tan sólo que os abráis a lo que se os da y que queráis aceptarlo: el Nuevo Ser, el ser de amor, de justicia y de verdad que se manifiesta en Aquel cuyo yugo es llevadero y cuya carga es ligera. (Tillich)
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