“Maldiciones para tod@s”, por Beto Vargas.
De su blog Dios en minúscula:
“Lo único intrínsecamente desordenado es su homofobia”
Odian saber que muchos de ellos también son gais
Odian reconocer que fueron formados por muchos gais.
Odian recordar que la historia de la iglesia está atestada de personalidades gais.
El día en que un documento del Papa o de cualquier oficina de la Santa Sede diga que se le puede dar el saludo de paz a las personas diversas sexualmente van a decir que no.
El día en que en una homilía el Obispo de Roma o de cualquier otra diócesis diga que está bien orar por las peticiones de una persona que se reconoce L, G, B, T , I ó + también van a decir que no.
El día en que en una audiencia o entrevista de esas de los vuelos, el sucesor de Pedro insinúe que está bien hacer algo bueno por alguien que no sea heterosexual van a decir que no.
Van a decir que no el lunes, y también el martes. Van a gritar que no el miércoles y especialmente el jueves, y no van a parar el fin de semana de decir en la calle, en los templos, en sus canales y sus podcast que no, que absoluta y definitivamente no. Porque les odian
Odian su esencia, su existencia, su materia, su forma, su sustancia y sus accidentes. Odian todo de las personas que no se ajustan a su relato mediocre y excluyente, odian a todos los que no caben en su diminuta y precaria comprensión de lo humano. Odian su manera de vestir, de hablar, de expresarse, odian su forma de amar y, lo peor, odian su forma de creer. El odio les brota por los poros cuando pronuncian tan premeditadamente aquel “intrínsecamente desordenado” y se les hace rabia líquida en los colmillos cuando dicen “sodoma”, como quien se imagina una tortura ajena y la disfruta.
Odian saber que muchos de ellos también son gais, odian reconocer que fueron formados por muchos gais, odian recordar que la historia de la iglesia está atestada de personalidades gais. Y predican ese odio.
No tiene que ver con la doctrina, porque saben bien que la doctrina no ha cambiado ni una, ni veinte, sino cientos de veces en estos 20 siglos, aunque mientan a diario al negarlo, con tal de justificar su odio. Tampoco con la tradición, que hipócritamente defienden como algo estático e imperturbable, cuando ninguno de ellos podría vivir cinco minutos como lo hacían en su anhelado siglo XIII, y rogarían a gritos volver a Francisco si les tocara vivir a un papa como Inocencio o alguno de los primeros Benedictos, pero lo desprecian para alimentar su odio. Y si hay algo maldito entre el cielo y la tierra, es ese odio.
Lejos de la imaginería estrafalaria de lo maldito como algo oscuro y sangriento, la maldición bíblica es el desprecio, el deseo de ruina, la petición de una desgracia que caiga sobre el otro. Un deseo que se hace realidad en los actos de quien lo alberga, de quien lo consiente. La maldición no es una fuerza invisible que provoca daños, sino la ruptura real, consciente y cotidiana con aquello que le hace bien al otro, es una abstinencia de la misericordia, y a eso se han dedicado desde siempre, a enterrar el talento, a cosechar su cizaña y ofrecerla como trigo. Entonces, la maldición sucede, y llega, y muchas personas siguen siendo discriminadas, marginadas, violentadas y exterminadas a causa de su condición sexual, en una cultura que todos los días se nutre también de ese odio envuelto en numerales de catecismo.
Desde hace unos días que han desatado cualquier pudor que les quedase para dedicarse a maldecirles, y al hacerlo, también están maldiciendo a todos los heterosexuales de la iglesia, pues sentados sobre la cátedra de su credibilidad les anuncian en videos de cuantas horas sea posible (qué idea puede tener un youtuber de su audiencia si les hace video tras video de más de una hora cada uno) que está bien odiar así, disimuladamente, diciendo que se ama la verdad, que no ven, mientras desprecian a sus herman@s a los que sí ven. Y cuando a muchos les han obligado a tomar partido, y han ofrecido el cisma y el sacrilegio como excusa para odiar, han hecho maldita esa porción suya de la iglesia que – como todas – nació para hacer benditas a todas las personas de la tierra. Les han decretado ayunar de compasión y borrar toda obra de misericordia que no sea corregir al que se equivoca en aquello en lo que yo estoy bien.Y esa es otra vieja maldición.
No saben lo insignificantes que se ven cuando odian. Pero el señor, que nos ve a todos, y sobre todos hace brillar el sol, sabrá curarles. Porque lo único intrínsecamente desordenado es su homofobia.
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