La homosexualidad como tarea eclesial: Bendito sea Dios y bendito sea el hombre
“Ya no es ni sabio ni lícito confinar las tendencias homosexuales en la cárcel del pecado”
“A la Iglesia le está costando mucho reconocer a fondo y con todas las consecuencias la humanidad que anida en todos los comportamientos humanos”
“Para mí está muy claro que la Iglesia católica no está para rechazar ni condenar a nadie, mucho menos para dar con su puerta en las narices a quien llama a ella en busca de amparo al pedir su bendición”
“Si se bendicen los coches y los barcos y los edificios, ¿cómo no se va a poder bendecir a un homosexual o a una pareja de seres humanos, sean cuales sean su orientación sexual y sus compromisos sociales, que precisamente demandan de la Iglesia católica comprensión y amparo?”
“Me atrevería a enviarle una palabra de aliento al actual papa Francisco para que no se amilane a la hora de contemplar toda la humanidad de los hombres y asumirla como tarea de incesante mejora”
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| Ramón Hernández laico
Dada la trayectoria de las publicaciones que vengo haciendo en RD y desde mi convencimiento de ser un buen católico que trata de aquilatar y vigorizar su fe, lo primero ante Fiducia Supplicans es reconocer que se trata de un documento valiente, aunque de suyo no sea más que un pasito hacia adelante.
La razón principal es que a la Iglesia le está costando mucho reconocer a fondo y con todas las consecuencias la humanidad que anida en todos los comportamientos humanos. En nuestro tiempo ya sabemos que la procreación no depende de un determinado comportamiento del hombre y de la mujer, pues se han abierto otros caminos que la coyunda conyugal. Por otro lado, ya no es ni sabio ni lícito confinar las tendencias homosexuales en la cárcel del pecado. ¡Cuánto queda todavía por recorrer para que la Iglesia oficial reconozca la densidad de humanidad que hay en todos estos ámbitos!
Si de bendiciones se trata, no me cabe la menor duda que la más honda y determinante bendición del hombre es su propia existencia como tal, con las potencialidades y condicionamientos que sus genes predeterminan. Nada existe ni persiste que no haya sido bendecido antes por Dios.
Siguiendo esta pauta, para mí está muy claro que la Iglesia católica no está para rechazar ni condenar a nadie, mucho menos para dar con su puerta en las narices a quien llama a ella en busca de amparo al pedir su bendición. Si se bendicen los coches y los barcos y los edificios, ¿cómo no se va a poder bendecir a un homosexual o a una pareja de seres humanos, sean cuales sean su orientación sexual y sus compromisos sociales, que precisamente demandan de la Iglesia católica comprensión y amparo?
Lo de menos es si un enlace homosexual puede ser considerado un matrimonio al estilo de los matrimonios que reconoce y celebra la Iglesia católica, pues matrimonios hay fuera de su seno y de sus condicionantes que son, objetivamente, mucho más sanos, consolidados, hermosos y hasta sacramentales que los que ella acepta y bendice. Lo importante es saber que nada, absolutamente nada de lo humano, cae fuera de su ámbito misional. Y, pónganse como se pongan algunos pastores, obispos y teólogos, la homosexualidad es humana y, como tal, debe ser asumida, valientemente, por la Iglesia de un Jesús que desenredó todos los zarzales en que quisieron meterlo y dejó meridianamente claro que nuestra única obligación es “hacer el bien”.
Si algún eco tienen estas columnas y de algo vale cuanto en ellas se dice, desde ellas me atrevería a enviarle una palabra de aliento al actual papa Francisco para que no se amilane a la hora de contemplar toda la humanidad de los hombres y asumirla como tarea de incesante mejora. Llevamos tanta porquería en nuestra mochila que nos doblega las espaldas y no nos permite contemplar de frente el hermosísimo horizonte panorámico de un amor divino creativo, que demanda nuestra colaboración en tan importante y reconfortante tarea. De ahí que, cuanto más logre acercar el papa Francisco la Iglesia católica que gobierna a los seres humanos de nuestro tiempo, es decir, cuantos más consiga que llamen a Dios “padre” y se propongan hacer el bien, más la embellecerá y más gozosa será su tarea de evangelización.
No es necesario entrar aquí a valorar las enormes lagunas que hay en la doctrina de la Iglesia para analizar y comprender como es debido la sexualidad humana. Es ese un ámbito en el que hay mucha tela que cortar. Bástenos saber que la homosexualidad es algo que nos da la naturaleza de por sí y, precisamente por ello, algo que debemos asumir con todas sus consecuencias. Quien no vea la diferencia que hay en que una pareja de homosexuales se ponga a blasfemar o demande la bendición de la iglesia, que se rasgue las vestiduras para su propia vergüenza y desnudez.
Si yo tuviera alguna responsabilidad pastoral, no solo no dudaría un instante en bendecir a una pareja de homosexuales que me lo pidiera, sino que iría mucho más lejos ofreciéndoles mi apoyo para seguir llamando “padre” a Dios y haciendo el bien a todos sus semejantes. Es esa una postura o visión del tema que no me impide aplaudir con fervor al papa Francisco en los pequeños pasos que tan valientemente va dando en la buena dirección. ¡Chapeau, santo Padre!
Fuente Religión Digital
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