Creerle a Jesús.
Mc 1, 6-11
«Éste es mi hijo, el amado, mi predilecto»
Jesús “descubrió” a Abbá. Es el primero que se atrevió a mirar a los ojos del Dios Altísimo y Todopoderoso y decir, sonriendo: “papá”. Y nos encantaría poder hacer la crónica de este descubrimiento: de cómo el espíritu de Abbá fue rompiendo sus odres viejos, cómo se le fue quedando estrecha la antigua Ley, cómo fue creciendo su sentimiento filial o se fue desarrollando su compromiso de proclamarle… pero no es posible, y sólo podemos aspirar a conjeturas que de alguna forma afianzan nuestra fe.
Por ejemplo, es razonable pensar que Jesús sintió la llamada de Dios en un momento determinado de su vida, abandonó Nazaret y se dirigió al encuentro de Juan. Es posible que allí permaneciese un tiempo como su discípulo, y también es posible que aquel ambiente de oración y penitencia propiciase que Jesús se empapase de tal modo del espíritu de Dios, que tomase la decisión de dedicar la vida a proclamar su Reino.
Lo que sí sabemos es que el bautismo de Jesús es un suceso histórico (porque a sus discípulos no les interesaba nada presentar a Jesús siendo bautizado por Juan), aunque los cuatro evangelistas tienen buen cuidado de adobarlo con una fuerte interpretación teológica en forma de teofanía. El resultado es que en los textos del bautismo podemos distinguir dos relatos complementarios: lo que vieron los ojos (Jesús es bautizado por Juan), y lo que la fe entendió después de la experiencia pascual (ese hombre que parecía uno más en la cola de bautizandos, es el hijo predilecto de Dios).
Marcos quiere empezar su evangelio con una profesión de fe que nos allane el camino para entender el mensaje que encierra: “Ése al que veis siendo bautizado por Juan, que se va a lanzar a los caminos a proclamar la buena Noticia, que va a enfrentarse a los santos y los sabios de Israel, que va a subir a Jerusalén y romper definitivamente con todos los estamentos de poder, y que va a ser crucificado por ello… ése es el Hijo amado lleno del espíritu de Dios”.
El propio Marcos narra otra teofanía similar, y con el mismo propósito, justo antes de la subida de Jesús a Jerusalén donde va a ser crucificado: «Éste es mi hijo muy amado, escuchadle» … Marcos quiere dejar claro que, a pesar de su aparente fracaso posterior, cuando Jesús nos habla de Dios debemos escucharle, porque quien nos lo cuenta es el Hijo. Pero no vale de nada creer “en” Jesús si luego no nos creemos lo que nos dice; no vale de nada admitir su divinidad o aceptar que es el hijo predilecto de Dios… si no vivimos con sus criterios y con sus valores.
No cuesta demasiado creer “en” Jesús, pero nos cuesta mucho creerle “a” Jesús cuando nos habla de Abbá, o cuando nos dice cosas tan chocantes como que debemos ir por el mundo proclamando el evangelio… Sentimos la tentación de quedarnos sólo con lo que nos parece razonable; creerle en lo que cuadra con nuestros criterios (que son los del mundo) e ignorarle en el resto…
¡Escuchadle!
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
Fuente Fe Adulta
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