Una historia de Jesús II
T0más Maza Ruiz
MADRID.
Juan Bautista
ECLESALIA, 24/11/23.- Jesús debió seguir seguir con inquietud los acontecimientos que se desarrollaban tanto en Galilea como en el resto del país y conociendo las tradiciones y las esperanzas de su pueblo tuvo noticias de la actuación de Juan el Bautista que predicaba y bautizaba en el río Jordán y deseando conocerlo viajó al lugar donde se reunía Juan con sus discípulos. La gente acudía a escuchar al que llamaban profeta que predicaba la conversión del pueblo y, como símbolo de penitencia bautizaba por inmersión en el río a los que se convertían. La gente pensaba que Juan era una reencarnación del profeta Elías que se creía había que preceder a la llegada del Mesías.
Jesús se bautizó como uno más y durante un tiempo debió permanecer en aquel lugar. Pero la inquietud por conocer lo que le pedía Dios le llevó a retirarse a meditar para conocer cuál era su vocación. Seguramente no le convenció el programa que proponía Juan que consistía en que la gente se comportara con justicia con sus semejantes y amenazaba con los castigos divinos a los que no se convirtieran.
Este retiro es el que relatan metafóricamente los evangelistas sinópticos como el ayuno de Jesús y las tentaciones de Satanás. Jesús se sentía llamado por Dios a una misión ante su pueblo y, como haría habitualmente en su vida pública, oraría profundamente sobre cómo debía ser su actuación. ¿Pediría a Dios que hubiera alimento para los que pasaban hambre? ¿O que la pobreza desapareciera y todo el mundo pudiera poseer los bienes que necesitaban? No, no pediría a Dios que solucionara los problemas de la humanidad. Dios había creado a los seres humanos libres y eran ellos los que tenían que solucionar los problemas mediante la justicia y siguiendo la palabra de Dios. O bien ¿debería presentarse como un rey poderoso, que, como creía el pueblo, derrotase a los romanos mediante el poder de las armas? No, la justicia debía restaurarse no con la fuerza, sino mediante el amor, porque Dios es Padre, todo amor. Finalmente, ¿debía convencer al pueblo mediante milagros y prodigios para que creyeran que él era enviado de Dios? No, no se podía tratar de forzar a Dios a manifestarse con signos portentosos para convencer al pueblo; la conversión debía venir por un profundo reconocimiento de la voluntad de Dios y la aceptación de esa voluntad por el pueblo debía ser absolutamente libre.
Cuando Jesús vio claro su camino volvió a Galilea, pero en lugar de regresar a su casa se lanzó a los caminos para predicar la Buena Noticia de que el Reino de Dios estaba llegando y que, por tanto, era el momento de cambiar de camino y practicar la justicia y el amor para recibirlo. Empezó a llamar a algunos para que lo siguieran y le ayudaran en su predicación, entre ellos a los hermanos Simón y Andrés y Santiago y Juan.
Los discípulos de Jesús
Durante su vida pública Jesús estuvo rodeado de un grupo de discípulos que le acompañaban en sus recorridos por los pueblos y aldeas de Galilea. Entre estos discípulos había también algunas mujeres, como dice Lucas en el capítulo 8 de su evangelio. Parece difícil que las mujeres, en aquel país y en aquel tiempo siguieran al grupo de forma habitual. La mujer estaba recluida en el hogar y era casi imposible que trataran con personas ajenas a su familia, y especialmente con hombres. Lucas dice que estas mujeres ayudaban a Jesús y su grupo con sus bienes. Probablemente esta ayuda pudo consistir principalmente en alojarlos en sus casas cuando el grupo llegaba a sus pueblos. Entre estas mujeres se cita de forma especial a María de Magdala, de la que dice Lucas que Jesús la había curado porque estaba “poseída por siete demonios”. Es sabido que los pueblos de la época consideraban que las enfermedades eran debidas a castigo de pecados del enfermo o incluso de sus padres (Juan 9,2) o por la posesión de los demonios. No sabemos a qué forma de posesión diabólica se refiere el relato de Lucas, pero carece de credibilidad la tradición que se tratara de pecados de índole sexual. En ninguna de las “expulsiones de demonios” de los evangelios se sugiere que los llamados endemoniados tuvieran esta clase de pecados. La leyenda que ha que ha presentado a María Magdalena como una prostituta arrepentida se debe al menosprecio de la mujer desde casi los primeros años del cristianismo.
De entre estos seguidores Jesús elige a doce llamados apóstoles (enviados): Simón, al que Jesús llamó Pedro, Andrés su hermano, los hermanos Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, Felipe y Bartolomé (Natanael), Tomás, llamado Dídimo, Mateo (Leví), Santiago Alfeo, Judas (Tadeo), Simón y Judas Iscariote.
Parece que la elección de los doce apóstoles podía ser un recuerdo de los patriarcas de las doce tribus, como si Jesús pretendiera reconstituir el antiguo reino de Israel y de hecho Mateo, a continuación de la elección de los apóstoles, escribe que Jesús les ordena: “No vayáis a tierra de paganos ni entréis en Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel”. No sabemos si estas palabras fueron pronunciadas por Jesús o si las comunidades judías de Mateo creían que era lo que les había ordenado el maestro. Si esta era la visión de Jesús no cabe duda que la amplitud de su misión se fue ensanchando a lo largo de su vida pública como se indica en el episodio de la mujer cananea en Mateo 15, 21-28. Hay que hacer notar que en la elección de sus apóstoles Jesús no busca entre ellos a los más sabios, ni los más poderosos y tampoco los más santos: todos ellos eran gente del pueblo pobres e ignorantes y, alguno como Mateo estaba considerado como pecador público puesto que ejercía el oficio más odiado por el pueblo judío, el de publicano, es decir recaudador de los impuestos del Imperio Romano. Cuando los fariseos le recriminaron que comiera con publicanos y pecadores, Jesús respondió: ”No necesitan médico los sanos sino los enfermos… No he venido a invitar a los justos, sino a los pecadores” (Mt. 9,13)
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