Juan Zapatero: Levadura y masa madre frente a aditivos químicos.
El Reino de los cielos es semejante a la levadura que cogió una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó” (Lc 13, 20-21).
¿A quién no le gusta el aplauso, sobresalir por encima de los demás, que la gente le admire, etc.? Y, si se consigue de manera rápida, mejor que mejor. Sabía de sobra Jesús que esta era la gran tentación y el deseo urgente de la gente con la que se relacionaba, sobre todo de ciertos sectores concretos de la sociedad de su tiempo. También de sus discípulos, lógicamente. Estos, quizás, los que más y los primeros, para ser más exactos. Por eso salió al paso desde el primer momento para dejar claro que su proyecto no tenía nada que ver con eso, más bien lo contrario. Nada que ver con la prepotencia de los poderosos romanos ni con las apariencias ostentosas de los sacerdotes y maestros de la ley. Su proyecto tampoco tenía nada que ver con el ruido ni con la vistosidad. Al contrario, para Él lo primordial era ir trabajando desde el silencio y el anonimato, no para crear grandes estructuras de poder y de influencia, sino espacios de confraternización y de acogida.
Veinte siglos dan para mucho y también, como entonces, el aplauso y las concentraciones de fieles y seguidores han sido y continúan siendo la gran tentación de la mayoría de los jerarcas de la Iglesia de todos los tiempos. Aunque ellos piensan y dicen que no es justo hablar de tentación, sino de sagacidad para saber utilizar los medios e instrumentos de cada momento para el anuncio y la predicación del Evangelio a todos los pueblos.
Si ellos lo creen así, pues adelante. Ahora bien, eso no me quita el derecho a albergar cierta sospecha a la hora de pensar que dichos medios e instrumentos no son tal, sino que, con intención o sin ella, los han convertido en fines definitivos a conseguir. “Por sus frutos los conoceréis“, dijo Jesús a la gente, zanjando con ello que el nombre y la pertenencia no eran precisamente el criterio válido de bondad, sino las obras encaminadas a transformar estructuras injustas y a dignificar a toda persona, especialmente a las más marginadas.
Con ello dejaba claro que no valía todo: “No llevéis bolsa ni alforja ni calzado“, puesto que no se trataba de imponer, deslumbrar y, mucho menos, subyugar, sino liberar y dignificar desde el acompañamiento, codo con codo, con quienes se encontraban en los márgenes del camino. No era cuestión de levantar grandes edificios ni de crear nuevas estructuras, sino de decir a todos los hombres y mujeres que el Reino ya está presente “los ciegos ven, los cojos caminan, los sordos oyen, etc.”. “Que ya no es el tiempo de Garizim ni de Jerusalén, sino del interior del corazón“.
Me preocupa que estemos volviendo a tiempos que personalmente creía que ya estaban superados. “Se agotaron las entradas en dos horas para el concierto de un nuevo movimiento, o como quieran llamarlo, en un lugar público de la capital del Reino”. Y después, el viaje a Roma, el recibimiento del Papa a su fundador y a algunos de sus miembros, y suma y sigue. ¿Levadura que va transformando en silencio? O, por el contrario, ¿aditivos químicos de cara a levantar un proyecto de estructura, o estructura ya, con fines de conseguir aumentar “la parroquia”, reclutando nuevos adeptos, cuantos más, mejor y en el tiempo más rápido posible?
Tengo la sensación de que continúa privando, sobre todo dentro de la Jerarquía en general, más la visión de aquella Iglesia de poder y de dominio nacida en el siglo IV bajo la protección, el amparo y el favor de los emperadores del momento, que aquella otra de servicio del Maestro, siendo fermento silencioso, que produce poco a poco verdaderos efectos de liberación en toda persona y transformación del entorno, independientemente de cualquier condición y diferencia. La “ecclesía” en que tanto insistió Jesús frente a aquella otra visión de grandiosidad y multitud con la que, de manera insistente, soñaban los suyos y continúan soñando los “nuestros”.
Cuidado, porque la levadura y la masa-madre fermentan poco a poco, a veces muy despacio. Pero, por ello, producen un pan de calidad y verdaderamente saludable. Lo contrario, precisamente, del pan fermentado a base de aditivos químicos.
Juan Zapatero Ballesteros
Fuente Fe Adulta
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