Del Dios Todopoderoso al Jesús Rey del Universo.
DOM 34 CRISTO REY (A)
Mt 25,31-46
Es muy difícil dar sentido “cristiano” a esta fiesta. Jesús nunca reivindicó ningún reino para sí. Todo lo contrario, afirmó de palabra y con su vida, que él “no venía a ser servido, sino a servir”. Después del ayuno en el desierto, el ser dueño y señor del mundo se le presenta como una tentación. ¿No hemos ocupado el lugar del tentador, cuando, sin pedirle consentimiento, le hemos dado todos los reinos del mundo? Jesús criticó muy duramente todo poder. Después de la multiplicación de los panes, Nos dice Juan: “Viendo que querían proclamarle rey, se retiró a la montaña él solo.”
¿No hemos superado la burla macabra de los soldados, poniéndole una corona de oro, un manto real y un cetro cargado de brillantes? Este cetro y esta corona son mucho más denigrantes para Jesús que la caña y las espinas. Cuando Pilato escribe: “Éste es el rey de los judíos”, lo hace para burlarse de él y de los judíos. ¿No será también una burla llamarle rey del universo? La intención de Pío XI al instituirla hace un siglo no nos ayuda a darle sentido hoy. Lo que él pretendió fue que todos los hombres y todas las naciones le reconocieran a él como representante de ese Cristo Rey.
El ego narcisista nunca podrá asumir su desaparición. Tiene una capacidad increíble para revolverse y salir con la suya. Como la propuesta de Jesús era inasumible, la presenta como una estrategia para conseguir plenitud de gloria. Así, cuando Jesús dice que la meta de su vida es el don total a los demás, el ego la interpreta como el único medio para ser glorificado por Dios. Una vez presentada así la trayectoria de Jesús, será muy fácil hacernos ver que la nuestra debe seguir el mismo camino.
El ser humano, como la vela, está hecho para dar luz, pero la vela nada más encenderla se empieza a consumir. La vela, hasta que no es encendida es un trasto que rueda por los cajones. El día que se va la luz, la buscamos y la encendemos. En ese momento empieza a ser vela. Nuestro ego nos impide aceptar esta perspectiva. Nada ni nadie le puede convencer de que su objetivo es desaparecer, menos aún, en beneficio de los demás. Pero descubrió la manera de emplear toda la parafernalia espiritual para conseguir su objetivo. No hay forma de que cambie de perspectiva.
Fijaros qué contradicción. Para celebrar la gloria de Jesús recordamos el momento de su vida donde mejor dejó reflejada su actitud vital, la eucaristía. Yo, como el pan, me parto y me reparto para que me coman. Me dejo masticar, tragar, asimilar para alimentar a otros, a costa de desaparecer. Yo entrego mi vida (sangre) a los demás para que la hagan suya y puedan trasformar su propia vida. La sangre solo se puede entregar a costa de la propia vida. Si la doy a los demás, me quedaré sin ella.
La importancia del rey para el pueblo de Israel se remonta a la época de la conquista de Palestina por el pueblo judío. Para un nómada, la idea de un rey nada significaba; pero cuando entran en contacto con las estructuras de las ciudades, los israelitas piden a Dios un rey. Esto fue interpretado por los profetas, como una traición a Yahvé. Poco a poco se va enriqueciendo esa idea y termina por ser la imagen clave. El final será un Reino de Dios que termina por sobreponerse a todos los demás.
Solo en este contexto cultural entenderemos la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo, el contenido que le da es muy distinto. En tiempo de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles y de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios, del que van a quedar excluidos los buenos y van a entrar las prostitutas, los pecadores, los marginados. Los gentiles serán llamados y muchos judíos quedarán fuera.
El Reino de Dios está dentro de vosotros. Esta idea desbarata todo nuestro montaje. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un Reino que es Dios, no de que Dios tenga un reino. Haremos que se vea con nuestra manera de actuar, pero solo después de haber descubierto su presencia en nosotros. Es un reinado del AMOR. No es un reino de personas físicas, sino de actitudes vitales. Cuando me acerco al que me necesita preocupándome por él, hago presente el Reino que es Dios.
Cuando Pilato le pregunta si es rey, contesta Jesús: “mi reino no es de este mundo”. No quiere decir que vendrá después o que estará en otro lugar, sino que no tiene nada que ver con lo que él entendía por reino. Al insistir Pilato, Jesús le dice: “sí, soy rey, yo para esto he venido al mundo, para ser testigo de la verdad.” Ser testigo de la verdad, ser auténtico, ser verdad, es la única manera de ser dueño de sí mismo y ser dueña de la realidad entera. Jesús es rey de sí mismo y así es Rey en absoluto.
El Reino de Dios, lo divino que nos inunda, es un fermento, un alma, una luz que transforma mi ser. Se manifiesta como una cualidad, pero en realidad, es mi esencia. Yo tengo que esforzarme por hacerla surgir desde lo hondo de mí mismo, aceptando que viene a absorberme. Es necesario que, tras haber cooperado con todas mis fuerzas a hacerla brotar, consienta en la comunión en la que mi propia individualidad se hundirá y acepte convertirme en su alimento (Teilhard de Chardin).
Después de lo dicho podemos comprender que no se trata de entronizar a Jesús ni antes ni después de morir. Lo que significa y encarna la figura de Jesús es lo que tiene que reinar entre nosotros. Cuando decimos: reina la armonía, reina la paz, etc. estamos hablando de un ambiente envolvente que permite su desarrollo. Hablar del reinado de Cristo significa que su mismo espíritu mueve también nuestra existencia. Jesús se dio totalmente, no para ser glorificado sino para llevar a plenitud el amor.
En el relato que hemos leído encontramos la clave. Dios no se hace un hombre, sino que se hace hombre. El que juzga es el Hombre, el punto de contraste para valorar una vida humana es la semejanza con Jesús “el Hombre”. No tenemos que esperar ningún juicio desde fuera. Mis actitudes van manifestando en cada momento el grado de identificación con el modelo de Hombre. En la medida que me identifique con el modelo, me salvo; en la medida que me separe de él, me voy condenando.
Hemos conseguido un cristianismo cómodo, colocando a Dios en el cielo. Sería demasiado peligroso descubrir a Dios encarnado en cada uno de los seres humanos. Pero no hay escapatoria. Dios es encarnación y lo tenemos que descubrir en las criaturas. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. La pregunta de los rechazados deja bien claro que, si hubieran descubierto la presencia de Dios en el necesitado, lo hubieran socorrido.
Fray Marcos
Fuente Fe Adulta
Comentarios recientes