Máximo compromiso, máxima confianza.
Mt 25, 14-30
«A uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno»
Según el cronista del segundo capítulo del Génesis, nuestro cuerpo y nuestro cerebro proceden del barro, pero es evidente que somos más que barro. Él expresa este plus que hay en nosotros con una imagen preciosa: “el soplo de Dios; el espíritu de Dios”. Y desde esta imagen se puede entender por qué amamos, por qué compadecemos, por qué somos capaces de distinguir entre el bien y el mal, por qué nos estremecemos con la música… y es porque venían con el soplo de Dios. Dios nos ha trasmitido su espíritu, y su espíritu es amor, tolerancia, compasión, inteligencia, libertad, belleza…
Pero en nuestro mundo material la única forma en que puede existir ese espíritu es encarnado. En él no puede haber amor, sino personas que amen y sean amadas, ni puede haber simpatía, sino personas simpáticas… El amor, la compasión, la tolerancia la simpatía… solo pueden darse en las personas; sólo pueden darse encarnados, y desde este hecho se entiende mejor la parábola de los talentos.
Nosotros, gente ilustrada, sabemos que Dios no reparte los talentos insuflándolos en cada uno de nosotros, sino de forma natural a través de la herencia genética, del ambiente en que hayamos vivido y la educación que hayamos recibido. En cualquier caso, el responsable del reparto es Dios, y no se entiende que a unos nos hayan tocado muchos y a otros pocos. Quizá la clave esté en la parábola del fariseo y el publicano que oraban en el Templo. El fariseo había recibido mucho, pero no halló justificación ante Dios porque se había quedado con todo sin compartirlo con nadie…
Si Dios me ha dado inteligencia, bondad, compasión o simpatía, es porque ésa es la forma de que en el mundo haya inteligencia, bondad, compasión y simpatía. No me las ha dado para que yo las disfrute, sino para que todos las disfruten … Y así comenzamos a entender por qué yo tanto y otros tan poco; por qué en el Reino no es el primero quien tiene mucho, sino el que sirve con lo que tiene.
Es importante agradecer a Dios los talentos recibidos, pero es más importante servir con ellos a mis hermanos. Dios no necesita nada de mí, pero sus hijos sí me necesitan. Dios “no está” (es como el amo que se ha ido a lejanas tierras), pero sus hijos sí están, y algunos hijos suyos no tienen “talentos” … Yo, su hermano, sí.
Decía Ruiz de Galarreta: «No me preocupan mis pecados, sino mis talentos» … Y es lógico, porque nuestros pecados son consustanciales a nuestra condición humana, pero los talentos los hemos recibido para que den fruto, y todos sabemos lo difícil que es estar a la altura de los talentos recibidos.
Pero nos equivocaremos si pensamos que éste es un texto para la angustia: “Dios me exige mucho y si no respondo me echará a las tinieblas de fuera”. No, ése no es el sentido de la parábola. De hecho, la actitud del cristiano podría expresarse con un lema muy sencillo: «Máximo compromiso, máxima confianza». Máximo compromiso; porque no hay límite en la respuesta que de mí se espera. Máxima confianza… porque conocemos a nuestro Padre.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
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