Creo que el temor a malgastarse es la razón que impide a las personas emplear sus mejores capacidades. Si, tras un laborioso proceso de días y días, conseguimos llegar hasta las fuentes internas de nuestro ser, yo lo llamo “Dios”, después logramos conservar lo libertad necesaria, “trabajando en nosotros mismos”, entonces, continuamente estaremos renovados y no tendremos por qué preocuparnos de que se agoten nuestros recursos .
Ser Fieles a todo lo que nos surge espontáneamente, y hasta el final. Ser fieles en el sentido mas amplio del término, fieles a si mismos, fieles con Dios, fieles en todo momento. Significa estar al “cien por cien”. Mi quehacer consiste en ser. Especialmente, en ser fiel a mi talento creativo, por modesto que sea. De cualquier modo, son tantas cosas las que quisiera decir y escribir, que debería articularlas. Sin embargo, intento huir y fallo, no lo consigo Vivo la vida plenamente y cada vez me siento con mayor responsabilidad ante, y así los llamo, mis talentos. Por dónde comenzar, Dios mío. Hay tantas cosas. No pretendo escribirlas con la intensidad vivida, sería un error. No se trata de eso. Todavía no sé como controlar toda esa materia. Solamente sé que tendré que hacerlo todo yo solo y que tengo la fuerza y paciencia necesarios para lograrlo. Tengo que ser fiel, no puedo dispersarme como arenilla al viento. Estoy dividido entre atentos e impresiones, zarandeado par personas y emociones. Tengo que mantenerme fiel; sobre todo, debo ser fiel a mi talento, “Vivir” insuficientemente una realidad no basta; requiere algo más.
Cada vez veo mejor los abismos que engullen las fuerzas creativas y la alegría de vivir del hombre. Son hoyos que se tragan todo, agujeros que estén en nuestro propio ser. A cada día le basta su pena
*
Etty Hillesum, Diario 1947—1943,
***
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
“Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno; a cada cual según su capacidad; luego se marchó. [El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.]
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo:
–“Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.” Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.”
[Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo:
–“Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.”
Su señor le dijo:
–“Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.”
Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo:
–“Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.”
El señor le respondió:
-“Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Conque sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.””]
Comentarios desactivados en “No enterrar la vida”. 19 de noviembre de 2023. 33 Tiempo ordinario(A). Mateo 25, 14-30
La parábola de los talentos es seguramente una de las más conocidas. Antes de salir de viaje, un señor confía sus bienes a tres empleados. Los dos primeros se ponen de inmediato a trabajar. Cuando el señor regresa, le presentan los resultados: ambos han duplicado los talentos recibidos. Su esfuerzo es premiado con generosidad, pues han sabido responder a las expectativas de su señor.
La actuación del tercer empleado es extraña. Lo único que se le ocurre es «esconder bajo tierra» el talento recibido y conservarlo seguro hasta el final. Cuando llega el señor, se lo entrega pensando que ha respondido fielmente a sus deseos: «Aquí tienes lo tuyo». El señor lo condena. Este empleado «negligente y holgazán» no ha entendido nada. Solo ha pensado en su seguridad.
El mensaje de Jesús es claro. No al conservadurismo, sí a la creatividad. No a una vida estéril, sí a la respuesta activa a Dios. No a la obsesión por la seguridad, sí al esfuerzo arriesgado por transformar el mundo. No a la fe enterrada bajo el conformismo, sí al seguimiento comprometido a Jesús.
Es muy tentador vivir siempre evitando problemas y buscando tranquilidad: no comprometernos en nada que nos pueda complicar la vida, defender nuestro pequeño bienestar. No hay mejor forma de vivir una vida estéril, pequeña y sin horizonte.
Lo mismo sucede en la vida cristiana. Nuestro mayor riesgo no es salirnos de los esquemas de siempre y caer en innovaciones exageradas, sino congelar nuestra fe y apagar la frescura del evangelio. Hemos de preguntarnos qué estamos sembrando en la sociedad, a quiénes contagiamos esperanza, dónde aliviamos sufrimiento.
Sería un error presentarnos ante Dios con la actitud del tercer siervo: «Aquí tienes lo tuyo. Aquí está tu evangelio, el proyecto de tu reino, tu mensaje de amor a los que sufren. Lo hemos conservado fielmente. No ha servido para transformar nuestra vida ni para introducir tu reino en el mundo. No hemos querido correr riesgos. Pero aquí lo tienes intacto».
Comentarios desactivados en “Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor.” Domingo 19 de noviembre de 2023. 33º domingo de tiempo ordinario
Leído en Koinonia:
Proverbios 31,10-13.19-20.30-31: Trabaja con la destreza de sus manos. Salmo responsorial: 127: Dichoso el que teme al Señor. 1Tesalonicenses 5,1-6: Que el día del Señor no os sorprenda como un ladrón. Mateo 25,14-30: Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor.
La «parábola de los talentos» es sin duda el texto capital entre los tres de hoy. Un comentario pastoral a esta lectura podrá ir por la senda usual con este texto: Mateo acaba de hablar de la venida futura del Hijo del Hombre para el juicio, y a continuación nos dice cuáles son las actitudes adecuadas ante esa venida, a saber, la vigilancia (parábola de las diez vírgenes) y el compromiso de la caridad (parábolas de los talentos y del juicio de las naciones). La parábola de los talentos es, en este contexto interpretativo, un elogio del compromiso, de la efectividad, del trabajo, del rendimiento. Podrá ser aplicada fructuosamente al trabajo, la profesión, las realidades terrestres, el compromiso secular…
Sin embargo, el contexto de la hora histórica que vivimos es tal, que este mensaje, en sí mismo bueno y hasta naif, ingenuo, se puede resultar funcional respecto a la ideología actualmente dominante, el neoliberalismo. Éste, en efecto, predica, como grandes valores suyos, la eficacia, la competitividad, la creación de riqueza, el aumento de la productividad, el crecimiento económico (si tenemos un crecimiento bajo o no crecemos nos declaramos en crisis), los altos rendimientos de interés bancario, la inversión en valores, etc. Son nombres modernos bien adecuados para lo que se presenta en la parábola, aunque si se los utiliza en la homilía, no pocos oyentes pensarán que el orador sagrado se salió de su competencia (o peor: «se metió en política»). Por una casualidad del destino, esta parábola se hizo bien actual, y los teólogos neoconservadores (también hay «neocons» en teología) la valoran altamente. Algunas de sus frases, sin necesidad siquiera de interpretaciones rebuscadas, avalan directamente principios neoliberales. Pensemos, por ejemplo en el enigmático versículo de Mt 25, 29: «Al que produce se le dará y tendrá en abundancia, pero al que no produce, se le quitará hasta lo que tiene». No será fácil hacer una predicación aplicada que no haga el juego a un sistema que, para muchos cristianos de hoy, está en los antípodas de los principios cristianos.
La eficacia, la productividad, la eficiencia… no son malas en principio. Diríamos que no son valores en sí mismas, sino “cuantificaciones” que pueden ser aplicadas a unos u otros valores. Se puede ser eficiente en muchas dimensiones, muy distintas (unas buenas y otras malas) y con unas intenciones muy diversas (malas y buenas también). La eficacia en sí misma, abstraída de su aplicación y de su intención… no existe, o no nos interesa ahora. El juicio que hagamos sobre la eficacia dependerá de la materia a la que apliquemos esa eficiencia, así como del objetivo al que se oriente.
Cabe entonces imaginar una “eficiencia” cristiana (agrupando en este símbolo varios otros valores semejantes). El mismo evangelio la presenta en otros lugares, en su célebre inclinación hacia la praxis: No todo el que dice ‘Señor, Señor’, sino el que hace…, la parábola de los dos hermanos (el que dice pero no hace y el que hace aunque había dicho que no), bienaventurados más bien los que escuchan la palabra y la ponen en práctica… y más paradigmáticamente, el texto que continúa al de hoy, el que meditaremos el domingo próximo, Mt 25,31ss, en el que el criterio del juicio escatológico que allí aparece será precisamente lo que hayamos “hecho” efectivamente a los pobres…
La eficiencia aceptada y hasta encomiada por el evangelio es la eficiencia “por-el-Reino”, la que está puesta al servicio de la causa de la solidaridad y del amor. No es la eficiencia del que logra aumentar la rentabilidad (reduciendo empleos por la adopción de tecnologías nuevas), o la del que logra conquistar mercados por su competitividad (reduciendo la capacidad de auto-subsistencia de los países pequeños, o pobres, sin tecnología), o la del que logra ingresos fantásticos por inversiones especulativas del capital “golondrina” en este gran casino mundial financiero…
La «eficiencia por la eficiencia» no es un valor cristiano, ni siquiera es un valor verdaderamente humano (no parece que nos humanice, más bien parece que lo heredamos de nuestro pasado como depredadores). Quizá sea cierto que el capitalismo, sobre todo en su expresión salvaje actual, sea “el sistema económico que más riqueza crea”; pero no es menos cierto que lo hace aumentando simultáneamente el abismo entre pobres y ricos, la concentración de la riqueza a costa de la expulsión del mercado de masas crecientes de excluidos. El criterio supremo, para nosotros, no es una eficiencia económica que produce riqueza y distorsiona la sociedad y la hace más desequilibrada e injusta. No sólo de pan vive el ser humano. Cristianamente no podemos aceptar un sistema que en favor del (o en culto al) crecimiento de la riqueza, sacrifica idolátricamente la justicia, la fraternidad y la participación de masas humanas. Poner la eficiencia por encima de todo esto, es una idolatría, es la idolatría del culto del dinero, verdadero dios neoliberal. Y sobre la “idolatría del mercado” y el carácter sacrificial de la ideología neoliberal, ya se ha escrito mucho…
No, no es pues que nosotros no queramos ser eficientes, competentes (más que competitivos), o que no seamos partidarios de la “calidad total”, ni mucho menos… Somos partidarios de la mayor «eficacia en el servicio al Reino», así como de «la competencia y la calidad total en el servicio al Evangelio». (In ordinariis non ordinarius, decía un viejo adagio de la ascética clásica, queriendo llevar la calidad total a los detalles más pequeños de la vida ordinaria u oculta).
Y no es que no haya que reconocer que con frecuencia los más “religiosos” hayan estado ajenos a las implicaciones económicas de la vida real, predicando fácilmente una generosa distribución donde no se consigue una producción suficiente, esperándolo todo de la limosna o los piadosos mecenas. También en el campo de la economía teórica –sobre todo en esta hora– necesitamos un renovado compromiso de los cristianos.
Si Jesús se lamentó de que los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz, ello significa que la «astucia» (otro tipo de eficacia) no es mala; lo malo es ponerla al servicio de las tinieblas y no de la luz. Leer más…
Comentarios desactivados en Parábola de talentos ¿Una historia made in USA? (Mt 25, 31-40)
Del blog de Xabier Pikaza:
(Dom 33 TO; 19.11.23). El evangelio de Mateo ha tomado esta durísima parábola de un documento Q , que recoge palabras de Jesús (cf. Lc 19, 12-27).
Tanto la versión de Lucas como ésta, hablan de una cantidad inmensa de dinero, que un hombre “presta” a sus criados (esclavos) mientras debe “alejarse” por asuntos de tipo turbio.
Lucas dice minas, unidades de peso y moneda que equivalen a un kilo de oro/plata, cantidad grande, pero no impensable. Mateo habla de talentos, que son cientos de quilos de oro o plata, cantidad propia de reyes y grandes magnates [1].
| X.Pikaza
Un exegeta USA, J. P. Meier, Judío marginal V, piensa que esta parábola es, con el grano de mostaza (Mc 4,30-32), los viñadores malos (Mc 12,1-11) y la cena (Mt 22,2-14) una de las cuatro originales de Jesús, que exponen el sentido fundamental de su mensaje, en una línea que responde a la economía USA
J. P. Meier es un inmenso exegeta, pero su interpretación no responde quizá a la historia y mensaje de Jesús.
Ni el hombre que “presta” dinero es Dios (sino un mal usurero o rey sanguinario, como destaca Lucas. Ni la valoración de los “criados” por su riqueza y trabajo responde al evangelio, ni el premio final forma parte del “reino” de Jesús. Por eso, pido a mis lectores que interpretan esta parábola de un modo crítico, protestando contra ella, porque esa puede ser la intención que tuvo Jesús al contarla.
Texto. Mt 25, 31-40
25 14 Porque es como un hombre que, yendo de viaje, llamó a sus esclavos y los dejó encargados de sus bienes: 15 y a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno; a cada cual según su capacidad; luego se marchó. En seguida, 16 el que recibió cinco talentos fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. 17 El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. 18 En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
19 Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos esclavos y se puso a ajustar las cuentas con ellos. 20 Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco. 21 Su señor le dijo: Muy bien. Eres un esclavo fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo de mucho; pasa al banquete de tu señor. 22 Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos. 23 Su señor le dijo: Muy bien. Eres un esclavo fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entre en la alegría de tu señor.
24 Vino, en fin, el que había recibido un talento y dijo: Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; 25 tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo. 26 El señor le respondió: Eres un esclavo negligente y holgazán. ¿Conque sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? 27 Por eso te convenía haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. 28 Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. 29 Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. 30 Y a ese esclavo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes [2].
LECTURA INICIAL, PRIMERAS PREGUNTAS
‒ ¿Parábola injusta? En un sentido, esta parábola parece injusta y sólo se puede aplicar a gente fuerte, con duras responsabilidades, como si hubiera sido promulgada para ejecutivos, llenos de agresividad, gentes que, en general, suelen aplicar unos métodos poco compasivos (e incluso injustos) para amasar dinero, una parábola que no puede aplicarse a países pobres o a gente con dificultades psicolóticas y sociales deprimidos, enfermos mentales, simples prostitutas, sencillos publicanos…
‒ Repensar su contenido. El tesoro de la vida (auténtico talento, opuesto a Mammón: cf. 6, 19-34) no se mide en claves monetarias, pues el valor del hombre es la misma vida, la capacidad de amar, de ofrecer y compartir lo que tenemos; los privilegiados de Jesús no son los que reciben más dinero y más producen, sino al contrario, los pobres, enermos, excluídos sociales. . En este sentido, producir es simplemente ser, dejarse amar, viviendo así en amor. Por eso, mientras vamos leyendo, debemos rechazar su misma formulación externa, sabiendo que ella va en contra del mensaje de Jesús, pues él no quiere que produzcamos para un tipo de dueño egoísta (como parece el de esta parábola). Una interpretación capitalista de esta parábola debe rechazarse desde el principio
Esta parábola tiene una función provocativa, que consiste en movilizar nuestros impulsos y exigencias morales, que no valoremos a los hombres por lo que tienen y ganan, que vivamos sin miedo a fracasar, sin enterrar el talento, como el tercer esclavo. Sólo de esa manera, incluso este hombre duro, que se parece a los reyes herodianos (ejemplo de avaricia monetaria y violencia asesina), puede tomarse como referencia para los servidores del evangelio, no para trabajar por miedo al castigo (aunque el miedo puede cumplir una función preventiva, como en el caso del siervo/doulos de 24, 45), sino por agradecimiento al Señor que nos ha mostrado su confianza y nos ha dado lo que somos y tenemos.
COMENTARIO
Un hombre rico y de mando que marcha de viaje y deja a sus esclavos su tesoro (minas o talentos de oro), para que lo administren. En el fondo parece parece uno de los miembros de la familia de Herodes, que iban con frecuencia a Roma, para negociar la adquisición de reinos y/o de principados, teniendo que encargar la administración de sus bienes a funcionarios más o menos inteligentes (y en general poco escrupulosos), que no son Dios, sino lo contrario a Dios.
Ésta es una parábola para pensar y discutir, no un texto de doctrina para aceptar, obedecer y cumplir.
‒ ¿Parábola justa? La vida no es para producir más dinero, sino para ser/vivir/amar. Por eso, tomada en sí misma, esta parábola de administradores monetarios, con la exigencia de producir grandes beneficios, va en contra del mensaje que Jesús dirige a los pobres, un mensaje de vida amorosa, de puro regalo. De todas formas, siendo la vida don, no comercio, hay en ella un elemento que también puede compararse al comercio, entendido como intercambio y producción de bienes. En un sentido, somos una “inversión” de Dios, pero no para ganar más dineros, sino para extender su amor en la tierra.
Ciertamente, en un sentido, Jesús insiste en la responsabilidad ante la vida, ante el dinero, pero en línea básica de gratuidad. En esa línea, Dios quiere que respondamos con amor a los amores/dones recibidos, no sólo de Dios, sino de otros hombres, que así la vida que hemos recibido fructifique y produzca para bien de los demás, sabiendo que somos para el Reino (es decir, para los otros). Leída así, ésta es una parábola abierta a la “creatividad”, al don positivo de la entrega de aquello que somos, en gesto activo y creador, al servicio de la obra de Dios.
‒ ¿Parábola injusta? Esta parábola ha sido proclamada para gente psicológicamente fuerte, que es capaz de asumir grandes responsabilidades. Algunos han añadido que es una parábola para banqueros y dirigentes de multinacionales, personas sin conciencia moral, sin más finalidad que la pura ganancia, aunque se hundan países enteros, con sus pobres (como está sucediendo ahora, año 2023).
Leída así, esta parábola no se puede aplicar a los más débiles, a la mayoría de los hombres y los pueblos, aplastados por otros, que les exigen que produzcan, y midiendo la producción en términos utilitarios. No es una parábola para deprimidos, enfermos mentales, simples prostitutas, sencillos publicanos que no alcanzan a cobrar los impuestos que les piden los amos. Entendida desde la perspectiva de la pura producción externa, esta parábola va en contra de otros rasgos del evangelio.
OTROS POSIBLES FINALES, OTROS PLANTEAMIENTOS.
La respuesta a la parábola han de darla sus mismos oyentes, desde la perspectiva social y personal, religiosa y cultural en que se encuentren, sin olvidar que se trata de un texto abierto a la respuesta de cada uno, desde su propia circunstancia, y con su forma de asumir y traducir el mensaje de Jesús. En esa línea, a pesar de los cambios que ha introducido, Mateo ha querido que ella siga estando abierta, de manera que nosotros debemos traducirla desde el evangelio, desde nuestro contexto:
* Otro final. Uno que ha perdido todo.Supongamos que hay un cuarto siervo, a quien el amo había dado tres talentos (o cinco, si se quiere). Viene fatigado y triste y, humillándose ante el amo, le dice: “Señor, tres talentos me diste y fui a comerciar con ellos, pero no he tenido suerte. Sabes bien que no soy hombre de negocios y, además, los tiempos son adversos. Hay una fuerte recesión económica, y me han engañado (o me he dejado engañar); me salieron mal las cuentas, de forma que no he sido capaz de mantener ni siquiera aquello que tenía; por eso, no sólo no puedo traerte ninguna ganancia, sino que vengo con deudas. Aquí las tienes Señor, mira los papeles… Pero persóname, mira, he de marchar, no quiero que vengan mis acreedores y te culpen, y tengas encima que pagar tú las deudas…”.
¿Qué respondería Jesús en ese caso? ¿Podrá perdonarle en la línea de su oración: Perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores, Mt 6, 12? ¿Podrá decirles a los acreedores que le perdonen también ellos, como supone y exige la parábola de 18, 23-34? ¿Y si los acreedores no son “cristianos” y no quieren escuchar a Jesús? No es fácil ofrecer una respuesta, pero es evidente que estas dos parábolas (18, 23-34 y 25, 14-30) han de entenderse y resolverse unidas, una al lado de la otra, porque el mejor intérprete de Mateo es el mismo Mateo.
* Otro final: Uno que ha dado todo. En la línea de la reflexión anterior, podemos suponer que sigue un quinto, también fuera de tiempo, seguido de mucha gente, que se agolpa tras él, pidiéndole ayuda. Imaginemos que llega, rodeado de niños y pobres, con gentes de vida dudosa, para acercarse con ellos hasta el amo y decirle: «Mira, Señor, tú me diste cien talentos. Ya sé que es mucho, una cantidad que yo no merecía. Pero los pobres del mundo son aún más que ese dinero… y así te escuché responder un día al joven rico que venía a preguntarte: Vete, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, y luego, ven y sígueme (19, 21), y eso es lo que he querido hacer.
Imaginemos que este siervo sigue hablando: “Ya sé, Jesús, que aquel rico se fue sin cumplir lo que pedías, porque quizá no supo escucharte bien y pensó que era preciso ganar todavía más dinero. Pero yo he querido cumplir tu palabra; por eso, fui por ahí y repartí todo lo que tenía. Ciertamente, conozco lo que has hecho al tercer siervo que enterró tu talento, porque él pensaba que eras duro y austero. Pero yo sé que eso no es cierto, que no eres como dicen, sino muy generoso. Por eso, he seguido dando una y otra vez lo que tenía, y así vengo con estos hombres y mujeres… Hay muchos que me deben bastante dinero, pero no se lo puedo cobrar, pues nos dijiste en tu oración que perdonemos…”.
Imaginemos que viene este hombre, y que se sitúa de esa forma ante el amo, a quien identifica en el fondo con el Dios de Jesús, o con Jesús. ¿Qué pasará, cómo podrá responderle ese amo? Pienso que también en este caso debemos entender y aplicar este pasaje de juicio desde el mismo Mateo, situando esta escena en el contexto total de su evangelio. Desde ese fondo hay que plantear la pregunta: ¿Habrá contradicción entre el Jesús del juicio duro que parece hallarse al fondo de esta parábola y el Jesús del Sermón de la Montaña, entre Mt 25, 14-30 y Mt 6, 19-34; 19, 16-30?
Capitalista triunfante, dinero que exige dinero en línea egoísta…. Imaginemos que llega por otro siervo, en un coche de lujo, rodeado de administradores y criados y dice al amo: “Levanté unas fábricas con aquello que me diste… dirigí negocios, he creado capitales… Al final, en estos últimos años, he montado bancos, grandes empresas de seguros y, sobre todo, unas ricas entidades financiarías. Puedo darte muchísimo dinero, estamos en un tiempo de ganancias, porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará aún lo que tiene, como tú mismo has dicho (Mt 13, 2).
Este último esclavo sería la versión “perfeccionada” del primero, aquel que ganó con diez talentos otros diez, pero en forma de ganancia triunfalista, de beneficio propio a costa de los demás. ¿Se podría aceptar su versión del evangelio, o su conducta sería más bien una perversión completa del mensaje de Jesús? Aquí no podemos dar una respuesta general, pues ella ha de darla cada uno (cada comunidad cristiana) desde la perspectiva de conjunto de Mateo, en la línea de la parábola que sigue, que es la que nos permite interpretar todo lo anterior, Mt 25, 31-46.
Podemos pensar en un hombre distinto, que no da dinero a otros hombres… sino que les ofrece habilidades, para trabajar, para amar, para vivir en libertad… ¿Qué damos cuando damos? ¿Qué recibimos cuando recibimos? cómo compartimos…?
Notas
[1] El valor del talento cambió según los tiempos y las circunstancias, variando entre 30 y 60 kilos de oro (o de plata, según los casos). Para hacernos una idea, a la muerte de Herodes el Grande (4. A.C.), la renta anual del reino de Judea (bajo Arquelao) era de 600 talentos y la de Antipas (Galilea) de 200.
[2] M. Didier, La parabole des talents et des mines, en I. de la Potterie (ed.), De Jésus aux évangiles, BETL 25, Gembloux 1967, 248-271; J. Dupont, La parabole des talents (Mar. 25:14-30) ou des mines (Lc 19:12- 27), RTP 19 (1969) 376-391; P. Fiedler, Die übergabenen Talente. Auslegung von Mt 25,14-30: BibLeb 11 (1970) 259-273; P. Jüon, La Parabole des Mines (Luc 19,13- 27) et la Parabole des Talents (Matthieu, 25,14-30), RSR 29 (1939) 489-494; E. Kamlah, Kritik und Interpretation der Parabel von den anvertrauten Geldern (Mt 25,14ff.; Lk 19,12ff.): KD 14 (1968) 28-38: A. Puig i Tarrech, La Parabole des Talents (Mt 25, 14-30) ou des Mines (Lc 19, 11-28): RevistCatTeol 10 (1985) 269-317; A. Weiser, Die Knechtsgleichnisse der synoptischen Evangelien, SANT 29, Kösel, München 1971.
La parábola del domingo pasado (las diez muchachas) animaba a ser inteligentes y previsores. La de hoy anima a la acción, a sacar partido de los dones recibidos de Dios. Jesús ha usado poco antes, en otra parábola, la imagen del señor y sus empleados. Ahora vuelve a hacerlo, pero usando el contexto de la cultura urbana y pre-capitalista. La riqueza del señor no consiste en tierras, cultivos y rebaños de vacas y ovejas. Consiste en millones contantes y sonantes, porque los famosos “talentos” no tienen nada que ver con la inteligencia. El talento era una cantidad de plata que variaba según los países, oscilando entre los 26 kg en Grecia, 27 en Egipto, 32 en Roma y 59 en Israel. Por consiguiente, los tres administradores reciben, aproximadamente, 300, 120 y 60 kg de plata.
Talento de plata
La parábola (Mateo 25,14-30)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos.
Se acercó el que habla recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.” Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.”
Se acercó luego el que habla recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.” Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.”
Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.”
El señor le respondió: “Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabias que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues deblas haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez.
Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
El empleado miedoso, negligente y holgazán
Los dos primeros duplican esa cantidad negociando con el dinero que les han confiado. Pero la parábola se detiene en el tercero, que se molesta en buscar un sitio escondido, cava un hoyo, y entierra el talento. El lector actual, conocedor de tantos casos parecidos, se pregunta quién ha sido el más inteligente. ¿Es preferible colocar el capital en acciones arriesgadas o guardarlo en una caja fuerte? En cambio, el propietario de la parábola lo tiene claro: había que invertir el dinero y sacarle provecho, como hicieron los dos primeros empleados.
¿Por qué no ha hecho igual el tercero? Él mismo lo dice: porque conoce a su señor, le tiene miedo, y prefirió no correr riesgo. Y termina con un lacónico: “Aquí tienes lo tuyo”.
Sin embargo, el señor no comparte esa excusa ni esa actitud. Lo que ha movido al empleado no ha sido el miedo, sino la negligencia y la holgazanería. Le traen sin cuidado su señor y sus intereses. Y toma una decisión que, actualmente, habría provocado manifestaciones y revueltas de todos los sindicatos: lo mete en la cárcel (“echadlo fuera, a las tinieblas”).
Aplicándonos el cuento
Los sindicatos llevarían razón, y conseguirían que readmitieran al empleado, incluso con un gran resarcimiento por daños y perjuicios. Pero el Señor de la parábola no depende de sindicatos ni tribunales del trabajo. Tiene pleno derecho a pedirnos cuentas a cada uno del tesoro que nos ha encomendado.
Como ocurría con el aceite en la parábola de las muchachas, los talentos se han prestado a múltiples interpretaciones: cualidades humanas, don de la fe, misión dentro de la iglesia, etc. Ninguna de ellas excluye a las otras. La parábola ofrece una ocasión espléndida para realizar un autoexamen: ¿qué he recibido de Dios, a todos los niveles, humano, religioso, familiar, profesional, eclesial? ¿Qué he hecho con ello? ¿Ha quedado escondido en un cajón? ¿Ha sido útil para los demás? Como se dice en el mismo evangelio de Mateo: ¿Ha resplandecido mi luz ante los hombres para que glorifiquen al Padre del cielo? ¿Pienso que será suficiente decirle: “Aquí tienes lo tuyo”?
Una moraleja desconcertante
La parábola, termina con unas palabras muy extrañas:
“Al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.
¿En qué quedamos? ¿Tiene o no tiene? Pero la frase no se debe al error de un copista, se encuentra así en los tres evangelios sinópticos (Mt 13,12; Mc 4,25; Lc 19,26). Es posible que el mismo Jesús intentara aclararla más tarde mediante la historia de un señor que encomienda su capital a tres empleados. El sentido de la frase resulta ahora más claro: “Al que produzca se le dará, y al que no produzca se le quitará lo que tiene”. Esa parábola terminó en dos versiones bastante distintas, la de Mateo, que se lee hoy, y la de Lucas 19,11-27. Lucas, para no provocar las iras de los sindicatos, no mete al empleado holgazán en la cárcel, se limita a quitarle el denario.
La empresaria modelo (1ª lectura: Proverbios 31,10-13.19-20)
En el contexto económico de la parábola encaja perfectamente la imagen de la mujer empresaria de la que habla el libro de los Proverbios. La liturgia traduce “mujer hacendosa”. Pero el texto sugiere mucho más. Habla de una mujer que es, al mismo tiempo, excelente empresaria (cosa que quedaría más clara si la liturgia no hubiera mutilado el texto), generosa con los necesitados y con las personas a su servicio, preocupada por sus hijos y su marido, gozando del respeto y estima de sus conciudadanos, porque ella misma respeta al Señor. Es interesante esta imagen propuesta por un libro bíblico hace veintitrés o veinticuatro siglos, tan distinta de nuestro proverbio: “La mujer casada, la pata quebrada… y en casa”.
Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.
Quien lee el poema entero (se encuentra en Proverbios 31,10-31) advierte la enorme actividad que esta mujer desarrolla desde la mañana temprano hasta avanzada la noche. El capital recibido de Dios (sean cinco talentos, dos o uno) ha sabido invertirlo perfectamente.
El otro día tuve una interesante (también sorprendente) conversación telefónica. Había llamado a una empresa para hacer un pedido. Cuando la persona que estaba al otro lado del teléfono me dijo: “Mira, yo no soy monja, pero a mí me gusta decir que soy cristina, por qué voy a callarme. ¡Si tenemos una religión que es un chollo! Podemos beber vino, podemos comer de todo. Lo único que se nos pide es que no hagamos daño a nuestro vecino.”
¡Correcto! El seguimiento de Jesús es un chollo, pero la mayoría de los cristianos lo metemos en el pañuelo y lo enterramos.
Nos han dado un Don, un talento, un regalo y en lugar de disfrutarlo lo escondemos bajo tierra. Me llama la atención la vergüenza que da manifestarse como cristiano. Mucha gente casi parece pedir perdón cuando dice que es cristiana. Es como si fuera algo íntimo y privado. Lo que debería darnos vergüenza no es ser cristianas sino no ser consecuentes con nuestro seguimiento, eso sí que debería sonrojarnos.
Hay otro fenómeno actual que también es sorprendente. En este mundo globalizado en el que vivimos nos hacemos enseguida solidarios de lo que nos queda más o menos cerca ya sea geográfica, cultural o ideológicamente. Por ejemplo, cuando ha habido algún triste atentado de cierta envergadura empiezan a circular frases como: “Todos somos …”. Apoyamos a quienes han sufrido una violencia injusta y eso está bien. Pero… hay un matiz que oscurece la buena intención y es que parece que nuestra capacidad de solidarizarnos solo alcanza hasta aquellos con quienes nos “identificamos”. Si hay un atentado en un país europeo nos movilizamos, si es en África o en un país musulmán…
Con todo, lo más llamativo es que no nos sentimos solidarios con las personas que son perseguidas por ser cristianas. Dudo que haya mucha gente dispuesta a hacer circular frases como: “todos somos cristianos” cuando se atenta contra la vida de muchas personas en Siria, Irán, Irak, Egipto, Afganistán…
No, no ponemos en juego nuestro talento. Ni arriesgamos nuestra imagen o nuestra reputación. No nos manifestamos abiertamente cristianos y es por una sencilla razón: nos da vergüenza. Ser cristiano en occidente no está de moda. La imagen que se tiene del cristianismo es tan chata, tan reducida y ridícula que hay que reconocer que un poco de vergüenza sí que da. Pero si deseamos que esa imagen cambie solo hay un camino: abrir el hoyo, desenterrar el talento, ponerlo a la vista y descubrir su valor.
Oración
Trinidad Santa, danos la audacia necesaria para decir abiertamente que creer en Ti es creer en una vida digna para todas las personas, para la creación entera. Amén.
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DOMINGO 33 (A)
Mt 25,14-30
Es la parábola más tergiversada de todo el evangelio. Nos llevaría varias horas desenredar todas las descabelladas interpretaciones. La interpretación que entienda el talento como riqueza es descabellada. Toda interpretación que se base en mérito y recompensa es contraria al evangelio que predica la gratuidad absoluta. Lo tenemos tan asimilado que en nuestra sociedad no se mueve un dedo sin esperar la paga. Toda interpretación que considere los talentos como cualidades de la persona es falsa.
El talento no era una moneda. En griego “tálanton” significa el contenido de un platillo de la balanza (una pesada). Era una cantidad desorbitada, que equivalía a 26-41 kilos de plata = 6.000 denarios; 16 años de salario de un jornalero. Para entender lo de enterrar el talento, hay que tener en cuenta que había una norma jurídica, según la cual, el que enterraba el dinero que tenía en custodia, no tenía responsabilidad civil si se perdía. Enterrar el dinero se consideraba una buena práctica.
Durante mucho tiempo se ha interpretado la parábola materialmente, creyendo que nos invitaba a producir y acaparar bienes materiales. De esta mala interpretación nace el capitalismo salvaje en Occidente, que nos ha llevado a desigualdades sangrantes que no hacen más que crecer, incluso en plena crisis. Una vez más, hemos utilizado el evangelio en contra del mensaje de Jesús. Me gusta más la versión de Lc en la que todos reciben lo mismo; la diferencia está solo en la respuesta.
También sería insuficiente interpretar “talentos” como cualidades de la persona. Esta interpretación es la más común y ha quedado sancionada por nuestro lenguaje, persona con talento. Tampoco es éste el verdadero planteamiento de la parábola. En el orden de las cualidades, estamos obligados a desplegar todas las posibilidades, pero siempre pensando en el bien de todos y no para acaparar más y desplumar a los menos capacitados, dando gracias a Dios por ser más listos que los demás.
Si nos quedamos en el orden de las cualidades, podíamos concluir que Dios es injusto. La parábola no juzga las cualidades, sino el uso que hago de ellas. Tenga más o menos, lo que se me pide es que las ponga al servicio de mi auténtico ser, al servicio de todos. En el orden del ser, todos somos idénticos. Si percibimos diferencias es que estamos valorando lo accidental. Las bienaventuranzas lo dejan muy claro: por más carencias que sientas, puedes alcanzar la plenitud humana.
En todos los órdenes tenemos que poner los talentos a fructificar, pero no todos los órdenes tienen la misma importancia. Como seres humanos tenemos algo esencial, y mucho que es accidental. Lo importante es la esencia que constituye al hombre como tal. Ese es el verdadero talento. Todo lo que puede tener o no tener (lo accidental) no debe ser la principal preocupación. Los talentos de que habla el evangelio hacen referencia a las realidades que hacen al hombre más humano. Y ya sabemos que ser más humano significa ser capaz de amar más.
Los talentos son los bienes esenciales que debemos descubrir. La parábola del tesoro escondido es la mejor pista. Somos un tesoro de valor incalculable. La primera obligación de un ser humano es descubrirlo. La “buena noticia” sería que todos pusiéramos ese tesoro al servicio de todos. En eso consistiría el Reino predicado por Jesús. El relato del domingo pasado, el de hoy y el del próximo, terminan prácticamente igual: “Entraron al banquete de boda…”. “Pasa al banquete de tu señor”. “Heredad el Reino…”. Banquete, boda y Reino son símbolos de plenitud.
Algunos puntos necesitan aclaración. En primer lugar, el que no arriesga el dinero no lo hace por holgazanería o comodidad, sino por miedo. El siervo inútil no derrocha la fortuna; simplemente la guarda. Debía hacernos pensar que se condene uno por no hacer nada. En nuestras comunidades lo que hoy predomina es el miedo. No nos deja poner en marcha iniciativas que supongan riesgo de perder seguridades. Con esa actitud, se está cercenando la posibilidad de llevar esperanza a muchos desesperados.
En segundo lugar, la actitud del Señor no puede ser ejemplo de lo que es Dios. En la parábola del hijo pródigo, el hijo díscolo es tratado por el Padre de una manera muy diferente. Quitarle al que tiene menos lo poco que tiene para dárselo al que tiene más, tomando al pie de la letra, sería impropio del Dios de Jesús. Dios no tiene ninguna necesidad de castigar. El que escondió el talento ya se ha dañado, haciéndolo inútil para él y para los demás. Es algo que teníamos que aprender nosotros.
Tanto el que negocia con cinco, como el que negocia con dos, reciben exactamente el mismo premio. Esto indica que en ningún caso se trata de valorar los resultados del trabajo, sino la actitud de los empleados. En una cultura en la que todo se valora por los resultados, es muy difícil comprender esto. En un ambiente social donde nadie se mueve si no es por una paga; donde todo lo que hace tiene que reportar algún beneficio, es casi imposible comprender la gratuidad que nos pide el evangelio.
La parábola nos habla de progreso, de evolución constante hacia lo no descubierto. El único pecado es negarse a caminar. El ser humano tiene que estar volcado hacia su interior para poder desplegar todas sus posibilidades. Todo el pasado del hombre (y de la vida) no es más que el punto de partida, la rampa de lanzamiento hacia mayor plenitud. La tentación está en asegurar lo que tengo, enterrar el talento. Tal actitud no demuestra más que falta de confianza en uno mismo y en la vida, en Dios.
Lo que tenemos que hacer es tomar conciencia de la riqueza que ya tenemos. Unos no llegamos a descubrirla y otros la escondemos. El resultado es el mismo. No es nada fácil, porque nos han repetido hasta la saciedad que estamos en pecado desde antes de nacer, que no valemos para nada, que la única salvación posible tiene que venirnos de fuera. Lo malo es que nos lo seguimos creyendo. El relato del camello que se negaba a moverse porque se creía atado a la estaca, aunque no lo estaba. O el león que vivía con las ovejas como un borrego son los mejores ejemplos.
Todo afán de seguridades nos aleja del mensaje de Jesús. Todo intento de alcanzar verdades absolutas y normas de conducta inmutables, que nos dejen tranquilos, carecen de sentido cristiano. Ninguna conceptualización de Dios puede ser definitiva. Estamos aquí para evolucionar, para que la vida nos atraviese y salga de nosotros enriquecida. Nuestro objetivo debía ser que, al abandonar este mundo, lo dejáramos un poquito mejor que cuando llegamos a él, haciéndolo más humano.
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Mt 25, 14-30
«A uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno»
Según el cronista del segundo capítulo del Génesis, nuestro cuerpo y nuestro cerebro proceden del barro, pero es evidente que somos más que barro. Él expresa este plus que hay en nosotros con una imagen preciosa: “el soplo de Dios; el espíritu de Dios”. Y desde esta imagen se puede entender por qué amamos, por qué compadecemos, por qué somos capaces de distinguir entre el bien y el mal, por qué nos estremecemos con la música… y es porque venían con el soplo de Dios. Dios nos ha trasmitido su espíritu, y su espíritu es amor, tolerancia, compasión, inteligencia, libertad, belleza…
Pero en nuestro mundo material la única forma en que puede existir ese espíritu es encarnado. En él no puede haber amor, sino personas que amen y sean amadas, ni puede haber simpatía, sino personas simpáticas… El amor, la compasión, la tolerancia la simpatía… solo pueden darse en las personas; sólo pueden darse encarnados, y desde este hecho se entiende mejor la parábola de los talentos.
Nosotros, gente ilustrada, sabemos que Dios no reparte los talentos insuflándolos en cada uno de nosotros, sino de forma natural a través de la herencia genética, del ambiente en que hayamos vivido y la educación que hayamos recibido. En cualquier caso, el responsable del reparto es Dios, y no se entiende que a unos nos hayan tocado muchos y a otros pocos. Quizá la clave esté en la parábola del fariseo y el publicano que oraban en el Templo. El fariseo había recibido mucho, pero no halló justificación ante Dios porque se había quedado con todo sin compartirlo con nadie…
Si Dios me ha dado inteligencia, bondad, compasión o simpatía, es porque ésa es la forma de que en el mundo haya inteligencia, bondad, compasión y simpatía. No me las ha dado para que yo las disfrute, sino para que todos las disfruten … Y así comenzamos a entender por qué yo tanto y otros tan poco; por qué en el Reino no es el primero quien tiene mucho, sino el que sirve con lo que tiene.
Es importante agradecer a Dios los talentos recibidos, pero es más importante servir con ellos a mis hermanos. Dios no necesita nada de mí, pero sus hijos sí me necesitan. Dios “no está” (es como el amo que se ha ido a lejanas tierras), pero sus hijos sí están, y algunos hijos suyos no tienen “talentos” … Yo, su hermano, sí.
Decía Ruiz de Galarreta: «No me preocupan mis pecados, sino mis talentos» … Y es lógico, porque nuestros pecados son consustanciales a nuestra condición humana, pero los talentos los hemos recibido para que den fruto, y todos sabemos lo difícil que es estar a la altura de los talentos recibidos.
Pero nos equivocaremos si pensamos que éste es un texto para la angustia: “Dios me exige mucho y si no respondo me echará a las tinieblas de fuera”. No, ése no es el sentido de la parábola. De hecho, la actitud del cristiano podría expresarse con un lema muy sencillo: «Máximo compromiso, máxima confianza». Máximo compromiso; porque no hay límite en la respuesta que de mí se espera. Máxima confianza… porque conocemos a nuestro Padre.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
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Mt. 25, 14-30
Estamos llegando al final del año litúrgico y parece que los evangelios de estos últimos domingos quieren dejar muy claro qué es esencial y que no. Qué identifica el Reino o que nos identifica a los cristianos. Y lo hace con una serie de imágenes muy potentes: las jóvenes a las que les falta el aceite para sus lámparas, los viñadores que no pagan los frutos a su tiempo, los invitados sin traje de fiesta y ese siervo que nos presenta el evangelio de hoy que entierra el talento.
Mateo, usa un lenguaje simbólico de gran fuerza, para sus contemporáneos y para nosotros hoy, que puede interpelarnos más allá de las ideas o palabras. En estos últimos capítulos de su evangelio parece querer decirnos: ¡Cuidado! Todas las jóvenes son llamadas a esperar al maestro pero si al final no tienen “aceite en sus lámparas” no entrarán a recibirle. A todos se nos ha confiado una “viña”, un espacio para trabajar, una misión, pero si olvidamos quién es el dueño, a quien estamos llamados a “entregar” los frutos nos exponemos a “morir de mala muerte”. A todos se nos invita al banquete de bodas pero si no llevamos “el traje de fiesta”… A todos se nos han dado talentos, riquezas, pero si los enterramos seremos arrojados fuera. ¡Fuera del Reino!, fuera de la presencia y el abrazo de nuestro Dios.
Es algo así como decirnos: todo empieza con el don sobreabundante de nuestro Dios, con la llamada a entrar en su Reino, pero la respuesta depende de ti. Depende de tu actitud, de tu vinculación, de tu compromiso… Cada uno somos “una de las vírgenes, uno de los viñadores, un invitado al banquete de bodas y una persona agraciada con talentos” Nadie queda excluido del reparto y la llamada, pero es cosa personal la respuesta. ¿Qué estamos haciendo? ¿Cuál es nuestra respuesta?
El texto de hoy es, como las parábolas anteriores, un texto chocante y, como todo el evangelio, revolucionario, que nos puede revelar nuevas pistas. Nos presenta a un Señor que, al pedir cuentas a sus empleados, solo tiene dos respuestas: felicitar o condenar. Y esto no depende tanto de los resultados, como de su actitud. Es igualmente felicitado el que entrega dos que el que entrega cinco. Pero ambos hicieron lo mismo: “fue enseguida a negociar con ellos”. Mientras el tercero “hizo un hoyo en la tierra y enterró el talento” no quiso responsabilidades ni correr riesgos.
Dos actitudes totalmente distintas, los primeros cuando llega el Señor afirman: “Cinco o dos talentos me diste, mira he ganado otros tantos” Mientras que el tercero dice “Tuve miedo y escondí el talento. Aquí tienes lo tuyo”. Todos reconocen “me diste”, los primeros solo presentan: “Mira he ganado…” El último se excusa, “Tuve miedo” o casi mejor “Te tuve miedo porque eres…”
Pasándolo al mundo laboral (o evangelizador, misionero…) de hoy podemos reconocer a los distintos tipos de empleados. Jesús aprueba a los arriesgados, a los creativos que buscan caminos para invertir, caminos nuevos para llegar a buenos resultados, que se comprometen y hacen suyos los talentos recibidos y los resultados, que están orgullosos de poder presentar buenos resultados al dueño porque se sienten vinculados y comprometidos con él. ¿Somos de estos? ¿Negociamos así nuestros dones? ¿Nos arriesgamos, somos creativos y responsables, nos implicamos en la tarea o misión, encomendada que no es otra que invertir nuestros talentos para el bien de los demás, del Reino?
O tenemos miedo. Distinguimos siempre “lo tuyo” y lo mío, nos dejamos llevar, hacemos lo que la mayoría, enterramos o ponemos a seguro lo que se nos dio, con esas miras raquíticas de te devuelvo lo mismo, cumplo la norma estricta, no pierdo lo que me das… Y además justificamos nuestros miedos en los demás, “porque eres…”
Los que nos ven desde fuera, ¿dirán de los cristianos de hoy que somos arriesgados, entusiastas, creativos? ¿Que buscamos caminos nuevos para hacer que en nuestra sociedad actual germinen esos talentos, esas semillas del reino que se nos han entregado a cada uno? ¿O más bien opinarán que somos miedosos, en un mundo que parece no nos acepta, que nos cerramos a repetir lo de siempre, que se nos ve tristes, como a quien ha enterrado sus talentos sin ver sus posibilidades?
El evangelio de hoy nos llama a crecer, a esperar, a gozar y agradecer unas riquezas que el mismo Señor nos ha dado confiando en que, por puro amor suyo, y fe en su palabra “enseguida vamos a negociar con ellas”. Nos anima a implicarnos y a vincularnos amorosamente a Jesús y a su Reino. A no tener miedo a pesar de lo que a veces nos rodea. ¿Qué respondo a esta llamada? De cada uno, cada una depende el poder escuchar “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu Señor.” Donde la vida y la fiesta serán definitivas y el amor siempre encuentra caminos.
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Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario
19 noviembre 2023
Mt 25, 14-30
Desde siempre me ha rechinado el tono moralizante de esta parábola, que parece nacida más de un ambiente fariseo que de la sabiduría de Jesús. Dudo, por ello, que fuera pronunciada por él y me inclino a pensar que nació entre los responsables de la primera comunidad de discípulos, preocupados tal vez por inculcar un comportamiento exigente.
El problema de una educación basada en la exigencia conlleva riesgos graves, entre los que pueden enumerarse los siguientes: pone el acento, no en la comprensión, sino en el voluntarismo; no en la gratuidad, sino en el mérito. Y ello produce, casi inevitablemente, actitudes de orgullo, comparación, juicio y condena.
Parece claro que la exigencia -así entendida- alimenta al ego que, considerando que ha “cumplido” con lo prescrito, se auto-eleva sobre un pedestal, comparándose con otros y creyéndose merecedor de recompensa.
En el campo específicamente religioso, ese planteamiento dio lugar a una religión basada en el mérito y la recompensa, que desembocó en lo que bien podríamos denominar una religión “mercantilista”, basada en el conocido principio: “do ut des” (te sirvo para que me recompenses). Con lo que el camino religioso parecía convertirse en un “concurso de méritos”, con todas las secuelas que eso conlleva.
De ese modo, aun sin ser conscientes de ello, se pervierte lo más característico de la vida espiritual: la comprensión experiencial como origen de toda acción, la consciencia de unidad como luz que la guía en todo momento, la gratuidad como sello que la define y la desapropiación (desidentificación del ego) como única actitud adecuada.
Cada persona hace en todo momento lo mejor que sabe y puede, de acuerdo con su nivel de consciencia y su mundo representacional (su “mapa” mental). Visto más en profundidad, en cada ser humano se está expresando en cada momento la vida (la consciencia) como único sujeto realmente real, único hacedor de todo.
Frente a propuestas moralizantes y voluntaristas, es la comprensión la que nos permite reconocernos como cauces o canales a través de los cuales fluye la vida misma. No hay lugar, por tanto, para el orgullo ni para la culpa, como tampoco para el “premio” o el castigo ni, en último término, para un ego que busca apropiarse de la acción.
En todo ello, contamos con un test que sirve de indicador para mostrarnos dónde estamos situados: ¿vivo en una consciencia de separatividad o en la consciencia de unidad?
01.- El Dios de Jesús no hace “ajuste de cuentas”.
Estamos terminando el año litúrgico y –parece- que podría ser un momento propicio para ver cómo nos ha ido; podría ser un tiempo que invita a hacer un “examen de conciencia” tranquilo y sereno, no un examen contable y compulsivo como los de aquellas confesiones de otros tiempos.
La parábola de los talentos no trata de un ajuste de cuentas de Dios: un señor muy duro y exigente, que pide cuentas a sus empleados.
Jesús nunca creyó ni nos presentó a Dios como el señor de esta parábola, que funciona por contabilidad, interés y rentabilidad. El Dios de Jesús, nuestro Dios, es bondad, acogida, compasión y misericordia. El Dios de Jesús no es un señor duro y rencoroso, que recoge donde no siembra.
Cuántas veces nos ha dicho Jesús: ¡no tengáis miedo, no perdáis la calma!
02.- El amor se multiplica.
Los bienes, los talentos no son cosas, ni tan siquiera cualidades o capacidades, sino que, lo que Dios nos regala, es su amor y su gracia.
Los dos primeros criados de la parábola multiplican lo que el Señor, Dios, les ha regalado y ellos han experimentado: el amor.
Quien no ama, no construye, más bien entierra su vida.
03.- El problema es el miedo.
La clave de interpretación de esta parábola es el miedo.
Tuve miedo …(v 25) dice el tercer criado. Sabía queeres un hombre exigente…
Este pobre hombre tenía una imagen de Dios como de un señor duro y exigente, que cosecha donde no siembras…
Curiosamente se repite la misma expresión de Adán en el paraíso después del pecado: tuve miedo (Gn 3,10).
También hoy -desgraciadamente- “Adán” se sigue repitiendo en la historia: tenemos miedo de Dios, tememos a Dios.
¿No es esta imagen de un Dios justiciero la que subyacía –y subyace- a la moral católica, a los confesonarios, al juicio final, al purgatorio, al infierno, etc.?
Vistas las cosas así, Dios es un peligro. “Con Dios pocas bromas”; mejor “tenerle a raya”. Dios es una amenaza para muchas personas religiosas.
Freud decía que la religión es una “neurosis obsesiva”. Viktor Frankl le enmendará la plana cuando dice que la “neurosis obsesiva es la religiosidad psíquicamente enferma”.
Tal religiosidad, psíquicamente enferma, es una escuela de culpabilidades, de angustia, de escrúpulos, de miedos al castigo de Dios… Y tal religiosidad sigue haciendo buena carrera entre muchas personas y movimientos religiosos modernos.
04.- El problema es el miedo.
Basta echar un vistazo al Diccionario de la Real Academia y veremos que miedo es: “la angustia por un riesgo o daño real o imaginario.”
Se podría decir que se nos ha infundido y tenemos miedo y angustia a un Dios que “es un peligro”. El Dios de algunos religiosos no es salvífico sino una amenaza para el hombre?
El catolicismo que hemos recibido infundía no miedo, sino angustia y pánico.
Es posible que la religión surja del miedo, pero el cristianismo, no. El cristianismo surge de la bondad de Dios.
Escribía P Tillich a mediados del siglo XX:
La ley de la religión es el gran esfuerzo del hombre por domeñar su angustia, su desasosiego y su desespero, para taponar el boquete que hay en sí mismo y alcanzar la inmortalidad, la espiritualidad y la perfección. Y así es como bajo la ley religiosa el hombre trabaja y se fatiga tanto de pensamiento como de obra.
Mientras tengamos miedo a Dios no viviremos el gozo de la vida, ni la alegría del amor de Dios. El miedo bloquea, paraliza, hace daño. El amor es fecundo, fértil, abierto.
El tercer criado, -el que entierra el denario-, tiene la visión de un Dios justiciero: sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra.
Pero el Dios de Jesús no es así, es Padre: Dios es amor (1Jn 4,8).
Por tanto: no tengáis miedo, no perdáis la calma…
05.- Evangelizar es sembrar amor.
El papa Francisco es un hombre que habla del Dios de amor a la gente, al pueblo llano y débil. Esta es la razón por la que es mal visto y perseguido por la gente religiosa partidarios del “palo y tente tieso” de un Dios rencoroso y duro. El papa Francisco cree en el Evangelio, en el Dios Padre, mientras que no pocos eclesiásticos creen en el señor exigente y justiciero de la parábola de los talentos.
06.- Siervo bueno y fiel. Siervo malvado.
Uno es siervo bueno y fiel porque siente y percibe en sí la bondad de Dios, se siente querido por Dios. No se trata de rentabilidad económica, sino que el asunto es que uno es bueno y fiel porque ha experimentado la bondad de Dios.
Somos buenos cristianos no porque cumplimos hasta la última nota pequeña de la ley. Somos cristianos porque y cuando nos sentimos queridos por el Señor.
En los momentos –situaciones- de la vida de pecado y / o hundimiento personal, Dios nos ama más intensamente.
La maldad, el siervo malo no es porque haya pecado, sino porque considera a Dios como duro y exigente y por eso le tiene, le tenemos miedo a Dios.
Si no experimentamos bondad de Dios y de los demás en la vida, no podemos multiplicar ni transmitir el amor de Dios.
07.- Sólo el amor es digno de la fe.
La gran cualidad (talento) cristiana es el amor, el sentirse querido por Dios. El amor es salvífico.
Podremos tener deficiencias morales, pero que nada tienen que ver con lo que Dios piensa del hombre moralmente.
El peligro no es tanto que seamos pobres y débiles,-que lo somos-, el peligro radica cuando en el fondo de nuestra existencia espiritual nos hacemos orgullosos, cerrados, vacíos de amor (K. Rahner)
El problema no es el pecado, sino la ausencia de amor.
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