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Si tú lámpara está apagada eres un cacharro inútil.

Domingo, 12 de noviembre de 2023

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Mt 25, 1-13

Los textos de estos últimos domingos del año litúrgico nos invitan a despertar, a estar preparados. Ya no pensamos en ese Dios vengativo que está al acecho para ver como puede cogernos en un renuncio y condenarnos. La frase: “Dios te coja confesado” es un insulto a Dios. Dios no nos espera al final del camino para juzgarnos. Dios es el principio y está en nosotros cada instante de nuestra vida para que podamos llevarla a plenitud.

Ya no tiene sentido meter miedo: No sabéis el día ni la hora. ¡Temblad! Y eso que, en el ciclo (A) nos libramos de textos apocalípticos, que son todavía más terroríficos. No es la muerte la que tiene que dar sentido a nuestra vida, sino al revés, solo viviendo a tope, se aprende a morir. Aunque solo os quedara un segundo de vida, haríais mal en pensar en la muerte. Sería más positivo el vivir plenamente ese segundo. La muerte ni quita ni añade nada; el auténtico sentido debemos dárselo a la vida plenamente consciente.

Después de un año o más de desposorios, se celebraba la boda, que consistía en conducir a la novia a la casa del novio, donde se celebraba el banquete. Esta ceremonia no tenía ningún carácter religioso. El novio, acompañado de sus amigos y parientes iba a casa de la novia para conducirla a casa de su propia familia. En su casa le esperaba la novia con sus amigas, que la acompañarían. Todos estos rituales empezaban a la puesta del sol y tenían lugar de noche, de ahí la necesidad de las lámparas.

La importancia del relato no la tiene el novio ni la novia, ni siquiera los acompañantes. Lo que el relato destaca es la luz. La luz es más importante que las mismas muchachas, porque lo que determina que entren o no entren en el banquete es que tengan o no tengan el candil encendido. Una acompañante sin luz no pintaba nada en el cortejo. Ahora bien, para que dé luz una lámpara, tiene que tener aceite. Aquí está la madre del cordero. Lo importante es la luz, pero lo que hay que procurar es el aceite.

El aceite y la luz son las obras que manifiestan una actitud adecuada. Jesús había dicho: Yo soy la luz del mundo. Y también: vosotros sois la luz del mundo. El ser humano es luz cuando ha desplegado su verdadero ser; es decir, cuando trasciende y va más allá de lo que le pide su simple animalidad. No es que nuestra condición de animales sea algo malo, al contrario, es la base para alcanzar nuestra plenitud, pero si no vamos más allá, cercenamos nuestras posibilidades de humanidad.

La primera lectura nos ayuda a entender la parábola. La Sabiduría es encontrar el sentido de la vida que es más importante que la vida misma. La vida tiene sentido, pero tenemos que descubrirlo. Esa es la tarea específicamente humana. Nuestra vida puede quedar malograda como vida humana. Hay que estar alerta, porque el tiempo pasa. Hay que despertar, de lo contrario, perderás la oportunidad de ser tú.

¿Cuál es el aceite que arde en la lámpara? Si acertamos con la respuesta, tenemos resuelto el significado de la parábola. En (Mt 7,24-27) se dice: Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra, se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Y todo aquel que no las pone por obra, se parece al necio que edificó sobre arena. La luz son las obras. El aceite que alimenta la llama es el amor. El ser sensato no depende de un conocimiento mayor sino de la plenitud de Vida.

Así se entiende que las sensatas no compartan el aceite con las necias. No es egoísmo. Es que resulta imposible amar en nombre de otro. Nuestra lámpara no puede arder con aceite prestado. Dar sentido a la vida no se puede improvisar en un instante. Solo con lo que hay de Dios en mí, descubierto, reconocido, desplegado, puedo considerarme encendido. Ese despliegue constituye la Sabiduría de la que nos hablaba la 1ª lectura. Sin llama, seremos irreconocibles incluso para el mismo Dios.

Interpretar la parábola en el sentido de que debemos estar preparados para el día de la muerte, es tergiversar el evangelio. El esperar una venida futura de Jesús es pura mitología que nos lleva a un callejón sin salida. La parábola no hace especial hincapié en el fin, sino en la inutilidad de una espera que no va acompañada de una actitud de servicio. Las lámparas deben estar encendidas siempre; si esperamos a prepararlas en el último momento, toda la vida transcurrirá carente de sentido.

Obsesionados por una “salvación eterna” para el más allá, hemos interpretado esta parábola como una advertencia: ¡cuidado! Si a la hora de la muerte no estás preparado, irás al fuego eterno para toda la eternidad. Nada más lejos del sentido del relato. Si el aceite es el amor manifestado en obras, lo que cuenta es toda una vida consumida en favor de los demás. No podemos pensar en el último día para darle  sentido. Hay que buscar una interpretación más de acuerdo a todo el mensaje de Jesús.

La venida de Jesús al final del tiempo es una imagen que no podemos tomar al pie de la letra; tiene un significado mucho más profundo. Jesús, con su muerte en la cruz, consumió todo su aceite en una llamarada que sigue iluminándonos. El don total de sí mismo trasformó todo lo humano en divino. Allí culminó su “historia humana” porque solo permanecerá de él lo que le identifica con Dios, y Dios está fuera del tiempo y del espacio. No nos cabe en la cabeza que el consumirnos no sea nuestra meta.

Los primeros cristianos esperaron la segunda venida de Jesús de una manera temporal. Nosotros seguimos esperando esa venida en la que no se hablará de cruz, sino de gloria para todos. No nos gusta cómo terminó Jesús su paso por la tierra, por eso hemos inventado un futuro a nuestro gusto para él y para nosotros. Esperamos que vuelva glorioso y nos comunique esa misma gloria. Esta visión surge de nuestro falso yo, que nunca aceptará el desaparecer, mucho menos consumirse en beneficio de los demás.

Si queremos dejar de ser necios y empezar a ser sensatos, debemos desplegar nuestra vida desde otra perspectiva. Tenemos que abandonar todo proyecto de glorificación, sea en este mundo o sea en el otro, y entrar por el camino del servicio a los demás hasta la entrega total. El aceite solo da luz a costa de consumirse. Si aceptamos el programa del evangelio solo porque nos han prometido una “gloria”, la cosa no puede funcionar.

La situación humana se parece a un avión que rueda por la pista a su máxima potencia, pero no es capaz de alzar el vuelo. Tiene dos opciones: aumentar la potencia o aligerar la carga. Todo ser humano está diseñado para trascender, ir más allá de su biología. Aumentará la potencia por la comprensión de su verdadero ser. Deshacerse de carga sería superar los apegos, las seguridades materiales.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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