Comentarios desactivados en Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado
Antes de la venida de Jesús, las imprecaciones de los profetas recordaban que los sacrificios no le agradaban o Dios y que era imposible darle culto sin un corazón humilde que no practicara la justicia con el prójimo Un par de frases sólidas de los labios de Cristo nos bastan para que sepamos qué meditar y qué hacer hasta el final del mundo: “Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos o tos otros”. ¡Y es todo!
¿Por qué este mandamiento es nuevo? Antes de pronunciar estas palabras, a la pregunta: “Cual es el mandamiento mas importante de la Ley”, Jesús no hace otra cosa que recordar la Ley: “Amarás at Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todo tu alma y con todo tu mente. Este es el primer mandamiento y el más importante. El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como o ti mismo. En estos dos mandamientos se basó toda la ‘Ley y los profetas’”. Después de recordar que en el Antiguo Testamento esté escrito:‘Amarás a tu prójimo, odiarás a tu enemigo”, “Ojo por ojo, diente por diente”, Jesús añade: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen; a quien os abofetee en la mejilla derecha presentadle también la otr”. Entiéndase: esto no es una aplicación, sino una consecuencia,
Lo nuevo en el mandamiento de amarnos unos a otros es, desde ahora, amar a nuestros hermanos como Jesús nos ama […]. Y aun hoy otro aspecto de este mandamiento del Señor, no siempre bien comprendido, sobre el que debemos reflexionar brevemente. En efecto, en el mandamiento de la Ley tenemos que amar al prójimo “como a ti mismo”. Se ha visto en esta término uno especie de “minimización” del amor o los otros y casi la justificación de una solapada prudencia egoísta. Y ciertamente, no estamos obligados a amar o nuestros hermanos más que a nosotros mismos. No tenemos que pretender excesivas cosas con los otros, ya que es necesario empezar por nosotros mismos. Y se acaba con una filosofía de la vida muy mediocre y con una concepción muy humana y egoísta del amor al prójimo. El Señor repite este mandamiento y lo asume como propio .
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René Voillaume, Con Jesús en el desierto, Brescio i969, 103ss
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En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
– “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”
Él le dijo:
– “”Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.”Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.“
Comentarios desactivados en “Pasión por Dios y compasión por el ser humano”. 30 Tiempo ordinario – A (Mateo 22,34-40)
Cuando olvidan lo esencial, fácilmente se adentran las religiones por caminos de mediocridad piadosa o de casuística moral, que no solo incapacitan para una relación sana con Dios, sino que pueden dañar gravemente a las personas. Ninguna religión escapa a este riesgo.
La escena que se narra en los evangelios tiene como trasfondo una atmósfera religiosa en que sacerdotes y maestros de la ley clasifican cientos de mandatos de la Ley divina en «fáciles» y «difíciles», «graves» y «leves», «pequeños» y «grandes». Casi imposible moverse con un corazón sano en esta red.
La pregunta que plantean a Jesús busca recuperar lo esencial, descubrir el «espíritu perdido»: ¿cuál es el mandato principal?, ¿qué es lo esencial?, ¿dónde está el núcleo de todo? La respuesta de Jesús, como la de Hillel y otros maestros judíos, recoge la fe básica de Israel: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Que nadie piense que, al hablar del amor a Dios, se está hablando de emociones o sentimientos hacia un Ser imaginario, ni de invitaciones a rezos y devociones. «Amar a Dios con todo el corazón» es reconocer humildemente el Misterio último de la vida; orientar confiadamente la existencia de acuerdo con su voluntad: amar a Dios como Padre, que es bueno y nos quiere bien.
Todo esto marca decisivamente la vida, pues significa alabar la existencia desde su raíz; tomar parte en la vida con gratitud; optar siempre por lo bueno y lo bello; vivir con corazón de carne y no de piedra; resistirnos a todo lo que traiciona la voluntad de Dios negando la vida y la dignidad de sus hijos e hijas.
Por eso el amor a Dios es inseparable del amor a los hermanos. Así lo recuerda Jesús: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No es posible el amor real a Dios sin escuchar el sufrimiento de sus hijos e hijas. ¿Qué religión sería aquella en la que el hambre de los desnutridos o el exceso de los satisfechos no planteara pregunta ni inquietud alguna a los creyentes? No están descaminados quienes resumen la religión de Jesús como «pasión por Dios y compasión por la humanidad».
Comentarios desactivados en “Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo”. Domingo 29 de octubre de 2023. 30º domingo de tiempo ordinario.
Leído en Koinonia:
Éxodo 22,20-26: Si explotáis a viudas y huérfanos, se encenderá mi ira contra vosotros.
Salmo responsorial: 17: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza. 1Tesalonicenses 1,5c-10:Abandonasteis los ídolos para servir a Dios y vivir aguardando la vuelta de su Hijo. Mateo 22,34-40: Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.
Podríamos decir que hoy comenzamos la recta final del año litúrgico; esto significa que dentro de un mes estaremos finalizando un ciclo para dar inicio al siguiente. Nos vienen entonces de maravilla las lecturas de hoy para que desde ya comencemos a revisar nuestra vida de fe y cada una de nuestras acciones a lo largo de este año y para que nos preparemos de manera adecuada para vivir con más radicalidad y compromiso el año que viene. La frase clave del pasado domingo nos puede ayudar a entender con más precisión el mensaje de hoy y el de los próximos domingos. Escuchamos hace ocho días la bien conocida frase de Jesús: “den al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). Centrémonos en lo que hay que dar a Dios; de este modo, lo que habría que “dar al césar” tendrá que ir disminuyendo cada día más y más, pues en la medida que vamos ampliando nuestra conciencia de ciudadanos/as del Reino, todo lo que somos y tenemos estará únicamente en función de ese proyecto de Reino que es la sociedad solidaria, igualitaria y fraterna; el “césar” y su sistema, tendrán que desaparecer, por fuerza. Y la manera práctica cómo Dios tiene en mente la creación de ese sistema humano social distinto al egipcio, lo expone maravillosamente en el Sinaí, en el contexto de la Alianza con su pueblo. Para ello se vale de tres figuras que simbolizan lo que NO es su proyecto: la viuda, como símbolo del más desvalido de los seres por no tener un macho que le de identidad; el forastero, por no tener un pedazo de tierra donde realizar su proyecto personal y familiar, y el que no posee nada y va de préstamo en préstamo, como símbolo del indigente. Si el seguidor de Yahveh pasa por alto estos tres extremos o declaradamente se aprovecha de su situación, o no hace nada por mejorarla (lo más común aún en nuestros días), él mismo está atrayendo sobre sí la desgracia por ir en contravía del proyecto de la justicia que es la esencia misma del proyecto de Dios que mueve todo el aparato liberador de Egipto. Nada más claro para ayudarnos a entender, además, el pasaje del evangelio que hoy escuchamos; Jesús sienta su posición respecto al camino que hay que seguir si se quiere estar en sintonía auténtica con el proyecto del Padre: no es el legalismo, no es la preocupación de si estamos o no cumpliendo este o aquel mandato; no se puede dudar: “ama a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”; en esto se resume toda la Revelación de Dios.
La legislación de Israel estaba orientada a mitigar los efectos del empobrecimiento de las grandes masas de campesinos. El exilio, el desplazamiento forzado por causa de la guerra, la usura… se convertían en una amenaza para la convivencia y, sobretodo, contradecían los fundamentos éticos del pueblo de Dios.
El «código de la alianza» hacía énfasis, no sólo en las rúbricas litúrgicas o en las orientaciones religiosas, sino en la protección de los sectores más vulnerables de la sociedad: forasteros, viudas, huérfanos, jornaleros y pobres en general. Los forasteros porque, en la mayoría de los casos, eran exiliados de la guerra que habían sufrido el desplazamiento forzado y llegaban a las tierras de Israel sin otro recurso que sus propias manos. La legislación recuerda los beneficios del éxodo y el cambio de situación del pueblo hebreo que pasó de la servidumbre a la libertad. Las viudas y los huérfanos estaban a merced de los parientes varones que detentaban el monopolio jurídico de la tierra. Los jornaleros estaban a merced de los terratenientes que les pagaban cuando se les venía en gana y no al terminar el día, como lo determinaba la Ley. El clamor de estas personas se convertía en una preocupación del Dios liberador que no podía dejar impune a los opresores, explotadores y usureros.
Un hombre del antiguo Israel, como Jesús, se sorprendería al ver que nuestra sociedad se basa en la usura. Para ellos, los exagerados intereses de una deuda eran una auténtica vergüenza. Y más se asustaría al saber que los grandes usureros gobiernan las políticas de los países y determinan quién vivirá satisfecho y cuantos millones de pobres morirán de hambre. La usura es, en la Biblia, un delito comparable sólo con el asesinato. La usura es la mayor amenaza para la gente pobre que se ve obligada a empeñar hasta la propia ropa para poder comer. La usura se origina en la injusta percepción de los valores sociales, pues la ambición y la acumulación se convierten en el objetivo de las relaciones sociales, quitándoles su carácter de gratuidad y solidaridad.
Esta situación queda consagrada igualmente en el plano internacional. Tan consagrada, que se considera «natural» la situación de sometimiento absoluto con el que las finanzas internacionales, impúdicamente especulativas, dominan la vida y el trabajo de las mayorías de los distintos países, mediante la subida y la bajada, casi enteramente caprichosa, de los intereses de «los mercados» internacionales. Hace unos años fue con la Deuda Externa: países enteros gravados con deudas que equivalían a muchas veces su producto nacional bruto anual… es decir, que debían todo lo que podían producir durante varios años, podríamos decir que de hecho se debían a sí mismos. Y todo ello, proviniendo de unos préstamos que habían sido ofrecidos a intereses bajísimos, pero «fluctuantes», intereses que una vez contraídas las deudas fueron internacionalmente alzados hasta un 18%, cuando a lo largo de la historia tales intereses nunca habían subido más allá de un 6%. En los préstamos personales sabemos cuándo unos intereses comienzan a ser usureros. ¿Por qué no se sabe en qué cifra de interés comienza la «usura» en el plano internacional? ¿No estamos viviendo una situación de usura en el sistema financiero internacional? Solemos pensar que el mundo civilizado y moderno es muy distinto de aquel mundo de masas pobres y de esclavos que no eran dueños de sí mismos, pero la diferencia no es tan grande: las grandes estructuras de injusticia son ahora mucho más complejas, sofisticadas y masivas.
Pablo interpreta el paso de una mentalidad legalista y opresora, hacia una mentalidad creativa y liberadora, como un cambio de la idolatría al culto al Dios verdadero, al Dios de la Vida. Mientras los hebreos eran prisioneros de los interminables preceptos de la Ley (la escrita y la oral), los así llamados paganos eran esclavos de la incesante marea de modas de pensamiento y de religiones que les impedían descubrirse a sí mismos como esclavos de la idolatría del imperio. Pablo propone a los gentiles no una religión más, sino un nuevo estilo de vida donde el discernimiento, la gratuidad y la conciencia de ser libres constituía el fundamento de la relación con Dios y con el prójimo.
El evangelio apunta, precisamente, en la misma dirección al mostrarnos que para Jesús, el fundamento de la relación con Dios y el prójimo es el amor solidario. Jesús sintetiza el decálogo y casi toda la legislación en su principio de amor fraternal y recíproco.
Los juristas gustaban de probar los conocimientos que Jesús tenía sobre la Ley. Para ellos el mandamiento más importante era la observancia del sábado. Ese día debían dedicarse por completo al reposo y a escuchar la lectura de la Escritura. Con el tiempo convirtieron esta ley en una carga que a duras penas soportaban los pobres.
El sábado había dejado de ser fiesta del Señor y se había convertido en un día lúgubre, lleno de prescripciones ridículas que impedían a las personas movilizarse, cocinar e incluso auxiliar al necesitado.
Cuando los juristas preguntan a Jesús por la ley más importante esperan que el cometa un error y se pronuncie contra la Ley misma. Jesús se les adelanta y les hace ver que en la Ley lo más importante es el amor a Dios y el amor al prójimo. El amor es el espíritu mismo de la legislación divina.
Al colocar estos dos mandamientos como el eje de toda la Escritura, Jesús pone en primer lugar la actitud filial con respecto a Dios y la solidaridad interhumana como los fundamentos de toda la vida religiosa. Incluso, la adecuada interpretación de la Escritura (la Ley y los Profetas) depende de que sean comprendidos y asumidos estos dos imperativos éticos.
Nosotros vivimos hoy en sociedades que tienen muchas más normas que el pueblo judío, incluso nuestras iglesias tienen extensas legislaciones. Vivimos también en un mundo que tiene muchísimos más millones de pobres oprimidos bajo la usura internacional, que los pobres oprimidos por los que clamaron los profetas. La Palabra de Jesús que hoy recordamos y actualizamos en nuestra celebración es una invitación a sacudir nuestra pasividad, a recuperar la indignación ética ante la situación intolerable de este mundo llamado moderno y civilizado, y a volver a lo esencial del Evangelio, al mandamiento principal, a los dos amores. Leer más…
Comentarios desactivados en 29.10.23. Dos amores que son uno, el credo de Jesús. Mt 22, 34-40 (DOM 29 TO)
Del blog de Xabier Pikaza:
La Iglesia posterior ha fijado dos “credos”, que se llaman símbolos o confesiones de fe y se “rezan” en la misa: el corto (Credo de los Apóstoles) y el largo (Credo Nicea-Constantinopla).Ellos contienen el conjunto de la fe cristiana, centrada en Dios, en Jesús y en el Espíritu Santo. Pero hayun credo o confesión más importante, que proviene del judaísmo (AT) y que ha sido formulado por Jesús, según el evangelio de este domingo. No es un credo para rezar, sino para vivir y sólo contiene dos artículos o normas: amar a Dios y al prójimo. Éste es el contenido de la fe de Jesús. Todo el resto es comentario
| X.Pikaza
Este doble mandamiento evangelio Mt 22, 34-40 recoge la experiencia más profunda de la historia israelita, centrada en el Shema, palabra básica del amor de (a) Dios (Dt 6, 4-9; cf. también Dt 11, 13-21 y Num 15, 37-41), y el mandamiento del amor al prójimo (que se formula con las palabras de Lev 19, 18). En ese sentido, el credo de Jesús es un credo judío. Pero es, al mismo tiempo, un credo totalmente cristiano o, mejor dicho, humano. El camino y sentido de la vida consiste en amar: vivir el amor como don o regalo primero (amar a Dios), desplegar el amor en relación a los demás (amar al prójimo).
Texto: Mt 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” Él le dijo: “”Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.
Esta versión de Mateo está tomada de Mc 12, 28-34. Los herodianos del texto anterior del denario se preocupaban más de la política (césar sí, césar no), a los saduceos les interesaba más el tema de la vida futura, vinculado a las mujeres. Pues bien, los fariseos, se centran en los mandamiento de la ley, que no son mandamientos para creer, sino para cumplir.
El escriba fariseo, que es hombre del Libro, interpreta a Dios como alguien que tiene poder para mandar, es decir, para imponer unos preceptos a sus criaturas, en este caso a los judíos. Ciertamente, su pregunta (¿cuál es el primero de los mandamientos?) es buena y veremos que Jesús la admite. Pero ha de entenderse desde el fondo del mejor judaísmo: el mandamiento (entolê) no es algo que se debe cumplir a la fuerza, sino aquello hace que seamos personas, voluntariamente.
El judaísmo del tiempo de Jesús tenía muchos “mandamientos menores”, que podían resultar muy numerosos. Así se decía que había 248 mandamientos positivos (que dicen lo que hay que hacer) y 365 negativos (que dicen lo que no se puede hacer), en total 613. De todas formas, más que mandamientos eran normas de conducta, en el plano de laz buenas costumbres (para la comida y las relaciones familiares, para el trabajo y los negocios). Todos los judíos sabían que esos mandamientos se condensan y centran en una actitud básica de respeto a Dios y de justicia entre los hombres.
En esa línea se sitúa la pregunta del escriba que busca la raíz de los 613 preceptos, para condensarlos y resumirlos en su base. Así viene donde Jesús y le pregunta. Es un hombre de libro y quizá conoce de memoria los 613. Jesús, probablemente, no los conoce, aunque sabe que están ahí y que pueden ser valiosos para algunas circunstancias. Pero a él sólo le importa la raíz de la fe y de la vida, es decir, el mandamiento básico. De esa forma, acepta el reto y no responde con uno sino con dos “mandamiento, como indicando que al principio no hay un tipo de monismo (sólo Dios o sólo el hombre) sino un dualismo básico, un diálogo entre Dios y los humanos.
Primer mandamiento o Shema: Amarás al Señor, tu Dios…
No es un mandamiento en el sentido actual, sino es una confesión y compromiso de amor. Ésta es la palabra esencial del judaísmo, éste ha sido y sigue siendo el punto de partida de la conciencia de amor de occidente (con el cristianismo y el Islam): El hombre nace y se configura escuchando una palabra de Dios, que le pone en pie y le capacita para responder amando, en gesto abierto al conjunto de la comunidad:
Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.´´ A Yahvé tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre jurarás (Dt 6, 4-13).
Esta confesión es un credo de pacto, pues expresa e incluye la alianza de Dios con su pueblo. Es una confesión afectiva y fundante, pues no alude todavía a mandatos concretos, sino a la raíz que los sustenta y unifica, vinculando al pueblo con Dios, en el amor o fidelidad básica. Es una confesión que brota de la revelación de Dios que el pueblo acoge, escuchando y respondiendo su palabra. Incluye dos artículos. (1) Sólo Yahvé es Dios y se eleva frente las restantes figuras religiosas que son mentira, idolatría (como saben los judíos, sus elegidos). (1). Israel es pueblo de Dios, llamado entre todos para testimoniar su amor a Dios y responderle en gesto generoso: «Amarás a Yahvé, tu Dios, con corazón, alma y fuerzas».
Vivir es escuchar
Esta confesión nos lleva allá del mandato en cuanto tal, hasta el fundamento del que brotan todos los mandatos: escucha, acoge la voz de Dios. Sólo quién oye bien puede cumplir lo mandado. En el fondo de la Ley (lo que debe hacerse) se halla la obediencia, entendida en su sentido original de ob-audire (=escuchar con asentimiento, en griego hyp-akouein). Antes del hacer, en gesto de duro cumplimiento, está el escuchar o acoger la voz de Dios. En el principio, el hombre es oyente de la Palabra. Jesús ha citado los primeros términos del Shemá (escucha…), poniendo su enseñanza a la luz del mensaje fundante de Dt 6, 4-6.
Escucha (en hebreo shemá; en griego akoue). Este es el principio de todo mandato: oye, es decir, atiende a la voz, acoge la Palabra. En el fondo se dice: no te cierres, no hagas de tu vida un espacio clausurado donde sólo se escuchan tus voces y las voces de tu mundo. Más allá de todo lo que haces y piensas, de todo lo que deseas y puedes, está el ancho campo de la manifestación de Dios (y de los otros, que te hablan): abrirse a su voz, mantener la atención, ser receptivo ante el misterio, ese es el principio y sentido de toda religión y de todo amor, esa es la verdad del mandamiento.
Israel es la comunidad de aquellos que escuchan a Dios, que se mantienen atentas, oyendo la Palabra: ese es el pueblo que brota de Dios. Quedan en segundo plano los restantes elementos configuradores del pueblo: patriarcas, circuncisión, leyes alimenticias, ritos de tipo sagrado… Todo eso es secundario. Sólo la escucha del único Dios configura al único pueblo israelita.
El Señor, muestro Dios, es Señor único. Pagano es quien se pierde adorando muchas voces y así acaba escuchándose a sí mismo (a sus ídolos). Israelita, en cambio, es quien sabe a acoger al único Dios (al «nuestro»). La palabra fundante del mandato pide al creyente que escuche sólo a Dios: que se deje transformar por él, que acoja su revelación y que no crea a ningún otro posible «señor» de los que existen (quieren imponerse) sobre el mundo.
Amarás… Dios habla desde su propia trascendencia, como fuente de gracia; el ser humano le escucha, para responderle con amor, es decir, con la entrega del propio ser. En esta perspectiva, el amor del hombre no es lo primario; no es algo que brota por instinto natural, no es una simple expansión de la especie. Entendido en sentido fuerte, ese amor es gesto de respuesta agradecida, algo que brota cuando se descubre que Dios es amor, y que nos pide que le amemos. Dios es Vida, la Palabra originaria, que empieza pidiendo que le amamos. Se supone que nos ama, pero quiere (pide) que le amemos.
El mandamiento es lo que somos
Entendido en sentido estricto, este mandato primero no expresa aquello que debemos hacer, sino aquello que somos, en perspectiva de gracia abierta al despliegue de la vida. El hombre se define como aquel ser especial que puede escuchar la palabra de amor, respondiendo a ella. Ciertamente, el amor no se puede imperar: si se cumple por obligación ya no es amor. Pero se debe animar y potenciar. Así dice el texto:
(1) Amarás… Surge el amor como respuesta: no es gesto que el hombre ha creado sino gozo que brota allí donde él acoge la voz de Dios. No puede responder quien no ha escuchado: no puede amar quien no se ha descubierto llamado por Dios, elegido por su gracia.
(2) Al Señor, “tu” Dios. Pasamos de Israel colectivo (pueblo que escucha la voz de Dios) a cada uno de sus miembros: la respuesta ha de ser individual. Por eso, cada israelita da gracias a Dios por su llamada, en gesto de profundo reconocimiento. Dios ha creado a cada hombre como alguien que puede amar, y así nos pide que amemos, que le amemos.
(3) Con todo tu corazón/alma/mente/fuerzas. Para este amor de Dios no hay medida, no hay talíón posible (¡ojo por ojo!). El amor desborda Dios los límites y leyes de los hombres.
El que ama es corazón (hebreo leb, griego kardia). El hombre no se empieza a definir por el deseo, la voluntad de poder o el pensamiento discursivo. Al escuchar la voz de Dios y responderle, el ser humano es ante todo corazón: capacidad de amor. El texto original hebreo pone junto al corazón el alma y el poder (naphseka, me’odeka). El evangelio, conservando esos dos términos, traducidos al griego (psychê, iskhys), pero añade uno más, dianoia o mente, ofreciendo así una visión más amplia del ser humano.
¿Cuál es el mandamiento principal? Muchos católicos responderían: «Ir a misa el domingo». A los que piensen de otro modo, les gustará recordar lo que pensaba Jesús.
El problema de sus contemporáneos
En los domingos anteriores, diversos grupos religiosos se han ido enfrentado a Jesús, y no han salido bien parados. Los fariseos envían ahora a un especialista, un doctor de la Ley, que le plantea la pregunta sobre el mandamiento principal. Para comprenderla, debemos recordar que la antigua sinagoga contaba 613 mandamientos (248 preceptos y 365 prohibiciones).
¿Se puede reducir todo a uno?
Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, de saber qué era lo más importante. Este deseo se encuentra en una anécdota a propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivieron pocos años antes de Jesús. Una vez llegó un pagano a Shammay y le dijo: «Me haré prosélito con la condición de que me enseñes toda la Torá mientras aguanto a pata coja». Shammay, que era sastre, lo despidió amenazándolo con la vara de medir que tenía en la mano. El pagano acudió entonces a Hillel, que le dijo: «Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpretación» (Schabat 31a). También el Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) sintetizó toda la Ley en una sola frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran principio general en la Torá».
La novedad de Jesús
Mateo había puesto en boca de Jesús una síntesis parecida al final del Sermón del Monte: «Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). En el evangelio de hoy Jesús responde con una cita expresa de la Escritura:
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús habla hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
̶ Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
Él le dijo:
̶ Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» (Deuteronomio 6,5). Son parte de las palabras que cualquier judío piadoso recita todos los días, al levantarse y al ponerse el sol. En este sentido, la respuesta de Jesús es irreprochable. No peca de originalidad, sino que aduce lo que la fe está confesando continuamente.
La novedad de su respuesta radica en que le han preguntado por el mandamiento principal, y añade un segundo, tan importante como el primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19,18). Una vez más, su respuesta entronca en la más auténtica tradición profética. Los profetas denunciaron continuamente el deseo del hombre de llegar a Dios por un camino individual e intimista, que olvida fácilmente al prójimo. Durante siglos, muchos israelitas, igual que muchos cristianos, pensaron que a Dios se llegaba a través de actos de culto, peregrinaciones, ofrendas para el templo, sacrificios costosos… Sin embargo, los profetas les enseñaban que, para llegar a Dios, hay que dar necesariamente el rodeo del prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una sociedad justa. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Tampoco se puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Ambos preceptos, en la mentalidad de los profetas y de Jesús, están al mismo nivel, deben ir siempre unidos. «De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas» (v.40).
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El prójimo son los más pobres (1ª lectura)
En esta misma línea, la primera lectura es muy significativa. Podían haber elegido el texto de Deuteronomio 6,4ss donde se dice lo mismo que Jesús al principio: «Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…» Sin embargo, han elegido un texto del Éxodo que subraya la preocupación por los inmigrantes, viudas y huérfanos, que son los grupos más débiles de la sociedad (la traducción que se usa en España dice los «forasteros», pero en realidad son los inmigrantes, los obligados a abandonar su patria en busca de la supervivencia, marroquíes, senegaleses, rumanos, etc.). Luego habla del préstamo, indicando dos normas: si se presta dinero, no se pueden cobrar intereses; si se pide el manto como garantía, hay que devolverlo antes de ponerse el sol, para que el pobre no pase frío. Es una forma de acentuar lo que dice Jesús: sin amor al prójimo, sobre todo sin amor y preocupación por los más pobres, no se puede amar a Dios.
Así dice el Señor: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos. Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.»
El ejemplo de unos cristianos pobres (2ª lectura: 1 Tes 1,5c-10)
La lectura de la primera carta a los Tesalonicenses, continuación del fragmento que leímos el domingo pasado, recuerda lo bien que acogieron «la Palabra, entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo». La continuación de la carta aclara que «tanta lucha» se refiere a las persecuciones de los judíos. La comunidad, quizá la más pobre de las que fundó Pablo, supo unir dos realidades aparentemente irreconciliables: sufrir y vivir alegres, gracias al Espíritu Santo. De este modo se convirtieron en modelo para otros muchos cristianos de Macedonia y Grecia y nos recuerdan el ejemplo parecido de otras comunidades actuales.
El texto, aunque muy breve, contiene dos datos interesantes: 1) Resume la predicación de Pablo, al menos en sus primeros tiempos: el recurso para evitar el castigo futuro de Dios consiste en abandonar los ídolos, volverse al Dios verdadero y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús. 2) Hay comunidades cristianas no solo en Macedonia, sino también en Acaya y «en todas partes»; Acaya es la región situada al norte del Peloponeso, entre la región de Corintia y el mar Jónico. Esto demuestra que la predicación de Pablo y de los otros misioneros no se limitó a la ciudad de Corinto, sino que se extendió también hasta relativamente lejos.
Hermanos: Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegaste a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Desde vuestra comunidad, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes; vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que os hicimos: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que os librará del castigo futuro.
“Amarás al Señor tu Dios…y a tu prójimo.” Nos sabemos “el mandamiento del amor” de memoria, lo hemos escuchado cientos de veces y, como pasa con todo lo que se repite… ¡nos hemos acostumbrado!
Lo oímos o lo leemos y apenas nos llama la atención. Ya no nos hace pensar. Pero, probablemente, estas palabras tuvieron una resonancia muy distinta en los oídos de los fariseos que preguntaron, y también en los primeros judíos que escucharon las palabras de Jesús.
Los judíos del tiempo de Jesús, fariseos, saduceos o de cualquier otra escuela, ya sabían que tenían que amar a Dios. También sabían que tenían que amar al prójimo. Entonces, ¿dónde está la novedad?
Amar a Dios y amar al prójimo se había convertido en un mandamiento más, dentro de una lista excesivamente larga de mandamientos y preceptos. Con el paso del tiempo los judíos acabaron creyendo que amar a Dios era cumplir la Ley. Jesús les dice que cuando se ama de verdad a Dios y a las demás personas la Ley deja de tener importancia. El amor supera toda Ley.
Esta fue la gran novedad, la radicalidad del mensaje de Jesús. Pero, claro, con el correr de los años la fuerza de aquella novedad se tuvo que acomodar, y se fue institucionalizando. Los primeros discípulos dieron paso a las primeras comunidades, las cuales necesitaban organizarse. El mensaje se propagaba y con él hacía falta una “hoja de ruta”. Y el Amor tuvo que dejar espacio, de nuevo, a otras leyes.
Aquellos seiscientos preceptos que agobiaban a los judíos del tiempo de Jesús parecen poca cosa cuando te enfrentas con el Código de Derecho Canónico… Es así, necesitamos normas. Ya es difícil la convivencia habiendo leyes, ¡cómo sería si faltaran!
Las leyes son necesarias, pero no son absolutas. Absoluto es el AMOR, así, con mayúsculas, el verdadero, el que nace de lo más profundo y sincero del corazón humano.
Cuando alguien es capaz de vivir desde ahí las leyes se le quedan pequeñas. No necesita que le digan que no debe dañar a nadie, ya lo sabe. En el Reino ya no habrá normas, ni leyes. Habrá amor en grandes cantidades.
Oración
Trinidad Santa, ensancha nuestro corazón y llénalo de tu Amor para que empecemos a gustar ya ahora la felicidad del Reino.
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DOMINGO 30 (A)
Mt 22,34-40
La pregunta sobre el tributo al César se la hicieron los fariseos y herodianos. A continuación, los saduceos le hicieron otra pregunta sobre la resurrección de los muertos, en la que ellos no creían. Quieren ridiculizar la creencia en otra vida con el supuesto de siete hermanos que estuvieron casados con la misma mujer. Jesús desbarata sus argumentos. Por eso, a continuación, el texto de hoy dice: “Al oír que había hecho callar a los saduceos”, los fariseos vuelven a la carga: ¿Cuál es el primer mandamiento?
La pregunta no era tan sencilla. La mayoría consideraba que todos los mandamientos tenían la misma importancia. Otros defendían que guardar el sábado era el primero. Había quien defendía el amor a Dios como el principal. A nadie se le había ocurrido que el principal mandamiento eran dos. Jesús responde recitando la “shemá” (escucha), que todo israelita recitaba dos veces cada día (Dt 6, 4-9). Jesús hace referencia al Lev 19,18 pero elimina la primera parte que dice: “no guardarás rencor ni tomarás venganza de los hijos de tu pueblo”, con lo que deja claro quién es el prójimo al que hay que amar.
La originalidad de Jesús está en unir los dos mandamientos. De hecho, lo único que hace es citar dos textos del AT. No se trata solo de una yuxtaposición o de una equiparación. Se trata de una identificación en toda regla, que, además, prepara el terreno a Juan para poder decir con rotundidad: un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado (Jn 13,34). Es el mandamiento nuevo, que convierte la Ley en vieja. Después de 20 siglos, seguimos sin aceptar la diferencia entre AT y NT.
El valor absoluto de cada persona es una propuesta exclusiva de Jesús. Hasta entonces el individuo no contaba más que como perteneciente e integrado en el grupo. Desde esa perspectiva, lo único que interesaba era las manifestaciones del amor, no el amor mismo. De ese modo, el precepto recaía sobre las manifestaciones. El amor que exige Jesús, no se puede alcanzar con el cumplimiento de un precepto. Ya no se trata de una ley, sino de una actitud. “Un amor que responde a su amor”. El amor que pide Jesús no se impone.
El concepto de “prójimo” es modificado por Jesús de manera sustancial. Para un judío, prójimo era el que pertenecía al pueblo y, a lo sumo, el prosélito. Jesús desbarata esa barrera y postula que todos somos exactamente iguales para Dios. El cristianismo no siempre ha sabido trasmitir esta idea de igualdad y hemos seguido creyendo, como los judíos de todos los tiempos, que nosotros somos los elegidos y que Dios es nuestro Dios.
Jesús no propone amor a Dios ni un amor a él mismo. Dios ni ama ni puede ser amado; es amor. La exigencia de Jesús no es con relación a Dios sino con relación al hombre. Cuando seguimos proponiendo los mandamientos de la “Ley de Dios” como marco para la vida de la comunidad, es que no hemos entendido el mensaje de Jesús. S. Agustín dijo: Ama y haz lo que quieras. Y Pablo: Quien ama ha cumplido el resto de la Ley. No se trata de una nueva Ley, sino de hacer inútil toda ley, toda norma, todo precepto.
El “como a ti mismo” es también superado por Jesús: “como yo os he amado”. Necesitaría un comentario más extenso. Únicamente diré, que el amor solo se puede dar entre iguales. Si considero superior o inferior al otro, mi relación con él nunca será de amor. Desde esta perspectiva, ¿a dónde se van todas nuestras “caridades”? Lo que nos pide Jesús es que quiera para los demás todo lo que estoy deseando para mí. ¡¿De verdad creo hacer caridad cuando doy al mendigo la ropa usada que ya no voy a utilizar?!
Una vez más tenemos que resaltar la imposibilidad de aceptar el mensaje de Jesús sin abandonar la idea de Dios del AT. Esta es la trampa en la que cayeron los primeros cristianos que eran todos judíos. Aquí está la clave para entender tantas aparentes contradicciones en los evangelios. Lo que pide Jesús es más de lo que puede enseñar una religión. La excesiva fidelidad a la institución nos impide alcanzar el mandamiento nuevo. Por eso Jesús criticó tan duramente las instituciones religiosas de su tiempo (Templo, Ley, culto); se habían convertido en un obstáculo para llegar al hombre.
A Dios no se le puede amar directamente ni mucho ni poco. Dios no es un sujeto con el que me pueda relacionar. No es nada distinto de mí. Amar a Dios y amar al prójimo es un único acto. Dios y el prójimo no se pueden separar. Tampoco Dios puede amar a sus criaturas porque no son nada fuera de Él. Demuestro que estoy abierto al Amor si amo a todos. Si dejo de amar a una persona, puedo estar seguro de que lo que me mueve no es amor, sino egoísmo, instinto, pasión, interés o la simple programación.
El amor no responde a necesidad alguna de mi ego. Acontece en la profundidad del ser, incluyendo todos sus aspectos. Es el único camino para un crecimiento armónico del ser, impidiendo que la parte material y biológica del mismo, se imponga y arrastre a la parte espiritual, malogrando sus posibilidades de ser humano. El superar el egoísmo no significa una renuncia a nada sino plenitud de humanidad. No suprime ninguno de los aspectos de nuestra humanidad, sino que los colma y les da su verdadero sentido.
El amor es consecuencia del conocimiento. Los escolásticos decían: “no se puede amar nada, si antes no se conoce”. Pero no basta con conocer, debo conocerlo como bueno para mí. El conocimiento racional será siempre egoísta, solo puede apreciar lo que es bueno para mi falso ser. Solo de un conocimiento vivencial puede nacer el verdadero amor. Si necesito motivos interesados para amar, no es amor. Si amamos para hacer un favor, tampoco funciona. Tengo que descubrir que soy yo el que me enriquezco al amar. Ese enriquecimiento se produce en mi verdadero ser, y eso no nos interesa demasiado.
El mayor peligro a la hora de comprender el amor evangélico es que lo confundimos con el deseo de que el otro me quiera. El deseo de que otro me ame es instintivo y no va más allá del egoísmo. La mayoría de las veces, cuando decimos te amo, en realidad queremos decir: “quiero que me quieras”. Esto no tiene nada que ver con el mensaje de Jesús. Cuando oímos decir a una persona: no puedo vivir sin ti; en realidad, lo que está diciendo es: no te voy a dejar vivir, porque te voy exigir que vivas solo para mí.
Es erróneo creer que podemos amar a Dios, aunque no amemos al prójimo; o peor aún, que podemos amar a uno mucho y a otro poco o nada. El amor es uno solo porque es una actitud personal. El amor queda especificado en la persona que ama, no por la persona amada. Tiene que existir antes de manifestarse. Lo que llega a los demás, lo que se percibe al exterior, son solo las manifestaciones de ese amor. La actitud vital es única en cada persona, pero el amor evangélico tiene que ser práctico, tiene que manifestarse en obras. Solo puede manifestarse cuando me encuentro con otro, con el próximo.
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente»
La contestación de Jesús a la pregunta del fariseo (el primer mandamiento es el amor a Dios y el amor al prójimo) nos da pie a hacer una reflexión general sobre el amor, y lo vamos a hacer tomando como referencia el libro de Erich Fromm “El arte de amar”.
Fromm afirma que el ser humano primitivo se siente uno con la Naturaleza y que eso colma su vida. Añade que, según se va liberando de este vínculo, va en aumento la angustia que le produce su soledad, y concluye que este hombre desarraigado del medio está totalmente solo salvo en la medida en que ayuda al otro; que se volvería loco si no pudiera librarse de su prisión al unirse a los demás hombres.
El hombre actual se refugia en el rebaño para superar la angustia que siente, pero sus relaciones con los demás son tan superficiales que no le libran de ella. Tampoco le libra sumergirse en el trabajo o abrazarse a un ocio cada vez más artificioso, porque el trabajo es rutinario y poco creativo, y el ocio también se ha convertido en rutina y compulsión.
La solución plena está en la unión interpersonal; en la fusión con otra persona en el amor. Este deseo es el más poderoso que actúa en el hombre, pero sólo el amor maduro capacita para vencer la soledad. El amor maduro consiste esencialmente en dar, no en recibir. Dar sin recibir a cambio puede considerarse como empobrecimiento, o como virtud en el sentido de sacrificio, pero quizás su sentido más genuino sea expresión de potencia, de poder, de fuerza, de riqueza… La esfera más importante del dar es el dar de sí mismo, y cuando se da así, no se puede dejar de recibir, y por eso, dar significa hacer de la otra persona un dador, y compartir ambos la alegría de lo que han creado.
El amor —continúa diciendo Fromm— es preocupación activa por la vida y desarrollo personal de quien amamos, es también responsabilidad de responder siempre a las exigencias de la unión con el otro, es respeto activo para que la otra persona crezca y se desarrolle por sí misma tal como es, y es finalmente conocimiento profundo de la otra persona.
El problema de conocer al otro es similar al de conocer a Dios. Tratamos de conocerle con el entendimiento, y ése no es el camino. En el misticismo se reemplaza el pensamiento por la experiencia de la unión con Dios, y ahí se produce el verdadero conocimiento y la plenitud. Lo mismo ocurre con el amor. Según afirma Fromm, la consecuencia lógica de la teología es el misticismo, y la consecuencia lógica de la psicología es el amor.
Pero hay muchos tipos de amor. El amor de una madre es incondicional; el niño no tiene que hacer nada para obtenerlo. El amor del padre hay que ganarlo y se puede perder. La relación entre la madre y el niño es de desigualdad, en la que uno necesita toda la ayuda y la otra la proporciona. Este altruismo es considerado como la forma más elevada de amor y el más sagrado de todos los vínculos emocionales, pero la madre recibe más que el niño porque se trasciende en el niño; porque su amor por él colma de sentido su vida.
El amor fraterno se caracteriza por su falta de exclusividad, y en él se realiza la solidaridad humana. Si percibo en una persona sólo lo superficial, básicamente percibo las diferencias; percibo lo que nos separa. Si penetro hacia el núcleo, percibo nuestra identidad, nuestra hermandad. El amor comienza a desarrollarse si amamos a los que no necesitamos.
El amor erótico es el anhelo de fusión completa con una única persona. Es la forma de amor más engañosa, porque se puede confundir con la experiencia explosiva del enamoramiento, y el enamoramiento es una intoxicación por amor. Si el deseo de unión física no está estimulado por el amor (si no es a la vez fraterno) jamás conduce a la unión, salvo en un sentido orgiástico o transitorio.
El amor a Dios también puede tener su origen en la necesidad de evitar la angustia de la soledad a través de la unión con alguien. Cuando la religión ha tenido un carácter matriarcal, los dioses se han caracterizado por profesar un amor incondicional e igual para todos. El creyente sabe que, aunque haya pecado, su Madre le amará y no amará a otro más que a él. Este amor propicia lo que ocurre entre la madre y el hijo, es decir, que el amor a Dios, y el amor de Dios hacia él, son inseparables. En las etapas patriarcales el Padre tiene exigencias, establece principios y leyes, supedita su amor a la obediencia, tiene predilección por el más obediente y capacitado, y las cosas se complican…
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
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DOMINGO XXX TO – 29/10/2023.
Mateo 22, 34-40
Si consideramos el Evangelio, Buena Noticia, como propuesta de un estilo de vida humanizador, las lecturas de hoy nos muestras el camino, el proceso que debemos seguir para llegar al desarrollo pleno de nuestras posibilidades humanas.
Contexto del texto de Mateo 22, 34-40: En Jerusalén. En el último tramo de la vida de Jesús. En el templo. En un clima de enfrentamientos con los dirigentes religiosos. El texto de hoy, en el Evangelio de Mateo, va precedido de: Expulsión de los vendedores del templo y parábolas dirigidas a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo: Los dos hijos, viñadores homicidas, banquete nupcial, preguntas sobre el tributo al césar y a continuación la pregunta- trampa sobre el mandamiento principal.
El texto que vamos a comentar hoy versa sobre el mandamiento principal de la Ley. En las escuelas rabínicas de ese tiempo era una disputa frecuente. Tenían tantos preceptos y prohibiciones que resultaba lógica la pregunta sobre la jerarquía entre tantos mandamientos. De ahí la necesidad de la pregunta ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley? Las respuestas de los maestros de la Ley a esta pregunta eran diversas. Seguía la disputa. Por eso la pregunta a Jesús es oportuna y maliciosa.
Como otras veces, Jesús aprovecha la ocasión para “evangelizar”. Es decir, presentar su propuesta del Reinado de Dios. La respuesta es rotunda y fundamental (pone fundamento). Como el que pregunta es un maestro de la Ley la respuesta es con la Ley en mano. En ella Jesús emplea dos textos del Antiguo Testamento: Dt 6,5 y Lv 19,18 que eran citados frecuentemente en las discusiones éticas rabínicas. La originalidad de la respuesta de Jesús fue unirlas tan estrechamente (son semejantes) y hacer de ellas el resumen o fundamento de toda la Ley y los Profetas. Esta unión del Principio Amor fue una idea creativa, brillante y profética (prometedora, con futuro).
Veamos ahora este texto desde nuestro contexto y comparemos. La audiencia de Mateo: judíos en conversión al movimiento de Jesús de Nazaret. Nosotros: Cristianos posmodernos en el siglo XXI. Mateo usa el Antiguo Testamento como referente. Porque para un judío del siglo I, desde ese AT se lee e interpreta todo lo que se le ofrece, lo nuevo. Mateo, en su evangelio, usa con mucha frecuencia “para que se cumplan la Escrituras”. Nosotros hoy usamos como referente: El mensaje de Jesús, las enseñanzas de la Iglesia y los Signos de los Tiempos (Aquí metemos todo lo que cabe en el término Cultura Posmoderna). Acudimos a la Filosofía y la Teología, a las Ciencias Naturales y Sociales etc.. y nos atrevemos a pensar, valoramos la libertad y la autonomía personal. Nos gusta participar en los procesos de elaboración y tomas de decisiones. Queremos sacar nuestras propias conclusiones y ser corresponsables. Somos posmodernos, con sus luces y sus sombras. Somos ciudadanos del mundo y seguidores de Jesús de Nazaret. Somos creyentes postmodernos que pretendemos vivir una fe adulta.
Desde este contexto de cultura postmoderna también nosotros nos preguntamos ¿Qué es lo principal en la vida? ¿Por qué y para qué existo? ¿Qué tengo que hacer para conseguir la felicidad aquí y ahora? Y como creyentes y seguidores de Jesús de Nazaret ¿Qué es lo más importante en la vida cristiana? ¿Cuál es el rasgo diferencial del cristiano? Sin duda en la tradición cristiana, la respuesta es: el amor a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser y al prójimo de la misma manera (“Lo que le da gloria a Dios es que amemos al hombre como lo amamos a El”). Para un cristiano el amor a Dios y el amor al hermano son un único amor. Ambos se implican. No cabe el uno sin el otro. La experiencia del amor no es distinta, aunque sean distintos los objetos o las personas amadas. No es posible amar a Dios más que al hombre. En el amor no cabe el más y menos. Se ama o no se ama. La esencia de la fe y de la identidad cristiana es el amor evangélico (ágape, desinteresado, de servicio y entrega, gratuito, generoso. Como es el amor que Dios nos tiene).
Veamos ahora el asunto desde la sensibilidad y conocimientos del siglo XXI. En concreto desde el Principio amor y la ética del amor y de la religión. Según esto: El amor desinteresado es la punta de lanza de la evolución humana. La humanización es un proceso de evolución en el amor desinteresado. El diferencial humano en la evolución cósmica es el amor gratuito, desinteresado. Y en cristiano: Evangelizar es humanizar. Esta es la propuesta de Jesús: El reino de Dios es un reino de amor, justicia y paz. En Jesús se nos presenta una nueva imagen de Dios y del ser humano. Y estas imágenes siguen evolucionando. Vamos a centrarnos ahora en el cambio en la imagen postmoderna del ser humano.
Para la Nueva Antropología: El humano es un ser que nace inacabado, incompleto y abierto, sin terminar de hacer para que pueda evolucionar, aprender y desarrollarse. Pero esto tiene una exigencia: alguien tiene que cuidarle en su desarrollo. Necesita del cuidado de otro humano que tiene que tener la necesidad de cuidar. Todos estamos necesitados y por eso somos necesarios. El ser humano es un ser por y para otro ser humano. Es relación entre humanos. Es interdependencia con todos y con todo. La precariedad existencial demanda cuidados y ternura. A eso llamamos amor humano. De ahí la centralidad del amor.
Conclusión y resumen:
El espíritu y el amor son la punta de lanza de la Evolución Humana. El amor es principio de vida para todos los hombres. Amar a Dios y a los hombres se implican, no son separables, para no caer en un espiritualismo desencarnado o en un egoísmo disfrazado. A Dios le amamos en el hombre y al hombre en Dios por ser su imagen y presencia. El amor no puede ser mandamiento. Como no lo pueden ser respirar o pensar. O soñar. El amor es constitutivo de nuestra naturaleza humana. Somos humanos porque somos capaces de un amor desinteresado, divino. Porque Dios es amor y el amor es Dios. Es Dios en nosotros como fuente, fundamento y razón de existencia. La identificación con Dios y con los hermanos humanos es el último paso en la evolución del amor cristiano. Jesús de Nazaret nos muestra el camino.
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Domingo XXX del Tiempo Ordinario
29 octubre 2023
Mt 22, 34-40
Por más que se presente como mandato, el amor es uno con la comprensión. Porque, al hablar de amor, no se habla, prioritariamente, de un movimiento sensible, de un sentimiento o una emoción, sino de una certeza: la certeza de la no-separación.
Al amar, vivimos en la verdad de lo que somos, aunque ni siquiera pensemos en ello. De ahí que nos sintamos encajados, unificados, plenos. Si prestamos atención, advertiremos que, hablando con rigor, es el amor quien vive en nosotros, fluyendo hacia los demás y hacia la misma naturaleza. El amor -como la comprensión, como la vida-, sencillamente, es. Lo que sucede, por nuestra parte, es que podemos reconocerlo y vivirnos desde él o, por el contrario, blindarnos en un yo que busca, por encima de todo, su propio interés.
Así como el amor nos plenifica, al desconectar de él, nos sentimos dislocados. Probablemente afanados en sentirnos mejor, buscando compensaciones sustitutorias que otorguen al yo una sensación de control sobre la realidad. Pero todo ello seguirá dejándonos vacíos. Solo el amor -solo la verdad- es plenitud.
El amor, por ser uno con lo que es, no deja nada fuera. Hablamos, con razón, del amor a uno mismo, a los otros, a la naturaleza… Para saber si estamos o no en conexión con él, basta preguntarnos cómo nos sentimos habitualmente: ¿más plenos o más vacíos?
En el mismo sentido, el test que nos permite poner luz en nuestra vivencia puede formularse en forma de pregunta: ¿desde dónde me vivo?, ¿qué busco, aun de manera inconsciente, en lo que hago?
Finalmente, entre los diferentes medios que pueden ayudarnos a reconocernos como amor y a vivirnos desde él, me parece muy importante darnos tiempo para dejárnoslo sentir y, de ese modo, impregnarnos de él. De cara a avanzar en ese objetivo, puede ser útil cualquier práctica psicoafectiva. En mi caso concreto, me ayudó notablemente y me sigue ayudando el dejarme sentir y saborear el amor cierto de una persona querida. En la medida en que le dedico tiempo, noto como algo dentro de mí se ensancha y crece la capacidad de amar. Y al mantenerme en ello, llego a notar que el amor no nace en esa persona de la que lo recibo, sino de la misma Realidad, que es amorosa. Esa persona era un cauce -de valor impagable- del Amor que nos sostiene en todo momento, del Amor que es y somos.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.EL SENTIDO DE LA VIDA ERA ALGO NATURAL, ESPONTÁNEO.
En la historia de la humanidad y hasta hace no muchas décadas en el mundo rural, el sentido de la vida era algo connatural. Nacíamos y vivíamos espontáneamente en un humus de sentido; no era un asunto cuestionado.
La fe como confianza en la vida, en Dios, en el futuro la teníamos y vivíamos serenamente.
El hombre rural, el hombre primitivo en estas cosas del sentido de la vida estaba mejor dotado y preparado que el hombre científico del parque tecnológico de Ayete.
En aquella sociedad rural instituciones como la familia, la religión, la escuela, la misma política proporcionaban sentido, estabilidad. Vivíamos en una gran quietud y serenidad.
02. AGUAS TURBULENTAS.
Podríamos decir que en Europa1 (en Occidente) en tres siglos, XVIII, XIX y XX, ha ido cambiando por completo el modo de pensar y de vivir.
a. El s XVIII es el siglo de “las Luces”, de la Ilustración. La razón sustituye a la fe. Es verdad lo que puedo demostrar (razón), dejemos ya de lado los “cuentos bíblicos” y los dogmas. El desarrollo tecnológico suplanta a la escatología. El progreso suplanta a la esperanza.
b. El s XIX es el siglo en que el hombre mata a Dios. Dios ha muerto (Nietzsche) Hemos de aprender a vivir en la nada. Dios es una proyección, una “fotocopia” perfecta de lo que el hombre quiere ser (Feuerbach). La esperanza no vas más allá de la sociedad perfecta (Marx).
c. El siglo XX será el tiempo de la nada: somos seres que venimos de la nada y la muerte nos encamina hacia la nada (existencialismo). “Nacemos por casualidad, vivimos por inercia y morimos por accidente” (Sartre).
En nuestra post-modernidad la vida ya no tiene sentido. Ni tan siquiera te preguntes de dónde venimos, ni a dónde vamos. “Ni venimos ni vamos”, simplemente somos un momento de divertimento, de consumir y a morirse que no hay más. No te preguntes más. Vive y disfruta –si puedes- de la vida, después te mueres y se acabó.
No te preguntes por el sentido de la vida, porque no tiene ningún sentido canta Vasco Rossi, la vida no tiene ni origen ni meta.
03. LAS PREGUNTAS SIGUEN EN PIE.
Sin embargo lo que define al ser humano es el sentido, preguntarse por el sentido de la vida. (Viktor Frankl).
Podremos eliminar las cuestiones del sentido de la vida de la vida personal, de las aulas, de la sociedad, pero las preguntas afloran y siguen en pie. Y muchas veces surgen las cuestiones de modo patológico o en situaciones difíciles.
Tal vez la pandemia o el bulling en los adolescentes puedan haber aumentado y agravado las enfermedades mentales, la depresión y el suicidio. (Un suicidio cada dos días en el país Vasco). Pero probablemente estas depresiones existenciales, estas desesperanzas y desesperaciones tengan su raíz en la carencia de sentido.
Lo que ciertamente torna muy problemática la vida y la salud mental es la falta de sentido y horizonte en la vida.
04. NO CONFUNDAMOS FE CON ENTRAMADO ECLESIÁSTICO.
Ser religioso, ser creyente no es ser eclesiástico, mucho menos clerical.
Quien se pregunta por el sentido de la vida, incluso quien lo hace ya ante el psiquiatra, ese tal es religioso. Religión es preguntarse apasionadamente por el sentido de la
vida.
Los caminos pueden ser diversos: la medicina, la cultura, la fe… Quien se pregunta y busca un sentido a la vida es profunda y quizás sufrientemente religioso.
05. VOLVER A LA CONFIANZA.
El hombre europeo –nosotros- pusimos nuestra confianza en la razón, en la técnica.
Pero el sentido de la vida no se puede demostrar con la razón. La medicina, la psiquiatría las ciencias no llegan a demostrar que la vida tenga sentido.
Bien está que Osakidetza ponga un departamento en las residencias sanitarias como ayuda al suicida. Bien está que el consejero / ministro de educación apoyen a los maestros en los colegios e ikastolas para ayudar en estas cuestiones. Pero la solución al absurdo y al sinsentido, al suicidio está en transmitir confianza, fe y esperanza.
06. EL HOMBRE NO PUEDE SALVARSE A SÍ MISMO.
Por otra parte vivimos fascinados por las ciencias, por el progreso y la tecnología. Pero no es cierto que la ciencia y la tecnología traigan la plenitud (salvación al ser humano). Basta mirar la historia: dos guerras mundiales, guerra civil española, Auschwitz, Rusia-Ucrania, Israel y Palestina…, hambre en el mundo, migraciones, malos tratos… Además del problema de la muerte que todos tenemos delante…
El hombre no puede salvarse a sí mismo
Decía Laín Entralgo que “el hombre espera por naturaleza algo que no está en nuestra naturaleza”.
Solamente en cuanto vive abierto al horizonte absoluto (trascendencia) puede el hombre dar sentido y esperanza a su existencia.
Decía un filósofo alemán (M. Heidegger): solamente Dios puede salvarnos
07. ¿Y LA IGLESIA?
Hace unos años en la lección inaugural del curso académico de la Pontificia Universidad de Salamanca, el ponente decía que: una Universidad que se limite a transmitir unos conocimientos, es un mero almacén de datos. La Universidad ha de tratar responder a los problemas de las gentes de su tiempo y lugar.
Podemos aplicar algo de esto de la Iglesia: Una Iglesia que no es capaz de dar respuesta a las grandes cuestiones que le plantea el hombre, sirve de muy poco. Se limitará a
repetir ritos y dogmas, pero no responderá a los problemas de sus gentes.
Probablemente evangelizar hoy en día es ayudar a que surjan las preguntas de fondo del ser humano y comunicar confianza (fe) y esperanza en la vida, en el futuro absoluto.
Si sabéis esperar (esperanza) sabéis mucho acerca de Dios.
Ello nos sumirá en una profunda paz y amor. Dios es amor y es el fundamento y sentido de nuestra vida. Él es la roca de nuestro ser.
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