22.10.23. Devolved al César… Mataron a Jesús porque no pagó tributo y hoy haríamos lo mismo (DO 29; Mt 22, 15-21)
Del blog de Xabier Pikaza:
Jesús quiso el Reino de Dios para pobres y excluidos de los reinos y templos de este mundo. Pero, mientras llegaba el Reino (a fin de que llegue), muchos cristianos optaron por pagar tributo, convirtiéndose ellos mismos a veces en César.
Por eso es importante volver a la palabra enigmática “devolved” (apodôte) al César…, no entréis en la disputa de tributos, en un mundo de césares contrapuestos, donde cada uno quiere su tributo: los legionarios de Roma y los celotas del monte de Galilea.
Este pasaje puede ayudarnos a entender y situar los conflictos económico-políticos del momento actual entre los que se cuentan el de Ucrania/Rusia, Palestina/Israel. Mientras muchos luchan, matan y mueren por tributos, el camino del reino de Dios sigue abierto para los que creen en el evangelio.
| X.Pikaza
Texto
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?” Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.” Le presentaron un denario. Él les preguntó: “¿De quién son esta cara y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César.” Entonces les replicó: “Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” (Mt 22, 15-21)
Lectura del texto
Ésta es la pregunta que plantean en Jerusalén, en el momento clave de su revelación mesiánica. El signo de fondo es el denario del tributo, que significativamente Jesús no lleva, no por casualidad (como si hubiera olvidado tomarlo), sino por principio, pues él mismo ha pedido a sus discípulos que anuncien el Reino sin dinero o vestidos de repuesto (Mc 6, 6b-13). Por eso ha dicho al rico que venda lo que tiene, que reparta lo obtenido entre los pobres, para iniciar un camino en el que deben compartirse casas-campos y relaciones familiares (Mc 10, 17-31). En este contexto fija este relato la relación entre el movimiento de Jesús y el imperio, sobre el fondo de la tensa situación de Palestina (Israel), que desembocará tras unos años (67 d.C.) en una dura guerra contra Roma:
‒ Los defensores del Imperio, tenderán a justificar la economía y política de Roma, pagando unos impuestos que se entienden como un modo de participar en ese Imperio, en comunión con otros pueblos de aquel tiempo. El denario del tributo constituye una forma de contribuir al orden externo (mundano) de Dios.
‒ Los enemigos del Imperio, entenderán el tributo como atentado contra la sacralidad israelita. Posiblemente, identifican la familia de Dios con el grupo nacional judío y quieren acuñar moneda propia, avalada con el nombre de Jerusalén. Por eso rechazan al César y su impuesto. Unos u otros, diga Jesús lo que diga, podrán acusarle: si afirma, le llamarán colaboracionista; si niega, insumiso, anti-romano.
Pues bien, Jesús no defiende la oposición violenta (no pagar, guerra contra Roma), ni apoya el orden de Roma (pagar), pues sabe que le tientan y, subiendo de nivel, responde que devuelvan (apodôte) al César el dinero que pertenece al César. En principio, podemos suponer que él era contrario al pago del tributo, no sólo por lo que ello implicaba de colaboración con el Imperio, sino también porque ese impuesto estaba al servicio de una economía fundada en el dinero. En esa línea, su respuesta (¡devolved al César lo que es del César y dad a Dios lo que es de Dios!) no se puede entender como declaración de guerra contra Roma, pero tampoco como aceptación de su tributo, sino que nos obliga a subir nivel, invitándonos a un tipo distinto de comunión humana.
Jesús no se pronuncia, por tanto, en contra de la ley, sino “fuera de ella”, esto es, al margen, pues busca las “cosas de Dios” (cf. Mc 8, 33) más allá del dinero y de la espada, no en un plano de ideales espiritualistas, sino de relaciones humanas (como indica en otra perspectiva el Sermón de la Montaña: Mt 5-7; Lc 6, 20-46). Se sitúa en el margen y desde el margen responde, para resolver así desde Dios los temas de conflicto de los hombres: Pagar o no pagar; pagar a quién (al Cesar o a los guerrilleros celotas enemigos del César). Las “cosas” de Dios que definen la identidad de su proyecto mesiánico, se sitúan en un espacio de gratuidad y pan compartido, no de dinero y talión, como sabe Mt 5, 21-48: “habéis oído que se ha dicho; yo, en cambio, os digo…”.
‒ ¿Es lícito pagar o no? Fariseos y herodianos quieren situar a Jesús ante la alternativa entre el sí y el no, en un plano monetario, en una sociedad campesina en la que apenas circula el dinero, de forma que, para muchos, no existe casi más moneda que la del tributos. Pero Jesús ha superado esa alternativa. No se trata de pagar o no pagar, sino de situarse en una dimensión más alta de revelación de Dios, es decir, de humanidad solidaria, por encima de una economía y política fundada en la posesión de la moneda. Jesús no acepta el tributo ni lo rechaza, sino que supera ese plano monetario (pagar o no pagar), pidiendo que se devuelva a Roma el dinero de sus impuestos, para iniciar de esa manera un camino distinto de evangelio.
‒ Jesús no tiene moneda, y así pide una a sus tentadores. Ellos se la traen, y él la mira, preguntando por la inscripción y la imagen grabadas en ella. Por una parte, él quiere superar el nivel de economía en que parecen situase todos. Por otra parte, él sabe que la moneda tiene valor de curso legal (económico), pero no es profana, en el sentido moderno del término, sino que lleva grabada una imagen del César, que en ella actúa como autoridad religiosa, es decir, como signo de divinidad. También la inscripción (que podía ser “Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto”) tenía carácter sagrado. Según eso, el tributo del César situaba a los hombre ante un “dios” que actúa por interés de dinero (Mammón), y eso Jesús no lo puede aceptar, como ha dicho en Mt 6, 24.
‒ Devolved al César… No combate con armas contra el César, pero tampoco le obedece (no emplea su dinero), sino que sale fuera del espacio de su dominio, para situarse en un ámbito de vida y convivencia donde el tributo al César sea innecesario. Aquellos que le tientan están dispuestos a emplear la moneda del César. Pues bien, Jesús les dice que se la devuelvan, de modo que no tengan nada que deberle, nada que pagarle. No se trata, por tanto, de luchar en guerra contra el César (no pagarle, como pretendían los celotas, para crear después su propio impuesto), sino de devolverle su dinero al César, para que él lo emplee como él quiera, pues el Reino se le alcanza y crea con monedas.
Jesus no ha caído, por tanto, en la trampa que quieren tenderle (pagar o no pagar), sino que propone un camino distinto: Devolver la moneda al César, darle lo suyo, es decir, salid de su imperio económico, para así ocuparse en verdad de las cosas de Dios. Devolved al Cesar lo que es del César, es decir, “salid de su imperio”, salid de su dinero… romper el esquema imperial del denario
‒ Y dad a Dios lo que es de Dios… Sólo allí donde al César se le devuelve la moneda (sin entrar en cálculos con él) se puede dar a Dios lo que es de Dios, es decir, todo lo que somos y tenemos, inaugurando un tipo de vida distinta, en gratuidad, esto es, sin “capital” de imperio, sin la violencia política y económica que simboliza el tributo. Esta propuesta ha de entenderse a la luz de todo el evangelio. Cerrada en sí misma, ella podría tomarse como puro enigma, una salida ingeniosa, llena quizá de ironía, pero sin sentido positivo. Pues bien, ella recibe un sentido más preciso a la luz de toda la enseñanza y conducta de Jesús, que no ha querido comprar con dinero los panes y los peces de las multiplicaciones (cf. 6, 37; 10, 17-22; 14, 3-9), sino que ha mandado a los suyos que compartan lo que tienen.
Habían querido tenderle una trampa (pagar el tributo, oponiéndose a los nacionalistas judíos, o no pagarlo, enfrentándose con Roma). Pero Jesús se elevó de plano, sin caer en la trampa de fariseos y herodianos. No dice “sí” (paguen), ni dice “no” (niéguense a pagar), sino algo anterior y mucho más profundo: Apodote (devolvedle) al César lo que es suyo (salid de su campo), a fin de “dar” a Dios lo que es de Dios (para realizar su proyecto en el mundo). Por eso, el texto acaba comentando que se admiraban de él, aunque sus acusadores podrán decir más tarde que él ha ido soliviantando a la gente, para que no pague tributos al César, con lo que eso significa en aquel contexto (cf. Lc 23, 2).
Jesús no sataniza al dinero y a su César (contra los celotas), ni lo diviniza (como hace Roma), sino que lo expulsa el ámbito mesiánico, pues él mismo ha dicho que lo opuesto a Dios es Mammón, el dinero convertido en “dios” supremo de este mundo (cf. Mt 6, 24), por encima incluso del imperio de Roma y del templo de Jerusalén. En esa línea debemos añadir que tarea y proyecto de Reino es una experiencia y tarea de gratuidad universal, superando el plano del dinero (cf. Mc 10, 17-31). En esa línea debemos seguir afirmando que el proyecto de Jesús va en contra de la raíz económica y religiosa del Imperio, pues él pide a los suyos que devuelvan el dinero al Cesar, saliendo así de su dominio.
Ciertamente, el mismo Jesús, que ha derribado por el suelo las monedas del templo (es decir, la estructura sacral del judaísmo interpretada como culto a Dios), no condena ni rechaza la moneda del César (no la tira por el suelo), pero hace algo más hondo y peligroso: Sitúa esa moneda, con toda la economía imperial, fuera de su movimiento mesiánico. De esa forma, la expulsa de su comunidad, sin luchar militarmente contra ella, pero situándose en otro nivel, más peligroso para Roma y su imperio económico: Jesús sale de su dominio, queda fuera, no necesita dinero del César [1].
¿Salir del imperio del César… o mantenrse dentro del imperio?. Oposición entre Apocalipsis (salir) y Pablo (mantenerse críticamente en el Imperio)
Devolver la moneda al César significa dejarle que exista, pero sin compartir su proyecto económico, social y religioso, sin emplear su moneda. Jesús no lucha contra el César, sino que le deja a un lado. Este pasaje nos sitúa ante un gesto supremo de “insumisión activa”, iniciando un camino de Reino en el que no exista moneda del César, de manera los hombres no se dominen unos a los otros por dinero. Éste es el proyecto base de Jesús, que después los cristianos han interpretado y siguen interpretando de diversas maneras
‒ La primera, propia de Jesús: Oposición de planos. Jesús ha invitado a devolver el dinero al César, a no utilizar su moneda, a no emplear su economía. De esa manera, sus seguidores han de quedar liberados del peso y la carga de todo el proyecto imperial, por lo que deben buscar otros tipos de colaboración y comunión económica, en la línea del proyecto de Mc 10, 29-31 (con el ciento por uno), o en la de los sumarios de Hch 2-4. Los hombres del César podrán seguir manejando el dinero y lo que se hace con ese dinero (economía, política, ejército imperial), pero los seguidores de Jesús han de buscar una forma distinta de vivir y organizarse sin dinero.
Los hombres de Jesús deberán concentrarse en las cosas de Dios, viviendo en pura gratuidad, sin utilizar dinero imperial, ni formar parte del ejército de Roma, ni organizar empresas productivas al modo Mammón, pero iniciando alternativas reales de vida, como quisieron los cristianos de Mc 10, 29-31. El dinero imperial (que es propio del César y de su tributo) pertenecería a Mammón (orden impositivo e idolátrico); por eso los cristianos deberán superarlo, para buscar y promover un proyecto y camino distinto de economía en una línea de gratuidad y comunicación personal.
‒ Pero pronto, una parte de la Iglesia (la de los sucesores de Pablo, en contra del Apocalipsis), en la línea de Rom 13, 1-9 ha pactado de hecho con el dinero del César, invitando a los cristianos a pagar los tributos y, de esa forma, a manejar dinero (con el riesgo de volver a utilizar el dinero como signo del mismo Reino de Dios). En esa línea podemos distinguir dos planos, sabiendo que uno es superior al otro, pero aceptando en algún sentido ambos. (a) Hay un nivel en el que sigue manteniéndose el tributo del imperio, la economía del César, con todo lo que implica en el nivel de la organización externa del mundo. (b) Pero hay un nivel superior, donde no rige ya el tributo, ni la economía de Roma. Ese es el nivel de las «cosas de Dios»; en ese plano espiritual de gratuidad y comunicación de vida deberían mantenerse los auténticos cristianos.
En esa segunda línea (siguiendo la indicación de Rom 13 y de 1 Pedro) los seguidores de Jesús han de buscar en su nivel una economía de comunión y gratuidad, pero aceptando en el nivel externo el tributo de Roma con su economía. Por eso, en un nivel, ellos pagan los tributos (aceptando la autoridad imperial), pero en otro nivel han de buscar (desplegar), en un plano de Iglesia una economía distinta, en línea de pura gratuidad. Ellos viven, según eso, en dos mundos desiguales. (1) En un plano económico-político aceptan el orden imperial, no son guerrilleros luchando contra Roma. (2) Pero el plano de su vida personal y eclesial, como creyentes mesiánicos, buscan y promueven una economía de gratuidad, en línea de evangelio. Aceptan el orden de Roma, como signo de este tiempo “malo”, pero en el fondo buscan y promueven otra economía de gratuidad en Cristo.
En esa segunda línea, bastante pronto, a partir Rom 13, 1-9 y de textos muy significativos como 1 Clemente, ya a de finales del siglo I d.C., algunos cristianos tienden a moverse en ambos planos, no sólo por imposición y por un tiempo, como se suponía al principio, cuando se pensaba que el Reino llega de inmediato, sino por conciencia. (a) En el nivel de las cosas del César ellos podrán manejar el dinero del César, pagar tributos, contribuir a la creación del Estado. (b) En el nivel de las «cosas de Dios» (en ámbito de Iglesia) ellos tienden a vivir en plena gratuidad, compartiendo todos los bienes…, traduciendo así el Reino de Dios en forma simbólica de comunicación de bienes.
Pero pronto, un modo lógico, ese nivel superior de las cosas de Dios tiende a perder su carácter económico/político, para entenderse en un sentido puramente espiritual, de oración compartida, de adoración interior, dejando así que las cosas del mundo (lo referente al dinero) siga su rumbo, como si no existiera evangelio. Los cristianos vivirían de esa forma en dos reinos totalmente separados. Pero, en contra de eso, debemos añadir que los «proyectos y caminos» de cada uno de esos reinos pueden y deben complementarse, siendo distintos:
− Ciertamente, en principio existe autonomía entre los dos niveles. Jesús pide que devolvamos al César su denario, para superar de esa manera su imposición. Pero en un momento posterior los cristianos dicen que Jesús no ha condenado ese dinero del Imperio, ni lo ha demonizado, ni lo ha convertido en Mamona. De esa forma ellos dejan al César un ámbito propio de vida e influencia, abriendo así un “racionalidad propia” para la política, en el sentido actual del término. Pero, al mismo tiempo, él abre un espacio propio para las cosas de Dios.
− En un momento posterior, los que buscan las cosas de Dios, tras “haber devuelto las suyas al César”, han de procurar que el mismo César al que han dado su impuesto (su voto) administre bien su “dominio” al servicio de los hombres, de manera que su “dinero” pueda tender a convertirse (cristianizarse), perdiendo su carácter egoísta, para ponerse al servicio de la gratuidad, es decir, del amor mutuo, aunque sin perder su autonomía racional (económico-política). En ese contexto, por lógica interna de su misma experiencia de evangelio, los cristianos terminan pensando que es bueno pagar un tributo al César, procurando que el César lo administre bien, al servicio de todos.
− En esa línea, los hombres del César han de procurar que su dinero esté al servicio del bien común y la justicia, como propone la glosa de Rom 13, 1-7, pero sabiendo que hay “cosas de Dios”, de pura gratuidad, que se sitúan por encima del Imperio. En un sentido, esos “hombres del César” deben conservar su autonomía, de manera que los «hombres de Dios» no impongan sobre ellos algún tipo de sagrado de un modo dictatorial. Eso significa que hay dos planos o niveles, que se relacional, pero son en principio independientes. (a) Hay un nivel de racionalidad política, que ha de funcionar de una manera ético, en un plano de justicia conmutativa, al bien de todos los ciudadanos, en la línea del César. (b) Pero hay, al mismo tiempo, un nivel mesiánico de pura gratuidad, por encima de la justicia conmutativa. Ese nivel de gratuidad no va en contra del nivel del César, pero lo supera, situándose por encima del plano del dinero.
Sea como fuere, mientras llega a realizarse plenamente su Reino, los cristianos han optado por aceptar la ley del César (del Estado, de la Economía racional), de manera que ella tenga su propia autonomía. No hay por tanto un único principio, sino dos que están coordinados, pero de manera que el dinero del César no se vuelva Mammón, sino experiencia y tarea de racionalidad político/económica. El evangelio no destruye la racionalidad del pensamiento de la historia, sino que lo completa respeta, para ponerlo al servicio del Reino.
Esta coordinación o complementariedad ha permitido el surgimiento de un orden racional autónomo de economía/política, al lado del evangelio, pero ha destacado también la autonomía del evangelio (¡las cosas de Dios!) en su propio plano. Este equilibrio, propio del cristianismo, va en contra de otros proyectos de “dominación religiosa total”, como han podido darse a veces en el Islam. Éste doble plano (de las cosas de Dios y de las cosas del César) abre en principio, un camino muy positivo para los cristianos, pero ha suscitado siempre problemas.
Los hombres del César, que manejan el dinero y poder del sistema, en clave de ley, han querido y quieren poner muchas veces las «cosas de Dios» a su servicio, en contra de lo que quiere y dice Jesús. Esta ha sido actitud más normal dentro de la sociedad cristiana de la modernidad, ésta es en el fondo la actitud de un capitalismo actual, que no lucha contra la religión como pudieron hacer los sistemas marxistas del siglo XX, pero que la pone (quiere poner todas las religiones y proyectos humanistas) al servicio de su propia dominación económica, bajo un tipo de Mammón. En esa línea, toda opción religiosa (en este caso, el cristianismo) sería una opción puramente privada, que debería mantenerse en el nivel interior de las personas, pero que no podría aplicarse en un plano social, donde el único poder es el dinero, es decir, la Mammón del César [2].
Pues bien, en contra de eso, el cristianismo ha querido mantener y ha mantenido siempre la autonomía de “las cosas de Dios”, dentro de un esquema de dualidad: Mientras dura el tiempo de este mundo existen dos principios sociales distintos pero vinculados: (a) El nivel de las coas de Dios… (b) Y el de las cosas del Cesar (administración civil de la sociedad). Eso significa que Jesús no ha “triunfado”, es decir, no se ha impuesto en el plano social (como sabe y dice Pablo en Rom 1, 3-4), ni ha “conquistado” el imperio de forma mesiánica, como hubieran querido algunos de sus sucesores.
Ciertamente, el Imperio ha matado a Jesús, pero en su nivel sigue conservando un principio de autonomía, de formas que “las cosas del César” siguen existiendo y teniendo un valor junto a las cosas de Dios. De esa manera, a lo largo de los siglos, en situaciones muy distintas, los cristianos (y en algún sentido también los judíos) se han sentido vinculados a los dos pasajes que acabamos de evocar, teniendo que descubrir en su mismo compromiso práctico la posible diferencia que existe entre la mala moneda de Mammón de Mt 6, 24, que es contraria a Dios, y el buen denario del César (que podría ser un impuesto al servicio del orden común de la sociedad) [3].
Vuelta a la historia de Jesús. Los del dinero del Cesar mataron a Jesús
Jesús dijo “devolved al César su dinero”, No se opuso con armas, no se armó para la guerra contra el imperio (ni lo haría hoy, ni en Ucrania ni en Palestina)… pero se negó a pagar, pues no tenía además con qué pagar, y dijo a los suyos “devolved”, no entréis en esta guerra de dinero. Dad a Dios lo de Dios significa ponerse por encima de la lucha económico-militar. Pero los del César (unidos a los del templo de Jerusalén) vieron que la opción de Jesús era mortal,para ellos, y por eso le mataron.
– Jesús insiste en el aquí y ahora del reino (curación, perdón, amor al enemigo…), más que en aquello que pasará en el futuro o en el fin del mundo. Ciertamente, el Reino es algo que vendrá (es futuro), abriendo el horizonte de la historia. Pero, en un sentido más profundo, el auténtico futuro está ya dado, aquí y ahora, en el mismo mensaje de Jesús y en la vida de la gente que le escucha y responde a su llamada. Jesús anuncia y prepara el Reino en Galilea, pero sube a Jerusalén, porque espera y cree que debe proclamarlo allí, para que Dios los instaure, como habían anunciado muchas profecías.
– Jesús sube a Jerusalén esperando que Dios instaure el Reino, aunque está convencido de que le matarán, pues los poderes de un templo como el de Jerusalén y de un Reino como el de Roma terminan matando siempre a los pobres. Jesús conoce la grandeza (y perversión) de Roma (aunque no la ataca como hará el Apocalipsis), pero está convencido de que los problemas y tareas del Reino se deciden en Jerusalén, donde puede y debe iniciarse la nueva etapa de la humanidad.
La subida de Jesús a Jerusalén forma parte de su estrategia mesiánica, una estrategia cuyo final externo él no conocía de antemano (cf. Mc 13, 32), aunque estaba convencido de que le esperaba el Reino de Dios, como experiencia de amor ofrecido a los pobres y compartido con ellos. Desde este fondo, recogiendo la historia anterior, quiero ofrecer algunas consideraciones, compartidas por gran parte de la exégesis moderna, que pueden ayudarnos a entender mejor las implicaciones y sentido del camino de Jesús, a quien no apresaron en el lugar de su actividad normal (Galilea), sino en Jerusalén, donde subió con sus discípulos, para poner su vida y mensaje en manos de Dios sabiendo que podía ser condenado (como lo fue de hecho).
- Subió como aspirante mesiánico.No subió para morir en el sentido sacrificial de la palabra, sino para ratificar con su vida la llegada del Reino de Dios, para los hombres y mujeres de su pueblo, partiendo de los pobres (hambrientos, impuros, expulsados del sistema israelita y romano), a quienes había ofrecido su mensaje en Galilea. Como buen judío, subió a Jerusalén, ciudad de David (del Mesías), en nombre de los pobres, con un grupo de galileos, para anunciar y preparar el Reino, poniendo en manos de Dios su vida [4].
- Vino de un modo público, pues quería la trasformación o conversión de Jerusalén. No vino para realizar una tarea privada, sino como pionero y representante de aquellos que esperaban el Reino y así entró abiertamente en la ciudad, por el Monte de los Olivos (cf. Mc 11, 1 ss). Subió a Jerusalén como creyente, porque era momento propicio (hora del Reino), tiempo para que los hombres y mujeres empezaran a comunicarse, en gesto de paz, desde los más pobres, sin prepotencia o dominio (religioso, militar, económico) de unos sobre otros.
- No pudo pactar con los sacerdotes, haciendo que ellos fueran testigos del Reino. Sabemos por la Biblia que el pacto es una señal de Dios, de tal forma que toda la historia de Israel y el mismo texto de la Ley o Pentateuco había sido expresión y consecuencia de unos pactos (entre profetas, sacerdotes y representantes de la tradición deuteronomista). Pero Jesús no pudo asumir el pacto de los sacerdotes, pues ellos habían pactado ya con Roma, que nombraba al Sumo Sacerdote y defendía las instituciones sacrales de Jerusalén, en un contexto de equilibrio de poder, compartido por unos y por otros. Pues bien, Jesús no aceptó ese pacto sacerdotal pues no admitía su sacerdocio, sino que proclamó ante ellos el Reino de Dios, como alianza universal, desde los pobres, un pacto simplemente “humano” (de vida compartida) que la Iglesia posterior centrará en la sangre de Jesús (cf. Mc 14, 24 par) [5].
- No quiso ni pudo negociar con el dinero de Roma.Desde una perspectiva eclesiástica moderna, Jesús podría, y quizá debería, haberlo hecho, enviando delegados a Pilato, para decirle que venía desarmado, que no quería (ni podía) tomar la ciudad, ni provocar desórdenes externos: que sólo intentaba cambiar la identidad y misión del judaísmo, de manera que no iba directamente en contra de los intereses de Roma. Sea como fuere, Jesús no quiso provocar directamente a Roma, de manera que su entrada en Jerusalén, aunque cargada de pretensiones mesiánicas (¡todos los judíos peregrinos en Jerusalén por Pascua celebraban la liberación de Egipto, soñaban en el Reino de David!), fue radicalmente pacífica.
- Roma no podía aceptar a un “rey” como Jesús… Conforme a la ley del denario/impuesto de Roma, Jesús tenía que morir. Quiso devolver su imperio al César, pero Roma no se contentó.Roma no podría haber aceptado la existencia de así dos “reinos”: uno para las cosas de Dios y otro para las cosas del César de Roma (cf. Mc 12, 17), como han querido siglos más tarde muchos cristianos defensores de la teoría de las “dos espadas” (una del Papa y otra del Emperador o príncipe de este mundo. Roma lo quería todo. Ciertamente, Jesús acepta de hecho el “reino del César” (no era un guerrillero celota), pero no al lado del reino de Dios (como dos entidades homogéneas y sumables), sino que subordina ese reino cerrado en este mundo (como violencia militar y dinero: denario, Mc 12, 17, y Mammón, Mt 6, 24) al reino de Dios que vine.
- Jesús proclamó el reino de Dios.Así subióJesús subió a Jerusalén anunciando y esperando (preparando) la llegada del Reino de Dios a pesar de que, humanamente hablando, parecía imposible conseguir lo que quería (ni los sacerdotes judíos, ni los soldados romanos podrían aceptar su pretensión, al menos en aquel momento y en aquellas circunstancias). Subió precisamente porque se lo pedía el Dios de los profetas, en cuyo nombre había preparado e iniciado el Reino entre los pobres y excluidos de Israel, empezando por Galilea. No podía emplear violencia externa, ni poder político, ni sacralidad sacerdotal para extenderlo, porque el Reino de Dios no logra con violencia, ni se mantiene por medios de poder o sacralidad sacerdotal.
- Subió para esperar la respuesta de Dios, pero fue ajusticiado, pero en este mundo de tributo del César fuer ajusticiado…. Pues en este mundo del César no se puede vivir sin pagar su tributo, sin que nadie le defendiera en un plano externo. Subió en nombre de Dios y culminó la tarea mesiánica, en obediencia creyente, esperando la intervención de Dios, que podía defenderse de una forma histórica o escatológica. De forma significativa, sus discípulos varones (incluidos los doce) pues Jesús no había cumplido sus expectativas “nacionalistas”. Cada uno a su manera, los dos poderes, el religioso-nacional judío y el religioso-imperial romano colaboraron en su ejecución. Murió rodeado por dos “lêstai” o insurgentes políticos/militares, contrarios a Roma. No fue necesario matar o perseguir a sus Doce discípulos, pues no parecieron peligrosos (en contra de lo que había sucedido en otros casos, en los que hubo que matar al líder con sus grupo.
- Así acabó la historia mundana de Jesús Galileo. Todo parecía terminado, pero todo estaba abierto, pues Dios no avalaba a los jueces y/o asesinos, sino al crucificado (y a los crucificados con él). No era Dios quien le había matado, pues Dios no es muerte ni mata, sino que es Vida y da vida a los hombres que mueren, y en especial a Jesús, muerto por él, como enviado suyo, por defender su causa, la causa de los pobres. Por eso, todo seguía abierto desde Dios, que quiso seguir realizando su historia(expresada en el mensaje y vida de Jesús) a través de sus discípulos, En este contexto se inscribe la experiencia de la pascua cristiana (cf. Compañeros y amigos de Jesús. La iglesia antes de Pablo, Sal Terrae, Santander 2024)[6].
Notas
[1] Ap 13-14 intepretará la moneda del impuesto como mamona antidivina (cf. Mt 6, 24). Por el contrario, la escuela paulina (incluido 1 Pe) ha tendido a interpretar el impuesto como un elemento del orden que Dios ha querido para el mundo, de manera que debería pagarse (cf. Rom 13, 7), en una línea aceptada también por el judaísmo rabínico. La mayor parte de la Iglesia cristiana se ha situado en esa segunda línea: el dinero no es pura mamona (aunque puede volverse mamona).
[2] He desarrollado el tema Comentario a Marcos, Estella 2012 y en Comentario a Mateo, VD, Estella 2017. Sobre la problemáica de fondo de esas interpretaciones, cf. J. C. Eslin, Dieu et le Pouvoir. Théologie et Politique en Occident, Paris 1999. El tema de la relación entre el dinero-capital y el Reino de Dios (la plenitud del hombre) está en el centro de la teología más significativa de los últimos decenios, como ha destacado A. González, Teología de la praxis evangélica. Ensayo de una teología fundamental, Sal Terrae, Santander 1997; Reinado de Dios e imperio. Ensayo de teología social, Sal Terrae, Santander 2003; X. Pikaza, No podéis servir a Dios y Mammón, Sal Terrae, Santander 2029
[3] No es fácil distinguir esos dineros en línea de evangelio, pues las mismas posturas de la iglesia han sido distintas, sin que una se haya impuesto totalmente a la otra. (a) Según Ap 13-14.17-19, la moneda del impuesto sería Mammón antidivino, prostitución radical, y así los que sirven al dinero de esa forma, pagando tributo al Cesar se han prostituido al Satán de la Mammón. (b) Sin embargo, los autores de la escuela paulina (incluido 1 Pe) han visto el denario del impuesto como un elemento del orden que Dios ha querido para el mundo, en la línea Rom 13, 7, aceptada también por el judaísmo rabínico. El dinero del César no es pura Mammón (aunque tienda a ser Mammón), sino que puede convertirse en un signo de encamación social para los creyentes. Es evidente que la Iglesia primitiva no ha podido dar una respuesta teórica unitaria. Rom 13 y Ap constituirán los dos polos en tomo a los cuales girará la hermenéutica eclesial de la economía mesiánica.
[4] Sus discípulos apoyarían en principio su proyecto, aunque tenían sus propias opiniones e intereses sobre el Reino. No llevó consigo a todos sus amigos, ni a todos los itinerantes que le habían seguido en Galilea; pero vino con un grupo significativo, centrado en sus Doce, que eran un signo y anuncio de las doce tribus de Israel que empezarían a reunirse desde Jerusalén, abriéndose a todas las naciones.
[5] Lógicamente, los sacerdotes no podrían aceptar el pactode Jesús, pues eso implicaría la superación (y abandono) del culto del templo que ellos realizaban. En caso de aceptar a Jesús, ellos deberían disolverse y perder sus poderes, para vivir simplemente como hijos de Dios y hermanos de los pobres, renunciando a sus beneficios, cosa que no estaban dispuestos a hacer. Por su parte, Jesús no podía ofrecerles más pacto que el signo de su vida (el pan compartido) al servicio de los pobres, sin violencia, sin venganza, un “pan universal”, de forma que ellos, sacerdotes particulares, perderían sus poderes.
[6] Pilato no mató a los compañeros de Jesús. Eso significa que vio una distinción entre Jesús (¡peligroso!) y sus compañeros (¡inofensivos!). Bastaba condenar a su líder, como había hecho Antipas con Juan Bautista. Por otra parte, parece que los compañeros de Jesús le habían abandonado o traicionado y es muy posible que ese dato haya influido en la sentencia de Pilato, que debía saber por los sacerdotes que Jesús podía ser un pretendiente mesiánico peligroso, pero que su grupo en cuanto tal no implicaba peligro.
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