Invitados e invitadas a la vida.
Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario
15 octubre 2023
Mt 22, 1-14
Es frecuente que muchos grupos, en sus inicios, adopten ciertos tics más o menos sectarios. Y eso ocurrió también con aquellas primeras comunidades que seguían a Jesús (y que son quienes escribieron ese final de la parábola): pretendían que, para participar en la fiesta de la vida, toda persona debía vestir el «traje» que ellos mismos vestían, so pena de graves castigos o condenas para quien se negara a ello.
Pero no. Para participar en la fiesta de la vida no se requiere ningún traje especial: todos y todas, sin excepción, estamos invitados. Cada cual con su propio traje y su propia situación. O como dice Jesús, “malos y buenos”.
La parábola original solo insiste en un punto: que nadie quede fuera. Y esa es la gran tragedia de nuestro mundo: que dejamos a muchas personas “en los cruces de los caminos”. Son muchos los hombres y mujeres que se ven excluidos por un sistema injusto y son también muchos quienes se autoexcluyen, encerrados en su ignorancia y girando en torno a su propio ego. En realidad, quien excluye a los otros de la fiesta de la vida también se ha autoexcluido a sí mismo. Se trata de un círculo vicioso que se retroalimenta constantemente.
Con lo cual, la parábola parece lanzar un doble cuestionamiento: ¿me siento personalmente invitado/a a la fiesta de la vida?; ¿soy consciente de que todo ser humano es invitado exactamente igual que yo?
Y las preguntas pueden seguir: si no me siento invitado, ¿a qué se debe?, ¿cómo veo la vida?, ¿qué actitudes me están ofuscando?; si no considero a cada persona en igualdad radical conmigo, ¿a qué se debe?, ¿qué relato ignorante me estoy contando?, ¿en qué burbuja narcisista sigo encerrado?
Queriendo ir más a la raíz, antes o después, nos toparemos con la pregunta en cuya respuesta se ventila todo: ¿cómo me veo a mí mismo?, ¿qué soy yo? Porque si me reduzco al yo y me veo separado de la vida, mucho me temo que, por más trabajo psicológico que haga, me resultará muy difícil, no solo sentirme invitado, sino sentir la vida como una fiesta. Solo cuando comprendo de manera experiencial que, en nuestra identidad última, somos vida, seremos capaces de verlo de otro modo. Solo cuando entregas «tu» vida a la Vida, comprendes.
Enrique Martínez Lozano
Fuente Boletín Semanal
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