3.10.23. Teresa de Lisieux (1873-1897): doctora de la iglesia, sacerdote. Carta a un obispo itinerante
Del blog de Xabier Pikaza:
Su figura sigue creciendo, y el mismo papa Francisco quiere dedicarle una exhortación apostólica, a los 150 años de su nacimiento, destacando su función en la Iglesia. Su ministerio de Doctora ha sido reconocido por la Iglesia (1997), pero su sacerdocio encuentra quizá más resistencia. Por eso quiero destacarlo, insistiendo en su amor universal, pues “comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones” (Manuscrito B 3v, pag. 261; cf. Teresa de Lisieux, Obras completas, Monte Carmelo, Burgos 1997).
| X.Pikaza
Yo nunca le oí. Teresa de Lisieux: amor en persona
Uno de los rasgos más sorprendentes de Teresa de Lisieux es que no apela a revelaciones milagrosas de Dios, pues sabe que Dios habla en el mismo camino llano de la vida. Yo nunca le he oído hablar, nunca he recibido una visión o palabra directa de su vida:
Yo nunca le he oído hablar, pero siento que está dentro de mí, y que me guía momento a momento y me inspira lo que debo decir o hacer. Justo en el momento en que las necesito, descubro luces en las que hasta entonces no me había fijado. Y las más de las veces no es precisamente en la oración donde esas luces más abundan, sino más bien ben en medio de las ocupaciones día a día… (Ms A 83v, 245).
Ha sido hermoso que así fuera. Nosotros, hombres y mujeres de finales del siglo XXI, ya no apelamos a signos extra- supra-racionales de Dios (visiones, toques, voces de fuera…), sino a la misma vida en amor, que es presencia de Dios, como supo Teresa de Lisieux, como había dicho Juan de la Cruz. Tampoco nosotros, en general, escuchamos a Dios en voces extrañas, sino en la palabra y el pan de cada sí, pues somos de raíz oyentes de Dios. Así dice Teresa:
Este año, el 9 de junio (de 1895), fiesta de la Santísima Trinidad, recibí la gracia de entender mejor que nunca cuánto desea Jesús ser amado” (Ms A, 84r, pag. 246)
Amor es y Dios no quiere otro tipo de holocaustos o servicios sangrientos. Amarle y ser en su amor, ése es el único milagro y sacerdocio, en una iglesia que en aquel tiempo (final del siglo XIX) buscaba otro tipo de sacerdocios y sacrificios. Para descubrir al Dios amor, viviendo en su gracia, Teresa de Lisieux tuvo que superar un victimismo latente en la teología del XVIII y XIX, especialmente en Francia. Terea descubre y dice que Dios no necesita que le aplaquen, que apaguen su furor, pues no es un Dios de iras y furores. Lo que Dios busca es solamente amor, la garcia de aquellos que acogen su gracia y viven en ella, según la palabra del Shema Israel, Dt 7,5-9).).
El Dios de Teresa de Lisieux no es amor y odio, sino puro amor sin odio ninguno, sin ninguna imposición legal, sin ningún tipo de víctimas. No le hacen falta sacrificios de ningún tipo, pues lo que Él quiere son amigos: personas que acojan su ternura y le respondan con ternura, es decir, que le escuchen en su vida y que con vida le respondan (1 Sam 15, 22).
En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor.
Teresa de Lisieux sabe que en la iglesia de Dios puede haber gracias y moradas distintas…, pero ella las quiere todas, de forma que quiere ser guerrero de guerra santa (como Juana de Arco) y sacerdote, zuavo pontificio y apóstol, doctor y mártir (cf. Ms B, 2v y 3r,258-259). En un primer momento no sabe cómo puede conseguirle, pero Pablo le responde en I Cor 12-13:
Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, no podía fallarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor.
Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre… Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares… En una palabra, ¡que el amor es eterno…!
Entonces, al borde mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío…, al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor…! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor… Así lo seré todo… ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!!! (Ms B, 3v, 261).
Siguiendo el ejemplo de Pablo en Gal 1-2, Teresa afirma que el mismo Dios le ha ofrecido y concedido esta vocación, pudiendo ser, al mismo tiempo mártir y sacerdote, activa y contemplativa, “que ya sólo en amar es mi ejercicio” (Juan de la Cruz: Cántico Espiritual).
Éste es un lema genial y necesario, como aquel otro de Juan de la Cruz: “ ¡Por aquí no hay camino, porque para el justo no hay ley, él para sí se es ley” (Diagrama de Subida al Monte Carmelo (cf. 1 Tim, 1-9-11).Como los grandes textos de las tradiciones religiosas, éste puede interpretarse también de forma “heterodoxa“, de forma que, sacado de su contexto histórico, podría haber sido condenado por inquisidores más o menos oficiales de “iglesias” cristianas y musulmanas (recordemos a Al Hallah Husay de Persia, ajusticiado hacia el 920 por identificarse con el Amado divino).
Éste es el texto y experiencia clave de Teresa de Lisieux que, por fin, conociendo el amor se conoce a sí mismo, conoce y dice su más íntimo secreto, unida a Cristo, transforma por dentro por su Espíritu, como doctora y sacerdote de la Iglesia, por nombramiento y “ordenación divina”, sobre todas las normas externas de una tierra externa.
Oración sacerdotal: Yo te he glorificado, he coronado la obra que me encomendaste.
En el pasaje anterior, Teresa de Lisieux se identificaba de algún modo con el Espíritu Santo, como Amor dentro de la iglesia. En este nuevo pasaje, en la culminación de su experiencia doctoral y misionera (Ms C) ella asume y recrea la Oración Sacerdotal de Jesús con su palabra a favor de todos los hombres.
Externamente, Teresa cuenta con muy poco: dos “hermanos” misioneros a quienes acompaña en oración, un grupito de novicias a las que anima en su camino de vida religiosa (cf. Ms C, 33v, 321). Sin embargo, internamente, por solidaridad y cuidado cristiano, ella se siente responsable de toda la iglesia, de la humanidad en, como nuevo Cristo, doctor y obispo, elevan al Padre las mismas palabras de Jn 17:
Amado mío, yo no sé cuándo acabará mi destierro… Más de una noche me verá todavía cantar en el destierro tus misericordias. Pero, finalmente, también para mi llegará la última noche y entonces quisiera poder decirte, Dios mío: “Yo te he glorificado en la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. He dado a conocer tu nombre a los que me diste. Tuyos eran y tú me los diste. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido y han creído que tú me has enviado. Te ruego por éstos que tú me diste y que son tuyos”….
Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo y que el mundo sepa que tú los has amado como me has amado a mí”. Sí, Señor, esto es lo que yo quisiera repetir contigo [con Jesús] antes de volar a tus brazos. ¿Es tal vez una temeridad? No, no. Hace ya mucho tiempo que tú me has permitido ser audaz contigo. Como el Padre del Hijo Pródigo cuando hablaba con su Hijo mayor, tú me dijiste: “Todo lo mío es tuyo” (Lc 15, 31). Por tanto, tus palabras son míos y yo puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas que están unidas a mí las gracias del Padre celestial… (Mc C, 34v y 35r, 323-324).
Teresa de Lisieux se identifica con el Cristo sacerdote, descubriendo que Dios mismo le ha hecho sacerdote con Cristo y en Cristo. La historia del sacerdocio de Jesús es ya su historia (la de Teresa), de manea que ella puede proclamar como propias las palabras de Cristo sacerdote. Sin duda, ella se siente en la iglesia católica “externa”, y acepta el ministerio de sus sacerdotes (obispos, cardenales “oficiales”). Pero, estrictamente hablando, ella es ya (por gracia de Dios, sin capelos, birretes, púrpuras ni casullas) Gran Sacerdote de la humanidad entera. Por eso, asume la palabra de Jesús y su Liturgia universal, en amor, ante Dios Padre, llevando en sus manos y en su corazón el sufrimiento y búsqueda de todos los humanos.
Esas palabras de Jn 17, las saben de memoria y las escuchan muchísimos cristianos, pero Teresa de Lisieux las hace suyas y proclama como propias , en la noche de su vida, sin glosa ni comentario, pues las Palabra de Jesús es su palabra, la Vida de Jesús subida, palabra de entusiasmo amante y de amorosa entrega con todos y por todos. Estas son las palabras de la Consagración Sacerdotal (presbiteral, episcopal, cardenalicia y papal de Teresa), como expresión de la vida de la iglesia entera, sin necesidad de consistorio externo.
Teresa no es ya un sacerdote “parcial”, sino Sumo Sacerdote de Jesús, en el centro de la iglesia, siendo por otro lado una pobre enferma en amor, en manos de la Vida de Dios. No desea hacerse sacerdote a mesías, porque es sacerdote pleno, en hondura de amo de amor universal. No se limita a “orar por los sacerdotes“, como pide la tradición carmelitana, sino que ella misma se eleva, en el centro de la iglesia, desde su celda apartada, con la ofrenda de su propia vida hecha amor por todos.
Desaparece así su distancia con respecto a Cristo. Ciertamente, no niega la mediación de los sacerdotes ministeriales, pero se sitúa y mantiene ante Dios como Sacerdote Universal, con el Sacerdocio común de los fieles, que no es “común” por menos, sino por mucho más importante, el Sacerdocio de Cristo, que no fue “ordenado” por nadie del mundo, sino por aquel a quien dijo “aquí estoy para hacer tu voluntad de amor” (Hebre 10, 9; Salmo 39). Teresa no es ya un sacerdote entre otros, sino que ejerce en su vida de “laica” (como pueblo de Dios, por ministerio externo de hombres), el Sacerdocio de Cristo, vida de Dios en amor sobre la tierra). Este es el sacerdocio de la pequeñez:
Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de la Sabiduría Eterna: “El que sea pequeñito, que venga a mí” (Prov 9, 4).
Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí que encontré : “como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré” ( Is 66, 12-13)… Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y má (cf.Sal 88, 2; 70, 17-18] (Ms C, 2v, 274).
Mal entendida, las palabras de Teresa pueden contener un elemento psicológico regresivo, si se toman al pie de la letra como negación rechazo del despliegue de la vida: ya no necesito crecer. Si fuera así, el camino de infancia conduciría a la fijación en la niña y a la muerte, de la que el mismo Jesús ha querido liberar a la joven de Mc 5, 21-43. Pero, leídas en el contexto total de la vida de Teresa, ellas pueden llevarnos y nos llevan hasta el lugar de la maduración humana: ella, al fin, al reconocerse como hija querida de Dios, al aceptar en plenitud su infancia, termina aceptándose a sí misma, se alegra de su nacimiento y se reconoce como persona en amor, ante Dios y ante los humanos, a los que ofrece el episcopado (=amor y cuidado) misionero de su amor.
Teresa ha venido al Carmelo buscando amor para sí misma, y al encontrarlo, descubre que el amor no es para ellas, para quedarse con él, sino para darlo a manos llenas, ejerciendo así el sacerdocio de Cristo, según Jn 17. De manera especial, ella ruega por los misioneros de tierras lejanas, que son sus hermanos, por todos y con todos los hombres de la tierra, actuando de esa forma como obispo misionero universal de la Iglesia.
Obispo es el que ama y cuida, el que protege y ayuda a los demás. Teresa de Lisieux aparece así como “obispo” que acompaña y cuida a los misioneros de Jesús, sin una cátedra fija, sin un lugar separado de los otros, sino como, sino como como obispo/sacerdote misionero, sin lugar fijop, sin cátedra oficial, pero siendo, al mismo tiempo, por eso, inspiradora y amita de madres y hermanos, amigos e hijos (cf. Mc 3, 31-25) y especialmente de las novicias de su convento y de los misioneros que se han encomendado a sus oraciones. Desde este momento, sus amigos misioneros de China serán signo de todos los hombres y mujeres que se esfuerzan por llevar la Palabra y suscitar relaciones de fraternidad (de Reino de Dios) sobre la tierra.
Ella no hace directamente casi nada. Pero internamente lo hace todo: va explorando en el camino del amor, va descubriendo caminos y medios para amar, va abriendo camino de amor a sus novicias y a los misioneros de China.
– Amor social, pan compartido. Como hija de su tiempo, Teresa de Lisieux había comenzado viviendo el amor en formas intimistas, afirmando finalmente que la tarea de su vida consiste en salvar almas, en gesto privado de reparación espiritual. Pero al final del camino descubre que la tarea de su vida no es simplemente salvar almas separadas, sino animar y dar vida a personas, en clave de amor, de comunión de Jesús, de pan de vida (el pan nuestro de cada día), comunicación de esperanza en un mundo nuevo que estaba empezando.
– Amor en debilidad, en pequeñez activa. El camino de pequeñez de Teresa puede y debe dialogar con todos los caminos y proyectos de amor que se expresan en formas de renuncia a toda imposición. Lo que ella ha realizado en una pequeña familia y en los muros de un Carmelo puede y debe expandirse en forma social en el mundo entero: podemos cambiar en amor la vida humana, superando los ciclos siempre repetidos de la violencia, de manera que los hombres y mujeres de la tierra puedan confiar unos en otros.
Amor esponsal, gozo enamorado. Hemos destacado ya las limitaciones de Teresa en este campo. Teresa va ofreciendo de esa forma un camino de infancia salvadora, un proyecto humildemente poderoso de transformación de la vida de los hombres… en solidaridad de vida… Teresa de Lisieux viene a presentarse de esa forma como inspiradora y signo de un nuevo y más hondo camino misionero de la iglesia, un camino que podemos llamar de civilización universal de amor.
Apéndice. Con ocasión del consistorio. Carta a X. X. , obispo “apócrifo“
Hace un momento, esta misma vigilia de Santa Teresa de Lisieux (2.1023), he recibido un correo (mail) de X. X., antiguo alumno y amigo, misionero en África, a quien habían hecho obispo, pero no se ha sentido capaz de llevar las cuentas de dineros, palacios y libros de administración de una diócesis que le ha parecido cada vez más compleja.
Como otros tantos obispos sin vocación de burócratas y gestores, ha pedido la dimisión y se la han concedido. No me ha pedido consejo, simplemente me dice que el Papa Francisco ha aceptado su renuncia, y le ha pedido que siga siendo obispo, pero sin papeles. Se lo ha dicho por teléfono, con esa libertad extraña de ciertos momentos de Francisco papeles: Sigue siendo obispo, pero sin diócesis fija, sin catedra/catedral, ni duomo o seo… Atrévete a ser obispo “itinerante…”.
No he sabido responderle, pero… al cabo de dos horas, como profesor también itinerante desde hace 20 años, sin cátedra pontificia, sin papel que ponga cesate o “jubilado” (la papeleta de dispensa que mandaron era no-cristiana, me dio vergüenza ajena y la rompí), ld he pensado , diciendo:
Mira, Manolo, yo no estoy jubilado, ni cesante, sino simplemente, “descatalogado” como me decía mi hermano Mikel (q.e.p.d.). Ese es el nombre, descatalogado. En un sentido, también a ti te han “descatalogado”, pero, en compensación, en privado, sin papeles, el Papa Francisco te ha dicho: “sigue de obispo”, es decir, itinerante.
Ésa es una nueva figura eclesial. Pero es importante que resurja, y que podamos este día de Teresa de Lisieux, que no aparece en ningún catálogo de obispos o doctores de la iglesia del siglo XIX-XX, pero que ha ha sido y sigue siendo,el más importante de todos.
Con ella Teresa quiero a los hombres y mujeres itinerantes de la iglesia de Mateo, con muchs obispos de Siria (con Isaac de Nínive), con los obispos abades y abadesas sin sede episcopal de la iglesia celta de la alta edad media…
Querido Manolo: éste es quizá tu destino y te felicito. Tú puedes abrir el carisma de los nuevos obispos itinerantes que parece buscar Francisco. Si Dios te concede esa gracia, si te dejas animar (tener alma) por su Espíritu, se abrirán ante tí caminos nuevos de evangelio, como se abrieron ante Cristo, y ante Teresa de Lisieux.
Te habían hecho obispo con mucho Derecho Canónico, con sede-Catedral y palacio… en la antigua África Bantú. Pero ahora puedes a ser obispo de evangelio, de caminos y posadas breves , cara a cara con la gente, no sólo en un puntito blanco o rojo de África, sino en el mundo entero.
No tienes diócesis “regia” de curas “ordenados”, sino un distrito abierto de hombres y mujeres como tú, como Teresa de Lisieux desde su monasterio misionero. Recuérdalo, algo de eso me decías y yo te decía enel último curso que impartí en la Pontificia donde os explicaba y me explicabais el evangelio de Mateo: No queríamos “obispos de mesa puesta” y sede primada (Mt 23), sino caminantes de evangelio.
Pero lo que ahora te pasa (nos pasa) no está solamente escrito en el evangelio de Mateo, sino en los manuscritos de Teresa de Lisieux, en los que ella se presenta como “misionera/obispo de Jesús”, sin otra cátedra ni episcopado que su vida en oración de amor al servicio de los demás, como había sido antes, en otro contexto, pero con el mismo espírigu nuestra Madre Teresa de Ávila
Teresa de Lisieux ue misionera y obispo itinerante, sin salir de su monasterio, y de esa forma, por eso, es patrona de los misioneros de toda la iglesia… Tú puedes ser como ella, obispo itinerante, de forma que tu diócesis será la tierra enterea por la que pases, con todos los hombre y mujeres que vengan a tu encuentro, sin necesidad de papeles de documentación de canon.
Ayer, viendo en la TV la imposición del birrete y capelo (capelo viene de la misma raíz que txapela, humilde boina de campesinos vascos), me acordé de ti. Había pensado un día que Francisco te haría cardenal… Pero ahora veo que te ha hecho mucho más que cardenal (quicio o cardo de la puerta vaticana).
Te he dicho: sé libre, se obispo misionero, no necesitas que yo te conceda ninguna autoridad, la tienes por cristiano o cristiana. Tienes la autoridad de Jesús, eres obispo itinerante, como él, obispo itinerante y pastor de nuestras almas (1 Ped 2, 25).
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